Francisco Mosquera 1941-1994
El fogonero
Arafat a los 10 años de los acuerdos de paz
Bogotá, octubre 12 de 2003

 

 

Diez años después del 13 de septiembre de 1993, fecha en la que se suscribieron los acuerdos con Yitshak Rabin que apuntaban hacia el autogobierno palestino, las altas autoridades israelíes encabezadas por Sharon vienen proponiendo la expulsión de Ramala del máximo dirigente de la causa nacional palestina, Yasser Arafat; y hasta se atreven a insinuar a través de su viceprimer ministro, Ahud Olmert, que “matar al jefe palestino es una de las opciones”.

Por Gabriel Mejía

 

 

 

 

 

 

Yasser Arafat y Shimon Peres

En septiembre de 2001 estableciendo un valioso ejemplo de cómo se debe librar la lucha de los pueblos en este confuso período que vive la humanidad, Arafat dona sangre a las víctimas del World Trade Center de Nueva York, separando así la lucha de su pueblo del vínculo que Ben Laden pretende establecer entre su guerra y la solidaridad con la causa palestina. Arafat sorprende al mundo cuando comunica a Bush su disposición de unirse a la coalición internacional contra el terrorismo.
Pero aunque muchos lo desconozcan, la actitud de este líder histórico, no es nueva ni se reduce a fríos cálculos políticos. Si bien es cierto que su trayectoria revolucionaria comenzó a finales de los años cincuentas al fundar la organización terrorista al Fatah, desde 1968 propone un Estado palestino "laico y democrático", con igualdad de derechos para judíos, musulmanes y cristianos. En 1974, como presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se enfrenta a las posiciones extremistas y le da un viraje definitivo a su movimiento al reconocer la existencia del Estado de Israel, proceso que tiene su punto más alto en 1993, al suscribir en los jardines de la Casa Blanca, en Washington, el pacto donde se creaban las autonomías palestinas en la franja de Gaza, sobre el Mediterráneo, y en el área de Jericó.
A raíz del acuerdo, en los siguientes meses se estableció la administración palestina en esos territorios, se creó una policía propia, se liberaron algunos presos y se autorizó el retorno de los dirigentes de la OLP. Pero el magnicidio de Rabin a manos de un fanático judío el 4 de noviembre de 1995, unido a los brutales atentados suicidas de Hamas y la Yihad Islámica en territorio israelí, le imprimieron un curso aciago a un proceso que, no obstante desarrollarse con dificultades, apuntaba hacia un desenlace exitoso.
El cambio de interlocutores, primero Netanyahu y ahora Sharon, unido a la presencia de este extremismo islámico decidido a relanzar la vía del terrorismo, ocasionan a Arafat y a la causa nacional palestina innumerables problemas en el segundo lustro de los noventas y los primeros años de 2000. Hasta tal punto llegó la situación que, después del cerco de más de un mes en que Israel lo tuvo prisionero en la Mukata, el 8 de Mayo de 2002 Arafat, además de pedir que se le enviara de inmediato una fuerza internacional para restablecer la paz, declaró: “Llamo al gobierno de Estados Unidos, al presidente Bush y a la comunidad internacional a proveer su apoyo y la inmunidad necesaria para las fuerzas de seguridad palestinas, cuya infraestructura ha sido destruida por la ocupación israelí, para que puedan llevar a cabo e implementen sus órdenes y sus misiones y deberes para detener por completo cualquier plan terrorista contra civiles israelíes o civiles palestinos.”
Pero la actitud de los Estados Unidos no contribuye a solucionar el conflicto. En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaban de votar en forma negativa la resolución que exigía a Israel no expulsar ni asesinar a Yasser Arafat, se abstienen de condenar la intervención israelí en Siria y a través del portavoz del departamento de Estado, Richard Boucher, señalan que Arafat es más parte del problema que de su solución.
Pese a las declaraciones favorables de las Naciones Unidas y de la Unión Europea, de respaldar a Arafat y el Estado Palestino, así como al reciente pronunciamiento de Shimon Peres, ex presidente israelí que señala que el jefe de la Autoridad Nacional en los territorios autónomos de Cisjordania y Gaza, fue el único palestino que reconoció al Estado de Israel y comenzó negociaciones, Arafat continúa enfrentando los actos violentos protagonizados por los grupos fundamentalistas árabes, así como el incesante terrorismo desatado por Sharon. El temor de Bush de contrariar seriamente el poder económico de los judíos ha permitido desatar la más aterradora barbarie contra las ciudades palestinas. La masacre llevada a cabo en Jenim fue descrita por el enviado de la ONU, Terje Larsen, como “un horror que supera el entendimiento humano”. No otra cosa podía esperarse de Ariel Sharon, el mismo que en 1982 dirigió la criminal matanza de más de 800 civiles palestinos en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatilla al sur de Beirut.

 

 
 
bg