Por Espartaco Rodríguez
Hace treinta años se desarrolló
el movimiento estudiantil más extenso, consciente y vigoroso en la
historia del país, rubricado por el valor de miles de jóvenes
que se volcaron a las calles durante un año para enfrentar la política
educativa antinacional del gobierno de Misael Pastrana.
Quienes adelantaron esta gran lucha fueron influenciados, de una u otra manera,
por la revolución cubana, la confrontación entre el imperialismo
norteamericano, y el socialimperialismo soviético por el dominio del
planeta, el levantamiento de la Primavera de Praga, la revolución cultural
impulsada por Mao Tsetung en China, y las jornadas de mayo de 1968 en Francia.
En los albores del año de 1971 la educación pública cargaba
a cuestas un enorme déficit que mantenía al borde de la parálisis
a las universidades del Estado. La escasa investigación dependía
de los intereses y de la financiación de entidades extranjeras, en
su mayoría estadounidenses.
El día 7 de febrero se inició la huelga en la Universidad del
Valle originada por el nombramiento del decano de la Facultad de Ciencias,
un agente de la política universitaria financiada por las fundaciones
Rockefeller y Ford. Ese mismo día se extiende el paro a la Universidad
Tecnológica de Pereira y, el 19 de febrero, a la de Cúcuta.
El 26 del mismo mes el ejército reprimió a bala la multitudinaria
manifestación de los jóvenes caleños en el parque Belmonte
de la ciudad de Cali, dando como resultado más de veinte personas asesinadas.
Entre los caídos se encontraba el estudiante Edgar Mejía Vargas.
Con su muerte se desencadena el movimiento estudiantil que tras de sí
arrastraría a estudiantes, profesores de universidades y colegios tanto
públicos como privados y, en su desarrollo, se extiende a lo largo
y ancho del país, envolviendo a obreros, campesinos, intelectuales
y artistas. El régimen pastranista responde decretando el estado de
sitio.
El mayor acierto de este movimiento, y que consolidó el apoyo de las
masas, fue el señalar al imperialismo norteamericano y a sus testaferros,
la oligarquía liberal-conservadora, como los directos enemigos de la
nación y los causantes de conculcar, expoliar y sumergir en el atraso
a Colombia.
El Segundo Encuentro Estudiantil, realizado en Bogotá los días
13 y 14 de marzo, señala las reivindicaciones fundamentales para garantizar
una educación pública al servicio del país: una estructura
de poder con mayor participación de estudiantes y profesores, la financiación
estatal de la educación superior, la libertad de cátedra e investigación,
la orientación científica de los programas académicos,
el congelamiento de matrículas, la nulidad de los empréstitos
lesivos y la revisión de los contratos y documentos celebrados con
entidades extranjeras y la publicación de los mismos. Acabar con aquel
secular propósito de mantener en el oscurantismo a la sociedad colombiana,
le costaría a aquellos rebeldes armarse de paciencia y persistir en
las batallas que les depararía la larga jornada.
La respuesta de la administración de turno consistió en combinar
la represión castrense con la demagogia. En su pretensión de
sofocar el amotinamiento, ocuparon cuantas veces quisieron las universidades,
fustigaron a punta de fusil las manifestaciones y, en octubre, en Barranquilla,
a golpe de bolillo le destrozaron el cráneo al estudiante de secundaria
Julián Restrepo. Por el otro lado, el ministro de Educación
de entonces, Luis Carlos Galán, anunciaba una ley de reforma universitaria,
presentada al congreso en julio de 1971, que aunque en apariencia recoge parte
de las exigencias de los estudiantes, en la letra plasmó la política
oficial.
A los ataques del gobierno, se le sumaron las pretensiones divisionistas del
revisionismo y del oportunismo de izquierda representados por la juventud
del partido comunista, Juco, y del trotskismo, quienes adujeron la falta de
condiciones para la protesta e invitaron a “combinar las tareas académicas
con las acciones estudiantiles”, manteniendo la tesis de que no se debe
luchar por la reforma de la universidad mientras no se transforme el sistema.
Sólo la Juventud Patriótica orientada por el MOIR, supo detectar
las posiciones equivocadas, interpretar el estado de ánimo de las mayorías
y guiarlas por la vereda del triunfo.
Marcelo Torres, cabeza del levantamiento estudiantil, en reportaje aparecido
en 1981 en la revista Teorema, afirma: “Fue Francisco Mosquera,
el máximo dirigente del MOIR, sobre la base de la rica experiencia
que se desarrollaba ante nuestros ojos, quien señaló el enfoque
correcto del programa. A través de una serie de fructíferas
discusiones abrió paso a la tesis marxista-leninista consistente en
que a toda gran revolución social la antecede una profunda revolución
en la cultura”. (1)
Como el gobierno no pudo implantar su anhelada “normalidad académica”,
promulga el decreto 2070 de octubre de 1971 que establecía en la Universidad
Nacional un consejo directivo compuesto por dos estudiantes, dos profesores,
cuatro decanos, el rector o el ministro de educación y un exalumno
escogido por lo anteriores. Los candidatos de la Juventud Patriótica
obtuvieron la victoria por abrumadora mayoría. Posteriormente se implanta
el mismo sistema en la Universidad de Antioquia. La duración del cogobierno,
aunque corta, fue fructífera.
La educación en la época
de la apertura
Nos ha correspondido actuar en el momento histórico más oscuro
de la república en la que la apertura se ha impuesto contra la nación.
Hoy, a diferencia de las décadas de los sesentas y setentas, los cambios
que nos anteceden son de mayor envergadura: la retirada de todos los rincones
del mundo y posterior caída del socialimperialismo soviético;
China, la que fuera faro orientador para las naciones oprimidas, con la desapariión
de su timonel Mao Tsetung, perdió su rumbo, y la consolidación
de Norteamérica como potencia hegemónica y su rapaz saqueo de
todos los mercados del mundo.
De la apertura no se salva institución alguna que tenga importancia
en el desarrollo del país, entre ellas por lo tanto la educación.
La esencia de la ley 30 de 1992 para la educación superior y de la
ley 115 de 1994 para la educación básica es la total privatización
de la enseñanza pública, en otras palabras, poner a las instituciones
a buscar los recursos para su sostenimiento y eximir al Estado de la obligación
que tiene con el pueblo. La diferencia radica en el puño que las redactó,
la ley 30 por los designados de palacio, la ley 115 por la dirección
de la Federación Nacional de Educadores, Fecode. Magna traición
contra las masas de los que a sí mismos se dan el título de
representantes de éstas, al afirmar: “a diferencia de la
economía y la política, la educación tiene la característica
de poder avanzar por encima de todo condicionamiento, de tener la capacidad
de superarse aun en los momentos de mayor disolución social. Es posible
una revolución educativa y cultural, sin una revolución política”
(2), además, complementan esta falsificación argumentando que
el régimen no ha sabido interpretar el “espíritu"
de la ley. Tergiversan la tesis marxista leninista que Mosquera concretara
en 1971, de que la revolución cultural antecede a la revolución
política.
La revolución cultural se desenvuelve del mismo proceso revolucionario
en el cual la población se hace partícipe como motor de ésta,
¿desde cuándo las reivindicaciones básicas de la población
se han conseguido por el reformismo? Nunca. Se han conquistado por medio de
la lucha de las masas, por su unidad y su audacia, guiadas por una correcta
dirección proletaria.
Para salvar a Colombia no nos queda otra salida que convertir en práctica
la consigna del gran maestro de la revolución colombiana Francisco
Mosquera ¡Por la soberanía económica, resistencia civil!
Los estudiantes recogeremos, como nuestro, tal como lo hacía el Programa
Mínimo de 1971, la exigencia de la total financiación de la
educación e investigación por parte del Estado, la orientación
científica de los programas académicos y de la investigación
en beneficio de la nación, la libertad de cátedra, las condiciones
básicas para la estadía y desempeño de los estudiantes
en la universidad con un bienestar universitario que incluya residencias,
comedores, servicios de salud, recreación y deporte.
l. Reportaje con Marcelo Torres, “El
movimiento estudiantil de 1971”, Teorema N° 19, octubre de 1981,
pág. 20.
2. José Fernando Ocampo, “La educación pública
colombiana: 1950-2000”, Educación y Cultura N° 50, agosto
de 1999, pág. 44.