El fogonero

LAS CAÓTICAS IMPLICACIONES DEL SÍ SE PUEDE

Francisco Mosquera

 

EDITOR TRIBUNA ROJA

Editado por Tribuna Roja
Febrero 1983
A. A. 46849 Bogotá, D.E.
Impreso y hecho en Colombia

 

Índice

- Los revisionistas prosoviéticos son los más redomados oportunistas

- No concurriremos a la llamada "comisión de paz"

- Con motivo de la presencia de un huésped no invitado

- Las caóticas implicaciones del "sí se puede"

Los más y los menos de los vaticinios políticos

La conexidad y las inconexidades entre la política y la economía

De la cima a la sima

Notas

 

Los revisionistas prosoviéticos son los más

redomados oportunistas*

*Reportaje concedido por Francisco Mosquera, en marzo de 1981, a Víctor Manzur, miembro del Comité Central del Partido Comunista del Perú y director del semanario "Patria Roja", con ocasión de la visita de éste a Colombia.

V.M.- Mi estadía en Colombia durante dos semanas ha coincidido con varios acontecimientos de singular trascendencia, que han conmocionado, uno tras otro, a la opinión, y entre los que se destacan la riña del sector empresarial con el gobierno, la captura completa de una columna guerrillera, el rompimiento de relaciones con Cuba, el asilo del escritor García Márquez y los insistentes rumores de un golpe de Estado. Sería importante para nuestros lectores, y en general para las masas revolucionarias peruanas, conocer su criterio, compañero Mosquera, acerca de tales acontecimientos, lo cual nos ayudaría a profundizar sobre la situación de Colombia.
F.M.- Ciertamente su fraternal visita a nuestro país, en representación del Partido Comunista del Perú, y su grata permanencia entre nosotros han concordado con las turbulencias de los últimos días. Una suerte porque, para el inquieto observador de cualquier panorama de la cosa pública, no hay mejor momento que aquel en el cual afloran y se entrelazan inopinadamente las contradicciones que, en los tiempos de calma, no muestran todavía con claridad su naturaleza ni sus conexiones múltiples. Nunca como ahora se había revelado el carácter irreconciliable de la pugna entre la industria y las finanzas, entre las fuerzas productivas y las relaciones neocoloniales de sojuzgación. La sapiencia de la política oligárquica ha tenido que ver siempre con el adobo de la piadosa mentira de que la prosperidad de la nación es compatible con el agio del capital financiero y con el saqueo imperialista. En el pasado el régimen logró sobornar a la burguesía industrial con la concesión de favores más o menos sentidos, o con el infalible rosario de promesas; e incluso la capa más alta de aquella consuetudinariamente se plegó, sin decir oxte ni moxte, a los caprichos oficiales, prestándose de puntal del sistema. Este tácito entendimiento llegó a crear la falsa impresión de que los intereses de la producción y de la especulación eran básicamente los mismos, y permitió que gozaran de algún prestigio las tesis trotskistas sustentadoras de la inexistencia de una burguesía nacional, susceptible de aliarse con el resto de contingentes populares en la presente etapa de la revolución de nueva democracia, tal cual lo viene señalando el MOIR desde su fundación. Empero, todas estas pretensiones subjetivas y seudomarxistas resultaron más volátiles que el alcanfor. No se evaporan como éste al contacto con el aire sino ante la evidencia aplastante de los hechos. Pronto se hizo innegable que la inflación, la carestía del crédito y la competencia de los géneros imperialistas simbolizan tres plagas supremamente nocivas que a la postre ocasionarían el marchitamiento de la joven y débil industria colombiana.
Con el alza ficticia y acelerada de los precios de las maquinarias, repuestos, materias primas e insumos, proporcionados en buena parte por los consorcios extranjeros, con unas tasas crediticias confiscatorias y con el pleno auge de las otras manifestaciones de la espiral inflacionaria, cualquier fabricante deberá obtener ganancias hasta del ochenta por ciento para que sean rentables, lo cual, desde luego, no está fácilmente a la vuelta de la esquina. Y peor si se considera que el mercado interno encuéntrase invadido con toda especie de artículos importados, mucho más baratos que los nacionales y de mejor calidad. Por ejemplo, la industria textilera, tradicionalmente boyante, ha acusado desde hace varios años notorios tropiezos que se traducen en bajas de las utilidades, cuando no en balances deficitarios, y que en dos trances han obligado al gobierno a acudir en su socorro con enormes préstamos subsidiados. Y así, reiteradamente, se escuchan lamentos parecidos de otros sectores fabriles que principian también a contabilizar pérdidas. El letargo de los diversos renglones de la producción agropecuaria capitalista llega asimismo a límites insostenibles. Las áreas de cultivo de los principales productos registran patéticos recortes. Miremos sólo un dato. Para atender a su manutención actualmente el
país requiere dos millones doscientas mil toneladas de cuatro de sus principales cereales (trigo, sorgo, maíz y cebada), de las cuales estamos importando ya un millón doscientas mil.
Mientras tanto la gran burguesía intermediaria, compuesta por los más poderosos traficantes del comercio externo e interno de Colombia, los burócratas de la cúpula estatal y los magnates de la banca, repletan sus arcas de caudales mediante operaciones fabulosas y hasta fraudulentas que efectúa, en virtud de la tolerancia de la ley, sin correr un riesgo ni sudar una gota. Tomemos al azar un caso ilustrativo. Recientemente se supo, ante el estupor general, que el más influyente grupo financiero, el denominado Gran Colombiano, en una transacción leonina de compraventa de acciones, se embolsilló en tres meses la fantástica suma de 800 millones de pesos, a costa de pequeños y medianos inversionistas que le confiaron sus ahorros. Sobra agregar que el Ejecutivo se las ingenió para absolver el atraco y tirarles las orejas a quienes se atrevieron a poner en tela de juicio la honorabilidad de los atracadores. No hay en Colombia una sola gestión económica que no esté sometida a la égida omnímoda del capital bancario. Desde el más pudiente fabricante hasta el dueño del modesto taller, igual en la ciudad que en el campo, ha sido obligado ya a postrarse de hinojos ante esta bárbara divinidad de la civilización moderna. Por supuesto que los imperialistas yanquis, promotores y garantes del pillaje, ofician de sumos sacerdotes tras bambalinas y se llevan la tajada sustanciosa del botín. Y por supuesto también que son los obreros y los campesinos las víctimas predilectas de la orgía expoliadora que aniquila a la sociedad colombiana.
Las agrias e inusuales controversias suscitadas últimamente entre el presidente Turbay y los gremios retratan la gravedad de la situación y en ciertos tópicos reflejan los insoslayables enfrentamientos entre las dos capas de la burguesía a que nos hemos referido, la que succiona sin ningún esfuerzo ni azoramiento la riqueza colectiva y la que aún contribuye al proceso productivo sin mayores garantías ni augurios auspiciosos. Sin embargo, cabe anotar que, a pesar de lo encendido de la disputa, las soluciones demandadas por los gremios conservan el inconfundible sello reformista que los caracteriza y abrigan la tonta esperanza de que la crisis será capeada con un poco de comprensión del gobierno vendepatria, sin necesidad de recurrir a vuelcos extremos en las relaciones económicas y políticas prevalecientes. Por eso el proletariado, en su misión de conquistar la independencia del país y coronar la revolución, ha de promover la alianza con la burguesía nacional pero por ningún motivo debe acceder ni a los ilusos postulados ni a las tácticas claudicantes de ésta. Se trata en el fondo del problema de la dirección del frente único.
La clase obrera colombiana en su papel de vanguardia viene defendiendo un programa en esencia no socialista sino democrático-burgués, a fin de permitir la unión de todas las fuerzas contrapuestas al sistema neocolonial y semifeudal, incluidos los pequeños y medianos industriales y comerciantes; mas dicho programa ha de ser revolucionario, es decir, consignar las reivindicaciones fundamentales que beneficien a las clases antiimperialistas y que sean concomitantes con el desarrollo material del país. En síntesis, propugna, a tono con las peculiaridades del presente lapso histórico, sólo la eliminación de las formas monopolistas de propiedad, con lo cual desaparecerán la extorsión y las trabas tanto de los grandes consorcios como de los rezagos feudales y se preparará el advenimiento posterior del socialismo. Los reformistas pretenden arreglar la República manteniendo el reinado de los monopolios. Curiosamente quienes en el inmediato pasado nos descalificaban por nuestra insistencia en la naturaleza objetivamente progresista de un sector burgués, son hoy los más entusiastas en marchar a la zaga de éste. Además, tales contracorrientes han descubierto en el revisionismo prosoviético a su insustituible campeón.
La agudización de los enfrentamientos entre la industria y la banca, entre la producción nacional y la piratería imperialista, o entre los gremios y el gobierno, expresiones distintas de un mismo fenómeno, repercutirá indudablemente en la relevancia de dos aspectos contradictorios de las luchas que se libran en Colombia: por un lado, habrá un incremento de los deseos de cambio, de soberanía y de unidad de los diversos destacamentos de la población oprimida y discriminada; por el otro, los enmendadores burgueses, que vuelven a ser noticia, se obstinarán con sus pañitos de agua tibia en buscarle una salida conciliadora a las calamitosas desventuras de la nación. A nosotros nos atañe ahondar y apoyarnos en el primer aspecto para contrarrestar el segundo. Nuestro porvenir como Partido depende del fervor y del tesón con que las inmensas mayorías populares jalonen las soluciones revolucionarias. Debido a ello el MOIR ha pasado por incontables sinsabores e inconvenientes a granel, sin excluir las soledades del aislamiento. No obstante, en esta apasionante batalla ideológica y política en pos de la jefatura de la revolución, la militancia se educa y se apresta para tomar la iniciativa cuando arriben los períodos propicios, luego del completo desprestigio de las tesis y los procedimientos de los oportunistas, lo que sucederá inexorablemente y más temprano que tarde.
V.M.- ¿Qué puede agregar respecto de los otros episodios?
F.M.- Los demás incidentes, como el rompimiento de las relaciones con Cuba, los fracasos del foquismo y el asilo de García Márquez, guardan no poca relación con la contienda que a escala cósmica sostienen las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, por la supremacía universal, y obviamente tendrán sus repercusiones en la dura pelea que impulsamos contra la tendencia revisionista.
Con la entrada de Jimmy Cárter a la Casa Blanca, en 1977, el imperialismo norteamericano alcanzó el punto más elevado de su decadencia. Ni la pérdida de Cuba, ni el insuceso de Playa Girón, ni la catastrófica derrota del Sudeste Asiático, ni el escándalo de Watergate, ni ninguno de los otros fiascos anteriores del otrora intocable imperio, fue tan demostrativo de su vertiginoso eclipse como éste del ascenso al Poder del predicador de Georgia. Minado por el parasitismo de su clase dirigente, asediado por la competencia económica de Europa y el Japón, hostigado por los movimientos de liberación nacional de los pueblos sometidos y amenazados a muerte por el expansionismo ruso, el poderío norteamericano terminó sin brío y con complejo de culpa. Se imaginó que bastaba con sermonear sobre la paz para contener los preparativos de la guerra; que sustituyendo en sus zonas de influencia las dictaduras militares de sus sicarios por las tiranías civiles de sus testaferros se ganaría el afecto de las muchedumbres; que desenterrando la tricentenaria teoría burguesa de los "derechos humanos" les echaría tierra a sus crímenes de lesa humanidad contra las masas expoliadas de los cinco continentes. Creyó que con un falso moralismo desarmaría a los amos del Kremlin, cuando éstos, con su real armamentismo, lo desmoralizaban mucho más. Moscú aprovechó las flaquezas de su rival para tender la cortina de humo de la "distensión", y tras ella ha ido adueñándose lenta pero seguramente de países, mares y cruces estratégicos.
Los revisionistas de todas las latitudes se apoyaron en la cruzada de Cárter por la democracia oligárquica para alentar el reformismo y coligarse con las contracorrientes liberales y socialdemócratas. La desestabilización de los regímenes de facto, lejos de recomponer la odiosa imagen de los Estados Unidos y restablecer el orden quebrantado, acicateó los odios y azuzó los desórdenes de los oprimidos contra sus verdugos. Durante aquel cuatrienio, los yanquis, además de Irán, vieron salir de su redil a Afganistán y a Nicaragua, naciones estas dos que giran ahora en la órbita del socialimperialismo. Y el espectro de la tercera conflagración mundial, en lugar de desaparecer tras los exorcismos presidenciales del diácono protestante, hoy espanta a plena luz del día a los moradores de la Tierra. Todos esos descalabros convencieron al imperialismo norteamericano de que no era el método blando sino el duro, no el agua sino el fuego, no la fuerza de la convicción sino la convicción de la fuerza, lo que podría sacarlo del atolladero en que se debate.
El triunfo de Ronald Reagan el 4 de noviembre de 1980, constituyó un timonazo de ciento ochenta grados en la política estadinense hacia la carrera armamentista y el militarismo, hacia la suspensión de los experimentos democrateros y el empleo de la represión desembozada y hacia el abandono del apaciguamiento y el endurecimiento de su trato con la URSS. Tan violento viraje ha sido como una reacción pasajera, un alto momentáneo en el curso declinante de la superpotencia occidental, puesto que ninguna medida, por drástica que fuere, la salvará de los dolores de la agonía. El parasitismo, la superproducción, las ansias crecientes de libertad de los pueblos, la expansión soviética, son cuatro rompecabezas insolubles que la arrastran fatalmente hacia la fosa. Por lo tanto, la conjunción de tales contradicciones les proporciona a las gestas emancipadoras de nuestros países una inmejorable coyuntura histórica. El ahondamiento de la rebatiña entre las dos superpotencias coadyuva a quitar las anteojeras que recortan la visión de las mayorías esclavizadas. Después de las atrocidades contempladas en Afganistán, Angola, Lao y Eritrea, y de la inminencia de la invasión a Polonia, amplios sectores populares del orbe han mermado verticalmente sus simpatías por los Estados del bloque soviético y dudan ya de la careta socialista con que éstos encubren sus actos vandálicos.
El proletariado internacional habrá de sacarle ventaja en particular al enconado duelo de los dos máximos imperios, sin equivocarse en que uno está en auge y el otro en declive, para auspiciar los movimientos independentistas de los países subyugados y conquistar un mundo en el que definitivamente no haya cabida para la explotación, ni entre los hombres ni entre las naciones. Sin embargo, y antes que nada, debe impedir que los anhelos de autodeterminación nacional de los habitantes de las neocolonias norteamericanas sean utilizados por los revisionistas para entregar los pueblos a la otra coyunda, la de los nuevos zares, la más cruel y sanguinaria que jamás conociera el hombre. En nuestro Hemisferio, especialmente en Centroamérica, son palpables los progresos que los socialtraidores, bajo la mayordomía del gobierno cubano, han cosechado tras la bien orquestada pantomima de su "solidaridad" con las justas luchas de los nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, etc. Los partidos latinoamericanos genuinamente marxista-leninistas están en mora de coordinar a nivel continental una enérgica y esclarecedora campaña contra las alevosas ambiciones del socialimperialismo y sus mandaderos. Para tal empeño las circunstancias se tornan favorables. Por lo menos en Colombia hemos constatado que, a diferencia de lo que acontecía unos cuantos años atrás, cuando hoy hablamos de la conversión de la Unión Soviética, cuna del socialismo, en un tétrico bastión de la reacción mundial, las gentes empiezan a mostrarse receptivas y preocupadas por el peligro no tan remoto de caer como Cuba, después de la victoria, en las garras de la superpotencia del Este. Varios segmentos de las clases antiimperialistas ya miran con recelo a los grupos que, además de lo descabellado de sus acciones terroristas, operan bajo la influencia del régimen cubano. Otro tanto sucede con las actitudes del escritor García Márquez, cuyos desvelos por la democracia quedan ensombrecidos merced a su enfermiza obsequiosidad con sus mecenas políticos de La Habana.
Y no es que los latinoamericanos se hayan rendido de pronto al hechizo de la propaganda anticomunista oficial, argumento con que los revisionistas intentan eludir las críticas y desconceptuar la evolución del pensamiento revolucionario, sino que las ideas de persistir hasta el final en la obtención de unas patrias auténticamente soberanas, capaces de moldear su destino con sus propias manos y sin intervención foránea de ninguna índole, ganan cada vez más adherentes en nuestros países como consecuencia de la rica experiencia de la última década. Las cosas llegarán a un grado en el que quienes aspiren a un sitial de honor en las lides por la democracia y el socialismo, habrán de dar muestras suficientes de que no obran por encargo de los neofascistas rusos.
Lenin explicaba cómo el imperialismo es la época del oportunismo, y cómo sin combatir a éste resultará imposible vencer a aquél. Una de las peculiaridades sobresalientes de la etapa histórica actual consiste en que los más redomados oportunistas son los revisionistas prosoviéticos, y sin desenmascararlos y derrotarlos no será factible la emancipación de las naciones ni la consolidación de la revolución proletaria. El rompimiento de las relaciones diplomáticas de Colombia y Cuba configura apenas una de las tantas escenas del espeso drama de las reyertas interimperialistas del Kremlin y la Casa Blanca. Lo positivo de todo esto radicará en que las masas saquen las lecciones respectivas y comprendan el antagonismo existente entre los caros objetivos de la causa libertaria y los ocultos propósitos de los socialimperialistas. Ya sobrarán las oportunidades para ello. Por ahora, la exacerbación del pugilato de las superpotencias por el reparto del planeta le impedirá al revisionismo proseguir, con la aquiescencia de los gobiernos representativos oligárquicos de los demagogos liberales, sus maniobras y programas reformistas y seudodemocráticos, como ocurrió durante los cuatro años de la administración del señor Jimmy Cárter. A no dudarlo, las condiciones se tornarán excepcionalmente propicias para los comuneros del siglo XX.

V.M.- Y sobre los rumores de golpe de Estado, ¿qué nos comenta?
F.M.- El dictador militar ha sido un personaje típico latinoamericano no sólo de la vida política sino de la novelística, lo que indica la fragilidad de las democracias oligárquicas del Continente, desde los anales mismos del nacimiento de estas republiquetas de celofán, hace más de siglo y medio. Aquí las gentes cuando se acuestan no saben bajo la fusta de qué tropero amanecerán al día siguiente. Los partidos revolucionarios que batallan en los interregnos de los gobiernos designados por sufragio habrán de estar siempre vigilantes y lo más preparados posible para dicha eventualidad.
Los círculos dominantes y sus amos yanquis han adquirido mucha pericia tanto en la alternación de los dos tipos de poderes, el civil y el cuartelario, como en la aplicación simultánea de la táctica "pacífica" y de la violenta. Nosotros padecemos a un liberal, el Primer Magistrado Turbay Ayala, que actúa despóticamente. Ustedes padecieron a un déspota, el general golpista Velasco Alvarado, que actuaba liberalmente. No resultan raros, pues, el descontrol y el comportamiento errático de muchos opositores del régimen opresor, primordialmente de las colectividades de las amplias capas medias, que se enfervorizan con los halagos de la reacción y se amilanan con sus crueldades. Para tales agrupaciones el reino ideal sería aquel que preserve la cascara democrática del vetusto republicanismo imperante y deseche su pulpa tiránica. Una desmembración irrealizable. Una quimera por la cual los pueblos frecuentemente han oscilado sin rumbo fijo entre las falsas esperanzas y los temores ciertos que les inspiran sus pérfidos sayones. Una necedad surgida del desconocimiento de que toda democracia constituye una dictadura de una clase sobre otra, y de que las mutaciones en la forma de ésta no alteran en nada su esencia. A las vanguardias obreras les compete disipar equívocos tan comunes y corrientes en nuestro medio. Por eso resaltamos la magnífica resistencia del Partido Comunista del Perú contra el reformismo castrense de finales de los sesentas y principios de los setentas, cuando se hablaba del "modelo peruano" cual una excelente exploración de los gobiernos de facto y los revisionistas del Hemisferio le batían palmas frenéticamente. Experiencia que nos va a ser de grande utilidad ahora que en Colombia proliferan las conjeturas acerca del golpe, instigadas por las graves perturbaciones económicas y políticas a las que hice alusión, y los militares incursionan en la problemática del país con sus propias apreciaciones y sugerencias de mejoras sociales.
En todo caso, desde la defenestración del general Rojas Pinilla, el 10 de mayo de 1957, y el inicio de la segunda administración de Alberto Lleras, el 7 de agosto de 1958, jamás habían convergido tantos factores, internos y externos, como hoy, para el regreso de las charreteras al mando del Estado. La situación es altamente negativa y preocupante, porque, aunque los partidos tradicionales impongan un desenlace constitucional para la crisis, la represión y la anulación de las pocas libertades que todavía funcionan serán el cometido de cualquier tipo de gobierno inmediatamente venidero. El MOIR, a su turno, adoptará las decisiones que aconsejen los intereses de la revolución, la preservación de sus fuerzas y las fluctuaciones de la lucha de clases. Su mira seguirá siendo la de trabajar con ahínco para urgir el salto de la defensiva a la ofensiva general. (Volver al índice)

 

No concurriremos a la llamada "comisión de paz"

Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983

Debido a que el régimen recién instalado incluyó de manera inconsulta y caprichosa el nombre de Marcelo Torres, miembro de la dirección central del MOIR, en una "Comisión de Paz Asesora del Gobierno Nacional", aclaramos públicamente que no hemos buscado participar ni pretendemos asistir a éste ni a ninguno de los tantos organismos del manido pacto social entre gobernantes y gobernados. No nos halaga en verdad la dudosa prerrogativa de asesorar una administración que en mes y medio escaso de existencia acumula sólo pruebas de alocada demagogia para resolver los graves e ingentes problemas nacionales y que de subsistir será una edición en rústica de los antiguos mandatos oligárquicos.
El MOIR no ha impetrado la paz, entre otras cosas porque no ha declarado la guerra. Desde la época del asesinato de Gaitán y de La Violencia no ha habido en Colombia condiciones para que las fuerzas populares se embarquen en empresas insurreccionales que, como el heroico intento de Camilo Torres y de otros muchos abnegados combatientes de los últimos veinte años, han significado serios tropiezos en el avance político y organizativo de las grandes masas de obreros y de campesinos. Son problemas de la táctica de cuya acertada solución depende la libertad de los oprimidos y la prosperidad de Colombia. Nos encontramos todavía en un período caracterizado por la fiebre reformista, hoy llevada al paroxismo con el advenimiento de Belisario Betancur. Los auténticos partidos revolucionarios, en lugar de coadyuvar a tales ilusiones, o de desesperarse por el reflujo, han de rebatir las imposturas de la reacción y aumentar pacientemente sus efectivos, confiados en que la crisis económica, ocasionada por el saqueo de los monopolios externos e internos, seguirá ahondándose irremediablemente y permitirá los factores políticos indispensables para la victoria de las mayorías vilipendiadas y engañadas. Desde luego estos temas no constituyen materia de asesorías oficiales.
El MOIR tampoco ha recurrido al secuestro ni a ningún tipo de disparate terrorista, en procura de fondos para financiarse o tras determinadas finalidades publicitarias. Creemos que semejantes procedimientos proporcionan pretextos a granel a los aparatos represivos que no desaprovechan oportunidad para proceder contra el pueblo; y el pueblo no puede menos que mirar con recelo hazañas que se confunden a menudo con los lances protagonizados por la delincuencia tan común y corriente en nuestro medio. En general, para todas y cada una de las labores políticas nos atenemos a los métodos elaborados por Marx y Engels hace más de un siglo, que parten del principio de que la emancipación del proletariado es obra de la clase obrera misma, que se gana el apoyo del resto de los sectores sojuzgados de la sociedad, y no de las proezas aisladas de unos cuantos insurgentes.
Respecto a las conquistas democráticas y las reivindicaciones económicas sumamos nuestros esfuerzos a los de quienes combaten por los derechos fundamentales y las mejoras en los medios de vida y de trabajo de las masas laboriosas. Respaldamos las justas exigencias por la excarcelación incondicional de los presos políticos y por el cese inmediato de los asesinatos y la tortura de los guerrilleros y demás luchadores que han caído en manos del régimen. Nuestro Partido también ha sido víctima no pocas veces de la barbarie institucionalizada, la que continúa a pesar del levantamiento del estado de sitio y de las lágrimas de cocodrilo del señor presidente.
En cuanto a la amnistía la consideramos una negociación entre el gobierno y las agrupaciones alzadas en armas, en la cual no nos compete intervenir. Nosotros simplemente esperamos, primero, que a la postre salgan favorecidos unos métodos y una táctica revolucionarios y correctos, y, segundo, que en ningún momento dicha gestión sirva para ocultar aún más la índole antinacional y antipopular de los nuevos administradores de la vetusta república.

MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE Y REVOLUCIONARIO (MOIR)

Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General.
Bogotá, septiembre 20 de 1982.

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Con motivo de la presencia de un huésped no invitado*

* Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983.

Nunca fueron gratas para los pueblos latinoamericanos las visitas que de cuando en cuando les han hecho los presidentes de los Estados Unidos. Ocasionan siempre sacudimientos de protesta que exteriorizan el enfado reprimido tras decenios de arbitrarias relaciones, a través de las cuales el imperio del Norte apuntala sus chocantes potestades mientras los países ubicados al sur del Río Grande se consumen en la indigencia y la impotencia. La que el próximo 3 de diciembre realizará el señor Ronald Reagan a Bogotá no tendrá por qué llevarse a efecto en un ambiente distinto, aunque las condiciones presentes sean muy particulares y las finalidades del viaje muy concretas. Entre los muchos problemas del Continente que acucian al Jefe de Estado norteamericano, el que lo trae tan súbita y fugazmente a estas tierras es sin duda la atmósfera explosiva de Centroamérica y El Caribe, área con la que se halla entrelazada Colombia. Viene, para decirlo en lenguaje diplomático, a ponerse de acuerdo con el gobierno colombiano en torno a los planes esbozados por la Casa Blanca para la pacificación de la región.
El acontecimiento despierta sus expectativas puesto que el señor Belisario Betancur, dentro de los muchos aspavientos encaminados a vender su imagen de redentor social, a veces a costa de quienes lo sustentan en el mando, se le ocurrió proponer la afiliación oficial al Movimiento de los Países No Alineados y condenar verbalmente la subordinación de Colombia a los Estados Unidos. El encuentro acabará por poner al descubierto las histriónicas contradicciones del régimen belisarista, cuyos capoteos lo han llevado a votar en la ONU por Nicaragua para el Consejo de Seguridad y a adherir en Costa Rica a la Iniciativa para la Cuenca del Caribe que Reagan promoverá durante su gira relámpago. Será una importante lección de cómo se ha utilizado y se seguirá utilizando el nacionalismo por parte de la coalición gobernante, en favor de su propio prestigio y de la política entreguista de las clases oligárquicas.
Nosotros somos desde luego fervorosos partidarios de la independencia de la Nación. Incluso una de las demandas que hemos formulado para la conformación de un frente patriótico de liberación en Colombia ha sido la del no alineamiento internacional, requisito sistemáticamente infringido y desfigurado por el Partido Comunista y sus socios en los empeños de división del campo revolucionario. En la época contemporánea ya no son Inglaterra, ni Francia, ni Alemania, ni siquiera Estados Unidos, que emergió hegemónico de la Segunda Guerra Mundial, las metrópolis boyantes y todopoderosas de otros años. Haciendo traición a los principios de su fundador, este lugar lo ha ido ocupando la Unión Soviética, convertida hoy en el imperialismo más agresivo, más expansionista y más belicoso de la Tierra. En Angola mantiene veinte mil soldados cubanos de ocupación que, junto con varios destacamentos y asesores militares diseminados por Etiopía, Libia, Mozambique, Yemen del Sur, Siria, le sirven de ariete en el asalto al África y al Medio Oriente. En Indochina, echando mano del ejército vietnamita, pisotea y desvalija el suelo de Kampuchea y Lao. En Afganistán, con sus propias tropas invasoras, sojuzga, al estilo hitleriano, a las gentes de aquel martirizado país. Y así, prevalidos de la superioridad de sus armas convencionales y nucleares, los soviéticos se han apoderado paulatinamente de territorios y aguas ajenos, lesionando los intereses de las repúblicas capitalistas desarrolladas, extorsionando los pueblos que caen bajo su yugo y constituyéndose en la primera amenaza de la paz mundial. Los violentos conflictos de la zona centroamericana y caribeña también tienen que ver inevitablemente con la escalada del socialimperialismo por la supremacía universal. Aun cuando allí, de viejísima data, subsisten hondas desigualdades, injusticias aberrantes y no pocas deformidades económicas, debidas principalmente a la expoliación estadinense, la injerencia creciente de los gobiernos de Cuba y Nicaragua que actúan sin embozo como intermediarios del Kremlin, tiende a suplantar las luchas de las masas oprimidas en procura de la libertad por la misma rebatiña que en otras latitudes se lleva a cabo entre las superpotencias. Por eso votar hoy a favor de los Estados Unidos y mañana a favor de los espoliques soviéticos, prenderle una vela a Dios y otra al diablo para ganar adeptos, lejos de representar una ingeniosa táctica de neutralidad, tipifica la más antigua y común de las conductas oportunistas.
Colombia debe apoyar los esfuerzos de los Estados por su independencia y de los pueblos por su emancipación, mas cuidándose de no colaborar ingenuamente con la negra bandera de la expansión soviética. Un dirigente político, un partido, un gobierno que en la actualidad se conmueva por la tragedia de los salvadoreños y permanezca impávido o aplauda los suplicios de afganos, polacos e indochinos, no solo despertará sospechas acerca de sus verdaderas intenciones, sino que terminará ganándose la repulsa de las masas trabajadoras del orbe.
Continuemos pugnando por la independencia real, completa e incondicional de Colombia y de Latinoamérica de la dominación norteamericana. Estados Unidos y el resto de potencias occidentales traspasan los umbrales de la crisis económica y política más profunda de su historia. Velemos porque tan propicia circunstancia no se malogre con un cambio de amo y ayudemos a construir un mundo en que no haya naciones oprimidas ni opresoras.

¡Plena autodeterminación para todos los pueblos
y contención al expansionismo soviético!
¡He ahí nuestra consigna!

MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE
Y REVOLUCIONARIO (MOIR)
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General.
Bogotá, noviembre 29 de 1982.

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Las caóticas implicaciones del "sí se puede"

Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983.

A los padecimientos de la agotadora campaña electoral pasada y a los escasos votos obtenidos por nuestros candidatos tenemos que sumar en el balance, en esta oportunidad, la errónea apreciación en que incurrimos respecto a quién o quiénes serían los vencedores de la jornada. Nos inclinábamos a pensar, y así lo proclamamos en diferentes momentos, que el señor López Michelsen y sus adeptos, con todo y lo menguados que se hallaban por el desprestigio, la división liberal y la crisis del país, terminarían editando el segundo tomo del "mandato de hambre". Habían salido airosos por holgada distancia en la primera prueba del 14 de marzo, día en que la maquinaria legitimista, con lubricación oficial, hizo la impresionante demostración de cómo se manipulan unos comicios, por encima de los ataques viperinos de muchos de sus propios copartidarios y de las náuseas del pueblo. Aunque todavía persistían intactos los gérmenes adversos a la reelección, en el lapso que restaba para el 30 de mayo se veía venir el respaldo a López de parte de los centenares de miles de ejemplares diarios de "El Tiempo", y se rumoraba de otra voltereta no menos importante, que igualmente se confirmó, como era la teatral adhesión de Gabriel García Márquez, la estrella fulgurante de las letras colombianas. Sin embargo, el continuismo, levantado con la argamasa de la intriga, el soborno y el fraude, se desplomó estruendosamente, a semejanza de no pocas edificaciones que en nuestro medio de pronto se vienen abajo cuando más seguras parecen y sin que los constructores proporcionen una razón satisfactoria del insuceso. A Belisario Betancur le bastaron dos meses y medio para descontarle la ventaja a su contrincante y superarlo por cerca de 400.000 sufragios, arrebatando la investidura que había buscado en vano varias veces y que ahora conseguía de manera apabullante, precisamente en las votaciones más copiosas y en las que, según los cálculos de la Registraduría, también se derrotó
la abstención tradicionalmente imbatible.
No nos detengamos en las causas de los precarios y consabidos guarismos contabilizados por el MOIR en las lides electorales regentadas por el régimen oligárquico, ni en las consideraciones de principio para seguir persistiendo en este tipo de lucha que nos ha retribuido con la extensión permanente del Partido, la vinculación progresiva a las masas, el conocimiento directo de los delicados problemas de la nación y otros provechos que constituyen viejas lecciones de un curso ya aprobado. Apliquémonos mejor en desenmarañar los factores que precipitaron el desenlace del 30 de mayo y colocaron en la conducción del Estado a un advenedizo cuya ambivalencia y cuyo lenguaje nebuloso fueron siempre sus más adornantes virtudes políticas. Fenómeno doblemente insólito si agregamos que el oscuro personaje, conservador devoto desde los tiempos del "escuadrón suicida", se propuso romper, una vez dignificado con la banda tricolor, todas las marcas de la demagogia liberal. Sienta cátedra de moralización sobre la pelleja de financistas, industriales y burócratas; busca el aplauso de la izquierda consagrada libertando incondicionalmente a los guerrilleros presos y demandando públicamente investigaciones en torno a la conducta criminosa de los aparatos paramilitares, y, para embelesar al país, ensaya sus falsetes nacionalistas, zahiriendo a los Estados Unidos y guiñándoles el ojo a las avanzadillas soviéticas en el Continente. Vilipendia al Congreso, amonesta a la prensa, amenaza a la banca, reprende a las centrales obreras, amaña a su gusto el artículo 120 de la Constitución, y, no obstante, recibe el reconocimiento multitudinario no sólo de unas clases dominantes descontroladas y desalentadas, sino de diversos e ilusionados segmentos de la oposición. Resolver el enigma, hasta donde sea posible, entraña para nosotros una cuestión de pundonor, puesto que el vaticinio electoral nos resultó fallido.
No es que dicho desacierto conlleve desviaciones que pongan en peligro las posiciones proletarias del Partido, su infatigable batallar contra los postulados, prerrogativas y propósitos de los explotadores. O que el resto de nuestros juicios más claves acerca de la situación nacional, en el terreno económico e incluso político, perdió su vigencia por el pronóstico que no confirmaron los escrutinios. De ninguna manera. Pero para una fuerza revolucionaria de vanguardia implica un deber ineludible el asumir una actitud seria y autocrítica frente a sus yerros, si es que desea ganarse la confianza de las mayorías expoliadas y convertirse en su genuino representante. Además, cada equivocación trae su contrario. Gracias a ello las ciencias naturales, y desde luego las sociales, dieron grandes saltos de avance en el pasado y con toda seguridad los continuarán dando en el futuro. El constatar la falsedad de una creencia estimada como cierta ha facultado a cada rato la revelación de leyes fundamentales en todas las ramas del saber. El conocimiento no lograría andar mucho trecho sin el maestro negativo del error. El marxismo tampoco escapa a esta norma suprema; y siempre que los hechos le demostraron la fragilidad de algún aserto se abrió ante sí un esplendoroso panorama de fronteras ilimitadas y de posibilidades infinitas, como cuando el mismo Marx, digámoslo en vía de ejemplo, tras las experiencias arrojadas por una de las sojuzgaciones colonialistas de la época, reconocía en 1869 la incongruencia de su antiguo concepto de que "se podía derribar el régimen irlandés con el auge de la clase obrera inglesa", para luego concluir que "la clase obrera inglesa no hará nada mientras no se separe de Irlanda"(1). Esta enmienda aparentemente pasajera no obedecía a un elemental espíritu de justicia; estaba enderezada a disipar en el ámbito de las relaciones internacionales uno de los puntos básicos de la estrategia revolucionaria, por el cual los proletarios de las naciones opresoras se comprometen a combatir en pro de la plena autodeterminación de las naciones oprimidas, acogiéndose a un derrotero victorioso, el que les garantiza su unidad en la más amplia escala. Quedó definida la verdadera trascendencia del problema nacional y la forma de encararlo. Desde entonces se aclaró que la suerte de los pueblos sometidos a la extorsión extranjera no pendía del triunfo de la revolución en las metrópolis, sino a la inversa, que el triunfo de ésta requiere indispensablemente de la emancipación de aquéllos: la concatenación acertada para debilitar y vencer a los grandes potentados del capital imperialista y despejar el porvenir del movimiento obrero. Las repercusiones de aquel hallazgo, al cabo de más de un siglo aún se sienten, y de modo especial ahora que los revisionistas acaudillados por Moscú defienden la inicua tesis de que la expoliación de las naciones no riñe con el socialismo, no lo obstaculiza, no lo desvirtúa, y antes bien lo "consolida", tal cual lo estamos viendo en Afganistán, Angola, Kampuchea, Lao, Polonia, etc. "Una 'sociedad socialista no poseerá' no sólo colonias, sino tampoco naciones sojuzgadas en general", sostiene categóricamente Lenin (2).
Depongamos el criterio unilateral que comúnmente hemos mantenido sobre los errores. No nos restrinjamos a la fácil postura de hablar mal de ellos; aprovechémoslos para plantear interrogantes que nunca nos hicimos, o que no nos hicimos con la bastante profundidad y la debida atención. Aun cuando toque con materias estudiadas y absueltas por otros, echemos mano de la conciencia de la propia incomprensión que respecto a ellas tengamos, a fin de asimilarlas y dominarlas por completo. Y este es exactamente el caso del cual nos ocupamos. ¿Por qué no dimos con el boleto ganador el 30 de mayo, como nos preciábamos de haberlo hecho en trances similares? ¿Existe algún modo infalible en cuanto a la previsión de esta especie de acontecimientos? ¿Hay margen para el azar? ¿Hasta dónde? Escucharemos respuestas heterogéneas y contenciosas. Que "en política dos más dos no son cuatro" y por tanto se descarta el beneficio de efectuar cálculos; que el súmmum de la astucia estriba en empeñarse por todas las opciones o no decidirse por ninguna; que la investigación económica servirá para conocer los males del país mas no para orientarse en la brega cotidiana. No obstante la pluralidad de inquietudes que aleteen alrededor del tema, reduzcámoslas a un par de tópicos: ¿Cuál es la relación entre la economía y la política?, ¿conviene o no hacer conjeturas?

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Los más y los menos de los vaticinios políticos

Empecemos por el que ofrece menores complicaciones. No yendo demasiado lejos, si observamos el comportamiento de las personas normales en cualesquiera de las faenas de la vida corriente, apreciaremos que no pueden pasársela sin elaborar presunciones. En cierto sentido todos albergamos un profeta en el alma. Con frecuencia nos vemos impelidos a acometer determinada cosa porque estimamos que acontecerá otra. Configura por eso una solemne majadería el pretender prescindir en política del hábito de realizar vaticinios, armar hipótesis, prever desenlaces, siendo que en aquella actividad, como en ninguna otra, trátase de un implacable enfrentamiento de fuerzas en constante mutación y sometidas a incontables influencias externas, y en la que vislumbrar la coyuntura venidera, aunque fuese aproximadamente, o adivinar a tiempo los movimientos del enemigo, prodiga a cada paso el éxito o el revés. Que esto sea así, no hay sombra de duda. El quid reside en la consistencia de la "adivinanza" y en la perspicacia del "adivinador".
Los griegos iban al oráculo a indagar el futuro, pero ni el temor paralizante ni la sublime veneración que les inspiraban sus dioses eran prenda suficiente de infalibilidad. En la monarquía feudal europea, soberano que se respetara mantenía en la corte un astrólogo, mediante el cual consultaba los cuerpos celestes antes de emprender cada batalla, y nada raro que éste pagara con su cabeza la derrota de su señor. En cambio, en una de las predicciones más geniales de la historia, Lenin puso el oído en la tierra y con la precisa anticipación aseveró: "El momento decisivo de la revolución en Rusia ha llegado indudablemente"(3). Tan arraigado estaba su presentimiento que, ante la "sutil" indiferencia del Comité Central y la consternación por que se perdieran los instantes cruciales, presentó su renuncia a la dirección, reservándose "la libertad de hacer propaganda entre los afiliados de base del partido" (4). Sorprende la agudeza del jefe que anuncia la eclosión, toma la iniciativa y adopta durante semanas medidas preparatorias del asalto final, cuando otros, en medio del terremoto, no captaron más que leves sacudimientos. Mas no vayamos a imaginar que la realidad satisfizo los deseos de Lenin por esas excepcionales coincidencias en que todo nos sale a pedir de boca. La relación fue más bien al contrario: sus exhortaciones satisficieron plenamente cuanto estaba acaeciendo.
Allí donde han irrumpido los partidos comunistas —nos referimos a los que abrazan los derroteros del marxismo, no a los renegados— la política dejó de ser el ciego transcurso de sucesos inconexos, debidos exclusivamente al valor o cobardía de los héroes, a la sagacidad o candidez de los estrategas, a la sabiduría o ignorancia de los pensadores, para adquirir el viso de una ciencia. Al caos y a las volubilidades del destino, a que se reducía la interpretación de los relatos de la crónica, los alumbran ahora ciertas leyes generales y particulares de inevitable cumplimiento, no inventadas sino descubiertas por los desbrozadores de la nueva sociedad, merced a las cuales el proletariado se presenta a la liza con neta superioridad ante la burguesía, y tal es en el fondo su única ventaja. "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado"(5). La participación en la lucha de clases y el colosal desarrollo de la producción, con el concomitante auge de las diversas disciplinas científicas, permitieron a los preceptores de la revolución social dilucidar los principios y el método con que debe adelantarse la política obrera, para que ésta responda en todo momento a las mudables condiciones concretas y no a los caprichos, quimeras o buenas intenciones de los combatientes. La sistematización de la experiencia universal, alcanzada a través de años de choques "pacíficos" y violentos, rebeliones, conflagraciones, conquistas extraordinarias y enconadas disputas contra los defraudadores infiltrados, convierte al marxismo-leninismo en un cuerpo armónico de ricas enseñanzas, y que como tal hay que estudiarlo, si queremos gozar de sus aportes y colocarnos a la altura de la evolución del pensamiento revolucionario.
En Colombia abundan los "marxistas" que llegan al colmo de confundir los peores períodos de resaca con el clímax insurreccional; lanzan proclamas avisando del estallido armado y declarando la guerra al gobierno, y al cabo de unos cuantos fracasos no tienen el menor empacho en autonombrarse mensajeros de la convivencia y solicitar la amnistía a las autoridades que meses atrás ellos mismos habían definido como el blanco de sus bazucazos. Convocar a la insurgencia militar y a renglón seguido retractarse acusa por lo menos un desconocimiento craso de los elementos característicos que componen una situación revolucionaria, vacío carente de justificación histórica si consideramos que tales elementos han sido exhaustivamente discernidos, y de vieja data. Cuando los bolcheviques culminaron su gloriosa victoria de Octubre de 1917, ya estas cuestiones medulares de la táctica se hallaban teóricamente averiguadas; lo que explica además el tacto en la escogencia de la oportunidad en que ha de arriesgarse todo a la carta de la insurrección so pena de traicionar la causa, porque "los de abajo no quieren" y "los de arriba no pueden" vivir como antes (6). Pese a la crisis económica, inveterada y típica de una neocolonia sujeta al saqueo de los monopolios imperialistas, la oligarquía colombiana se las ha ingeniado, con la colaboración desde luego del oportunismo revisionista, para mantener una seudodemocracia relativamente estable y distraer a las masas con sus proyectos, sus virajes y sus enanas figuras turnándose el mando en resonantes disensiones. Capas considerables de la población se emocionan aún con la cháchara oficial. Cuando un presidente sale de la escena en medio de la rechifla del grueso público, el siguiente consigue rescatar las esperanzas perdidas. En semejante atmósfera que viene respirando la vetusta república en lo transitado por el Frente Nacional, a los baluartes revolucionarios les ha correspondido una dura tarea de esclarecimiento, prioritariamente entre los trabajadores de la ciudad y el campo, y un minucioso y paciente trajín organizativo y de acumulación de fuerzas. Empero, llevamos cerca de un cuarto de siglo, desde la fundación del desaparecido MOEC, en que las noticias registran casi a diario el llamado "¡a las armas!", proveniente de agrupaciones de surtidas siglas y que prenden y apagan con la fugacidad de la luciérnaga. ¿Cómo puede haber ocasión para una guerra insurreccional, si el 14 de marzo y el 30 de mayo últimos todas las tendencias de todos los partidos, con la exclusión del FUP, hicieron de la conciliación de las clases la principal consigna para movilizar al electorado, y el pueblo votó copiosamente por la paz?
El remedio para no caer en tamaños disparates no radica en adoptar la línea de menor resistencia de abstenernos de emitir conceptos sobre el más probable desencadenamiento de los eventos nacionales. Negarse a tomar posición y a elaborar cálculos evita, sí, el compromiso de impartir orientaciones, pero sería tanto como abandonar la pelea por el miedo a equivocarse. Ineludiblemente seguiremos fallando en no pocos diagnósticos; sin embargo, para que dicho fenómeno jamás llegue a constituir una genuina tragedia, extraigamos del materialismo dialéctico e histórico los cánones capitales de la política revolucionaria que nos ayudan a reducir al mínimo el número y la hondura de los errores. Y cuando los hechos saquen a la luz algún desatino nuestro, en primer lugar reconozcámoslo y, obviamente, enmendémoslo, mas aprendamos de él con el fin de incrementar el bagaje ideológico del Partido. Claro que no basta indagar la teoría, nuestro oráculo, que en definitiva se circunscribe a pautas generales y abstractas que sirven sólo de guía para la acción, por lo que el acierto será también hijo del nexo directo con la situación real, a la que habremos de tomarle el pulso continuamente y rastrearla con sumo cuidado, porque "en cualquier momento salta la liebre". Los augurios referentes al 14 de marzo, que nos atrevimos a formular con base en el examen de las contradicciones en juego hasta entonces, en lo fundamental se confirmaron; en cambio, los que para el 30 de mayo repetimos en concordancia con el mismo discernimiento, no. Hubo alteraciones que no notamos o no tuvimos tiempo de notarlas. De ahí la necesidad imperiosa de mantenernos en guardia respecto a los trastocamientos que, particularmente en las temporadas de crisis, se precipitan con la rapidez del rayo.
López Michelsen venía echando senas y barriendo a cuantos se le interponían en su marcha triunfal. Quitó de en medio a Virgilio Barco, el valido de los expresidentes Lleras, y la Convención de Medellín, integrada por sus mayorías legitimistas, lo designó jefe único y candidato a la primera magistratura, cuando hacía unos meses a muy pocos les pasó por la mente que al padre de los dueños de la hacienda "La Libertad" y del analista de futuros de café le quedaran arrestos o le sobrara desvergüenza para postularse de nuevo. No le hicieron la menor mella ni los dardos ponzoñosos de la prensa liberal que lo denigró hasta el cansancio; ni la escisión de su partido, alevosa y paladinamente instigada por Carlos Lleras Restrepo, con el consentimiento sigiloso pero no menos corrosivo de Alberto Lleras Camargo; ni la desautorización que dentro del conservatismo cayó sobre el nombre de Alvaro Gómez Hurtado, su aliado secreto en la aventura del retorno al Poder; ni el fiasco reiterado de las amnistías, por cuya buena ventura de algún modo debía responder, al igual que por el resto de las medidas de la administración Turbay Ayala; ni la tumbada de la reforma constitucional de 1979 a cargo de la Corte Suprema de Justicia, que acusaba la renuencia de uno de los tres órganos del Estado a someterse a la coyunda del Ejecutivo, trayendo a la memoria la frustración de su "pequeña constituyente" y la animadversión en boga contra sus planes transformadores. ¡Nimiedades!, se dijo, y prosiguió su carrera de obstáculos confiado en que, con la turba de manzanillos que lo secundaba y el efectivo espaldarazo del gobierno, cruzaría el Rubicón de las elecciones de mitaca y expedita lo aguardaría la senda hacia el nuevo Palacio de Nariño. Si no había sido posible contenerlo cuando su poderío era todavía una incógnita, mucho menos después que el país constatara la eficacia de la llamada "clase política", tan envilecida pero tan ducha en la labor de arrear las mesnadas de votantes cautivos. De acuerdo con los datos que nos suministraran los camaradas de disímiles regiones, en TRIBUNA ROJA insertamos una narración acerca de cómo se desarrolló aquella ronda electoral, en la que se recalca los trucos, los espejitos y los viciosos procedimientos de que se valen los curuleros del bipartidismo, especialmente los que cuentan con la anuencia de la burocracia gubernamental, para notificar cada cuatro años que ni siquiera las capas más escrupulosas de las oligarquías pueden prescindir de sus buenos oficios, porque ellos son el verbo hecho carne de la democracia colombiana. Además, cuando el poder del dinero y el dinero del Poder por cualquier motivo no logran vaciar la conciencia ciudadana en los moldes de la reacción, el cambiazo en la Registraduría termina imponiendo la voluntad del gobierno de turno sobre el querer de los electores. Que recordemos, así ocurrió en 1970, aquel 21 de abril del que tanto se ha comentado, en que Carlos Lleras, el más "estricto", el más "limpio", el más "recto", el más "ponderado" de los estadistas, puso en sitio al país, apresó en su residencia a Rojas Pinilla y en Tres Esquinas al comando nacional de Anapo, los vencedores de la víspera, y como grosero timador les birló la victoria a la que tenían legítimo derecho por dictamen de las urnas, para sentar en el solio a su favorito de entonces, el señor Misael Pastrana. Algo semejante aconteció en 1978 con el ascenso de Turbay: que el turbio manejo de los cómputos y de la información dejó en el ambiente la desabrida sensación de que el señor Betancur fue víctima de otro timo igual. Tal costumbre, estatuida en código supremo de la actual república, no pierde trascendencia por los contados casos en que no haya sido observada. Antes bien, adquirirá vigor con el robustecimiento económico del Estado, una propensión inquebrantable que se traduce en la reafirmación del sistema presidencialista y en el incremento de las irresistibles inclinaciones antidemocráticas de éste. Y si a lo anterior se agregan la desazón y el pesimismo exteriorizados por algunos de los más furibundos oponentes de la legitimidad, se comprenderá mejor las razones del convencimiento nuestro, y de muchos otros testigos oculares del quehacer político, de que muy difícilmente se evitaría el segundo encumbramiento de Alfonso López hijo (7). Con todo, los liberales descontentos que modelaron o promovieron la facción del Nuevo Liberalismo tuvieron su desquite. A esta pandilla le faltó bastante para establecer su supremacía, como era de esperarse, pero finalmente atajó al odiado usurpador, así hubiera sido al precio de despeñar a su propio partido y de pasar por felona.
Una mirada retrospectiva al interregno del 14 de marzo al 30 de mayo nos permitirá identificar las variaciones que posteriormente determinaron el giro de la balanza hacia el otro platillo. El comando belisarista planificó el debate, esmerándose por llegar a todos los estratos de la sociedad con un nutrido paquete de ofrecimientos, sin parar mientes en la coherencia o viabilidad de sus programas. El resorte del éxito estaba en acicatearle a cada cual sus espejismos de mejoramiento social, el "sí se puede", en una nación desértica y exhausta. Quien en elecciones no tiene promesas, nada tiene, era la máxima del Movimiento Nacional. Además, las gentes hambrientas y confusas ven el cebo pero no el anzuelo. Que a nosotros nos pareciera todo esto demasiado absurdo y repulsivo, como realmente lo es, no quiere decir que a los televidentes no les hubiera gustado más la demagogia delirante de Betancur que la cínica crudeza de López. Y el belisarismo no hizo una sino tres campañas. Las manifestaciones que por su lado efectuaron los más eximios jefes azules en los municipios y veredas recalcitrantemente reaccionarios, las vicarías conservadoras, en donde se predicó la "pura doctrina" y se despertó el sectarismo, conformaron en verdad una gira aparte. Los gestores del Nuevo Liberalismo, que se dedicaron por los medios a su alcance, principalmente a través de los diarios de mayor circulación, a enlodar la de por sí maltrecha efigie del candidato continuista, achacándole la responsabilidad de todos los males pasados, presentes y futuros de la república, fueron los comisionados del trabajo sucio. Y la tercera campaña corrió por cuenta del mismo Betancur, quien no arrojó un guijarro contra nadie y se desplazó por la geografía patria hablando del entendimiento, de la convivencia, del amor, de las bondades de la bondad y de los goces del paraíso terrenal, reservados a los que votaran por él.
Mientras tanto López, que llevaba a cuestas los pesados descalabros de dos administraciones sucesivas, respondió con la improvisada frivolidad del "gallo colorado", restringiendo la controversia a una melancólica defensa de sus catastróficas ejecutorias y a desencantar con el recuento de las evidentes imposibilidades de la nación a una audiencia que suspiraba con los pajaritos de oro pintados por su pródigo y lenguaraz contrincante. Para ilustrar el desorden y la insensatez que prevalecieron en su alto mando, basta traer a colación la metida de pata de Jorge Mario Eastman, quien, segurísimo de la apoteosis del reeleccionismo y sin prever las consecuencias de sus declaraciones, confesó las ganas de ser en 1986 el jefe del debate electoral de la segunda candidatura presidencial de Turbay Ayala. El país intuía que el pacto oculto, suscrito por debajo de la mesa desde 1974 entre los dos más connotados adalides del continuismo, era: "tú me eliges y yo te elijo"; pero que saliera a decirlo descaradamente el Ministro de Gobierno, y a decirlo unos cuantos días antes del 30 de mayo, en un momento ciertamente álgido en que la opinión se encontraba hipersensible y superatenta a la menor novedad de la política, más que una torpeza infinita, constituía una burla intolerable. A la hora de nona, las espeluznantes admoniciones sobre los peligros que acarrearía la trepada de los godos al Poder tampoco surtieron efecto en el ánima conturbada de vastas muchedumbres que ya se repetían a sí mismas: "Pan barato, aunque reine Poncio Pilatos". Y el punto fuerte del déspota del 14 de septiembre de 1977, la trillada paz, se difuminó, porque fuera de que la mayoría de grupúsculos, grupos, facciones y frentes se adueñó de ella, el rechazo que el gobierno le dio a la sugerencia de amnistía presentada por la comisión presidida por Lleras Restrepo, y la polvareda que éste levantó por dicha causa, violando incluso la discreción a que se había comprometido solemnemente, acabaron por desmentir que aque1la iniciativa correspondiera al ideario liberal, tal cual lo pregonaba la propaganda lopista. El Movimiento Nacional jugó doble y sacó a la larga tajada de las incongruencias en que caía la contraparte. A tiempo que alvaristas y pastranistas impugnaban la propuesta de la mencionada comisión, y con ello obstruían la capacidad de maniobra de Turbay, Betancur juraba ponerla en vigencia durante su cuatrienio (8).
Todos estos infortunios, junto a los pedidos de moralización que brotaron por doquier hasta volverse un vocerío ensordecedor de protestas contra las depravaciones del clientelismo, fueron agolpándose en el tramo final de la competencia y dejando en los físicos cueros al "gallo colorado" y al gallinero entero. Igualmente las constantes denuncias contra el Estatuto de Seguridad y la acendrada convicción de que el presidente era un juguete en manos de los militares, contribuyeron poco a poco a que numerosos sectores de las clases oprimidas equipararan y rimaran reelección con represión y continuismo con despotismo. No sólo se declaraba objetivamente antilopista la crisis económica, cuyas devastadoras secuelas de quiebras y concordatos, desempleo y carestía, se iban evidenciando a medida que el régimen anterior llegaba a su término, sino que hechos imprevistos como el conflicto de Las Malvinas, desatado el 2 de abril con la toma militar de las islas por los argentinos, y las innegables repercusiones políticas del vergonzoso papel de "Caín de América" desempeñado por Colombia durante el mismo, cayeron como baldados de agua fría en el campamento liberal y no pudieron menos que rendir inesperadas utilidades a la papeleta del candidato conservador.
Resumamos. Una conjunción de variados factores adversos impidieron a los convencionistas del salón de exposiciones de la capital de Antioquia remontar, en ese postrer domingo de mayo, la última cima de la montaña. Las nuevas trabas surgidas no hicieron otra cosa que agravar la incidencia de los escollos más antiguos y más protuberantes. Después de marzo la división liberal se mantuvo con el único propósito práctico de sustraerle a la legitimidad unos centenares de miles de votos claves, que nunca nadie sabrá cuantificar con exactitud. Y con su bandera de la paz le ocurrió a López algo parecido a lo que narra Hemingway en "El viejo y el mar", que sus enemigos mordieron de ella hasta dejarle únicamente el esqueleto. Las torpezas e improvisaciones de su estado mayor, la agudización de la crisis económica y las luchas sistemáticas del pueblo por los derechos democráticos, los reflejos internos de la malhadada política exterior del gobierno, las arrogancias del "no se puede" frente a las añagazas del "sí se puede", es decir, la concurrencia de pequeños y grandes detalles, sucediéndose unos tras otros e influenciándose recíprocamente, desembocó en la estruendosa derrota de la reelección. (Volver al índice)

La conexidad y las inconexidades entre la política y la economía

Abreviar el análisis con la llana y artificiosa conclusión de que el resultado electoral se deduce del respaldo que a la candidatura Betancur venía ofreciéndole de relance la embajada norteamericana, como comentan algunos; o del visto bueno del ejército, que a la postre frenó los malabares de los caciques, alcaldes y demás prestímanos del oficialismo, como apostillan otros, es tener un criterio muy pobre o muy mecánico de la política. Que el aparato legitimista funcionó deficientemente, no lo niega nadie. Pero que hubo una gigantesca avalancha de votos belisaristas tampoco debiera ser olvidado. La parálisis de la maquinaria ha de explicarse más bien por el repunte arrollador del Movimiento Nacional, que el repunte de éste por la parálisis de aquélla. La política la demarcan en definitiva las pugnas de las clases y de los intereses económicos envueltos; sin embargo, de tal principio, absolutamente válido, no ha de colegirse que al imperialismo y a sus intermediarios les basta tomar una determinación para que ésta se cumpla cual edicto inapelable. ¿Hay acaso en el mundo una persona o una institución que logre satisfacer la plenitud de sus aspiraciones en el lugar y el tiempo esperados? Aun cuando suene normal que una neocolonia se vea constreñida a aceptar los juicios de quienes ejercen la hegemonía, a veces sucede lo contrario, sobre todo en los períodos de crisis, que los dominadores tengan que acomodarse a los veredictos de sus subordinados. Si así no fuese, nunca habría revoluciones ni movimientos de emancipación nacional victoriosos; sin que estemos insinuando nada respecto al pintoresco señor Betancur, a quien los revisionistas de todos los coturnos se han apresurado a saludar como a una variedad de Kerenski criollo, pero que, a pesar de sus desplantes de liberación fementida, no escapa a las presiones de los monopolios extranjeros y colombianos. La cosa atañe al primero de los dos problemas arriba bosquejados: ¿Cuál es la relación entre la economía y la política? Quienes hayan estudiado el abecé con seguridad saben que la política es la "expresión concentrada" o la "síntesis" de la economía; empero, a menudo se echa en saco roto que para el marxismo la historia, con su abigarrado y multifacético mosaico de contingencias, se halla muy lejos de compendiarse simple y exclusivamente en el acaecer económico (9). De otro lado, en el MOIR hemos hecho hincapié en lo que para la lucha revolucionaria del proletariado significa el desentrañar, en los pronunciamientos, actuaciones y propósitos de dirigentes y partidos, la base social, el sustento material, el sello de clase que los distinguen y alientan. Sin ello nos perderíamos en la manigua de las contradicciones políticas, gobernados por la fatalidad, antes que intentar convertirnos en soberanos de nuestra propia conducta. Nunca se insistirá demasiado alrededor de punto tan vital. Esperando que este curso haya sido también aprobado, examinemos ahora en qué sentido y hasta dónde la política dista de resumirse en la economía.
Ya señalamos que en aquella actividad de lo que se trata es de sacar airosas unas fuerzas en el enfrentamiento con otras, y en nuestro caso, de implantar el dominio del proletariado sobre sus expoliadores. Meta que en Colombia requiere previamente de la expulsión del imperialismo y del derrocamiento de sus secuaces, para lo cual habremos de agrupar en un solo frente de combate a todos los destacamentos patrióticos y revolucionarios del pueblo. Como el enemigo no duerme y comprende asimismo de estrategia, hay simultáneamente otro esfuerzo semejante, proveniente de la orilla opuesta, pero a la inversa, ya que se encamina a desarticular a las multitudes sojuzgadas. En la puja por la primacía existe otra diferencia entre el comportamiento del obrero y el del burgués: el primero no necesita ocultarle a nadie sus intenciones, debido a que su bienestar no se funda en la explotación sino en la supresión de ésta, y a que el desarrollo histórico y del pensamiento científico le favorecen; mientras que el segundo, sin disyuntiva, cifra su éxito en los disfraces con que encubra su proclividad (10). Empezando porque aquél no teme difundir a los cuatro vientos que el poder que impondrá será su propio Estado, la dominación suya sobre la burguesía, la dictadura del proletariado. En contraste, los partidos burgueses y revisionistas presentarán siempre la dictadura de las clases expoliadoras como el "Estado del pueblo", compartido por "todos" y usufructuado por "todos". Un gobierno puede o no ser democrático, es decir, que en alguna forma se atenga o no a la opinión mayoritaria de la clase predominante; sin embargo, jamás dejará de ser eso, el predominio de una determinada clase. A distinción de lo que pasa en el socialismo, la democracia capitalista en el fondo toma en cuenta únicamente el parecer de una minoría, o siendo más exactos, el parecer de la mayoría de la minoría. Ninguna libertad, ningún derecho, ninguna independencia cedida o tomada bajo este régimen sacará al trabajador de su condición de paria avasallado. Tal especie de conquistas a lo sumo servirá a las masas asalariadas para obtener más conquistas, hasta que esa secuencia ininterrumpida de logros frustrados, seguidos de mayores necesidades insatisfechas, las preparen y las convenzan de la premura de la revolución.
De ahí que en una sociedad como la colombiana se ponga de manifiesto permanentemente el antagonismo entre las hondas disparidades económicas de las personas y la "igualdad" de los hombres consignada en la Constitución y las leyes de la república. Y que no obstante la despiadada explotación a que se somete a los obreros, campesinos y demás oprimidos, los voceros ilustrados de los beneficiarios del despojo presuman de protectores de la comunidad. Y que cualesquiera concesión, reforma, acontecimiento, sin excluir los culturales, los religiosos, los conmemorativos, vayan a parar al caldero del alquimista de la política de la reacción y se aprovechen indefectiblemente para obtener adeptos, confundir a las masas, o simplemente para neutralizar al adversario. Una declaración altisonante contra la indisciplina de los agiotistas, la estatización de algún banco en quiebra, o la promesa de reducir los intereses crediticios, han sido títulos más que suficientes para que los editoriales de la gran prensa y los mismos comentaristas de la oposición mamerta o promamerta hagan del señor Betancur un apóstol del cambio social, sin reparar en que el nuevo gobierno, en escasos cuatro o cinco meses, ha expedido decretos a granel y suministrado miles y miles y miles de millones de pesos a objeto de garantizar la estabilidad y los ingresos especulativos del capital financiero. O en que la rebatiña por la paz, tan de moda en la actualidad, le confiera a un fulano como Bula Hoyos dimensiones nacionales, transformando por arte de magia al tiranuelo de provincia en el munificentísimo repúblico que enriquece la jurisprudencia de los delitos políticos con los "crímenes atroces", en una sociedad convulsionada por los asaltos a las entidades bancarias, los secuestros y el asesinato. Calar en esa maraña de inextricables paradojas un orden lógico, o calificar a cada quién según el catálogo de prioridades establecidas, es obra de romanos. La política va y viene continuamente de la economía, pero posee vida propia y conforma una galaxia aparte, con sus astros, sus órbitas y sus movimientos característicos, así nos cueste trabajo enfocarlos; hasta el punto de que, dentro de la división del trabajo social, constituye una profesión definida, y la gente que vive de ella, nos referimos a los condotieros del sistema, lo hace en la medida en que guarde las apariencias de libre albedrío e incluso se permita la avilantez de criticar, a la manera de un William Jaramillo o un Agudelo Villa, las extralimitaciones del agio y de la usura en nombre del bien público.
Eso en la esfera interna. En el campo más dilatado de las relaciones internacionales sucede otro tanto. Los países sujetos al saqueo del imperialismo con frecuencia brindan el espectáculo de una burguesía que se comporta díscola y gruñona ante sus amos. La nacionalización de la banca mexicana acometida por López Portillo en las postrimerías de su mandato tuvo todas las trazas de un pugnaz desafío a las agencias prestamistas del orbe, a Washington, a Wall Street, como se estila en esa nación desde los tiempos de Lázaro Cárdenas, y aun más atrás. No obstante, cuando se supo que las oligarquías mexicanas, además de deber la fantástica cifra de 80.000 millones de dólares, habían estado sacando subrepticiamente al extranjero una cantidad de divisas equivalente a la mitad de aquella suma, y que por tal causa el control estatal sobre las finanzas del país se tornó en una exigencia impostergable, y en cierta forma en una garantía para los prestamistas de las metrópolis, sólo los más contumaces seguirán pensando que el partido de gobierno, el PRI, porque se pavonea de revolucionario con sus ditirambos a Cuba, no obedece a los confidenciales designios de sus acreedores. Y a veces no muy confidenciales, puesto que "The Wall Street Journal", absolviendo cualquier duda sobre quién es el que manda, tronó: "Todo el mundo tiene interés en mantener a México a flote. En cambio el mundo y los contribuyentes estadinenses en particular no son tan ricos que puedan darse el lujo de seguir financiando a países que se niegan a corregir sus políticas erróneas (...). El tesoro de los Estados Unidos, por su cuenta y con los consejos del FMI, debe insistir que México acepte condiciones que ofrezcan una esperanza razonable de volver a situarse en una firme posición financiera. Si esto constituye una afrenta al orgullo nacional mexicano, que así sea" (11). Ahora bien, trasladándonos al Hemisferio Austral, nos encontramos una enorme neocolonia, Brasil, tanto o más endeudada que sus amigos mexicanos, sobre la que siempre ha existido la fundada sospecha de que sus gobernantes son, entre los abyectos del Continente, el régimen servil por excelencia, a través del cual la Casa Blanca y el Pentágono transmiten y ejecutan sus ucases, cuando no desean, desgastarse asumiendo la autoría material de la infamia. Sin embargo, de pronto nos tropezamos en los periódicos con noticias como ésta: "'Nadie les puso una pistola en la sien y les dijo: Tienen que pedir 70.000 millones de dólares prestados', dijo en una entrevista reciente el embajador estadounidense, Langhorne Anthony Motley. 'No podemos reordenar toda nuestra política económica para satisfacer a Brasil'. Otro diplomático estadounidense comentó: 'Aunque las resolviésemos todas (las disputas económicas) seguiríamos sin obtener ninguna cooperación política. No se les ve a menudo votando con nosotros en las Naciones Unidas. A menudo es con los soviéticos. No hacen nada por nosotros en América Central, ni en el Cercano Oriente. . . No se les puede molestar con Afganistán'" (12).
Por esas infidelidades de la política con la economía, por esa falta de una estricta correspondencia entre la una y la otra, hemos de soportar casos como los reseñados. Los mexicanos, tan dados a posar políticamente de independientes, y a despecho de su empenachada altivez y de su autosuficiencia, tienen que agachar la mansa cerviz ante los fríos e inmisericordes dictámenes del cálculo económico de los neoyorkinos. Y los desafortunados imperialistas yanquis, con todo el peso aplastante de su oro y el poder de convicción de su economía colonialista, deben lamentarse de las ligerezas políticas de una de las satrapías más sometidas de la Tierra, la brasileña.
Lenin indica: "La república democrática está en contradicción 'lógica' con el capitalismo, porque 'oficialmente' coloca en un pie de igualdad al pobre y al rico. Es una contradicción entre el sistema económico y la superestructura política. La misma contradicción existe entre el imperialismo y la república, ahondada y agravada por el hecho de que el remplazo de la libre competencia por el monopolio 'dificulta' más todavía la realización de la libertad política" (. . .) "La contradicción entre el imperialismo y la república es una contradicción entre la economía del capitalismo de nuestros días (o sea, el capitalismo monopolista) y la democracia política en general" (13). Desde cuando se escribieron estas frases el proceso de incremento de la fuerza económica del imperialismo no ha cesado. Debido al alto grado de centralización a que llegan hoy los monopolios, contemplamos cómo uno solo de esos pocos colosales conglomerados abarca las más disímiles actividades industriales y sus operaciones se extienden prácticamente por el globo entero. Las agencias prestamistas internacionales, cada vez más entrelazadas y poderosas, convergen al Banco Mundial que, como su nombre lo revela, consiste en una entidad supergigantesca para todo el planeta; y el Fondo Monetario Internacional se encarga de asir por el cuello a los países receptores de los empréstitos foráneos a fin de que apliquen las políticas monetarias, fiscales, comerciales y de inversión más saludables para el feliz funcionamiento del sistema en su conjunto. Sistema que por tanto ha acentuado las tendencias antidemocráticas y despóticas que le son inmanentes. No obstante ha habido un giro sustancial, la generalización del neocolonialismo, enderezado a que el desvalijamiento de los pueblos se adelante sin que la metrópoli tenga que ocupar directamente los territorios extranjeros que están bajo su influencia. El imperialismo esquilma las naciones pero les tolera la república, la democracia y la independencia política. Los Estados Unidos, que concurrieron a la Segunda Guerra Mundial agitando tales postulados y que salieron gananciosos hasta el extremo de establecer a la sazón su hegemonía universal indiscutida, fueron los comisionados de propalar esta modalidad de saqueo colonialista, en cierta forma nueva y que encuadra perfectamente con la creciente omnipotencia de los monopolios (14). La inversión de los capitales extranjeros, el endeudamiento externo, la sujeción de la industria nativa a los suministros, maquinarias y tecnología de los grandes consorcios, la inundación del mercado interno con las mercaderías traídas de fuera y hasta la necesidad de obtener unas cuotas vitales en la vastedad del comercio de los magnates del emporio para los productos básicos de las zonas atrasadas, crean en éstas lazos de subordinación económica con las potencias imperialistas, más difíciles de trozar que las otras cadenas de la sojuzgación política. A los gobernantes de las neocolonias se les permite la autonomía del caso, para que zapateen y gimoteen cual lo hacen las burguesías de Brasil y de México, con tal de que paguen en dólares contantes y sonantes los costosos compromisos contraídos con el imperio. Lo cual no quiere decir, de otra parte, que hayan desaparecido las anexiones, las tomas territoriales, la invasión armada de unos países por otros, a las que son particularmente afectos el socialimperialismo soviético y su agente más activo, Cuba. Sólo perseguimos subrayar la polarización que en la actualidad se desarrolla impetuosamente, como en ninguna otra época anterior, entre la extorsión económica imperialista y las expresiones republicanas de gobierno.
Si Moscú revive el vandalismo de la Santa Rusia y se inclina hacia el modelo de dominación directa, mediante el traslado de tropas agresoras a las regiones que paran en sus garras, cual lo hace en Indochina con los fantoches vietnamitas, en Angola con los peleles cubanos y en Afganistán con sus propias unidades, ello responde no únicamente a que abogue por un nuevo reparto de un mundo aherrojado de antaño por los viejos imperios, sino también a que el escaso poder competitivo de sus fuerzas productivas lo lleva inevitablemente a emplear la superioridad bélica, a cuyo desmedido incremento le ha dedicado durante lustros sus principales esfuerzos. En contraste, las otras potencias del ámbito occidental, incluido Japón, por lo regular han franqueado las puertas de las naciones del Tercer Mundo con la llave de una productividad considerablemente elevada, estrujándolas de modo menos bárbaro, más "civilizado", pero con menores costos y mayores dividendos. Tan escurridiza y demoledora resulta dicha arma, que con la crisis de superproducción en que se debaten tales Estados, hállanse impelidos a tender sus tupidas cortinas proteccionistas, restringiendo al máximo la circulación de las mercancías y admitiendo con ello que exclusivamente les restan las disposiciones extraeconómicas, vale decir, coercitivas, violentas, beligerantes, para medio capotear la tormenta que se les vino encima, y que no es otra, paradójicamente, que la abundancia de productos carentes de compradores.
Los habitantes de muchas neocolonias aún disfrutan de una infinidad de prescripciones democráticas, en el papel y en los períodos de relativa calma, desde luego, pues a la hora de la verdad no cuentan con ninguna, y menos con la más decisiva, la autodeterminación nacional. Son innumerables las aspiraciones de las masas a las que los políticos de la oligarquía acuden a atender de mil maneras, todas igualmente engañosas. Sin remedio, los ofrecimientos, las reformas, los halagos que propaga la reacción organizada, tan variados y comedidos como se quiera, terminan claudicando ante los incentivos pecuniarios de la expoliación. El señor Betancur no desperdicia una sola de las graves dolencias del país para referirse a ella haciéndose propaganda y brillando de redentor. El sabe que uno de los anhelos más sentidos de extensas capas de la población colombiana ha sido el de preservar la soberanía de la patria, a cada paso mancillada y escarnecida por los desafueros de los consorcios imperialistas, fundamentalmente los de Estados Unidos. El habría de darle a tal demanda una complacencia, al estilo típico de las filisteas clases dominantes, y de improviso resolvió, en medio de un rifirrafe fenomenal, la afiliación de Colombia al bloque de Países No Alineados. Audacia superior a la de adherir el partido liberal a la Internacional Socialista de Willy Brandt y que en su momento no causó el menor impacto entre los correligionarios de Alfonso López. Osadía mayúscula por la cual el gobernante recaba las loas de sus agradecidos gobernados. Mas no fue óbice para que el canciller Rodrigo Lloreda respaldara en San José de Costa Rica La Iniciativa para la Cuenca del Caribe de la Casa Blanca y que, como una obsequiosa reciprocidad a la reciente visita de Ronald Reagan a Bogotá, personalmente el presidente comunicara que los capitales foráneos venidos a Colombia estarán exentos de algunas de las restricciones previstas en el Pacto Andino. Dos mercedes demostrativas de cuáles son ciertamente las preferencias que anidan en el alma del sucesor de Turbay, no tan distantes a las de éste, pese al improvisado do de pecho, salido de tono, con que acogió a su colega norteamericano y pese a que depositó su votico de rebeldía a favor de Nicaragua en las Naciones Unidas. No es extraño que los mandatarios latinoamericanos se barnicen de izquierdistas, protestando públicamente contra determinadas acciones piráticas del imperialismo, como lo hicieron ante la ofensiva militar emprendida por Inglaterra y Estados Unidos sobre Las Malvinas; sin embargo, no fue más que eso, unos cuantos brochazos de latinoamericanismo, pues se cuidaron de adoptar la menor medida eficaz en pro de los argentinos y algunos llegaron hasta colaborar furtivamente con la expedición punitiva, tal cual lo destapó el exsecretario de Estado, Alexander Haig (15). La otra treta no menos oportunista es la puesta de moda en Colombia por el señor López Michelsen, que soltaba, de golpe, sus elogios de la revolución cubana para que Fidel Castro expresara en La Habana: "He ahí un burgués avanzado", siendo que todos estos mozos de cuerda de los potentados yanquis lo que ambicionan, en sus subconscientes, es llevar a cabo las mismas fechorías que realizan los socialtraidores de Cuba por orden de la Unión Soviética, pero en beneficio de la superpotencia de Occidente y sin que nadie les cale el capirote de "¡lacayos!".
De lo referido hasta aquí deducimos, en primer término, que ninguna libertad republicana ni ningún no alineamiento coloca a salvo a las naciones, y sobre todo a las más débiles y rezagadas, de la ruinosa explotación del imperialismo. La plena soberanía, bien en la esfera de la democracia, bien en el terreno de la construcción material, será inalcanzable sin una serie de revoluciones. Y en segundo término, que esa variedad de no alineamiento que combina la retórica antiimperialista con graciosas concesiones a los monopolios extorsionadores y con la esporádica galantería hacia el expansionismo prosoviético, constituye políticamente una estafa al pueblo, una vulgar agitación del nacionalismo, a lo sumo conducente a extraer miserables canonjías de la disputa entre las superpotencias.
Algo similar se presenta con la perorata del señor Betancur acerca de su mesiánico combate contra la concentración de las sociedades anónimas en unos pocos dueños y contra los excesos especulativos del capital financiero, como si la vida económica pudiera reglarse de acuerdo con los cánones políticos que hablan de la "igualdad" de los hombres ante el derecho y del respeto a la voluntad mayoritaria, o como si el desarrollo en la sociedad capitalista no se enrutara naturalmente hacia la monopolización, con todas sus presentables o impresentables consecuencias. Tendencia centralizadora que bajo el socialismo alcanza su máximo apogeo, pero tras la supresión de la explotación y con base en el control estatal en manos de los trabajadores. El intento de "democratizar la propiedad", consigna absurda y retardataria, la han blandido en Colombia quienes sueñan con retrasar el reloj de la historia. Impedidos para asumir las soluciones revolucionarias del proletariado, que se fundan en la colectivización de los instrumentos y medios productivos, partiendo hacia adelante y no hacia atrás de lo legado por el imperialismo, se empeñan en dulcificar las atrocidades de éste, evocándole los tiempos muertos de la libre competencia y de la apropiación "equitativa" de los bienes.
En escasos cinco meses y medio que lleva el régimen betancurista, su taratántara por la desconcentración de la riqueza, en lugar de las recompensas predicadas, ha contribuido sorprendentemente a inflar los negocios de los estratos más encumbrados y consentidos de la fortuna. Empezando por que la alarma con tantos concordatos, quiebras, fugas y detenciones de banqueros, acrecida con las altisonantes declaraciones de los funcionarios que anunciaban severos castigos para los defraudadores de la confianza pública, lo primero que produjo fue un traspaso masivo de los dineros del ahorro privado hacia los dos o tres pulpos más reconocidos y solventes, y hacia las instituciones de carácter oficial, en detrimento de las entidades pequeñas y medianas. A la par, el Ejecutivo puso a disposición de los grupos financieros sumas enormes de su peculio con varios puntos por debajo de la tasa vigente, concesión que se justificó como un hermoso gesto del gobierno para amainar las turbulencias, contrarrestar la descapitalización reinante y, por supuesto, restarle impulso a la inflación. Se recibe con la izquierda y se entrega con la derecha. Pero con un ítem: en un país donde la ley señala un tope al interés crediticio para proteger a la ciudadanía, la justicia otro más alto para dirimir los pleitos y los financistas un tercero todavía mayor para esquilmar a sus clientes, el que la banca, por motivo de los estruendos y trastornos, tenga acceso a captaciones tres o cuatro por ciento más baratas, redundará indudablemente en un incremento de sus utilidades. Y puesto que la zarandeada desconcentración de la grande industria se estrella contra la valla insalvable de la baja o nula rentabilidad de sus papeles, por lo cual no son atractivos, los expertos del equipo económico gubernamental, luego de devanarse los sesos, tuvieron la disparatada idea de crear con plata del Estado un fondo multimillonario en las corporaciones financieras, a objeto de que éstas suplan la falta de demanda y compren las acciones "democráticas" que emitan los empresarios, con el requisito, eso sí, de que posteriormente las transfieran a las personas del común que las vayan requiriendo. Esto sucederá cuando la producción se recupere del marasmo en que se halla. ¿Y mientras tanto? Y si no se recupera, que será lo más probable, ¿no desembocaremos al mismo llanito del progresivo apoderamiento de las empresas por parte del capital financiero, y con recursos públicos? Como en la fábula aquella del hombre que entre más huye de la muerte más pronto se la topa, el buenazo de Betancur no escapa a su trágico sino de robustecer los privilegios excluyentes con sus decretos desconcentradores.
Hasta su reforma fiscal, que marcha al compás de la corriente de moda de subir los impuestos indirectos y bajar los directos, artificio con el que paga proporcionalmente más la base laboriosa que la cúspide parasitaria, se tradujo en notorio alivio para la gran burguesía y los grandes terratenientes, principales indultados con las reducciones en las llamadas "doble tributación", "ganancias ocasionales" y "renta presuntiva". A los evasores, pertenecientes a las capas adineradas, porque al trabajador se le ha descontado por anticipado a través de la "retención en la fuente", a los evasores, decimos, lejos de perseguirlos, sancionarlos ejemplarmente y compelirlos a que tributen lo estipulado, se les amnistía, y sólo mediante la merma de los gravámenes se les disuade a que no incumplan sus deberes hacia el fisco. Aunque López y Turbay habían hecho lo suyo para sacar a la superficie la "economía subterránea" del narcotráfico, del contrabando y de la usura, a Betancur le ha correspondido el dudoso honor de absolverla de todas sus culpas.
Desde la caída de Rojas Pínula y la restauración de la democracia, los regímenes que han desfilado ante los ojos de los colombianos, limitándonos a este último lapso del transcurrir nacional, han recurrido al expediente de pulsarle al pueblo las fibras del patrioterismo y del civismo, para que en noble acto de desprendimiento acepte complacido las austeridades y los sacrificios que siempre le solicitan, o le exigen, los detentadores del Poder. Cada mandatario luce sus maneras que lo distinguen, mas invariablemente todos se han mostrado, como tal vez lo dijimos alguna vez, derrochadores ante los opulentos y cicateros, profundamente cicateros ante los desposeídos. Obvio que modo tan insólito de repartir el bienestar colectivo se disimula con múltiples patrañas, que van desde la famosa concertación entre gobierno, patronos y esquiroles, hasta la costumbre de aprovechar ladinamente las festividades de fin de año para desestancar las alzas. Cuando López instaló su tripartita puntualizó enfáticamente: "Si se van a imponer sacrificios que ellos recaigan por igual sobre todas las clases". Los trabajadores recuerdan cuántos sufrimientos les costó aquella justiciera aclaración. Ahora enfrentamos al señor Betancur, recibido también con júbilo por su sensibilidad social y pletórico de comisiones pluralistas, pactos, diálogos, acercamientos entre explotadores y explotados. El también les ha pedido a los obreros que se conformen con un 20% de aumento salarial, cuando la carestía sobrepasa con creces dicho margen. El también se acordó en navidad de los pobres y, de Niño Dios, promulgó sus providencias de elevación de los precios de la gasolina, del impuesto vial, del transporte urbano, de los avalúos catastrales, de las tarifas de los servicios públicos. El también descubrió la fórmula para ejecutar las peores infamias sin perder el aura de transformador; y la ha aplicado con tal maestría, que el excompañero jefe, anonadado, no pudo menos que admitir: "El doctor Betancur se desdibuja de las ideas conservadoras y se confunde con las ideas liberales" (16). No obstante hay una sobresaliente diferencia de cantidad. Nadie ha sido, en tan corto tiempo, tan derrochador ante los opulentos y tan cicatero ante los desvalidos como el cabecilla del Movimiento Nacional. A la banca le ha entregado no se sabe a ciencia cierta cuántas decenas de miles de millones de pesos, entre el pago de las deudas de los financistas desfalcadores, el traslado de depósitos de las entidades oficiales a las privadas, el establecimiento de las partidas para la compra de las acciones "democráticas" y demás redescuentos y prebendas. A los acaudalados tratantes del café les donó de tres a cuatro mil millones con el recorte del impuesto ad-valorem. En cifra análoga aumentó el subsidio del CAT, del que tradicionalmente se han lucrado no pocos avivatos a costa del presupuesto público, a pesar de la contracción del mercado mundial que a nosotros nos afecta de preferencia. A los monopolios textileros no solamente les regaló cerca de mil millones para ayudarles en la compra del algodón, amén de otras franquicias comerciales y arancelarias, sino que les renegoció sus débitos insolutos y les otorgó nuevos préstamos, en condiciones por demás dadivosas. Privó al erario en bancarrota de no se sabe tampoco cuánto con las millonarias exenciones fiscales dispensadas a los ganaderos, a las sociedades anónimas, a los agiotistas, a los evasores. Hasta los algodoneros han recibido su empujoncito. Sin embargo, en esta fiesta de la prodigalidad, a la masa obrera, que verá notablemente menguados sus ingresos por la espiral alcista ocasionada por las mismas medidas gubernamentales, el despilfarrador le regatea hasta el último centavo, porque ese centavo podría echar a pique los previsivos planes de austeridad y disparar la inflación.
Nos lloverán los argumentos de que es demasiado temprano para emprender un paralelo entre la administración recientemente instalada y las anteriores. Empero, a los corifeos del régimen les va a quedar harto engorroso desmentir las elocuentes similitudes presentadas entre la una y las otras, pese a las disparidades de matiz o de estilo. Hemos puesto suficientes ejemplos de cómo el locuaz presidente, tanto en el campo nacional como en el internacional, acaba con frecuencia comiéndose sus propias palabras. Fenómeno por demás explicable si se advierte que a Betancur, quien posa de ingobernable, le ha correspondido gobernar una crisis que no tiene precedentes, y en corto término se ha visto obligado a pronunciarse frente a cada clase y frente a cada problema del país. Como se afana por conservar la aureola de demagogo independiente que lo condujo al más alto sitial de la república, sienta su encendida protesta por que Estados Unidos nos trate cual su "patio trasero"; pero como Colombia es de hecho una neocolonia colgada de la escarpia norteamericana, le implora a ese mismo imperialismo que doble sus aportes al BID, con que nos prestan para sujetar el "patio" (17). Como oficia de sumo sacerdote de la moralización, condena a las llamas del infierno a los banqueros disolutos y concupiscentes; pero como el sistema se encuentra preso en las marañas del capital financiero, paga con moneda insana los astronómicos autopréstamos de don Félix Correa y sus congéneres en aras de la estabilidad y de la credibilidad bancarias. O sea que en medio de los mitos políticos que ha fabricado el señor Betancur para escalar al mando de la sociedad oligárquica y consolidarse en él, difusa pero inexorablemente se van imponiendo los intereses materiales de esa sociedad y de las clases que la regentan.
Aunque la política juegue su juego y se vanaglorie de su comportamiento autónomo, a la postre la economía la llama al orden y la usa. Esta norma, la más fundamental del desarrollo social, nos permite entrever el rumbo de los acontecimientos, no en su anecdotario, no en la pormenorizada, aleatoria e imprevisible trabazón de los hechos concretos, sino en sus lineamientos generales e inevitables. Por eso el proletariado ha de ceñirse al análisis económico para no dejarse hipnotizar con las gesticulaciones del enemigo, y antes bien seguirle la pista y atraparlo en sus inconsecuencias con precisión científica. Mas reducirlo todo a la economía sería sencillamente un despropósito. Configura una petulancia insoportable presumir que el conocimiento de aquélla nos
basta para aprehender y calcular las complejidades de las manifestaciones políticas. La política es la lucha por el predominio, en que la correlación de fuerzas se altera a cada momento tras las maniobras y las acciones de los contendientes que se influencian de continuo entre sí, generando mutaciones inusitadas y produciendo una resultante, el movimiento en su conjunto, al que todos han contribuido sin que dependa exclusivamente de ninguno. Y mediante este insondable mar de casualidades el factor económico ha de exteriorizarse para expedir su fallo irrevocable. En ello estriba su carácter absoluto. Su relatividad radica en que no está entre sus atribuciones escoger ni el cuándo, ni el cómo, ni el dónde expresarse (18).
Además la política —y ya lo dijimos también arriba—, aunque esté impregnada hasta los tuétanos de los alicientes de clase, se rige por sus leyes, cuenta con su historia, y los fantasmas del ayer la atormentan tanto o más que el hoy acuciante o el mañana incierto. "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (19). ¿Acaso la pugna entre las actuales casas dinásticas en las que durante más de medio siglo se han dividido los partidos liberal y conservador no tuvo decisiva injerencia en el desencadenamiento del 30 de mayo? Los primos Lleras habían sido expulsados a puntapiés de las toldas de la legitimidad por el hijo de Alfonso López Pumarejo, y aquéllos no repararon en deslealtades ni en conjuraciones con tal de no descender a la fosa sin antes haber saboreado las mieles de la venganza. Dentro de la guerra fratricida liberal, la cual copó buen espacio de los agotadores comicios de 1982, pesaron indudablemente más estos odios añejos que las formulaciones programáticas o las entelequias doctrinarias tras las que se batallaba o se simulaba batallar. A esos dos ancianos disidentes, que habían ocupado la primera magistratura y desde ella ejercieron con pericia la mayordomía a favor de Estados Unidos y en menoscabo de la nación, los contemplamos al final de sus existencias cerrando filas con las capas descontentas de la burguesía industrial y con los impugnadores de los privilegios financieros, y arremetiendo furibundamente contra quien en la campaña le incumbió, más que a ningún otro, la defensa de la línea oficial en sus rasgos relevantes: en el caso de Las Malvinas, al lado de las agresiones armadas del imperialismo; durante la polémica sobre el contrato de El Cerrejón, de parte del saqueo de los consorcios extranjeros; frente al escándalo de los autopréstamos, con la concentración monopólica de las finanzas; respecto a la cruzada de la moralización, junto a las corruptelas del clientelismo, y así en torno a muchas de las medidas del gobierno, ante las cuales el candidato y jefe único del liberalismo aparecía, quisiéralo o no, como la encarnación viva del continuismo. El epílogo del drama lo conocemos. Ahora los expoliadores foráneos y sus intermediarios tendrán que hacer valer sus aberrantes prerrogativas a través no de quien fuera incinerado en el debate electoral por su fe en las abominaciones del régimen, sino del undívago y gárrulo señor Betancur que, aun cuando también les ha servido, se esmera demasiado en maquillar su imagen.
De todo lo dicho se desprende que no resulta tan fácil atinar en cuanto a los vaticinios políticos, por los aspectos involucrados, por los imponderables, por la naturaleza misma de la cosa; y sin duda nos equivocaremos en lo sucesivo no escasas veces. Aunque el MOIR es quizás entre las agrupaciones revolucionarias la que más se ha preocupado por el desenvolvimiento de las cuestiones económicas y políticas, las cuales hemos sabido entrelazar y distinguir con algún tiento, en las elecciones pasadas nos descuidamos en la pesquisa minuciosa de las vueltas y revueltas de las luchas interpartidarias. Ya enumeramos algunas de aquellas alteraciones que mediaron entre el 14 de marzo y el 30 de mayo, y que de haberlas sopesado a tiempo probablemente nos habrían cambiado el pronóstico que hicimos. Contamos no obstante con una atenuación, que constituye otra falla, la carencia de una prensa periódica, cuya salida frecuente nos permita y nos fuerce a exponer nuestros juicios de manera más puntual, conforme se vayan precipitando los acontecimientos; necesidad imperiosa para un partido con todas las letras, que hace rato dejó de ser la abreviatura de unos cuantos núcleos de camaradas perseverantes pero desconectados de las masas y de la política. Nos compete seriamente recapacitar sobre tales materias, y corregir. Sin el análisis económico no conseguiremos visualizar la elíptica obligada de los multifacéticos sucesos sociales, ni calaremos en las sinuosidades y zigzagueos de dirigentes y partidos los móviles de clase que los definen. Mas aprendimos igualmente que la política se atiene a sus propias leyes particulares, recibe influencias de diverso tenor, no sólo de la economía, y se transmuta comúnmente con mayor velocidad que ésta; aspectos a los que habremos de otorgarle su debida importancia si no queremos que nuestras cabezas rueden como las de los astrólogos del medioevo.
Por lo demás retendremos siempre en la memoria, para no amilanarnos ni desesperarnos, que aun cuando los artilugios partidistas de la burguesía logren solapar sus farisaicas intenciones, a la postre el interés material pondrá inexorablemente su faz al descubierto. Tampoco pasaremos por alto que toda licencia democrática, concedida o arrancada, no ha de ser en nuestras manos un pretexto mamerto para lucubrar alrededor de las benevolencias de los verdugos de turno, sino un arma más, enfilada contra ellos. Y en la pelea, acometida en todos los terrenos y sean cuales fueran los disfraces en que se enfunden los expoliadores, confiaremos en la invencibilidad de la táctica marxista del proletariado, que supedita nuestra acción a las fluctuaciones de la lucha de clases, y no al contrario, ésta a las fluctuaciones de nuestros deseos. No requerimos agudizar nada, anticipar nada. La crisis es más grave e irreversible de lo que suponen nuestros detractores, y viene en nuestra ayuda. Los actos tragicómicos que estamos presenciando ya concluirán. Cuando se acabe la función y el bufón baje del escenario, los espectadores habrán de advertir que sólo escaparon de la cruel realidad durante un rato de distracción. (Volver al índice)

De la cima a la sima

Pese a que al gobierno de Betancur le falta bastante trecho por recorrer, las contradicciones en que ha caído en estos meses de euforia contagiosa simbolizan una especie de punta del iceberg, indicativa de la mole gigantesca de explosivos embrollos que yace bajo la tranquila superficie. Si ha habido en la historia reciente del país un hombre público que deba su feliz carrera al ocultamiento de cuanto representó en el pretérito, de lo que realmente representa y de lo que aspira a representar, ese es el Ministro de Trabajo del 23 de febrero de 1963 y el antiguo protegido de Laureano Gómez. Desde el lanzamiento de su candidatura, fraguada como un liderazgo de unidad nacional y no como una mera bandería partidista, buscó velar dos hechos de bulto; el uno, que los remos de su movimiento pertenecían a los avejentados y rivales caudillos del conservatismo, a los que él podría aglutinar sólo en la medida en que los complaciera ciegamente; el otro, que sus desprendidas y espontáneas ofertas de compartir el gobierno con el liberalismo obedecían a que el funcionamiento de la república y el equilibrio del Poder se fundamentan en la responsabilidad conjunta de los partidos tradicionales, piedra angular de la democracia oligárquica colombiana, insertada en la Constitución a partir del plebiscito del 1º. de diciembre de 1957. Tal norma ha sido mirada con más simpatía por los conservadores que por los liberales, pues éstos, no obstante su derrota de 1946, y ahora la de 1982, han ostentado netamente la mayoría durante medio siglo. Por eso el liberalismo, que acoge a pie juntillas el artículo 120 de la Carta, ya que de otra forma el régimen carecería de solidez necesaria, le achaca a la incómoda y retrógrada compañía del aliado sus fiascos administrativos y sus precarias realizaciones en el campo social. En contraste, los jerarcas godos, menos populacheros y más mermados, han abogado usualmente por los convenios entre las dos divisas y se inclinan más a alabar las bendiciones y las excelencias de la gran coalición.
Con aleluyas celebró Misael Pastrana el arribo del turbayismo a la conducción del Estado, al que abrumó de elogios simplemente porque, conforme a su saber y entender, de la "participación burocrática" se pasó a la "coincidencia en torno de una ambición nacional", cimentándose el entendimiento para el "rescate de la seguridad", para "garantizar la moral pública" y "modernizar las instituciones". Y concluyó: "Lo esencial es que el presidente Turbay ha prospectado acertadamente el espíritu nacional de gobierno con el retorno al diálogo, el respeto, el auténtico bipartidismo y la concepción del gobierno con acuerdos" (20). ¡Cuántos miramientos le mereció la llegada del anterior cuatrienio al más encarnizado contradictor de los dos últimos regímenes y principal garante de Belisario Betancur! Con todo, y en medio del extendido desgano por el contubernio bipartidista, tan desvencijado y desconceptuado por sus embustes, su sevicia y sus proditorias entregas de la nación, si se ambicionaba vencer a los confalonieros del reeleccionismo, había que hallar un prócer que pareciera desligado de tamañas ignominias, aun cuando le tocase luego culminar las obras inconclusas de su antecesor; un figurón que no interpretase a nadie, aunque tuviera que obedecer a todos sus patrocinadores; un oso de circo que atrajese las muchedumbres a las arcas triclaves, así escasease de cauda propia. ¿Y quién más adecuado que el lobato de Amaga? Por eso cuando éste integró el gabinete pidió prestado ministros pastranistas y lleristas, y no encontró otro medio de expresar su insumisión que escogiendo a unos cuantos lentejos liberales y dándole una sola cartera al alvarismo. En menos de un mes ya había sido víctima de las andanadas de su socio de la coalición, el turbolopismo, el cual, no obstante lo desconcertado que se nota tras la derrota de mayo, conforma la bancada más numerosa del Congreso y conserva su andamiaje político a lo largo y ancho del país. Un antagonista potencialmente peligroso de volcarse en masa hacia la oposición, por lo que Betancur, además de remitirle melosas misivas propiciando el acercamiento y la temperancia, ha de darle de comer en la mano. Y por encima del estupor de muchos de sus sufragantes exaltó a la designatura a Gómez Hurtado, distinguiéndolo como reemplazo suyo en los casos de las ausencias temporales o definitivas. ¡Voluntad tornadiza la del fláccido mandatario! Como le había negado a aquél unos puestos en las nóminas ministeriales, en contraprestación tiene que entregarle el segundo cargo de la república, el primero en la escala de la sucesión presidencial, y colocarlo, a la espera, en la antesala de su despacho (21).
El día en que vetó el alza de las dietas de los congresistas, una de las exiguas atribuciones que aún le quedan al cuerpo legislativo, éste, en un arranque de inusitada soberbia, lo reprendió por el fracaso de su política de pacificación y las exageraciones de sus desplantes moralistas, como pocas veces en el país un Parlamento haya desautorizado a un presidente. Aunque la prensa se cuidó en quitarle trascendencia al litigio entre las dos potestades, la proposición de la Cámara, expedida casi por unanimidad, rehusaba abruptamente la invitación del gobierno a asistir a la cena de festejo por la ley de amnistía que perdonó a terroristas y alzados en armas, en consideración a que, ante el "vil asesinato de personas como doña Gloria Lara de Echeverri, resulta inoportuno, cuando menos, celebrar una paz inexistente"; y para contribuir así "al fortalecimiento de las finanzas gubernamentales y al respeto por el sentimiento de dolor que embarga al pueblo colombiano" (22). La sarcástica y tajante censura propiciada por turbayistas, lopistas, galanistas, santofimistas, pastranistas y alvaristas, fuera de revelar los resquemores de las clases dominantes por los devaneos presidenciales en torno a tópicos tan delicados, refleja la sorprendente fragilidad de una administración, encomiada como ninguna otra, pero que en cualquier aprieto no halla quién rompa una lanza por ella. Es que Betancur, cual Ave Fénix, emerge de entre las purulencias de los estratos oligárquicos, personifica la reputación de un sistema carcomido por tantas degradaciones, media de crédito inédito ante los aclimatados escepticismos. Mientras más hondo caigan en la estima de las gentes las desahuciadas instituciones; mientras más repulsa se sienta por las liviandades del Congreso, los derroches de la burocracia, las defraudaciones de los financistas, los deslices de la justicia; mientras más se sospeche de la integridad del ejército, de la corrección de la "clase política" y de la entereza de la prensa; mientras más crujan abajo los cimientos del derruido caserón, más impoluta brillará en las alturas la estantigua del inquilino del Palacio de Nariño. A poco de posesionado, Belisario Betancur se percató de que su fortaleza estaba en las debilidades de la sociedad que habían puesto bajo su custodia, y desde entonces se las ingenia para aportar taimadamente al desdoro de los valores establecidos. Y aunque los militares, los burócratas, los magistrados, los empresarios, los editorialistas, los políticos, se mortifiquen con las sátiras del presidente, han de sufrirlo con estoica resignación, porque es "su" presidente, la augusta majestad de la república, de "su" república rehabilitada a la manera belisarista, la manera al fin concebida para medio resguardarla de los embates de la crisis. Han de rodearlo porque hizo renacer la mística perdida y asegura que domeñará la inflación, los elevados intereses crediticios, la concentración económica, las excesivas peticiones sindicales; repartirá vivienda a los destechados, cupos universitarios a los bachilleres, tierras a los amnistiados, empleo a los cesantes, y redimirá a los industriales, agricultores, indígenas, artistas y cerebros fugados. Pero en ello, precisamente en ello radica la endeblez de dicho proceso político, que después de tantas falencias, decepciones y arbitrariedades, la recuperación del régimen, el fanatismo que inspire, el aplomo de sus actos, dependan exclusivamente del individuo que se introdujo a la cabina de mandos de la nave del Estado extorsionador y desvaría con "defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos" (23).
Desde el primer momento en que comenzó su mandato y hubo de descender de la poética demagogia a los hechos prosaicos, se revelaron las insuperables contradicciones que habrán de atormentarlo cuanto dure su período. La lucha contra la corrupción administrativa, contra el clientelismo, por la depuración de las costumbres nacionales, fue sin duda la nota más retumbante de su propaganda electoral. Claro que la cruzada por la moralización la entendió siempre como la predica el burgués, que las corruptas son las criaturas y no las leyes ni las entidades, la mejor forma de ser conservador. Se ponderaba que cuando menos seleccionaría a sujetos sin antecedentes para rellenar la lista de sus empleados más cercanos. Sin embargo, dos de los gobernadores nombrados no pudieron ni siquiera asumir, pues se hallaban envueltos en serias irregularidades delictuosas. El del Atlántico, Carlos Rodado Noriega, siendo Ministro de Minas le había traspasado venalmente a la "Compañía Minera Marathón Ltda.", subsidiaria de una firma extranjera del mismo apelativo, considerables reservas carboníferas, situadas en el departamento del Cesar y estimadas en 200.000 millones de toneladas. Y el del Cauca, Carlos Zambrano Ulloa, estaba comprometido hasta el alma en el sonado caso del Banco del Estado, en el que se le sindica de servir de mediador ficticio de los autopréstamos con que efectuó sus escabrosas transacciones financieras el grupo de Jaime Mosquera Castro, hoy en la cárcel. Al de Antioquia, célebre por los negocios entre sus empresas particulares y el gobierno seccional, tampoco consiguió ampararlo de las dentelladas de la crítica; pero sólo le vino a aceptar la renuncia hasta el final del año, procurando que las festividades navideñas asordinaran el escándalo. Y que nos acordemos, con los de Nariño, Boyacá y Meta le sucede algo análogo. Al primero se le inculpa de haberse lucrado desenfrenadamente con viáticos departamentales; al segundo se le atribuye intento de soborno a los jueces, en el afán de favorecer al suegro incurso en un peculado a la Lotería de Boyacá y en una emisión ilegal de cheques, y del tercero no se olvida que la Procuraduría ya lo sancionó una vez con la solicitud de destitución, debido a infracciones en el desempeño de la comisaría del Vaupés. Estos son los pulquérrimos y eméritos emisarios de la ética belisarista, los destinados a erradicar los pútridos tumores de la desfalleciente Colombia. Entonces el estricto señor Betancur, como no puede hacerla en grande, la emprende en pequeño bramando contra la bandada de funcionarios anodinos y anónimos: "¡Que tiemblen los pillos!" (24). Pero ello más que una moral, es una doble moral, la de tapar con el cohecho de alguaciles e inspectores la concusión de gobernadores y ministros. A eso se reducen los votos por la purificación de las costumbres, tanto los proferidos por el candidato elegido como los depositados por sus electores, a que los eximios traficantes corrompan con su ejemplo a sus subalternos y luego los reprendan por dejarse corromper. Las masas captarán más temprano que tarde las razones de fondo de tamaño fariseísmo. O por lo menos a las fuerzas revolucionarias les sobrará material ilustrativo para instruir cómo la podredumbre del sistema, al igual que la explotación o la sujeción a los monopolios extranjeros, es uno de sus sustentáculos básicos, al que no se corta sin echar al suelo toda la estructura. Cosa en la cual ningún Belisario Betancur está ni remotamente interesado.
Ya hicimos ver que en cuanto concierne a los retoques económicos, dispuestos a la carrera y bajo la presión de las caóticas circunstancias, aunque el gobierno se muestra incierto, e incluso precipitado para moverse en terreno tan resbaladizo, como acaba de exponérselo francamente Carlos Lleras Restrepo, el número uno de sus siete sabios, los decretos oficiales se parcializan del lado de las arraigadas y costosas preferencias. Alrededor de tales materias sí que se ha tejido en Colombia una leyenda: que la nación no adelanta o no lo ha hecho al ritmo requerido porque, entre los muchos fracasos, la fórmula salvadora duerme aún en la gaveta de algún escritorio, a la espera del mandatario probo y providente. Y el asunto se confina al debate vaporoso sobre las virtudes y los vicios de ésta o aquélla plataforma, tesis o teoría, sin que se toque para nada las relaciones de expoliación del imperialismo y de sus mediadores, que son las que asfixian la producción nacional y hacen que el trabajo y las riquezas de los colombianos no sirvan a la prosperidad del país sino a la de sus vándalos. Cada jefe de Estado llega con sus propios proyectos y proyectistas a corregir lo que sus desastrados predecesores habían corregido inútilmente. A López y a Turbay se les endilga el haber descarrilado el tren con la aplicación de las recomendaciones de la "escuela de Chicago"; y los ideólogos del Movimiento Nacional se dan aires doctrinales interpretando su victoria del 30 de mayo como la clamorosa petición de un pueblo para que, dentro de los planes de desarrollo, se suprima hasta la más tenue influencia de los discípulos de Milton Friedman. Sin embargo, bastará con echar un vistazo al desolado paisaje de Latinoamérica para concluir que la mayoría de las naciones presenta el mismo síndrome, o sea, altísimos topes de endeudamiento externo, déficit fiscal crónico, inflación galopante, quiebras en la industria y en el agro, angustioso desempleo, hambruna general. Esto de una parte, y de la otra, los regímenes han experimentado las más variadas recetas, desde las caseras hasta las prescritas por los sapientísimos doctores de los organismos internacionales, como para que la recaída particularmente aguda de 1981 y 1982 se la haya de asignar a determinados patrones conceptuales, o a esquemas, cuando todos ellos, unos más rápido que otros, han ido a parar al mismo estercolero.
Sin importar que Betancur también esgrima y se jacte de sus propios diseños programáticos, así éstos se parezcan demasiado a las cuatro estrategias pastranistas de ingrata recordación, el hecho tozudo, incontrovertible, es que nuestra nación hállase igualmente sumergida en la crisis, una de las peores del siglo, acaso comparable a la de 1930, o a los desbarajustes que confluyeron en las dos guerras; y en la travesía, nada placentera, habremos de sufrir los bandazos y las sandeces de los actuales timoneles.
Desde tiempo atrás venimos repicando sobre la imposibilidad absoluta del progreso de Colombia bajo las condiciones de expoliación imperialista, de predominio del capital financiero y de subsistencia de los modos atrasados de explotación del campo. Hoy tales trabas despliegan, en las diferentes áreas de nuestra economía y a plena luz del día, todo su diabólico poder destructivo. Los monopolios norteamericanos, acorralados por la competencia de las industrializadas naciones de Occidente y por el asedio del expansionismo soviético, hincan sus garras con mayor avidez sobre las neocolonias. Exprimen sus mercados, saquean sus recursos e hipotecan sus gobiernos, hasta reventar. Las postraciones cíclicas son cada vez más acentuadas y las mejorías más lentas. Además de la superproducción y de sus inherentes fenómenos recesivos que en la actualidad afectan al mundo capitalista, ahora habrá que añadir la crisis financiera que se agrava agravando el estancamiento del comercio y de la industria. Los países atrasados y subyugados del Tercer Mundo adeudan la inverosímil cuantía de 600.000 millones de dólares, la mitad de la cual corre a cargo de Latinoamérica. No hay un procedimiento ni un mecanismo para medir exactamente la magnitud de los desajustes. No obstante, colapsos tan repentinos y en cadena como los de Argentina, Brasil y México, los tres grandes de nuestro continente subdesarrollado, paradigmas de crecimiento, con ventajas comparativas y medios superiores a los de sus hermanos de infortunio, evidencian no sólo la pasmosa vulnerabilidad de cualesquiera de tales ensayos, sino el sombrío futuro, el pantanero, la sinsalida del mismo ordenamiento del imperio. A medida que se taponan los diques proteccionistas, que bajan los precios de los productos exportables de las neocolonias y suben los de sus importaciones, aquéllas, por más que se ciñan sin chistar a las rigurosas y humillantes estipulaciones del Fondo Monetario Internacional, ven disminuir alarmantemente el ingreso de divisas, poniendo en duda la oportuna cancelación de las amortizaciones y los intereses vencidos de sus colosales empréstitos y amenazando la circulación monetaria mundial que da vida a los imperialismos.
En semejante caos cósmico y para colmo de la martirizada Colombia, aparece esa mezcla de humilde aldeano y avezado comerciante que es el señor Betancur a alegrar los corazones con su "sí se puede". Sin el menor sentido de las leyes económicas, considera que las administraciones anteriores y los colombianos en general no habían sabido valerse suficientemente bien de la inagotable fuente de eterna felicidad por él redescubierta: el erario. Como ha oído referir que "el gobierno es de todos", los fondos de éste han de colocarse literal y profusamente a disposición de la comunidad. Y si se menguan, cual acontece de ordinario, ahí está la maquinita de emisión del Banco de la República con qué encarar cuantas bancarrotas, defraudaciones, urgencias sociales, o cuanto traumatismo financiero, o industrial, o comercial, se presente en el territorio colombiano. Don Félix Correa, quien de expendedor de gasolina en Caucasia se transmudó en dómine de las finanzas, haciendo gala de un criterio muy similar de la economía "pudo" asimismo captar dineros a altísimas tasas e invertir en sociedades deprimidas, escuetamente porque pensaba desplumar al incauto que le confiara sus denarios y limpiar la empresa que cayera en su redil. ¡Lo que se llama un hombre de negocios! Pero alguien tiene que pagar la viveza de don Félix, como alguien tiene que pagar las generosidades del señor Betancur. ¿O es que los 15.000 millones de pesos, o más, con que el gobierno salvaguardó los compromisos de los financistas insolventes e indemnizó a cantidades de ahorradores desfalcados, no valen nada, no inciden en la situación económica, no proceden de ninguna parte ni van a ningún bolsillo?
Sólo los desclasados, o las fracciones lumpenizadas de todas las clases, en su concepción del mundo y fuera de que echan mano del dinero a como dé lugar pues la dicha se compra y se vende, nunca relacionan ese prodigioso talismán ni con el trabajo ni con los procesos productivos que crean los bienes que aquél otorga. Comentando las propuestas bonapartistas, en la Francia de mediados del siglo pasado, de decretar un aumento de los sueldos de los suboficiales, y la no menos halagüeña de fundar un banco para "conceder créditos de honor a los obreros", Marx decía: "Regalar y recibir prestado: a eso se limita la ciencia financiera del lumpenproletariado, lo mismo del distinguido que del vulgar". Y agregaba: "Jamás un pretendiente ha especulado más simplemente sobre la simpleza de las masas" (25). Cual lo hiciera López Portillo, quien en sólo seis años endeudó a México en 60.000 millones de dólares y lo arruinó totalmente, pero que salió de la presidencia cargado de méritos por haber decidido la nacionalización de la banca, los Luis Bonaparte de nuestros días, además de derrochar a debe, suelen emitir a cántaros moneda sin respaldo, el otro arbitrio silencioso e imperceptible con que se atraca al pueblo. ¿Cómo se compensa la condonación millonaria de parte del impuesto ad-valorem hecha por la administración Betancur a favor de los exportadores del café? ¿Y los 4.000 millones de aumento del CAT? ¿Y los miles de millones de pesos obsequiados a Ardila Lulle y a los otros monopolistas de la industria textil? ¿Y los subsidios, transferencias, indemnizaciones y demás caras cortesías al capital financiero? ¿Con qué se suplirá los faltantes presupuestarios originados en la rebaja de los tributos a las sociedades anónimas, a los evasores, a los agiotistas, a los terratenientes? Todo se gira contra el Estado, cuyas cuentas acusan un exorbitante déficit anual de 150.000 millones de pesos, según el estimativo de diversos analistas, incluidos los oficiosos. Belisario Betancur recrimina las desmesuradas apetencias de los conocidos "grupos de presión", con lo cual fantasea de renovador ante el vulgo ignaro y famélico; pero entretanto les expide el correspondiente donativo con que aplaca los recelos oligárquicos y, de contera, simula incrementar la producción, combatir el desempleo y redistribuir el ingreso. En resumen, cumple sus promesas electorales de impulsar el "desarrollo con equidad" mediante las dos únicas formas que se le ocurren y que le son posibles: desangrando todavía más al fisco y emitiendo. Tan burda estratagema económica deriva su popularidad del ingenuo reconocimiento de quienes ignoran que toda esa piñata palaciega, lejos de responder a las demandas de las actividades productivas, repercutirá en un mayor endeudamiento estatal, en una multiplicación de los impuestos indirectos y de las tarifas de los servicios públicos y en un desbordamiento del costo de la vida, porque alguien ha de enjugar las generosidades del señor Betancur como éste enjugó la viveza de don Félix. Cada vez que el renovador concurra a un simposio a costear las sugerencias de los gremios influyentes, o cuando urja de reencaucharse políticamente con algunas de sus falaces bonificaciones a los indigentes, el pueblo saldará la cuenta, no a distancia sino con la presencia cotidiana de sus agobiadoras necesidades, no a pesos corrientes sino con cuotas upaquizadas como las de sus decretos de vivienda y que habrán de redimirse sin remedio, desde la inicial hasta la última.
Y entonces observaremos un fenómeno del cual no hemos hablado mucho: las incidencias de la política en el ámbito económico. Un Estado con sus instituciones desconceptuadas, que finca casi exclusivamente su asenso en el prestigio del gobierno; un gobierno que está integrado por una coalición capitaneada por su partido minoritario y éste a la vez por su facción menos fuerte, el belisarismo, cuyo inspirador es el genio salido de la botella que hace y deshace para remendar los desarreglos de las bancarrotas, mantener unidos los múltiples intereses contrapuestos y conservar su aureola de predestinado, no es propiamente el elemento estabilizador que requiere la anarquizada economía de Colombia. Si Betancur irrumpe en la historia cual producto casual de la crisis, su misión histórica no será otra que la de contribuir fatalmente a exacerbarla con todos y cada uno de sus letales efectos. Así como la descomposición social coronó de rey de los financistas antioqueños al insignificante expendedor de Caucasia y luego lo arrastró a La Modelo, la descomposición política del país, que sentó al hijo de don Rosendo en el solio de Bolívar, lo conducirá más tarde a la picota del desprecio público.
Todas las contradicciones se ahondarán: la existente entre las superpotencias, la de los países sojuzgados con las metrópolis, la de Colombia con el imperialismo norteamericano, la de los monopolios foráneos con sus intermediarios vendepatria, la de las diferentes clases entre sí, la de los trabajadores con sus explotadores, la del marxismo con el revisionismo. Procesos ineludibles que sacarán a la revolución mundial de la atonía y nos favorecerán en el grado en que seamos capaces de distinguir, dentro del cúmulo de tantas contingencias económicas y políticas, cuáles de aquellas contradicciones se convertirán o no en antagónicas y hasta dónde son aprovechables. No se trata sólo de aferramos al piso para que no nos barra el turbión oportunista, sino de hacer cuanto corresponda para desintegrarlo. (Volver al índice)

Notas:

1) Las frases citadas se encuentran en la carta dirigida por Carlos Marx a Federico Engels el 10 de diciembre de 1869. El sentido completo de sus palabras es el siguiente: "Hace tiempo pensaba que se podía derribar el régimen irlandés con el auge de la clase obrera inglesa. Siempre defendí este punto de vista en el 'New York Tribune'. Un estudio más profundo del problema me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa no hará nada mientras no se separe de Irlanda. La palanca debe ser aplicada en Irlanda. De ahí que el problema irlandés tenga tan gran importancia para el movimiento social en general". ("Acotaciones a la correspondencia entre Marx y Engels 1844-1883", V. I . Lenin. Coedición: Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, Ediciones Grijalbo, Barcelona. 1976. Págs. 135 y 136).

2) V. I . Lenin, "Una caricatura del marxismo y el 'economismo imperialista'". Obras Completas, segunda edición, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970. Tomo XXIV, pág. 69.

3) V. I . Lenin, "La crisis ha madurado". Obras Completas indicadas. Tomo XXVII, pág. 189.

4) Entre las advertencias hechas por Lenin días antes de la Revolución de Octubre, vale la pena transcribir algunas:
"Tenemos en Petersburgo miles de obreros armados y soldados que pueden tomar al instante el Palacio de Invierno, el Estado Mayor Central, la Central telefónica y todas las grandes imprentas. Nada podrá ya desalojarnos, mientras en el ejército se desarrollará una campaña de agitación tal, que será imposible combatir a ese gobierno de paz, de tierra para los campesinos, etc.
"Si nos lanzáramos al ataque en seguida, de repente, desde tres puntos: Petersburgo, Moscú y la Flota del Báltico, hay el noventa y nueve por ciento de probabilidades de que triunfaríamos con menos sacrificios que en las jornadas del 3 y 5 de julio, pues las tropas no avanzarán contra un gobierno de paz (. . .).
"No tomar el poder ahora, 'esperar', dedicarse a charlar en el CEC, limitarnos a 'luchar por un órgano' (el Soviet), a 'luchar por el Congreso', es sentenciar la revolución a muerte.
"En vista de que el CC ha dejado incluso sin respuesta todos los insistentes reclamos de una política tal que vengo haciendo desde que comenzó la conferencia democrática (...), me veo obligado a considerar esto como una 'sutil' insinuación de que el CC no desea ni siquiera discutir el problema, una sutil insinuación de que me calle la boca y como una proposición a que me retire.
"Me veo obligado a presentar mi renuncia al CC, cosa que aquí hago, reservándome la libertad de hacer propaganda entre los afiliados de base del partido y en el congreso del partido.
"Pues tengo la profunda convicción de que si 'esperamos' al Congreso de los Soviets y dejamos pasar este momento, destruiremos la revolución". (Idem, págs. 195 y 196).

5) Carlos Marx, "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte". C. Marx F. Engels Obras Escogidas, Editorial Progreso Moscú, 1973. Tomo I , pág. 408.

6) Lenin, en su artículo "Lo bancarrota de la II Internacional", escrito a mediados de 1915, había afirmado textualmente:
"Para un marxista es indiscutible que una revolución es imposible sin una situación revolucionaria, aunque no toda situación revolucionaria conduce a la revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales: 1) cuando es imposible para las clases gobernantes mantener su dominación sin ningún cambio; cuando hay una crisis, en una u otra forma, entre las 'clases altas', una crisis en la política de la clase dominante, que abre una hendidura por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no basta, por lo general, que 'los de abajo no quieran' vivir como antes, sino que también es necesario que 'los de arriba no puedan vivir' como hasta entonces; 2) cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudos que habitualmente; 3) cuando, como consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación de la actividad de las masas, las cuales en tiempos 'pacíficos' se dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como por las mismas 'clases altas', a la acción histórica independiente.
"Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se llama situación revolucionaria. Tal situación existió en Rusia en 1905 y en todos los períodos revolucionarios en Occidente; también existió en la década del 60 del siglo pasado en Alemania, y en Rusia en 1859-1861 y en 1879-1880, sin que se produjeran revoluciones en esos momentos. ¿Por qué? Porque la revolución no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados por un cambio subjetivo, como es la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en las épocas de crisis 'caerá' si no se lo 'hace caer'". (Obras Completas indicadas, Tomo XXII , pág. 310).

7) Alberto Lleras Camargo, el otrora hombre fuerte, apodado "el monarca" por su amplio ascendiente dentro de los regímenes frentenacionalistas, en un discurso leído en el Hotel Tequendama el 3 de noviembre de 1981, a propósito de los 25 años de la Sociedad Económica de Amigos del País, el centro de estudios fundado por su primo, reconoció sin paliativos la impotencia de los liberales disidentes que desafiaban la aplanadora de los directorios oficialistas. No obstante, y como estimaba urgente la cruzada contra los achaques degenerativos de su colectividad, instó al combate quijotesco por la restauración de los valores perdidos, los de la época florida de la burguesía colombiana, cuando ésta no había aún echado por los atajos de las mafias del capital financiero —el legal y el subterráneo—, de la usura desorbitada, de las quiebras fraudulentas en cadena, de los autopréstamos, del denominado "enriquecimiento fácil". Las palabras suyas, sus últimas palabras, con las que clausuró prácticamente cincuenta años de vida pública, parecían las de un principiante, o las de un inconforme que inicia su ciclo sin influencias, sin padrinos, y que, para hacerse escuchar y difundir su mensaje, ha de colarse por los escasos resquicios que deja abiertos la democracia representativa.
Estos fueron sus planteamientos atinentes:

"Desde luego quienes ven al partido en tan grave crisis, que amenaza el predominio de las ideas liberales en Colombia, no pueden, no deben cruzarse de brazos a presenciar un espectáculo que les repugna y les alarma. Hay todavía algunas troneras que no ha tapado la previsión, casi infinita, de los jefes políticos para que la opinión se exprese, y debe hacerlo. Uno a uno los medios de comunicación se han ido cerrando, y convertidos en monopolios de grupos financieros poderosos tienen poca libertad para manifestar sus inquietudes, si es que todavía alientan en esa masa confusa de intereses y correspondencias obligadas. Pero quedan algunos, y no los menos importantes. Y hay aún posibilidad de luchar por medio de las votaciones, y manera de enfrentarse, con dificultades inmensas, a la maquinaria de los clanes políticos que controlan los gobiernos locales inflexiblemente, con la dureza de las jefaturas de la mafia. Hay que emplear ese recurso. No es una cuestión de nombres o de afiliaciones anteriores, sino una manera de decir si aceptan o no los resultados que se quieren imponer por la clase política, llamada ahora por un jefe nacional eminente a combatir contra el 'país nacional' que Jorge Eliécer Gaitán consideraba como la última y la mejor reserva de la libertad contra la férrea organización del 'país político'. Es posible que esos grandes ejércitos desorganizados y que podrían mejor calificarse de masas inermes ante las fortalezas del clientelismo, no sean capaces de una ordenada movilización, pero hay que intentarla. En la elección del Congreso, que se hace en un solo día para consolidar a nuestro PRI por cuatro años, sin alternativa importante, se juega, como ya se ha visto, un sistema político que la opinión nacional ha venido rechazando, sistemáticamente, ante los abusos de sus integrantes y conductores más afortunados. Pero hay posibilidad de abrir algunas oportunidades de protesta en un nivel más alto que el del ciudadano común, y no deben desperdiciarse. Si en el próximo Congreso se logra que haya una representación, por reducida que sea, que tenga aliento para defender las ideas liberales de una manera sistemática y valiente, eso será el comienzo para acelerar la decadencia del sistema que pretende erigirse en sagrado, el único legítimo y la fuente de toda autoridad para el futuro. Pero para ello hay que votar. Y perder el miedo a ese tipo de excomuniones que salen de bocas sin autoridad para invitar a la sacralización de lo que no es siquiera respetable".

8) En una concentración en Curumaní, Cesar, el candidato Betancur se refirió así al manoseado tema de la paz:
"Pondremos en práctica todas las recomendaciones' que haga la Comisión de Paz en horabuena integrada por el gobierno nacional…
"Sé que me están escuchando gentes alzadas en armas contra las instituciones. Sé que me están escuchando gentes de la subversión. Yo les digo: aplaudo la Comisión de Paz porque está buscando soluciones a los problemas de la subversión, y les agrego: el año próximo cuando la majestad de la República descanse sobre mi cabeza con la asistencia del Dios de Colombia en el cual yo creo, y con la presencia de las Fuerzas Armadas que no son enemigas de ningún colombiano, porque ellas vigilan la soberanía de la patria, pondremos en práctica las recomendaciones de la Comisión de Paz con el objeto de que el país, los alzados en armas encuentren nuevos caminos para su plena reincorporación a las actividades normales". ("El Mundo", diciembre 30 de 1981).

9) En carta a José Bloch, de septiembre de 1890, Engels se ocupa del malentendido:
". . .Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado". (Obras Completas citadas, tomo III, pág. 514).

10) Al final del "Manifiesto del Partido Comunista", redactado por Marx y Engels, se lee: "Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos". (Idem. Tomo I, pág. 140).

11) Tomado de "La República", agosto 21 de 1982.

12) "El Tiempo", agosto 13 de 1982.

13) Vladimir I. Lenin, Obras Completas citadas, Tomo XXIV, págs. 47 y 48.

14) La llamada Carta del Atlántico, suscrita en agosto de 1941 por Winston Churchill en nombre de Inglaterra y por Franklin Delano Roosevelt en representación de los Estados Unidos, constituye prácticamente un programa de tales potencias para la Segunda Guerra Mundial, en el que se aboga por la democracia burguesa. Entre los puntos de dicho pacto se consigna:
Los signatarios "respetan el derecho de todos los pueblos a elegir la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y aspiran a que aquellos que están privados por la fuerza de esta libertad, recuperen el derecho a la soberanía y a la autodeterminación".
Ante las nuevas realidades, en particular por el creciente poderío económico de los monopolios, la extensión de las formas capitalistas de producción en las antiguas colonias y los respectivos anhelos de libertad que entre los pueblos despiertan tales factores, los imperialistas modernos no tienen el menor inconveniente en proclamar la independencia, la autodeterminación nacional y el resto de los supuestos republicanos, para que sean profesados y acogidos incluso por las burguesías más sometidas y serviles de las naciones débiles y relegadas.

15) "El Tiempo" de diciembre 7 de 1982 divulgó:
"Muchos países latinoamericanos apoyaron secretamente el respaldo de Estados Unidos a Gran Bretaña durante la guerra de Las Malvinas, pese a sus declaraciones públicas en sentido contrario, declaró el jueves en Miami el exsecretario de Estado Alexander Haig.
"'Menos de una semana después de la rendición de Las Malvinas, representantes latinoamericanos llegaban a mi oficina a expresar su apoyo total a lo que EE.UU. había hecho', dijo Haig al hablar en el banquete anual de la Federación Judía del Gran Miami".
De otra parte, se conoció, a través de los cables noticiosos provenientes de la reunión de los No Alineados de Managua, que el mismo gobierno argentino solicitó la supresión en los documentos de toda referencia al apoyo de Washington a la agresión inglesa en Las Malvinas. Tan inaudita actitud del principal lesionado con la sangrienta vindicta de los dos imperialismos se presenta después de que aquél, ante la bancarrota que lo consume, hubo de aceptar los dictámenes del Fondo Monetario Internacional. Peculiar ejemplo de cómo la sujeción económica condiciona el comportamiento político.
La noticia al respecto la tomamos de "El Tiempo" del 15 de enero de 1983, y reseña:
"Se recordó que a pedido de Argentina fue eliminada la mención a la alianza de Estados Unidos con Gran Bretaña durante el conflicto del Atlántico Sur del proyecto original nicaragüense, difundido el 15 de diciembre pasado en Nueva York".

16) Palabras de Alfonso López Michelsen, extractadas de reportaje de "El Espacio", diciembre 21 de 1982.

17) En varias oportunidades Betancur ha expresado conceptos condenatorios de la conducta estadinense.
En entrevista concedida a la revista norteamericana "Newsweek", puntualizó: "Colombia no quiere ser el satélite de los Estados Unidos" (. . .) "No quiero depender demasiado de los Estados Unidos" (. . .) "Cuando los Estados Unidos ayudan, frecuentemente también ofenden. Queremos ayuda de los Estados Unidos porque la necesitamos, pero depende de las condiciones con que se nos ofrezca esa ayuda. Si es para beneficiar a las multinacionales no la queremos" ("El Espectador", agosto 23 de 1982).
En declaraciones desde La Paz, a donde viajó a la posesión del presidente Siles Suazo, volvió a embestir: "Nosotros en muchos casos somos el 'patio de atrás' de las superpotencias. No solamente de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de las demás potencias. . ." ("El Tiempo", octubre 11 de 1982).
Y en carta dirigida a Ronald Reagan con ocasión de su visita a Colombia, además de elogiar la labor del Banco Interamericano de Desarrollo, uno de los tentáculos del imperio, recaba una mayor injerencia de este "importantísimo mecanismo de apoyo al crecimiento económico regional". Consignemos algunos apartes de su misiva:
"La suerte del Banco Interamericano constituye, señor Presidente, motivo de gran preocupación en toda el área, porque los latinoamericanos reconocemos en esa agencia un importantísimo mecanismo de apoyo al crecimiento económico regional; y porque apreciamos el significativo aporte que ha hecho a la modernización y el mejorestar de todo el núcleo humano y productivo de nuestra región (. . .).
"A pesar de haber buscado nosotros, junto al grupo de países miembros no regionales y a otros de la propia región, una fórmula intermedia de acercamiento entre las diversas partes, no hemos encontrado el acuerdo que América Latina y el Caribe requieren y reclaman porque lo necesitan, Colombia al menos (sic) pero el resto de la región con angustia. Y nosotros somos parte de la región, partícipes por tanto de sus esperanzas pero también de sus frustraciones" (. . .).
"El panorama financiero actual del mundo, no es el más propicio para la aplicación del criterio de 'graduación (es decir de retiro acelerado del programa de préstamos como beneficiarios) de los países de mayores posibilidades económicas de la América Latina.
"Ha llegado el momento de intervenir a nuestro nivel presidencial en este proceso, para sacar del estancamiento una negociación cuyo fracaso causaría sin duda daño profundo en las relaciones interamericanas; y a una institución que merece el respeto y apoyo de todos los dirigentes regionales.
"Sería altamente deseable que durante su viaje de la próxima semana a la América Latina, expresara usted, señor Presidente, su decisión de facilitar un acuerdo sobre esta materia, acercándose con visión progresista del futuro latinoamericano y del Caribe, a los términos que comparte la mayoría de los países miembros del banco y de los cuales desafortunadamente sólo los Estados Unidos han querido distanciarse". ("El Tiempo", noviembre 28 de 1982).

18) A l respecto Federico Engels sostiene: "Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con una voluntad colectiva y con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en todas estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es la casualidad. La necesidad que aquí se impone a través de la casualidad es también, en última instancia, la económica. Y aquí es donde debemos hablar de los llamados grandes hombres. El hecho de que surja uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un país determinados, es, naturalmente, una pura casualidad". (Carta a W. Borgius. Obras Escogidas citadas, tomo III, pág. 531).
"Según la concepción de Marx, toda la marcha de la historia —trátase de los acontecimientos notables— se ha producido hasta ahora de modo inconsciente, es decir, los acontecimientos y sus consecuencias no han dependido de la voluntad de los hombres; los participantes en los acontecimientos históricos deseaban algo diametralmente opuesto a lo logrado o, bien, lo logrado acarreaba consecuencias absolutamente imprevistas'. (Carta a Werner Sombart. Idem. Págs. 533 y 534).
"El curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o son insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin propuesto, a la postre encierran consecuencias muy distintas a las propuestas. Por eso, en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes" (. . .).
"Las muchas voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los propuestos —a veces, incluso contrarios—, y, por tanto, sus móviles tienen también una importancia, puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles". ("Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana". Idem. Págs. 385 y 386).

19) Carlos Marx, ob. cit., tomo I, pág. 408.

20) Misael Pastrana, reportaje dado al programa "Gran Angular" de televisión y reproducido por "La República", agosto 20 de 1978.

21) Alvaro Gómez, antes de ser derrotado en la convención de su partido que nominara a Betancur candidato a la presidencia, combatió acerbamente las pretensiones del Movimiento Nacional de adobar la presencia y los planteamientos del conservatismo como una táctica para competir en los comicios de 1982.
En un reportaje del 15 de octubre de 1981 y que "La República" publicó el 15 de noviembre último, a fin de recordar las antiguas deslealtades del designado con su presidente, el señor Gómez dijo:
"No excomulgo a las personas ni me interesa pero los movimientos sí los puedo juzgar desde el punto de vista doctrinario y conservador y de conveniencia política hacia el futuro porque los movimientos se forman a base de elementos y los elementos que se han formado en torno a un movimiento nacional con la Anapo y con una democracia cristiana que no existe y con unas amistades con Gabito y con relaciones con Cuba a mí no me gustan. Y eso lo puedo decir. No tengo ningún compromiso de callarme (. . .).
"La situación para el partido conservador es muy buena, que los programas del partido conservador son muy buenos, que sería una lástima que los colombianos no pudieran votar por ellos porque nadie se los ofreciera en el momento de la escogencia electoral".
La selección de Gómez Hurtado para la designatura encendió los ánimos del sector ospinista, que dejó sus airadas constancias en su principal órgano de expresión:
"¿Por qué se ha de elegir, a los pocos meses del ejercicio presidencial, el Designado? ¿A quién, distinto a los candidatos interesa tal cosa? ¿Puede ponerse a prueba la eficacia de un gobierno, la bondad de una administración y las esperanzas de un pueblo, por la presunta y riesgosa definición de quién es importante en la vida nacional, y quién tiene las mayorías parlamentarias del conservatismo?" (Editorial de "La República", noviembre 15 de 1982).
"No fue el doctor Betancur ni Designado, ni figura administrativa, ni elemento decisivo en la vida del conservatismo. Fue, nada más pero nada menos, que candidato nacional, presente en los foros de la inteligencia, adalid en las plazas públicas, gestor de una decisión nacional que ha dado a los colombianos la eminente posición que ocupa, a contentamiento de todos sus compatriotas (. . .) Ni el conservatismo puede dar al país la sensación, entre ingenua y mezquina, de que la gran pasión de la nacionalidad se va a convertir en una especie de horcas caudinas para que pasen, bajo ellas, quienes no hemos sido vencidos, ni estamos en usufructo de nada distinto al gobierno nacional del doctor Betancur (. . .).
"No podemos aceptar que por arte de birlibirloque, quien fuera derrotado por los conservadores en la convención que eligió candidato a la Presidencia y por los colombianos en la misma elección presidencial nos regrese, victorioso de una amable reunión en un restaurante exclusivo. Así tenga muñidores y paniaguados de la más alta categoría" (Editorial de "La República", noviembre 11 de 1982).
De otro lado, la bancada turbolopista votó fervorosamente por Gómez, mientras se abstuvo de hacerlo el Nuevo Liberalismo, cuyo dirigente más visible, Luis Carlos Galán, exteriorizó así su disgusto:
"El actual jefe del Estado, al inscribirse como candidato presidencial se identificó como miembro del movimiento nacional y toda la opinión sabe que tuvo que enfrentarse al doctor Gómez Hurtado quien se opuso a tal movimiento. Gómez Hurtado sólo aceptó la candidatura de Betancur para evitar que se prolongara la división conservadora y lograr que el partido conservador mimetizado como movimiento nacional completara con otros sectores una votación que no podía alcanzar por sí mismo. . ." ("El Tiempo", noviembre 23 de 1982).

22) A continuación transcribimos parte de la proposición aprobada en la Cámara:
"Tercero. Que en el día de hoy el Señor Presidente de la República, con dinero del Estado, ofrece un banquete para 1.500 personas en el Hotel Tequendama, denominado 'Banquete de la paz' y,
"Cuarto. Que parece que hoy cuando el pueblo colombiano asiste al vil asesinato de personas como doña Gloria Lara de Echeverri, resulta inoportuno, cuando menos, celebrar una paz inexistente.
"Propone:
"Abstenerse de asistir la representación parlamentaria al precitado banquete, contribuyendo así al fortalecimiento de las finanzas gubernamentales y al respeto por el sentimiento de dolor que embarga al pueblo colombiano". ("El Tiempo", diciembre 2 de 1982).

23) Miguel de Cervantes, "Don Quijote de la Mancha", Editorial Juventud, Barcelona (España), 1971. Volumen I, pág. 106.

24) Expresión empleada por Belisario Betancur después de haber sido elegido presidente y con la cual se refiere y amenaza a los funcionarios corruptos. ("El Tiempo", julio 28 de 1982).

25) Carlos Marx, ob. cit., tomo I, pág. 447.

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