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Bogotá, febrero 28 de 2002
Ante la ruina económica y la barbarie
Avancemos en la construcción del partido de Mosquera
Aunque llevamos varios años señalando
la catastrófica situación económica que padece Colombia;
acusando a la apertura como la causante de la ruina de los productores
nacionales y de la miseria en que se debate más de la mitad de la población,
y repudiando la violencia y demás calamidades que agobian a las masas,
los hechos muestran la actualidad y veracidad del diagnóstico que hemos
elaborado sobre el país. Y si bien las actividades políticas
y sindicales continúan desarrollándose en un clima completamente
adverso, la presencia de Unámonos en la contienda electoral, la afinidad
con sus programas y su interés por servir al pueblo, crea condiciones
favorables a aquellos sectores comprometidos en derrotar la opresión
imperialista y que no han cejado en marchar por el sendero revolucionario
trazado por Francisco Mosquera, para hacer de Colombia una república
próspera, democrática y en vía al socialismo. Ante esta
promisoria perspectiva se hace hoy más que nunca imprescindible persistir
en la construcción del partido del proletariado y en la conformación
del frente amplio que permita realizar tan magna tarea.
El escenario en el cual se lleva a cabo la campaña electoral para elegir
al presidente y a los miembros del congreso colombiano, para el período
2002 - 2006, se encuentra signado no sólo por la agudización
de la explotación de los trabajadores, de la ruina de la mayoría
de los empresarios nacionales y de la pobreza generalizada, sino también
por la escalada del terrorismo en todas sus manifestaciones, así como
por el rotundo fracaso del proceso de paz que adelantara el gobierno de Pastrana
durante tres años y medio. Son incontables los periodistas, líderes
obreros y dirigentes populares que son víctimas de la sarracina. Hoy
en día, cinco congresistas, además de la candidata a la presidencia,
Ingrid Betancur, se encuentran secuestrados y, sólo en los últimos
meses, la ex ministra Consuelo Araujo y dos representantes a la Cámara
fueron asesinados, sumándose a la masacre cometida contra la familia
Turbay. Todos estos hechos, repudiables sin vacilación alguna, se han
convertido en otros sucesos más del cúmulo de atrocidades que
ocurren a diario en Colombia.
Así, bajo toda clase de amenazas, los partidos y movimientos, tanto
los de izquierda como los de derecha y los llamados independientes, realizan
su actividad proselitista o al menos pugnan por no desaparecer. El campo político,
pues, no difiere del que vive toda la nación. El bipartidismo se diluye
en el cieno de la corrupción y de las ambiciones personales. El conservatismo
se fraccionó, unos respaldando al candidato del oficialismo liberal
y otros al de la disidencia. Otros más se fueron con los independientes
y sólo una ínfima minoría se la jugó con Juan
Camilo Restrepo, el escogido por esa colectividad. Horacio Serpa, que desde
hace dos años viene acariciando la presidencia, afirmaba su opción
al respaldar las principales iniciativas del gobierno pastranista, al mismo
tiempo que frecuentaba las oficinas gubernamentales de Washington en procura
del respectivo aval. Empero, las preferencias mostradas por las últimas
encuestas hacia el disidente Alvaro Uribe, amenazan con frustrar sus anhelos,
algo en realidad insólito y que se ha interpretado como un rechazo
del pueblo tanto a las acciones guerrilleras como a la farsa de las conversaciones
de paz.
Reviviendo la vieja concepción de “combinar
todas las formas de lucha”, bajo el amparo de las conversaciones de
paz realizadas en el Caguán y apoyando el Frente Social y Político,
el Partido Comunista volvió a la palestra. Mientras tanto, las dos
fracciones mayoritarias del Moir continúan sumidas en un mar de confusiones,
fruto de sus repetidos desaciertos. Después del desastre electoral
de 1998, uno de los sectores estrechó su acercamiento al serpismo,
mientras el otro, obsesionado aún por la “inminente invasión”
de las tropas norteamericanas, termina coincidiendo una vez más con
el revisionismo, al llegar al despropósito de calificar al pro gringo
Plan Colombia como “la piedra angular de la política de recolonización
del país”, dejando en un segundo plano la aún vigente
apertura, causa, esta sí, de la debacle de la producción
nacional y de la miseria del pueblo. Una tercera de las fuerzas moiristas
se decidió por explorar otros caminos, respaldando al disidente liberal,
quien no deja de entrañar las fórmulas aperturistas y privatizadoras.
La voladura de puentes, de oleoductos, de las torres de energía y de
la red de comunicaciones; los retenes y la destrucción de caseríos;
las extorsiones y los millares de secuestros, inclusive de niños y
ancianos; los asesinatos y las masacres, terminaron por exacerbar los ánimos
de los moradores de poblados indefensos y de las comunidades indígenas,
quienes decidieron, de manera espontánea, enfrentar la barbarie y rodear
los puestos policiales, oponiéndose a los asaltantes sólo con
bandas de música y enarbolando banderas blancas.
El partido de Mosquera, desde su fundación por allá en 1965,
se ha venido forjando en franca y total oposición contra los dos males
que más han entorpecido la lucha del pueblo por la liberación
de Colombia del yugo del imperialismo y de la oligarquía vendepatria:
la conciliación del Partido Comunista y la concepción foquista
y militarista que impulsara La Habana y que tan buena acogida tuviera en la
pequeña burguesía latinoamericana. El pronunciamiento de Mosquera
contra el secuestro es terminante: “No hay causa, noble o vil, que lo
justifique”. Hoy, cuando los métodos antidemocráticos
imperan y se trata de imponer las concepciones y las ideas por medio del terror,
hasta llegar incluso a los extremos inimaginables de atentar contra los acueductos,
debemos rescatar todo ese acervo del pensamiento de Mosquera, en especial
las enseñanzas de que la revolución es obra de las masas y no
de grupos alejados de ellas y ajenos a sus necesidades y deseos. Quienes se
reclamen como adalides de la revolución, no pueden eludir, en este
momento, pronunciarse frente a este fenómeno que ha distorsionado la
lucha política.
Para el mundo laboral ha quedado claro que las vacilaciones que afloraron entre los dirigentes sindicales, al iniciarse la década del noventa, y todo lo que se gestó alrededor de la Constituyente de 1991, para adaptar el régimen a las exigencias de la apertura, terminaron por sumir el movimiento obrero en la más lamentable de sus situaciones. La recolonización económica iniciada a principios de los noventas arrasó con los pequeños, medianos y hasta grandes productores, tanto en la industria como en el sector agropecuario, incrementando el desempleo a niveles insoportables y condenando, a la mitad de los hogares colombianos, a la pobreza absoluta. La legislación laboral se adaptó a las necesidades del nuevo orden bajo la batuta del Fondo Monetario Internacional, dando como resultado el deterioro de los salarios y la degradación de las relaciones laborales, mientras que las prestaciones y cuanta conquista había alcanzado el proletariado se van perdiendo como consecuencia de la arremetida, la traición y las componendas.
Aunque Estados Unidos logró recuperar
el sitial como la mayor potencia y extendió por todas partes la política
de la apertura en su afán por convertir el planeta en un mercado
unificado para el capital monopolista, no pudo evitar la crisis recurrente
de la superproducción, aunada al empobrecimiento general de la mayoría
de las naciones. Se confirma que la apertura no impide la crisis imperialista.
Los atentados contra las torres del World Trade Center en Nueva York y contra
el Pentágono en Washington, el 11 de septiembre de 2001, por parte
de al Qaeda, lejos de herir de muerte al imperio, sirvieron para que retomara
la iniciativa política, y para que a su preponderancia económica
y militar, consolidada después del derrumbe del socialimperialismo,
agregara un amplio respaldo a su política de persecución, en
cualquier lugar de la Tierra, a quienes a su parecer son terroristas. A su
vez, permitieron que amainaran temporalmente las tensiones existentes entre
los países altamente desarrollados, producidas por la recesión
que ha vivido el mundo capitalista.
Dichos atentados se constituyeron, por lo tanto, en un suceso de extraordinarias
repercusiones en las relaciones entre las naciones, algo que, tarde o temprano,
influirá significativamente en el futuro colombiano. Debemos resaltar
que se ha desnudado, como nunca en la historia mundial, que esa inmensa capacidad
de daño contra la sociedad y sus bienes, que tiene el terrorismo, es
inversamente proporcional a su efectividad revolucionaria.
Acerca de estos acontecimientos, vale la pena destacar el gesto realizado
por el líder palestino, Yasser Arafat, no sólo de condenar enérgicamente
los actos criminales, sino también el de solidarizarse con el pueblo
norteamericano al llamar a los palestinos para que contribuyeran con donaciones
de sangre para ayudar a las víctimas. Su actitud contra el terrorismo
no es nada nuevo ni se reduce a fríos cálculos políticos.
Hoy en día, el líder de la Autoridad Nacional Palestina tiene
que librar la lucha por una patria para su pueblo, enfrentando no sólo
los actos terroristas protagonizados por algunos grupos palestinos, sino que
debe resistir la embestida de la extrema derecha y el poderío económico
de los judíos, con el primer ministro Ariel Sharon a la cabeza.
A través del texto anterior han quedado
esbozados los puntos centrales de nuestro planteamiento político. La
coincidencia de algunos de ellos con los proclamados por Unámonos durante
esta campaña, nos ha permitido aunar esfuerzos en la tarea de elegir
a Pedro Contreras al Senado y a Herman Redondo y los demás candidatos
a la Cámara, convencidos que pondrán el mayor esmero por servir
a las clases desposeídas.
De otra parte, en este marco político, social y económico se
hace más que necesario unificar las fuerzas para sentar sólidas
bases en el objetivo máximo de construir el partido por el cual tanto
luchó Mosquera, al mismo tiempo que impulsamos la conformación
del Frente Único para salvar el país, Frente que como mínimo
comprenda la firme decisión de luchar por la soberanía económica
y política de Colombia; de salvaguardar la producción nacional
y oponerse a las privatizaciones; de exigir que el Estado recupere el control
y dirección de los sectores estratégicos de la economía
y de aquellos que le aseguren el bienestar a la sociedad; de condenar el terrorismo
como método para dirimir las controversias en los terrenos político
y sindical; de operar bajo normas democráticas de funcionamiento, y
de pugnar por mejorar las condiciones de la vida de los colombianos, especialmente
en lo relativo a salud, vivienda, educación y servicios públicos.
Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera
MOIR Línea Francisco Mosquera
Bogotá, febrero 28 de 2002