"Pacho" Mosquera: quienes lo conocieron
nunca lo olvidarán
Alberto Zalamea
Dos libros recientes sobre Francisco Mosquera
resucitan el pensamiento político del fundador, orientador y jefe
del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR.
Fallecido hace cinco años, Mosquera no alcanzó -como tantos
precursores o adalides de ideas- a ver reconocidas sus intuiciones y a llevar
adelante aquel ideario de pacífica resistencia civil que hoy casi
toda la sociedad colombiana comprende y comparte después de tantos
años de absurda violencia fratricida.
Ser jefe de un movimiento que se proclamaba revolucionario no significó
nunca para Mosquera propiciar la violencia y la barbarie. Por el contrario,
en toda su estrategia, en todos sus manifiestos, en todas sus consignas
de lucha, en todos sus lemas de propaganda, acentuó siempre la necesidad
de abrirle a nuestro proceso histórico un cauce pacífico.
Revisar sus escritos resulta hoy patético. Tenía razón
las más de las veces. Escribía y actuaba para un porvenir
mejor que él sabía ineluctable.
Tenía apenas 53 años -joven como Gaitán, como Galán,
como Camilo, los conocidos; y como Eduardo Rolón y Raúl Ramírez
los ignorados- y ya su cuerpo doctrinario entusiasmaba a las nuevas generaciones.
Jamás conocí a un líder de mayor carisma entre los
jóvenes. Su impacto sobre los universitarios especialmente, era asombroso.
En algún momento de su devenir -epopeya o locura- lanzó a
toda una generación a la aventura de abandonar la Universidad para
fraternizar con las masas.
Su valor físico y moral, lo condujo a ser el primer líder
político en rechazar el secuestro sobre el que dijo “no hay
causa, noble o vil, que lo justifique”. Por ello Mosquera, como se
comprueba en los dos volúmenes citados ("Francisco Mosquera,
Resistencia civil" y "El pensamiento de Francisco Mosquera"
de Gabriel Mejía) insistió en colocar entre los grandes objetivos
nacionales “la civilización de la contienda política”,
de tal forma que quienes recurran a cualquiera de las manifestaciones del
vandalismo queden aislados y reciban ejemplar sanción. Todavía
hoy Colombia no ha acabado de entender aquellas palabras y aún se
sigue combatiendo con esas armas prohibidas. Desde entonces no ha sido posible
que la Nación haga respetar la soberanía, democratice la justicia
y prevenga el delito.
Para Mosquera, en párrafo sintético de Mejía, no puede
haber política sin el análisis concreto de las condiciones
concretas, y del contexto de las relaciones dependen la variedad y el movimiento
de las cosas. Un pensamiento profundo pero claro y sencillo, que buena falta
hace en las actuales mesas redondas. “La vida no tiene disyuntiva
a aceptar los retos que le imponen a cada paso las múltiples relaciones
con el mundo exterior, por pasajeras que ellas sean o parezcan; lo necesario
termina siendo modificado por la necesidad. La casualidad acaba con la causalidad.
La excepción con la regla. El azar con la ley. He ahí la clave
de todo”.
Se llevó de calle, como suele decirse en las competencias deportivas,
a toda su generación. Con modestia injustificada levantó,
ladrillo a ladrillo, la fábrica ideal de sus ensueños.
En su famosa carta en defensa de Germán Arciniegas -solo contra todos
los llamados intelectuales “de izquierda”- Mosquera subraya
que sin teoría no hay explicación de los problemas y recuerda
que “la historia americana es un desfile infinito de audacias, complejidades
e incongruencias que mantienen en lo sustancial una ilación permanente
y suscitan el más maravilloso desafío al pensamiento en todos
los campos”.
En tres temas que mantienen violenta actualidad, Mosquera se mantuvo siempre
a la vanguardia, con realismo y paciencia (Alberto Lleras decía “sin
prisa y sin pausa”):
l. La Revolución Cultural precede a la Revolución Política.
2. El problema agrario se condensa en pocas palabras: “tierras ociosas
sin hombres y hombres laboriosos sin tierras”. 3. La federalización,
“otro solecismo parecido al del “revolcón” y que
dividirá a Colombia en territorios autónomos después
de 170 años de existencia de la república unitaria, significa
entregar desmembrado el país al águila imperial”.
Sus llamamientos por una auténtica concordia y su negativa a concurrir
a la primera “Comisión de Paz” de Belisario Betancur,
así como su rechazo a cualquier tipo de “disparate terrorista”,
leídos en estos días dan muestra de la clarividencia que les
faltó a tantos otros movimientos y partidos embrollados en la madeja
de la paz.
Coherencia y lucidez caracterizan sus textos. Muchos de ellos acogidos hoy,
naturalmente en su marco histórico, por serios observadores de la
crisis nacional. Páginas proféticas algunas y decididamente
desconcertantes otras, pero escritas siempre con responsabilidad y pasión
de auténtico dirigente. Creo que por eso quienes lo conocieron, de
acuerdo o no con todas sus ideas, nunca lo olvidarán.