situación en este respecto deja hoy mucho que
desear”. Este telegrama, enviado el 28 de noviembre pasado por
el Comité Central del Partido Comunista y por el Soviet Supremo
de la URSS a Yasser Arafat, constituyó el ultimátum con
que el socialimperialismo advertía al líder palestino
que, de no someterse incondicionalmente a sus dictados, Moscú
seguiría adelante en su propósito de dividir la OLP. Las
actividades escisionistas del Kremlin en el seno de las milicias palestinas
han sido desarrolladas a través de Siria, país que controla
casi dos terceras partes del Líbano con más de 60.000
soldados.
Damasco se ha convertido en la punta de lanza de la URSS en el Medio
Oriente, desde cuando se suscribió, en 1980, el tratado militar
sirio-soviético. Luego de la invasión israelita al Líbano,
los rusos entregaron a Siria armas modernas por un valor superior a
los 2.000 millones de dólares. Entre el material suministrado
figuran 160 cazas Mig (incluidos algunos sofisticados Mig-23), 800 tanques
T-72, 200 vehículos blindados de transporte, 600 camiones y varias
baterías de misiles tierra-aire SAM-5 con un alcance de 300 kilómetros.
Adicionalmente, con el ejército sirio trabajan alrededor de 8.000
asesores militares soviéticos.
Gracias a sus relaciones con Siria, la Unión Soviética
pudo recuperar en gran parte la influencia perdida en el Cercano Oriente
después de su rompimiento con Egipto, hasta el punto de que sin
la aceptación de Damasco es prácticamente imposible un
arreglo pacífico de la crisis libanesa, amén de los perjuicios
que sus complots han causado a la integración de los palestinos.
Y fue precisamente con el objetivo de mantener bajo su absoluto control
a la OLP que Siria y la URSS promovieron su división en el momento
más difícil de la historia de este movimiento de liberación.
Los palestinos son víctimas una vez más de las intrigas
de Rusia y de su pugna con los Estados Unidos por el dominio de la estratégica
región.
“Divide para reinar”
La invasión israelita al Líbano, iniciada en junio de
1982, obligó a los destacamentos guerrilleros de la OLP estacionados
en el sur de aquel país a replegarse hacia el Valle de Bekaa,
área ocupada por las tropas sirias desde 1976. De la misma manera,
luego de resistir un sitio de tres meses tendido por el ejército
israelí, los últimos combatientes palestinos tuvieron
que abandonar Beirut, en septiembre del mismo año, para trasladarse
también a zonas controladas por Siria. Damasco, que desde hace
varios años ha tratado de ejercer una influencia predominante
en el seno de la OLP, quedó así en una posición
privilegiada para exigir el alinderamiento de dicha organización
con su política regional. Fue entonces cuando, el l de septiembre,
el presidente Reagan dio a conocer su famoso plan para el Cercano Oriente,
y, más específicamente, acerca de la cuestión palestina.
Según el planteamiento del mandatario estadinense, su gobierno
apoyaría cierta autonomía de los territorios árabes
ocupados por Israel (la margen occidental del río Jordán
y la Franja de Gaza); aquéllos, en asociación con Jordania,
formarían una especie de confederación. Por lo demás
Reagan aclaró que bajo ningún motivo era partidario de
la creación de un Estado palestino independiente. En medio de
esta crucial coyuntura la Casa Blanca, por vez primera desde la fundación
del Estado de Israel, presentaba una fórmula, desde luego insuficiente,
sobre el antiguo y enconado conflicto del Medio Oriente, la suerte del
pueblo palestino.
El imperialismo yanqui, en vista del duro golpe recibido por la OLP,
confiaba en solucionar a su modo la cuestión y presentarse ante
el mundo árabe como el garante de la paz y la seguridad en la
zona. Jerusalén rechazó de inmediato la iniciativa de
Reagan, mientras varios gobiernos europeos y árabes y algunos
sectores palestinos la criticaban pues no contemplaba el derecho de
los palestinos a la autodeterminación nacional.
Por su parte, Arafat evitó formular una negativa directa al plan
de Reagan. Y en febrero de 1983, el Consejo Nacional Palestino no sólo
reeligió a Arafat como presidente de su comité ejecutivo,
sino que de hecho dejó la puerta abierta para que su líder
adelantara acciones diplomáticas con Jordania. Hasta ese instante
todo parecía indicar que los palestinos seguirían el camino
de la negociación para conseguir, al menos en parte, algunos
de sus objetivos nacionales. En consecuencia, Arafat se entrevistó
con el rey Hussein de Jordania a fin de discutir la posibilidad de un
acuerdo con ocasión de la propuesta norteamericana. Entre tanto,
la URSS y Siria intrigaban para bloquear la táctica de Arafat,
ya que si el veterano dirigente lograba ventajas en las conversaciones,
el socialimperialismo no sólo perdería su influencia dentro
de la OLP, sino que Washington podría incrementar la suya en
el área. En abril, cuando Arafat y Hussein parecían estar
próximos a un principio de arreglo, el comité central
de Al Fatah, el grupo más poderoso de la OLP, instigado por disidentes
prosirios, repudió las conversaciones, las cuales hubieron de
ser suspendidas. La persistente negativa de Israel a discutir con Jordania
el plan de Reagan contribuyó asimismo al fracaso del esfuerzo
diplomático de Arafat. Un mes más tarde estallaba en el
Valle de Bekaa un motín entre los milicianos de Al Fatah. Damasco
se apresuró a brindar su respaldo a las facciones que se habían
rebelado contra Arafat, a quien acusó de ser un agente de los
Estados Unidos, y aquél, a su vez, denunció abiertamente
a Siria como promotora de la división en sus filas.
Arafat pierde una batalla y gana otras
Con la activa participación de soldados, tanques, artillería
y aviones sirios, los amotinados pronto hicieron retroceder a los 4.000
milicianos fieles a Arafat desde el Valle de Bekaa hasta el puerto de
Trípoli en el Norte del Líbano. Allí, asediados
por fuerzas muy superiores, los hombres de Arafat lucharon hasta diciembre
pasado, sin recibir ayuda de nadie, si se exceptúa el respaldo
moral de la Comunidad Europea a través de una declaración
emitida en octubre. Finalmente, el 21 de diciembre, los guerrilleros
leales partieron del Líbano hacia Túnez y Yemen del Norte
a bordo de barcos griegos. Pocos días antes tuvieron que soportar
el intenso bombardeo de las cañoneras israelitas, cuya misión
era impedir la salida de los combatientes de Arafat y, si fuere posible,
capturar o dar muerte al máximo dirigente palestino. Empero,
Washington intercedió para que la evacuación pudiera efectuarse
a pesar de la recalcitrante y provocadora actitud del régimen
sionista.
Tan pronto como hubo abandonado su último bastión, Arafat
acometió la lucha diplomática. Su entrevista con el presidente
egipcio, Hosni Mubarak, así como el respaldo que éste
ofreció, colocaron a la OLP en una posición ventajosa
para emprender negociaciones. Del mismo modo, el rey Hussein declaró
que Jordania estaba dispuesta a reiniciar los contactos con Arafat con
el objeto de examinar el futuro de las tierras ocupadas por Israel.
Además, a mediados de enero, en la reunión de la Conferencia
Islámica, que agrupa 45 países, Arafat logró que
esta entidad reconsiderara la exclusión de Egipto, medida que
se había tomado a raíz de los acuerdos de Camp David,
en 1979.
Si bien es cierto que Yasser Arafat perdió la batalla militar
de Trípoli, hay algo que las maquinaciones de la URSS y sus satélites
no han podido impedir: que aquél siga siendo el líder
indisputado del pueblo palestino y el reconocido representante de su
justa causa. Resulta poco menos que imposible tratar de solucionar la
cuestión palestina -y por lo tanto la crisis del Medio Oriente-
sin tener en cuenta la figura de Arafat. Sin embargo, el camino que
tiene por recorrer la OLP está preñado de dificultades
y peligros. No sólo tendrá que buscar la reunificación
de sus huestes, sino que tendrá que batallar en frentes diversos
contra las pretensiones hegemonistas del socialimperialismo, las maniobras
de los Estados Unidos y la política agresiva de IsraeI. Sólo
perseverando en una posición de independencia frente a las injerencias
foráneas podrán los palestinos alcanzar la ansiada meta
de crear un Estado propio que les permita regir sus destinos corno nación
libre.
Yasser Arafat ha tenido que ser protagonista de numerosos sucesos en
dos décadas de lucha por los derechos de su pueblo. Pero el más
significativo de todos es que con un gran arrojo y en circunstancias
de riesgo supremo se atrevió a desafiar las iras del Kremlin
y al poderoso ejército sirio, saliendo victorioso a la postre
y fortalecido políticamente ante las naciones árabes y
el mundo entero. De otro lado, los episodios del Medio Oriente dejaron
al descubierto la falsedad de la URSS, que habla del respeto a la autodeterminación
de los pueblos, y en particular del respaldo a los palestinos, cuando
en realidad lo que persigue es colocar a este movimiento de liberación,
teñido con la sangre de tantos mártires gloriosos, al
servicio de su negra bandera expansionista, corno lo viene haciendo
en Angola, Etiopia, Indochina, Afganistán y otras regiones del
globo.
“La unidad y cohesión de todos los destacamentos del movimiento de resistencia palestino y la estrecha cooperación de la OLP con los países árabes, primero y sobre todo con todos aquellos que están en las líneas frontales de la oposición a las intrigas agresivas y expansionistas de Estados Unidos e Israel en el Medio Oriente, constituyen una condición esencial del éxito del movimiento de resistencia palestino en su justa y valiente lucha. Notamos con preocupación que la