El fogonero

Editorial

PREPARÉMONOS PARA UNA ARDUA JORNADA

En los comicios realizados en junio pasado resultó elegido el señor Andrés Pastrana como presidente de la República para el período 1998-2002. Esta campaña, al igual que las correspondientes para Senado y Cámara, se adelantaron en medio de la más grande crisis de los últimos cincuenta años y mientras tres grandes calamidades asientan sus reales sobre nuestra patria: la quiebra de la economía nacional con todas sus secuelas de desempleo, hambre y miseria, fruto de la política imperialista de la apertura; una violencia que dispara desde todos los extremos cubriendo el territorio colombiano de sangre y terror, y la corrupción y el cinismo apoltronados en las más altas esferas oficiales. Sin embargo, el resultado final del proceso electoral, al mismo tiempo que despeja algunas incógnitas sobre los partidos y fuerzas políticas, abre caminos nuevos a las luchas de las masas desposeídas de Colombia.
Si bien la catastrófica situación que vive el país le sirvió al samperismo para aparentar un falso nacionalismo y hacer demagogia achacándole los desastres a regímenes anteriores que actuaban "sin corazón", al actual gobierno, neoliberal sin tapujo alguno, le cae de perlas para cumplir con los mandatos del imperio. Así, con el pretexto de que se debe corregir el descalabro económico, buscar la paz y acabar con la corrupción y el caos institucional, ha logrado, en lo fundamental, el apoyo de los liberales para impulsar sus tres principales programas de gobierno: la reforma tributaria y fiscal, que en carta blanca sólo consiste en aplicar las recetas del Fondo Monetario Internacional y que siempre termina endosándole al pueblo la solución de la crisis; la reforma política, con la cual, además de adelantar las correcciones que requiere la Constitución de 1991 a fin de hacerla más expedita a los deseos de Washington, se busca fortalecer el bipartidismo y restringir, de paso, a los pequeños partidos y grupos independientes o cualquier manifestación contraria a la gran alianza, y, en tercer lugar, la búsqueda de la paz, embeleco que, como todo parece indicar, terminará por satisfacer uno de los más caros intereses imperialistas, como es el de desintegrar de una u otra forma al país.
En lo que concierne a la izquierda, aunque pareciera que el rumbo se ha perdido, afortunadamente cuenta con las enseñanzas y el inmenso material teórico dejado por Francisco Mosquera, los cuales siguen teniendo plena vigencia para el análisis y comprensión de la situación nacional y se constituyen en guía cierta para la brega política del proletariado en su larga y difícil tarea de liberar a Colombia de sus opresores y construir un país soberano en marcha hacia el socialismo.

Defendamos la producción nacional
Cada vez se hace más necesaria la resistencia civil de los colombianos para defender la soberanía económica. La ruina de la producción nacional y el caos que reina tanto en el terreno político como social en este último tramo del siglo, provienen en gran parte de una causa tan poderosa que obliga a toda la nación a unirse si quiere estirparla de raíz.
Al iniciarse el presente decenio, César Gaviria instituyó la apertura, que no es algo distinto que el plan imperialista de sometimiento que, como lo advirtiera oportunamente Francisco Mosquera, consiste en la más grande ofensiva por la colonización económica de Colombia, puesto que no se limita a otorgar una absoluta libertad a las transacciones mercantiles y cambiarias, sino que, además, determina la suerte de la industria y la agricultura; pone en venta los bienes y riquezas nacionales; permite la entrada sin restricción alguna del capital extranjero; entroniza el agio y fomenta el capital especulativo; privatiza la atención de la salud, los servicios públicos y la educación; tiene que ver con la enmienda regresiva y despótica del régimen jurídico, y llega hasta propiciar el desmembramiento o federación de la República. La apertura, pues, consiste, en una política global del imperialismo, especialmente de los Estados Unidos, que abarca problemas y envuelve intereses demasiado claves en la lucha por la hegemonía mundial y en el camino del progreso de las naciones. Por lo tanto, no se reduce a una serie de formulaciones o conceptos doctrinarios que se puedan acoger o no en un momento determinado del desarrollo de un país, ni se puede tratar el problema con explicaciones atenuantes o encubridoras, como por ejemplo, que la apertura es indiscriminada y se hizo hacia adentro y no hacia afuera, o que sus nefastas consecuencias simplemente son el resultado del "neoliberalismo" o de los desmanes propios del "capitalismo salvaje", y mucho menos es aceptable la tesis en boga, puesta a circular por algunos altos directivos de las centrales sindicales, de que ya es un hecho, es irreversible y solo queda forcejar con el gobierno para volverla más "selectiva".
La agudización de la crisis, por efecto de la apertura, se refleja en cifras incontrovertibles, como son, entre otras, las innumerables empresas liquidadas o en concordato, los un millón doscientos mil desempleados, el incremento de la pobreza, el cuantioso déficit fiscal de más de seis billones de pesos, la disminución de las reservas internacionales gracias al exceso incontrolable de las importaciones, la duplicación del endeudamiento externo durante sólo el anterior cuatrienio, y muchos más índices que confirman el grave deterioro de la economía.
Los incontestables signos negativos de la producción y de las ventas de la industria no corresponden a un mal pasajero. Después de cuatro años de constante declinar de las actividades productivas, el anterior gobierno salió a pregonar que si bien se presentaban algunos signos de receso, la recuperación de las actividades económicas era cosa de unos pocos días. Para sustentar la pretendida mejoría, Planeación Nacional esgrimió los incrementos del comercio exterior, de la inversión extranjera y del endeudamiento externo, así como las fabulosas utilidades de los conglomerados financieros, en otras palabras, precisamente los datos que reportan las jugosas ganancias de la entrega del país a las potencias imperialistas.
Pero como la realidad es tozuda, todo siguió cuesta abajo. Al bordear el desempleo la preocupante cifra del 16%, y eso que el Dane no incluye en sus cálculos a los miles de desplazados por la violencia ni a los cientos de miles que viven del "rebusque" o de quienes ya ni siquiera se atreven a salir a buscar trabajo, apenas si puede uno recordar el cinismo gubernamental, que sin ningún rubor afirmaba que el aumento del número de desocupados eran signos irrefutables del despegue de la economía. Pero causa más estupor que argucias montadas sobre supuestas "conspiraciones externas", "capitalismo salvaje", "cambio social" o "aperturas con corazón", fueran acogidas por ciertos dirigentes obreros y por algunos partidos de izquierda, adobándolas incluso con consignas por la defensa de la soberanía nacional.
El daño causado durante estos ocho años de apertura a la industria, al sector agropecuario y al comercio, no podrá resarcirse fácilmente. La recesión, al contrario de lo que se pregona, no se combate con las promocionadas "reconversiones" industriales, y mucho menos con ajustes monetaristas o con buenas intenciones por muy cordiales que estas sean. Pero mucho menos la solución consiste en agobiar aún más al pueblo con toda clase de exacciones como lo pretende el actual régimen.
La apertura, al facilitar mano de obra barata y al derribar las fronteras para que circulen libremente por todo el planeta las mercancías y los capitales, sólo le puede servir a los grandes monopolios. Ninguna empresa autóctona del Tercer Mundo puede competir con los conglomerados ni en volumen ni en precios ni en calidad. La competitividad es una falacia cuando la brecha tecnológica y la disponibilidad de recursos de capital crece constantemente y éstos se encuentran en manos de los monopolios. El desarrollo que nos ofrecen se limita a servir de meros ensambladores de mercancías por medio de las maquilas, "progreso" que se fundamenta en bases muy débiles. Una idea clara de lo que le espera a los países tercermundistas ante la arremetida de los omnipotentes trusts, nos la dio México y Venezuela hace apenas unos años, nos la ofrece ahora los llamados "tigres asiáticos" y los otrora poderosos Rusia y Japón, mientras se encuentran en capilla Brasil, Argentina y Colombia. Pues como lo afirma Mosquera, “la prosperidad de las potencias imperialistas en última instancia se erige sobre la extorsión de las naciones débiles. (...) Esta ley, tan cierta y tan interesadamente ignorada cual lo fuera en su época el principio heliocéntrico descubierto por Copérnico, se pone en evidencia en los períodos críticos del sistema.
Bien vale la pena insistir en el significado de la política trazada desde el Norte, pues aunque los diferentes gremios de la producción, tanto del campo como de la ciudad, en mayor o menor grado culpan a la apertura de sus descalabros, no faltan algunos que terminan conciliando con ella al considerarla un mal necesario e irreversible y, guardando una remota esperanza, piensan que si se gradúa y controla, bien pueden entrar a participar del reparto y conseguir unas pocas migajas en las pingües transacciones mercantiles. En el mismo plan se colocan las directivas de las tres grandes centrales de los trabajadores, CUT, CGTD y CTC. En documento publicado en agosto de este año, insisten en atacar al "neoliberalismo" al mismo tiempo que propenden por un “modelo de desarrollo” en el cual, para decirlo con sus propias palabras, “la cuestión fundamental” consiste en “apertura total versus apertura con protección selectiva”. Pretenden de esta forma menguar la arremetida de los pulpos extranjeros, a la vez que confían poder proteger los magros ingresos de los trabajadores presionando un aceptable arreglo en la mesa de negociaciones. Asimismo, se lanzan contra la posible venta de algunas empresas estatales como Telecom, Ecopetrol y el Sena, las mismas que curiosamente Samper prometió no vender y tanto Pastrana como Serpa juraron durante la campaña que de ninguna manera privatizarían. Pero poco dicen acerca de la entrega a manos particulares de los jugosos negocios de la telefonía celular, la televisión, las comunicaciones satelitales, la larga distancia nacional e internacional, el “trunking”, las frecuencias de FM y el sector eléctrico, como tampoco se pronuncian sobre la venta de los aeropuertos, de los terminales marítimos, de las carreteras y hasta de los parques públicos. Satisfechos, pues, se deben sentir tanto el gobierno como los amos del Norte al notar que los aspectos vitales de su política quedan incólumes. No entra en los cálculos de empresarios ni de las camarillas sindicales la cruel realidad de que el imperio es insaciable, que viene por todo, por el santo y la limosna, y que terminará engulléndose todas nuestras riquezas.

Algo sobre la guerra y la paz
En los últimos días se ha desencadenado una gran euforia alrededor de uno de los tres grandes programas del presente mandato: las negociaciones de paz. Los encuentros realizados por un grupo de personas que se dicen representar a “la sociedad civil”, primero con el ELN en Maguncia, Alemania, y luego con el sector de las “Autodefensas Unidas de Colombia”, en el Nudo de Paramillo, han servido de abrebocas a la reunión de Pastrana con Manuel Marulanda “en algún lugar de las montañas de Colombia”. Pero como el sector samperista no podía quedarse sin protagonismo, sus tres senadores estrellas también terminaron en la jungla conversando con la plana mayor de la guerrilla. Si a lo anterior se le adiciona el “especial interés” mostrado por los Estados Unidos, así como por las potencias europeas, todo pareciera indicar en un principio que los colombianos, por fin, pueden abrigar esperanzas sobre un arreglo entre los involucrados en el conflicto armado. La historia reciente, sin embargo, desde Belisario hasta Samper, otra cosa nos enseña y lo que se mueve tras bambalinas apunta hacia objetivos más nefastos.
Vivimos una de las épocas más obscuras y difíciles de nuestra historia, prácticamente desde cuando se impuso la hegemonía del Partido Conservador, como el representante de los intereses de los terratenientes, y durante la cual ocurriera el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. La muerte del caudillo popular hizo patente que la vía burguesa para sacar al país del atraso semifeudal y de su condición de neocolonia ya se había agotado. Para concluir el tenebroso período de La Violencia, se selló el pacto entre el Partido Liberal y el Partido Conservador que formalizó la alianza burgués terrateniente, puntal de la dominación imperialista. Desde entonces, y adoptando diferentes fórmulas, por ejemplo como Frente Nacional o ya como la actual Gran Alianza por el Cambio, los dos partidos detentan el poder y entran a saco el erario público de manera mancomunada.
Poco después, a finales de los años cincuentas, el triunfo de Fidel Castro en Cuba contra la dictadura de Fulgencio Batista, y tras una interpretación mecanicista del fenómeno, propició un gran auge de la guerrilla en Latinoamérica como el camino para lograr la independencia del imperialismo. Gracias al invaluable legado revolucionario que nos dejara Francisco Mosquera, sabemos que la liberación es una tarea exclusiva del frente único, conformado por más del 90 por ciento de la población colombiana, bajo la dirección del Partido del proletariado. Desde 1965, con su documento Hagamos del MOEC un verdadero partido marxista-leninista, inicia su lucha contra el foquismo guerrillero por representar una concepción equivocada del proceso de liberación y porque dichas prácticas nunca crearán las condiciones propicias para el estallido revolucionario. El acceso del proletariado al poder no se deberá a la voluntad de unos pocos, por muy heroicos que sean sus actos, sino gracias al levantamiento de los millones de desposeídos contra sus opresores y cuando se den las condiciones objetivas y subjetivas que nos enseña el marxismo, como son, entre otras, una correlación de fuerzas favorable, que los oprimidos hayan alcanzado un determinado grado de conciencia y organización, que quienes detentan el poder se encuentren, gracias a sus disensiones internas, en tal grado de incapacidad que no puedan defenderse adecuadamente, que los revolucionarios hallen la solidaridad proletaria de otras naciones, pueblos y partidos hermanos, etc.
Mosquera siempre se opuso al secuestro, a la extorsión y al asesinato, viniera de donde viniera, por considerarlos métodos equivocados para adelantar la tarea de salvación nacional. Asimismo, consideraba que la destrucción de fábricas y demás bienes de producción no aporta absolutamente nada a la conciencia proletaria, sino más bien ayudan a deteriorar las condiciones de vida de los trabajadores. Actos como el secuestro de concejales, alcaldes o el del senador Facio Lince; las masacres, como las llevadas a cabo por las autodefensas en Barrancabermeja o las ejecutadas en Chocó y Urabá por ambos bandos; la “toma” de Mitú, el bárbaro atentado en Machuca contra un pueblo indefenso y el asesinato del dirigente sindical Jorge Ortega, sólo para mencionar los más recientes hechos sangrientos que enlutan al país, merecen el repudio generalizado de las masas.
El proceso de conversaciones, de acuerdo a lo manifestado por ambas partes del conflicto, será complicado y durará varios años. A las muchas pretensiones de los alzados en armas se le debe agregar la presencia activa de las autodefensas, también armadas y con aspiraciones políticas y que enfrentan violentamente a la guerrilla por porciones de territorio. Pero sobre todo debe considerarse los intereses de las naciones imperialistas. Una de las directrices contempladas en la apertura se refiere precisamente a la atomización de las repúblicas del Tercer Mundo para facilitar las negociaciones y actividades del gran capital. Los recientes desmembramientos de Checoslovaquia y Yugoslavia, utilizando inclusive las fuerzas de la ONU, son un claro ejemplo de las intenciones que abrigan los Estados Unidos y demás potencias mundiales.
El pueblo y en especial los trabajadores del campo y de la ciudad, víctimas de la violencia, y que son los verdaderos forjadores de la riqueza y el progreso, han sido dejados por fuera de las grandes decisiones que toman, ya sea una camarilla corrupta en el poder que reparte y vende a su antojo el patrimonio nacional, o bien unos grupos de extrema derecha o de izquierda que con las armas, el terrorismo, el secuestro y la extorsión deciden quiénes pueden ser elegidos y quiénes pueden votar e, inclusive, quiénes tienen derecho a vivir.
Por estas razones a nosotros únicamente nos corresponde esperar, como lo aclara el pensamiento de Mosquera, que de todo este proceso salgan favorecidos una táctica y unos métodos correctos para avanzar en el proceso revolucionario, y que las diferencias partidistas, ideológicas o sindicales dejen de resolverse por la fuerza de las armas. Debemos insistir en que sólo bajo normas y procedimientos claramente definidos y estables los ciudadanos y los partidos pueden desarrollar sus múltiples actividades. Pero lo que la nación colombiana entera si no puede aceptar de ninguna manera es que en aras de una supuesta paz, se sacrifique la unidad territorial o que el Estado ceda a cualquier título o en cualquier grado parte del territorio o de sus funciones, ya correspondan estas últimas al manejo político, administrativo o presupuestal.

El cuatrienio que se nos viene
Los dos recientes viajes de Pastrana a la metrópoli corroboran la disposición del primer mandatario para efectuar su vasallaje directamente y sin rodeos. Los amos del Norte, pues, cuentan con el mejor aliado que podían conseguir. Entre las principales funciones, por lo tanto, se encuentra la de continuar aplicando las "recomendaciones" trazadas por el Fondo Monetario Internacional y que se centran en disminuir el empleo estatal, bajar los salarios, desatender la educación y los servicios de salud, elevar las tarifas de los servicios públicos, aumentar los impuestos y contribuciones, incrementar la deuda externa y cubrir los faltantes del presupuesto feriando el patrimonio de la nación.
Sobre la gestión de Pastrana ya tendremos, en los próximos cuatro años, suficientes oportunidades para hablar, sin embargo, bien vale la pena comentar algunos planteamientos enunciados durante la campaña presidencial, así como lo ejecutado hasta el momento. Empecemos por destacar lo poco que se diferenciaban los programas propuestos por Serpa y Pastrana acerca de los principales problemas del país. Ambos prometieron que adelantarían conversaciones de paz; afirmaron comulgar con la "apertura con corazón", tal como la defendiera Samper y como obviamente la exige el Fondo Monetario Internacional; privatizadores convencidos, no tuvieron empacho alguno para asegurar, también como lo hiciera Samper, que no privatizarían ni el Sena ni Telecom ni Ecopetrol, mientras las actividades petroleras y de las telecomunicaciones pasan a manos de los grandes conglomerados.
La declaración de la Emergencia Económica, a mediados de este mes de noviembre, viene a confirmar el carácter absolutamente antipopular del actual mandato. En efecto, la más importante de las medidas tomadas consiste en crear un gravamen del dos por mil sobre las transacciones bancarias y con el cual se espera recoger en el transcurso de los próximos trece meses la cantidad de dos billones de pesos. Dicha suma servirá para salvar a los grupos financieros, los mismos que durante la última década obtuvieron fabulosas ganancias, y a quienes en condiciones bastante favorables se les entregara las instituciones que pertenecían al Estado con el argumento de la mayor eficiencia del sector privado. Así, pues, durante los años de bonanza, la oligarquía, gracias a intereses usurarios acumuló inmensos capitales, pero en el momento de la crisis le corresponde al “vilipendiado” Estado entrar al rescate, descargando sobre los hombros de toda la comunidad las pérdidas de unos pocos banqueros.
Aunque parte del éxito de la actividad proselitista de Pastrana consistió en mostrarse como el hombre que acabaría con la corrupción, le otorgó el permiso a Samper para cerrar su período vendiendo tramposamente a Corelca mientras recibía del saliente mandatario el programa para negociar los pocos bienes estatales que restan, especialmente los activos de las dos grandes instituciones del sector eléctrico, ISA e Isagen. Recordemos que las privatizaciones hacen parte esencial de la apertura y con ellas no sólo se viene entregando lo más jugoso de la rama estatal de la economía al capital foráneo sino que al mismo tiempo se ha convertido en caldo de corrupción y suculento fondo para el enriquecimiento de los altos funcionarios oficiales. Hasta ahora poco se sabe de las denuncias que hiciera el anterior Contralor General de la República, antes de ir a parar él mismo a la cárcel, de los enormes negociados que se dieron con las privatizaciones que realizara el pasado gobierno. Las reformas políticas y fiscal que debate el Congreso en estos días ha servido también para desenmascarar esta otra cara. Las asignaciones presupuestales y ofertas de cargos para asegurarse el voto favorable de los parlamentarios volvió a ser el discurso más convincente.
Pese a sus promesas de rebajar el IVA, el ajuste fiscal que lleva Pastrana al Congreso se basa en mayores tributos, llámese como se llame el gravamen, bono de paz, alza de las tarifas de los servicios públicos, eliminación de subsidios, anticipos, tarifas diferenciadas del IVA, “contribuciones parafiscales”, tasa a la gasolina, impuesto predial, peaje o valorización.
Nada, pues, cambiará durante el presente cuatrienio. El incremento de las enfermedades endémicas unido al deterioro en la prestación de los servicios de salud; los problemas de vivienda y educación; la falta de trabajo; el aumento de las exacciones al pueblo y una mayor miseria seguirán su marcha a fin de hacer atractivos al capital privado las empresas de servicios públicos, los hospitales, los aeropuertos, las carreteras, las universidades y cuanta institución sea factible de enajenar. La lucha por impedir la entrega del patrimonio de los colombianos debe hacerse por lo tanto frontal, conjunta, contra la política en sí, y no reducirla a lograr acuerdos aislados de defensa de una institución, pues se termina haciéndole el juego al gobierno, tal como ocurre con las comunicaciones y los recursos minerales y energéticos, los cuales son entregados a los capitales privados, mientras se conservan unas empresas con equipos obsoletos, ineficientes e incapaces de competir con los consorcios extranjeros.

Las fuerzas de izquierda
El otro hecho de bulto, que se diera como resultado de las elecciones, corresponde a la pérdida total de escaños en el parlamento por parte de los partidos de izquierda. Se debe entender este fracaso, especialmente de los candidatos del MOIR y del Partido Comunista, a la poca credibilidad que despertaban entre las masas, dadas sus posturas pro samperistas y a la confusión que crearon con consignas embrolladas que pretendían atacar los mandatos del imperio, a la vez que salían a defender al inquilino de la Casa de Nariño, el consecuente ejecutor de la política expoliadora trazada desde el Norte. La campaña de exterminio declarada contra los militantes del Partido Comunista, así como la necesidad de apoyar las negociaciones de paz, marcaron la posición de ese partido durante las elecciones para el Congreso, relegando a un segundo plano la defensa de los intereses primordiales de la nación.
Sobre el MOIR, es necesario extendernos un poco más, pues sigue en juego la defensa del valioso legado que dejara Mosquera al proletariado colombiano. La unidad del Partido que con tanto énfasis se pregonó en la conferencia obrera de marzo de 1995, resultó ser una unidad de conveniencia sostenida gracias a los gajes y las prebendas que confiere la investidura de Senador de la República.
Pero no fue sólo eso. Muchas de sus salidas pusieron de manifiesto la verdadera catadura de la nueva dirección. De muestra, sirvan los manejos en el campo sindical. De Sindess expulsaron a varios compañeros por criticar las orientaciones políticas de la camarilla antimosquerista. En ACEB, al verse derrotados en la última Asamblea, no pararon mientes en echar mano de las ventajas que le proporcionaba la alianza con el régimen samperista y, desde el ministerio del Trabajo, trataron por todos los medios de tomarse el sindicato. Al no lograr sus propósitos, se empeñaron en destruir la Asociación, desafiliando a sus adeptos y entregándoselos a la organización rival, la UNEB.
Por esos motivos, desde el 1 de mayo de 1996, convencidos de la imposibilidad de aceptar las orientaciones de un Comité Ejecutivo que cada vez se inclinaba más al liberalismo y ante la actitud antidemocrática mostrada en el tratamiento a sus contradictores, decidimos continuar la lucha revolucionaria por nuestro lado, preservando el pensamiento de Francisco Mosquera. Las apreciaciones sobre la tendencia hacia la liberalización del Partido se han confirmando. Pruebas tenemos a porrillo. Mencionemos algunas: la desviación de la lucha contra la oligarquía vendepatria encarnada en Samper, las posiciones frente al llamado "narcomico", así como el querer poner por encima de la lucha del proletariado los problemas derivados del proceso 8.000. Lo anterior los llevó a tomar partido por el gobierno, tras una supuesta defensa de la soberanía nacional. De esa manera promovieron una serie de actos contra la injerencia del "Virrey Frechette", así como de ciertos paros que, sospechosamente, terminaban ayudándole a Samper en los momentos más cruciales de su período. Por otra parte, embebidos en el cretinismo parlamentario, los dos bandos principales, convencidos de que contaban con los votos suficientes para coronar sus aspiraciones, lanzaron sus propias listas para Senado. Los resultados adversos determinaron el enfrentamiento en que se hallan.
Nuestro rechazo al ejecutivo del MOIR nunca tuvo como base el ataque a una persona determinada. Denunciamos una posición antimosquerista que a ojos vista se robustecía dentro del Partido y que ahora, cuatro años después ha quedado completamente al descubierto. Su posición conciliadora con Samper antes de que éste aceptara abiertamente las imposiciones de los gringos en lo que se refiere al control del narcotráfico, les impidieron orientar correctamente las luchas de las masas contra la apertura como la principal arma que esgrime el imperialismo para colonizar económicamente a los países latinoamericanos.
Desde la aparición en diciembre de 1972 del editorial de Tribuna Roja titulado Unidad y combate, para los militantes del MOIR no quedaban dudas sobre la necesidad de propugnar por la unidad del mayor número de fuerzas políticas para enfrentar a los enemigos fundamentales del pueblo colombiano. Pero una cosa completamente distinta es renunciar a los principios en aras de sumar efectivos. Y más aún cuando la nueva dirección termina a la cola de un régimen que pasará a la historia, fuera de lacayo y antipopular, como el que llevó a su máxima expresión la corrupción y el abuso del poder para sus conveniencias personales, incluyendo, claro está, la absolución obtenida en la Cámara.
Es triste tener que decirlo, pero el MOIR termina despedazándose por ambiciones electorales. Eso es lo menos que se puede concluir al mirar los dos comunicados aparecidos recientemente, uno firmado por el Secretario General y otro difundido por tres de los miembros del Comité Ejecutivo. Ambos parten del mismo análisis erróneo de la situación nacional y al indicar que la táctica primordial de la política norteamericana gira alrededor de la droga, terminan considerando a Horacio Serpa, aunque con diferente énfasis, como una posibilidad nacionalista ante la candidatura de Pastrana.
El camino por recorrer es largo y tortuoso. Mosquera afirmaba que si el Partido no se capacitaba y estudiaba durante los períodos de calma que se presentan en el proceso histórico, tampoco sabría pasar al frente de la batalla en los momentos de auge revolucionario. La lucha que nos espera es bastante ardua y únicamente avanzaremos en la brega por el bien de nuestra patria y de su pueblo con dedicación, grandes sacrificios y espíritu proletario. Como acertadamente lo decía Mosquera en su editorial Somos los fogoneros de la revolución: “El nacimiento de la nueva sociedad será un alumbramiento doloroso y sus primeros vagidos convulsionarán a la América entera. Como bomberos del proceso actuarán el imperialismo, la reacción y el oportunismo. A nosotros nos corresponde el deber de fogoneros de la revolución. La consigna de la hora es prepararnos para tan excepcional oportunidad histórica”.
Sólo la conjunción de todas las fuerzas políticas y sociales distintas al imperialismo y sus lacayos, es decir, un frente conformado por obreros, campesinos, productores nacionales, profesionales, estudiantes y demás sectores democráticos, mediante una decidida resistencia civil, impedirá la consolidación de la nefasta política de la apertura y todo lo que ella significa, explotación y miseria para el pueblo, desmembramiento y saqueo de la República.


COMITE POR LA DEFENSA DEL PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA

Noviembre 14 de 1998

 

Francisco Mosquera 1941-1994
 
 
Bogotá, noviembre de 1998
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