Ley general, engaño histórico
La apertura es la política del imperialismo para aplicar en nuestros
países en estos tiempos, y para ello utiliza a sus tradicionales
y emergentes intermediarios y lacayos. Los directos representantes de los
amos del norte en Colombia, han sido desde principios del siglo XX los partidos
tradicionales: El Liberal y el Conservador, exponentes y forjadores de la
alianza burgués-terrateniente, responsables de todas las calamidades
que sufren la nación y el pueblo.
El aperturismo impuesto por la panda Gavirista avanza impetuoso, dejando
a su paso ruina en todos los sectores productivos y hambre en el pueblo.
No queda hoy una sola institución del Estado que no haya sufrido
el impacto destructor de la “modernización” o que esté
amenazada de desaparecer por causa de ésta. Tal desastre nacional
ha sido posible por la obediencia ciega de los gobiernos, especialmente
por los de Gaviria, Samper y Pastrana a los dictámenes de Washington.
Para ello han contado con la colaboración de otros sectores que manifiestan
de palabra defender la soberanía nacional y los intereses de los
trabajadores, pero que en sus acciones hacen todo lo contrario, pugnando
por acomodarse y contemporizar con el régimen. Pregonan que a la
apertura hay que ponerle “corazón para humanizarla” o
que hay que cambiar de modelo y pasar del “capitalismo salvaje”
al “capitalismo humanista y social”. Desde el gobierno de Gaviria,
la salud y la educación, al igual que las distintas actividades productivas,
vienen sufriendo las consecuencias nefastas de la aplicación de la
apertura y las privatizaciones.
La Asamblea Constituyente de Gaviria, Gómez Hurtado, Serpa y Navarro
Wolf, aprobó la Carta de 1991. De este organismo hicieron parte dos
expresidentes de Fecode: Abel Rodríguez y Germán Toro. Gracias
a su gestión y como encargados de proponer los artículos correspondientes
al sector educativo, quedó consagrada la privatización de
la educación en Colombia. Si bien el Ceid-Fecode señala: "Es
indudable que la Constitución de 1991, le dio un duro golpe a la
Educación Pública, no solamente por haber permitido el cobro
de derechos académicos en las instituciones del Estado, sino por
haber definido la Educación Pública y la Privada como servicio
Público". (1) Lo que hizo falta decir es que a tal engendro
contribuyeron los mencionados constituyentes. A los maestros, estudiantes
y padres de familia no nos queda otro camino sino el señalado por
Francisco Mosquera: “No transijamos con ninguna de las disposiciones
lesivas al bienestar supremo de Colombia”. (2)
Con la Constitución de 1991, aclamada por el régimen Gavirista
y sus amigos, se ponen en movimiento los constitucionalistas y no constitucionalistas
desde diversas orillas: reformistas, liberales, conservadores, seudo izquierdistas,
guerrilleros amnistiados, sindicalistas y otros autodenominados revolucionarios,
para proponer con afán la necesidad e importancia de iniciar el proceso
de su reglamentación. En el caso de la educación, los sectores
políticos predominantes y mayoritarios en el Comité Ejecutivo
de Fecode, encabezados por Jaime Dussán y José Fernando Ocampo,
adujeron que antes que el propio Gobierno definiera la propuesta de la Ley
de Educación al Congreso, lo debería hacer la organización
de los maestros.
En febrero de 1993 Tribuna Magisterial, vocero del MOIR en el magisterio
decía: “Llevamos año y medio luchando por una Ley
General de Educación, que dentro de las limitaciones que impone la
Constitución de 1991 recoja las aspiraciones de nuestro pueblo”.
(3) No era posible en el 93, como no lo es hoy, conseguir, dentro del marco
aperturista de la Constitución, una reforma democrática de
la educación, porque el contenido de la carta política no
lo permite. A diferencia de las afirmaciones de Dussán y Ocampo,
de que “las decisiones sobre lo educativo no pueden seguir siendo
el reflejo de intereses políticos o de planes coyunturales, trazados
de acuerdo a la situación nacional e internacional, o a las motivaciones
gubernamentales del momento”, (4) nosotros señalamos que
el contenido y la financiación de la educación sí reflejan
los intereses políticos, predominantes en el poder del Estado, cualquiera
que sea la época y la situación nacional e internacional.
Aún más, en el editorial del primer número de Tribuna
Roja, Francisco Mosquera señaló: “El imperialismo
y las clases pro imperialistas no entregarán por las buenas ni uno
solo de sus privilegios. Esta es la más importante, la más
decisiva, la más clave de las experiencias de los pueblos del mundo”.
(5) En 1981, él mismo refiriéndose al movimiento estudiantil
ocurrido diez años antes, afirmó: “Los estudiantes
de aquella época se sumaron al combate por la revolución cultural
de nueva democracia y probaron que en su curso se pueden alcanzar determinadas
reivindicaciones. Ninguna de ellas, sin embargo, será suficiente
para conseguir un cambio definitivo e irreversible del actual sistema de
enseñanza, de la misma manera que ninguna reforma sustituye la revolución”.
(6)
Pero ya en agosto de 1999, Ocampo, en su artículo titulado, La Educación
Pública en Colombia: 1950-2000, escribe: “en la Ley General
de Educación, haberle quitado al Estado el control de los contenidos
por medio de la autonomía escolar, significó un hecho revolucionario
en la historia educativa de Colombia”, (7) y presenta como un
gran avance la suspensión del currículo único obligatorio
y uniforme impuesto por el Estado. Para el defensor de esta tesis, la autonomía
es el resultado de la iniciativa escolar y la eliminación del monopolio
estatal sobre los contenidos de los programas de estudio.
Son elementos esenciales para los revolucionarios, la financiación
estatal, la gratuidad y obligatoriedad y la libertad de cátedra en
la educación. Propugnamos una educación de calidad, no confesional,
de contenido científico, que auspicie la investigación, que
sirva al desarrollo nacional y haga aportes a la cultura universal. Y para
el desarrollo de estos propósitos es imprescindible el papel del
Estado. Desde la época de la independencia, la Ley por la que se
ordenaba el establecimiento de colegios y casas de educación en las
provincias de Colombia, señalaba que el plan de estudios será
“gratuito, común y uniforme” y que lo elaborará
el Gobierno Supremo, a quien se encarga también la reforma de las
constituciones particulares de los colegios ya existentes. Asimismo corresponde
al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de
la educación. Se han olvidado las lecciones históricas de
los prohombres del Siglo XIX, los primeros organizadores republicanos y
fundadores de la educación pública en el país, que
defendieron siempre el monopolio de la educación, la definición
de los contenidos y de los planes de estudio por parte del Estado.
Quienes no compartimos ni hemos sido coautores de la Ley General por considerarla
otro instrumento aperturista que contribuye al debilitamiento del Estado
y le sirve a los que propugnan por las autonomías regionales, manifestamos,
con toda claridad que no sólo nos oponemos a la privatización
de las empresas, bienes y riquezas de la Nación, sino también,
a que el poder central “ceda a cualquier título o en cualquier
grado, parte del territorio o de sus funciones, ya correspondan esta últimas
al manejo político, administrativo o presupuestal”. (8)
Los maestros contamos con un hecho ejemplarizante: La salud y la seguridad
social están funcionando dentro del marco de la Constitución
y la Ley 100 de 1993. Prácticamente el Estado ya no atiende este
servicio esencial, y lo dejó en manos del sector privado. El gobierno
continúa en la búsqueda para que la educación siga
el mismo calvario. La Ley 115 se erige en un medio para llegar a la meta
de acabar con la educación pública ¡No podemos caer
en la trampa!. Defender este derecho primordial, implica corregir el rumbo
de las políticas educativas desarrolladas por el gobierno, basadas
en la Constitución y en las leyes 60 y 115 de 1994. La Nación
debe ser responsable directa de la educación de los colombianos y
el pueblo se debe levantar en pos de conquistar este objetivo.
(1) Educación y Cultura, revista 55,
noviembre de 2000, pág. 23.
(2) Mosquera, Francisco, Resistencia Civil, Bogotá 1995, pág.
466.
(3) Tribuna Magisterial, febrero de 1993, Bogotá, pág. 1.
(4) Ley General de Educación, serie documentos No 9, ediciones Fecode,
enero de 1994, pág. 8.
(5) Mosquera Francisco, Tribuna Roja No 1, julio de 1971.
(6) Mosquera Francisco, Tribuna Roja No 38, mayo de 1981.
(7) Educación y Cultura, edición No 50, Bogotá, agosto
de 1999, pág. 45.
(8) Rojas, Ramiro, El Fogonero No 2, noviembre de 1998, pág. 3.