El fogonero

Para recordar sobre el primero de Mayo

Por Oswaldo Meneses

En el mes de mayo, cuando los trabajadores de todas las latitudes celebran su día, la situación para la clase obrera colombiana no puede ser más calamitosa, como consecuencia de diez años de apertura y de la postración de las camarillas que han contribuido a tan lamentable panorama, gracias, entre otras cosas, al papel de bomberos que juegan cada vez que las masas intentan levantarse.
Indices de desempleo nunca antes vistos; millares de hombres y mujeres lanzados de sus puestos de trabajo en los sectores público y privado, que engrosan las filas del subempleo y la informalidad, deambulan por las calles y esquinas de las principales ciudades, vendiendo toda clase de cachivaches para mitigar el hambre; y los que aún logran mantenerse en sus cargos hacen turno para el despido, al serles cercenadas sus garantías laborales con la ley 50 de 1990. Además se les disminuye la posibilidad de que con el paso de los años, el trabajador que logre sobrevivir, pueda disfrutar de una pensión, al haberse ampliado la edad mínima y las semanas de cotización, y al privatizarse este derecho con la nefasta ley 100 de 1993.

“Ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de educación”, era la consigna que en boca de los trabajadores norteamericanos retumbaba en las manifestaciones públicas, encaminada a la conquista de la jornada laboral de 8 horas, y que el primero de mayo de 1886 rubricaron, inclusive con su vida, los mártires de Chicago, Samuel Fielden, Augusto Spies, Michel Schwab, George Engel, Adolph Fischer, Louis Lingg, Oscar Neebe y Albert Parson, dejando así una valiosa enseñanza de lucha a las generaciones venideras.
Más de un siglo después la pelea continúa. Aunque la jornada de 8 horas se encuentra plasmada en las legislaciones existentes, las razones por las cuales los obreros colombianos deben seguir sus marchas, obedece a la arremetida gubernamental que busca el mayor abaratamiento de la fuerza de trabajo, en beneficio del capital monopolista, con una reforma laboral que comprende, entre otras cosas, la reducción de las tablas indemnizatorias, la remuneración simple de los dominicales y festivos, el no pago de horas extras y recargos nocturnos, y lo más grave, que conculca los pocos derechos existentes al permitir que se revisen los acuerdos convencionales por parte del empleador. Y qué decir de la resistencia que nos toca adelantar contra la nueva reforma pensional, si queremos evitar el mayor incremento en la edad mínima, en las semanas de cotización y la reducción al 50% de los porcentajes establecidos para las mesadas. A todo esto hay que agregarle las batallas en defensa de la industria nacional y la producción agropecuaria, y en contra de la privatización de la educación y la salud, el cierre de hospitales, el marchitamiento del ISS, la entrega a los extranjeros de las empresas públicas y el consecuente incremento de las tarifas de los servicios domiciliarios.

Una historia de unidad sindical
Francisco Mosquera, consciente del marcado predominio ejercido por los partidos de las oligarquías liberal-conservadora, y de las desviaciones del revisionismo en el seno de los sindicatos, y en pos de dotar a la clase obrera de una organización democrática al servicio de sus reivindicaciones, inicia esta tarea al frente del Bloque Sindical Independiente de Antioquia, extendiendo su influencia a los bloques del Valle y Santander.
Esta aspiración la concreta más tarde Mario de J. Valderrama, con la fundación de la Central de Trabajadores Democráticos de Colombia, CTDC, a la cual Mosquera saludó afirmando: “A los fundadores de la nueva confederación los han inspirado anhelos patrióticos y democráticos. Que no desmayen en el empeño hasta transformar esta esperanza en una realidad tangible para el proletariado colombiano”. (1) Luego se acerca a la Central General de Trabajadores, CGT, dando nacimiento a la Central General de Trabajadores Democráticos, CGTD.

Resistencia a la apertura
Cuando el régimen Gavirista, al desarrollar la política de apertura atentando contra el patrimonio del país, ofrece la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, Telecom, al capital extranjero, la organización de los trabajadores dejó inscrita una aleccionadora demostración de cómo se logra unificar a técnicos, obreros y personal administrativo, cómo se moviliza a gran parte del sindicalismo, y cómo se difunde el conflicto a nivel internacional, para salvaguardar la empresa en beneficio de toda la nación.
El arrodillamiento de las Centrales sobresalió como nunca en el gobierno de Samper. En primer lugar, por la falaz discusión alrededor de “la apertura con corazón" y del “capitalismo salvaje”. Y luego, por la postura tan servil que dirigencia sindical haya asumido con mandatario alguno, a tal punto que desde la mal llamada izquierda veían en el presidente al patriota capaz de redimir al pueblo colombiano de sus angustias, ocultando su verdadera naturaleza de lacayo y agente de la dominación imperialista.
El oficio de la dirigencia de las Centrales para opacar el grito de protesta de la muchedumbre desesperada, se evidencia en lo dicho por Samper, cuando afirma en su libro Aquí estoy, refiriéndose a la semana siguiente a las declaraciones de Botero de que “él sí sabía de las filtraciones de los dineros en la campaña”: “Por la tarde recibí una nutrida delegación de sindicatos. La actitud de las organizaciones sociales fue definitiva gracias, entre otros factores, a la tarea que cumplieron en su momento los ministros de trabajo, Orlando Obregón, proveniente del sindicalismo, Iván Moreno Rojas y Carlos Bula Camacho”. Se le otorgaba en esta forma el respaldo político requerido, actitud que más tarde sellaron los dirigentes máximos de las tres Centrales, cuando fueron a celebrar el primero de mayo en la Casa de Nariño. Pero todo no era entrega, gracias a la orientación política que ubicaba con precisión a los testaferros del imperialismo: se adelanta la huelga en la Caja Agraria que, además de defender los intereses propios, no escatimaba esfuerzos en desnudar a Samper como lacayo y discípulo irrestricto de la apertura.
Mosquera orientó al movimiento obrero para luchar contra el imperio y sus agentes como los causantes de todos nuestros males. Pero su temprana partida dio al traste con estos postulados. El MOIR, partido que fundó y dirigió Pacho hasta su muerte, durante el gobierno de Samper, ya sin su dirección, terminó sin distinción en la órbita del oportunismo, con la patraña de que “atacar a Samper era respaldar a los Estados Unidos”.

El cuatrienio de Pastrana
Vuelve y juega. El gobierno, engatusando y atentando contra los trabajadores, y las Centrales por su lado facilitándolo todo. Esto indica que las cosas seguirán como están. La dirigencia sindical, a fin de acomodarse a las formulaciones expuestas por las oligarquías y escurrirle el bulto a la confrontación, se casan con la tesis de que la apertura es un hecho, y que lo único que le corresponde al sindicalismo es forcejar para volverla más selectiva.
Sin embargo, las masas se ven obligadas a continuar batallando, a pesar de las incongruencias de los dirigentes, como se hizo palpable, en el mamotreto calificado como el “Moderno Memorial de Agravios”, que presentaron con motivo del paro del 31 de agosto de 1999, y recientemente, con el paro del pasado 22 de marzo que, sin preparación ni coordinación alguna, transcurrió sin ton ni son.
Pero además, el cuatrienio pastranista contiene un elemento esencial para tratar de acallar el descontento de los desposeídos. Las interminables conversaciones de paz, lo que circunscribe cualquier protesta y hasta los más disímiles aconteceres sociales a las mesas de negociación.
Pero todo no está perdido. Las masas laboriosas conservan su dignidad y altivez, y tendrán que salir a luchar, aun por encima de las maniobras de la dirección, para frenar la reforma pensional y laboral que el régimen pastranista, en complicidad con el “Ministro obrero” pretenden imponerle a los trabajadores.
Denunciemos y aislemos a los oportunistas infiltrados en el movimiento sindical. Preparémonos al lado de un verdadero partido del proletariado, continuando la brega hasta la victoria final.

1. Apartes del saludo de Francisco Mosquera en la fundación de la CTDC en agosto 6 de 1988. Resistencia civil, pág. 390

Bogotá, agosto 1 de 1999