El fogonero

sobre prácticamente todo el planeta, precipitando los pueblos del Tercer Mundo a las más lamentables condiciones de miseria. El terrorismo de ambos extremos extendió sus abominables métodos causando desolación y espanto por todas las naciones. Ya en Afganistán como en Irak, en Chechenia, en Palestina y en Israel, en España o en el corazón financiero y militar de la gran potencia del Norte. En nuestra patria se ha convertido en una endemia que ataca en las grandes concentraciones urbanas o en los más alejados caseríos. Los horrores de ver niños, ancianos y madres secuestradas; la destrucción de viviendas y de edificios públicos, la voladura de puentes, de oleoductos y de medios de producción, se repiten día a día. La debilidad de las clases dirigentes y la tolerancia, por decirlo de algún modo, de ciertos sectores que se consideran de izquierda, terminaron por convertir estas prácticas criminales y seudorrevolucionarias, en un mal “necesario”, factible de ser “negociado”. La confusión, pues, reina en los amplios sectores de la población mientras el oportunismo hace su agosto.
Asimismo, en este período nos ha tocado soportar tres gobiernos que, aunque corresponden a circunstancias y tendencias diferentes, los caracteriza la entrega total a los ordenamientos del imperio y el obrar siempre en contra de las clases trabajadoras y más necesitadas. El de Ernesto Samper, viciado desde sus orígenes por la acusación de haber sido financiada su campaña con dineros provenientes del narcotráfico, utilizó todos los recursos del poder para permanecer en la Casa de Nariño. Con demagogia y levantando las banderas de un falso nacionalismo, al hacerse pasar como víctima de los Estados Unidos, logró atraerse el apoyo del oportunismo enquistado en las grandes centrales obreras y en algunos movimientos de izquierda. Lo siguió el nefasto período de Pastrana, que con su patraña de “paz” terminó fortaleciendo política y económicamente a las bandas guerrilleras que aterrorizan al país. Como respuesta, la mayoría de los colombianos, exasperados por las atrocidades cometidas por quienes se autodenominan redentores del pueblo, le dieron el mandato a Alvaro Uribe y a su programa de “seguridad democrática”. Aprovechando tal “popularidad”, se ha dedicado a sacar adelante todas las medidas antipopulares y lesivas “recomendadas por el Fondo Monetario Internacional. Contando con la complicidad de una concha dirigente corrupta, no ha escatimado esfuerzos para adelantar la labor aniquiladora de los sindicatos, llegando incluso a postrar al último bastión de los obreros, la USO, la misma que Mosquera consideraba “la niña de sus ojos” y que tan gloriosas batallas diera en el pasado en defensa de los intereses de la nación y de los derechos de las clases trabajadoras.
Por todo esto no es de extrañar que los revolucionarios, así como los verdaderos demócratas, nos encontremos todavía desconsolados ante la desaparición, hace diez años, de nuestro guía, y sintamos que el vacío que dejó será imposible, al menos durante mucho tiempo, de ser llenado cabalmente.

Sobre Francisco Mosquera se han escrito muy elogiosas palabras. Cuando Hernando de Jesús Taborda, el minero de Amagá nos cuenta que “Una vez lo fuimos conociendo, todo el mundo empezó a brindarle afecto, a brindarle cariño y a tenerle respeto”, o que “fue un gran maestro, le aprendimos a amar la lucha y también a amar la vida”, o cuando Jaime Piedrahíta Cardona, el candidato presidencial en 1978 del Frente por la Unidad del Pueblo que liderara el Moir, nos dice que: “Entre ellos, hay uno, el primero, grande por su honestidad intelectual, por su saber político, por su generoso espíritu revolucionario, (...): me refiero al inolvidable Francisco Mosquera. (...) hombre de luz y de batalla”, ellos, como muchos otros, sólo están expresando lo que las gentes que estuvieron al lado de Mosquera vieron en él, al hombre que sabía llegar al corazón de los humildes, que les sabía enseñar cómo amar y cómo combatir, al incansable defensor de los derechos de la nación colombiana, al compañero sencillo pero con una inmensa capacidad intelectual para entender y desentrañar los más profundos arcanos de las ciencias políticas y sociales.

Desde su juventud tomó la determinación de dedicar su vida y sus inmensas capacidades, a la causa de los desposeídos. Así se lo hizo saber a su padre, Don Francisco, cuando en carta que le enviara, por allá a principios de los sesentas, le confesaba que: “Me duele saber de la condición miserable del pueblo colombiano. Pero me aferro al convencimiento de que su redención palpita aún...”, y es con esa convicción que acoge con fervor la ideología del proletariado y se vincula al Movimiento Obrero Estudiantil Campesino, Moec, una de las organizaciones de izquierda que se fundara en Colombia buscando emular el triunfo, en 1959, de los rebeldes de la Sierra Maestra contra la dictadura de Fulgencio Batista y el imperialismo norteamericano.
Sin embargo, estando en Cuba, donde viajó a aprender sobre política revolucionaria, comprende rápidamente que se está interpretando de forma errónea el proceso cubano y que el modelo que ha construido Castro no resolverá los problemas de Latinoamérica. Sus estudios del marxismo y sobre la revolución de Mao, que realiza en las noches en la biblioteca de la Embajada China en La Habana, robándole tiempo al descanso, le permiten avizorar que son otros los caminos que han de recorrer los países del Tercer Mundo para alcanzar su soberanía y su bienestar. Que sólo el pueblo, la inmensa multitud de los pobres, formando un gran frente con los forjadores nacionales de riqueza, con los intelectuales y con todos aquellos que aman a la patria serán quienes alcancen el triunfo sobre sus explotadores: los grandes monopolios capitalistas y las oligarquías criollas, que se enriquecen a costa de nuestros recursos naturales y del sudor de nuestros trabajadores.
Regresa a Colombia, y en 1965 inicia, dentro del Moec, la gran batalla por convertirlo en un partido que interprete correctamente los intereses del proletariado y que sepa guiarlo en la portentosa tarea que representa la conquista del poder.
El primer paso consistió en combatir las tendencias “foquistas” que predominaban en el Moec, en otras palabras, el terrorismo y demás prácticas criminales tan frecuentes ahora en nuestros días. Pero esa posición categórica contra la utilización del secuestro, la extorsión y el asesinato como armas políticas o para resolver los conflictos sindicales, de una u otra manera se ha tratado de minimizar sino de ocultar.
Nunca dejó de reconocer que muchos de esos luchadores que tomaron las armas los movía verdaderos sentimientos patrióticos y antiimperialistas. Sin embargo, su posición fue siempre diáfana sobre este asunto y la defendió a través de toda su vida. En 1976, ante el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado, manifestaba: “El secuestro de Mercado no se compagina en ningún momento con las formas de lucha que la clase obrera colombiana adelanta para desenmascarar, aislar y expulsar de las filas del movimiento sindical a los esquiroles y vendeobreros”. Posición que reafirma en 1990 ante el secuestro de Francisco Santos con la contundente frase: “No hay causa, noble o vil que lo justifique”.
La otra medida que impulsa se refiere a conservar la autonomía del partido, proscribiendo las ayudas internacionales que recibía, y que habían terminado por corromper a la mayoría de los miembros de la dirección. Asimismo, condena la utilización de cualquier medio propio de la delincuencia común para financiar la causa revolucionaria, asegurando que el partido sólo debía depender de sus propios esfuerzos, que “si el pueblo no apoya con sus inagotables recursos a la revolución, no habrá quien la sostenga ni financie, dentro o fuera de nuestras fronteras.”
Y como el partido es del proletariado y tiene como mira precisamente servir al pueblo, en contra de la corriente equivocada, imperante en esa época, de despreciar el trabajo con las masas y sólo ver en el monte y las armas el único camino de la revolución, con un grupo de camaradas se vincula a los obreros. Se instala en Medellín y pronto llega, gracias a sus aptitudes, a la dirección del Bloque Sindical Independiente de Antioquia, el cual cobija a las principales organizaciones laborales de esa región. En 1969 logra la unificación de las fuerzas democráticas de los trabajadores, en contra de las direcciones traidoras de la UTC y de la CTC, alrededor del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, Moir, conformado por el Bloque Sindical Independiente de Antioquia, el del Valle, el de Santander, la USO y Fenaltracar, entre otros, además de algunas corrientes de izquierda. Con el Moir lanza el Paro Nacional Patriótico en defensa de los intereses de los trabajadores, amenazados por el gobierno antipopular de Carlos Lleras Restrepo, quien atentaba contra sus conquistas laborales y el derecho a la organización.
En enero de 1971, después de analizar profundamente la realidad colombiana para así poder aplicar correctamente las experiencias de la revolución China en nuestro suelo, culmina el proceso de construir un partido proletario, en el Pleno del Moec realizado en Cachipay. Allí se aprobaron los proyectos de programa y estatutos de los que debía ser el Partido del Trabajo de Colombia. Sin embargo, por razones prácticas, en 1972, combatiendo el abstencionismo en boga en esos momentos entre los grupos de extrema izquierda, lanza a su partido a las elecciones con el nombre del Moir.
A partir de ese momento, libra, durante casi cinco lustros, intensas batallas en defensa de los oprimidos y por la liberación del país, dejando un cúmulo de enseñanzas sobre todos los quehaceres de la actividad política. Sus aportes en el manejo de las alianzas y los enunciados sobre los programas mínimos planteados, se constituyen en los fundamentos sobre los cuales se ha de construir ese gran frente del 95 por ciento de la población que ha de derrotar a sus enemigos. Los análisis sobre los hechos que afectan el desenvolvimiento económico, expresan la profundidad y seriedad con que abocaba todos los temas. Y aunque no tuvo el tiempo suficiente, alcanzó a bosquejar algunos principios y tesis de gran contenido sobre la historia, el arte y la ciencia.
Hoy, cuando la miseria de los hogares colombianos ha adquirido dimensiones de tragedia, y la explotación de los monopolios y de la oligarquía alcanza niveles escandalosos; cuando el pueblo padece las peores condiciones, sin techo, salubridad y educación, cuánta falta hacen sus luces para guiar la lucha contra tanta ignominia.
El país viene de sufrir una aguda polarización política, fruto del siniestro proceso de paz del Caguán. La reacción al afianzamiento de las posiciones extremas, por múltiples razones, ha de traer nuevas tendencias hacia el centro. Eso al menos parece que estuviera ocurriendo, especialmente en las toldas del Partido Liberal con sus coqueteos a la “izquierda”, y con algunas manifestaciones aparentemente democráticas del Polo. De todas maneras, esta nueva situación se presenta propicia para crear mayor confusión entre las masas, el extremismo sacando a relucir sus pieles de oveja y el oportunismo haciendo demagogia con el discurso sobre “lo social”.
Por lo hasta ahora aquí escuetamente esbozado, por la postración en que se encuentran las organizaciones de los trabajadores, por la cada vez mayor miseria de los hogares, por los retos que representa una producción nacional deteriorada y una economía totalmente dependiente del capital monopolista extranjero, debemos, más que nunca apegarnos con todas nuestras fuerzas al pensamiento de Mosquera, a su valioso legado teórico. Tenemos que continuar, sin reposo alguno, la tarea de construcción de ese partido que ha de guiar a las masas al triunfo final. Ese ha sido nuestro compromiso desde el día de su muerte y seguiremos fiel en ello hasta el día que nuestra patria haya logrado conquistar su soberanía económica y haya derrotado a sus explotadores. Hasta el momento en que todos los colombianos podamos compartir con Francisco Mosquera su victoria, una victoria que indudablemente le pertenece.


Muchas gracias.
Julio 28 de 2004.

 

 
 

Bogotá, agosto 1 de 2004

bg

Ramiro Rojas

El primero de agosto de 1994 murió Francisco Mosquera. Desde esa fecha al presente, ha transcurrido un decenio en el cual la humanidad y Colombia en particular, han presenciado hechos cruciales para su historia.

El imperialismo impuso la apertura y la hegemonía norteamericana sentó sus reales