La mayoría de asociaciones, organizaciones
de estudiantes y grupos de las más variadas denominaciones, defienden
la aperturista ley 30 de 1992. De ella se han agarrado los rectores y los
consejos superiores para entregar la universidad pública al “libre
mercado”, sobresaliendo en esta labor Antanas Mokus, Manuel Moncayo
y Marco Palacios en la Universidad Nacional de Colombia, y Humberto Galarza
en la Universidad del Valle. Todo esto se ha hecho usando abierta o soterradamente
la norma. Asimismo, con la defensa de la supuesta “autonomía
universitaria” los oportunistas encubren la entrega de las caras conquistas
estudiantiles y su autonomía es la invitación al “tropel”
como el acto supremo de la anarquía.
También dentro de “todas las forma de lucha”, su táctica
preferida, se abren espacio en la academia con foros, conferencias y seminarios
sobre el respeto a los Derechos Humanos, al Derecho Internacional Humanitario
y a la Constitución de 1991, con el deseo de mantener vigente “el
pacto entre gobernantes y gobernados”. Los rectores desarrollan las
reformas a la velocidad de la pluma que las transcribió y la máxima
condena que reciben es el mote de “dictador” o “ilegítimo”.
La gran masa de jóvenes ve estupefacto su presente cuando lo que se
enarbola está contra la nación y sus gentes. Antaño,
el movimiento estudiantil los días 8 y 9 de junio, recordaba a sus
mártires caídos, hoy solamente los rememoran sus compañeros
de entonces.
La crisis que vive el movimiento estudiantil colombiano, no es otra cosa que
el reflujo al que han sido empujadas las fuerzas revolucionarias en su conjunto,
por el oportunismo enquistado en la dirección política de éstas.
Lenin en su libro ¿Qué hacer?, señaló tres períodos
que hasta ese momento había trasegado la socialdemocracia rusa. En
el primero “brotaron y se afianzaron la teoría y el programa
de la social democracia”; el segundo fue el “de la niñez
y la adolescencia” en que la “socialdemocracia aparece como partido”;
y en el tercer período despunta la dirección política
oportunista, aventurerista y terrorista que guía a las masas revolucionarias
al fracaso. Él mismo da tajante respuesta: “acabar con el tercer
período”. Las tareas que deben acometer las juventudes están
consignadas en el mosquerismo, arma ideológica de las fuerzas progresistas
colombianas, al señalarle al aguerrido movimiento estudiantil de 1971
que la revolución cultural antecede a la revolución política,
ante quienes se enfrascaron en discusiones bizantinas de reformismo les respondió
con la organización de los estudiantes que propugnaron un programa
mínimo, el cual contenía: la total financiación de la
educación e investigación por parte del Estado; la orientación
científica de todos los programas académicos y de la investigación
en beneficio de la nación; la libertad de cátedra, y las condiciones
básicas para la estadía de los estudiantes con un bienestar
universitario que incluya residencias, comedores, servicios de salud, recreación
y deporte; aspiraciones vigentes aún.