“Pacho” Mosquera:
quienes lo conocieron nunca lo olvidarán
Dos libros recientes sobre Francisco Mosquera resucitan el
pensamiento político del fundador, orientador y jefe del Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR.
Fallecido hace cinco años, Mosquera no alcanzó -como tantos
precursores o adalides de ideas- a ver reconocidas sus intuiciones y a llevar
adelante aquel ideario de pacífica resistencia civil que hoy casi toda
la sociedad colombiana comprende y comparte después de tantos años
de absurda violencia fratricida.
Ser jefe de un movimiento que se proclamaba revolucionario no significó
nunca para Mosquera propiciar la violencia y la barbarie. Por el contrario,
en toda su estrategia, en todos sus manifiestos, en todas sus consignas de
lucha, en todos sus lemas de propaganda, acentuó siempre la necesidad
de abrirle a nuestro proceso histórico un cauce pacífico. Revisar
sus escritos resulta hoy patético. Tenía razón las más
de las veces. Escribía y actuaba para un porvenir mejor que él
sabía ineluctable.
Tenía apenas 53 años -joven como Gaitán, como Galán,
como Camilo, los conocidos; y como Eduardo Rolón y Raúl Ramírez
los ignorados- y ya su cuerpo doctrinario entusiasmaba a las nuevas generaciones.
Jamás conocí a un líder de mayor carisma entre los jóvenes.
Su impacto sobre los universitarios especialmente, era asombroso. En algún
momento de su devenir -epopeya o locura- lanzó a toda una generación
a la aventura de abandonar la Universidad para fraternizar con las masas.
Su valor físico y moral lo condujo a ser el primer líder político
en rechazar el secuestro, sobre el que dijo “no hay causa, noble o vil,
que lo justifique”. Por ello Mosquera, como se comprueba en los dos
volúmenes citados (“Francisco Mosquera, Resistencia civil”
y “El Pensamiento de Francisco Mosquera” de Gabriel Mejía)
insistió en colocar entre los grandes objetivos nacionales “la
civilización de la contienda política”, de tal forma que
quienes recurran a cualquiera de las manifestaciones del vandalismo queden
aislados y reciban ejemplar sanción. Todavía hoy Colombia no
ha acabado de entender aquellas palabras y aún se sigue combatiendo
con esas armas prohibidas. Desde entonces no ha sido posible que la Nación
haga respetar la soberanía, democratice la justicia y prevenga el delito.
Para Mosquera, en párrafo sintético de Mejía, no puede
haber política sin el análisis concreto de las condiciones concretas,
y del contexto de las relaciones dependen la variedad y el movimiento de las
cosas. Un pensamiento profundo pero claro y sencillo, que buena falta hace
en las actuales mesas redondas. “La vida no tiene disyuntiva a aceptar
los retos que le imponen a cada paso las múltiples relaciones con el
mundo exterior, por pasajeras que ellas sean o parezcan; lo necesario termina
siendo modificado por la necesidad. La casualidad acaba con la causalidad.
La excepción con la regla. El azar con la ley. He ahí la clave
de todo”.
Se llevó de calle, como suele decirse en las competencias deportivas,
a toda su generación. Con modestia injustificada levantó, ladrillo
a ladrillo, la fábrica ideal de sus ensueños.
En su famosa carta en defensa de Germán Arciniegas -solo contra todos
los llamados intelectuales “de izquierda” -Mosquera subraya que
sin teoría no hay explicación de los problemas y recuerda que
“la historia americana es un desfile infinito de audacias, complejidades
e incongruencias que mantienen en lo sustancial una ilación permanente
y suscitan el más maravilloso desafío al pensamiento en todos
los campos”.
En tres temas que mantienen violenta actualidad, Mosquera se mantuvo siempre
a la vanguardia, con realismo y paciencia (Alberto Lleras decía “sin
prisa y sin pausa”):
1. La Revolución Cultural precede a la Revolución Política.
2. El problema agrario se condensa en pocas palabras: “tierras ociosas
sin hombres y hombres laboriosos sin tierras”.
3. La federalización, “otro solecismo parecido al del “revolcón”
y que dividirá a Colombia en territorios autónomos después
de 170 años de existencia de la república unitaria, significa
entregar desmembrado el país al águila imperial”.
Sus llamamientos por una auténtica concordia y su negativa a concurrir
a la primera “Comisión de paz” de Belisario Betancur, así
como su rechazo a cualquier tipo de “disparate terrorista”, leídos
en estos días dan muestra de la clarividencia que les faltó
a tantos otros movimientos y partidos embrollados en la madeja de la paz.
Coherencia y lucidez caracterizan sus textos. Muchos de ellos acogidos hoy,
naturalmente en su marco histórico, por serios observadores de la crisis
nacional. Páginas proféticas algunas y decididamente desconcertantes
otras, pero escritas siempre con responsabilidad y pasión de auténtico
dirigente. Creo que por eso quienes lo conocieron, de acuerdo o no con todas
sus ideas, nunca lo olvidarán.