El fogonero

El triunfo será de Pacho y de nadie más

Bogotá, Mayo 25 de 1999
Señor Don Gabriel Mejía

Mi muy y siempre estimado escritor:
Cuando Francisco Mosquera Sánchez nace en el municipio santandereano de Piedecuesta, el pueblo, colombiano ya hacía muchos años que tenía conciencia de nuestro propio valor de raza y había adquirido la idoneidad para gobernamos y poder subsistir como hombres libres. Es decir, nuestro prohombre llega en una cualquiera de las muchas noches comprendidas entre el arranque de un colombianismo auténtico y sus continuas y prolongadas decadencias, hasta desembocar en la tremenda crisis moral de la década de los años cuarentas.
Pero para ser exactos, nuestro gran hombre nace en las primeras horas de la noche del 25 de mayo de 1941. En ese momento, la naturaleza circundante se encontraba apacible, muy tranquila, sin ruidos, tan solo se escuchaban en el dormitorio el latido fuerte de los corazones de sus padres: Lola Sánchez Martínez y Francisco Mosquera Gómez. ¡Había llegado para ellos su primogénito! A quien sus verdaderos amigos llamarían más tarde Pacho Mosquera.
Cuando la partera depositó en mis brazos al recién nacido, mi primer hijo, sentí un estremecimiento por todo el cuerpo como le sucede a cualquier padre primerizo. Y al contemplar sus ojos vivarachos empeñados en mirarlo todo, en pretender investigar su nuevo medio, asombrado, recibí la tremenda sensación de que aquel niño estaba predestinado para algo muy grande. Intuía en él una inteligencia prodigiosa dedicada al servicio de los desposeídos y una constancia férrea en busca del saber, como único medio de prepararse para ser útil a su patria. Un ser humano que a los breves instantes de haber llegado a la vida y que parecía escaparse de los brazos de su padre para indagarlo todo, era indudablemente augurio de haber nacido un hombre importante, un gran líder, una persona interesante y necesaria para todos nosotros. Bienvenido Francisco, le dije, y deposité un beso en su frente.
De este hecho importante a hoy, se han arrancado muchas hojas de los almanaques, han pasado más de cincuenta años, algo así de un poco más de medio siglo, e infortunadamente usted y yo ya tuvimos que llorar no ha mucho la muerte de nuestro grande hombre. Vivió poco pero hizo mucho. De esto se tendrán que convencer todos los colombianos, quiéranlo o no, cuando comience a salir a la luz pública todo cuanto se está escribiendo acerca de este ilustre colombiano; como estadista, como orador y escritor, como líder y como visionario, lo mismo cuando se difunde su pensamiento para ejercer decente y sinceramente la política nacional o universal, sin demagogia y sin ventajas para nadie, teniendo en cuenta únicamente la equidad y el concepto claro de la supervivencia y la felicidad humanas.
Usted, mi caro escritor, tradujo con acierto y elegancia literaria gran parte del pensamiento de Pacho Mosquera para plasmado luego en un afortunado libro titulado El pensamiento de Francisco Mosquera. Lo felicito por su buen trabajo, y en nombre de toda la familia, y en el mío propio, le expreso nuestra gratitud por ese afecto y esa lealtad que fluye de sus líneas hacia nuestro común ídolo. Cada vez que leo su obra, admiro más ese cuidado y esa delicadeza en el manejo de los pensamientos de Pacho Mosquera, su sagrado legado a la humanidad, los que ya forman parte del patrimonio de Colombia.
Estoy seguro de que su libro comenzará a despertar entre sus lectores un colombianismo sano alrededor del pensamiento de Pacho Mosquera, frente a lo que fue su pelea contra el dogmatismo, su pasión por lo concreto, y su enorme preocupación permanente por no equivocarse en lo definitivo.
Usted y yo sabemos que Pacho Mosquera no sólo poseía una privilegiada inteligencia sino que también enriquecían su fascinante personalidad valiosos atributos: su amor al prójimo, su incansable capacidad de servicio, su querer inquebrantable de construir para las clases más necesitadas de Colombia una patria más amena y placentera, lejos de las manos sucias del imperialismo y pletórica de libertades responsables, donde aflorara la tranquilidad y la felicidad ciudadanas.
Con los poderosos documentos históricos que nos dejó Pacho Mosquera, donde abundan sus frases de sabiduría, sus ideas de oro y sus pensamientos claros, apuntando toda esta riqueza, siempre, a salvar a Colombia de las mezquinas presiones de todo tipo, de adentro y fuera de sus fronteras, y de las malditas fuerzas ocultas de la corrupción, se podría levantar con ellos en la plaza de Bolívar de Bogotá un inmenso monumento, muy alto, a la sensatez y a la reflexión, a fin de ver muy pronto el progreso de nuestros campesinos y de nuestros obreros, como lo quiso Francisco Mosquera Sánchez. Esta su ardua tarea de cuarenta años comenzada desde su infancia, la que nunca se vio opacada por una sola derrota, y ahora, en este momento histórico en que vivimos y con la tremenda solidez que le imprimió a sus objetivos revolucionarios, el triunfo final está asegurado, esté en las manos que estuviere. El triunfo será de él y de nadie más...
Le reitero mis felicitaciones por su libro, y me es muy grato suscribirme de usted como su obsecuente servidor.

Francisco Mosquera Gómez


Bogotá, agosto 1 de 1999