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Discurso pronuciado el primero de agosto de 2002
El pensamiento de Mosquera salvará a Colombia
El partido que fundara Francisco Mosquera
ha insistido, desde sus inicios en 1965, en que los grandes males de Colombia
tienen como fundamento la dependencia del capital monopolista, especialmente
el norteamericano. Asimismo, ha señalado a la apertura, que
nos impusieron al comenzar el decenio del noventa, como la causa suprema que
postró a la producción nacional en la más profunda crisis
de toda la historia y sumió a los colombianos en la más calamitosa
de sus situaciones. Como resultado de la globalización de la economía,
la mitad de los hogares se encuentra muy por debajo de la línea de
la pobreza definida por los organismos internacionales, los índices
de desempleo alcanzan los peores niveles y los trabajadores fueron despojados
de casi todas sus conquistas laborales, con el beneplácito de una dirigencia
sindical proclive a las componendas y a las traiciones. Por su parte, los
gobiernos de Gaviria, Samper y Pastrana, al mismo tiempo que abandonaban por
completo sus obligaciones para con el pueblo en todo lo que tiene que ver
con la atención básica de la salud, de la educación y
de la vivienda, hicieron un festín de las empresas estatales, cediéndoselas
al capital extranjero y reportándole de paso jugosos beneficios a una
clase política bastante corrupta.
Partiendo del profundo estudio que adelantara Mosquera sobre la realidad que
vivimos, del sometimiento al imperialismo, del desarrollo de las fuerzas productivas
y del análisis de las clases que integran la sociedad colombiana, su
situación y sus intereses, llevamos más de treinta y cinco años
pugnando por la soberanía económica, como el requisito primario
que deben alcanzar las inmensas mayorías para obtener la liberación
del yugo impuesto por el imperialismo norteamericano y las oligarquías
vendepatria. Lo anterior no es más que el ABC de la concepción
revolucionaria, a la luz del marxismo - leninismo - pensamiento Mao Tsetung,
tal como acertadamente lo aplicara Mosquera a nuestro país, a través
de toda su grandiosa obra.
Sin embargo, ante la escalada sin precedentes de la violencia y ante la incertidumbre
que ocasionó el engaño de las conversaciones de paz, con la
consiguiente polarización política que se dio durante la campaña
por la presidencia de la República, así como por el nuevo clima
que vive el mundo después de los atentados del 11 de septiembre del
año pasado en Nueva York y Washington, resulta bastante conveniente
precisar las profundas implicaciones que tiene la utilización del terrorismo
en la lucha revolucionaria.
Los acontecimientos ocurridos en Estados Unidos pusieron al descubierto la
vulnerabilidad de las naciones desarrolladas, obligándolas a modificar
la laxitud con que miraban los actos terroristas de los grupos subversivos
en los países del Tercer Mundo, algo que comienza a repercutir en Colombia.
En efecto, la Comunidad Europea, que había sido condescendiente con
los alzados en armas, decidieron hace poco calificarlos como terroristas,
mientras que México determinó cerrar la embajada que por muchos
años las FARC habían mantenido allí.
Por otra parte, los asesinatos de líderes populares y sindicales, de
políticos y hasta de altos jerarcas de la Iglesia; las incontables
víctimas inocentes que caen durante los criminales ataques contra pueblos
indefensos o el horror que causa la muerte de niños debido a la utilización
de los más diversos artefactos e inclusive de animales o de cadáveres
cargados con explosivos, han desencadenado tan airadas reacciones de las masas
que no se pueden pasar por alto al hacer el análisis de la compleja
situación que padecemos. Actos de barbarie como la destrucción
de bienes productivos, el aterrorizar a la gente por medio de los secuestros
y la extorsión, o con abominables masacres como las de Machuca y Bojayá,
tragedias que nunca se borrarán de nuestra historia, terminaron por
convertirse en un lastre de tales proporciones que, si no se erradican por
completo como método para dirimir los conflictos políticos,
sindicales o de cualquier otra índole, será imposible el avance
de la lucha de las masas por sus reivindicaciones democráticas y en
general la de Colombia por su liberación.
El país soportó, durante casi cuatro años, las continuas
crisis de unos diálogos de paz que se realizaron en medio del recrudecimiento
de la violencia hasta extremos inimaginables de crueldad y de demencia. En
el Caguán se fraguó de todo, menos la paz. La cesión
de una parte considerable del territorio se convirtió en uno de los
peores errores, pues no sólo le sirvió a la guerrilla para incrementar
su poder económico y militar, sino que, por otro lado, se avanzó
en las pretensiones de regionalizar o federar al país, algo bastante
grato a todos aquellos interesados en minar la unidad territorial de la nación.
En ese estado de cosas se realizaron las elecciones para el congreso y para
la presidencia de la República. El disidente del partido Liberal, Alvaro
Uribe, además de obtener una victoria contundente, logró una
amplia mayoría en ambas cámaras, resultado que se interpreta
como un rotundo rechazo del pueblo, tanto a las acciones vandálicas
de los guerrilleros, como a la farsa de las conversaciones de paz adelantadas
por el régimen pastranista.
Hoy, al cumplirse ocho años de la desaparición de nuestro máximo
guía, debemos recordar que él enfrentó el “guerrillerismo”
en las filas del MOEC, para convertirlo en un verdadero partido maxista leninista,
y así poder combatir más efectivamente al revisionismo de los
comunistas criollos y al imperante oportunismo foquista que el castrismo cubano
implantó en estas tierras. No sobra repetir, asimismo, que la agudización
de los conflictos y el caos que parece apoderarse de la nación, paradójicamente
crea condiciones favorables a aquellos sectores comprometidos en derrotar
la opresión imperialista y que no han cejado en marchar por el sendero
revolucionario trazado por Mosquera para hacer de Colombia una república
próspera, democrática y en vía al socialismo. Las condiciones
adversas deben servirnos de acicate para avanzar en la gran tarea que nos
hemos propuesto: la construcción del partido del proletariado y la
conformación del frente amplio por la salvación de Colombia,
máxime cuando se ha fortalecido la derecha en el país y una
izquierda amorfa y oportunista se alineó alrededor de Horacio Serpa,
el representante de un populismo declinante, y del Frente Social y Político,
una de las expresiones de “la combinación de todas las formas
de lucha”, políticas que tanto daño han causado al proceso
revolucionario colombiano.
Por todo esto y ante la confusión reinante, debemos insistir en mantener
vivas, como único faro en la inmensa gesta de salvar a nuestra patria,
las excelsas enseñanzas de Francisco Mosquera, el gran maestro del
proletariado colombiano.
COMITÉ POR LA DEFENSA DEL PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA
Ramiro Rojas, Secretario General
Bogotá, agosto 1 de 2002