El fogonero
Resistencia civil fue el lema de sus últimos años, cuando había alcanzado una visión universal de los problemas. En 1991 decía: “hace 30 años me enfrenté y arrojé mis pretensiones al cielo, como vilanos al viento; soy ante todo un proscrito, como la clase obrera, y represento al millón de obreros de Colombia”.
Entre tantas de sus lecciones me gustaría hoy recordar algunas plenas de actualidad y cómo valoraba en toda su magnitud el papel del hombre en la transformación de la naturaleza y la sociedad. La historia no hace nada, no posee inmensas riquezas, no libra batallas. Es el hombre, real y viviente, el que lo hace todo, el que posee y combate; la historia no es como una persona aparte utilizando al hombre para conseguir sus objetivos; la historia no es sino la actividad del hombre persiguiendo sus propios fines.
Personalmente no concilió nunca con el diletantismo, el oscurantismo y la superstición y rechazó las bravuconadas imprudentes de los populistas de viejo y nuevo cuño.
Despreciaba a los jeques de la clase media que viven en palacios liliputienses, una sociedad basada en la pobreza de las mayorías y que no garantiza los intereses y el progreso del país, una clase dirigente que solo merece su reemplazo por una menos corrompida.
Diez años después no hemos logrado el restablecimiento de un pacto social aceptable y agonizamos en un país subsindicalizado, sin política, viviendo un golpe de estado legal que ha decretado la muerte de los partidos históricos, el reemplazo del poder soberano del congreso por conciliábulos de ayatolas, y del poder judicial por el imperio de las encuestas.
Esta nueva democracia plebiscitaria no puede mantenerse sin partidos políticos. La cadena de transmisión entre ciudadanos e instituciones parece obsoleta e inadecuada para el desafío de los nuevos tiempos. Mosquera sabía que sólo un llamamiento, una convocatoria nacional, podía ser una solución ante la crisis de una sociedad que sólo sabe apoyar escuelas de politología al servicio de los espías del mercado, pagados para intuir los deseos de la masa.
La importancia de un partido del trabajo, como él lo concebía, se determinaría así no por su fuerza ideológica sino por su capacidad de asumirse responsabilidades políticas serias, por dolorosas que sean.
Hace medio siglo el sociólogo sueco Teodoro Geiger escudriñaba el papel del intelectual y recordaba en su libro “Tareas y situación de la inteligencia en la sociedad”, que la inteligencia también tiene sus gigantes y sus enanos, y como en todas partes también en la inteligencia los enanos tienen la mayoría”.
En esta sociedad donde todo está en venta, donde lo que realmente sucede es diferente a lo que relatan y cuentan los medios, es indispensable tener mas cabeza que pulso. Una personalidad como Mosquera, valeroso político, escritor eficaz, crítico innovador, sabio estratega y buen táctico, tiene todas las de ganar en el damero de la historia. De ahí que sus escritos sigan teniendo actualidad y sean base para las ideas nuevas y los ideales creativos de una cultura socialista. De ahí que todos lo recordemos esta tarde con admiración y afecto.
 
 
Alberto Zalamea

Diez años ya... una década de ausencia en la que su voz vibrante y aleccionadora, ha dejado de abrir la estela de la historia para muchos miles de jóvenes que veían en Francisco Mosquera una esperanza de vida y de acción.
Su desaparición fue realmente una tragedia para todos aquellos que, descartando el cinismo dogmático de las clases dirigentes, pues hay varias, habían entrevisto en el fundador del Moir el camino de una política decente alejada de los cantos de sirena, fuesen de izquierda o de derecha, protagonistas de guerras o guerrillas.

Bogotá, agosto 1 de 2004
bg