El fogonero
Francisco Mosquera
21 autores en busca de un personaje
II - Prólogo Ramiro Rojas
III - Unámonos en la defensa de la nación Ramiro Rojas
IV - El triunfo será de Pacho y nadie más Francisco Mosquera Gómez
V - Libro póstumo de Francisco Mosquera Juan Leonel Giraldo
VI - Enfrentemos al imperialismo en apoyo al pueblo serbio Ramiro Rojas
VII - Soneto a Myriam Francisco Mosquera
VIII - Quienes lo conocieron nunca lo olvidarán Alberto Zalamea
IX - Hombre de luz y de batalla Jaime Piedrahita Cardona
X - Una alianza de varios años Consuelo de Montejo
XI - Cuánta falta hace hoy un líder como Pacho José Fernando Isaza
XII - Entre cañaduzales nos relata el origen del MOEC Oscar Rivera
XIII - No hay otro camino Hernán Taborda
XIV- Para resaltar: su calor humano Eliécer Benavides
XV - Los pies descalzos, tarea de gigantes Pedro Contreras
XVI - Recuerdos de un descalzo Jaime Obregón
XVII - Evocación de Pacho Mosquera Alba Lucía Orozco
XVIII - Lo que más me marcó: su claridad Fernando Wills
XIX - Al conocerlo entendí por qué lo seguían Herman Redondo Gómez
XX - El amigo, quien me ayudó a caminar la vida José María Gómez
XXI - La burguesía reconocerá que él tuvo la razón Orlando Ambrad
XXII - Una aventura intelectual permanente Ricardo Camacho
XXIII - Su verbo y sus ideas me cautivaron Esteban Navajas
XXIV - Perenne ejemplo de un revolucionario y un pensador universal Orlando Acosta
XXV - Acerca del estilo de Francisco Mosquera Gabriel Mejía
XXVI - Un Lenin de América Juan Leonel Giraldo
XXVII - Resistencia Civil: paradigma de su existencia Alberto Zalamea
INTRODUCCIÓN
El 1º de agosto de 1999 salió
a la luz pública la edición No. 3 de El Fogonero, en conmemoración
del quinto aniversario de la muerte de Francisco Mosquera. Allí aparecieron
algunas semblanzas escritas por Alberto Zalamea, Jaime Piedrahíta Cardona,
Juan Leonel Giraldo y por el padre de Pacho, don Francisco Mosquera Gómez.
Asimismo, se incluyó el poema a Myriam, dedicado por Mosquera a quien
fuera su compañera durante los últimos años de su vida.
El Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera y el Instituto
Francisco Mosquera, en su afán por divulgar las ideas de este preclaro
marxista colombiano, creyó conveniente no sólo recoger estos
valiosos materiales en un libro sino ampliar el número de los autores.
Obviamente no aparecen en este volumen todas aquellas personas que pueden
o quieren decir algo sobre Mosquera. También sabemos que alguno se
sentirá motivado, tal vez desde otro punto de vista, a expresar sus
conceptos sobre nuestro maestro, y a alguien más lo impulsará
el deseo de refutar o aclarar lo aquí dicho. De todas maneras, sea
bienvenido el debate y todo cuanto se publique al respecto, pues estamos convencidos
de que las ideas y los planteamientos de Mosquera continúan dando respuesta
al cúmulo de inquietudes que hoy día abruman al pueblo colombiano
y que su difusión sólo bienes reportará a nuestra patria
y a su pueblo.
Excepto el Secretario General del Comité y el Director del Instituto,
ninguno de los autores pertenece a alguno de los grupos en los cuales se escindió
el MOIR. Son personalidades de reconocida presencia en los diferentes ámbitos
de la vida pública de Colombia, políticos, empresarios, escritores,
científicos, artistas, que muy amablemente respondieron a nuestra solicitud
de rendirle un homenaje a Mosquera. Todos lo conocieron y por lo manifestado
en estos opúsculos, valoran de forma apreciable al hombre, al pensador
y al político.
El libro, pues, se inicia con la reproducción del texto completo de
El Fogonero, donde, además de la remembranza escrita por el
padre de Pacho, figuran las de quienes fueron sus grandes aliados: Alberto
Zalamea y Jaime Piedrahíta Cardona. Se completa este aspecto fundamental
en la vida de Mosquera, con la presencia de Consuelo de Montejo y con la apreciación
de José Fernando Isaza, hombre de empresa, quien sin ser militante,
alcanzó a vislumbrar la importancia del fundador y jefe máximo
del MOIR.
Dado el carácter de los artículos, donde cada autor recorre
varias facetas de Mosquera, ha sido imposible dar una secuencia estricta tanto
temática como cronológica. Sin embargo, se trató de agrupar,
hasta donde fue posible, el material alrededor de estos esquemas. Hemos puesto
a continuación, por lo tanto, el relato de Oscar Rivera que evoca los
orígenes del MOEC, movimiento del cual surge el Partido de Mosquera
y los recuerdos de dos obreros, Hernán de Jesús Taborda y Eliécer
Benavides, quienes jugaron un papel preponderante en la gesta de su construcción.
A renglón seguido vienen los materiales de Pedro Contreras Rivera y
Jaime Obregón, quienes nos descubren la hazaña de “los
pies descalzos”.
Continuamos con quienes lo acompañaron durante algún tramo importante
de su vida y nos muestran a un Pacho ya humano ya político, estiman
sus enseñanzas y valoran la vigencia de su pensamiento: Alba Lucía
Orozco, Fernando Wills, Herman Redondo, Pepe Gómez y Orlando Ambrad.
De la misma manera se recogen los comentarios de dos conocidas figuras del
teatro, Ricardo Camacho y Esteban Navajas, quienes nos aproximan a la concepción
de Mosquera sobre el arte, mientras que el científico Orlando Acosta
lo hace sobre las inquietudes filosóficas y Gabriel Mejía explora
el terreno del estilo.
Para terminar hemos dejado a los dos autores que repiten: Juan Leonel Giraldo
y Alberto Zalamea, y que creemos rematan lujosamente esta labor que da un
paso más en el conocimiento de Francisco Mosquera, el revolucionario
del cual hay todavía mucho que decir y mucho que aprender.
Valga la oportunidad para agradecer a todos aquellos que han aportado ya económicamente
o ya en la consecución y corrección de los materiales, labores
sin las cuales hubiera sido imposible sacar adelante esta tarea.
No queremos terminar sin antes reconocer que nos hubiera gustado sobremanera
contar aquí con los recuerdos del campesino y pescador de Canaletal
en el Sur de Bolívar, de Emilio Troncoso, el hombre que le guardó
fidelidad al pensamiento de Mosquera hasta que la muerte se lo llevó
un día del mes de marzo del presente año.
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PRÓLOGO
Al presentar este libro sobre Francisco Mosquera
es necesario referimos a la situación que vive nuestro país,
pues precisamente toda su energía, su capacidad intelectual y su extenso
conocimiento los puso al servicio de su patria y de su pueblo. Desde muy joven
se empeñó en allanar el camino que deben seguir los oprimidos
para librarse del yugo que por más de un siglo ha impuesto el imperialismo
y la gran oligarquía vendepatria. Comprende que para lograr su objetivo
debe profundizar en el marxismo, la concepción del mundo sin la cual
no es posible que el proletariado alcance su máximo anhelo: acabar
con la explotación de unas clases por otras, punto de partida para
desterrar la miseria y cuantos males agobian a las naciones atrasadas del
orbe.
En los años recientes, al hablar sobre Colombia, se ha vuelto un lugar
común definirla como una de las naciones más violentas y más
corruptas del planeta, al mismo tiempo que se encuentra atravesando la más
profunda crisis económica, política y social de toda su historia.
Mosquera, más que nadie, indagó sobre las causas y los efectos
de todas estas calamidades, tratando de encontrar las soluciones apropiadas.
Desde que en 1961 anunció la firme voluntad de consagrar su vida a
la revolución colombiana hasta el momento de su muerte, en 1994, todos
sus empeños se dirigieron a realizar esta magna tarea. Hoy contamos
con un extenso legado que es preciso ponerlo al servicio de las masas pero,
en especial, debemos insistir en hacer realidad las dos herramientas fundamentales
sin las cuales es imposible alcanzar la redención de nuestra patria:
el partido del proletariado y el frente único que aglutine a la inmensa
mayoría de la población contra los causantes de los males que
padecemos.
Después de regresar de Cuba, e imbuido de las teorías de Marx,
Lenin y Mao, aclara que para conducir correctamente al pueblo en su proceso
revolucionario es indispensable la existencia de un partido que represente
los intereses de los que nada poseen y que a la vez se diferencie radicalmente
tanto de la extrema izquierda como de la corriente mamerta, caracterizada
esta última por sus continuas traiciones al proletariado y su invariable
tendencia a cerrar filas con los liberales. Rompe, pues, con el foquismo predominante
debido a la interpretación mecánica del triunfo de Castro en
Cuba y da a conocer, el 1 de octubre de 1965, el documento Hagamos del MOEC
un verdadero partido marxista leninista. Se radica en Medellín y acompañado
de un reducido número de compañeros inicia la construcción
de la organización partidista en el seno de las huestes obreras, meta
que logra culminar en el pleno de Cachipay, cinco años más tarde,
en la misma fecha del 1 de octubre, con la aprobación del programa
y los estatutos del Partido del Trabajo de Colombia.
Tras una amplia y profunda investigación
que interpreta cabalmente la realidad política y económica del
país y de sus clases sociales, Mosquera, con el apoyo y la colaboración
de los militantes, elabora el programa, el cual comprende la estrategia que
se ha de seguir a través de la larga etapa de la revolución
de nueva democracia. Allí quedan consignados los objetivos por alcanzar,
los cuales, si bien en un principio no corresponden a reivindicaciones estrictamente
socialistas, puesto que así lo determina el atraso de las fuerzas productivas
y la presencia subyugante del imperialismo en los destinos de Colombia, sí
crea las bases sobre las cuales se puede levantar una nación democrática
y próspera que ofrezca mejores oportunidades a las clases mayoritarias,
en su indeclinable marcha hacia el socialismo.
Superadas las dificultades que representó la ruptura definitiva con
el militarismo en boga y con las posiciones de extrema izquierda, y una vez
consolidada la concepción proletaria, Mosquera vuelca el Partido al
campo con la política de pies descalzos. Decenas de cuadros calificados
se riegan por el territorio nacional para hacer realidad la alianza entre
las dos principales fuerzas antiimperialistas y revolucionarias, los obreros
y los campesinos, base fundamental en la formación del frente único,
el cual abarca a las demás clases y capas oprimidas de la población,
a la pequeña burguesía, a los intelectuales y a los artistas,
e inclusive a la burguesía nacional, a sectores democráticos
del clero y del ejército y, en fin, a todos aquellos que quieran comprometerse
con la salvación de Colombia.
Asimismo, lanza al MOIR a la conquista de las masas utilizando correctamente
las elecciones como el medio para divulgar ampliamente el mensaje revolucionario
de nuestro programa. Y nadie más indicado para abrirle las puertas
y llevar de la mano a los inexpertos militantes en este nuevo quehacer, que
el reconocido dirigente de izquierda y defensor de los trabajadores y de los
desposeídos, Alberto Zalamea, jefe máximo del Frente Popular.
Poco después impulsa, dentro de la Unión Nacional de Oposición,
UNO, el gran frente electoral de izquierda y la conformación de una
central obrera unificada.
De esta manera inicia ese proceso de enriquecer la senda de las alianzas con
las fuerzas democráticas y patrióticas más significativas
del mundo político nacional y que incluyeron al Movimiento Amplio Colombiano,
MAC, de Gilberto Zapata Isaza, Jorge Regueros Peralta y Margoth Uribe de Camargo,
alianza que poco después se consolida con la Anapo dirigida por José
Jaramillo Giraldo y Jaime Piedrahíta Cardona alrededor del Frente por
la Unidad del Pueblo, Fup, y con el cual se recorre una fructífera
etapa de la historia revolucionaria del país. Luego viene el Movimiento
Independiente Liberal de Consuelo de Montejo y, más tarde, aglutina
a vertientes liberales de oposición al régimen de turno y que
levantaron banderas por la salvación nacional y a favor de los intereses
populares como William Jaramillo Gómez, Carlos Holmes Trujillo, Alfonso
López Caballero y Juan Martín Caicedo Ferrer, proceso que alcanza
su máxima expresión en 1990 cuando el MOIR decide apoyar la
candidatura presidencial de Hemando Durán Dussán. Pese a que
para esta época se presenta un cambio estratégico en la situación
mundial ante la desaparición del socialimperialismo soviético,
para los pueblos del Tercer Mundo “el horizonte continúa encapotado”,
dice Mosquera, y aprovecha la ocasión para profundizar en los principios
que ha venido trazando como puntos sobre los cuales debe estructurarse la
lucha por la soberanía de la república, la autodeterminación,
el progreso, la democracia y la unidad.
También Mosquera atrajo a numerosos artistas e intelectuales, entre
los cuales vale destacar a la pintora Clemencia Lucena, a los escritores Jairo
Aníbal Niño y Esteban Navajas, al conjunto El Son del Pueblo
y al elenco del Teatro Libre con su director Ricardo Camacho al frente. Otros
muchos profesionales, hombres de empresa y políticos, en uno u otro
momento, se acercaron a Mosquera. A muchos los conoce el país político,
otros descuellan en sus respectivos campos de acción, pero de la inmensa
mayoría de ellos se puede afirmar que reconocieron la inquebrantable
convicción democrática que lo animaba. Algunos de los testimonios
que recogemos en estas páginas así lo confirman.
Se constituyeron pues, éstos, en los primeros pasos, tanto en la elaboración
teórica como en la realización práctica, de ese largo
proceso de conformación del frente único que ha de aglutinar
a más del 90 por ciento de los colombianos y cuyo objetivo final es
empeñarse en la construcción de un país cuyo destino
se determine soberanamente y siente las bases materiales que garanticen el
desarrollo y la prosperidad mientras se logra el máximo anhelo del
pueblo, el socialismo. Cuando esto suceda, los problemas fundamentales de
las masas comenzarán a resolverse. Entre tanto, el desempleo, la carencia
de vivienda, la imposibilidad de acceder a los servicios de la salud, la falta
de educación y de recreación, continuarán agobiando a
las familias colombianas.
A mediados del decenio de los ochentas, Mosquera insiste en la urgencia de
buscar la unión como único camino para salvar a Colombia de
la debacle que se cernía, poniendo a consideración de todas
las colectividades democráticas cuatro puntos que compendian todo un
programa de redención y avance del país. Los temas propuestos,
enriquecidos con el desarrollo de los acontecimientos económicos y
políticos, hoy más que nunca tienen aplicación a la cruda
realidad que vivimos. No podemos, pues, pasar por alto su enunciación
en estos momentos y en este libro que trata de recordar a quien puede considerarse
sin lugar a dudas el gran impulsador de la unión de todos los colombianos
para defender los intereses patrios.
El primer punto tiene que ver con la obtención
de la soberanía. Atribuir al imperialismo norteamericano todos los
males que sufre Colombia no es una simple frase. Desde el momento en que empieza
a consolidarse el capital financiero, a fines del siglo XIX, el sometimiento
de los mercados de los países atrasados al capital y a las mercancías
de los poderosos trusts se constituye en el yugo supremo. Nuestra historia
está plagada de sucesos que así lo confirman, desde la separación
de Panamá, pasando por el saqueo del petróleo, el oro, el carbón
y demás recursos naturales, hasta culminar con la imposición
de la apertura. Las leyes económicas que rigen las relaciones entre
las naciones están determinadas por el poder de los conglomerados y
por lo tanto la presencia en la legislación financiera, la injerencia
en las instituciones y hasta en las cartas constitucionales son el pan de
cada día, y eso sin descartar la utilización de hechos violentos
y de las intervenciones armadas en territorios ajenos cuando ello se hace
indispensable. De todo lo anterior se concluye que la obtención de
ese máximo objetivo de la soberanía, no es posible si antes
no se soluciona el problema de la dependencia económica sobre la cual
se funda la explotación del capital imperialista.
El segundo enunciado, por lo tanto, se refiere al llamado a luchar por impulsar
una producción independiente que consolide la base material y responda
a la arremetida que sufren los empresarios del país por parte de los
monopolios extranjeros.
La integración económica, es
decir, la eliminación de cualquier obstáculo a la libre circulación
de las mercancías y del capital, ese viejo anhelo de Estados Unidos
de conformar un solo mercado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego y que
desde la década de los años cincuentas venía impulsando
por diferentes modalidades, llámese Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio, Alalc, o ya por medio de las integraciones subregionales,
como el Pacto Andino, lo logra ahora por el más simple de los expedientes:
la apertura. Impuesta esta nueva recolonización económica, el
incremento del desempleo a niveles verdaderamente aterradores, el deterioro
de los salarios y la pérdida de las prestaciones y demás conquistas
laborales en el resto del continente eran inevitables. Mientras este atentado
contra la nación y los trabajadores se terminaba de fraguar durante
el cuatrienio de Samper, las directivas de las centrales obreras y algunos
sectores de "izquierda" se empecinaban en diferenciar tan nefasto
mandato del de Gaviria, brindándole el mayor respaldo que régimen
alguno haya recibido de quienes se dicen representar al proletariado. Con
esta actitud lograron desorientar a las masas, desprestigiar los paros y las
movilizaciones como mecanismos para defender los intereses del pueblo y terminaron
consolidando la política neo liberal del imperio.
Las consecuencias que previó Mosquera se han cumplido. Una profunda
recesión se apoderó del país, la agricultura y la ganadería,
la industria e inclusive el comercio y las finanzas se derrumbaron; alrededor
del cincuenta por ciento de la población económicamente activa
se debate entre el desempleo y el rebusque; miles de familias acosadas por
las tasas usurarias del UPAC perdieron sus viviendas, y los servicios de salud
se hacen inalcanzables para el grueso de la población. Ni siquiera
los grandes conglomerados económicos del país, Grupo Empresarial
Antioqueño, Santo Domingo, Sarmiento Angulo y Ardila Lulle, salieron
ilesos. El capital extranjero les ha ido arrebatando las grandes cadenas de
almacenes, los bancos y las compañías de seguros. Se feria el
patrimonio estatal y la prestación de aquellos servicios altamente
rentables se le concede al capital privado con el argumento de terminar con
las prácticas monopolistas, mejorar la eficiencia y democratizar el
patrimonio. Pero ocurre todo lo contrario. Basta para ilustrar esto el caso
de la telefonía celular, ejemplo que se extiende a todos los demás
sectores. El capitalismo impone su ley, se marchita Telecom y quedan abiertas
las puertas de par en par para que la Bell South monopolice el mercado.
El derrumbe de las barreras proteccionistas sólo favorece a los grandes
monopolios internacionales, los cuales logran grandes economías de
escala al evitar el montaje de pequeñas fábricas en cada uno
de los países. La tan promocionada competencia no deja de ser una ilusión
para los empresarios criollos, no sólo desconocedores del mercado mundial,
sino, y lo más importante, sin recursos suficientes de capital y carentes
por completo de los adelantos de la tecnología. La industria, la agricultura,
el comercio y demás actividades quedaron expuestas a la voracidad de
los pulpos foráneos y sólo pelechan quienes se someten a servir
de simples maquiladores o meros intermediarios de las finanzas internacionales,
alejando mucho más la tan ansiada soberanía económica.
La gran tragedia del desempleo que aqueja a las familias colombianas y que
al presente rebasa las expectativas más pesimistas, superando por un
año largo el indicador del 20 por ciento, no encontrará la solución
en mesas de concertación ni con decretos o pidiéndole a los
patronos que amplíen los cupos laborales indefinidamente hasta absorber
el paro a costa de sus ingresos. Al respecto, Mosquera nos recordaba que el
marxismo enseña que el desempleo, en una neocolonia atrasada y exprimida
como la nuestra, corresponde a un mal crónico, el cual no podrá
remediarse ni paliarse sin el rescate de la soberanía económica
y la supresión del semifeudalismo y el capitalismo.
La miseria, pues, aumenta y la pretendida recuperación no dejará
de ser una quimera. El mal está hecho y pese a que los índices
de las actividades productivas puedan en un momento determinado mostrar tendencias
positivas, el abismo en que cayeron fue de tal magnitud, que volver siquiera
a los niveles de hace diez años requerirá algo más que
tiempo. En realidad, la completa recuperación no será posible
mientras el Estado no vuelva por sus fueros y tome el control y la dirección
de los sectores claves de la economía, defienda la agricultura y la
industria nacionales, garantice unas relaciones exteriores basadas en el respeto
y el beneficio mutuo y vele porque la inversión extranjera cumpla con
el objetivo de aportar positivamente a la productividad y al desarrollo tecnológico
del país.
El tercer punto trata uno de los problemas
más agudos de los que padece Colombia. Tiene que ver con la democracia,
con el respeto a las normas y a los procedimientos, en fin, con las garantías
que debe tener cualquier ciudadano u organización para poder desarrollar
las actividades políticas, económicas o sindicales. Las clases
dominantes siempre se han servido de la confusión normativa para afianzar
su dictadura, pero la situación ahora para el pueblo es mucho más
grave, puesto que además de no contar con casi ninguna garantía
democrática, tiene que padecer la escalada de la violencia, con la
que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda pretenden imponer sus
convicciones, convirtiéndose al mismo tiempo en el mayor obstáculo
al ascenso de la lucha por la liberación nacional.
A los colombianos no sólo los han ido acostumbrando a que la "norma
sea la falta de normas", sino que también les han ido cambiando
los valores históricos, en una campaña orquestada precisamente
a sembrar la anarquía, a desprestigiar las leyes e inclusive la Carta
fundamental de la República para imponer la autoridad de la fuerza.
Ejemplos a porrillo en la historia del país, como el cierre del congreso
y el recurso del "legislador primario" para armar la constituyente
de 1991, escalón imprescindible en los cambios que exigía el
montaje de la apertura. Artimaña que pretende repetir Pastrana con
su referendo, y que también nos recuerda el plebiscito invocado por
Bolívar en 1828 para asumir la dictadura y desconocer la Constitución
de 1821.
Tal vez una de las cosas que más requiere el país en estos momentos
son reglas de juego definidas, normas que garanticen derechos y deberes iguales
para todos. Así como los capitalistas nacionales o extranjeros exigen
estabilidad y consistencia en los códigos que regulan sus inversiones
y los tributos que deben pagar, para el proletariado tampoco es ajeno el imperio
de la ley, pues sólo lejos de la anarquía puede desempeñar
sus tareas en esta difícil etapa de nueva democracia y sus avances
dependen en gran medida del respeto a sus derechos y a los pocos logros conquistados
tras arduas batallas.
Valga la pena agregar una corta disquisición alrededor de Santander
y Bolívar, tanto por lo que significa este punto de las normas y los
procedimientos claros como por haber sido terna de las mayores inquietudes
de Mosquera. En Colombia viene haciendo carrera una posición completamente
antihistórica, que convierte a Bolívar en el adalid de las luchas
antiimperialistas mientras hace jugar a Santander un papel vil, enrostrándole
precisamente todo lo contrario de lo que significó para la república.
El Bolívar posterior a la campaña libertadora, el del Congreso
Anfictiónico de Panamá, el que aparece en las memorias de Bucaramanga
mientras se realiza el Congreso de Ocaña, encarna la dictadura, la
monarquía, todo lo opuesto a las ideas burguesas revolucionarias y
progresistas de la época y que están compendiadas en los Estados
Unidos de la primera mitad del siglo dieciocho. De ninguna manera pueden enarbolarse
sus expresiones contra esa gran nación en ese preciso momento histórico,
revistiéndolas de antiimperialistas, pasando olímpicamente por
alto la realidad y el hecho concreto de que el imperialismo solamente aparecería
medio siglo después.
A Santander le correspondió construir nuestra nacionalidad, organizar
la hacienda pública de un país pobre y atrasado con ingentes
deudas contraídas durante el proceso libertador y para sostener la
campaña de Bolívar y sus ejércitos en Ecuador, Perú
y Bolivia; le dio ordenamiento jurídico, institucional y legal a la
república y la dotó de una moderna y amplia red educativa con
las concepciones más avanzadas de la época, ganándose
por lo tanto las iras y los odios de los sectores más retardatarios
de la sociedad y de la iglesia. Se enfrentó inclusive a Bolívar
en Ocaña para darle una Constitución democrática burguesa
a Colombia, ideas que en esa época sí representaban lo más
revolucionario y avanzado de la humanidad. Contra este prohombre, han confabulado
las más disímiles fuerzas para convertirlo en la representación
de todo lo completamente opuesto, el paradigma del leguleyo, del tinterillo
ventajoso y tramposo violador de las normas. Bolívar, después
de haber maniobrado para disolver la Convención de Ocaña, donde
se encontraban refundidas sus ambiciones, proclamó cínicamente
el sofisma de que “el pueblo de Bogotá, viéndose en el
conflicto de perder su libertad o sus leyes quiso más bien perder sus
leyes que su libertad (..) este pueblo generoso ha querido que un pobre ciudadano
se encargue del peso más abrumador (..) Un hombre que se pone sobre
los demás, que debe juzgar de sus conciencias, de sus acciones, de
sus bienes, de sus vidas...”. He aquí un sublime canto a la anarquía
para impetrar la dictadura.
Pero volvamos a la Colombia de hoy. La violencia desatada en todo el territorio
colombiano termina por agravar la precaria situación del pueblo. Hablar
de 12.921 homicidios y más de 2.500 secuestrados, 166 de los cuales
han muerto en manos de sus captores, la guerrilla y las autodefensas, produce
verdaderamente escalofrío. La extorsión, el secuestro, los atentados
contra pequeñas y aisladas poblaciones, donde la mayor parte de las
víctimas son mujeres, ancianos y niños indefensos, o la voladura
de torres de energía y oleoductos, la quema de tractomulas y otros
bienes productivos, no pueden recibir el calificativo de actos de guerra ni
dárseles la connotación de luchas del pueblo por su emancipación.
Mucho menos cae dentro de la categoría de revolucionarios, hechos deplorables
como el tener que contemplar, por televisión, a unas madres implorando
inútilmente para que les den razón de sus pequeños hijos,
o utilizar el dolor y los sentimientos humanos y naturales, de los familiares
de un secuestrado gravemente enfermo, para presionar ventajas políticas.
Más que logros de estrategia militar, toda esa barbarie viene creando
un clima completamente adverso a los ideales proletarios.
Mosquera nos enseñó a detestar estas prácticas criminales.
Repitamos la afirmación, en carta que le enviara a Hernando Santos
Castillo, director de El Tiempo, el 26 de septiembre de 1990, con motivo del
plagio de Francisco Santos Calderón. Decía en forma tajante:
“Por configurar una de las fechorías más abominables,
el secuestro, podíamos decir, ha sido repudiado en todas las latitudes.
No hay causa, noble o vil, que lo justifique.”(1) Al igual que la violencia,
las incongruencias en los intentos por lograr un clima de tranquilidad no
han cambiado absolutamente en nada a lo vivido al finalizar el decenio de
los ochentas. No me resisto a copiar el pensamiento de Mosquera al respecto,
por su actualidad y por su profundo contenido aleccionador: “La «paz»
pasó a ocupar el centro de las preocupaciones nacionales, una obsesión
colectiva ante la cual se justificaba cualquier sacrificio, el que fuese,
pero cuyo advenimiento se hizo depender de la transformación social.
De ese modo se llegó al absurdo de supeditar una cuestión eminentemente
política, de trámites expeditos, a los cambios económicos
o estructurales que de por sí suponen definiciones a largo plazo. Cuando
menos lo esperaba, Colombia cayó en la encerrona de tener que hacer
la revolución o padecer la guerra civil; y a la revolución colombiana
se la obligó a aceptar como métodos suyos los «delitos
atroces» o sea el atentado personal, el secuestro y la extorsión”(2).
Terminemos este escabroso apartado señalando cuán necesario
resulta recalcar que un auténtico revolucionario no puede echar en
saco roto las sencillas enseñanzas de Mao Tsetung, de que debe vincularse
a las masas sólo para servirles, que si bien el pueblo requiere grandes
cambios no se le puede obligar a realizarlos contra su voluntad y mientras
no sea consciente de su necesidad, que la arrogancia sólo produce el
más profundo rechazo, en otras palabras, que la revolución sólo
se podrá hacer cuando las multitudes así lo quieran.
El cuarto punto conlleva el compromiso de
trabajar por el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo. Mucho
más en estos tiempos, cuando la bancarrota de la economía, resultado
indiscutible de la apertura, ha arrojado a los colombianos a niveles extremos
de pobreza. La tragedia de las familias se multiplica: desempleo, pérdida
de la vivienda, imposibilidad de acceder a los servicios de salud y a la educación,
males que agrava la escalada de los impuestos y de las tarifas de los servicios
públicos. Se requiere, pues, impedir la privatización de la
educación y de las empresas de servicios públicos, insistir
en que el Estado reasuma las responsabilidades de la seguridad social y, en
general que vele por el bienestar de todos los colombianos.
Asimismo, se debe apoyar decididamente a la clase trabajadora en defensa de
sus intereses. Quienes aún cuentan con un empleo, sufren la merma de
sus salarios y cada vez les recortan más sus exiguas conquistas alcanzadas.
La legislación laboral de los últimos tres gobiernos, especialmente
la contenida en las leyes 50 de 1990, 60 y 100 de 1993 y 200 de 1995, y sus
posteriores reglamentaciones, ha terminado por reducir a su mínima
expresión las garantías de los asalariados, sin olvidar el atentado
que se cierne con la pretendida reforma que impulsa un régimen corrupto
y esquilmador, acosado por las imposiciones del Fondo Monetario Internacional.
El destino de Colombia depende en gran parte
de qué objetivos se fijen y de cómo se orienten las batallas
que se aproximan, ya en las contiendas electorales ya en las movilizaciones
de las masas para exigir sus derechos. Ir en pos de la soberanía, de
la defensa de la producción nacional, de mejores condiciones de vida,
de derechos y deberes iguales para todos los ciudadanos y partidos políticos
y en contra de los métodos violentos, son mojones en la tarea de unir
a todos los colombianos por la salvación de la patria.
Para avanzar en ese gran objetivo, es necesario señalar a quienes detentan
el poder en Colombia y sirven de puntales a la dominación imperialista.
Cada vez esa tarea se va haciendo más fácil. Demostrar la vocación
de lacayo del gobierno de Pastrana no exige grandes esfuerzos. Después
del viaje del presidente de la Dirección Nacional Liberal y de su jefe
Horacio Serpa a los Estados Unidos, donde se comprometieron a sacar adelante
los principales programas del mandato pastranista, incluyendo el Plan Colombia,
se esfuma cualquier esperanza que en un momento pudieron abrigar algunos sectores
de “izquierda”, de que ese partido se constituiría en el
“contradictor antagónico” del gobierno de Pastrana.
Quedan pues aquí expuestos, en forma rápida y apretada, los
puntos propuestos por Mosquera a todos los colombianos que abriguen un verdadero
sentimiento antiimperialista y quieran salvar la nación. Nuestra labor,
por ahora, consiste en difundidos ampliamente.
Ramiro Rojas
Secretario General
Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera
1. Mosquera, Francisco. Resistencia civil,
“No hay causa noble o vil que justifique el secuestro”. Pág.
253.
2. Mosquera, Francisco. Ibid. “La nación se salva si corrige
sus errores”. Pág. 381.
UNÁMONOS EN LA DEFENSA DE LA NACIÓN
PERSISTIENDO EN LA TAREA DE CONSTRUIR PARTIDO
Ramiro Rojas
Hace ya cinco años que nos dejó
Francisco Mosquera Sánchez, el más grande marxista que ha dado
el continente americano. Fundó y dirigió el partido del proletariado
que luego, bajo el nombre de Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario,
MOIR, llenó las páginas de la historia revolucionaria de Colombia
por muchos años. Sus aportes para desentrañar el carácter
de la revolución en un país como Colombia, atrasado y sometido
a la explotación del capital imperialista, de la gran burguesía
criolla y de los grandes terratenientes, adquieren cada vez más vigencia
en esta convulsionada época de fin de siglo. Desde muy joven le dedicó
a la causa de los desposeídos su vida y su inmensa capacidad intelectual,
sin ahorrar esfuerzo ni sacrificio alguno. Su valioso legado, producto de
la fiel aplicación del marxismo a la realidad, y, en particular, al
proceso de liberación de nuestra patria, le servirá al proletariado
como fundamento para culminar su mayor anhelo: derrocar a sus opresores y
construir a la postre una nación soberana y en marcha al socialismo.
Vivimos una época en la cual Estados Unidos consolida su hegemonía
económica, política y militar, mientras una gran crisis se extiende
por todo el planeta, afectando no sólo a los países del Tercer
Mundo, sino inclusive a algunos de los altamente industrializados, como Rusia
y Japón. En Colombia la catástrofe adquiere proporciones inmensas,
pues, además del saqueo de las riquezas y trabajo nacionales por parte
de los monopolios extranjeros, nos encontramos en medio de una profunda recesión,
se presenta una escalada sin precedentes de la violencia y terminamos en las
garras del Fondo Monetario Internacional. El incremento del desempleo y la
caída de las actividades agrícolas e industriales, cuyos índices
a la baja superan los peores niveles en casi todo lo que va corrido de la
presente centuria, han agudizado aún más la pobreza. Y como
si fueran pocos estos males, el oportunismo infiltrado en el movimiento sindical
y la falta de un partido revolucionario que realmente guíe en estos
caóticos tiempos, entorpece las luchas de las masas.
Empero, para Mosquera no era suficiente el sólo análisis de
los hechos. Convencido de que el triunfo de la revolución colombiana
en esta etapa depende de la alianza de todas las clases, sectores y partidos
antiimperialistas, insistía en llamar a la inmensa mayoría que
aún se interesa por la suerte de la patria y tiene que ver con su historia,
para unirse en defensa de la nación. De ahí que recurriendo
a sus invaluables enseñanzas, a medida que forjamos el partido del
proletariado, estamos dispuestos a propiciar la conformación del más
amplio frente que luche por la recuperación de esta martirizada república.
No obsta, sin embargo, dejar sentados nuestros criterios acerca de los temas
cruciales que caracterizan la época que se vive, tanto en Colombia
como en el mundo, lo cual debe servir para determinar aquellos puntos vitales
de lo que sería un programa mínimo que indique con claridad
el objetivo que se busca y asegure alcanzar la meta deseada.
La situación política para el régimen pastranista no
podía ser más favorable en su intento de hacer recaer todo el
peso de la crisis sobre los hombros del pueblo. Escudado en su programa por
la paz, no solo recibe el total apoyo de los Estados Unidos y de los alzados
en armas, sino que también cuenta con el beneplácito del liberalismo
oficialista dirigido por Horacio Serpa, así éste unas veces
manifieste su respaldo de forma expresa y otras tácitamente, reduciendo
su oposición a algunos escarceos demagógicos. Aprovechando tal
coyuntura, Pastrana, desde el inicio de su mandato, aplica a pie juntillas
las «recomendaciones» del Fondo Monetario Internacional. Saca
a realización los pocos bienes que todavía le quedan al Estado,
sube las tarifas de los servicios públicos, aumenta los impuestos,
llena las carreteras de peajes y despide a miles de trabajadores a la vez
que decreta una serie de medidas, esas sí favorables al gran capital,
como son, entre otras, la amplísima concesión que otorga a los
pulpos foráneos para explotar el petróleo, y las enormes sumas
puestas a disposición de los grupos financieros, los mismos que cobrando
intereses usurarios terminaron por arruinar a las familias y por llevar a
la bancarrota a los empresarios. La fulminante liquidación de la Caja
Agraria y el envío a la calle de sus ocho mil empleados, anuncia la
intención del régimen de culminar la tarea que desde hace diez
años fijó la apertura en el campo laboral, postrar las organizaciones
sindicales, reducir los salarios a su mínimo y acabar con todas las
prestaciones que tras muchas batallas conquistaran las masas trabajadoras.
El país, sin embargo, sigue despeñadero abajo. Después
de tres años de retroceso, en el período enero a marzo de 1999
se acentuó la crisis y el producto bruto interno cayó 5.85%,
resultado de la parálisis de los pilares fundamentales de la economía:
la agricultura no reacciona, la industria disminuyó la producción
un 18.25% y la construcción cayó el 10.89%. Aún más,
aquellos sectores que debido al carácter de sus actividades se vieron
en un principio favorecidos por la apertura, ya vendiendo los artículos
importados o bien transportándolos, también sufren los efectos
de la recesión. Los primeros bajaron las ventas en 10.15% y el segundo
redujo sus ingresos en 6.32%. Sin embargo, la adversidad no se circunscribe
solamente a los ítems mencionados. El desempleo, sin tener en cuenta
el rebusque y otras informalidades, afecta a la quinta parte de la población
trabajadora y los salarios apenas si alcanzan para cubrir el 80% de lo que
compraban en 1996. Inclusive el descalabro se extendió al privilegiado
club de los financistas: la cartera se vuelve incobrable, a sus manos van
a parar infinidad de máquinas, edificios y otros bienes que se vuelven
improductivos y los balances registran cuantiosas pérdidas.
Por los lados de la hacienda pública tampoco se vislumbra nada bueno.
El desequilibrio presupuestal superó los siete billones de pesos en
1998. Ni la venta de bancos y electrificadoras ni la drástica reducción
en los gastos de inversión y la entrega de carreteras, aeropuertos
y demás obras públicas al sector privado, sirvieron para cubrir
el faltante dejado por la tronera de la corrupción. El Fondo Monetario,
en visita relámpago durante el mes de julio, y tras concluir que el
salvamento de la banca pública y privada vale mucho más dejos
6,3 billones de pesos estimados por el ministro de Hacienda y que el déficit
fiscal para 1999 no será de cinco billones de pesos sino de 7,5 billones,
exigió el total sometimiento a su política de ajuste, es decir,
mayores exacciones, venta de los restos en manos de la nación, disminución
drástica de los salarios y de la nómina estatal y el abandono
por parte del Estado de sus obligaciones en la prestación de los servicios
de salud y educación, en fin, más hambre y miseria.
He aquí un apretado resumen de las calamidades que padece el pueblo
colombiano y que reclama acciones prontas de todas las personas y contingentes
patrióticos si todavía deseamos salvarnos. La causa suprema
de estos males, el sometimiento de la nación al imperialismo y sus
lacayos, así como el ropaje que reviste esta nueva forma de dominio
que desde hace diez años y bajo el nombre de apertura nos lleva al
abismo, muy acertadamente fue dilucidada por Francisco Mosquera a través
de su extensa producción política. Él, más que
nadie, supo definir con gran precisión la orden lanzada desde el Norte
bajo este rótulo y desentrañó el hondo significado que
tenía como la vía más expedita para recolonizar económicamente
a estos países. El mandato, pues, no se limitaba únicamente
a exigir la libertad para la circulación de mercancías, sino
que obligaba a cambiar todo el ordenamiento económico, laboral, jurídico
y constitucional para poner a los pueblos, su trabajo y sus riquezas bajo
el yugo del poderoso capital monopolista.
Los anhelos de paz del pueblo tuvieron eco
en el pensamiento de Francisco Mosquera, pues entendía que el cese
del conflicto armado permitiría adelantar las luchas democráticas
en condiciones más favorables. Sin embargo, no participó en
las comisiones de paz y señaló los intentos de los pacifistas
de adecuar la guerra al derecho internacional humanitario como una aberración
en la medida en que no se proponían la terminación de la reyerta
vandálica, sino su humanización. De ahí que ante la actual
escalada de violencia, precisamente como consecuencia de los inicios de las
nuevas conversaciones de paz, señalamos que no se puede olvidar la
trágica experiencia vivida durante el nefasto régimen belisarista.
Pero el Estado abandona la llamada zona de distensión, cediendo las
funciones propias, inclusive las de la justicia, a las fuerzas insurgentes.
Mientras tanto, se consolida la presencia de Estados Unidos. El 22 de julio
se divulgó una carta de Clinton al mandatario colombiano donde fija
claramente su posición, en el sentido de que la salida al conflicto
armado debe ser negociada. Asimismo, tenemos la visita del presidente de la
Bolsa de Nueva York, Richard Grasso, y dos de los vicepresidentes al reducto
de las FARC, hecho que deja el interrogante sobre qué pudo motivar
ese viaje a la selva para materializar un reconocimiento al más elevado
nivel de las finanzas en el mundo. Digamos por ahora que, al fin y al cabo,
la voracidad del imperio no tiene límites, y para los gringos, como
para nadie en el mundo, business are business.
Lo cierto es que los actos violentos se convirtieron en el método preferido
para adelantar las actividades políticas, mientras el forcejeo en la
mesa de negociaciones se dilata con el beneplácito de los dos bandos.
Durante el primer semestre del año, ya sea por parte de la guerrilla
o por parte de las autodefensas, 847 colombianos perecieron en masacres y
900 fueron secuestrados. Ante cifras tan escalofriantes reiteramos nuestra
convicción de que ninguna ventaja ni logro político puede cimentarse
en el asesinato, el secuestro, la extorsión o el chantaje, y que absolutamente
ninguna consideración social, cultural, política o económica
justifican tan repudiables procedimientos.
El otro gran aspecto que debemos considerar
se refiere al imperialismo norteamericano, señalado como la causa principal
de los males que aquejan nuestra nación, y que es combatido por el
partido de Mosquera desde 1965. En el afán por imponer la apertura,
suprimir barreras y acabar con el concepto de soberanía, dándole
vía libre a la expansión de sus monopolios, no desperdicia ocasión
ni motivo alguno para entrometerse en los destinos de los demás. En
esta dirección se puso a la cabeza de la arremetida bélica contra
Serbia, a la cual sometió durante ochenta días a un constante
bombardeo utilizando las fuerzas de la Organización del Tratado del
Atlántico del Norte, OTAN. Las otras muchas presencias militares en
Africa y Asia por medio de la Organización de las Naciones Unidas,
ONU, y la propuesta hecha en junio último, durante la XXIX Asamblea
General de la Organización de Estados Americanos, OEA, de crear una
instancia multinacional para intervenir en aquellos países del continente
«donde la democracia esté en peligro», así como
también el fortalecimiento de la economía norteamericana, en
contraste con la recesión que golpea a casi todo el orbe, ponen en
evidencia la característica más protuberante de la época
presente: la hegemonía de Estados Unidos.
Por el contrario, desde la época de la muerte de Mao Tsetung, los países
del Tercer Mundo carecen de un faro hacia dónde dirigir sus miradas.
Sin embargo, la misma Serbia, pese a los retrocesos, va abriendo la senda
con su ejemplo, diciéndonos que se debe enfrentar al coloso porque
tarde o temprano la chispa se regará por todo el planeta y el movimiento
de los pueblos contra el imperialismo será incontenible. Y todo parece
indicar que el comienzo de su fin se avecina, pues las leyes económicas
siguen su curso y como bien lo anunciara Mosquera, la apertura tampoco impedirá
que se presente la crisis imperialista, derrumbe que por demás será
bastante estruendoso.
En realidad, el modo de producción capitalista se caracteriza por la
superproducción y la miseria de las masas, siendo causa y efecto una
de la otra y viceversa. Asimismo, la acumulación y la concentración
de capitales se presenta con más agudeza durante el imperialismo. Las
multimillonarias fusiones que nos traen las páginas internacionales
de la prensa en estos últimos meses, como la dada entre las petroleras
Exxon y Mobil por un valor de 76.000 millones de dólares o la unión
de las empresas Comcast y MediaOne Group, en un acuerdo valorado en 49.000
millones de dólares hacen parte de ese torbellino.
La avalancha de artículos extranjeros que inundan los mercados gracias
a la apertura y al hecho de ser ofrecidos muchos de ellos con precios de «dumping»,
es decir, por debajo del costo, mecanismo al que recurren los monopolios para
quebrar a sus competidores y a la vez poder salir de las enormes cantidades
de mercancías que permanecen en sus inventarios, hicieron que en Colombia,
así como en la mayoría de los países tercermundistas,
la balanza comercial cerrara con persistentes déficits en los últimos
tiempos. Así, mientras rebosan las arcas de los conglomerados gringos,
de lo cual es reflejo el vertiginoso ascenso del Dow Jones, el índice
que mide la tendencia de la bolsa de Nueva York, la producción nacional
de estos países se arruina y quedan sin empleo cientos de miles de
obreros, no quedando más alternativa que la furiosa protesta de las
masas, tal como ocurre ahora en el Ecuador. La pobreza de la población,
la poca demanda de unos industriales en quiebra y de comerciantes que no encuentran
a quien venderle sus mercancías le dan vuelta a las cosas. En Colombia,
las importaciones tanto de bienes de capital como de consumo, que venían
creciendo aceleradamente año tras año durante toda esta década,
en los primeros cuatro meses del presente período se redujeron en casi
un 50%, tendencia negativa que se da asimismo en Chile, Perú, Venezuela,
Brasil y demás naciones donde la crisis deja sentir sus terribles consecuencias,
lo cual, inevitablemente, conducirá a la profunda recesión de
la gran potencia del Norte.
Como resultado de todo esto, y ante la apremiante
necesidad de preservar y poner el pensamiento de Francisco Mosquera al servicio
de las masas y sus luchas, debemos persistir en la tarea de construir el partido
del proletariado al mismo tiempo que renovamos los esfuerzos por unir el 90
o más por ciento de la población colombiana alrededor de un
frente, el cual debe comprometerse a combatir el imperialismo y cualquier
intento de dividir el país; defender la producción nacional;
oponerse a la enajenación de los bienes del Estado; luchar contra todas
las medidas que recorten las conquistas laborales; pugnar por normas y procedimientos
que garanticen derechos y deberes iguales para los ciudadanos y partidos;
repudiar el terrorismo como método para dirimir las controversias que
se presenten en el terreno político, ideológico o sindical,
y propiciar mejores condiciones de vida para el pueblo.
Todo lo anterior, de una u otra manera, ya se encuentra consignado en la formidable
obra de Francisco Mosquera. Por ello, hoy podemos reiterar que su grandeza
se cimienta en los valiosos aportes que permiten ir desbrozando el camino
que ha de conducir al pueblo a conquistar su más preciado tesoro: liberarse
del yugo de los explotadores imperialistas y sus lacayos, primer paso hacia
la construcción de una patria próspera que nos sirva a todos.
En ese constante devenir, alguna batalla pudo perderse, pero algo sí
queda completamente diáfano en las mentes de los desposeídos:
la victoria le corresponde.
COMITE POR LA DEFENSA DEL PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA
Ramiro Rojas, Secretario General
Agosto 10 de 1999
EL TRIUNFO SERÁ DE PACHO Y DE NADIE MÁS*
Francisco Mosquera Gómez
*Carta enviada el 25 de mayo de 1999, por Don Francisco Mosquera Gómez,
a Gabriel Mejía, con motivo de la publicación del libro El pensamiento
de Francisco Mosquera, una aproximación.
Cuando Francisco Mosquera Sánchez nace
en el municipio santandereano de Piedecuesta, el pueblo colombiano ya hacía
muchos años que tenía conciencia de nuestro propio valor de
raza y había adquirido la idoneidad para gobernarnos y poder subsistir
como hombres libres. Es decir, nuestro prohombre llega en una cualquiera de
las muchas noches comprendidas entre el arranque de un colombianismo auténtico
y sus continuas y prolongadas decadencias, hasta desembocar en la tremenda
crisis moral de la década de los años cuarentas.
Pero para ser exactos, nuestro gran hombre nace en las primeras horas de la
noche del 25 de mayo de 1941. En ese momento, la naturaleza circundante se
encontraba apacible, muy tranquila, sin ruidos, tan solo se escuchaban en
el dormitorio el latido fuerte de los corazones de sus padres: Lola Sánchez
Martínez y Francisco Mosquera Gómez. ¡Había llegado
para ellos su primogénito! A quien sus verdaderos amigos llamarían
más tarde Pacho Mosquera.
Cuando la partera depositó en mis brazos al recién nacido, mi
primer hijo, sentí un estremecimiento por todo el cuerpo como le sucede
a cualquier padre primerizo. Y al contemplar sus ojos vivarachos empeñados
en mirarlo todo, en pretender investigar su nuevo medio, asombrado, recibí
la tremenda sensación de que aquel niño estaba predestinado
para algo muy grande. Intuía en él una inteligencia prodigiosa
dedicada al servicio de los desposeídos y una constancia férrea
en busca del saber, como único medio de prepararse para ser útil
a su patria. Un ser humano que a los breves instantes de haber llegado a la
vida y que parecía escaparse de los brazos de su padre para indagarlo
todo, era indudablemente augurio de haber nacido un hombre importante, un
gran líder, una persona interesante y necesaria para todos nosotros.
Bienvenido Francisco, le dije, y deposité un beso en su frente.
De este hecho importante a hoy, se han arrancado muchas hojas de los almanaques,
han pasado más de cincuenta años, algo así de un poco
más de medio siglo, e infortunadamente usted y yo ya tuvimos que llorar
no ha mucho la muerte de nuestro grande hombre. Vivió poco pero hizo
mucho. De esto se tendrán que convencer todos los colombianos, quiéranlo
o no, cuando comience a salir a la luz pública todo cuanto se está
escribiendo acerca de este ilustre colombiano, como estadista, como orador
y escritor, como líder y como visionario, lo mismo cuando se difunde
su pensamiento para ejercer decente y sinceramente la política nacional
o universal, sin demagogia y sin ventajas para nadie, teniendo en cuenta únicamente
la equidad y el concepto claro de la supervivencia y la felicidad humanas.
Usted, mi caro escritor, tradujo con acierto y elegancia literaria gran parte
del pensamiento de Pacho Mosquera para plasmarlo luego en un afortunado libro
titulado El pensamiento de Francisco Mosquera. Lo felicito por su buen trabajo,
y en nombre de toda la familia, y en el mío propio, le expreso nuestra
gratitud por ese afecto y esa lealtad que fluye de sus líneas hacia
nuestro común ídolo. Cada vez que leo su obra, admiro más
ese cuidado y esa delicadeza en el manejo de los pensamientos de Pacho Mosquera,
su sagrado legado a la humanidad, los que ya forman parte del patrimonio de
Colombia.
Estoy seguro de que su libro comenzará a despertar entre sus lectores
un colombianismo sano alrededor del pensamiento de Pacho Mosquera, frente
a lo que fue su pelea contra el dogmatismo, su pasión por lo concreto,
y su enorme preocupación permanente por no equivocarse en lo definitivo.
Usted y yo sabemos que Pacho Mosquera no sólo poseía una privilegiada
inteligencia sino que también enriquecían su fascinante personalidad
valiosos atributos: su amor al prójimo, su incansable capacidad de
servicio, su querer inquebrantable de construir para las clases más
necesitadas de Colombia una patria más amena y placentera, lejos de
las manos sucias del imperialismo y pletórica de libertades responsables,
donde aflorara la tranquilidad y la felicidad ciudadanas.
Con los poderosos documentos históricos que nos dejó Pacho Mosquera,
donde abundan sus frases de sabiduría, sus ideas de oro y sus pensamientos
claros, apuntando toda esta riqueza, siempre, a salvar a Colombia de las mezquinas
presiones de todo tipo, de adentro y fuera de sus fronteras, y de las malditas
fuerzas ocultas de la corrupción, se podría levantar con ellos
en la plaza de Bolívar de Bogotá un inmenso monumento, muy alto,
a la sensatez y a la reflexión, a fin de ver muy pronto el progreso
de nuestros campesinos y de nuestros obreros, como lo quiso Francisco Mosquera
Sánchez. Esta su ardua tarea de cuarenta años comenzada desde
su infancia, la que nunca se vio opacada por una sola derrota, y ahora, en
este momento histórico en que vivimos y con la tremenda solidez que
le imprimió a sus objetivos revolucionarios, el triunfo final está
asegurado, esté en las manos que estuviere. El triunfo será
de él y de nadie más...
Le reitero mis felicitaciones por su libro, y me es muy grato suscribirme
de usted como su obsecuente servidor.
(Volver a índice)
LIBRO PÓSTUMO DE FRANCISCO MOSQUERA
Juan Leonel Giraldo
Publicado en "Lecturas Dominicales" de El Tiempo, Marzo 12 de 1995.
A los seis meses de su intempestiva muerte,
ha comenzado a circular el libro póstumo de Francisco Mosquera, Resistencia
civil, que recopila casi todos los escritos de sus últimos años
de batallar político. Fueron pocos los detalles de la edición
de este libro que no alcanzaron a ser previstos por el autor, en su perenne
afán porque su pensamiento quedara consignado de la mejor manera posible.
"La verdad más bella de la humanidad, impresa en un papel sucio,
no existe", solía decir. Mosquera escogió el formato del
libro, la fotografía de la cubierta, integró las comisiones
de los correctores de estilo y de pruebas, eligió al diseñador
gráfico y él mismo recogió entre sus seguidores y amigos,
dentro y fuera de su partido, hasta el último peso para sufragar el
costo de la edición. Nadie más que él integró
y orientó la comisión encargada de manejar los asuntos del libro,
sustrayéndola de cualquier injerencia distinta a la suya.
Se trataba, al fin y al cabo, de consignar sus ideas políticas, que
tuvo que sacar avante la mayoría de las veces contra la voluntad de
desembozados y encubiertos contradictores. A lo largo de más de treinta
años, Mosquera prefirió enfilar la proa de sus naves de velas
rojas hacia las tempestades que hacia los mares de calma chicha. Privilegiaba
la polémica al beneplácito y nunca temió estar en minoría.
Sabía que las ideas nuevas y correctas son siempre en su germen la
bandera de unos pocos. Aceptaba el combate cuando comprometía la voluntad
de los miles y no de los pocos y se garantizaban las condiciones para obtener
la victoria. Por ello, y a pesar de haber realizado en su juventud el consabido
peregrinar para recibir aleccionamiento guerrillerista en Cuba, polemizó
en el MOEC contra el aventurerismo armado y fundó un partido del mismo
estilo del que Lenin formó con sus bolcheviques. Mosquera fue sagaz
e ingenioso en el arte de la conversación y, por sobre todas las cosas,
se revistió de una soberana paciencia, santa virtud necesaria para
poder triunfar en política. Vivía de tal manera para el futuro
que ningún revés era capaz de abochornarle el presente. "Los
obreros van de derrota en derrota hasta la victoria final", dijo alguna
vez.
Le gustaba escribir y lo hacía con pasión. Pensaba que nadie
podía ser dirigente político si no empuñaba con destreza
la pluma para imponer sus ideas. Los jefes de los pueblos deben ser semejantes
a Néstor, el sabio rey de Pylos, hábiles en la palabra y la
espada. Mosquera parecía escribir con la ayuda de una brújula
y de una balanza. Conocía el peso de las acepciones y matices de cada
palabra que utilizaba, y si los ignoraba no descansaba hasta saberlo.
Le preocupaban el efecto y hasta las menores consecuencias de lo que escribía.
Entendía que la carga de calificativos debilitaba cualquier argumento.
Jamás leía ni escribía sin considerado una misión
para aprender o enseñar algo y sin tener a mano un buen diccionario,
aunque permanentemente renegaba de sus definiciones acartonadas. Creía
que escribir era una ciencia y asiduamente consultaba gramáticas y
sintaxis, discutía sus reglas y las acataba o impugnaba. Releía
a Shakespeare, Balzac, Walter Scott, Marx, Barba Jacob y Guillermo Valencia,
de quien solía repetir la sentencia "sacrificar un mundo para
pulir un verso". Comulgaba con firmeza en lo dicho por Buffon, "el
estilo es el hombre", y en que la única propiedad individual es
la forma. Y para quienes no lo conocieron, ahí está este su
libro final para afirmarlo.
ENFRENTEMOS AL IMPERIALISMO EN APOYO AL PUEBLO SERBIO*
Los criminales bombardeos sobre Serbia que
desde hace más de un mes llevan a cabo los países de la Organización
del Tratado del Atlántico del Norte, OTAN, son sólo un reflejo
de la situación que vive el mundo hoy en día. Las naciones altamente
industrializadas, con Estados Unidos a la cabeza, arrasan a los países
atrasados, pretextando cualquier motivo, no importa cuan débil sea.
El inmenso poder bélico que esgrimen se convierte en el más
contundente y definitivo argumento.
A principios del presente decenio Estados Unidos y las potencias europeas,
utilizando todos los medios de comunicación a su alcance, la emprendieron
contra los serbios, propagando una serie de infundios y comparando al presidente,
Slodoban Milosevic, con Hitler, y señalándolo como uno de los
hombres más “siniestros del mundo” y como un “exterminador
de pueblos”. A raíz de la guerra de Bosnia, en 1992, dice Peter
Handke en su libro Un viaje de invierno por los ríos Danubio, Save,
Moravia y Drina o justicia para Serbia, en forma por demás valerosa
y como única voz que se alzaba en favor de la nación vilipendiada
por la prensa europea: “... el pueblo de los serbios, casi nunca un
pueblo de autores de crímenes, o fuera el primero en cometerlos, había
contraído gravísimas culpas, se había convertido en algo
así como un pueblo de Caín.” Y más adelante: “Del
mismo modo que entiendo también –aunque no tan bien– que
tantas revistas internacionales, desde el Time hasta el Nouvel Observateur,
para vender la guerra a sus clientes, pongan a los serbios, sin perder ocasión,
en letras gruesas como los malos de la película y a los musulmanes
como, en líneas generales, los buenos”. Con semejantes patrañas
sobre la defensa de los derechos humanitarios, las potencias imperialistas
de Occidente pretenden justificar las intervenciones militares en la estratégica
región de los Balcanes. Así, entre 1992 y 1993 Serbia es expulsada
de la Organización de las Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional,
de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo General del Comercio,
Gatt, al mismo tiempo que las fuerzas de la ONU invadían a Croacia.
Ahora, con las armas de la OTAN, atropellan la soberanía de un Estado
independiente, pasando por alto las normas de la misma Alianza, que sólo
contempla la posibilidad de intervenir cuando uno de sus miembros ha sido
invadido, algo que nada tiene que ver con el presente caso, pues Yugoslavia,
y por lo tanto mucho menos la provincia kosovar, hacen parte de la OTAN. Asimismo,
le brindan su apoyo al Ejército de Liberación de Kosovo, un
pequeño grupo guerrillero extraño a la población y que
es aupado por el gobierno de Albania.
El presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, ha afirmado que los ataques
a Yugoslavia solamente terminarán cuando los serbios acepten incondicionalmente
el acuerdo de Rambouillet, es decir, conceder autonomía a Kosovo y
permitir la presencia de tropas extranjeras en su territorio. Mientras tanto,
la acometida aérea arrecia, destruyendo trenes, puentes, edificios
y fábricas, incursiones que han causado numerosas víctimas civiles.
Inclusive han masacrado columnas de desplazados albano-kosovares, precisamente
a quienes pretenden “salvar” de los yugoslavos.
La época actual se caracteriza por la imposición hegemónica
del sistema imperialista, tanto en el campo económico como en el político
y en el militar. Las ganancias empresariales en los Estados Unidos crecen
desaforadamente y se ha vuelto noticia de todos los días las fusiones
que se dan entre los grandes monopolios. Pero mientras las arcas de los conglomerados
trasnacionales se hinchan sin cesar y la economía norteamericana muestra
una fortaleza inigualable en sus dos siglos largos de existencia, los países
del Tercer Mundo sufren severas crisis. El fraude de los llamados “tigres
asiáticos” quedó al descubierto y se derrumbó lo
que tanto se promocionaba como la vía más indicada para salir
del atraso. Pero no sólo se han visto afectados los subdesarrollados,
sino que inclusive naciones industrializadas como Japón y Rusia caen
postradas ante la acometida de la apertura o internacionalización de
la economía. La afirmación del presidente del Banco Mundial,
el 23 de abril último, es bastante elocuente: “los países
pobres del mundo se están empobreciendo aún más (...)
El número de personas que viven con menos de un dólar por día
ha aumentado en términos reales”.
El 23 de abril, mientras se conmemoraba los cincuenta años de la OTAN,
y treinta días después de haberse iniciado los ataques aéreos
sobre Yugoslavia, Clinton, tras considerar “la batalla de Kosovo”
como una cuestión de honor y como algo “decisivo para Europa”
termina por desenmascararse y revelar su más íntimo deseo, enviar
tropas terrestres a Yugoslavia.
Pero el imperialismo ha subestimado a un pueblo que desde el medioevo viene
enfrentando aguerridamente innumerables agresiones externas. La historia de
los eslavos, donde se revela un profundo sentimiento de libertad, está
llena de ejemplos de sacrificios y actos heroicos, lo cual les ha permitido,
durante más de cinco siglos enfrentar y derrotar tras prolongadas luchas
a los imperios turco y austro-húngaro, epopeya bellamente narrada por
Ivo Andric en su obra Un puente sobre el Drina. Serbia y Montenegro, después
de vencer, a mediados del siglo XIX a Turquía, se constituyeron, en
1978, como estados independientes.
En 1914, para oponerse a la unidad de las naciones balcánicas, el mayor
anhelo de los sectores eslavos patrióticos y progresistas, Alemania
y el imperio Austro-Húngaro utilizaron como excusa el atentado contra
el archiduque Francisco Fernando, en Sarajevo, para invadir a Serbia, acto
que diera inicio a la Primera Guerra Mundial. Años más tarde,
durante la Segunda Guerra, los serbios, bajo la dirección de Josip
Broz, Tito, contribuyeron a derrotar el poderío nazi, y, por fin, en
enero de 1946, se pudo proclamar la República Federal de Yugoslavia,
compuesta por Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia, Herzegovina, Macedonia y
Montenegro.
Hoy, con la desaparición del llamado bloque socialista, la arrogancia
del imperio se hace sentir en todos los rincones del planeta. La suerte de
Yugoslavia no es ajena a la de Colombia y demás países. La crisis
que atraviesa nuestra patria, una de las peores de su historia y que ha llevado
a la ruina a los productores nacionales y hundido en la miseria al grueso
de la población, se nutre en las mismas raíces: la arremetida
del gigante del Norte que busca imponer sus capitales y mercancías
en los mercados extranjeros mediante la política de la apertura, entre
cuyas estrategias se contempla derribar fronteras y desmembrar Estados. Por
estas razones, la lucha de los serbios encarna la lucha de todos los países
del mundo amenazados por el imperialismo. Al apoyar la resistencia de Yugoslavia
contra la alevosa intervención de Estados Unidos y sus aliados, estamos
combatiendo por nuestra propia patria, por nuestra propia soberanía
nacional, la cual cada vez se ve más amenazada por la voracidad yanqui.
Convencidos de que la unidad del proletariado de todas las latitudes, tan
imprescindible para el buen suceso de la revolución mundial, sólo
se logra sobre la base de la plena vigencia de la autodeterminación
de las naciones, rechazamos los atropellos contra la soberanía y los
derechos inalienables de Serbia o de cualquiera otro país. La resistencia
de los pueblos del mundo terminará más temprano que tarde derribando
al colosal agresor.
Ramiro Rojas Secretario General
Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera
SONETO A MYRIAM
Mosquera, como casi todo colombiano, cometió
versos en su juventud. Quizás se había hecho la promesa de no
volver a escribirlos. Sin embargo, en su madurez, volvió a intentarlo.
Hubo dos motivos muy especiales. Villa de Leyva, una región que lo
sedujo con su rico pasado. Pocos lugares del mundo reúnen los hitos
históricos de Villa de Leyva, decía Mosquera. Y sobre aquella
villa comenzó a trabajar un soneto que, desafortunadamente, no alcanzó
a terminar. Su otra fuente de inspiración fue Myriam Rodríguez,
su último amor y su última compañera.
Probada militante del MOIR, Myriam hizo parte de las brigadas de “pies
descalzos” que se lanzaron a conquistar a los campesinos para la revolución.
Tan vital y alegre como discreta, Myriam fue también camarada y cómplice
para Mosquera. Y desde su muerte, es una de las personas que más han
luchado porque se honre y mantenga viva la llama de sus ideales.
A MYRlAM
No deseo que pasen las mañanas,
ni los dejos del son del mediodía;
que la tarde no pierda su ambrosía
ni la noche sus lámparas lejanas.
No quiero que se vaya el tiempo, el día,
sin repasar tus páginas lozanas.
Coger y amar tus cosas más livianas
hasta oírte, “¡no más!”, ... y todavía.
Hallé tu alacridad en el sendero
en que puse la huella de mi zarpa
sin saber que ganábame un lucero.
Tendí siempre mi plectro entre tu arpa.
Todo lo quise en el azul postrero.
Y erigí en la montaña nuestra carpa.
Bogotá, Octubre 20 de 1992
"PACHO" MOSQUERA:
QUIENES LO CONOCIERON NUNCA LO OLVIDARÁN
Alberto Zalamea
Dos libros recientes sobre Francisco Mosquera
resucitan el pensamiento político del fundador, orientador y jefe del
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR.
Fallecido hace cinco años, Mosquera no alcanzó -como tantos
precursores o adalides de ideas- a ver reconocidas sus intuiciones y a llevar
adelante aquel ideario de pacífica resistencia civil que hoy casi toda
la sociedad colombiana comprende y comparte después de tantos años
de absurda violencia fratricida.
Ser jefe de un movimiento que se proclamaba revolucionario no significó
nunca para Mosquera propiciar la violencia y la barbarie. Por el contrario,
en toda su estrategia, en todos sus manifiestos, en todas sus consignas de
lucha, en todos sus lemas de propaganda, acentuó siempre la necesidad
de abrirle a nuestro proceso histórico un cauce pacífico. Revisar
sus escritos resulta hoy patético. Tenía razón las más
de las veces. Escribía y actuaba para un porvenir mejor que él
sabía ineluctable.
Tenía apenas 53 años -joven como Gaitán, como Galán,
como Camilo, los conocidos; y como Eduardo Rolón y Raúl Ramírez
los ignorados- y ya su cuerpo doctrinario entusiasmaba a las nuevas generaciones.
Jamás conocí a un líder de mayor carisma entre los jóvenes.
Su impacto sobre los universitarios especialmente, era asombroso. En algún
momento de su devenir -epopeya o locura- lanzó a toda una generación
a la aventura de abandonar la Universidad para fraternizar con las masas.
Su valor físico y moral, lo condujo a ser el primer líder político
en rechazar el secuestro sobre el que dijo “no hay causa, noble o vil,
que lo justifique”. Por ello Mosquera, como se comprueba en los dos
volúmenes citados ("Francisco Mosquera, Resistencia civil"
y "El pensamiento de Francisco Mosquera" de Gabriel Mejía)
insistió en colocar entre los grandes objetivos nacionales “la
civilización de la contienda política”, de tal forma que
quienes recurran a cualquiera de las manifestaciones del vandalismo queden
aislados y reciban ejemplar sanción. Todavía hoy Colombia no
ha acabado de entender aquellas palabras y aún se sigue combatiendo
con esas armas prohibidas. Desde entonces no ha sido posible que la Nación
haga respetar la soberanía, democratice la justicia y prevenga el delito.
Para Mosquera, en párrafo sintético de Mejía, no puede
haber política sin el análisis concreto de las condiciones concretas,
y del contexto de las relaciones dependen la variedad y el movimiento de las
cosas. Un pensamiento profundo pero claro y sencillo, que buena falta hace
en las actuales mesas redondas. “La vida no tiene disyuntiva a aceptar
los retos que le imponen a cada paso las múltiples relaciones con el
mundo exterior, por pasajeras que ellas sean o parezcan; lo necesario termina
siendo modificado por la necesidad. La casualidad acaba con la causalidad.
La excepción con la regla. El azar con la ley. He ahí la clave
de todo”.
Se llevó de calle, como suele decirse en las competencias deportivas,
a toda su generación. Con modestia injustificada levantó, ladrillo
a ladrillo, la fábrica ideal de sus ensueños.
En su famosa carta en defensa de Germán Arciniegas -solo contra todos
los llamados intelectuales “de izquierda”- Mosquera subraya que
sin teoría no hay explicación de los problemas y recuerda que
“la historia americana es un desfile infinito de audacias, complejidades
e incongruencias que mantienen en lo sustancial una ilación permanente
y suscitan el más maravilloso desafío al pensamiento en todos
los campos”.
En tres temas que mantienen violenta actualidad, Mosquera se mantuvo siempre
a la vanguardia, con realismo y paciencia (Alberto Lleras decía “sin
prisa y sin pausa”):
l. La Revolución Cultural precede a la Revolución Política.
2. El problema agrario se condensa en pocas palabras: “tierras ociosas
sin hombres y hombres laboriosos sin tierras”. 3. La federalización,
“otro solecismo parecido al del “revolcón” y que
dividirá a Colombia en territorios autónomos después
de 170 años de existencia de la república unitaria, significa
entregar desmembrado el país al águila imperial”.
Sus llamamientos por una auténtica concordia y su negativa a concurrir
a la primera “Comisión de Paz” de Belisario Betancur, así
como su rechazo a cualquier tipo de “disparate terrorista”, leídos
en estos días dan muestra de la clarividencia que les faltó
a tantos otros movimientos y partidos embrollados en la madeja de la paz.
Coherencia y lucidez caracterizan sus textos. Muchos de ellos acogidos hoy,
naturalmente en su marco histórico, por serios observadores de la crisis
nacional. Páginas proféticas algunas y decididamente desconcertantes
otras, pero escritas siempre con responsabilidad y pasión de auténtico
dirigente. Creo que por eso quienes lo conocieron, de acuerdo o no con todas
sus ideas, nunca lo olvidarán.
MOSQUERA HOMBRE DE LUZ Y DE BATALLA
Palabras pronunciadas por el Dr. Jaime Piedrahíta Cardona, en la imposición de la Orden del Congreso de la República de Colombia en el grado Gran Cruz de Oro, realizada el9 de febrero de 1998 en el recinto de la Alcaldía de Medellín.
Señor Doctor
Amilkar Acosta
Presidente del Congreso de Colombia
Señoras y Señores:
Con palabra breve, vengo a agradecer el más claro homenaje que yo haya
recibido en mi vida de combatiente, en la honrosa compañía del
ilustre médico y maestro de juventudes Hernando Echeverry Mejía
y de Gilberto Zapata Isaza, periodista, escritor, dedicado a servir en las
luchas populares por una patria mejor.
Al calor de este acto vuelvo a sentir la emoción de aquella batalla
que fue lo mejor de mi vida, lo que me permitió realizarme y sentirme
justificado ante mí mismo. Desde los días de la universidad
miraba yo con admiración hacia los protagonistas de la vida colectiva,
envidiaba su liderazgo y soñaba con emular en medio de ellos, para
contribuir a mejorar la suerte del país y sus gentes más agobiadas,
aquellos a quienes les están vedados los grandes proyectos, los grandes
sueños y las grandes esperanzas y cuyo destino se consume en la agonía
del minuto que pasa.
Apenas salido de las aulas, me vinculé de lleno y ya sin descanso a
la actividad pública y no tuve otra ocupación que el ir y venir
por pueblos y veredas, conversar con los humildes, atender a sus jefes naturales,
participar en las actividades del Congreso y compartir con mis compañeros
de Dirección las faenas del Partido.
Yo no vacilé en definir desde un principio mi orientación ideológica.
Al calor de las grandes devociones intelectuales de mi primera juventud, lo
que me hacía vibrar era cuanto tenía que ver con la causa popular.
Me formé en un ritmo de lecturas apasionadas, en las que alternaba
la historia con el arte y la literatura; con el poeta Carlos Castro Saavedra,
con el pintor Fernando Botero, con el poeta, escritor, abogado, Ex-Procurador
General de la Nación Carlos Jiménez Gómez y el entonces
ensayista y novelista en ciernes y después pequeño filósofo
Gonzalo Arango, compartí horas y emociones determinantes de mi futura
inspiración política. Leyendo a Pablo Neruda, a César
Vallejo, leyendo a marxistas y existencialistas y hojeando maravillado las
obras de los muralistas mejicanos, abracé para siempre la causa de
los humildes, de los que gimen, de los que sufren, de los que no tienen techo
ni lumbre ni esperanza. Mi época formativa estuvo signada por las corrientes
del nuevo humanismo colombiano, el que se levantó con nuevo signo democrático
desde los fines de nuestras guerras civiles hasta el estallido de la gran
violencia de mediados de siglo.
Con este bagaje me enrumbé en la política, entrando a formar
parte en el Gabinete Departamental de Antioquia, de lo que se llamaría
más tarde la Alianza Nacional Popular - Anapo, que fundó y dirigió
el extinto General Gustavo Rojas Pinilla, a cuya memoria, tan injustamente
tratada por los voceros de todos los oficialismos, rindo hoy un cálido
tributo de admiración. El General tiene méritos innegables que
la historia rescatará y prolongará cuando se apaguen las pequeñas
pasiones y los odios mezquinos de sus contemporáneos. A su lado milité
sin desmayo, apoyando vigorosamente la línea de izquierda, que luchaba
por impedir que el movimiento cayera en manos del bipartidismo, declinara
sus banderas revolucionarias y se plegara a los dictados de la derecha tradicional.
En la adopción definitiva de esta dirección democrática
tengo algún crédito, que constituye timbre de legítimo
orgullo para mi vida de combatiente. Por ello tuve discrepancias definitivas
con viejos compañeros, que sobrellevé con comprensión
mientras veía a otros irse de su mando a las filas del establecimiento,
a medida que se entibiaba y extinguía el fuego del sacrificio. Y así
como en un principio no vacilé en marchar en las filas del anapismo
revolucionario, disuelto este importante capital político del país
apoyé al Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario - MOIR, que
sigue siendo el de mis convicciones y que me llevó en el año
de 1978 a ser su candidato presidencial bajo las banderas del que allí
se formó con el nombre de Frente por la Unidad del Pueblo - FUP. Desde
aquí rindo mi más caluroso tributo de afecto, de agradecimiento
y de admiración a todos los hombres y mujeres que me acompañaron,
me estimularon, me enseñaron y de quienes aprendí a no retroceder
en estas lides tremendas en que desfallece tanto corazón que se creía
invencible en el encuentro con la vida. Suya es la presea que hoy me entrega
el Congreso, y yo se la dedico a ellos con toda el alma. Entre ellos, hay
uno, el primero, grande por su honestidad intelectual, por su saber político,
por su generoso espíritu revolucionario, desaparecido tempranamente,
cuando el país aún no había asimilado los grandes frutos
que podría recibir de su vida fecunda: me refiero al inolvidable Francisco
Mosquera.
Ninguno como él alcanza sus dimensiones de apóstol y místico,
de adelantado de una causa, hombre de luz y de batalla; su jornada de conductor
polémico no solamente lo residencia en la egregia categoría
de los fundadores de partido, sino que lo proyecta armoniosamente sobre la
vida universal, de la lucha y del pensamiento. Qué jornada tan inmarcesible,
qué poder de adivinación, qué espíritu procero,
qué cálido corazón envuelto en llamas. Y qué esplendorosas
sus dos facetas de fortaleza y de dulzura. Nuestro fascinante Rubén
Darío dijo una vez sobre Antonio Machado esto que yo repito sobre Francisco
Mosquera: "... Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez, conduciría
tempestades o traería un panal de miel..." Así lo he concebido
siempre, en ese armonioso choque espiritual.
Una gran satisfacción siento en esta
hora: haber luchado por lo que amé, haberlo hecho siempre sin desmayo,
no haber traicionado nunca mis convicciones y sentimientos, haber mantenido
una sola línea de pensamiento y de acción, a toda costa, desafiando
la discriminación, el prejuicio, el halago, la retaliación.
Hoy, al final de esta jornada llena de incidencias y de encrucijadas, puedo
proclamar que siempre fui fiel a mis primeras emociones, a mis primeros sueños,
a mis primeros ídolos, a esos valores sagrados que enarbolé
y proclamé en las ebriedades intelectuales de la primera juventud,
al lado de los grandes amigos, como Hernando Olano Cruz, del gran maestro
Antonio García, de José Jaramillo Giraldo y de Mario Montoya
Hernández, y al lado de los grandes talentos que el destino puso en
mi primera senda y en compañía de los cuales encendí
los primeros fuegos de mi vocación. Esta fidelidad, esta coherencia,
esta consecuencia entre mis principios y mis actos es el mensaje que yo quiero
rescatar con la venia de ustedes como síntesis de mi trayectoria política
y de mi vida.
Ahora, cuando se habla de paz, vuelvo a proclamarlo. No creo en otra que la
que nace de la justicia; creo que mientras la injusticia no haya sido extirpada
no será posible una paz sincera y duradera. Esa ha sido y será
mi bandera, consecuente con lo que siempre creí y proclamé a
los cuatro vientos.
Agradezco nuevamente, Señor Presidente, la señalada distinción
que me otorga el Congreso de la República por su eminente conducto.
UNA ALIANZA DE VARIOS AÑOS
Consuelo de Montejo*
*Directora del canal de televisión Teletigre. Directora de El Periódico
y
El Bogotano. Concejal de Bogotá. Fundadora del Movimiento Independiente
Liberal, MIL.
Conocí a Francisco Mosquera en una
de las tantas campañas políticas que libraban los sectores independientes,
de diferentes matices, en contra de un sistema que, como la roya, empezaba
lentamente a comerse el país. Pacho, como le decían sus amigos,
era la cabeza del MOIR, que seguía las orientaciones de Mao, en China.
La plana mayor la conformaban Marcelo Torres, Carlos Valverde, Héctor
Valencia y Enrique Daza, entre otros.
En sus primeras salidas políticas se unieron con varios sectores de
la izquierda, entre ellos con el Partido Comunista y formaron la Unión
Nacional de Oposición, UNO, para presentar candidatos a las corporaciones
públicas. A esta coalición se sumó el MOIR y Carlos Bula
llegó al Concejo de Bogotá. Pero como siempre, cuando las alianzas
se forman con fines electorales, siempre se disuelven, y por razones que desconozco,
entre el MOIR y el Partido Comunista nunca existió mayor entendimiento.
La diferencia más destacada entre el MOIR y el PC estaba que el primero,
bajo la dirección de Mosquera, había formado un grupo de voluntarios,
en su mayoría universitarios y profesionales, que se regaron por el
país, como misioneros, con el fin de ayudar a sectores marginados y
pregonar su filosofía. Lo que le importaba a Pacho era el servicio
humano que podían prestar, basados en la convivencia pacífica.
En cambio, los del PC consideraban que la forma de llegar al poder era la
lucha guerrillera, la vía de las Farc.
A pesar de que sus más inmediatos colaboradores no eran partidarios
de nuevas alianzas, Pacho insistió en que era importante abrir el compás
y buscar sectores liberales independientes, exanapistas y algunos miembros
de la Anuc, Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, creada por
Carlos Lleras, pero que ya se encontraba dividida en las líneas Sincelejo
y Armenia, con los cuales se pudiera formar un frente. Y así, por intermedio
de Carlos Bula, mi colega en el Concejo de Bogotá, tuvimos la primera
reunión con Pacho.
Mi primera impresión fue la de un hombre tímido, que no le gustaba
figurar y que había logrado crear un movimiento al estilo de Mao en
China. Si bien el MOIR y Pacho no tuvieron problema con sus activistas con
relación a las coaliciones, a mi entender entre las directivas siempre
existieron posiciones disímiles típicas de quienes buscan el
poder dentro de los movimientos políticos. Pero como Pacho no aspiraba
a nada, a nivel personal, al final no tenían con quién pelear.
El Movimiento Independiente Liberal tenía fuerza en Bogotá,
pero no contaba con una organización nacional. Le advertí a
Pacho que nosotros no éramos de tendencia comunista, y que era importante
que ambos sectores se respetaran en sus ideas y que no cayéramos en
los dogmatismos típicos de las extremas de derecha e izquierda, donde
cada cual se considera el único depositario de la verdad. Lo importante
era ponernos de acuerdo en lo que no disentíamos y esto era trabajar
por el país señalando la corrupción de la clase dirigente.
Pacho como buen contemporizador aceptó, a pesar de que a algunos de
sus colaboradores no les gustaba que en los actos públicos, además
de la Internacional, se tocara también el himno colombiano, ni que
mis ideas liberales radicales no tuvieran que pasar por el escrutinio de los
más aferrados a una filosofía marxista, que con el tiempo variaría,
según fueran las relaciones de los grandes poderes internacionales.
Así, lentamente, basados en el respeto mutuo, fuimos gestando una alianza
que duró varios años. Pacho organizó una gira nacional
para que me conocieran los militantes en el país, y empezamos a trabajar.
Pacho sostenía que en política lo importante es sumar y no restar
y conversar con la gente de todos los sectores para así entendemos
más. Pero como en todo movimiento político no faltan los que
se acercan para buscar posiciones personales, el MOIR no fue la excepción.
Pacho, en su generosidad, les daba la bienvenida y lentamente ascendían
escalones que luego negociaban con el Galanismo o con el Partido Comunista.
Pacho aunque le dolían estas traiciones, nunca hizo un comentario desobligante
para quienes creyendo alcanzar más rápido el poder político,
se bajaban del barco para convertirse en cola de león. El tenía
una meta: crear conciencia en el pueblo colombiano, de que había que
formar país, que el pueblo tuviera conciencia de su ser y de su independencia,
¡que no se dejara explotar!
Los movimientos de oposición tienen que entender que Roma no se hizo
en un día, que su objetivo no debe ser destruir un país y que
ninguna revolución en el mundo ha triunfado con secuestros y masacres
de civiles indefensos. Lo mismo tienen que aceptarlo quienes circunstancialmente
ocupan el poder, que lo importante es crear país y no destruirlo con
monopolios administrativos e industriales que desarrollan la corrupción
y fomentan la violencia, eliminando por medio de crímenes a quienes
consideran que puedan poner en peligro su posición de privilegio.
Cuando me detuvieron en el año 1980, bajo el gobierno de Turbay y su
ministro Camacho Leyva, quien veía fantasmas de oposición en
todas partes, por una infracción intrascendente, el MOIR y Pacho jugaron
un papel importante en mi pronta liberación. Por todo el país,
los sindicatos de la Caja Agraria, Telecom, Teléfonos de Bogotá
y otras entidades oficiales, regaron afiches en cuanta oficina pública
existía, pidiendo mi libertad, lo cual constituía una burla
al sistema, que por un lado me condenaba mientras sus trabajadores me respaldaban.
El MOIR no escapaba de los asesinatos de algunos de sus copartidarios, muertes
que nunca fueron esclarecidas. También existían amenazas a la
cúpula del MOIR.
Pacho era un visionario: miraba hacia el futuro, hacia el horizonte, aunque
algunos de sus copartidarios y asociados miraban las prebendas del presente.
Así empezaron los resquemores cuando para la elección presidencial
de 1982 me escogieron como su candidata. Todos sabíamos que no era
para ganar, sino para tener la oportunidad de expresar ideas en todos los
municipios del país e ir creando conciencia de que todo colombiano
es un ser y no un esclavo. En dichas giras nos tocó enfrentamos a los
cuatro vientos: por un lado a la maquinaria del gobierno de Turbay, que con
su ministro Jorge Mario Eastman hacía que muchos de los alcaldes de
los municipios que visitábamos negaran el permiso de las reuniones;
por el otro con los militares quienes, fuertemente armados rodeaban toda manifestación.
También estaban algunos grupos armados, como en Urabá y el Llano
donde masacraron a unos campesinos después de haber asistido a una
reunión política; y como si lo anterior fuera poco, internamente
a Pacho le tocó enfrentar las aspiraciones al Congreso de algunos asociados.
Llegó un momento en que la situación se puso insostenible y
así se lo comuniqué a Pacho y me retiré de la alianza,
sintiéndolo por él y por los misioneros del MOIR con su programa
“pies descalzos” en el campo.
Después de haber logrado en las elecciones de mitaca casi 100 mil votos,
en las presidenciales no le fue bien al MOIR y Pacho se fue para Medellín.
El movimiento más tarde se dividió en varias fracciones. Solamente
volví a saber de Pacho cuando se realizaron sus exequias en Bogotá...
Como para asistir a los entierros no se necesita invitación, allí
se encontraban tanto sus amigos como sus detractores... pensé que en
Colombia hay muchas formas de asesinar al hombre, y una es matarle el alma...
forma que no genera investigación judicial.
CUÁNTA FALTA HACE HOY UN LÍDER COMO PACHO
José Fernando Isaza*
*Magister en matemáticas puras en la Universidad Strasbourg en Francia.
Grado Summa Cum Laude en Ingeniería en la Universidad Nacional. Presidente
de Ecopetrol. Ministro de Obras Públicas y Transporte 1982 - 1983.
Gerente del IFI. Presidente Ejecutivo de la Compañía Colombiana
Automotriz.
Las casi siempre agitadas relaciones entre
Ecopetrol y su sindicato la USO, de cuando en cuando desembocaban en una huelga
abierta y prolongada. En una de ellas, en los turbulentos años 60,
la cafetería de la Universidad Nacional abrió sus puertas para
recaudar fondos entre los estudiantes, muestra de un gran sentido de lo utópico,
y así apoyar financieramente al sindicato. La presencia del MOIR y
su dirigente Francisco Mosquera era destacada y se perfilaba como un líder
que ampliaría en el futuro su campo de acción a otros sindicatos
oficiales. En esas circunstancias conocí a Pacho. Tenía desde
entonces la clara convicción de que a medida que el sindicalismo en
las empresas del sector privado se iría debilitando, por efectos de
la competencia y por una abundante mano de obra estimulada por la acelerada
urbanización, el sindicalismo en las empresas oficiales, proveedoras
de bienes y servicios estratégicos y que contaban adicionalmente con
monopolios naturales o legales, iría en ascenso. Acertó en su
análisis.
Muchos años después, cuando me desempeñaba como Presidente
de Ecopetrol, el MOIR bajo la dirección de Mosquera mantenía
una posición destacada en la USO, que se caracterizaba por una férrea
y consistente oposición a lo que denominaban "privatización",
la cual afirmaban se realizaba mediante los contratos de asociación,
otra de sus banderas era una defensa a ultranza de los beneficios laborales
obtenidos en las pasadas luchas sindicales. Pero a la vez, a diferencia de
otros sectores, que si bien se identificaban con esas prioridades, pero recurriendo
a métodos violentos, la posición de Francisco era de un profundo
respeto a las personas, debatiendo sus diferentes ideas, un rechazo al anarquismo
y a los métodos terroristas o intimidatorios como método para
obtener los fines propuestos.
En medio de difíciles negociaciones no exentas de brotes de intolerancia
que llevaban a la agresión física, Pacho, en un convenio implícito
impuso lo que hoy se llamaría "La confrontación dentro
del Derecho Humanitario". El respeto a las personas y a la confrontación
de las ideas.
Cuánta falta hacen hoy líderes que como Pacho defiendan, con
la fortaleza que una leona lo hace con sus crías, sus ideas sobre la
sociedad y el Estado, pero definiendo como prioritario la lucha por el respeto
a la vida y por la dignidad de sus contradictores.
Su concepto de la política fue siempre convencer, trabajar arduo, escribir
mucho y bien, y en ningún momento se dejó contagiar del mal
que cuestiona ante la sociedad -la corrupción-.
ENTRE CAÑADUZALES NOS RELATA EL ORIGEN DEL MOEC
Oscar Rivera *
*Ingeniero Agrónomo Universidad Nacional de Palmira.
Fue Concejal de Palmira y escribió un libro sobre el proletariado azucarero.
Actualmente asesor de la Alcaldía de la ciudad.
Recorría el campo admirando las grandes concentraciones de corteros
de caña, las multitudes de proletarios agrícolas surcando, abonando,
regando los cultivos, requisando en las cosechas de soya, fríjol, maíz
y el importante desarrollo de la producción y la tecnología
que comparaba con el atraso de otros municipios y regiones de Colombia.
Pacho había venido al Valle del Cauca deseoso de tomarse un descanso,
analizar la reciente participación del MOIR en las elecciones y gestar
la política de "unidad y combate". Un día cualquiera
empezó a relatar la historia del MOEC.
"El 31 de diciembre de 1958 y la madrugada de año nuevo de 1959
la insurgencia revolucionaria de Cuba dirigida por Fidel, El Che, Camilo Cienfuegos
y los adalides de la Sierra Maestra arribaron victoriosos a la Habana, etapa
final de la liberación de Cuba. En pocos meses habían sorteado
y derrotado la política de exterminio implantada por Batista, recibieron
adhesiones del ejército regular y el multitudinario apoyo del pueblo.
Ascendieron a la Sierra Maestra reducidos a siete hombres y doce fusiles,
totalmente diezmados después del desembarco del Gramma y cuando llegaron
a la montaña empezaron a cosechar los frutos de las semillas que habían
sembrado durante más de veinte años de lucha y actividad revolucionaria.
Era el respaldo incondicional del pueblo cubano hastiado de ver su territorio
mancillado y expoliado y la bella capital convertida en una especie de casino
internacional.
Esta gesta heroica de los dirigentes cubanos despertó una ola de entusiasmo
revolucionario entre la juventud estudiantil y universitaria en toda América
Latina. Con el triunfo de la revolución cubana surgieron como por encanto
movimientos antiimperialistas que enarbolaron las banderas de la soberanía
nacional y la lucha contra las oligarquías corruptas, vendepatrias
del continente y los ideales de un mundo mejor. Lo hicieron creyendo repetir
la hazaña de los siete hombres armados de sólo doce fusiles,
sin entender las condiciones políticas y el estado de ánimo
de las masas en sus propios países. Estaban empeñados en actos
de heroísmo sin par, como la fuga de Fidel de la isla prisión
de Pinos y su regreso a la Habana nadando 15 kilómetros, en un mar
infestado de tiburones, tras el fallido asalto al cuartel Moncada el 26 de
julio de 1953. La popularidad de Fidel aumentó considerablemente luego
de la atroz represión contra el Movimiento 26 de julio y la descomposición
del régimen fantoche de Batista".
Y después continuó su relato: "Así nació
el MOEC, como producto de una huelga urbana de obreros, estudiantes y campesinos
inspirada en las hazañas de la Sierra Maestra, pero sin entender las
condiciones políticas de Colombia. Era un movimiento antiimperialista
conformado por jóvenes universitarios de nobles ideales, pero despreciando
en cierta forma las grandes acciones de las masas populares, al pensar que
un puñado de valientes podía reemplazar a millones de personas
y desafiar con éxito a las oligarquías vendepatrias en el terreno
militar. Así surgieron, vivieron, lucharon: el movimiento revolucionario
Frente de Liberación Nacional dirigido por Fabricio Ojeda en Venezuela
cuyas acciones repercutieron en todo el territorio, los Montoneros argentinos
cruelmente reprimidos por la dictadura militar, los Tupamaros uruguayos que
realizaban espectaculares asaltos bancarios, el Movimiento Revolucionario
del insigne Carlos Marighella en Brasil, los hermanos Peredo en Bolivia, Turcios
Lima en Guatemala. Todos ellos heroicos combatientes en la lucha anti-imperialista
latinoamericana.
"El MOEC es nuestra experiencia. Cayó en el pecado del foquismo.
Desarrolló planes fantásticos como la operación Aurora
y la operación péndulo. Basaba toda su actividad en la ayuda
internacional y estaba alejado de las masas, completamente ajeno a la realidad
nacional. A mediados de 1965 planteé la lucha interna en el seno del
MOEC con la consigna «Hagamos del MOEC un auténtico partido marxista
leninista» y fue interpretado como un desafío, desde las vertientes
de la «izquierda» y derecha del movimiento antiimperialista colombiano.
Ellos pretendían eliminamos en la cuna, pero nos vinculamos a la clase
obrera entre 1967 y 1969 en la USO. «La niña de mis ojos»,
en los bloques sindicales independientes y planteamos la creación del
MOIR el 12, 13 y 14 de septiembre de 1969 en abierta contraposición
a las tesis deformadas sobre la experiencia cubana.
"Se desgañotaban caracterizando a Colombia como un país
capitalista cuando en la realidad aún estamos sumidos en el atraso
y en los pañales del capitalismo. Pero en verdad decía Pacho,
lo importante era derrotar los conceptos infantiles en boga. Trazar una estrategia
basada en el análisis de las clases sociales y la caracterización
de la sociedad colombiana y una táctica interpretando el estado de
ánimo de la población y la correlación de fuerzas sociales
y políticas. Por eso fuimos a elecciones, porque la gente cree en las
elecciones, no para embellecer los establos parlamentarios, sino para denunciar
el engaño y la corruptela de estas armatostes pretendidamente "democráticas"
donde se cocinan toda clase de felonías contra el pueblo, se negocian
los recursos naturales y se deciden las entregas del patrimonio nacional a
los inversionistas extranjeros".
Prosiguió relatando su experiencia
en Cuba
"Siempre recuerdo cuando fui a Cuba invitado a un curso de entrenamiento
militar. El hermoso paisaje de la Isla, romerías de corteros trabajando
en la zafra y abonando los cañales como en el Valle del Cauca. La prueba
para graduarse, era tomarse por asalto una casa que estaba sobre una colina
controlada por un destacamento armado.
"Todos los grupos de cursillistas fueron desarrollando sus diferentes
tácticas de acercamiento y asalto pero finalmente eran capturados cerca
de la casa. Yo entendí que era una táctica fallida y utilicé
la paciencia. Esperamos durante seis horas sin movernos del sitio, sin salir
a campo abierto, hasta que los tipos salieron, les echamos mano y ganamos
la posición. La verdad es que cada hora trae su angustia. Ya fuimos
a elecciones y comprobamos lo acertado de la participación electoral
porque nos extendimos a todas las regiones de Colombia. Ahora nos preparamos
para la política de unidad y combate. Luchemos por la conformación
de un frente unido con todas las clases sociales y sectores explotados de
la sociedad colombiana. Es un objetivo que aparece muy distante. Como el ascenso
a la cúspide de una montaña, es necesario hacer zig zag, rodeos,
avanzar y retroceder. En la táctica todo es válido, menos perder
el rumbo y caer en prácticas como el secuestro, el terrorismo o la
extorsión.
"Siempre admiré los revolucionarios de principios del siglo como
Emiliano Zapata adalid de las luchas agrarias en México, fue un valiente,
interpretó las aspiraciones del pueblo mexicano, luchó por la
revolución agraria, pero jamás se desvió de los linderos
de la lucha revolucionaria.
"Si queremos contribuir a modificar la historia de Colombia, debemos
ser gente de principios y valientes. Porque el valor es el hálito vital
de las empresas desbrozadoras del progreso del hombre".
Salvar a Colombia de la postración en que se encuentra es una tarea
larga, compleja y difícil que necesita grandes sacrificios desinteresados
y obsecuentes.
NO HAY OTRO CAMINO
Hernán de Jesús Taborda Muriel*
*Presidente del Sindicato de Trabajadores de Industrial Hullera. Fallecido
en 1998. Entrevista realizada en 1997 por Myriam Rodríguez, quien estuvo
acompañada por Blanca Helena Torres y Luz María Correal.
Quiero hablarles un poquito de lo que ocurrió
en Amagá en el año 68, cuando el compañero Francisco
Mosquera, quien era funcionario del sindicato de Empresas Públicas
de Medellín, hizo presencia en esta región y se da a conocer
a los mineros. Eso fue a comienzos del año y, ya para mediados, como
se preparaba la negociación de un pliego de peticiones y como él
había colaborado en su elaboración, la asamblea general lo nombró
como asesor.
Comenzamos a trabajar fuertemente con Pacho. Visitamos varias minas, fuimos
a Fredonia, Titiribí y también viajamos a El Bagre. Al principio
nos tocó muy duro. Hacíamos mítines en todos los turnos,
comenzando desde las dos de la mañana. Dormíamos sobre costales
después de vaciarlos del carbón y hacíamos fogatas y
jugábamos a las cartas. Preparábamos sancochos con huesos, plátanos
y yuca que nos regalaba la gente. Una familia de aquí cerca, al darse
cuenta de la clase de hombre que era Mosquera, le ofreció de todo.
Le dieron pieza, cama y comida. Conocido, pues, por estos lados, empezó
a ganarse el cariño, el afecto y el respeto de los trabajadores y de
los campesinos, pero a ganarse también el rechazo de la burguesía
y de las autoridades y es así como siempre que citábamos asambleas,
que eran muy frecuentes, los policías vivían pendientes, pues
tenían orden de capturarlo. De todas maneras, él tomaba la palabra
y hacía planteamientos de lucha y nos decía que era indispensable
prepararnos revolucionariamente para combatir al enemigo de clase en todos
los aspectos. Se echaba unos discursos muy vivos, los trabajadores lo aplaudíamos,
lo apoyábamos en todo y por dos o tres ocasiones trataron de detenerlo
a la salida del teatro, pero nosotros nos oponíamos y no lo podían
detener.
Recuerdo, entonces, que un día, en vez de esperarlo a la salida quisieron
cogerlo a la entrada. Avisado Mosquera, llegó de Medellín con
otros tres compañeros. El carro frenó al frente del teatro y,
disfrazado de cura, entró, mientras la policía nos acosaba con
preguntas, y nosotros les decíamos que él no iba a venir. Una
vez adentro, Mosquera se quitó la sotana, tomó la palabra y
nos explicó que había hecho eso porque tenía que estar
en la asamblea para mostrarles a los trabajadores los objetivos de la huelga.
La verdad es que fueron unas épocas bonitas e inolvidables. Como también
lo fueron aquellas. en que nos tocaba con el compañero trajinar caminos
a pie, con agua o sin agua, para ir a la carpa de la huelga y otras veces
a los lugares donde realizábamos reuniones clandestinas para preparar
otras clases de lucha pero de todas maneras a favor de la huelga. Sin embargo,
en una ocasión, después de una asamblea, la mayoría de
los trabajadores marchó a sus casas y otro pequeño grupo salió
con Mosquera, en un recorrido de unos 40 minutos a pie hasta las carpas. Agentes
del F2 lo esperaban en el camino y lo detuvieron. Los compañeros que
iban con Mosquera sacaron sus machetes y trataron de oponerse, pero él
los tranquilizó, diciéndoles que no era necesario, que él
aceptaba la detención y que muy pronto lo tendrían de nuevo
en las carpas. Al enterarnos del hecho, nos reunimos más de 200 trabajadores,
incluyendo a todos los directivos sindicales, nos trasladamos a la cabecera
municipal, a pedir información en la alcaldía sobre Mosquera.
El alcalde nos contestó que nada sabía sobre eso. Ofuscados
los trabajadores exigieron, amenazando con quemar ese cucarachero de cárcel,
revisar uno por uno todos los calabozos. Al no encontrado, nos pusimos en
la tarea de realizar mítines en cada una de las esquinas del pueblo
y pintar murales exigiendo la liberación del compañero. La detención
ocurrió el sábado y gracias a la presión de todos los
trabajadores fue puesto en libertad el martes siguiente. Al regresar a las
carpas lo recibimos con grande aplauso y continuamos aprendiendo de él
todo lo que quería enseñamos para salir adelante, no solamente
en este conflicto huelguístico, sino en todas las luchas que se avecinaban
para el futuro de la humanidad.
La huelga fue algo que hizo historia no sólo en Amagá sino nacionalmente.
En la región existía otra empresa que se llamaba Carbones San
Fernando, que por esa misma época se encontraba también negociando
un pliego de peticiones. Una vez que estábamos realizando una asamblea,
coincidió con que ellos también efectuaban la suya, en un local
que se llamaba La Casa Campesina situada en todo el marco de la plaza. Terminada
la asamblea nuestra, Mosquera nos dijo que nos trasladáramos a la de
ellos, pues era necesario tomarnos ese sindicato y esa negociación.
Nos permitieron entrar. Mosquera, después de oír el informe,
pidió la palabra e hizo un breve planteamiento de los objetivos de
la huelga y qué significaba la presencia de él y de quienes
lo acompañaban. Pidió a los trabajadores de Carbones San Fernando
renunciar a la Utran, reconocida organización sindical al servicio
de los patrones, y que se afiliaran al Bloque Sindical Independiente. Los
trabajadores aceptaron por unanimidad. Inmediatamente se eligió junta
directiva y acto seguido Mosquera pidió declarar la huelga con el argumento
de que si se paralizaba la producción en las dos empresas, sería
más efectiva la protesta de los trabajadores pues se golpeaba a la
gran industria textil, como Coltejer, Fabricato, Tejicóndor y a otras
compañías como Cementos El Cairo. Así se consiguió
que entrara en la huelga Carbones San Fernando. Cuando ya llevaba 30 días
la huelga de Industrial Hullera y 15 la de Carbones San Fernando un sábado
en la tarde compareció en las carpas una comisión conformada
por funcionarios del Ministerio del Trabajo, representantes de la empresa
y una numerosa tropa de carabineros con una resolución que declaraba
ilegal la huelga y afirmando amenazadoramente que la levantarían por
las buenas o por las malas, que venían dispuestos a cualquier cosa.
Muchos trabajadores corrieron a sus casas y regresaron armados de escopetas,
garrotes y machetes y le aseguraron a Mosquera que ellos también estaban
dispuestos a todo. Mosquera llevó a los compañeros fuera de
las carpas y allí nos explicó el significado de las huelgas
y lo que implicaba de declararlas ilegales, que si ofrecíamos resistencia
nos matarían, que dadas esas circunstancias se hacía necesario
levantar la huelga, aceptar la derrota porque en esos momentos valía
mucho más estar vivos que muertos. Esto, inicialmente, nos produjo
a los trabajadores mucha confusión, y dio mucho de qué hablar,
pero de todas maneras todo quedó superado y la gente entendió
y fue consciente de lo planteado por Mosquera. Ocho días después,
la empresa nos acusó falsamente de haber tapado criminalmente la mina
y consiguió que el gobierno nos persiguiera, logrando meter en la cárcel
a siete directivos del sindicato. Afortunadamente Mosquera logró escapar.
Salimos libres después de estar seis meses y medio en la cárcel
y continuamos luchando bajo la orientación de Mosquera, ya no en el
Bloque Sindical Independiente, sino en el MOIR. La lucha fue larga y difícil,
pero siempre estuvimos al pie de ella. A mí me tocó hasta 1983
cuando salgo jubilado y por suerte vivo después de afrontar once detenciones
en la cárcel, de haber sido acusado de guerrillero y terrorista, todo
por el simple hecho de haber sido el presidente del sindicato, por no haberme
dejado dominar por los empresarios ni por el sistema.
Bueno, entonces, qué hablar de mi camarada Mosquera. Es algo que lo
satisface a uno, lo hace a uno mucho más capaz, porque de verdad, Pacho
Mosquera fue un gran líder. Llegó a esta región donde
nadie lo conocía, nadie se imaginaba cuáles eran sus propósitos,
pero cuando lo fuimos conociendo y pudimos vivir con él, todo el mundo
empezó a brindarle afecto, a brindarle cariño y a tenerle respeto
por lo que él se proponía que era enseñarle al movimiento
obrero a luchar y enseñarle a los campesinos a armarse política
e ideológicamente para enfrentar las batallas que se aproximaban. Le
aprendimos mucho, fue un gran maestro, le aprendimos a amar la lucha y también
a amar la vida y le aprendimos a distinguir el enemigo de clase y que el proletariado
y los campesinos teníamos que fortalecer el cuerpo para enfrentar las
batallas y la guerra cuando fuera necesario. Desafortunadamente se nos ha
ido. A mí personalmente me ha destrozado el alma, pero de todas maneras
conservo la bandera del proletariado, la bandera de todas esas luchas no la
he abandonado y no la abandonaré. Me queda decirle al proletariado
y a los campesinos y a todos aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo,
de estar con él, de vivir con él, de combatir con él,
que no podemos dejar morir, dejar atrás ese pensamiento y esos deseos
que mantuvo nuestro compañero Mosquera por hacer la revolución
en nuestro pueblo colombiano. Siempre lo he dicho, estoy y estaré esperando
que haya condiciones para salir a la fila.
Es mucho lo que se puede decir de Mosquera. Pacho merecía tanto respeto
y había tanto que aprenderle. Yo personalmente me siento satisfecho
y orgulloso de haber podido aprenderle a Mosquera todo lo que sé y
creo que para mí es mucho. Yo fui un hombre tan campesino, tan escaso
de conocimientos que nadie me los hubiera podido enseñar y a nadie
hubiera podido escuchar. Pero cuando tuve la oportunidad de encontrarme frente
a frente con Mosquera, a este hombre le admiré tanto su modo de ser,
de actuar, de enseñar, su modo de ir a las masas, con el respeto que
ello merecía, era para admirarlo y como decían muchos trabajadores,
era como mirar la providencia. Así se respetaba a Pacho. El más
ignorante, el más atrasado política e ideológicamente
lo escuchaba, lo entendía y lo respetaba. Me parece que lo veo y lo
oigo cuando nos decía: “camaradas no podemos perder la cabeza,
no podemos equivocamos y quien se equivoque en política pierde la cabeza”.
Tenemos un reto: hacer la revolución en Colombia. Ese era el sueño
de Pacho. Son 30 años de lucha que no podemos echarlos al olvido. Pobres
aquellos que se devolvieron del camino o los que pretenden que el camino es
otro. No tienen perdón. No hay otro camino que el que propuso el camarada
Francisco Mosquera.
PARA RESALTAR: SU CALOR HUMANO
Eliécer Benavides*
*Presidente de la USO en los períodos 1964 - 1969 y entre 1972 - 1974.
¿Cómo recuerda la vez que conoció
a Mosquera?
Lo conocí por allá a mediados de los años del 60, siendo
yo muy joven y él lo era aún más porque le llevo como
unos 10 años. Alguien que pese a su juventud venía completamente
convencido de que había que cambiar las costumbres políticas,
de que la forma como se estaba jalonando y creando conciencia en la gente
no era la correcta, no se llegaba a las masas. Él hablaba de que los
cambios en Colombia sólo se darían con la unidad y preparando
a las bases obreras para que éstas le enseñaran a la sociedad
a entender las benevolencias del marxismo. Lo mismo ocurría con el
trabajo que se realizaba a nivel sindical. Tenía el convencimiento
de que los sindicatos debían servir para educar a los trabajadores,
que los compañeros no fueran únicamente unos bonzos sindicales,
tenían que prepararse para retomar los cambios que resultarían
como consecuencia de la misma lucha. Por ejemplo, en una ocasión me
dijo que no entendía por qué los obreros no conocían
sobre economía, ni siquiera lo relacionado con su propio sector, sobre
lo que ellos mismos estaban produciendo, algo que desgraciadamente todavía
se mantiene. Es el caso concreto de los sindicatos de aquí que no saben
cómo se maneja Ecopetrol. No saben qué conversaciones hace la
junta directiva con las multinacionales, cuánto petróleo tenemos
y cuáles son las reservas, ignoran cuánto se le podrá
dar a las multinacionales, porque hay que pagarles, pues se tiene entendido
que por inteligentes que sean las personas que se tomen el poder, solos no
van a sacar el petróleo. Uno va a necesitar de la tecnología
de otra parte, yo lo veo así.
Pacho insistía mucho en que se estuviera muy cerca a las organizaciones
sindicales, en que se aplicaran políticas de convencimiento democrático.
Él no era muy amigo de que el dirigente se alejara de las bases. Decía
que esos dirigentes que se pasan hablando por allá en Europa, que no
están cerca de la producción, así sea un mes al año,
se olvidan del compañero y terminan adquiriendo los vicios de la burguesía.
Eso lo he visto en la USO, están alternando con parlamentarios y cosas
de esas, mucha vitrina en televisión.
¿Qué lo sorprendió más
de Pacho en esa época?
Bueno, hay una cosa que yo pienso que se debe destacar mucho en el libro y
que no se da ahora: su calor humano, lo que él despertaba en uno. Porque
hay líderes que parece que se untaran “baygon”, o que pretenden
ser líderes pero se mantienen por allá alejados, no tienen lo
que él tenía, esa cuestión innata en él, porque
era una persona a seguir y lo hacía de una manera tan agradable, que
a uno le encantaban las enseñanzas del hombre. Eso me impresionaba
bastante, algo que no se da ahora mucho. Hacía muy atractivo lo que
decía, hacía el rato agradable a la vez que le estaba enseñando
a uno. Después de una charla que podía durar horas, uno no sentía
que ese tiempo había pasado, porque lo digo, tenía esa facilidad
para hacerlo reír a uno dentro de la charla. Además, pues llegaba
mucho con los temas sobre la explotación, sobre el manejo incluso de
la hacienda pública, y una serie de cosas... no sé, ese hombre
era una de las personas más bien dotadas en el aspecto de hacerse comprender.
Usted, además de haber conversado mucho
con él, ¿también lo leía?
Sí, pienso que era la persona más informada acerca de cómo
explotan a estos países, de la inventiva de los grandes núcleos
financieros para llevarse el dinero. Realmente muy pocas personas tan capaces
como Pacho. Por ejemplo, esa apertura la previó con mucha anticipación.
¿En qué luchas lo acompañó
usted dentro de la clase obrera, cómo fue la pelea contra las centrales?
Estuve en Ibagué con él fundando el MOIR.
Aquí en Barranca, Rodrigo Plata Coronel y mi persona disentíamos
de cómo los comunistas de esa época manejaban los sindicatos,
se inventaban paros para tener canonjías o reconocimientos del gobierno
allá en Bogotá, y no nos tenían en cuenta a nosotros.
Una vez nos convocaron a un paro sin tener sus bases preparadas, mientras
nosotros sí las teníamos, y comprendimos que querían
sacrificamos. Eso fue por ahí en el 68 y en el 69, pero ya nosotros
teníamos amigos universitarios y especialmente estaba Pacho de por
medio, asomándose, y yo había hecho buena amistad con él,
y preguntamos y de verdad que nos asesoramos. Decidimos apoyar el paro pero
con la condición de que nosotros sacábamos a los compañeros
acá en Barranca, 5 o 10 minutos después de que ellos sacaran
a los sindicatos que decían tener. Pero los compañeros nuestros
en las ciudades, en Barranquilla, en Bogotá, en Medellín, nos
comunicaron que los mamertos no habían hecho nada. Eso fue el florero
de Llorente para desafiliar a la USO de la CSTC, algo que nunca nos perdonaron
y por lo cual nos persiguieron mucho tiempo.
O sea que Pacho jugó ahí un
papel importante.
Sí, porque él era quien nos asesoraba. Y no sólo esa
vez. La solidaridad de Pacho fue muy efectiva en las huelgas que nos tocó
hacer para defender a Ecopetrol, el hombre era muy efectivo y sus órdenes
eran muy claras y tenaces. Muchas veces en plena huelga nos visitaba para
orientamos o nosotros lo visitábamos. Un buen trabajo que nos permitió
crecer y preparar la gente para llegar a la dirección. Cuando se dan
las huelgas del 77 nosotros las tuvimos ganadas, pero algunos que se llamaban
trotskistas, que los hay anárquicos, nos impidieron llegar a un acuerdo
para salvar a una serie de cuadros. Ecopetrol hizo una poda y nos botaron
228 compañeros, casi todos bien preparados para la lucha, causándole
un gran daño a la USO.
Quiero terminar diciendo que siempre me encontré con el amigo, un amigo
muy leal, que no lo traicionaba a uno así se tuviera discrepancias.
Si uno era su amigo y lo buscaba él tenía una respuesta y eso
me acercó mucho a él. Parece que la lealtad no existe ahora,
lo vi el día del quinto aniversario de su muerte, un hombre de esos
quilates y que legó tanta enseñanza a los movimientos de cambio,
que ni siquiera ese día pudiéramos ir juntos todos a rendirle
un homenaje merecido. Eso me dolió muchísimo.
LOS PIES DESCALZOS, TAREA DE GIGANTES
Pedro Contreras*
*Médico de la Universidad de Antioquia. Presidente de Asmedas Nacional.
Presidente de la Confederación Médica Latino-centroamericana
y del Caribe y presidente de Unámonos.
¿Cuáles son sus principales recuerdos de Francisco Mosquera?
Conocí a Francisco Mosquera, jefe y maestro del proletariado colombiano,
en la ciudad de Medellín, cuando ingresé a la Universidad de
Antioquia a estudiar medicina y él era uno de los dirigentes más
destacados del Bloque Sindical Independiente, y tenía su sede habitual
en el sindicato de Vicuña. Pero vengo a conocerlo un poco más
a profundidad cuando nos explica por qué era permisible y obligatorio
para las fuerzas revolucionarias la participación en la campaña
electoral de 1972. Asistí al lanzamiento del Frente Popular-MOIR en
Bogotá y allí apreciamos la profundidad de las tesis de Mosquera,
especialmente el planteamiento de nueva democracia. Tesis que se desarrolla
con la posterior constitución de la Unión Nacional de Oposición,
UNO.
Habiéndose clarificado la posición del Partido, tuve la oportunidad
de conocer la capacidad de la táctica y la estrategia de Mosquera,
al analizar los resultados del paro que realizó el movimiento médico
colombiano, en 1976, en defensa de los derechos de los trabajadores del Seguro
Social. Estábamos convencidos de que este paro, que había marcado
un récord mundial de 56 días de lucha, tumbaría al presidente
de la República. Fue mucha la decepción cuando no se lograron
los objetivos concretos. Mosquera, entonces, nos enseñó cómo
era la situación de la táctica y la clave de la correlación
de fuerzas y que no se puede perder de vista los objetivos fundamentales.
Esto fue muy importante para mi vida política, porque, además,
se comenzó a discutir la visión del Partido en cuanto a la salud
del país, y cuál sería el papel de los profesionales
y de los trabajadores de la salud, y cuál la posición programática
del Partido.
A lo anterior se agrega el señalamiento de una tarea gigantesca conocida
como la de los pies descalzos, la necesidad de que los profesionales que estábamos
en las universidades y en las grandes ciudades, vinculados a las actividades
de los barrios o de los sindicatos, miráramos la necesidad de irnos
al campo, a las zonas apartadas de las capitales. Ahí conocimos, por
ejemplo, la capacidad de convencimiento de Mosquera al lograr que Álvaro
Velásquez Ospina, un gran científico y técnico de la
medicina se decidiera a desarrollar esta política en El Banco, Magdalena.
En la discusión con Mosquera precisamos la importancia de que con la
práctica y la experiencia propia pudiéramos conocer las necesidades,
el carácter de clase y los objetivos que debe tener el trabajo en el
movimiento campesino colombiano. Él escogió tres zonas claves
del país para el trabajo y la vinculación de
los cuadros, entre ellas estaba el Sur de Bolívar y del Magdalena,
la Serranía de San Lucas en concreto. Por esa razón, nosotros
nos ubicamos en El Banco, Magdalena, para respaldar el trabajo que unos cuadros
calificados habían iniciado. Los pies descalzos ya tenían varias
actividades con el fin de organizar a los campesinos, y nuestra presencia
logró fortalecer esa labor.
Cuando el trabajo estuvo maduro, en 1981, Mosquera toma la decisión,
como jefe del Partido, de ir a evaluar, a verificar lo hecho y sobre todo
a vincularse estrechamente a las necesidades de los campesinos de la zona.
Como el trabajo médico, la asistencia y la orientación y asesoría
en estas zonas de colonización era clave, Mosquera solicitó
que a través de nuestras brigadas, él pudiera ingresar como
un personaje más, a fin de que los pobladores de la región no
lo miraran como algo extraño, sino como parte de la organización
y del Partido. Así se hizo. Vinculamos a Mosquera en una comitiva desde
Bucaramanga y lo llevamos a la región, tuvimos reuniones en varios
corregimientos y veredas, en donde deleitó a los campesinos con su
capacidad de apreciación de los fenómenos económicos
y sociales del país, materializados en esa zona. Lo acompañamos
durante unos cinco días hasta que otra comisión, del Sur de
Bolívar, lo recibió en La Garita para llevarlo por los lados
del río Cauca, hasta la zona de Magangué y de la Mojana. Fue
una experiencia valiosa ver cómo el jefe, sin estar ahí presente,
conocía y materializaba muy bien nuestro trabajo y nuestras orientaciones
en la labor de organizar a los campesinos pobres de este país.
Posterior a esa gira tuvimos un encuentro en cercanías de Cartagena
donde se discutió, con todos los cuadros que trabajaban en la zona,
la política a seguir frente a un proceso de organización, lo
mismo que para orientar al campesinado que se encontraba infiltrado por los
cultivos de la marihuana y en los inicios de los de la coca. Discutimos tesis
profundas como la necesidad de, por un lado, educar a los campesinos para
que no se quedaran en el cultivo de la marihuana o de la coca, porque eso
sería su bancarrota. Deberíamos educarlos en la necesidad de
la diversificación, que no abandonaran el cultivo de pancoger para
el mantenimiento de sus familias. Realmente esta campaña fue exitosa.
Los campesinos que no nos escucharon, que no nos comprendieron o que no fuimos
capaces de persuadir, fueron engañados y robados, ante el gran fracaso
de la economía de la marihuana. Los más cercanos al Partido,
los campesinos que nos hicieron caso, salieron avante porque mantuvieron las
cosechas de fríjol, de maíz, yuca, etc., y lograron resistir
el engaño y el robo de su trabajo. Esto nos facilitó dar el
paso siguiente, las cooperativas.
Para mejorar los ingresos de la zona montamos cooperativas que buscaban, por
una parte, resolver el problema del mercadeo y la consecución de insumos
para aumentar la productividad y, por la otra, lograr romper con la cadena
de intermediarios y llevar los productos a los centros de acopio. Otra extraordinaria
experiencia que logramos vivir en ese entonces, en el trabajo campesino, con
la dirigencia y la orientación de Francisco Mosquera.
¿Además de Álvaro Velásquez
y Ud. quiénes conformaron este grupo de médicos descalzos?
En ese entonces en Antioquia y en Bucaramanga había un grupo de gente
joven que acepta la orientación de pies descalzos. En Medellín
fuera de Álvaro Velásquez hicieron trabajo con esta generación
de descalzos, Roberto Giraldo, quien se ubicó en Magangué, Jaime
Restrepo Cuartas que reforzó el trabajo los fines de semana por los
lados de Puerto Berrío, Bodega Grande y Bodega Pequeña, zonas
de colonización donde los cuadros del Partido tenían una labor
de organización adelantada.
¿Cuál fue la experiencia de
estos militantes de pies descalzos en el campo de la salud?
Nosotros, por ejemplo, en la zona de trabajo en el Sur de Bolívar,
en la Serranía de San Lucas, percibimos que construir un sistema de
salud para la población es una tarea de gigantes. Como lo señaló
Mosquera, nos dedicamos a dos aspectos fundamentales: la promoción
y la prevención. Ubicamos como tareas concretas, enseñar y educar
a los campesinos y a sus familias a utilizar adecuadamente el agua, por lo
tanto hicimos la campaña de hervir el agua que se fuera a consumir.
Además, promovimos la construcción de letrinas. Tareas realmente
enormes, porque la gente no se persuade fácilmente. Por ejemplo, culturalmente
diferencian muy bien lo que es un agua hervida de la que no se hierve. En
cuanto a la construcción de letrinas, es un poco más lento,
pues los campesinos no son dados a mantenerse aglutinados en su sitio de dormir,
la pasan más bien a campo abierto, siendo muy poca la posibilidad de
que ellos utilicen sistemas de eliminación de excretas. La otra tarea,
bastante compleja, trataba sobre la alimentación, que supieran manejar
adecuadamente los productos que ellos mismos cosechaban y comprar solamente
lo que se requería para una buena nutrición. Se hicieron jornadas
educativas con dietistas y nutricionistas que explicaron el aprovechamiento
de los alimentos. La realidad fue muy superior, porque no comprendíamos
la diferencia de los alimentos para una población campesina que trabaja
todo el día, que hace un esfuerzo físico importante, a lo requerido
por los intelectuales o los operarios en una determinada actividad. Sin embargo,
con esas acciones nosotros construimos los cimientos de un modelo de salud
para la población, sin olvidar que nuestro punto de partida era la
atención directa a las personas y, por lo tanto, en Magangué
se ubicó, en cabeza de Roberto Giraldo, un centro de diagnóstico
de las enfermedades y, en El Banco, en cabeza nuestra, se creó la Clínica
Primero de Mayo, que atendía los aspectos hospitalarios y quirúrgicos
que necesitaba la población.
¿Qué determinó que los
médicos salieran de estas áreas campesinas?
Fundamentalmente el problema de violencia. El Partido dio la orientación
de fundirnos con las ligas campesinas, con las organizaciones propias de los
campesinos, y logramos formar y educar a la gente. Pero como producto del
cercamiento y la persecución desatada por el estatuto de seguridad
de Turbay y la presencia de los grupos alzados en armas en la Serranía
de San Lucas, como un centro importante de sus operaciones, y que asimismo
nos liquidaran físicamente a los mejores cuadros, se determinó
el hacer un repliegue y posteriormente abandonar este trabajo por seguridad.
Salimos, pues, de la zona y volvimos nuevamente a Medellín, donde tuvimos
algunos contactos esporádicos con Mosquera. Nos encontramos al darse
el estudio sobre la situación económica y política del
país, en lo referente a las reformas que el neoliberalismo impulsaba
en esa época, especialmente en cuanto a lo que se refería a
la salud y a la seguridad social. Tuvimos una discusión profunda bajo
la orientación de Mosquera. Él evalúa y rectifica nuestra
labor y nos ubica en la perspectiva de la necesidad de luchar por la salud
pública para los colombianos y la defensa de la seguridad social para
los trabajadores, señalando claramente que esa lucha es y debe ser
un punto fundamental para el trabajo sindical, pero con la idea clara de que
la financiación y el costo de la salud de toda la población
no podía el gobierno descargarla sobre los trabajadores. Al contrario,
que reivindiquen que sus cotizaciones, que sus aportes son para mejorar el
nivel de vida de los obreros y que eso sirva como ejemplo para que las comunidades
y los pobladores tengan una meta a donde llegar: conseguir la misma protección
que la clase obrera ha construido con su esfuerzo.
Con esta orientación nos metemos en el terreno de la lucha en el campo
de la seguridad social y de la salud. Pero aquí se inician unas discusiones
internas en el Partido, porque yo aprendí de Mosquera y de muchos otros
maestros que uno debe saber en qué momento puede aspirar política
y decididamente a orientar el país y los sectores concretos. Después
de un debate de tres años sobre la seguridad social le digo al Partido
que considero que estoy maduro para llevar las banderas en la lucha electoral.
Quizás la historia pueda dar la razón pero esto dio motivo para
que nos fuéramos separando de la organización y ya no tuve la
oportunidad de dialogar directamente con Mosquera, quizás porque a
él le estaban llevando informaciones distintas del quehacer nuestro
en este frente. Lo cierto es que no fue posible, al final de la vida de Mosquera,
tener un encuentro para evaluar las tareas y mirar las cosas, sino que nos
sorprendió el problema de su enfermedad y el fallecimiento en unas
circunstancias que no nos permitieron poder confrontar las aspiraciones nuestras
con las del Partido y ahí quedamos sueltos, aunque hoy volvemos a encontrarnos
con mucha gente en la labor política que adelantamos.
RECUERDOS DE UN DESCALZO
Jaime Obregón*
* Ingeniero, Universidad Nacional y Master en Ingeniería Mecánica
en la Universidad de Pardue, Indiana, E.U. Profesor Universidad Nacional.
Analista de Sistemas en los Estados Unidos, donde vive actualmente.
Si hay algo por lo que recuerdo al camarada Mosquera es por su gesta para
civilizar la lucha política. Esta se materializó en jamás
condonar el militarismo extremo-izquierdista y en la crítica a quienes,
a nombre de la revolución, utilizan el atentado personal, el secuestro,
la intimidación y el asesinato. Pero también su esfuerzo por
civilizar la actividad política que se tradujo en la formación
de cuadros mediante conferencias, cursillos, ateneos, pero principalmente
mediante un programa que llamó "la política de los pies
descalzos". Esta fue inspirada en la de los "médicos descalzos"
de China, mas no copiada mecánicamente y consistió en enviar
intelectuales a vincularse a las masas obreras y campesinas para hacer política
y aprender.
Para aquellos de nosotros de extracción burguesa, pequeña, pero
burguesa después de todo, que nos unimos a esta tarea de descalzamos,
resultó una experiencia inolvidable, un postgrado en la escuela de
la vida y la vivencia más imperecedera que hayamos tenido. Para el
país representó la única fuerza de izquierda, el único
partido político civil y desarmado de Colombia: el MOIR. Sus cuadros
y descalzos sembramos semillas en todos los frentes: obrero, campesino, femenino,
de intelectuales, burguesía nacional, que un día germinarán
y harán que seamos algo más que una constancia histórica.
El camarada Mosquera fue muy claro en dos directrices: una sobre lo que se
debe hacer y otra sobre lo que no se debe hacer. Lo primero es reconocer y
aprender a detectar los líderes naturales de las comunidades a las
cuales nos vinculábamos, a quienes debíamos acercar y ojalá
ganar, no sólo para poder avanzar políticamente sino para obtener
una relativa seguridad. Lo segundo, es ser conscientes de no tocar temas que
son secundarios pero que su discusión puede levantar ampollas y herir
susceptibilidades; por ejemplo, decía Pacho, jamás se les ocurra
discutir la religión en un medio campesino.
Mi última experiencia como descalzo fue en las sabanas y ciénagas
de Córdoba donde encontré maravillosos campesinos con quienes
aprendí a sembrar tomate, a pilar arroz, a pescar en la ciénaga,
a echar canalete en las cañadas, a reparar motobombas, a irrigar el
suelo, a recuperar tierras. Organizamos una cooperativa de subsistencia y
una liga campesina cuya última actividad fue un cursillo de historia
universal y de Colombia. El conferencista, el compañero Marcelo Torres,
fue hasta una escuela abandonada de una vereda de Ciénaga de Oro donde
nos reunimos un centenar de campesinos y una docena de descalzos. El cursillo
culminó con una presentación de la obra del Teatro Libre: La
agonía del difunto.
No fue el éxito organizativo, ni el avance electoral, ni la elevación
del nivel cultural y político de campesinos y descalzos, indicativo
del buen trabajo que se estaba realizando; lo fue la reacción de nuestros
contradictores políticos en el campo de la revolución: el tercer
partido tradicional de Colombia: el Partido Comunista y las FARC. El camarada
Mosquera, con un olfato político agudo que siempre lo caracterizó,
detectó el peligro que esa reacción representaba y propuso una
política de prudencia y seguridad. Así, sacó a los descalzos
del campo donde se venía una arremetida a punta de fusil para desalojar
al MOIR de allí, donde se estaba consolidando fuerza campesina. Desafortunadamente
para muchos compañeros como Aydée, Rolón y mi carísimo
compañero Raúl, pudo más la palabra de la fuerza que
la fuerza de la palabra y fueron ejecutados sumariamente por cuadrillas de
las FARC.
Así pues la política del camarada Mosquera de descalzamos vinculándonos
a las masas, me permitió una vivencia formativa e inolvidable y, su
táctica de retirarnos cuando fue prudente, me salvó la vida.
Si un homenaje he de hacerle al camarada Francisco Mosquera es insistir hoy
más que nunca, en civilizar la lucha política.
EVOCACIÓN DE PACHO MOSQUERA
Alba Lucía Orozco*
* Directora de la Administración de Impuestos Nacionales. Presidente
de la Comisión Nacional de Valores.
Actualmente consultora tributaria de Orozco Pardo & Asociados.
Conocí a Francisco Mosquera a principios
de los años 70, cuando la juventud de aquella época se debatía
entre el “hippismo” y las aventuras revolucionarias del Ché
Guevara.
En Colombia, Camilo Torres, acompañado de una serie de estudiantes,
se había “ido al monte”, para demostrar que la igualdad
y la justicia social solamente se podían conseguir empuñando
el fusil, para derrotar al establecimiento, en una lucha armada, que los bravíos
estudiantes estaban seguros de ganar, atrincherados en una serie de ideales
que se habían forjado en las gestas heroicas de la Cuba Revolucionaria
de Fidel Castro, y en las lecturas épicas de Lenin, Mao Tsetung y todos
aquellos héroes, que habían realizado transformaciones sustanciales
en países tan o más atrasados que el nuestro.
Pacho Mosquera veía las cosas de otro modo. Cuando la abstención
era la consigna generalizada, y “votar” era un pecado contrarrevolucionario,
Mosquera convenció a todos aquellos jóvenes rebeldes, que se
debía participar en la vida política del país. Este rompimiento
con la ortodoxia revolucionaria inició el aprendizaje político
de aquellos jóvenes soñadores que rehusaban cualquier contacto
con el sistema.
Pacho Mosquera nos enseñó algo más: debíamos salir
de nuestros cubículos intelectuales y enfrentar la realidad; vincularnos
al pueblo; conocer su forma de pensar y de actuar. “Nadar entre el pueblo
como pez en el agua”, parodiando la célebre frase de Mao Tsetung.
De estas enseñanzas salieron los cuadros que se vincularon a los barrios
populares, y los que se desplazaron al campo y a los lugares alejados, en
un esfuerzo por penetrar a través de la educación y el convencimiento
en los sectores populares de entonces.
Pacho Mosquera marcó un hito en el pensamiento revolucionario de aquella
época. Encontró una vía diferente, y con una visión
de largo plazo se distanció de las corrientes imperantes, para crear
un camino que permitió acoger en su seno la intelectualidad democrática
de aquella época, que no compartía el guerrerismo a ultranza
inspirado en el ejemplo del Che Guevara, ni el anquilosado pensamiento del
Partido Comunista, que en nada se diferenciaba de los partidos tradicionales.
La muerte prematura de este colombiano sagaz, persistente y creador, deja
un vacío en el pensamiento político de Colombia.
Recoger su pensamiento es un valioso aporte a la comprensión de la
historia política de nuestro país, que tuvo en Mosquera a uno
de sus más valiosos exponentes.
LO QUE MÁS ME MARCÓ: SU CLARIDAD
Fernando Wills*
*Ingeniero Químico de la Universidad de Texas. Vicepresidente editorial
y de mercadeo de Planeta. Actualmente Gerente de contenido de la Casa Editorial
de El Tiempo.
Cuéntenos el origen de su vinculación al partido de Mosquera
y qué lo impulsó a participar en él.
Por la época de los sesentas me encontraba en Estados Unidos, en tiempos
de la guerra de Vietnam, donde mataron a varios compañeros míos.
Además, veíamos todas las noches en los noticieros, como ahora
aquí, las escenas de guerra, las matanzas y uno no veía la razón
de que Estados Unidos estuviera invadiendo a Vietnam y se va creando una cierta
conciencia política. Regresé a Colombia, seguramente uno de
los primeros hippies en estas tierras, pero luego empecé a trabajar
en una fábrica. La situación de los trabajadores me politizó
aún más y hasta llegamos a meter un compañero con la
gente del MOIR para que empezara a construir un sindicato, pero nos pillaron.
De ahí en adelante al ver las diferencias entre la Unión Soviética
y China, uno se acerca más a China. Luego de decantar las cosas, de
comprender que definitivamente no es por el lado del foquismo o la guerrilla
del ELN, como tampoco el partido comunista, queda la alternativa dentro del
maoísmo del EPL o el MOIR, y es en ese último, el partido que
asimila la solución a la realidad nacional, donde encuentras la respuesta.
En efecto, Mosquera ha logrado vincular los principios revolucionarios y el
pensamiento Mao Tsetung, esas verdades universales, con la realidad nacional.
Enfoque que nadie tiene en Colombia.
¿Cómo conoció a Mosquera y qué impresión le causó? Como simpatizante, asistí con un par de amigos a un acto político en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. Allí hablaron varios dirigentes de izquierda, entre ellos los del Bloque Socialista, pero el discurso del secretario del MOIR, el de Mosquera, me pareció muy claro, absolutamente brillante y me permitió entender lo que estaba sucediendo en el país. Desde ese momento sentí una gran afinidad y un gran deseo de acercarme al MOIR y de conocer lo que pregonaba Mosquera dentro de la izquierda colombiana.
¿Cómo fue su relación
con Mosquera y qué efecto tuvo sobre usted?
Mi relación con él, digamos personal, no fue muy grande, pero
de las cosas que me impactaron mucho, recuerdo una vez en un grupo de estudio.
Yo estaba recién separado de mi mujer. Me imagino que me veía
muy mal, y Mosquera, no sé si lo sabía o no, se me acercó
y me dijo: "hombre no se preocupe, las cosas se arreglan solas. Eso pasa
rápido y es mucho más importante todo esto en lo cual estamos
trabajando". Otra, la vez que estuvo en mi casa toda una tarde y parte
de la noche hablando sobre política y la situación de Colombia,
de la Unión Soviética, del imperialismo norteamericano, y me
impresionó profundamente la claridad de sus planteamientos. Eso hizo
que desde ese momento en Cedetrabajo o en los grupos de estudio a los cuales
pertenecí, esperara ansiosamente la llegada de Mosquera para oír
su charla respecto a la situación nacional. La relación intelectual
se llevó a cabo a través de Tribuna Roja. Cuando salía
el periódico la expectativa era inmensa por los editoriales de Mosquera,
que por lo demás, siempre sorprendían. Estaba uno confundido,
no sabía qué estaba pasando y cómo explicárselo
y el editorial lo aclaraba todo. En fin, lo que más me marcó
de Mosquera fue su claridad. Es lo que más añoro y lo que más
añoran los compañeros con los cuales me veo, y con los cuales
hablamos con nostalgia de esos años del MOIR, porque vale la pena señalar
que para mí fueron muy importantes y formativos. La influencia que
tuvo Mosquera fue muy grande. Creo que en estos momentos de tanta confusión
su ausencia es determinante, muy grave. Hoy cuando nos enfrentamos al fenómeno
de la intervención norteamericana y al terrorismo de las guerrillas,
cómo hace de falta el consejo de Mosquera.
¿Hasta dónde influye Mosquera
en esa generación de intelectuales a la cual usted pertenece?
Es impresionante la cantidad de gente que nos acercábamos al MOIR porque
realmente allí estaban las respuestas a todas nuestras inquietudes
intelectuales. Nosotros comprendíamos que no era la extrema izquierda,
no era irse para el monte. Por el contrario, Mosquera daba las soluciones,
fijaba un rumbo, como en el caso de los pies descalzos. Realmente, si uno
se pone a ver, muchos intelectuales de esa época, hoy en día
personas influyentes, pasaron por el MOIR. Pero en realidad nos vinculamos
y colaboramos por él, por sus ideas, porque uno puede decir que el
MOIR era Francisco Mosquera. Es muy curioso, como una cosa anecdótica,
que los editores de las principales empresas del país, como son Planeta,
Alianza, El Ancora, Intermedio, Tercer Mundo, trabajaron muy cercanamente
a Pacho en Tribuna Roja. Inclusive nosotros todavía nos reunimos periódicamente
y hablamos de la "célula de los editores", porque seguimos
siendo amigos dentro del marco profesional. Debido a nuestro oficio nos impresionábamos
mucho más por la calidad literaria de Mosquera, no sólo el fondo
sino la forma de los escritos, por su preciosismo.
¿Qué destacaría usted
de Mosquera?
En los grupos de trabajo le hacíamos muchas preguntas y siempre, siendo
muy repetitivo, me impresionó la claridad con que respondía,
iba directo al punto y uno muchas veces quedaba sorprendido, y se decía,
"miércoles, dentro de mis ejercicios intelectuales nunca miré
esta opción". Recuerdo que durante el entierro, fuera del sentimiento
de dolor tan profundo, había un sentimiento de rabia por la desaparición
de Mosquera, porque ya se vislumbraba la falta que iba a hacer en este maremágnum,
dentro de esta confusión tan terrible en que estamos.
¿Quiere agregar algo?
En este momento de un gran vacío uno se pregunta, ¿bueno, para
dónde cogemos? Realmente no hay, no se ve ninguna alternativa, no hay
nadie que explique con claridad lo que está pasando, muestre la ruta,
diga hacia dónde seguir. Creo, para finalizar, que dentro de este desierto
de ideologías, vale la pena señalar que uno siempre confunde
el MOIR con Mosquera, que realmente el MOIR era Mosquera. Sé que esto
no le va a gustar a muchos, pero el MOIR murió con Mosquera.
AL CONOCERLO ENTENDÍ POR QUÉ LO SEGUÍAN
Herman Redondo Gómez*
*Médico cirujano de La Universidad Industrial de Santander. Especialista
en ginecología y obstetricia, Universidad Nacional. Postgrado en Seguridad
Social, Universidad Jorge Tadeo Lozano. Representante de los profesionales
de la salud en el Consejo Nacional de Seguridad Social en Salud. Presidente
de Asmedas Cundinamarca. Autor del libro: La reforma de la Salud y la Seguridad
Social en Colombia. El desastre de un modelo económico.
Candidato al Concejo de Bogotá, 2001 - 2003 por el Movimiento Unámonos.
Desde siempre, desde que tuve uso de razón
quise ser médico. Esa ilusión empezó a ser realidad en
febrero de 1968, cuando ingresé a la UIS, como era costumbre en aquella
época al "año básico", donde compartían
todas las carreras técnicas o humanísticas. En los primeros
años de estudio tuve la oportunidad de conocer, de oír más
bien, personajes que trascendieron la vida nacional: Jaime Arenas, el más
elocuente de los oradores que mis oídos hayan escuchado; el "cura"
Camilo Torres, quien me rompió de un tajo el falso paradigma que había
formado hasta entonces de los sacerdotes y, a Francisco Mosquera.
A finales de la época del sesenta, el movimiento estudiantil era, no
sólo beligerante, sino que contenía un alto conocimiento político.
A través de personas como Si1via Casabianca y Gildardo Jiménez
ingresé a la JUPA movimiento de juventudes del MOIR.
Siempre tuve deseos de conocer a Mosquera, porque me impresionaba la admiración
y respeto, rayano en el culto a la personalidad, que le profesaban aquellos
rebeldes estructurados que me orientaban filosóficamente en la JUPA.
¿Cómo podían estas personas tan combativas, tan incrédulas
de todo el mundo que les rodeaba, creer con tal veneración a un ser
vivo sobre la tierra? Tendría que ser un personaje digno de ser conocido.
No fue fácil conocerlo, estrechar su mano y dialogar con él
breves minutos, no más de 10 o 15, tal vez. La jerarquía del
MOIR era muy rígida, con una disciplina casi castrense. Tuve que pasar
muchas pruebas, sin darme cuenta que estaba sometido a ellas, antes de que
me consideraran del "partido" y no un simple "simpatizante".
Nadie me graduó, pero el trato cambió, ahora me exigían
mucho más y me delegaban mayores responsabilidades. Pero tuvo su gran
compensación: conocí a "Pacho" Mosquera.
No todos los miembros de la JUPA se daban el lujo de conocer personalmente
a Mosquera. Nunca supe si influyó el hecho de mi insistencia o, que
a la fecha realizaba Internado Rotatorio en el Hospital Ramón González
Valencia y era el Presidente de ANIR Santander (Asociación Nacional
de Internos y Residentes) y había organizado el primer paro del recién
estrenado hospital, inaugurado 11 veces (una por cada piso) y había
organizado una marcha de blusas blancas en la que participaron todos los estamentos
del hospital: médicos, internos, enfermeras, bacteriólogas,
terapistas, etc. Todos muy Orondos con sus respectivos uniformes y, algo que
se comentó mucho y salió en primera página de Vanguardia
Liberal: el desfile, como se le llamó lo presidía un ataúd
en el cual descansaba una pancarta que decía: "aquí yace
el González Valencia por falta de presupuesto".
El día que conocí a Francisco
Mosquera fue una tarde lluviosa de abril de 1974; no sé dónde
vivía pero sí sé que sus estadías en Bucaramanga
eran efímeras. Gildardo Jiménez, después de asegurarse
de que yo no era un pequeño burgués con sarampión revolucionario,
me presentó escuetamente, diciendo: "Pacho, uno de los médicos
nuestros del González Valencia, recién ingresado al partido".
El líder me saludó cálidamente, me preguntó por
mi familia y qué opinión tenía de los problemas de la
salud, de lo cual di una respuesta que a mí mismo me dejó satisfecho.
El me escuchó con paciencia de predicador y concluyó aclarándome
la dependencia de los problemas de la salud con la falta de soberanía
nacional. Fue claro, corto y conciso; su voz irradiaba una gran convicción.
Es la forma de expresarse del que conoce la verdad y tiene el camino trazado.
Esa brevísima entrevista colmó mis expectativas y me motivó
a continuar en las filas de su partido. Entendí por qué aquellos
hombres y mujeres batalladores e inconformes lo seguían con tal admiración.
Por eso, a pesar del año rural, de la férrea disciplina del
partido a la que no pude adaptarme y de que, mi proyecto de vida y el ejercicio
de mi profesión me alejaron del MOIR, siempre ha sido una fuente intelectual
que miro con simpatía. Así como lamenté su muerte cuando
asistí con Pedro Contreras a la Funeraria Gaviria aquel fatídico
1 de agosto de 1994, porque sabía que el país había perdido
a uno de los grandes ideólogos de la izquierda democrática,
igualmente, lamento hoy que después de su desaparición, el MOIR,
la razón de ser de su existencia, se haya dividido, más por
apetencias de liderazgo de sus seguidores que por verdadero afán de
defender su pensamiento y sus ideas revolucionarias.
¡Cuánta falta hace al país su mentalidad preclara, en
momentos cuando se han sumado todos los factores de inestabilidad política!
¡Los sectores democráticos y las masas populares necesitan de
un hilo conductor del que hoy carecemos!
Francisco Mosquera es hoy peregrino de la eternidad, se ha ido físicamente,
pero sus ideas se mantienen en sus seguidores y en sus escritos como: MOIR
Unidad y combate, Resistencia civil y, el hermoso testimonio de admiración
escrito por Gabriel Mejía en El pensamiento de Francisco Mosquera,
una aproximación.
EL AMIGO, QUIEN ME AYUDÓ A CAMINAR LA VIDA
José María Gómez*
*Fundador y Presidente de la Asociación de Amistad Colombo China. Embajador
de Colombia en China durante el gobierno de Virgilio Barco. Docente de la
Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad
Externado de Colombia.
Empiezo diciendo que considero a Pacho como el amigo no como el político,
no como el dirigente. Para mí la primera memoria es el amigo, y cuando
uno usa ese término quiere resaltar que conociendo amigos se entiende
el concepto de amistad. Y la amistad trae una serie de maletas que uno se
cuelga en las espaldas, unas llenas de positivismo, otras repletas de dificultades,
y la sumatoria es que uno se queda con muy pocos amigos, aquellos que lo han
ayudado a caminar la vida. Para destacar la definición de amistad yo
arrancaría con la palabra lealtad, ese concepto de "ser llave"
de los gamines. Otras frases son "saberle cuidar la espalda", "saber
qué decir y qué no decir". Uno es producto de su pasado
y cuando ese pasado ha tenido ingredientes como haber participado en la vida
de alguien que le ha llenado a uno mucho, entonces es sumamente positivo.
Por todo esto nos encontramos aquí, en el Starbucks Coffee de la Lexington
Ave. con la 78th, en Nueva York, hablando de Pacho.
¿En qué circunstancias conoció
a Pacho y qué lo impresionó? Yo le temía mucho al MOIR,
pues pertenezco a la alta burguesía colombiana o por lo menos eso me
hicieron sentir mis familiares al crecer. Yo no podía tener contacto
con la izquierda y menos con la "extrema", que era todo aquello
relacionado con China, pero a la vez mi sensibilidad social me hizo querer
entender qué diablos era todo eso. Mi esposa, Eugenia Escobar, muy
cercana a todos los conceptos de izquierda, me acercó al MOIR, y por
medio de ella conozco a Pacho. En alguna ocasión lo invitó a
la finca en Funza, Cundinamarca, donde vivíamos y descubrí que
no era un bicho raro con tres ojos y siete manos, sino una persona absolutamente
tranquila y querida, sensible a los sauces llorones y a los espejos de aguas
sobre los lagos y nada parecido a todo lo que el mundo americano le hacía
pensar a uno de los comunistas. El se encargó de tranquilizarme y yo
de entender que allí había alguien maravilloso que valía
la pena profundizar. Poco a poco nos fuimos acercando, él valorando
lo que yo hacía, ordeñar vacas, y yo valorando lo que él
hacía, política, sin que lo uno fuera más importante
que lo otro. El me hacía sentir de igual a igual, y creo que por ese
aprecio, empezó a aparecer un pasaje de las enseñanzas de Mao
sobre los burgueses buenos y los burgueses malos, y la burguesía nacional,
aquellos que invertían su capital haciendo producir la tierra, generando
empleo, y que trabajaban en contra de todo el aparato económico de
ese gigante del norte para tratar de generar una Colombia mejor. Él
me exaltaba el hecho de que yo era un burgués nacional, y siempre me
enfatizaba "usted no tiene por qué ser comunista ni ser activista
del MOIR, usted tiene que seguir haciendo lo que está haciendo, esa
es su función en la vida, lo que usted sabe hacer, y de esa manera
usted contribuye a construir un mejor país. Siga estudiando sobre vacas,
déjenos a nosotros la política".
Una vez el Teatro Libre organizó una serie de obras, entre ellas El
fantoche de Lusitania que tiene que ver con los problemas civiles y raciales
en Angola contra los portugueses, y había que fabricar un muñeco
metálico. Yo, que previamente a conocer a Pacho me había estado
reuniendo con la gente del Teatro, ofrecí que lo soldáramos
en la finca. Ahí cometo mi primer error, el cual molesta mucho a Pacho,
y es que me siento menos ordeñador y más político, y
me da por ayudar al Teatro Libre a hacer el montaje de la obra en Sopó.
La policía impide la presentación y junto a otros dos compañeros
nos meten a la cárcel, y como encuentran que estoy armado, obviamente
se enreda la situación muchísimo más. Son errores de
liberalismo y acabo en los calabozos del DAS, de donde Pacho, con la colaboración
de Ricardo Samper, logra nuestra libertad a las 24 horas. Al salir me voy
para San Ramón, donde me encuentro con Pacho, me llama la atención,
e insiste en que mi función es la de producir y no la política.
Recuerdo también un viaje con Pacho a Manizales. Estuvimos en la finca
que era del abuelo de Eugenia, don Carlos Angel. Allí, con mi tío
político, Juan Manuel Peña, un hombre de derecha y muy inteligente,
solía discutir a fondo pero nunca se acaloraban. Ahí viene otra
cualidad de Pacho. Aunque sus convicciones políticas las tenía
absolutamente definidas, su mentalidad era abierta para oír y discutir
otras posiciones. Y eso le enseñó al MOIR, cómo también
ser revolucionario pero no terrorista, opuesto a destruir la propiedad nacional.
Yo rara vez tuve diferencias con Pacho, porque él entendía mi
punto de vista y buscaba que yo entendiera el de él, sin forzarme,
y si yo no entendía lo dejaba de ese tamaño.
Pacho solía pedirme ciertos favores; por ejemplo, en una de las elecciones,
cuando salió elegido como representante Ricardo Samper, me denominó
su conductor, pues sabía que andando en un Mercedes Benz, corríamos
menos riesgos. Me obligaba a quedarme en el carro para no involucrarme en
los procesos del MOIR. Él se bajaba discretamente, iba y visitaba los
puestos de votación, regresaba y continuábamos nuestro recorrido
por toda la capital. También fuimos durante esa campaña, junto
con Mauricio Jaramillo, a algunos pueblos de Cundinamarca y Boyacá.
Luego la relación va creciendo a través de los grupos de estudio,
las reuniones de la gente que tiene que ver con el Teatro Libre y el arte,
de quienes tratan temas sociales, económicos, agrícolas, o sobre
la realidad nacional, sobre qué procedimientos y procesos se deben
llevar a cabo para el cambio. En todo esto, Eugenia asiste no sólo
como política, sino también como artista. No olvidemos que es
hermana de Clemencia Escobar (después Clemencia Lucena) una firme colaboradora
del MOIR. En todo caso yo participo de esos grupos de estudio, y ahí
vemos un poco más a Pacho, y empiezan a ocurrir muchas cosas. Se me
viene a la cabeza las elecciones entre Pastrana y Rojas Pinilla por el mismo
tiempo de la convocatoria al Paro Nacional Patriótico. Recuerdo mucho
este momento, porque Pacho se queda en nuestro apartamento mientras nosotros,
por seguridad, seguíamos en la finca. Ahí vivió varios
meses en compañía de Ricardo Samper y de otros miembros del
Partido de los cuales ni traté de indagar. La relación de Pacho
con Ricardo Samper era de grandes roces y grandes amores, no hay que olvidar
que ambos poseían un excelente humor y a veces eran muy divertidos,
como también que siendo Samper un tipo de la alta burguesía,
generaba muchas contradicciones que producían explosiones inesperadas.
Pero fundamentalmente trabajaban muy bien juntos y creo que Ricardo jugó
un papel importante, aportando un ingrediente más universal de las
cosas.
No recuerdo discusiones ni garroteras ni cosas de ese estilo con Pacho, tal
vez por el interés de protegerme, de que yo no traspasara ciertos límites
para los cuales él no consideraba que eran mis fueros, y tenía
razón, yo no estaba para esos trotes. Esto me ayudó a definirme
y a respetar lo que yo mismo hacía. No quería ser lechero, pensaba
que mi función en la vida era ser sociólogo y trabajar en el
campo de la antropología con los indígenas, cosa que después
hice. Pero esto de las fincas lo rechazaba, tenía como cierto repudio
a mi clase social, me consideraba un privilegiado y que debía tratar
de que otra gente pudiera también tener acceso al capital, pero en
esa diarrea mental no entendía muy bien cómo se hacían
todas esas cosas y, en mi confusión, Pacho me ayudaba a entender que
mi camino estaba en seguir haciendo lo que hacía, y que no me angustiara.
En eso me enseñó mucho de la vida.
Pero un día, por allá en 1977,
se aparece y me dice "le tengo un trabajo, usted es la persona precisa
para hacerlo". La tarea consistía en crear la Asociación
de Amistad Colombo China. El acababa de regresar de su primer viaje a China,
donde lo acompañaron Ricardo Samper, Angela María Upegui, Carlos
Naranjo y Olga Quiceno entre otros, en el cual tuvo una serie de intercambios
con un viceprimer ministro, y llegaron a la idea de que el MOIR podía
crear esa institución. Le contesto que listo, que precisamente por
mi amistad con él y los vínculos con Samper había viajado
a China y hecho una serie de encuentros de tipo político. Me explica
qué y cómo, que le esté informando de los progresos,
pero que mantenga al MOIR totalmente aislado, que la institución cuente
con la representación de todos los estamentos sociales, desde los trotskistas
hasta la extrema derecha, me esboza los parámetros generales, y me
deja solo. Viajo a China y también a Cuba para entrevistarme con el
embajador chino en la Isla, busco la colaboración de muchas personas,
claro que me quedó fácil los de extrema derecha y muy difícil
los de extrema izquierda, pero logré meterlos. En la primera reunión
se sentaron en la misma mesa Daniel Samper, Ernesto Samper, Andrés
Pastrana, Luis Villar Borda, miembros de alto rango del ejército colombiano
como Valentín Jiménez, gente del Ejército de Liberación
Nacional y muchos más. La institución coge tal fuerza que en
cosa de dos años visitamos a todos los expresidentes, Pastrana, López,
Carlos Lleras, Turbay Ayala y los convencemos de dar su visto bueno a las
relaciones con China y desbancar a Taiwan, que era nuestra tarea. De ahí
se le ocurre a Pacho que lo acompañe en su segundo viaje a China. Pasamos
delicioso, pues yo había estado varias veces allá, y por mi
vinculación con la Asociación, nos acercamos más a los
chinos y fijamos nuevas tareas.
Ya hacia 1982 me divorcio de Eugenia, y dejo de trabajar tan intensamente
con esas causas. Me voy a vivir mi vida de sociólogo con minorías
nacionales, con indígenas en el Vichada por unos ocho años,
alejado de la Asociación y más del MOIR, hasta que un buen día
el presidente Barco me llama a Gaviotas y me ofrece la embajada de China,
la cual acepto. La Asociación me da un banquete de despedida, y pronuncian
un discurso muy bonito sobre lo que había hecho por las relaciones
colombo chinas. Tal vez debido al calor de los aguardientes, respondo que
de cierta manera es una culminación de una carrera no planificada como
una meta de mi vida, algo que me ha llegado porque a otros se les ocurrió
que ese era mi destino. Que tuve la fe de creer en ello y que por primera
vez en la historia, ese día, divulgaría cómo llegué
hasta allí. Entonces cuento todo cómo se organizó la
Asociación, que quien sembró esa semilla fue Pacho, que todo
era gestión, creatividad, imaginación, ideas de Pacho y a mí
me correspondió su ejecución, y que me parecía que ese
era el sitio y la ocasión para contar lo que había sido un secreto.
No faltaron minutos después de terminar la comida para que alguien
le contara todo eso a Mosquera, y media hora después sonó el
teléfono de mi carro. Era Pacho. Pensé que me iba a regañar,
a reclamarme por haber roto nuestro silencio, pero no, era que estaba absolutamente
conmovido.
Ver una película o un partido de fútbol
con Pacho, ¿le dejaba lecciones a uno?
Una pregunta muy divertida. Pues sí. Varias veces estuve en cine con
él. Se salía cinco minutos antes de terminar la película
para no llamar la atención, para evitar el "mire ahí va
Mosquera", o simplemente por seguridad. Cualquiera que fuera la razón,
tuvo muy presente en su vida no exaltar su figura. En cuanto al fútbol,
todavía existen trabajadores que recuerdan el partido que se jugó,
en la finca de San Ramón, con la selección nacional de fútbol
de China y los dos goles que él hizo, e inclusive conservan las camisetas
de los chinos.
¿Qué recuerda de la visita de Mosquera a los Estados Unidos? Para ese viaje él se apoyó mucho en mí, le dije que le garantizaba que toda su estadía en este país iba a ser perfecta. Lo esperé en el aeropuerto Kennedy el día que llegó de Hong Kong con Felipe Mora y asear Parra, le entregué mi carro, en fin, le facilité lo que pude para que pasara feliz acá en este monstruo de país y en especial en esta ciudad, y sé que así ocurrió, y disfrutó al máximo tanto su estadía en Nueva York, como en una casa de campo que tenía cerca a Washington. Después viajó a Miami.
¿Qué puede usted decir sobre
la manera como Mosquera manejaba las alianzas?
Sobre alianzas como sobre la cosa política poco puedo decir. Más
bien recuerdo que era buena muela y nos gustaba hacer alianzas sobre lo que
íbamos a pedir en la mesa. En China una vez pedí grillos, y
en otro sitio unas ranas y luego unos gusanos de mar, pero yo tenía
que probarlos primero, y en fin, lograba que él comiera toda esa serie
de exquisiteces del Oriente y la verdad es que la pasaba muy rico.
y sobre lecturas, música...
Él me recomendó leer Estrella roja sobre China, un libro muy
famoso de Edgar Snow que me abrió los ojos sobre ese país. Oíamos
mucha música, recuerdo ahorita en particular, que allá en San
Ramón poníamos los conciertos de Bach.
¿Cómo lo convenció de
su posición política?
Precisamente porque no intentó convencerme, me convencí. Creo
que es una gran forma de convencer, no hacerlo frontalmente sino que los hechos
lo demuestren.
LA BURGUESÍA RECONOCERÁ QUE TUVO LA RAZÓN
Orlando Ambrad*
*Médico de la Universidad Nacional de Bogotá. Médico
de la Clínica de Tumores en Cartagena. Se especializó en Hematología
y Oncología en la Universidad de la Sapiencia en Roma. Actualmente
es médico de la FAO y de la Embajada de Colombia en Roma.
¿Cómo conoció a Pacho
y cuál fue su primera impresión?
En 1971 yo hacía política en el municipio del Guamo, Bolívar,
con el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL. Unos amigos de mi infancia
que militaban en la Juventud Patriótica me hablaron de Mosquera y del
MOIR. Me gustó mucho el planteamiento sobre reforma agraria y quise
conocer más profundamente ese partido. Ya había conocido a la
gente de Mosquera, los del MOEC, por allá en 1965, cuando estudiaba
medicina en la Universidad Nacional, y aunque enemigos políticos, tenía
con ellos una gran amistad pues eran los más inteligentes del curso.
Nos identificábamos en que no nos gustaban los comandos camilistas
ni las juventudes comunistas, y nos diferenciábamos en que ellos eran
abstencionistas y concebían el foquismo como la forma principal de
lucha. Por eso, cuando a finales de 1971 el MOIR da un viraje y decide ir
a elecciones, considero que es el momento oportuno para unirme a Mosquera.
En cuanto a mi experiencia con el marxismo se remonta al movimiento estudiantil
de 1968, cuando un amigo me vincula a un círculo de estudio donde duramos
tres meses leyendo a Marx. Nunca intentamos construir nada, por eso yo veía
el marxismo como una cosa teórica, y no como una cosa real. En esas
circunstancias, pues, me presentaron a Mosquera. La primera impresión
fue muy grata porque encontré un hombre de la misma edad pero que parecía
haber vivido cinco veces más que yo. Sabía marxismo, conocía
la realidad nacional y poseía una gran experiencia, y, afortunadamente,
con muchas cosas en común. Cuando lo conocí, me dije, esta es
una persona que entiende el marxismo, que lo aplica y que lo va a poner en
práctica.
A principios de 1972 contactamos un grupo obrero que militaba con el ML que
era abstencionista. Con ellos hicimos la campaña electoral en Bolívar,
donde no había un solo hombre del MOIR, logrando sacar casi 600 votos,
sin recursos económicos y con muy poca gente. Pasadas las elecciones,
el regional de Bolívar quedó con un concejal y militancia en
Magangué, en Carmen de Bolívar y otros municipios. Cartagena
se volvió un fortín obrero, nos ganamos el sindicato de Telecom
con Agustín González, el de la Administración Postal
y el de Coltabaco. Eran antiguos militantes del ML que creyeron en el programa,
que quisieron hacer elecciones. Salí elegido concejal en el Guamo y,
lógicamente, Mosquera quedó muy impresionado y me quiso conocer
más profundamente, lo que dio inicio a una amistad no sólo política
sino también personal. Pero quiero aclarar que ese triunfo sólo
se debió a que el MOIR tenía la energía, la convicción
y el programa. Y lo demostró al surgir sin ninguna posibilidad material
económica para competir en una cuestión en que todo depende
del dinero. Todos sabemos cómo se hacen las elecciones en Colombia.
El carisma nuestro era la convicción, la energía y un programa
sumamente convincente a pesar de ser marxista. Si uno lo interpretaba bien
podía explicar con facilidad al campesino la lucha por la tierra, al
obrero por qué la independencia nacional, y al pueblo en general el
por qué la necesidad del desarrollo de las fuerzas productivas basado
en la producción nacional, es decir, todo esto era claro para la clase
obrera y la clase obrera sí cree en un programa de nueva democracia.
¿Qué fue lo que más le
impactó de Mosquera?
Fueron muchas las cosas de Pacho que me impactaron hasta tal punto que me
hicieron cambiar mis propias convicciones políticas. Por ejemplo, su
obsesión por la revolución. Mientras para mí la política
es un arte, y no una misión revolucionaria, para él su pasión
era la revolución, era su vida, y esto me dejó tan impresionado
que a cada rato me preguntaba, ¿si hacemos la revolución qué
nos va a suceder a todos nosotros? Porque llegaron momentos en que el país
tenía condiciones favorables para hacerla, y yo le temía a la
revolución. Pacho no le temía, esa era la gran diferencia entre
los dos. Sin embargo, el me decía, "esperemos que la revolución
se haga mientras yo esté dirigiendo el MOIR, porque si hacen la revolución
otras personas, tú vas al paredón. El único que te puede
salvar soy yo". Estas cosas, que se decían riendo, en broma, tenían
mucho de verdad. En el MOIR militaban muchas personalidades democráticas
de extracción burguesa, a las cuales Pacho protegía, en el sentido
en que no dejaba que nos tocaran nuestras debilidades, nuestras deficiencias
de marxistas o proletarias, porque inquisidores existen en todos los grupos
políticos. Él le dio garantías a todos los militantes
fueran de extracción proletaria, pequeñoburguesa o burguesa.
Hay una anécdota de esa época. Pedro Giraldo, un hombre bastante
entrado en años, uno de los fundadores del ML, el que más resistencia
opuso a la participación en las elecciones del 71. No tuvo una buena
relación con Mosquera porque a éste le gustaba que el contrario
tuviera posiciones claras y Pedro Giraldo era una persona que como todo ML
nunca explicó por qué no iba a elecciones o cómo entendía
la estrategia de nueva democracia, era muy obrerista, renunciaba a hacer alianza
con la burguesía nacional porque para él no existía.
Conociendo la amistad que me unía a Pacho, me buscaba dizque para discutir
conmigo pero queriendo hacerlo con Pacho y así estuvimos durante cinco
años. Participaba en las reuniones del MOIR porque era amigo íntimo
de todos estos obreros, de Agustín González, de Puerta, de Paternina,
él era como el padre espiritual de ellos, los había llevado
al ML, y como el MOIR se los quitó, no queriendo perderlos se vino
detrás de ellos. Asistía a las reuniones, pero no compartía
nada nuestro. De un momento a otro empezó a venir más frecuentemente
a mi consultorio, hasta que un día me dijo, "bueno, esta vez sí
voy a ir "a elecciones". La gran satisfacción de mi vida
me la dio cuando enfermo, antes de morir, pidió que las palabras en
su funeral las dijera yo.
¿Le hizo Mosquera recomendaciones,
le insistió en normas políticas, en tácticas, en lecturas?
Pacho tenía una gran curiosidad por saber qué pensaba yo sobre
la construcción del frente único, y me preguntaba insistentemente
cómo podría construirlo en Bolívar. En realidad, yo nunca
abandoné mi modo de vida, o sea, milité en el MOIR pero mantuve
mis amistades, conservé todo lo que en el pasado tenía, no rompí
con estas cosas como muchos compañeros lo hicieron, pensando tal vez
que si rompían con la familia y con los amigos burgueses, iban a ser
más revolucionarios. Yo por el contrario consideraba a la familia y
a los amigos como parte de la revolución, no como nuestros enemigos
ni enemigos del país, no podía de ninguna manera ofenderlos,
tratarlos de reaccionarios, sino que por el contrario debía de ganarlos
a la causa. Pacho me defendió en esto. El le decía a los militantes
que una de las cosas que más le impresionaba, era que yo mantenía
las relaciones con la clase burguesa de donde provenía y que por eso
me quedaba muy fácil entender la construcción del frente único,
el por qué la burguesía tenía que ser revolucionaria
en Colombia. Pacho insistía en que a esta clase había que enseñarle,
moverla y defenderla. Hoy en día está a punto de desaparecer,
les impusieron la apertura, el neoliberalismo. No entendieron que tenían
que jugar un papel revolucionario. Confiaron en que la gran burguesía
y los partidos tradicionales defenderían sus intereses, cosa que a
la larga nunca hacen. Algunos creen que la revolución es un asunto
completamente obrero o de gente que se vincula con amor y pasión a
las luchas proletarias, pero no, como Pacho decía, las revoluciones
las hace el 90 por ciento de la población y ese 90 por ciento tiene
que convencerse de la necesidad de hacerla. Ahí fue donde yo aprendí
en qué consiste ser democrático. Lo es quien sabe vincularse
con todas las clases que deben participar en el proceso revolucionario y esa
fue la gran enseñanza que Pacho le dejó al país.
Mosquera demostró su capacidad democrática al tener amigos personales
como Pepe Gómez y Lía de Ganitsky. No eran marxistas, no eran
de extracción proletaria sino burguesa, con grandes intereses económicos,
pero los convenció de que tenían que participar en una revolución
democrática y no solamente los convenció sino que esta gente
lo apoyó de corazón y lo ayudó personalmente a hacer
su política. Pacho te daba seguridad y eso mismo le dio a Consuelo,
a Piedrahíta, y a todos los aliados que tuvo. Les daba seguridad a
los que tenían una extracción no proletaria de que esa revolución
no era contra ellos, que era por el país, una revolución del
90 por ciento. Lo enseñó y lo practicó.
En 1983, ante tantas dificultades que se presentaban para la revolución,
Mosquera habla de aliarse con la burguesía y piensa en Turbay Ayala,
así me lo da a entender en Roma, "sé que tú vas
a estar de acuerdo", y lo estuve de la alianza con Hernando Durán
Dussán, indudablemente una personalidad patriótica, y porque
representaba las fuerzas que movían a la burguesía nacional,
algo en lo que siempre insistí y porque Durán Dussán
quería volver el liberalismo una fuerza nacional independiente, plantear
unos principios democrático burgueses que en un momento determinado
podían salvar a Colombia. Era la única esperanza que quedaba
pues el galanismo defendía la política neoliberal. El ascenso
a la presidencia de Gaviria consolidó la apertura.
Mosquera dejó una herencia importantísima, demostró que
sí hay posibilidades de aliarse con un sector liberal que defiende
la nación, hay que ser mosquerista en el hecho de que no todo se da
como se presenta. Si bien se ve un liberalismo unido en torno a la política
neoliberal, en el fondo existen sectores inconformes. Esa inconformidad se
debe agudizar, eso hacía Mosquera en política, buscaba cuáles
eran las contradicciones y las agudizaba. Vi tan clara la alianza con Durán
Dussán, que regresé al país a hacerle campaña.
Mosquera me decía: "Sé que tú nunca me vas a abandonar,
tú nunca te irás con la burguesía, tú eres mosquerista
y no estás aquí por interés, pero muchos de los que tengo
aquí se me van a ir con la burguesía". En esa alianza la
militancia aprendió a tratar a la burguesía, claro que muchos
se quedaron, por desgracia, con la burguesía, y aparecieron moiristas
en altos cargos públicos y otros militantes de menor importancia comenzaron
a trabajar descaradamente por candidatos liberales.
En cuanto a lecturas, Mosquera me insistía en que leyera a autores
como Kissinger. A él le impresionaba mucho los planteamientos de Kissinger,
cómo se movía Estados Unidos a nivel internacional para conseguir
aliados, la forma de llevar la lucha contra Rusia. Estas cosas gustan, porque
te dan la información diaria de lo que sucede en el mundo. Era muy
sabroso leer estrategas de la burguesía, que te enseñan a hacer
alianzas, cómo se mueve el mundo. Cuando te reunías con Mosquera
no ibas a oír hablar de marxismo leninismo pensamiento Mao Tsetung,
sino el comentario último de lo que sucedía a nivel internacional,
de cómo recibir esta información y dónde encontrarla.
Mucha gente admiró a Pacho por su capacidad de analizar las contradicciones.
Yo no he visto una persona más capaz para entender cuál era
la contradicción principal y cuáles las secundarias. Él,
en un momento determinado de la vida política mundial o nacional, te
decía "la contradicción principal es ésta",
y no se perdía. Cuando las contradicciones secundarias se volvían
la principal, él lo entendía mientras nosotros nos quedábamos
atrás. Por ejemplo, después de muchos años vine a comprender
por qué rompe con los mamertos. Él daba el viraje, mientras
nosotros estábamos todavía pensando en otra cosa. Cuando se
puso al lado de Reagan contra la Unión Soviética y cuando afirmaba
que el escudo espacial era la salvación del mundo, entendió
que en ese momento significaba defender la revolución mundial, sin
embargo, nadie en la izquierda le comprendió esta gran verdad.
Si en Colombia la izquierda quiere progresar tiene que aplicar los principios
de nueva democracia, del frente que Pacho nos enseñó. Y es fácil:
cómo tratar a las clases sociales, cómo defender a las clases
que van a participar en este proceso, cómo hacernos amigos de ellas
y cómo tratar a nuestros enemigos. Le veo dificultades a la izquierda,
al MOIR dividido, débil y sin una persona que con su espíritu
revolucionario impulse la revolución o la defensa nacional. Se requiere
el estratega que mueva a la gente y le inculque ese sentimiento revolucionario
que le inculcaba Mosquera a sus militantes. Pacho era un desconocido para
la gente, no figuraba ni como candidato ni como jefe, las figuras públicas
éramos nosotros. Pero nosotros sólo éramos sus representantes
y la gente no lo supo. A mí las condiciones económicas no me
obligaban a ser revolucionario, me impulsa a hacer la revolución el
espíritu de Pacho. Él hablaba con una persona y esa persona
se levantaba de la mesa convencida de que había que hacer la revolución
en Colombia.
Usted siguió muy de cerca el proceso
de los descalzos y de Magangué. Cuéntenos lo que recuerde de
todo eso.
La primera discusión que tuve con Pacho, que no fue de enfrentamiento
sino de dudas, se presentó con motivo de los pies descalzos. En gran
parte se debió a mi comodidad pues me daba pereza trasladarme de Cartagena
al sur de Bolívar, además de considerarlo inútil. Cuando
Mosquera vino a Cartagena le planteé mis dudas, la imposibilidad de
realizar la política de pies descalzos por las condiciones económicas
en que estábamos, pues había que sostener a cuadros en sitios
donde ni siquiera había militancia. En un principio fui un escéptico,
lo digo con sinceridad. Sin embargo, de mala gana lo empecé a aplicar
y nos inventamos algo que dio mucho resultado, lo de los médicos descalzos,
logrando que un profesional del prestigio y la importancia de Roberto Giraldo
se trasladara de Medellín a Magangué, a aguantar mosquitos,
en condiciones higiénicas deplorables y con muchas dificultades para
ejercer la medicina. Eso fue un heroísmo que me hizo cambiar mi posición.
Si Giraldo lo hizo lo iba a hacer mucha gente. La práctica me enseñó
esto, indudablemente fue una política exitosa, hasta cuando la guerrilla
de las FARC nos sacó, causándole uno de los golpes más
duros al MOIR, pues las condiciones eran favorables para llegar a hacer un
frente verdaderamente amplio si hubiéramos podido seguir con los pies
descalzos. Porque con esa política, Pacho llevó al campo la
experiencia que tuvo en la clase obrera al vincularse a los sindicatos y logra
que el campesino vea en el MOIR una fuerza sana, revolucionaria, honesta,
que no lo va a utilizar y por el contrario le ayudará a resolver sus
problemas. Ahí está el éxito de Mosquera, él consideraba
que sin esa política no se podía hacer la revolución
y sabiendo que eso era lo principal y lo justo, lo impulsa contra viento y
marea, pese a todas las dificultades.
¿Qué recuerda del paso de Pacho
por Roma? ¿Cuál era su apreciación de Europa?
En 1981 salí para Roma con la convicción de que en Colombia
existían dificultades muy grandes para trabajar políticamente,
porque las FARC empezaron su arremetida contra el MOIR en el sur de Bolívar,
dejándonos completamente bloqueados. Hablé con Pacho y le dije
que estábamos muy cansados y es en la única ocasión en
que me da la razón, inclusive me pregunta si quiero irme para Europa.
Yo quería ir a estudiar la genética en Roma. Mosquera estuvo
de acuerdo y me dijo "yo iré a visitarte", cosa que no le
creí. En 1983 él va a China y de regreso a Colombia pasa por
Roma con Héctor Valencia y Carlos Valverde. Tengo la satisfacción
de recibirlo en mi casa y estar ocho días con él. Pacho considera
que antes de caer el muro de Berlín ya el Partido Comunista de China
estaba dando un viraje reaccionario, que abandona la lucha del proletariado
internacional para dedicarse exclusivamente a sus problemas internos. Eso
determina que las condiciones no sean favorables para una revolución
socialista mundial. Esto lo golpeó mucho.
En esos ocho días hablamos muy poco de política, porque él,
cuando veía que las condiciones eran difíciles y no tenía
clara la situación evitaba hablar de política. En ese momento
estaba dedicado a leer sobre cosmología, lo mismo que sobre ciencia
biológica. Se interesó mucho por saber lo que estaba haciendo
yo en medicina sobre la genética y el cáncer y nos dedicamos
esa semana a hablar sobre ciencia y astronomía. Mi mujer, que odia
la política, nunca había conocido ese aspecto de Pacho quedando
muy impresionada con él, e inclusive pudimos hablar de arte. Pacho
en esta cuestión era muy conservador, consideraba el arte al servicio
de la revolución y del pueblo. Yo le decía: "tú
tienes un concepto reaccionario del arte". Cuando fuimos a la Sixtina
me dijo, "este arte sirve al pueblo, en ese momento el pueblo necesitaba
de la religión, de la filosofía, y Miguel Ángel defendía
la concepción religiosa que era la imperante en ese momento, es decir,
se puso al servicio de la política". Las grandes discusiones con
Pacho giraban sobre qué es lo que determina, qué es lo principal
y qué lo secundario. Para él el arte siempre tiene una misión:
la de enseñar en un momento determinado lo que quiere la clase dominante.
Duramos, pues, ocho días muy deliciosos hablando de política,
de arte y de ciencia.
¿Qué opinaba Pacho sobre la
medicina?
Pacho era un convencido de que la medicina era tecnología y desarrollo
y consideraba atrasada a la medicina china. No le daba importancia a la tradición
de esa medicina milenaria, pues consideraba que la ciencia está por
encima de esas posibilidades. Era mejor un analgésico que la acupuntura,
el antibiótico que el tratamiento con yerbas. Yo al respecto mantengo
una posición intermedia. Creo que esa medicina tiene importancia por
su historia, porque sirvió en ciertos momentos de la vida, aunque la
medicina occidental ha hecho grandes avances tecnológicos e investigaciones
muy serias y muy profundas, pero los resultados de algunas cosas de la medicina
china son importantes, y eso era lo que yo quería decirle a Pacho.
Llegamos a una conclusión: que esa medicina podría servirle
al pueblo chino, pero no a Occidente, porque se aplicaba a un país
educado para recibirla. En cambio la medicina occidental sí se podía
exportar a Asia, y eso lo demostró la historia. Mao defendió
e impulsó la medicina occidental, importó médicos e hizo
amistades con centros clínicos del mundo. Hoy en China es más
importante la medicina occidental que la tradicional.
Usted hablaba mucho con Pacho sobre las luchas
internas, ¿qué recuerda de ello?
A nivel nacional no trascendían las luchas internas porque Pacho no
tenía rivales dentro del MOIR; no porque no quisieran hacerle oposición
sino porque en realidad no tenían la fuerza ni la convicción
para hacer progresar políticamente una corriente antimosquerista en
el Partido. No existía una persona que se le enfrentara. Sin embargo,
y esto Mosquera lo sabía, esas tendencias de oposición que no
daban la pelea a nivel nacional, entorpecían las actividades a nivel
regional, era allí donde se veían las posiciones antimosqueristas.
Ustedes pasaron juntos vacaciones en Cartagena,
jugaron fútbol, ¿cómo más se divertían?
Pacho era un admirador de la buena vida, de la buena mesa, era una persona
de mucha sensibilidad, buen tomador de vino, buen tomador de trago. Pero no
le gustaban los chistes, especialmente rechazaba los chistes vulgares. No
era una persona que pudiera pasar la noche bailando. Él consumía
el doble de la energía. Por ejemplo, si estaba comiéndose una
carne él tenía que saber de dónde provenía, dónde
se crió la res, y si tomaba vino, quién lo produjo y cuánto
costó la producción. Con Pacho mantuvimos una amistad no sólo
política sino personal. Mucha gente consideraba muy difícil
el trato personal con Pacho, sin embargo nuestra relación fue diferente,
algo que se dio por simpatía mutua. Él venía a Cartagena
a descansar, a tener una vida normal sin pensar en política, ni en
la tragedia de la revolución. Nos divertíamos con cosas como
el fútbol. Le parecía una cosa estupenda podernos reunir con
la gente desconocida de las playas y jugar un partido de fútbol. La
primera tarea era convencer a los que estaban allí para que jugaran
con nosotros. Formábamos el equipo y teníamos que ganar, porque
Pacho no podía perder. Él veía quiénes eran los
mejores y al siguiente partido los escogía para su equipo. Después
de esto nos divertíamos en las cosas más simples, dando una
vuelta por la bahía, yendo a buenos restaurantes, y algunas veces organizábamos
viajes a las Islas del Rosario, donde nos quedábamos dos o tres días
hablando de muchas cosas que no eran importantes: Nunca lo vi en una actitud
de desafió, lo digo, porque la pasión de Mosquera era desafiar,
discutir. Creo que conmigo mantuvo una relación dé amistad sin
desafió, confiaba en mí y yo confiaba en él.
¿Qué otras cosas destacaría
usted de Mosquera?
Otra de las cosas que legó Mosquera fue su lealtad con la gente, cuando
era amigo era amigo, y lo demostraba a veces en las discusiones políticas,
te protegía, te defendía a pesar de que estuvieras equivocado.
Yo le agradezco siempre el hecho de que nunca me dejó de defender a
pesar de que era la figura más fácil de atacar en el MOIR. Aún
más, yo era el blanco cuando querían atacar a Mosquera, decían:
"mira lo que tiene allá en Cartagena, a ese burgués".
Además, era un estratega para el convencimiento, él mantenía
las relaciones siempre. Nunca en la discusión política partía
de "tú no tienes la razón, la tengo yo", sino que
te llevaba por muchos caminos a convencerte de que él la tenía.
El éxito de Mosquera es la lucha contra el foquismo y luego contra
el abstencionismo. Mosquera fue el antiterrorista número uno del mundo,
creo que una de las cosas que más me identificaba con Pacho era el
odio al terrorismo. Lo odiaba por principio, como la cosa más nefasta
para las revoluciones mundiales, y lo mismo que al secuestro, lo condenaba
tajantemente. Nunca aceptó siquiera la posibilidad de una alianza con
algún sector terrorista y recalcaba constantemente que de ninguna manera
se puede utilizar el terrorismo como forma de lucha.
Creo que Mosquera dejó un legado que será imborrable en la historia
de Colombia y en la historia de la izquierda colombiana: cómo hacer
política. Primero, el ir a elecciones, en un momento en que se consideraban
el abstencionismo y el terrorismo como las principales formas de lucha. En
segundo lugar, la conformación del frente único. Empezó
la enseñanza al aliarse con el Partido Comunista, prosoviético
y procubano, y Mosquera consigue que el frente impulse una política
nacional, que no se alinee alrededor de la Unión Soviética ni
que considere a Cuba como el faro de la revolución colombiana. Luego
viene la alianza con la burguesía y el liberalismo. Algún día
la burguesía colombiana tendrá que reconocer que Mosquera tuvo
la razón al plantear una política de nueva democracia y de autonomía
nacional. Ahora, si la dirección, si los herederos de Mosquera no saben
cómo aplicar esto, si el legado que dejó se pierde... En política
es una verdadera tragedia que se olviden los legados, que las enseñanzas
no se apliquen. Se pudo tener divergencias con Mosquera sobre los pies descalzos,
con la ruptura del frente único, o tener problemas con la táctica,
pero en la estrategia de la revolución colombiana no puede haber un
solo moirista que esté contra Mosquera y no puede haber división
en cuanto a lo que planteó, cómo hacer la revolución
en Colombia y cuál es la estrategia.
UNA AVENTURA INTELECTUAL PERMANENTE
Ricardo Camacho*
* Fundador y Director Artístico del Teatro Libre de Bogotá.
Profesor de la Escuela de Formación de Actores del Teatro Libre y del
Departamento de Humanidades de la Universidad de los Andes.
¿Cuál fue su impresión
primera de Mosquera? ¿Cómo lo conoció?
A finales de la década del 60 yo militaba en un grupo estudiantil que
tenía el inverosímil nombre de Sol Rojo y Fusil. A través
de él supimos que había un núcleo de dirigentes revolucionarios
maoístas que querían unificar a los grupos que de alguna manera
teníamos esa tendencia. Nuestro grupo lo había fundado Ricardo
Samper con Mauricio Jaramillo y estaba compuesto por estudiantes de las universidades
Nacional y de los Andes. Vale destacar que fue la primera vez que en la Universidad
de los Andes surgió un movimiento de revolucionarios. Como quiera que
sea, en vísperas de las elecciones de 1970 en las cuales se eligió
a Misael Pastrana, conocimos a Francisco Mosquera, pues nosotros, la base
de Sol Rojo y Fusil, prestamos tareas de apoyo al Paro Nacional Patriótico,
que fue de alguna manera como el bautizo público del MOIR en la vida
política y sindical. En esa época habíamos tenido algunas
reuniones con Francisco Mosquera pero era más lo que sabíamos
de él y no tanto una relación directa. Por ese mismo tiempo
yo presenté una obra de teatro que se llamaba El canto del fantoche
lusitano, y él fue a verla al Teatro Colón. Me felicitó
muy cálidamente y a mí me causó una gran impresión
porque, aparte de Ricardo Samper, no había conocido a ningún
revolucionario profesional. Después del Paro Nacional Patriótico
empezamos a tener una relación más directa con esa organización
que todavía se llamaba MOEC, y específicamente con Mosquera.
Él nos reunió a cada uno por separado y en conjunto y nos pidió
que dejáramos esos grupitos, que nos uniéramos para hacer un
partido de clase, un partido marxista leninista.
La primera impresión que tuve de Mosquera fue la de un ser volcánico,
una persona que tenía como una especie de energía interior y
un aura muy poderosa, un tipo con una mirada muy profunda. En el Rey Lear
de Shakespeare, en la escena en donde uno de sus súbditos disfrazado
se le presenta a pedirle que lo deje servir, el rey Lear le pregunta: ¿por
qué te asomas, qué es lo que ves en mí para pedirme que
me deje servir? Entonces el tipo le contesta: autoridad. Es un poco lo que
yo veía en Mosquera, alguien que tenía carisma. Y yo, que hacía
teatro, ya sabía qué era eso. Era tremendamente seductor, con
una gran facilidad de palabra, y aunque cuando hablaba maltrataba muchísimo
el idioma, cuando escribía sí era totalmente escrupuloso, consultaba
todos los diccionarios. Negarle a Mosquera algo era muy difícil, muy
complicado. Esa es la primera impresión. No creo haber conocido una
persona que haya tenido esa presencia, ese carisma y ese poder de seducción
tan grandes.
De mucho humor, me imagino...
A mí me parecía una de las virtudes más seductoras. Muy
rápidamente se adivinaba que era un iconoclasta: que, aparte de los
dirigentes históricos del comunismo, Mosquera vivía socavando
permanentemente todos los mitos que uno se forjaba, desde los políticos
locales hasta mitos que tenían que ver con figuras del deporte, del
pensamiento, de todo, hasta del marxismo. Me acuerdo, por ejemplo, que se
burlaba del Quijote. Definitivamente era un iconoclasta con una gran dosis
de humor, de un humor negro, un humor que provenía de la entraña
popular. Yo todavía repito muchos de ese manojo inacabable de dichos
de Mosquera, uno para cada caso, lo cual revelaba ese sesgo totalmente popular
que había en él, de persona que se enorgullecía de estar
batallando al lado del pueblo, de la gente humilde, y de la que evidentemente
sacaba todos esos dichos. Por ejemplo, “cuando yo le diga burro negro
no le busque pelo blanco”.
Al relacionarse con un comunista profesional, uno se formaba una imagen académica,
lecciones de marxismo leninismo, o de conspiración, pero uno no espera
encontrar un tipo que hablara con esa desfachatez y ese sentido que llaman
los españoles donoso, es decir, jugoso de la vida, que nunca se enredaba
en las discusiones interminables en que los grupúsculos, como en el
que yo militaba, nos enredábamos.
Al mismo tiempo que era un iconoclasta era
muy clásico en cultura y en arte.
Por supuesto. Claro, le tenía horror, y en eso discrepábamos,
a muchos elementos de la vanguardia. Todo ese movimiento del modernismo, de
las vanguardias, le inspiraba una profunda desconfianza, como Picasso, para
dar un ejemplo, y sus gustos eran encaminados básicamente a lo clásico.
Por eso celebró tanto los montajes
que hizo el Teatro Libre de Shakespeare.
Sí. Una cosa que me llamaba mucho la atención es que tenía
un oído tremendo para la poesía. Creo que "debió
cometer" mucho poema en la juventud.
Y en la madurez.
De eso estoy seguro, porque tenía un oído muy fino para la poesía.
Se aprendía los poemas muy rápidamente, y uno veía, cuando
declamaba o tomando del pelo con algún trago en la cabeza, la fruición
con que lo hacía, es decir, era evidente que tenía una gran
disposición para la poesía, y por eso estoy seguro que él
“cometió poesía”, como dicen. Pero por el contrario,
no tenía ninguna sensibilidad musical.
Sí, era muy nacional, le fascinaba
y sabía mucho de bambucos, de guabinas, de los aires de Santander.
Le encantaba mucho el viejo José Barros. Además era muy shakesperiano.
Es una de las personas que me introdujeron en el mundo de Shakespeare. Yo
lo había leído tiempo atrás, pero Mosquera lo citaba
mucho, y más que lo citaba, hacía muchas alusiones y referencias,
sobre todo en el nivel de la energía de las pasiones humanas y hasta
dónde las pasiones humanas pueden llevar a las personas. Un tema muy
caro para él era, por supuesto, la lucha por el poder, que es el corazón
de la mayoría de las obras de Shakespeare. Le encantaban las obras
históricas, los Ricardos y los Enriques, mientras que el rey Lear no
era su preferido.
¿Tuvieron conversaciones sobre arte
y literatura?
Sí, claro, muchísimas. Una cosa interesante, dialéctica,
es que, por una parte, él pensaba que los artistas comprometidos con
la revolución deberían trabajar sobre ciertos temas, pero, por
otra, decía, los políticos tienen que aprender de los artistas,
de los escritores, y citaba el caso de Shakespeare permanentemente. Era consciente
de la polémica que se daba sobre si los artistas deberían seguir
una línea partidista y hasta qué nivel. Discutíamos bastante
sobre eso, sobre pintura, y en literatura, recuerdo que le gustaba Walter
Scott, lo leía con una gran devoción. Se había leído
casi todas sus novelas, lo mismo que a Balzac. A Walter Scott lo leyó
sistemáticamente, como en orden y cada novela era un motivo de estudio.
¿Llegó Mosquera a elaborar algún
tipo de principios en relación con el arte revolucionario, o fue más
bien respetuoso?
El insistía mucho en que el artista debía vincularse con la
realidad y con el pueblo, que ese era el sentido último del arte, contar
la vida de la gente del pueblo y especialmente las luchas por su emancipación.
Sin embargo, creo que él tenía esa misma actitud cautelosa que
tuvieron desde Marx todos los marxistas, todos los que saben que con el arte
se debe tener mucho cuidado. Creo que él era completamente consciente
de las dos tragedias producidas, por una parte, por la imposición del
realismo socialista en la Unión Soviética, que llevó
a la castración sistemática de los artistas, y por otra, la
tragedia de la revolución cultural de la señora Chan Ching,
cuando se podían ver cinco obras de teatro para 800 millones de habitantes
durante yo no se cuánto tiempo, 6 o 7 años. El era consciente
de eso, y repetía muchísimo la frase que se convirtió
en un libro de Mao Tsetung: que se abran 100 flores y compitan 100 escuelas
del pensamiento. Pero como todo dirigente político radical, pensaba
que de alguna manera el futuro del arte estaba en que los artistas abrazaran
y defendieran la política revolucionaria. Sin embargo, guardaba una
gran cautela al decirlo.
Pero él aceptaba el fenómeno
de la genialidad artística como algo que estaba separado de cualquier
intento de producirla socialmente.
Exacto, pero para lo demás sí pensaba que el arte debía
estar ligado al partido y a la política revolucionaria.
Y esos clichés de poner al Tío
Sam...
Eso ya venía desde tiempo atrás, independientemente de los partidos
políticos, pues apareció en Colombia por influencia de los grupos
norteamericanos durante la guerra de Vietnam, las protestas en donde aparecían
esos muñecos, el Tío Sam, y todas esas cosas del teatro que
hacían los vietnamitas durante la guerra. Era teatro de agitación
y propaganda, pero ellos estaban en guerra, una cosa muy distinta.
A Mosquera le fascinaba el juego, ¿usted
jugó con él?
Sí, muchas veces, yo era del círculo de póker. Jugábamos
hasta las 5 o 6 de la mañana. Era un enfermo por la competencia, y
por ganar. Parecía un atleta griego. En los juegos que practicaba,
póker, ajedrez, basquetbol, fútbol, él estaba animado
de ese espíritu de competitividad absoluto, del que hacía una
defensa apasionada, y claro, jugué mucho fútbol y basquetbol,
y mucho póker. . ., y los malos genios, cuando perdía eran.
. .
Usted dijo que Mosquera lo volvió a
Shakespeare, ¿le sugirió usted a Mosquera algunos autores?
Yo leía mucho a los novelistas norteamericanos, a los cuales él
veía con cierto respeto pero no exento de cierta desconfianza. Me acuerdo
que yo le insistí mucho en John Steinbeck. Sabía que ese era
un autor que le iba a gustar, porque además de buenas novelas, Steinbeck,
había sido un hombre progresista y de izquierda. Le fascinó
Steinbeck, Faulkner, y recuerdo que le gustó mucho Hemingway. Digamos
que era sobre ese tipo de literatura materialista que yo podía discutir
con él.
A Mosquera le gustaba mucho La agonía del difunto, porque fue una obra
que se creó a partir de un contacto directo, tanto de Esteban Navajas
como de los actores que la hicieron, con los campesinos de ese sector de La
Mojana: un trabajo considerado como “la niña de los ojos del
MOIR”. De ahí surgió esa obra, que se reveló inmediatamente
como un éxito, que ganó el premio Casa de las Américas
en Cuba, lo cual Mosquera interpretaba como un gol que les habíamos
metido a los cubanos. El montaje era muy bueno, y él estaba muy entusiasmado
con esa obra, la vio varias veces y estaba muy orgulloso de que se hubiera
producido en el seno nuestro.
Y le gustaba también mucho Jorge Plata
como actor.
Sí, especialmente en El rey Lear, una obra que vio varias veces. Lo
mismo que a Germán Jaramillo en La agonía del difunto. El hizo
mucha amistad con la gente del Teatro Libre, una relación muy cercana,
muy cálida.
¿Qué dijo Mosquera con respecto
a la gira mundial que realizó el Teatro Libre?
Él participó muy de cerca en la organización de esa gira,
metió mucho el hombro. Cuando hicimos Las Brujas de Salem, de Arthur
Miller, sobre el período del macartismo en Estados Unidos, nos dio
una charla larguísima sobre el aspecto político e histórico
de la obra. Recuerdo que en esa época estaba estudiando historia norteamericana.
Discutía con nosotros sobre las obras; por ejemplo, sobre Los inquilinos
de la ira, de Jairo Aníbal Niño, él propuso un final
distinto al que tenía; se adoptó y resultó mucho mejor
que el del original.
¿Cuáles son las cosas que más
le sorprendieron en su pensamiento político, en sus planteamientos,
o en los virajes?
Para mí, él tenía la virtud, como una persona muy inteligente,
de pensar como en el vacío, es decir, el verdadero pensamiento dialéctico,
que siempre está buscando los opuestos y las posibilidades y los vericuetos
menos evidentes. Por eso vivía sorprendiendo a todo el mundo, porque
tenía esa capacidad, no de un pensamiento cómodo, o de un sistema
en donde había una respuesta para todo, como los mamertos, por ejemplo,
que eran de una previsibilidad muy aburridora. Siempre se sabía qué
iban a decir sobre todas las cosas. En cambio Mosquera poseía la virtud
de estar siempre como en el filo, de estar desafiando el pensamiento y los
esquemas y por eso sorprendía a la gente permanentemente. Ahí
radicaba su audacia como pensador, y eso reflejaba mejor su asimilación
del marxismo, que no era la reproducción burocrática de un pensamiento
como en los partidos comunistas tradicionales, sino que siempre estaba buscando
la cara oculta de las cosas, el matiz y el pliegue en donde podía radicar
la verdad. Estar al lado de Mosquera era una aventura intelectual permanente,
aparte de todo lo que entraña la lucha revolucionaria, porque vivía
buscando los matices, los pliegues y los meandros de las cosas con una sutileza
impresionante, como los chinos, y, repito, en eso radica su asimilación
del marxismo.
SU VERBO Y SUS IDEAS ME CAUTIVARON
Esteban Navajas*
* Autor de La Agonía del Difunto. Premio Casa de las Américas,
1976, Cuba.
¿Cómo conoció a Mosquera
y qué recuerda en especial de él?
Lo conocí en una tarima que estaba en la Séptima con Avenida
Jiménez, durante una manifestación. Su verbo y sus ideas me
cautivaron, porque en esa época yo era muy sensible, muy susceptible
de ser captado por cualquier grupo. De hecho, estaba a punto de irme con mis
amigos del M-19: Antonio José Navarro, compañero en la Universidad
del Valle, Carlos Pizarro, muy amigo de la casa, Vera Grave, compañera
de facultad, María Consuelo Mejía, muy linda amiga, una de las
comandantes del M-19. Un asedio completo. Fui a ese acto por curiosidad, porque
me invitaron algunos compañeros de la facultad de antropología
y del grupo de teatro de la Universidad de los Andes a que escuchara y apoyara
una manifestación, creo que era un Primero de Mayo, a principios de
los años 70, y ahí lo conocí.
Bueno, de ahí en adelante me fui involucrando mucho más con
el MOIR, entré a militar en la Juventud Patriótica por un período
muy breve, pues por ese entonces Mosquera formaba el frente del arte. Agrupó
a quienes hacíamos alguna especie de manifestación artística,
y ahí sí, tuvimos una relación más personal, más
directa, más cercana, más de nariz a nariz, si se puede decir
de alguna forma. Aunque en realidad la más cercana de todas, y de la
que hablaremos después, se dio cuando él llamó a las
“plumas sueltas” a que trabajaran en Tribuna Roja, porque Pacho
estaba convencido y creo que el tiempo le dio la razón, de que un periódico
obrero tenía que ser bien escrito, por “plumas”, más
que por políticos que echaran el discurso escrito.
¿Nos podría narrar algo de la
relación entre Mosquera y Usted alrededor de La agonía del difunto?
Claro que sí. Es precisamente la pregunta que más me gusta,
pues con la excepción de Pacho, el MOIR no tenía muy claro el
papel del artista en la revolución. Puedo decir que el 99 por ciento
de los dirigentes de ese entonces, estoy hablando por allá hacia 1972,
nos veían a los artistas como un apéndice molesto pero indispensable,
como unos tipitos raros que eran necesarios para echar unas payasaditas, conglomerar
a la gente para ellos después echarse las peroratas filosóficas
del momento. Por un lado, éramos como unos auxiliares para aglutinar
gente y nos miraban con cierto menosprecio. No temo decirlo, creo que eso
lo captó todo el mundo. Y por otro lado, creían que nosotros
teníamos que ser unas cajitas de resonancia de sus discursos. Uno presentaba
una obrita de teatro y se venían no sé cuántos a hacer
el examen ideológico, a preguntar por qué no estaba la línea
así o asá, que dónde estaba la política de los
pies descalzos. Creían que nosotros básicamente teníamos
que volver carne escénica los discursos de Tribuna Roja o del frente
obrero.
Pacho tenía muy claro qué era el arte y cómo debía
de ser el arte, algo que puedo probar muy sencillamente. Cuando pusimos en
escena la obra de Bertolt Brecht, la madre, basada en la novela de Máximo
Gorki, no nos pareció suficientemente ideológica e invitamos
a todos los camaradas a que la vieran, y cada uno hizo su critica y nosotros,
poquito a poco, convertimos a la madre en un discurso estalinista. Cuando
Pacho vio la obra que le presentamos con mucho orgullo, nos dio un garrotazo
en la cabeza. Nos dijo “esa madre no sirve, esto se parece a (nombre
de alguien del Partido) con faldas”. Y continuó: “lo bonito
de la obra de Gorky es que muestra una señora proletaria ignorante,
que lucha con su instinto de madre, y eso jamás ustedes lo pueden traicionar.
Desbaraten esto y hagan una madre proletaria de verdad”. Con eso nos
estaba diciendo que el arte no era para escenificar o para volver letra los
discursos ideológicos, sino para representar la verdad cotidiana en
una forma condensada y hermosa.
Eso me dio un impulso grandísimo, porque en ese momento, cuando uno
comenzaba a escribir una obra lo primero que hacía era una lista de
los mandamientos del MOIR: la revolución de nueva democracia, el apoyo
a la burguesía en contra de los monopolios imperialistas, la política
de los pies descalzos, que el militante tiene que descalzarse y untarse de
barro con la gente del pueblo, que debemos de nadar como peces... Uno hacía
la lista e iba escribiendo la obra para poner esos ítems dentro de
una línea argumental. Y si los militantes creían que no estaba
la línea ahí, daban unos debates tremendos y uno terminaba autocriticándose
y desbaratando su obrita. Con el mazazo dado por Pacho entendí que
en realidad nos daba alas para crear libremente, y me acuerdo muy bien que
él nos explicaba no solamente todo lo que fue el foro de Yenán,
sino la política de las 100 flores. Para que surja el arte revolucionario
no se puede ir por ahí decapitando cada cosa que emerge.
Pacho me dio las alas como para decir “hombre, vamos a crear cosas de
verdad libres”, y puedo decir que de ahí en adelante ya no me
preocupé por la línea ni por el discurso ni por la ideología,
sino por reflejar lo que se debía reflejar del mundo del campesino,
del mundo del obrero, y uno de los primeros resultados fue La agonía
del difunto, que entre otras cosas, aplaudió Pacho como el paradigma
de lo que debía ser una obra revolucionaria, cruda, con humor, basada
en la realidad, con personajes de carne y hueso, donde si bien casi no se
ve la ideología, ahí está.
¿Recuerda opiniones particulares de
Mosquera sobre la obra?
El la gozaba, la vio varias veces y la gozaba como un enano.
La leyó y le hizo dos o tres observaciones menores, más que
todo de línea argumental. Mientras otros camaradas criticaban que el
personaje más gracioso y más vistoso fuera el terrateniente
y no el campesino, a Mosquera en cambio eso le fascinaba. Decía que
lo bueno está en ver al terrateniente pintado en toda su magnitud,
por algo es el terrateniente. “De hecho, decía, en todas las
obras de teatro siempre la puta y el marica van a ser los más vistosos,
y sobre eso no podemos hacer nada, pues son los más teatrales”.
Es indudable que el terrateniente tiene trayectoria, maneja corralejas, poder
y dinero y es por lo tanto más vistoso que un campesino. Aunque en
la obra al campesino se le muestra como un ser noble y certero, el más
teatral era el otro, lo cual molestaba mucho a los camaradas y me querían
retorcer el brazo, obligarme a cambiar la obra, que fueran los campesinos
los vistosos y el otro, un terrateniente de cartón. Pacho me apoyó
y dijo que no le cambiara ni una coma.
Usted participó en Tribuna Roja, ¿qué
recuerdos tiene de esa época y cómo se desarrolló allí
la relación con Mosquera?
Esa fue una de las épocas más gratas de mi militancia. Me acuerdo
que Mosquera sacó de Tribuna Roja, si se puede decir así, a
todos los obreristas. Decía que el periódico tenía que
ser hecho por periodistas, escritores, fotógrafos, gente del arte.
No viví esa gran lucha porque fue anterior a mi llegada, pero indudablemente
todo el mundo estaba escandalizado porque llenó Tribuna Roja de artistas,
esos como medios “hipones”, medios raros, a los cuales la militancia
debía aguantar. La primera sesión la tuvimos con Héctor
Valencia. Recuerdo que en un momento dado la Comisión la conformaban
Leonel Giraldo, periodista profesional; Gabriel Iriarte, antropólogo;
Felipe Escobar, director de teatro; estuvo también Pilar Lozano, Alberto
Salom, Jorge Plata un tiempo, y nos llamó a Humberto Dorado y a mí.
Nosotros aportamos nuestras ideas sobre la carátula y el formato, cómo
presentarlo menos denso y más fotográfico, más ágil.
Pusimos página cultural y página sindical. No volvimos a ver
a los del frente político en Tribuna Roja, algo que me parece muy audaz.
Ahorita puede parecer como muy lógico y elemental, pero si uno se coloca
en los años setentas cuando dominaba el dogmatismo, comenzar Mosquera
solo a trabajar con gente del arte para hacer el periódico más
ameno, grato y vivo, era algo muy audaz.
Mosquera nos dio extraordinarias lecciones sobre el idioma y sobre reportajes.
Cogerle en sus editoriales un error de morfología o de sintaxis o de
conjugación, era casi imposible, y si por casualidad aparecía
uno, él se defendía hasta la muerte. Recuerdo en particular
la lección que me dio sobre el trabajo reporteril. Una vez me envió
a Amagá, a que hiciera una crónica sobre los trabajos de los
niños en las minas de carbón. Estuve allá como diez días,
envié lo escrito y seguí hacia la Costa a encontrarme con Pilar
Lozano, pues prácticamente los dos teníamos asignados los trabajos
de campo. Llamé a ver como le había parecido a Mosquera lo que
envié sobre Amagá y me pasa este señor y me pega la empajada
más grande del siglo, que yo me burlaba de los mineros y que esto y
lo otro, y yo “pero diablos ¿qué pasó?”.
Cuando regresé me mostró el artículo totalmente tachonado.
En ese tiempo nos encontrábamos bajo una influencia literaria muy almibarada,
muy adjetivada, a cada sustantivo le teníamos que meter tres o cuatro
adjetivos para hacerlo hermoso. Mosquera me devolvió el escrito y me
demostró que el hecho, el facto, el sustantivo; el verbo era lo importante.
“Cuando tenga que recurrir a un adjetivo asegúrese completamente
que sea indispensable”. Desbarató mi artículo por completo.
Desde ahí me volví una persona más sustantiva y verbal
que adjetiva, traté de superar ese estilo propio de quienes empezamos
a escribir, esa tendencia a hacer ostentación de los adjetivos. Una
lección tremenda y de redacción, y a la vez llena de su buen
humor.
¿Qué recuerda del humor?
No era una persona de chiste prefabricado, sino que de pronto salía
con unos apuntes bastante ingeniosos que nos hacían desternillar de
la risa. Era bien ingenioso.
Ahora, trabajar con él, también trajo una gratificación muy grande. Cuando ingresé al MOIR, Pacho era el hombre de la tarima, el símbolo, una persona que si decía “se tiene que botar por ese despeñadero”, uno se botaba. Porque existía una idealización del líder, pero ya al tratarlo de cerca uno lo veía como un ser supremamente inteligente, genialmente inteligente pero muy humano, casi de codazo o de complicidad con pequeñas vanidades mundanas, cuestiones que lo humanizaban pero que al mismo tiempo lo hacían quererlo mucho más, ya no al líder remoto de la tarima sino al compañero de trabajo, al compañero que lo orientaba a uno ideológicamente, y bastante bien. En esa época yo era una persona supremamente sensible al socialismo, porque mi papá fue un militante republicano en la guerra civil española y me infundió el espíritu humanitario socialista de los viejos militantes republicanos. Por lo tanto, hubiera podido ser captado por cualquiera, desde el mamertismo al M-19, o por los ultrafilosóficos trotskistas, y sin embargo, me conquistó para el MOIR la sencillez con que exponía las ideas. Una gran sencillez pero al mismo tiempo una gran profundidad. En lugar de ponerse a explicar una gran teoría, armaba como Cristo, como Mao, una parábola y así entendía uno toda la complejidad del socialismo.
¿Recuerda alguna conversación
en particular con Mosquera?
Fuera de la empajada que me pegó por el mal artículo que escribí
sobre sus compañeros de las minas de Amagá, no. Eso lo recuerdo
mucho porque me hizo reconsiderar toda una cantidad de cosas. Indudablemente
tuvimos muchas conversaciones, porque el periódico se hacía
conversando. Por ejemplo, después de escribir un reportaje en Ocaña
o en Amagá o en el Magdalena Medio, no me entendía con un subjefe
de redacción, el cual se entrevistaba con el jefe, Leonel, y éste
a su vez con la gran cabeza, Pacho. No, nos reuníamos alrededor de
una gran mesa, como de unos 16 puestos, y todos participábamos tanto
en las notículas sindicales o en las gacetillas culturales o en los
artículos de fondo, como en el editorial de Pacho, el cual nos leía
a todos y permitía que opináramos y hasta le criticábamos.
Eran toneladas de conversaciones y con grandes enseñanzas, sobre todo
cuando leía los editoriales, muy modulado, casi como un locutor profesional.
Era bastante histriónico, sin ser sobreactuado, y nos embelesaba con
la lectura del editorial. Lo leíamos, y lo volvíamos a leer
y lo arreglábamos tantas veces, que prácticamente cuando salía
el periódico ya uno se lo sabía de memoria. No permitía
que saliera un error, ni siquiera de una coma, y ahí nos involucraba
a todos.
¿Algo más que agregar, algún
recuerdo?
Hombre son muchos, pero lo único en realidad que me duele es no haberle
podido dar la despedida que hubiera querido. Uno despidió a muchos
camaradas que murieron, El Toche, Clemencia Lucena, tantos camaradas que uno
despidió con todos los honores, con todo el dolor, con todo el respeto
y el silencio. Pero al máximo maestro no lo pude despedir porque me
enteré de su muerte en medio de una conversación casual. La
sangre se me heló, se me llenaron las venas de formol. Cuando llegué
a la funeraria ya desgraciadamente estaba partiendo el cortejo y apenas alcancé
a medio unirme al desfile, y eso ha sido como una pesadumbre que he llevado
siempre, no haber estado al lado de su ataúd, con los viejos camaradas,
rindiéndole el homenaje que se merecía. Un pensamiento bastante
triste, no el pensamiento que uno debe tener de Pacho, porque él era
una persona sumamente jovial, y tal vez él no quisiera que uno lo recordara
así, pero es como una de las carguitas de conciencia que uno tiene,
no haberle podido cubrir con su bandera roja. Eso me duele y por eso me presto
a esta entrevista, para al menos poderle rendir en lo posible este pequeño
homenaje, despedirlo como Dios y él y la futura revolución socialista
mandan.
FRANCISCO MOSQUERA: PERENNE EJEMPLO DE UN REVOLUCIONARIO Y UN PENSADOR UNIVERSAL
Orlando Acosta *
* Orlando Acosta, BSc., MSc., PhD. Director grupo de investigación
en organismos transgénicos y coinvestigador del Laboratorio de Biología
Molecular de Virus. Exdirector del Instituto de Genética de la Universidad
Nacional y actual Vicedecano Académico de la Facultad de Medicina de
la misma universidad. Egresado de la Universidad de Santiago de Cali, Universidad
del Valle, Universidad de Dundee-Scottish Crop Research Institute. Profesor
visitante de la Universidad de Florida.
A mediados de 1985, Hernando Patiño,
reconocido académico e investigador integral, ya desaparecido, entusiasta
organizador y animador de eventos y foros de carácter científico,
me comunicó el interés de Pacho por organizar un ateneo en el
que tuviéramos la oportunidad de exponer, compartir y discutir las
teorías científicas más sobresalientes, especialmente
en el ámbito de la física y la biología, a la luz de
los más recientes hallazgos. Anticipábamos la importancia del
evento por su segura contribución al fortalecimiento de nuestra concepción
materialista de la naturaleza y de la historia.
A principios del mes de octubre del mismo año se materializó
la idea de realizar el ateneo, teniendo como sede un alojamiento localizado
en las faldas de uno de los cerros que atalayan la ciudad de Cali. A él
concurrieron varios compañeros y amigos que ejercían la academia
y la investigación en algunos tópicos de las ciencias. Los temas
abordados abarcaron desde el origen del universo, con su teoría sobre
el “big bang”, la mecánica de Newton, la mecánica
cuántica, la relatividad de Einstein, el origen de los continentes,
de la vida, del hombre, su evolución, hasta la naturaleza química
del material genético (DNA), su dinámica y su ingeniería.
Me sorprendió la manera como Pacho manejaba los conceptos básicos
sobre la teoría del origen del universo y las relaciones que establecía
con ellos. Mostraba una gran habilidad para realizar preguntas, establecer
contrastes, plantear problemas y señalar situaciones particulares y
concretas para deshacer generalizaciones. Distinguía la esencia de
la mecánica newtoniana y de la relatividad de Einstein, de la estructura
básica de la materia a nivel atómico y subatómico, de
las leyes de la termodinámica sobre la conservación de la energía
y la tendencia al caos. Se esmeraba en sintetizarlo todo desde el punto de
vista filosófico.
La coherencia filosófica de Pacho era sorprendente, cuando ella hacía
referencia a teorías científicas sobre el mundo físico
real. Recuerdo particularmente el disfrute que experimentaba comprendiendo
cómo la utilización de la mecánica y la electrodinámica
clásicas, conducen a resultados abiertamente contradictorios con la
experiencia, cuando se trata de explicar con ellas los fenómenos del
nivel atómico. La noción macroscópica de partícula
no puede ser extrapolada mecánicamente a fenómenos del orden
atómico, sin que antes se construya una teoría que comprenda
cambios en las leyes y en las ideas clásicas fundamentales.
Los conceptos físicos y filosóficos sobre el tiempo y el espacio
siempre le preocuparon. Le atrajo especialmente, en este contexto, el significado
y las implicaciones de la ley que rige la velocidad de propagación
de la luz en el vacío. No le fue difícil incorporar a su acervo
filosófico que el concepto de tiempo absoluto contradecía radicalmente
el principio de la relatividad de Einstein.
Mi experiencia más directa con Pacho en el terreno de sus concepciones
filosóficas y sobre la naturaleza en especial, la tuve a partir de
mi exposición en el ateneo sobre la lógica molecular de los
organismos vivos, la estructura del material genético (DNA), la dinámica
implicada en su replicación, expresión y traducción en
proteínas, base de las funciones celulares. La mención que hice
sobre una reunión convocada a principios de 1985 por Robert Sinsheimer
de la Universidad de California, con el objetivo de secuenciar (descifrar)
la totalidad del genoma humano, suscitó en Pacho algunos comentarios
sobre las posibles implicaciones éticas, sociales, legales, políticas
y económicas que la ejecución de esta propuesta podría
tener. Varias de sus observaciones a este respecto coincidieron con temas
que fueron formalmente incluidos en los objetivos del Proyecto del Genoma
Humano, iniciado oficialmente en 1990 y que en nuestros días se halla
concluido en más de un 97%.
Mostró particular devoción por el tema de la lógica molecular
de los organismos vivos, sobre sus características más distintivas,
sobre la manera como estos cumplen las inexorables leyes de la física
y la química. Entendió con suma consistencia filosófica
los conceptos fisicoquímicos que soportan la vida biológica,
la materia y la energía que toman las células de su entorno,
su ordenamiento, su perpetuación y su muerte.
Con relación al artículo de Engels sobre el papel del trabajo
en la transformación del mono en hombre, Pacho compartió, con
fundamento en los hallazgos de la biología molecular expuestos en el
ateneo, que las habilidades adquiridas en el ejercicio del trabajo no pueden
ser transmitidas hereditariamente a la descendencia, e igualmente, que aquellas
estructuras que no están programadas en el material genético
previamente no pueden ser creadas como producto del trabajo, para ser heredadas.
El caso particular que nos ocupó fue el del aparato de la fonación
en el hombre. Aunque Pacho reconoció que la primera teoría coherente
sobre la evolución biológica fue aquella propuesta por el filósofo
naturalista Jean Baptiste Lamarck (1809), quien enfatizó el cambio
progresivo a través del tiempo en la naturaleza, desde los organismos
más pequeños hasta el hombre, sin embargo no compartió
el lamarckismo, en cuanto a la heredabilidad biológica de las características
adquiridas, mucho menos en una forma deliberada para hacerle frente a las
presiones del ambiente. En el ateneo señalé cómo algunos
científicos, especialmente Lima de Faria (1983), consideraban que con
base en los desarrollos de la biología molecular, la teoría
de la selección natural de Darwin no parece ser el mecanismo primario
de la evolución, debido a que no es un componente material del universo
y de la materia viva, es sólo una condición o sistema de escogencia
entre situaciones alternas. Entendió con pasmosa claridad que los átomos
y las moléculas son infraestructurales con relación al material
genético (gen), la célula y los organismos, y que la dirección
en que se mueve la evolución de los organismos vivos podría
en alguna medida ser determinada por la dinámica propia de los átomos
y las moléculas, del campo electromagnético. No obstante, se
mostró vivamente interesado en profundizar aún más acerca
de esta afirmación. Recuerdo especialmente que Pacho aseveró
que frente a las contribuciones de la biología molecular y la genética
de los últimos años, las intuiciones de Darwin sobre el papel
de la selección natural como fuerza directriz de la evolución,
debían mirarse en términos de la dinámica interna de
los organismos vivos. Cinco años más tarde escribí un
artículo divulgativo publicado en Agricultura Tropical (1990) sobre
este tema en particular, el cual titulé determinismo físico
en la evolución.
Sobre los desarrollos tecnológicos propios de la ingeniería
genética hasta ese momento, Pacho resaltó la importancia del
conocimiento como un factor generador de desarrollo de las fuerzas productivas
y de progreso. Enfatizó, además, la importancia de la producción
de conocimiento científico y de la asimilación del conocimiento
universal en la lucha contra el atraso de la nación. Advirtió,
y de qué manera, cómo los derechos de monopolios, o patentes,
otorgados a organismos vivos genéticamente modificados (Diamond V.
Chakrabarty, 1980) podrían interferir con el flujo de la información
científica y tecnológica hacia los países de menos desarrollo.
Vale la pena destacar, cómo después de tres días de ateneo,
éste realmente continuó en un recorrido nocturno, en el vehículo
de Pacho, entre las ciudades de Cali y Cartago. Tuve la oportunidad de acompañarlo
en este tramo, junto con su esposa y un corresponsal de Tribuna Roja del Magdalena
Medio. Amenamente discurrió la discusión, en buena parte acerca
de los aspectos centrales de la biología molecular y su relación
con el origen del universo y de sus átomos, el origen de la vida y
su evolución. Me impactó la excepcional capacidad de Pacho para
aprender, entender y generalizar la esencia de los desarrollos científicos
sobre la naturaleza. Cuando en particular señalé que el origen
de la vida siempre se había atribuido a formas cada vez más
pequeñas, empezando por las células más simples en las
teorías del siglo XIX, por los virus en los años 40 del siglo
XX, por el material genético (DNA o RNA) en los años 50 del
mismo siglo o más recientemente por los monómeros que componen
el polímero DNA, por los átomos que conforman a éstos
y finalmente por el origen del universo, aquella explosión denominada
“big bang”, seguida de expansión, enfriamiento, condensación
de galaxias, explosión de grandes estrellas en forma de supernovas,
Pacho, en este punto de la enumeración secuencial, afirmó: no
es posible entender el fenómeno de la vida y la manera como interactúan
los átomos que la conforman sin estudiar cómo están hechas
las estrellas y cómo se originaron. Su concepción de la vida
era materialista y universal, sin lugar a dudas.
Especulando acerca de algunas afirmaciones surgidas en el naciente ámbito
intelectual de la sociobiología relativas a posibles determinantes
biológicos, genéticos, del comportamiento humano, Pacho aseguró
que las relaciones sociales y económicas entre los hombres no se regían
por las leyes de la naturaleza. Quedó tan vivamente motivado por el
tema de la genética y la biología molecular, como visiones unificadoras
del mundo biológico, que esa misma noche me comprometió en la
escritura de un documento comprensivo sobre el asunto, cosa que empecé
a cumplir, una vez arribé a Escocia, una semana más tarde. Tres
meses después, la versión final del documento ilustrado sobre
el dogma central de la biología estaba disponible para Pacho. El material
fue escrito sin sacrificar el lenguaje científico estricto, aunque
estaba más dirigido al pensador, al ideólogo, que al especialista
en el tema específico.
Con la prematura desaparición de Pacho, la causa proletaria perdió
a un excepcional revolucionario y a un pensador universal.
ACERCA DEL ESTILO DE FRANCISCO MOSQUERA
Gabriel Mejía*
*Director del Instituto Francisco Mosquera.
Francisco Mosquera vivió tiempos difíciles.
Dilucidó cuestiones primordiales y resumió el clamor de los
suyos, cuando señaló que en esta época, las peores afrentas
contra los pueblos se realizaron a nombre del comunismo y explicó cómo
en el continente hormigueó a flor de tierra el extremoizquierdismo,
patrocinado por los rebeldes cubanos y caracterizado por el voluntarismo y
el desprecio a la teoría. Además del rescate del legado marxista
y su aplicación a la realidad de nuestro país, para él,
que siempre apoyó las más prodigiosas conquistas del intelecto
humano, de las cuales recogía cuanto fuera rescatable desechando lo
que riñera con la realidad o la falseara, constituyó la más
seria preocupación, el estilo, el modo particular de escribir y de
hablar, la manera de abordar los problemas y los asuntos fundamentales del
trajinar político.
Verdad y belleza aparecen en la obra de Mosquera como una unidad inseparable.
La sensibilidad es proporcional al conocimiento. Recuerda a Dante en la Divina
Comedia cuando allí refiere, que cuanto más perfecta es una
substancia, más sensible es al bien y a la dolencia.
No concebía un escritor que no conociera los nombres de las cosas,
nos enseñaba con Balzac y nos ejercitaba en la práctica de que
cada cosa tiene su nombre. Acostumbraba repetir: si no se conoce, si no se
sabe, si no se ve, es imposible expresar el asunto. Buscando la palabra precisa,
cuando la encontraba, alborozado decía, la tengo, y así murió,
estudiando e investigando, intentando plasmar la memoria y el aliento de la
nación alrededor de la Villa de Leiva, para él depósito
inigualable, reciente y remoto de nuestra geografía e historia. Introdujo
al lenguaje político los más hermosos términos del habla
popular y de la literatura clásica con una gracia, delicadeza y precisión
inconfundibles. Ponía al lector en medio de las cosas. Y en más
de una ocasión nos recordó a Ricardo Palma cuando estampó
un vocablo propio en ayuda de su pensamiento.
Era consciente como pocos de la importancia de darle una forma perdurable
en el tiempo a sus pensamientos más queridos, ¿suena? nos preguntaba
cuando en voz alta leía y releía sus escritos. Y al final conocedor
de las virtudes del soneto quería condensar sus ideas y sentimientos
en esa extraordinaria forma lírica.
Y bajo la lumbre de la clara reflexión; era el hombre, el impulso armonioso,
la euritmia, la pasión, la que él, evocando la canción
de la vida profunda, llama, ímpetu de Abril, pues con Porfirio Barba
Jacob, Mosquera va con la antorcha a moldear la Tierra.
Después de hechas estas observaciones preliminares, en este pequeño
ensayo que he denominado acerca del estilo de Francisco Mosquera, quiero intentar
insinuar su talante, memorar la forma peculiar de relacionarse con los clásicos
y resaltar su extraordinaria capacidad de síntesis.
El talante
Este hombre, al que los vientos no le fueron
exactamente propicios persevera, sin embargo, con un valor extraordinario
en la defensa de su posición política. Sabía que a la
larga en una situación como la que vive Colombia, sus ideas y soluciones
revolucionarias tenían que abrirse paso, "la historia nos cumplirá
la cita que le hemos concertado", afirmaba, e insistía en que
"ella trabaja para nosotros porque nosotros trabajamos para ella",
pero aclaraba, que si no nos atrevíamos a tocar nuestra trompeta para
que la escucharan hasta los propios enemigos, así fuera una clarinada
impertinente, no habría cuándo contar con una opinión
pública revolucionaria.
Calculó los costos de arrasar los mitos e irrespetar los dogmas de
la república oligárquica, pero nunca abandonó ni la polémica,
ni la pluma, su arma predilecta.
Y a pesar de las dificultades, del cerco y del olvido, mantuvo el humor intacto
y no fueron capaces de exasperarlo ni sus más implacables enemigos.
En el año de 1975 en su carta de respuesta al partido comunista, salió
en defensa del MOIR y explicó cómo el origen de las contradicciones
en la Unión Nacional de Oposición, se desprenden de la pretensión
de los mamertos de concertar una alianza a destiempo con la ANAPO. Acuerdo
que a la postre resultó una ficción, señala, y para terminar
agrega: "Ustedes fueron los que dieron vueltas y revueltas alrededor
de una quimera, como revolotea el cucarrón alucinado en torno a una
lámpara encendida".
Un año después cuando la Unión Soviética, "descolgaba
la panoplia" y "enlodaba los emblemas" hollando la libertad
de pueblos y naciones, en entrevista con Cristina de la Torre, define las
características del comportamiento imperialista y aclara que independientemente
de cómo alguien se denomine: "Si camina como ganso, nada como
ganso y grazna como ganso, es un ganso".
En 1981 en el editorial: ¡Al fin!, le precisa a sus detractores que
la única salida triunfante para la clase obrera presupone mantener
en alto el programa revolucionario, les explica la inevitabilidad de que en
los períodos de regresión los factibles aliados rompan con nosotros
y se echen en los tendales enemigos, sin embargo les aclara que: "nos
concierne denunciar las felonías y esperar pacientemente a que los
cántaros se estrellen contra los cántaros, para que los trabajadores
-el baluarte por el que velamos- descubran directamente cuáles son
los de hierro y cuáles los de arcilla quebradiza".
y refiriéndose a García Márquez, siempre dispuesto a
darle una mano a sus amigos cubanos, recuerda cómo en 1983, con motivo
del golpe de estado a Maurice Bishop y su posterior fusilamiento, el escritor
se hace esta fatal reconvención cuando dice: "El día en
que se justifique con cualquier argumento que las
fuerzas del progreso se sirvan de los mismos métodos infames de la
reacción, será esa la hora -para decirlo en buen romance- de
que nos vayamos todos al carajo".
Y apunta Mosquera: "Incontrastablemente, aunque no sea en buen romance".
La relación con los clásicos
En sus conversaciones, conferencias y escritos
acude Mosquera con alguna frecuencia a reflexiones, expresiones, figuras y
términos de la tradición clásica. Si bien las más
de las veces le permiten reforzar o aclarar su pensamiento, y en otras ocasiones
fijar su punto de vista sobre un asunto particular, también vienen
en su ayuda, cuando de lo que se trata es de insinuar.
Explicando el fenómeno de cómo la usura depende de la solvencia
del deudor, menciona a Shakespeare cuando pregunta: ¿Pudo acaso el
cuchillo de Shylock cortar las carnes de Antonio? Y con la propiedad, que
le atribuye el portero del castillo de Macbeth al licor, despertar el deseo
e impedir su ejecución, ilustra el comportamiento contradictorio del
imperialismo en sus dominios de ultramar, pues a la vez que abona el terreno
para el florecimiento del capitalismo autóctono, lo estrangula por
efecto de la concurrencia monopolista. Ya había resaltado en 1980 con
ocasión del montaje de Ricardo Camacho, de una de las obras clásicas
del gran dramaturgo inglés, El rey Lear, cómo este soberano,
a pesar de haber sido concebido en la época de las monarquías
absolutas, no tipifica esta tendencia centralizadora, sino que estaba colocado
a contrapelo de la historia, pues decide repartir sus dominios, lo que se
constituye en la fuente de sus desgracias.
Cuando habla de "quijotada" o cuando escribe que "no vamos,
cual quijotes, a lanzarnos solos a la carga", da a conocer con estas
expresiones su punto de vista sobre el personaje de la obra cumbre de la literatura
española. Opinión que no difiere de la de Cervantes, que resalta
la falta de juicio del hidalgo caballero, Don Quijote, que del poco dormir
y del mucho leer se le secó el cerebro y vino a dar en el más
extraño pensamiento que jamás dio loco en la tierra, hacerse
caballero andante y ejercitar por el mundo sin importar los peligros, la defensa
de los niños, el amparo de las doncellas y de las viudas, el socorro
a los huérfanos y menesterosos. En este extraño periplo todo
cuanto piensa, ve e imagina le parece ser hecho y pasar al modo que lo había
leído.
Expresiones que usa para insinuar y que nos traen a la memoria a Walter Scott,
como aquellas de que "cuando se va el gato los ratones juegan todo el
rato" o la de "alistemos la casaquilla verde oliva", le sirvieron
para referirse a aquellos contradictores que sólo en su ausencia salían
de la madriguera y para convocar a aquellos otros que prometían acompañarlo
en la contienda. La expresión de "El viaje a Canossa" le
permitía definir el comportamiento de aquellos que a la manera del
emperador romano Enrique IV, en conflicto con el Papa Gregorio VII, tenían
que peregrinar y esperar pacientemente la absolución del jefe. Y con
la figura de "El Castigo de Eróstrato" se refiere a todos
los que como él, fueron condenados al olvido por no aceptar las explicaciones
de los agitadores mamertos sobre las tropelías internacionales de la
Santa Rusia Socialista.
Su intimidad con la historia y la literatura universal le permiten un uso
oportuno y preciso de los temas clásicos, pero en las oportunidades
en que lo requiere, le da un giro a las situaciones y a los mismos términos.
Procede a la refutación del dogmático al endosarle el aforismo
que sintetiza la característica de la época ilustrada, cuando
éste sostiene que: "Está más dispuesto a creer lo
que han visto sus ojos que lo que han escuchado sus oídos". Transforma
los inofensivos "zánganos sin aguijón", que despreciaban
los señores en la obra cumbre de Walter Scott, Ivanhoe, en "zánganos
con aguijón", que ahora por efecto de la transmutación
son los que cuentan con jurisdicción y mando. Y las vírgenes
que en la antigüedad preservaban bajo la amenaza del látigo la
llama sagrada, ahora son convocadas para que con Mosquera y Arciniegas apaguen
las velas de un pastel gigantesco en San Andrés.
La síntesis
Es muy propio de su estilo que además
de la narración del asunto definido, Mosquera precise su reflexión
con una frase que le permite dejar una imagen, una representación viva
y eficaz de su pensamiento que no puede ser fácilmente olvidada. Estas
frases que ilustran, evocan y al mismo tiempo sintetizan, aparecen en sus
reflexiones sobre el comunismo y el imperialismo, la crónica del país
y del mundo y aun la filosofía.
A pesar de los reveses propios de su época, provocados por la traición
a las ideas socialistas de Marx y de Lenin, Mosquera siempre tuvo la certeza
del triunfo del comunismo y de la derrota del imperialismo. En su inolvidable
discurso del 1 de Mayo de 1975 proclamó: "Sobre los escombros
de los imperios explotadores caerá el polvo de los siglos, y las tumbas
de los mártires de Chicago seguirán eternamente florecidas".
Y en escrito con ocasión de los 60 años de la revolución
bolchevique reiteró: "Tarde que temprano las baterías del
Aurora volverán a escucharse en Leningrado".
Francisco Mosquera fue el más destacado cronista colombiano del período
histórico que va de las postrimerías del Frente Nacional a la
protocolización en el país de la política imperialista
de apertura. Sus puntos de vista sobre la nación y el registro veraz
del comportamiento de las distintas clases sociales y sectores políticos
aparecen a lo largo de sus escritos durante casi tres décadas. La hondura
del examen, la vastedad de los temas, el humor y la belleza de la forma, fundidos
con una extraordinaria capacidad de síntesis, constituyen el sello
característico de su obra.
Y fueron precisamente estas observaciones, orientadas a conseguir la supremacía
de las corrientes revolucionarias, las que lo enfrentaron a tan encarnizados
y poderosos contradictores; la coalición liberal-conservadora proimperialista,
el Partido Comunista y una muy buena parte de la denominada extremaizquierda,
fuerzas todas que por todos los medios, desde su surgimiento lo combatieron
y lo hostigaron haciendo hasta lo imposible, sin logrado, para impedir el
desarrollo del partido que él forjó y al que se pretendió
exterminar aun desde la propia cuna, y que tuvo que sobrevivir en medio del
fuego cruzado de unos y de otros.
Pues fue invariable la insistencia de Mosquera en que: La política
antinacional y antipopular de los directorios políticos en el período
mencionado, aunque no solamente en éste, pues la remontaba a principios
del siglo, representaba la causa principal del esquilmo de los colombianos
y señala que no puede quedar ninguna duda de que: "En Colombia
el hambre y el paludismo han sido liberal-conservadores".
Y nunca cedió en su concepto del Partido Comunista, según él,
bendecido desde el cascarón y sosegado en las aguas lustrales del liberalismo,
y que practica en este tiempo las políticas que desde su fundación
le han sido características y que sintetiza cuando afirma: "El
mamertismo a semejanza de Diógenes, ha trasegado linterna en mano indagando
por los hombres situados a la izquierda de la derecha". Y cuando refiere
que en las alianzas: "quienes se les acerquen han de andar con cuidado
pues en cada trato ellos van tras todo. Quieren la tela, el telar y a la que
teje".
Y si bien resalta a los pioneros de las ideas revolucionarias en Colombia,
vinculados principalmente a las batallas obreras del petróleo y del
banano en las primeras décadas del siglo y destaca a algunos de los
seguidores en el país de los rebeldes de la Sierra Maestra, como Antonio
Larrota y Camilo Torres Restrepo o a esa tendencia de la insurgencia antirrevisionista
liderada por Pedro Vásquez Rendón y Francisco Garnica, también
deslinda campos con las nuevas corrientes de amotinados, que no respetan la
vida ni de propios ni de extraños, dañan los bienes de utilidad
pública, y no aceptan en su funcionamiento ningún principio
democrático, a ellos los denomina: "Insurrectos de cabeza ardiente
y frío corazón".
En el campo de la historia y la política mundial sus anotaciones son
ricas y variadas, veamos, a manera de ejemplo, cómo compendia su pensamiento
en el desarrollo de una situación particular. La política de
apaciguamiento de Inglaterra y Francia con los alemanes contribuye al desequilibrio
de Europa y al rearme nazi. Mosquera dibuja el período y este singular
comportamiento cuando afirma: "El paraguas del necio señor Chamberlain
no pararía las andanadas de los artilleros germanos". Le contrapone
a esta corriente la figura de Churchill quien mantiene a Inglaterra en el
campo aliado durante la guerra, aunque con las obvias dificultades que en
esta expresión suya se traslucen: "Por cada bombardeo de Hitler,
un discurso de Churchill'.
Sus evocaciones filosóficas no son menos apropiadas. Refiriéndose
a las condiciones que permiten el buen suceso de la revolución cubana,
señala: "La planta germina porque la semilla era autóctona
y el surco estaba abierto". Recordando a Marx e interpretando el fenómeno
de la involución hacia el capitalismo, explica que el régimen
socialista en la medida "que no ha verdeado en su propia simiente",
presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en
el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña
procede. Y relatando cómo la gente requiere del tiempo y de la propia
experiencia para entender los problemas, recuerda a Hegel cuando advierte
que: "la mejor refutación es el desarrollo mismo de lo refutado".
Tiempos difíciles fueron aquellos: ruina, hambre, violencia pero no
será inútil la abnegada labor de aquel hombre, no sucumbirá
esa permanente exaltación intelectual que fue Mosquera y no se olvidará
el espíritu de quien supo combinar la pasión por lo grande con
la preocupación por los más pequeños detalles de las
cosas y de las gentes, si esta nueva generación recupera y desarrolla
su legado y así no será extraño que, de él algún
día en Colombia se diga: "No era un soñador: era un profeta",'
l. Expresión que utiliza el escritor británico de ciencia ficción George Wells para referirse a los logros de la revolución cuando en su segundo viaje a la Unión Soviética vió plasmado el cuadro maravillosoque en su primer visita Lenin le trazara.
UN LENIN DE AMÉRICA
Juan Leonel Giraldo*
*Escritor y periodista. Publicó el libro Centroamérica entre
dos fuegos y ha sido periodista de planta y colaborador principalmente de
El Tiempo, Cromos, Diners, Credencial, Caracol y RadioNet. Editor en Intermedio
y Círculo de Lectores. Hoy es subdirector editorial en Planeta de Colombia.
La llovizna iba y venía por entre los árboles. En la pendiente
la hierba estaba húmeda y resbaladiza, pero era lo que menos importaba.
Caminábamos ocultándonos tras los gruesos troncos de los eucaliptos
y de las palmeras de cera. Éramos sólo dos hombres solitarios.
Él con las manos enfundadas en los bolsillos de su chaqueta beige de
nylon. Yo con las manos clavadas entre los bolsillos de mi pantalón
de lana.
Íbamos a cumplir una cita clandestina en un café del centro
de la ciudad. Aquel día era para nosotros el día de una guerra
especial. Por primera vez, los sindicatos en los que influía aquel
hombre de veintinueve años que yo acompañaba, se habían
lanzado a una huelga nacional. Él la había llamado Paro Nacional
Patriótico.
Cautelosos, habíamos eludido las calles que conducían a la colina
donde compartíamos un apartamento con Alba Lucía, la mujer de
la que él se había enamorado. Le había aconsejado que
no descendiéramos al centro de Bogotá por los andenes sino atravesando
el bosque del Parque de la Independencia. Él aceptó, sin abandonar
su expresión de ansiedad. En los días anteriores, como precaución
había dejado de comunicarse con los otros líderes de la huelga
por el teléfono del apartamento, y tampoco había dormido allí
todas las noches. El día anterior, el gobierno amenazó con llevar
a la cárcel a los cabecillas del paro.
Por uno de los senderos del parque apareció un contingente de policías.
Mis ojos se desorbitaron.
-Sigamos caminando. Y conversando -me dijo Mosquera.
Traté de abrir la boca y poner un tema, pero mis labios estaban fríos
y sellados. Mosquera sonrió y me cogió del brazo.
-¿Sabe?-me dijo.- Uno de los miembros del comité ejecutivo con
el que nos vamos a ver ahora, duda de usted...
-No puedo ocultárselo -agregó-, pero duda de usted porque usted
trabaja en El Tiempo.
-Es una estupidez -le dije. -Y, ¿entonces?
-Yo lo sé. Él es uno de mis mayores obstáculos en el
comité ejecutivo. Es un hombre muy obtuso y artesanal. Pero no se preocupe.
Por ahora he conseguido que acepte mantenerlo a usted en una especie de cuarentena.
-No me gusta eso-conseguí murmurarle entre mi indignación y
estupor.
-Hombre, ese (y mencionó su nombre) no creo que vaya a durar mucho
más en el MOEC. Tranquilo, usted trabaja conmigo y se habla conmigo.
Y así lo hicimos. Desde aquella conversación en aquel bosque,
tuve la sensación de haber militado más con Mosquera que con
el partido que él mismo creó.
Recuerdo la cordialidad con la que Mosquera me trató, varios años
atrás, en los días en que nos conocimos. Yo acudía a
un pequeño grupúsculo que editaba una revista de teorías
sobre la revolución y que los fines de semana buscaba amistarse con
los pobres de las barriadas estacadas sobre los cerros de Bogotá. Para
Mosquera aquella "tarea social" representaba una futilidad, pero
ni siquiera me lo dio a entender.
Tuvieron que transcurrir varios años para que gota a gota Mosquera
fuera labrando un camino en mi cabeza. Por fortuna en el pequeño grupo
decidimos incorporamos al MOEC, la organización a la que Mosquera le
torció su destino guerrillerista para conducirla hacia los sindicatos.
Mosquera no era del estilo de andar detrás de la gente espulgándole
sus errores. Prefería dejar pasar un tiempo prudencial, dando oportunidad
para que las cosas maduraran y las posiciones se evidenciaran con nitidez.
Solía sentenciar que "las cosas sólo se pueden arreglar
cuando se dañan".
Por ejemplo, cuando publiqué mi libro sobre la guerra en Centroamérica,
me animó a escribirlo, me felicitó cuando salió de la
imprenta, pero nunca se inmiscuyó en su contenido. Sabía que
él tenía diferencias sobre algunos análisis del libro,
y prácticamente tuve que montarle una encerrona para que me comunicara
sus críticas.
Pocas veces lo escuché hablando de la vida privada de alguien. En ocasiones
intervino para impedir que dentro del partido se montaran juicios por asuntos
eminentemente privados. No obstante, se preocupaba mucho por las desgracias
íntimas y sentimentales de algunos de sus camaradas, y no se cansaba
de preguntar por su destino. Incluso él mismo se encargó de
asegurarle protección a hombres perseguidos bajo amenaza de muerte
y con los que había tenido irreconciliables divergencias políticas.
Desde aquellos tiempos finales del MOEC traté a Pacho en las verdes
y en las maduras. En un principio me llamó a que le ayudara en la tarea
de sacar el periódico Frente de Liberación, una octavilla de
la que a él ni le agradaban el nombre ni muchas de las notas que allí
se publicaban. En esa época el MOIR era eso, un movimiento y no un
partido, en el que se cruzaban todo tipo de tendencias. Después lo
acompañé en el arduo y aleccionador trabajo de producir el periódico
Tribuna Roja, una misión que se inició a mediados de 1971 y
se prolongó hasta 1986. Fue realmente mi universidad. Quince años
de enseñanzas, de discusiones, de disciplina, en la que Mosquera integró
un grupo único y brillante-allí estuvieron Felipe Escobar, Santiago
Pombo, Gabrie1 Iriarte, Conrado Zu1uaga, Esteban Navajas, Ramiro Rojas, Guillermo
Alberto Arévalo, Pilar Lozano, Eduardo Bastidas, Gabriel Fonnegra,
Jorge Plata, entre otros-, cuyas lecciones estoy obligado a escribir algún
día.
* * *
No se me olvida la mañana en que Mosquera
se mudó a vivir con Alba Lucía y conmigo. No necesitó
de un camión para llevar sus cosas. No tenía mueble alguno,
ni siquiera una cama o una mesa. Tampoco poseía radio y menos un televisor.
Sólo una maleta con dos mudas de ropa, unas camisas, una docena de
libros, y unos sobres de papel manila con sus eternos recortes de periódicos.
Para escribir me pedía que le prestara mi trastrabillante Olivetti
Lettera 22.
Fueron unos años felices. Mosquera nos incitaba a conocer la historia
del país. Uno de los libros que más estudiábamos y subrayábamos
era Industria y protección en Colombia de Luis Ospina Vásquez.
Una de las tareas más ingratas consistía en enfrentar las polvorientas
montañas de periódicos que Pacho acumulaba en uno de los cuartos.
Había que recortar cuidadosamente con tijeras, grapar, fechar y clasificar
las noticias y artículos que necesitaba para sus investigaciones y
debates. Al final del día nos desquitábamos y nos íbamos
a cine. A Mosquera le fascinaba el comediante francés Louis de Funnes.
Cuando no nos poníamos de acuerdo sobre qué película
ver teníamos que resolver el dilema con una votación. Él
era muy prevenido con las películas recomendadas por los críticos.
Le agradaba ir a ver, una y otra vez, para mi desesperación, pues me
parecía que con una sola proyección bastaba, películas
como Lo bueno, lo malo y lo feo con Clint Eastwood. Se divertía muchísimo,
se rascaba la coronilla y exclamaba: "¡Ah, la conquista del Oeste,
sin whisky y sin pólvora hubiera sido completamente imposible!".
* * *
Escribir sobre el hombre que nos hizo ver al mundo a través de sus ojos y que, por supuesto, quiso verse retratado a sí mismo a través de su propia mirada, puede resultar casi irrespetuoso.
El hombre que acertó en desentrañar
el mundo mal podía errar en repararse en él. El doctor Samuel
Johnson, de cuya ostentosa celebridad no podemos escapar, era de la opinión
de que "cada hombre es quien puede escribir mejor su propia vida".
Sin embargo, parte del acierto del mundo consiste en que la aparición
de los grandes hombres les permite a los demás hombres diferenciarse
los unos de los otros, según la opinión que se formen de aquéllos.
Y en el caso de Francisco Mosquera, vaya que lo consiguió, desatando
pasiones y tormentas que, un lustro después de su muerte, aún
se entornan frente a su tumba.
No podía ocurrir nada distinto con quien se declaró, desde su
juventud, en un estado de permanente sublevación social. Mosquera pensaba
muy seriamente, de manera obsesiva, en el poder. Es la única persona
que he conocido con esa convicción. Era un guerrero, al estilo de Lenin,
con las ambiciones de un Pedro El Grande de Rusia, con el coraje de los comuneros
de su tierra santandereana que se soliviantaron contra el rey de España.
No se limitaba a decirlo, o a escribirlo, sino que día a día
vivía para su único objetivo: dirigir una revolución
proletaria en Colombia.
Hemos conocido a muchos que también han querido hacer una revolución.
Incluso a quienes han muerto en aras de lograr esa meta. Y aunque ellos derrochaban
valor y audacia, al mismo tiempo los desbordaba una ciega pasión que
ocultaba la escasez del análisis de las situaciones concretas.
Mosquera partía de la realidad para volver hacia ella. Dominaba las
ideas, la teoría, los principios, mientras los abordara en razón
de y aplicados a la práctica. Durante una agitada discusión
que libraba contra la mayoría de los miembros de la dirección
del MOIR, que para rebatirlo le arrojaban citas tras citas y principios tras
principios, exclamó exasperado: "Para mí, principio que
no pueda ser aplicado en la práctica no existe".
Gorki recordaba en su opúsculo sobre Lenin cómo éste
no temía a que la teoría pudiera salir mal parada en sus choques
con la práctica. "La teoría, la hipótesis, no es
para nosotros [los comunistas] 'algo sagrado'; para nosotros es una herramienta
de trabajo", le decía Lenin a Gorki.
A mí me emocionaba y sobrecogía la enorme capacidad de su pensamiento.
Muchas veces sus razonamientos me erizaron la piel y me humedecieron los ojos.
El peso y la originalidad de sus palabras arrebataban a sus seguidores y enmudecían
a quienes querían oponérsele.
Uno de sus informes más deslumbrantes fue el que rindió en la
comisión del periódico Tribuna Roja después de su último
viaje a China, la China donde Mao reposaba embalsamado en un mausoleo y su
sucesor, Hua Kuofeng, inmovilizado en una celda. Pocas veces he escuchado
o leído un análisis tan profundo, complejo y engranado como
aquel rendido por Mosquera. Todos los trabajadores del periódico salimos
aquella noche sobrecogidos por la vasta capacidad del pensamiento de Pacho,
por el perfecto dominio de su exposición. Hasta el punto que su dura
y sarcástica conclusión sobre las horrendas consecuencias de
la debacle de la revolución en China, nos asombraron menos que la brillantez
de sus palabras. Mosquera había dicho, con una sonrisa giocondana atravesada
en su rostro luctuoso: "¡Qué le vamos a hacer, pero nos
tocó, por ahora, dejar sólo una constancia ante la historia!".
En momentos de calma sus ojos chispeaban y no paraba de sonreír. En
las apariciones públicas en las que le tocaba tratar con sus rivales,
y en los debates, las comisuras de sus labios se recogían hacia abajo
en un gesto casi de petulancia y desprecio. Entonces se volvía distante
e impenetrable. Entre los suyos, entre la gente del partido que amaba y entre
los sencillos y humildes, se dulcificaba y bromeaba con elegante mordacidad.
Siempre fue clásico en sus elecciones, hasta el punto de llamar a la
copa de los campeonatos de fútbol de las conferencias del partido,
Copa Honoré de Balzac.
Mosquera era infatigable. Nunca lo vi en cama, ni arrellanado en un sofá
o en una poltrona. Jamás lo vi enfermo. Su cerebro parecía no
detenerse un instante. Esa máquina ponderosa todo lo rumiaba y todo
lo pulverizaba. Cuando algo lo atascaba, se lanzaba voraz sobre los hombres
o los libros que pudieran desembrollarle sus perplejidades. Sus cejas se enarcaban
todavía más de como las tenía, y su nariz, su nariz en
acecho, se transformaba y se convertía en el hocico de un desasosegado
rastreador.
Aunque sabía tomar vacaciones y reposar, lo hacía pensando en
alistarse para lanzarse a la pelea. Siempre estaba librando una batalla. O
craneando una nueva. Cuando los demás vivíamos apaciblemente
la política, él se agitaba sobre las vacilaciones de alguno
de sus cuadros. De Mosquera podrían haber sido las palabras de Lenin
sobre Trotski: "Está con nosotros, pero no es nuestro". Y
en los momentos más enconados de las disputas internas dentro de su
partido, él también exclamó: "El que no está
con nosotros, está contra nosotros".
En la mesa de noche siempre tenía a mano uno o varios libros. Y a pesar
de lo fatigante que hubiera sido su jornada, procuraba leer unas páginas
antes de apagar la luz. Tenía un lema: "No dormirse nunca sin
haber aprendido algo nuevo".
En privado y entre los suyos y su gente, era un seductor. Un sutil y refinado
seductor. Aunque complacía a quienes debía complacer en sus
gustos, prefería sorprenderlos con sus propios hallazgos. Sus invitaciones
a comer indeclinablemente conducían hacia el mejor restaurante de comida
china. El gran problema llegaba a la hora de pagar la cuenta. Resultaba casi
imposible disuadirlo para que no fuera él, un hombre sin dinero y que
a duras penas recibía una escasa mesada del partido, el que cancelara
cuentas astronómicas. Y ni hablar de la cara de satisfacción
que ponían los meseros con las jugosas propinas que les dejaba Mosquera.
A sus invitados extranjeros siempre los llevaba a Boyacá, en especial
a Villa de Leyva, una región desértica de rocas bermejas y lagunas
sagradas, sembrada de trigales, cebollas, fósiles y conventos. Se convirtió
en un estudioso de la milenaria y excepcional historia de aquel desierto,
desde sus fósiles -se sentía orgulloso del gigantesco esqueleto
de un pliosaurio que habían hallado unos labradores, y del cual sólo
existen otros dos ejemplares en el mundo-, sus mitos prehistóricos,
leyendas y héroes de la guerra de independencia contra España,
hasta de sus talladores de la tagua. No había huésped extranjero
que no regresara a su tierra con el regalo de Mosquera de la miniatura de
un tablero de ajedrez con unas piezas que había que distinguir con
lente de aumento.
* * *
Mosquera desde un comienzo fue impopular entre
la intelligensia de izquierda porque la retó con las tareas que eran
repulsivas para esa intelligensia. Cuando lo más cautivante, y lo fue
durante casi tres décadas, era "hacer la guerrilla", Mosquera
aclaró que aún no había condiciones para la lucha armada.
Por el contrario, insistió en que había que llevar las ideas
revolucionarias a los obreros, vinculándose a los sindicatos.
No había para los intelectuales de izquierda nada más menospreciable
que los sindicatos. El particular origen de éstos en Colombia, y su
oscura historia, había contribuido a esa aversión. Un obrero
aburguesado y corrompido parecía más aberrante que un burgués.
Los políticos del sistema habían fundado ellos mismos, con premeditada
astucia, sus propios sindicatos y centrales de bolsillo. Primero el partido
burgués, el liberal, y luego el partido conservador y la iglesia, crearon
sus propias organizaciones sindicales. Bajo las alas del liberalismo, el partido
comunista colombiano hacía entre otras cosas también, obrerismo
liberal. Durante más de medio siglo, los proletarios colombianos no
escucharon a un auténtico marxista.
Entonces todo el mundo desfilaba hacia Cuba. Sartre, Debray, Cortázar,
Neruda, y los pensadores colombianos de izquierda -más tarde irían
hasta los de derecha-. En contra de esa corriente, Mosquera criticó
la incorrección del foquismo guerrillerista que alentaba Cuba y lanzó
la consigna de sembrarse en los sindicatos, primero, y más tarde de
participar en las elecciones.
Es inútil tratar de comparar a Mosquera con alguna figura histórica de nuestro pasado. Mosquera no resiste paradigmas porque sólo hasta él se da en Colombia, y quizás en América, un dirigente leninista. Y aunque no alcanzó a conseguir la gloria del poder, no por eso su lucha fue menos descomunal y significativa. Algún día los trabajadores podrán ocuparse de valorar a los Espartacos caídos en los valles Hirpenios.
* * *
La última vez que lo vi estaba abatido
y contrariado. Su frente se había vuelto más profunda, cabellos
grises se deshojaban sobre sus hombros, y su piel lucía apergaminada
y de un terrible tono céreo.
No sonrió una sola vez. Casi no probó bocado. Lo que dijo me
sonó a un pésimo presagio. Opinó que cuando uno había
pasado ya el medio siglo, estaba casi que obligado a hacer una recapitulación
de su vida. Creía que debía escribirse su vida, su biografia.
Y nos llamaba, a los que había citado en aquel almuerzo, a que lo ayudáramos
en eso. Él no tenía tiempo, no podía, quizás no
quería, dijo o nos dio a entender. Sin embargo, deseaba, por sobre
todo, que esa biografía, mas que seguir el curso de sus años,
siguiera el derrotero de sus aportes a la revolución.
Y mencionó, enumerándolos, los que consideraba sus logros originales
en política, sin vacilar, como si los hubiera repasado a lo largo de
sus últimos años. Esos logros eran éstos, aunque aquí
me he atrevido a añadir otros:
. Su lucha contra el foquismo guerrillerista y contra Cuba.
. Su crítica contra la política estadounidense de integración
de mercados, como la ALALC y el Pacto Andino.
. Su exposición histórica sobre el desarrollo dispar y desigual
de América, que parte de una insalvable contradicción heredada:
el sector más progresista de Europa llegó al lugar menos avanzado
del nuevo continente y, viceversa, el poder más reaccionario, a las
culturas precolombinas menos atrasadas.
. Su análisis sobre que en Colombia
echó raíces primero el revisionismo que el marxismo-leninismo,
y su crítica a la política del partido comunista colombiano
de combinar todas las formas de lucha.
. Su lucha por la reforma estudiantil de 1971 y por el cogobierno en las universidades.
. Sus planteamientos sobre la importancia del centralismo sobre la democracia
en un partido comunista.
. Y sobre el relevante papel del azar y los factores externos en la materia
y en la historia.
El almuerzo transcurrió en un ambiente pesado y sombrío. El
mal humor de Mosquera nos confundía a todos. Hizo, como era su costumbre,
observaciones sorprendentes y no hubo ambiente ni para hablar del Mundial
de fútbol que se aproximaba, ni de su equipo amado, el Brasil de Pelé.
Se barajaron dos o tres nombres de escritores que podrían encargarse
de la tarea de aquella biografía y quedamos en reunirnos de nuevo.
Sin embargo, nunca más nos volvimos a ver. Cuando Mosquera murió,
vinieron a mi mente las palabras que él mismo dijo cuando supo que
la tortuosa agonía de Mao había terminado: "Por fin China
entró en vacaciones. Ya no habrá nadie más, durante algún
tiempo, que le ponga tareas y le exija".
RESISTENCIA CIVIL: PARADIGMA DE SU EXISTENCIA
Alberto Zalamea*
*Secretario General de El Tiempo, 1958. Director de Semana, 1958 - 1960. Fundador
y director del diario y semanario La Nueva Prensa, 1960 - 1966. Director de
la revista Cromos, 1992 - 1996. Autor de la biografía de Gaitán.
Embajador en Costa de Marfil, Venezuela e Italia y representante ante la FAO.
Representante a la Cámara por el Frente Popular, Concejal de Bogotá.
Actual comentarista en Radio Santa Fé y propietario del periódico
electrónico de Alberto Zalamea. Director del Diplomado prensa y cultura
de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Conocí a Pacho Mosquera hacia finales
de los años sesentas. Años terribles en el mundo entero y especialmente
en nuestra Colombia. Años de confusión, presididos por la anarquía
intelectual y la voracidad materialista que dominaban el escenario histórico
de aquellos momentos. Me lo presentó un amigo de entonces, devorado
luego por la pasión y hoy alejado de toda preocupación ideológica.
Transcurridos más de treinta años de los acontecimientos de
aquellos días, tengo fresca en la memoria el aura que lo rodeaba, la
presencia física de un líder. El que estábamos necesitando
los diversos grupos que en Colombia se dividían a la búsqueda
de la verdad perdida, una especie de Santo Grial de la juventud, intuido a
raíz de los levantamientos de mayo del 68 impulsados por las universidades
de Nantes, París y Berkeley. Los que no vivieron la ebullición
intelectual de aquellas jornadas no pueden imaginar el entusiasmo vital que
embargaba a los jóvenes de la época.
Nuestro común amigo de entonces, hoy desaparecido en los pequeños
vericuetos de la historia, me amenazó: -Voy a traerte un tipo fenomenal.
El jefe de la línea Mao.
El anuncio me dejó de una pieza: ¡Qué vamos a hacer con
otro violento! Ni Camilo ni los de la Nacional han querido entender que no
estamos en Vietnam y que el camino no es el de la violencia. . .
-No, éste es otra cosa.
Convinimos una pronta entrevista. El MOIR quería abrirse y el Frente
Popular podía ser un instrumento viable para esa apertura. Ya los grupos
inconformes habían sido estigmatizados por los voceros del establecimiento
y condenados al silencio. El silencio, esa muerte ideológica, esa desaparición
civil que obligaba al suicidio en el monte, constituía el arma más
efectiva contra el inconformismo nacional. El MOIR no quería aceptar
esa agonía. Luchaba entonces por una política de alianzas. La
primera con el Frente Popular. La capacidad de agitación de nuestro
grupo, pequeño pero entusiasta, había impresionado en alguna
forma a Mosquera. De ahí su solicitud de hablar, dialogar y seguir
conversando. Era un dialéctico de primera magnitud, equiparable a Alzate
y a Gaitán por la capacidad oratoria, convencía por el conocimiento
de los temas, así fueran económicos, políticos, históricos
o científicos, y lo que aquellos dos conductores populares, de derecha
o izquierda, no alcanzaban a transmitir en los recintos universitarios, lo
lograba Mosquera con la chispa de su inteligencia siempre alerta. Cuando pidió
a los universitarios del MOIR abandonar las aulas para consagrarse por entero
a la prédica revolucionaria, la réplica estudiantil fue inmediata.
¿Cuál otro habría encontrado semejante respuesta?
Hombre a carta cabal, sus seguidores creían en él no sólo
por sus tesis sino por su honestidad intelectual a toda prueba.
Teórico, hombre de ideas, sus análisis del pasado y sus proyecciones
sobre el futuro, lo mantienen en la actualidad diaria. Aunque algunas de sus
concepciones no tengan hoy vigencia total, toda su acción y muchas
de sus intuiciones políticas llevan indefectiblemente a la definición
de un movimiento y luego de un partido capaces de desarrollar una teoría
nacional aplicable al futuro de la revolución colombiana. Para ello,
Mosquera diseña un programa dedicado a fortalecer todo esfuerzo capaz
de llevar a la definitiva organización política del sindicalismo.
Para Mosquera es claro que" la vía electoral no conduce al poder"
y que "quienes dominan la maquinaria del Estado dominan los escrutinios",
Hay que intervenir, sin embargo, en esa lucha con dos tareas principales:
construir la Central Obrera Unificada y el Frente Electoral de Izquierda.
Sobre estas bases se configura la alianza con el Frente Popular.
Ante la violencia y el terrorismo que proliferan por aquellos tiempos, Mosquera
se levanta con palabras ejemplares "contra esa política que consiste
en combinar las acciones terroristas, el chantaje, la extorsión y el
secuestro con el reformismo, el cretinismo parlamentario y la conciliación
con los gobiernos de turno..." Esa política purificadora y emblemática
convierte al MOIR en blanco principal de una serie de ataques físicos.
Mosquera no se deja arredrar y sigue en su visionaria y clarividente línea
de combate ideológico. Al desaparecer en 1994, Mosquera tiene listo
un nuevo libro. Su título reitera lo que ha sido su paradigmática
existencia: Resistencia civil.