El fogonero
PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA


email: elfogonero@elfogonero.org

email: elfogonero@elfogonero.org
Actualizado: Oct 12 de 2006

Sí! hoy más que nunca hay que levantarse para decir con voz segura que hay millares de patriotas dispuestos a enfrentar los retos de estos días difíciles.

El país no se ha recuperado de la profunda crisis económica que ha originado la apertura, la sociedad se encuentra absorbida por posiciones de extrema izquierda y de derecha, y el quebrantamiento de las normas y los atentados contra las personas continúan siendo el arma predilecta para acallar a los contradictores e imponer las ideas. El desempleo y el subempleo superan el cincuenta por ciento de la población económicamente activa, mientras las dos terceras partes de los hogares se hunden en la pobreza, sin vivienda, sin salud y sin educación. Por ello, y como única garantía para crear el clima propicio a los debates y a las acciones que requieren el avance del país y el bienestar popular, es imprescindible conformar una política de unidad nacional que permita conquistar la soberanía económica, la consolidación de la democracia, y el destierro de una vez por todas del asesinato, del secuestro, y demás prácticas criminales utilizadas para resolver las contiendas políticas y sindicales.

Estas consideraciones compendian el programa mínimo del que ha de ser el frente por la salvación nacional, que diera sus primeros pasos por allá en 1972, cuando unieron sus voluntades el MOIR de Francisco Mosquera y el Frente Popular de Alberto Zalamea.

La gran tragedia rural

El atraso económico y el precario desarrollo de las fuerzas productivas, tienen como causa principal el control que ha ejercido el capital monopolista extranjero, especialmente el norteamericano, en coyunda con un régimen que detenta el poder desde hace más de un siglo. El campo vive la gran tragedia. A los eternos problemas de carencia de tierra, de crédito, de asistencia técnica y de facilidades para la comercialización, se le agregan hoy los de la época: por una parte, el desplazamiento originado por los ataques de los grupos armados tanto paramilitares como guerrilleros, quienes no sólo expulsan a los campesinos de sus parcelas y a los terratenientes de sus haciendas, sino que terminan apoderándose de ellas, concentrando aún más la tenencia de la tierra; y como si esto fuera poco, el sector agropecuario, arruinado por la avalancha de productos subsidiados provenientes de los países capitalistas, tendrá que enfrentar la competencia que producirá el Tratado de Libre Comercio.

La apertura y la crisis

La industria nacional, en los tres lustros anteriores, vivió la peor crisis de su historia. Con la apertura, la producción quedó a merced del capital extranjero, y la estructura industrial, que bien o regularmente se iba forjando, terminó especializándose en talleres de maquila y produciendo sólo aquellos bienes que se ceñían a los intereses de las poderosas marcas monopolistas para un mercado globalizado. Lo que tanto se denunció, sucedió. Sólo subsisten aquellas empresas que logran exprimir al máximo la mano de obra en la competencia mundial por reducir los salarios a la mínima expresión y eliminar cualquier clase de prestación social para las masas trabajadoras, arrojándolas a la más desesperante situación de miseria. Los capitalistas, para sobrevivir, entregan sus empresas a los monopolios foráneos, ya en “alianzas estratégicas” o conformando las llamadas “joint venture” o simplemente participando como socios minoritarios.

La contienda por los mercados

Y, aunque en la actualidad existe una aparente mejora de la situación económica, ésta se cifra en fenómenos coyunturales, tales como los buenos precios del café, o los del petróleo y el carbón impulsados por el vertiginoso crecimiento de la economía china; por la abundancia de dólares originados en las cuantiosas remesas de los colombianos radicados en el extranjero o simplemente por el “lavado de capitales”. El aumento de las exportaciones, especialmente de textiles, confecciones y flores, se debe en gran parte a las preferencias arancelarias de la Aptdea, concedidas por el gobierno norteamericano, hasta diciembre de 2006, como “graciosa” compensación. Sin embargo, la permanencia de ese mejoramiento no es segura. La contienda por los mercados se ha agudizado al extremo y el enfrentamiento ya no sólo es con los decaídos tigres orientales, sino con los verdaderos dragones, China e India, convertidos ahora en los receptores de enormes cantidades de inversión extranjera provenientes del mundo capitalista.

El desmantelamiento del Estado

Los últimos gobiernos, atendiendo los mandatos del Fondo Monetario Internacional y ciñéndose a lo establecido por la apertura, desmantelaron el Estado, entregándole a los monopolios privados, especialmente a los extranjeros, los recursos naturales de la nación y las empresas estratégicas de los servicios públicos. Y para completar, violando la Constitución misma se creó la Constituyente de 1991, que terminó entregando, con la nueva Carta, el campo jurídico propicio a la “globalización” e instaurando la anarquía, la interinidad y la confusión en las reglas y la debilidad de las instituciones.

Colombia en la encerrona

Colombia cayó en la encerrona. Su “floreciente” desarrollo actual, quedó condicionado a la aceptación del Tratado de Libre Comercio (TLC): con el falso dilema de o se firma o el país se hunde en un profundo abismo. A los colombianos, golpeados aún por la apertura, ya se les anuncian elevadísimas tasas de desempleo, y hambre y miseria que superarán las catastróficas cifras del reciente pasado.

Pero el TLC tampoco significa una tabla de salvación, ni tampoco se le puede considerar como un mal menor para escoger. Nuestro mercado interior, fundamento del desarrollo nacional, y bastante reducido en la actualidad, no podrá crecer al quedar sometido a las leyes de oferta y demanda de un mercado mundial, altamente competido por países como Brasil, México, China, India, y otros más del Tercer Mundo, quienes en la lucha por sobrevivir no escatimarán esfuerzos para arrasar con sus competidores.

Una historia de delitos

La “narcodolarización” de Colombia data de hace varias décadas. La economía, la política e inclusive los movimientos insurgentes se encuentran viciados por este flagelo. El deterioro ha llegado a tal punto que para conocer la historia patria y la de los gobernantes de los últimos treinta años se tiene que acudir muchas veces a los expedientes de los juzgados y a las “memorias” de delincuentes convictos y no convictos.

La democracia y las normas han sido desterradas de los debates políticos o sindicales, prefiriéndose los medios violentos para resolver cualquier clase de conflicto. La institucionalidad se tambalea constantemente y el terrorismo azota a la república. La “paz” y el “diálogo” preconizados especialmente desde principios de los ochentas terminaron por fortalecer a las guerrillas. Estas aprovecharon tan satisfactoria situación para impulsar su consabida “combinación de todas las formas de lucha” y copar todo el país; triplicando los veintitantos frentes que tenían por esa época; y con intimidaciones y asesinatos enfrentaron a sus contradictores, terminando por desalojar del campo a aquellos movimientos que, como el MOIR de Mosquera se habían vinculado a las masas campesinas desde varios años antes. A sangre y fuego terminaron por consolidar una organización de exterminio, extorsión y narcotráfico. La tolerancia y el cúmulo de desaciertos de las clases dirigentes continuaron pese a los reiterados llamamientos de Francisco Mosquera por crear un frente que salvara a la nación.

Así se llegó a la más nefasta política de entrega a las fuerzas insurgentes, incluso sacrificando la unidad territorial: en el proceso de paz del Caguán, bajo el mandato de Andrés Pastrana. Los asesinatos, los secuestros, la extorsión, los atentados contra las torres de energía, los oleoductos, y otros medios de producción y transporte, se extendieron por todo el territorio patrio. Lo que siguió es historia reciente.

La seguridad democrática y el apaciguamiento

Bastó un discurso sobre “seguridad democrática” y en contra de la ya tradicional política de apaciguamiento, para que las mayorías colombianas, desesperadas por la situación reinante de terrorismo y caos, se decidieran por Uribe Vélez, quien obtuvo una contundente victoria electoral para alcanzar la presidencia de la República. Su popularidad, aunque han pasado más de tres años de gobierno, continúa igual. Los actos terroristas, como el perpetrado contra el senador Vargas Lleras y los asesinatos del exparlamentario Carlos Lozada y de varios dirigentes políticos del Valle, anuncian que el proceso electoral que ha de elegir al primer mandatario y a los congresistas para el período 2006 – 2010, tal como ocurriera en ocasiones anteriores, transcurrirá en medio de atentados a los candidatos de todos los matices.

Desterrar todos los métodos extremistas

Llaman la atención, sin embargo, los recientes pronunciamientos de organizaciones sindicales y de algunos partidos de “izquierda” contra la violencia en el país y en el exterior, tal como los expresados por los dirigentes del Polo Democrático, Antonio Navarro y Gustavo Petro, el primero al condenar la “combinación de todas las formas de lucha” y el segundo al manifestar que “la popularidad de Uribe se debe al terror que el pueblo colombiano siente por las guerrillas”. Pero se requiere mucho más que eso para sacar al país del infierno del terrorismo.

Se hace imprescindible la unidad de toda la nación para desterrar de una vez por todas los métodos extremistas: que no se vuelvan a esgrimir en Colombia al mismo tiempo el diálogo y las bombas, los fusiles y los votos, tan caros a los movimientos de extrema. Que las controversias políticas y sindicales se desarrollen en un ambiente democrático, sin artimañas y menos aún bajo el imperio de las armas. No volver a la “amnistía”, “los viajes al río Duda”, “el suspenso del teléfono rojo”, como tampoco a los despejes de “Las Delicias”, ni mucho menos a los “pactos de la Sombra” y a las romerías del oportunismo de todos los pelambres en el Caguán.

El problema social no determina la insurrección, ni se puede extorsionar a un gobierno exigiéndole realizar las grandes reformas que indudablemente requiere el país, como requisito para solucionar lo que se ha dado por denominar “el conflicto armado”. Posiciones dubitativas, o la utilización demagógica de la miseria del pueblo colombiano para tratar de explicar la existencia de las fuerzas insurgentes o la ejecución de actos terroristas, además de ser una falacia, sólo aplazan y dificultan la conquista de la paz. Asimismo, no podemos demandar del Estado medidas punitivas especiales, pero sí claridad y consistencia, respeto a las normas y a las reglas del juego democrático.

Si algo hay equivocado en política es precisamente la utilización del terror para conseguir sus propósitos. El ataque al Pentágono y la destrucción de las Torres del World Trade Center en Nueva York, considerado el “corazón del imperialismo” no logró colapsarlo. Al contrario, la debacle económica que se cernía sobre la gran potencia del Norte, al iniciarse el milenio, se diluyó gracias al respaldo y solidaridad de la inmensa mayoría de los países, inclusive de sus más enconados rivales. Asimismo, le permitió movilizar su portentosa maquinaria bélica, motor indiscutible del poder económico del imperio.

La invasión y destrucción de Irak y la posterior “reconstrucción”, dieron sus resultados: la economía norteamericana, en los últimos tres años se alejó del punto crítico en que se encontraba antes del 11 de Septiembre, aplazando momentáneamente la crisis. Pese a los miles de muertos de ambos lados, a la proliferación de los atentados terroristas, a las debilidades y enormes desaciertos de Bush, la mejoría en la situación económica de la sociedad norteamericana facilitó su reelección.

Falta una política que oriente a los pueblos del continente

Mientras tanto, en varias repúblicas latinoamericanas comienzan a hacer carrera y a tener éxitos electorales algunas posiciones antinorteamericanas. Pero todavía no se vislumbra en ninguna parte una política clara que oriente a los pueblos del continente en la lucha por su redención. Un populismo acompañado de una buena dosis de frases contra Bush y contra los dictados del Fondo Monetario Internacional, han llevado al poder a Chávez en Venezuela, y recientemente a Evo Morales en Bolivia, mientras que los gobiernos de Brasil, Chile, Panamá, Argentina y Uruguay, pretenden navegar por un socialismo más centrado, sin que ninguno de los dos bandos renuncie al mundo de la “economía de mercado”, a la apertura.

Programa mínimo frente a la salvación nacional

La defensa de la actividad productiva; el apuntalamiento de la autodeterminación nacional; la atención a los requerimientos y necesidades de las masas trabajadoras y del pueblo; y el acatamiento a las reglas de juego establecidas, así como el rechazo a la utilización de los métodos criminales en las lides partidistas, resumen el programa mínimo planteado por Mosquera en 1986.

Ante la falta de un movimiento democrático que realmente oriente a las masas y que no termine sirviendo a los intereses de los grupos de extrema, enmascarándose tras posturas socialdemocrateras o “humanitarias”; y por considerar de incuestionable actualidad y corresponder a los anhelos de la inmensa mayoría del pueblo colombiano, recogemos el llamamiento de Mosquera en estos cuatro puntos alrededor de los cuales deben aglutinarse los distintos contingentes y personas que se preocupan por el porvenir del país y que deben constituirse en política de Estado que guíe a Colombia en la senda del desarrollo:

Soberanía

Luchar por la soberanía económica y contra todo acuerdo que impida el libre desarrollo de las fuerzas productivas, como requisito para salir del atraso al que nos han sometido los grandes consorcios extranjeros, hoy agudizado por la apertura y la “globalización” y que complementará el Tratado de Libre Comercio. Oponerse a cualquier pretensión que atente contra la unidad nacional o a que el Estado ceda parte de sus funciones tanto en el manejo político, como administrativo o presupuestal. Asimismo propender por relaciones internacionales económicas y políticas en un nivel de igualdad y colaboración mutua con todas las naciones del mundo, respetando siempre el derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Defensa de la producción nacional

Defender la producción nacional tanto en el campo como en la ciudad, en aras de desarrollar el mercado interior. Fortalecer la economía estatal y detener el proceso de privatizaciones. Que se confisquen los bienes obtenidos a través de medios ilícitos, ya sea con dineros provenientes del narcotráfico o por la utilización de la violencia y la extorsión, y con ellos iniciar las reformas agraria y urbana que tanto necesita el país colombiano.

Atención a las necesidades del pueblo

Atender las innumerables necesidades de la población, propiciando toda política que ayude a aumentar el empleo; que proporcione vivienda digna a las familias, y que asegure la salud, la educación y la recreación de los colombianos.

Unidad nacional contra los métodos criminales

Llamar a la unidad de toda la nación para que se respeten las normas y se extirpen para siempre los métodos criminales que impiden el ejercicio libre del debate de ideas, posiciones y planteamientos. Rechazar categóricamente la práctica de los crímenes atroces y más cuando se escudan tras fines políticos o sociales, y exigir la liberación de todos los que se encuentran secuestrados cualquiera sea su motivación.


Bogotá, febrero 22 de 2006

Orlando Ambrad, dirigente político; Paulina Castañeda, dirigente popular; Eliécer Benavides, ex presidente de la USO; Alberto Zalamea, escritor; Ramiro Rojas, dirigente político; Leonel Giraldo, escritor; Herman Redondo, médico; Saúl Bernal Castro, dirigente campesino de Córdoba; Edilberto Pérez, presidente ACEB Bogotá; Esteban Navajas, escritor y director de teatro; Fernando Wills, editor; Gabriel Iriarte, editor; Gabriel Mejía, dirigente político; Jaime Obregón, ingeniero; Pedro de Andrei, periodista radio Ondas del Caribe en Santa Marta; Jorge Chávez, dirigente Sindess Sucre; Adolfo Ramos, dirigente nacional de la salud; Eduardo Bastidas, galerista; Oswaldo Meneses, dirigente sindical de ACEB; Felipe Negrete Ballesta, dirigente ambiental y de los pescadores del bajo Sinú; Fernando Rodríguez, obrero; Marcos Martínez del Toro, periodista; Myriam Rodríguez, dirigente femenina; Espartaco Rodríguez, dirigente juvenil; Patricia López Castañeda, estudiante; Alfredo Lozano, líder de usuarios públicos en Guacarí; José Manuel Olaya, dirigente popular; Florinda López, dirigente de la salud de Boyacá; Julio Sepúlveda, estudiante; Jesús Antonio Pardo presidente de Asobander; Pablo Paternina, compositor; Teófilo Arango, magisterio de Córdoba; Vilma Cassa, ingeniera; John Jairo Velasco, estudiante; Maria Nury Velásquez, arquitecta; Rogelio Miranda, pensionado de Magangué; Alfredo León Leyva, periodista; Carmen Pérez, abogada; Jairo Quintanilla, dirigente de los pensionados de Ecopetrol; Juana Rodríguez, estudiante; Héctor Cousil, trabajador de la salud; Gilberto Acosta Madera, campesino; Arles Pulido, ingeniero agrónomo; Horacio Santos, trabajador de la Caja Agraria, José María Ramos, magisterio de Córdoba; Leyda Salgado, tejedora; Carmelo García, dirigente Sindess Seccional Sucre; Miguel Osvaldo Martínez, magisterio Cundinamarca; Eulices Hernández, obrero; Lácides Mont Arrieta, líder comunitario Sucre; Edgar Jiménez, ingeniero; Ana María Lizarazo, auxiliar de enfermería; Mauricio Méndez, estudiante; Omar Tenjicá, estudiante; Rodrigo González, estudiante, Germán Leonardo Barragán, obrero; Jasmine Buitrago, estudiante; Edgar Sarmiento, representante estudiantil; Genifer Vargas, estudiante; Cesar Contreras, dirigente sindical de la salud Sucre; Soreli Ramos, estudiante; Santiago Rodríguez, obrero; Mauricio Nieto, estudiante; Lina María Martínez, estudiante; Francisco Cruz, vigilante.

Movimiento por la salvación nacional plantean dirigentes democráticos ajenos al electorerismo y en contra de todos los métodos violentos

Nunca como hoy necesitó la Nación colombiana un derrotero capaz de devolverla a los caminos de la civilidad que la caracterizaran en los años de su grandeza. Se ha dicho y se sigue diciendo que no vale la pena luchar por los valores de las civilizaciones. Y sin embargo, resulta evidente que es indispensable el acuerdo de los ciudadanos que en todo el mundo buscan la paz, la justicia y la felicidad.

Hoy, más que nunca, los obreros, los campesinos, los indígenas, los productores, los profesionales, los artistas, los estudiantes, y en general las organizaciones sociales y religiosas y los partidos y movimientos democráticos comprometidos con las luchas populares, debemos todos unir nuestros esfuerzos si queremos superar los males inveterados que padece Colombia.

Apostillas sobre hombres que derriban estatuas
Por Juan Leonel Giraldo
"Se ha querido también hacer culpable a Colón del genocidio y el saqueo cometidos por los conquistadores, y de la introducción de la
esclavitud en el Nuevo Mundo. (...) Pero aquella era la bárbara norma de esos tiempos siniestros. Por entonces, la que se suponía la mayor empresa ética del mundo occidental, era un imperio dedicado al pillaje y a la extorsión, regentada por Papas patibularios que lo mismo se solazaban en atender a sus concubinas como en destilar letales venenos para asesinar a sus rivales". VER ARTICULO COMPLETO
 
 
Francisco Mosquera 1941-1994

No. 7 - Director: Adolfo Ramos


www.elfogonero.org

Bogotá, Abril 6 de 2006

bg hb bbbbb