El fogonero

 

 

 

MOIR Unidad y Combate

 

 

1. INTRODUCCIÓN

ESTRATEGIA Y TÁCTICA DEL MOIR

 

Se viene insistiendo por parte de varios camaradas sobre la necesidad de recoger los documentos, escritos, informes de plenos y conferencias y tesis varias que resumen el acervo ideológico del MOIR. La labor resultaría ardua, ya que abarcaría el acopio de materiales y planteamientos correspondientes a un lapso aproximado de diez años, a partir de la lucha interna del MOEC, y aún tendría que remontarse a finales de la década del cincuenta, o más, si queremos tener una visión integral de nuestra historia, incluyendo los antecedentes que le dieron aliento a la corriente política que representamos. Desde luego, no hemos podido robarle "ratos libres" a las múltiples ocupaciones que la lucha por la construcción partidaria demanda a diario y en todos los frentes, y la tarea de recolección y sistematización de la rica experiencia, tan insustituible para la educación de los nuevos como de los viejos militantes, y en general de las personas interesadas en el estudio de las secuencias más frescas del proceso de la revolución colombiana, deberá, a pesar de todo, esperar su turno.

La selección que hoy ofrecemos en este volumen bajo el título de "MOIR Unidad y Combate", bien podría considerarse por algunos el comienzo de aquella labor, no obstante reducirse, a excepción del artículo inicial, a una recopilación de los principales trabajos publicados en "TRIBUNA ROJA", especialmente en sus últimos números, que son los más difundidos de cuantos hemos producido. Ellos conciernen al tramo final del primer período, del que nos inclinamos a llamar de nacimiento del Partido, hasta ahora primero y único período. En verdad nos han demandado un esfuerzo adicional al de retomarlos tal cual fueron editados originalmente, sin cambiar una coma, y disponer su reimpresión de manera ordenada.

La presente compilación es de por sí un cuerpo compacto, aunque los distintos temas que la componen atañan a momentos diferentes de la existencia del MOIR. Todos se refieren en el fondo a dos aspectos fundamentales de la estructuración de nuestro Partido: a la elaboración, comprensión y utilidad del programa, en síntesis, a la concepción estratégica, o a la defensa, propagación y aplicación de éste, es decir, a las directivas tácticas. Ciertamente los éxitos y fracasos de los partidos, políticos, su vigencia histórica, su supervivencia más o menos larga, su harto o poco peso en la brega publica, sea cual fuere su carácter de clase, dependen en última instancia de aquellos dos aspectos contradictorios y complementarios. Las determinaciones de cualquier fuerza política tienen que ver, en una, u otra forma, con sus lineamientos estratégicos y tácticos; representan manifestaciones concretas de éstos, así muchas veces, por lo regular, no hubiesen sido concebidas con esa clarividencia.
Con tal enfoque no conseguiremos captar todavía la importancia especial de esta selección de materiales de "TRIBUNA ROJA" cómo un conjunto coherente. Pero si partimos del hecho real de que el MOIR es en Colombia un partido en gestación, no únicamente desde el ángulo cuantitativo y organizativo sino de su ordenación teórica, nos interesaríamos por conocer los principios estratégicos y tácticos que ha "descubierto" y, sobre todo, la manera particular de aplicarlos a las condiciones específicas de un país en el cual la revolución se encuentra también, como su vanguardia, y debido a ello, en estado embrionario. La fracción del MOEC que abrió la lucha interna contra el oportunismo de "izquierda" abogó por la construcción de un partido proletario y la vinculación estrecha con las masas populares, primordialmente con los obreros. La meta no podría ser más ambiciosa y más lejana. Había voluntad de hacerlo, pero faltaba ver si existía capacidad. Sabido es que ambas condiciones no necesariamente marchan aparejadas. El núcleo disidente proclamaba el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung como su doctrina revolucionaria, mas de ella solamente conocía rudimentos, algunos principios claves salvadores a los cuales se aferraba con suma devoción y energía. La ausencia de una profundización seria y sólida del marxismo revelaba una debilidad grande de los portadores de la posición rebelde. Tenían en cambio una ventaja decisiva: eran conscientes de sus deficiencias, a diferencia de muchos de sus contradictores de derecha y de "izquierda" que posaban de avezados "marxistas"’, así no pasaran de mascullar una que otra cita para descrestar a gentes sencillas o de repetir, como ha sido ya tradicional en Colombia, tesis reaccionarias que a menudo las clases dominantes disfrazan de legados de los ideólogos del proletariado. Entre las cosas que sabían a cabalidad los pioneros de la buena nueva estaba precisamente la de que el marxismo no dejará de ser una planta disecada, muerta, a menos que hunda sus raíces en la problemática de la lucha de la clase obrera y crezca y se enriquezca contribuyendo con eficacia a solucionarla. Además, no existe otro medio para estudiarlo y entenderlo.

La construcción del Partido implicaba a su turno la rigurosa interpretación de la realidad nacional y mundial, escenario de la acción revolucionaria del proletariado colombiano. Dentro de las innumerables dificultades contábamos con un factor favorable de enorme trascendencia, la colosal batalla que el Partido Comunista de China, dirigido por Mao Tsetung, viene librando contra el revisionismo contemporáneo, acaudillado por el Partido Comunista de la Unión Soviética. El marxismo se ha templado y ha avanzado aceleradamente en la lucha contra quienes desde sus filas han pretendido convertirlo en instrumento de la burguesía. En esas contiendas salen a flote, más relucientes y dominantes, a los ojos de decenas de millones de obreros, los principios que la palabrería vacua y adocenada que los falsificadores mantienen inmersos y ocultos. En la pelea sin cuartel contra los Kautsky y demás traidores de la II Internacional, Lenin elevó el marxismo a su más alta expresión y lo llevó a grandes victorias históricas. A mayores y más amplios triunfos lo conducirá Mao Tsetung en la época actual. Nuestro Partido tuvo el privilegio de aparecer en la arena política en el instante exacto en que las fuerzas del proletariado internacional, frente al revisionismo de nuestros días, desempolvaba y sacaba a la palestra las verdades "olvidadas" del marxismo-leninismo.

Pero no basta. con llamarse marxista-leninista para serlo. Contra eso, casualmente contra eso, estábamos luchando, contra los charlatanes y embaucadores de la clase obrera. Habíamos lanzado la consigna de la construcción del Partido del Trabajo de Colombia y de la preparación de su primer congreso, lo cual significaba en la práctica dar cumplimiento a dos tareas interrelacionadas: la una, dotar al Partido de una teoría de la revolución colombiana, y la otra, extenderlo a todo el país. Aun cuando hemos venido aplazando por exigencias de la lucha política la celebración del congreso y la fundación formal del Partido, los pasos dados en la realización de las tareas mencionadas, constituyen conquistas considerables de nuestra revolución.

El conocimiento progresivo de la sociedad colombiana, adquirido a base del estudio de su historia reciente y pasada y de la vinculación a las masas proletarias y no proletarias, y a sus luchas, nos ha permitido desentrañar las contradicciones fundamentales del país y su ubicación en el concierto mundial. En un mundo que marcha en general hacia el socialismo, en el que inclusive más de la cuarta parte de la humanidad se halla actualmente bajo este régimen de dictadura del proletariado, los pocos Estados imperialistas, entre los cuales se destacan las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, que pugnan y se coluden por el reparto de la Tierra y constituyen las principales amenazas de la paz mundial, son aún las fuerzas que priman y sojuzgan al resto de países y naciones. En ese marco Colombia hace parte de los países sometidos y explotados del Tercer Mundo y gira en la órbita de influencia de una de esas superpotencias: los Estados Unidos. La característica determinante, a la cual se supeditan las otras facetas subalternas de la situación interior, es la de que Colombia tipifica una neocolonia del imperialismo norteamericano y su revolución consiste, pues, antes que nada y por sobre todo, en una revolución de liberación nacional. Esta condición de nuestro país, con lo palpable que resulta para muchos, no siempre llega a ser comprendida a plenitud por la totalidad de los revolucionarios colombianos, ni llevada a sus verdaderas y últimas consecuencias, tanto en lo teórico como en lo práctico, en sus repercusiones internas y externas.

Desde el punto de vista internacional, la revolución colombiana se integra al más poderoso frente revolucionario de la presente coyuntura histórica, los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales y neocoloniales de Asia, África y América Latina; participa al lado de más de mil millones de seres del planeta en la primera fila de la lucha antiimperialista. Colombia está llamada a colaborar decisivamente en la transformación de un mundo basado en el pillaje y el saqueo de un grupo de países todopoderosos sobre las naciones débiles y atrasadas, relaciones internacionales propias de la era del capitalismo agonizante, por un mundo armónico y de cooperación, cuyos vínculos económicos y políticos partan del respeto a la autodeterminación de las naciones y del acercamiento voluntario de los pueblos. La gigantesca, ola de los movimientos de liberación nacional desencadenará la crisis definitiva del sistema imperialista y creará los requisitos internacionales indispensables para la emancipación de la clase obrera en los países capitalistas y para el triunfo del socialismo en el mundo entero. Nuestra revolución de liberación nacional, junto con la de los otros pueblos oprimidos, converge y es elemento integrante de la revolución socialista mundial.
Desde el punto de vista interno, el hecho de que Colombia sea, a partir de finales del siglo pasado y comienzos del presente, una neocolonia de los Estados Unidos, ha incidido prominentemente en el atraso y la crisis recurrente de nuestra economía y en la depauperación progresiva del pueblo, hasta límites indescriptibles. Una nación de considerables recursos naturales y gentes laboriosas pero de los cuales no puede disponer soberanamente, sino que sus materias primas y el fruto de su trabajo sirven al enriquecimiento de los monopolios extranjeros que los explotan para su exclusivo beneficio, jamás alcanzará a progresar y mejorar. Ni siquiera el capitalismo nacional logró desarrollarse, ya que tanto el mercado interno como externo del país ha estado controlado y maniobrado a su antojo por los imperialistas y éstos, además, han sostenido el régimen secular de explotación terrateniente en el campo, con cuyos usufructuarios, los grandes latifundistas, mantienen una apretada alianza, así como con la gran burguesía parasitaria, que se enriquece en su papel de intermediaria del capital extranjero, en los grandes negociados a través del Estado y mediante la especulación. La opresión neocolonialista sobre Colombia la ejerce el imperialismo norteamericano apoyándose en la gran burguesía y los grandes terratenientes, clases vendepatrias y minoritarias que manipulan el aparato estatal despótico y antipopular. Estas clases no atienden más que las demandas y exigencias del amo extranjero. Al contrario, la denominada burguesía nacional colombiana tiene contradicciones insuperables con el imperialismo, se encuentra al margen de las prerrogativas estatales y su fuerza económica y política es supremamente débil, limitada, como es reducido y enclenque el desarrollo del capitalismo nacional. La burguesía nacional, antes que avanzar, retrocede se halla constituida preferencialmente por la capa de medianos y pequeños productores amenazados día y noche por la quiebra. La clase obrera es mucho más fuerte que ésta y crece de manera continua con las inversiones en el país del capital internacional, la descomposición del campesinado y la ruina persistente de la pequeña burguesía urbana. Por el grado de conciencia política, la trayectoria de lucha y la experiencia organizativa, el proletariado ocupa la posición dirigente de la revolución colombiana. Con todo, los campesinos siguen siendo la fuerza principal de la revolución y la clase obrera respalda abiertamente su lucha por la tierra y por la extinción revolucionaria del régimen de explotación terrateniente, como una medida imprescindible para atraerlos a su lado y con ellos engrosar el inmenso torrente del movimiento de liberación nacional. En la situación colombiana la revolución agraria campesina es parte fundamental e indisoluble de la revolución liberadora nacional.

Sobre la base de la alianza obrero-campesina, el proletariado llama al resto de clases y estamentos revolucionarios de la sociedad colombiana, al 90 por ciento y más de la población, a la pequeña burguesía urbana, a los estudiantes e intelectuales en general, a las personalidades democráticas e inclusive al sector progresista de la burguesía colombiana, a la burguesía nacional, a moldear el más amplio frente de lucha antiimperialista, el único capaz de conquistar la independencia nacional y de edificar una república soberana, popular y democrática, regida por un Estado conformado por todas las fuerzas revolucionarias. Esta es la revolución que debe y puede hacer la Colombia actual, no una revolución socialista, sino una revolución democrático-burguesa, de liberación nacional, pero dirigida por la clase obrera que desembocará en una segunda etapa en el socialismo. He ahí lo que el marxismo conoce con el nombre de revolución de nueva democracia, connatural a los países neocoloniales y semifeudales como el nuestro.

La teoría de la revolución de nueva democracia se abre camino en una enconada polémica ideológica con el oportunismo de derecha e "izquierda". El uno como el otro han discrepado de nosotros en un punto capital, en el de si bajo las condiciones de la dominación neocolonial imperialista es posible el desarrollo del capitalismo en Colombia. Con los más diversos argumentos se obstinan en la viabilidad de ese desarrollo, aún echando mano de la peregrina conclusión de que es el mismo imperialismo quien, entre sus planes económicos para sus neocolonias, contempla como salida la promoción del capitalismo nacional. Estos alegatos patinan sobre una lamentable confusión, significan igual cosa para ellos el auge y apropiación efectuada por el capital imperialista de todas y cada una de las ramas de la economía en nuestro país, y la expansión y consolidación del capitalismo nacional. Sus abundantes libelos académicos se reducen a circunloquios acerca del florecimiento de un capitalismo en general, sin concederle mayores consecuencias al fenómeno más protuberante de la actual situación: que Colombia es una neocolonia de los Estados Unidos, y lo ha sido desde hace más de tres cuartos de siglo. En buen romance esto se traduce en que el imperialismo norteamericano, simultáneamente con otras fuerzas imperialistas de menor envergadura, ha venido apoderándose sin tasa ni medida, de nuestros recursos naturales; expropiando o interviniendo de mil formas a la naciente industria criolla; constriñendo sistemáticamente, con la venta especulativa e indiscriminada de insumos, maquinaria y hasta de excedentes agrícolas estadinenses, a la producción agropecuaria del país; operando a sus anchas el comercio interior y exterior; manejando la banca y los demás organismos financieros; endeudando a la nación con créditos usurarios, y manipulando arbitrariamente el complejo engranaje del Estado, con lo cual manda, legisla, ejecuta, juzga, hace y deshace. Esta es la realidad de bulto que algunos parafraseadores del marxismo no ven o no quieren ver, cuando le quitan trascendencia al indignante espectáculo de que sea en Colombia el imperialismo quien se alza con el santo y la limosna. Eso por una parte. Por la otra, olvidan que el capitalismo de un país, en especial un capitalismo en ciernes como el colombiano, no logra desenvolverse y prosperar si no controla y protege su propio mercado, y para ello es cláusula forzosa la salvaguarda de los linderos y garantías nacionales, lo que no es posible sin la independencia y hegemonía del Estado.

En verdad que el imperialismo con su presencia en nuestro país y como repercusión colateral, estimuló el despegue del capitalismo autóctono, y éste ha registrado un cierto ensanchamiento, preferentemente en los períodos de crisis del capital imperialista, como en 1930 y en la Segunda Guerra Mundial, cuando la dominación y explotación extranjeras se atenúan por dichas causas. Al señalarse las relaciones neocoloniales y semifeudales se da por sentado un grado definido de desarrollo capitalista, en términos relativos, de Colombia. Empero la constante ha sido la de que el capitalismo nacional permaneció siempre raquítico y enano, y bajo aquellas relaciones su suerte está echada. Y lo está de manera absoluta, ya que estas naciones atrasadas y sojuzgadas de la era imperialista no fueron, no son y no serán países capitalistas en el sentido estricto de la palabra, verbigracia, de acuerdo al arquetipo europeo o norteamericano. La evolución hacia el desarrollo capitalista se les halla vedada, porque si bien en un principio el imperialismo aceleró el proceso interno del comienzo de tal desarrollo, cada vez que pasa el tiempo, lo interfiere más con el arma de que ha sido dotado, el control monopolista de la vida económica. En semejantes condiciones los únicos que pelechan son los grandes tiburones del capital foráneo y los sectores antipatrióticos parasitarios que los acolitan.

Las contradicciones de la burguesía nacional con el imperialismo norteamericano y sus aliados, la gran burguesía y los grandes terratenientes, la hacen susceptible de participar en el frente único. Obviamente su participación estará determinada por premisas políticas muy definidas y concretas, como las que exige la creación del propio frente, las cuales no serán otras distintas de las que traerán consigo el auge de las fuerzas revolucionarias y la crisis cada vez más profunda de las clases dominantes. La burguesía nacional obrará en todo tiempo y lugar según su naturaleza vacilante. Dentro del 90 por ciento y más de la población ella representa el ala menos avanzada y decidida y sus marcadas tendencias conciliacionistas tendrán que combatirse sin contemplaciones, en el frente o fuera de él. El papel de esta clase, su existencia misma, han sido hasta ahora la preocupación central de nuestra teoría revolucionaria, no porque su contingente sea básico como el del campesinado, sino por ser el más discutido y negado por el novísimo "marxismo", que afirma la viabilidad del desarrollo del capitalismo colombiano y consecuencialmente ataca la revolución de nueva democracia.

Al modelo capitalista le pasó su cuarto de hora histórico. Exclusivamente la revolución desencadenará las fuerzas productivas aprisionadas por las relaciones neocoloniales y semifeudales y echará a andar el desarrollo del país, y aun cuando en forma limitada el capitalismo nacional se beneficie de ella también, tampoco logrará bajo el nuevo sistema entronizar su reino. No obstante ser la nuestra en la etapa actual una revolución democrático-burguesa, los monopolios nacionalizados, la capacidad de control del Estado popular y democrático y la dirección proletaria establecerán las bases económicas y políticas para la instauración del socialismo en un intervalo más o menos corto.

El oportunismo de derecha habla del desarrollo del capitalismo para tratar de demostrar que en el sistema vigente la economía de la nación prospera, aunque casi siempre no dé más cifras que las de las jugosas ganancias del imperialismo y sus intermediarios. Su interés político se encamina a mantener el orden establecido e impedir la revolución. El oportunismo de "izquierda" habla del desarrollo capitalista para tratar de demostrar que la revolución no es de nueva democracia sino socialista, aunque sus disquisiciones se restrinjan a especular en abstracto sobre un capitalismo en general, mientras vela el pleno dominio del imperialismo en todas y cada una de las actividades económicas de la nación. En la práctica su posición política obstaculiza la alianza de todas las clases, capas, estamentos y personalidades antiimperialistas que no defienden el socialismo como la clase obrera, pero que en la actualidad son fuerzas insustituibles de la revolución y estarían dispuestas en determinadas circunstancias a comprometerse con la causa de la liberación nacional y las transformaciones democráticas y a pelear hasta el triunfo. Ambas tendencias oportunistas, sin proponérselo, se confunden en el saboteo al proceso emancipador del pueblo colombiano.

En persistente combate contra aquellas tendencias y en la batalla por la construcción del Partido, el MOIR ha venido cimentando su convicción en los principios de la revolución de nueva democracia, como los únicos que explican y orientan los cambios profundos que reclama la sociedad en que nos correspondió vivir. Para los moiristas el sistema lograría suspender la revolución si por encima de todos sus inconvenientes poseyera el don milagroso de desarrollar las fuerzas productivas de la nación. Más la contradicción que implica el freno de la producción nacional, en su forma capitalista, como no podría ser de otro modo en el sistema neocolonial y semifeudal subsistente, o sea, la polarización cada vez más aguda entre el imperialismo que sin cesar se explaya, voraz e insaciable, y la nación entera que al unísono se estanca, se arruina y envilece, fatalmente convida a la revolución a que proceda.

Por otra parte, la revolución nacional y democrática no aplaza de manera indefinida el socialismo. Todo lo contrario. Ella encarna el más corto y único camino que nos conduce a él. El proletariado deberá primero destruir la opresión extranjera. y el semifeudalismo para instaurar luego en Colombia la sociedad que por naturaleza de clase le es propia. Entre las dos conquistas no se levanta ninguna Cordillera de los Andes. La revolución de nueva democracia es el ensayo general final hacia la revolución socialista.

En ello consiste nuestra estrategia, en la revolución de nueva democracia, que plasmamos en nuestro programa nacional y democrático, de frente único. ¿Y la táctica cuál es? La táctica la determinan los principios que regulan nuestra acción política, son los distintos pasos que en la práctica damos para ir cumpliendo hasta culminar la línea estratégica de la revolución. Pero aquella no brota directamente de la estrategia. No basta con asimilar qué clase de revolución debemos acometer para saber cuánto corresponde hacer en cada momento de la actividad revolucionaria. Ahí radica su contradicción. La estrategia depende del análisis de las distintas clases. De la función que estas desempeñan dentro del conjunto de la situación, presupone el conocimiento y la aplicación de las leyes que rigen el desarrollo social y, en nuestro caso, del pueblo y la nación colombiana. La estrategia elabora el plan de la revolución, tiene en cuenta las fuerzas que la integran, identifica los blancos de ataque y señala las tareas que habrá de coronar. Por eso la estrategia no se modifica durante un tiempo relativamente largo, mientras no se haya realizado el plan concebido para toda la etapa revolucionaria. Llevada a cabo la revolución nacional y democrática, agotada esta etapa, variaremos la estrategia y nuestra meta será entonces el socialismo.

La táctica depende del análisis de la lucha, de clases, de las mutaciones en la correlación de fuerzas y ha de expresar en todo momento los flujos y reflujos de la revolución. La táctica debe reflejar lo más cuidadosamente posible el estado de ánimo de las masas, su conciencia política, su disponibilidad al combate y debe también medir y sopesar la capacidad e iniciativa, por supuesto mudable, del enemigo. La táctica define qué forma de lucha y de organización está al mando. Si la reacción se repliega nosotros pasamos a la ofensiva y viceversa. El Partido atiende distintas luchas, pero en cada período tendrá que precisar cuál es la principal, identificar sin ambages el eslabón que jalona la cadena. Siempre habrá una tarea prioritaria de cuya culminación estará pendiente el éxito de otros trabajos secundarios. Esto es lo que el Partido está obligado a desentrañar en consonancia con el curso de la lucha de clases, si desea avanzar y fortalecerse, como es la responsabilidad del MOIR, en medio de grandes dificultades y en el fiero batallar contra un enemigo desalmado, decidido a los peores crímenes y abroquelado tras las fortificaciones del Estado. Descartando que la estrategia sea correcta en términos generales, sin una línea táctica acertada, la victoria jamás nos sonreirá. Equivocarnos en lo que "toca hacer" es liquidarnos. La táctica solucionará en la marcha este problema y con su luz roja nos alertará cuándo una tarea o una lucha principal se tornó secundaria, o al revés, cuándo una tarea o una lucha en la cual aún no somos expertos, el desenlace de la situación, política nacional le dio el visto bueno y la colocó en el primer puesto de nuestra acción revolucionaria. Y el Partido, atento, flexible, dispuesto, disciplinado, férreamente unido y preparado ideológica y políticamente responderá sin pérdida de tiempo a los cambios tácticos que la lucha indica.

La aspiración suprema de toda revolución es la toma del Poder. La clase obrera sólo llegará a él al frente de una insurrección revolucionaria triunfante. Su partido nunca teje ilusiones al respecto y repudia las fórmulas intermedias del revisionismo de "conquistar primero el gobierno y después el Poder". El proletariado colombiano no entrará a San Carlos ungido por el "voto universal" ni en ancas de un golpe cuartelario. Por experiencia propia ha comprendido, y se lo enseña el marxismo, que exclusivamente organizando a la mayoría de los desposeídos y humillados y recurriendo a la forma más elevada de lucha "decretará." algún día su emancipación. La senda es empinada y la cumbre distante. El MOIR apenas ha comenzado el ascenso. Sus primeros combates parecen pequeñas escaramuzas comparados con las fragorosas batallas del futuro.

Ya dijimos que la táctica cambia a menudo, a veces de un día para otro, mientras la estrategia permanece invariable durante toda una etapa. Esta es su contradicción. Su identidad estriba en que la táctica ha de estar permanentemente orientada y subordinada a la estrategia. Las consignas diferentes acordadas por la vanguardia revolucionaria para atender las necesidades de la lucha en los diversos y fluctuantes períodos de la revolución, por ningún motivo dejarán de guiarse por el norte del programa estratégico, ni desconocerlo u oponérsele. Sin la dirección estratégica la táctica se limitará a dar palos de ciego, hasta convertirse en el más vulgar oportunismo. Acostumbramos a expresar que "sometemos los intereses del Partido a los intereses de la revolución". Con tales palabras enfatizamos una posición de principios: estamos indicando que no sujetaremos nuestra acción a las conveniencias de la hora, que no sacrificaremos el programa, ni lo postergaremos en aras de conseguir ventajas transitorias. En este sentido la estrategia auxilia a la táctica. Sin embargo, la segunda ayuda igualmente a la primera y no de cualquier forma. Al adoptar el Partido una resolución táctica, como cuando define una alianza con otras fuerzas políticas o decide el apoyo a las luchas por las más amplias y múltiples reivindicaciones del pueblo, o agita en una campaña electoral sus puntos programáticos, pone a prueba su línea estratégica. En cada una de estas eventualidades el Partido contrasta si su plan de la revolución refleja plenamente la realidad, interpreta el rumbo histórico del país, representa y defiende las aspiraciones más sentidas de las masas. Así constatará hasta dónde sus tesis acerca de las contradicciones de clase, su pensamiento de la situación nacional, encajan con los hechos y, respetando la experiencia, podrá introducir las enmiendas adecuadas a su programa, profundizarlo, enriquecerlo, perfeccionarlo. Por eso la organización partidaria que no se vincule estrechamente a las masas, que no se atreva a correr los riesgos que la liza política depara, que se aferre caprichosamente a rígidas y anquilosadas formas de lucha y organización, que le dé lo mismo que la revolución esté en flujo o en reflujo para trazar su acción y por añadidura se mantenga alegremente convencida de que todo cuanto conversa, discute, argumenta es la purísima verdad, ese partido, o mejor, ese grupúsculo, perecerá indefectiblemente, y perecerá asfixiado en los humos de sus propios dogmatismo y sectarismo.

Las consideraciones anteriores configuran las leyes más elementales y básicas que gobiernan la estrategia y la táctica revolucionarias, son parte del ABC del marxismo-leninismo, cuyos rigor científico y superioridad sobre las estratagemas idealistas y metafísicas de la reacción han sido demostrados una y otra vez por las revoluciones victoriosas del proletariado. El mérito del MOIR se limita al aprendizaje de aquellas leyes mediante su consecuente aplicación a la situación concreta de Colombia, como corresponde a un partido que anhela con justicia al sitio y al título de jefe máximo de la clase obrera colombiana. Parte de los frutos podrá ser juzgada a través de la presente selección, estudiándola críticamente quienes antes no tuvieron la oportunidad de conocer sus artículos y repasando éstos en conjunto los que ya los leímos en "TRIBUNA ROJA" o los vivimos, durante el último tramo del período de nacimiento de nuestro Partido.

Los dos escritos iniciales, "Cuestiones fundamentales de la revolución colombiana" y "La concepción marxista del problema agrario", se han incluido porque se refieren a dos de nuestras más viejas inquietudes: a la necesidad del partido obrero y al asunto de la revolución campesina, fiel de la balanza de la revolución nacional y democrática. La mayoría del resto de materiales trata sobre la propagación y aprovechamiento de nuestro programa tanto en las luchas electorales de 1972 y 1974 como en las alianzas que para tales debates concertamos con fuerzas políticas disímiles. El informe que cierra la serie insiste en los fundamentos unitarios del MOIR al prolongar para las circunstancias de 1976 la línea de principios de propiciar el entendimiento con todos los sectores y organizaciones antiimperialistas.

Nos resta destacar algo realmente notorio. Tras el transcurso de estos años se va haciendo evidente, en la teoría y en la práctica de la revolución colombiana, la aceptación de la política de frente único. A ello coadyuva en no poca monta la permanente defensa y correcta utilización que nuestro Partido efectúa del programa de nueva democracia, el programa por excelencia de la alianza de todas las clases y fuerzas revolucionarias. En las condiciones más adversas de debilidad, cercado por enemigos cinco, diez y cien veces más fuertes que nosotros, sin ocultarle a nadie nuestras verdaderas intenciones, desplegando una lucha ideológica implacable contra las tendencias oportunistas de moda, apoyándonos exclusivamente en nuestros esfuerzos y en los esfuerzos de las masas, derrotando internamente el dogmatismo y el sectarismo y practicando una táctica flexible, el MOIR ha sido leal a esa política. Una portentosa corriente unitaria revolucionaria del pueblo colombiano se ha puesto en movimiento. El porvenir es suyo, ¡apoyémosla!

 

 
 
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