El fogonero
Francisco Mosquera
EDITOR TRIBUNA ROJA
Editado por Tribuna Roja
Febrero 1983
A. A. 46849 Bogotá, D.E.
Impreso y hecho en Colombia
Índice
- Los revisionistas prosoviéticos son los más redomados oportunistas
- No concurriremos a la llamada "comisión de paz"
- Con motivo de la presencia de un huésped no invitado
- Las caóticas implicaciones del "sí se puede"
Los más y los menos de los vaticinios políticos
La conexidad y las inconexidades entre la política y la economía
Los revisionistas prosoviéticos son los más
redomados oportunistas*
*Reportaje concedido por Francisco Mosquera, en marzo de 1981, a Víctor Manzur, miembro del Comité Central del Partido Comunista del Perú y director del semanario "Patria Roja", con ocasión de la visita de éste a Colombia.
V.M.- Mi estadía en Colombia durante dos semanas ha
coincidido con varios acontecimientos de singular trascendencia, que han conmocionado,
uno tras otro, a la opinión, y entre los que se destacan la riña
del sector empresarial con el gobierno, la captura completa de una columna
guerrillera, el rompimiento de relaciones con Cuba, el asilo del escritor
García Márquez y los insistentes rumores de un golpe de Estado.
Sería importante para nuestros lectores, y en general para las masas
revolucionarias peruanas, conocer su criterio, compañero Mosquera,
acerca de tales acontecimientos, lo cual nos ayudaría a profundizar
sobre la situación de Colombia.
F.M.- Ciertamente su fraternal visita a nuestro país, en representación
del Partido Comunista del Perú, y su grata permanencia entre nosotros
han concordado con las turbulencias de los últimos días. Una
suerte porque, para el inquieto observador de cualquier panorama de la cosa
pública, no hay mejor momento que aquel en el cual afloran y se entrelazan
inopinadamente las contradicciones que, en los tiempos de calma, no muestran
todavía con claridad su naturaleza ni sus conexiones múltiples.
Nunca como ahora se había revelado el carácter irreconciliable
de la pugna entre la industria y las finanzas, entre las fuerzas productivas
y las relaciones neocoloniales de sojuzgación. La sapiencia de la política
oligárquica ha tenido que ver siempre con el adobo de la piadosa mentira
de que la prosperidad de la nación es compatible con el agio del capital
financiero y con el saqueo imperialista. En el pasado el régimen logró
sobornar a la burguesía industrial con la concesión de favores
más o menos sentidos, o con el infalible rosario de promesas; e incluso
la capa más alta de aquella consuetudinariamente se plegó, sin
decir oxte ni moxte, a los caprichos oficiales, prestándose de puntal
del sistema. Este tácito entendimiento llegó a crear la falsa
impresión de que los intereses de la producción y de la especulación
eran básicamente los mismos, y permitió que gozaran de algún
prestigio las tesis trotskistas sustentadoras de la inexistencia de una burguesía
nacional, susceptible de aliarse con el resto de contingentes populares en
la presente etapa de la revolución de nueva democracia, tal cual lo
viene señalando el MOIR desde su fundación. Empero, todas estas
pretensiones subjetivas y seudomarxistas resultaron más volátiles
que el alcanfor. No se evaporan como éste al contacto con el aire sino
ante la evidencia aplastante de los hechos. Pronto se hizo innegable que la
inflación, la carestía del crédito y la competencia de
los géneros imperialistas simbolizan tres plagas supremamente nocivas
que a la postre ocasionarían el marchitamiento de la joven y débil
industria colombiana.
Con el alza ficticia y acelerada de los precios de las maquinarias, repuestos,
materias primas e insumos, proporcionados en buena parte por los consorcios
extranjeros, con unas tasas crediticias confiscatorias y con el pleno auge
de las otras manifestaciones de la espiral inflacionaria, cualquier fabricante
deberá obtener ganancias hasta del ochenta por ciento para que sean
rentables, lo cual, desde luego, no está fácilmente a la vuelta
de la esquina. Y peor si se considera que el mercado interno encuéntrase
invadido con toda especie de artículos importados, mucho más
baratos que los nacionales y de mejor calidad. Por ejemplo, la industria textilera,
tradicionalmente boyante, ha acusado desde hace varios años notorios
tropiezos que se traducen en bajas de las utilidades, cuando no en balances
deficitarios, y que en dos trances han obligado al gobierno a acudir en su
socorro con enormes préstamos subsidiados. Y así, reiteradamente,
se escuchan lamentos parecidos de otros sectores fabriles que principian también
a contabilizar pérdidas. El letargo de los diversos renglones de la
producción agropecuaria capitalista llega asimismo a límites
insostenibles. Las áreas de cultivo de los principales productos registran
patéticos recortes. Miremos sólo un dato. Para atender a su
manutención actualmente el
país requiere dos millones doscientas mil toneladas de cuatro de sus
principales cereales (trigo, sorgo, maíz y cebada), de las cuales estamos
importando ya un millón doscientas mil.
Mientras tanto la gran burguesía intermediaria, compuesta por los más
poderosos traficantes del comercio externo e interno de Colombia, los burócratas
de la cúpula estatal y los magnates de la banca, repletan sus arcas
de caudales mediante operaciones fabulosas y hasta fraudulentas que efectúa,
en virtud de la tolerancia de la ley, sin correr un riesgo ni sudar una gota.
Tomemos al azar un caso ilustrativo. Recientemente se supo, ante el estupor
general, que el más influyente grupo financiero, el denominado Gran
Colombiano, en una transacción leonina de compraventa de acciones,
se embolsilló en tres meses la fantástica suma de 800 millones
de pesos, a costa de pequeños y medianos inversionistas que le confiaron
sus ahorros. Sobra agregar que el Ejecutivo se las ingenió para absolver
el atraco y tirarles las orejas a quienes se atrevieron a poner en tela de
juicio la honorabilidad de los atracadores. No hay en Colombia una sola gestión
económica que no esté sometida a la égida omnímoda
del capital bancario. Desde el más pudiente fabricante hasta el dueño
del modesto taller, igual en la ciudad que en el campo, ha sido obligado ya
a postrarse de hinojos ante esta bárbara divinidad de la civilización
moderna. Por supuesto que los imperialistas yanquis, promotores y garantes
del pillaje, ofician de sumos sacerdotes tras bambalinas y se llevan la tajada
sustanciosa del botín. Y por supuesto también que son los obreros
y los campesinos las víctimas predilectas de la orgía expoliadora
que aniquila a la sociedad colombiana.
Las agrias e inusuales controversias suscitadas últimamente entre el
presidente Turbay y los gremios retratan la gravedad de la situación
y en ciertos tópicos reflejan los insoslayables enfrentamientos entre
las dos capas de la burguesía a que nos hemos referido, la que succiona
sin ningún esfuerzo ni azoramiento la riqueza colectiva y la que aún
contribuye al proceso productivo sin mayores garantías ni augurios
auspiciosos. Sin embargo, cabe anotar que, a pesar de lo encendido de la disputa,
las soluciones demandadas por los gremios conservan el inconfundible sello
reformista que los caracteriza y abrigan la tonta esperanza de que la crisis
será capeada con un poco de comprensión del gobierno vendepatria,
sin necesidad de recurrir a vuelcos extremos en las relaciones económicas
y políticas prevalecientes. Por eso el proletariado, en su misión
de conquistar la independencia del país y coronar la revolución,
ha de promover la alianza con la burguesía nacional pero por ningún
motivo debe acceder ni a los ilusos postulados ni a las tácticas claudicantes
de ésta. Se trata en el fondo del problema de la dirección del
frente único.
La clase obrera colombiana en su papel de vanguardia viene defendiendo un
programa en esencia no socialista sino democrático-burgués,
a fin de permitir la unión de todas las fuerzas contrapuestas al sistema
neocolonial y semifeudal, incluidos los pequeños y medianos industriales
y comerciantes; mas dicho programa ha de ser revolucionario, es decir, consignar
las reivindicaciones fundamentales que beneficien a las clases antiimperialistas
y que sean concomitantes con el desarrollo material del país. En síntesis,
propugna, a tono con las peculiaridades del presente lapso histórico,
sólo la eliminación de las formas monopolistas de propiedad,
con lo cual desaparecerán la extorsión y las trabas tanto de
los grandes consorcios como de los rezagos feudales y se preparará
el advenimiento posterior del socialismo. Los reformistas pretenden arreglar
la República manteniendo el reinado de los monopolios. Curiosamente
quienes en el inmediato pasado nos descalificaban por nuestra insistencia
en la naturaleza objetivamente progresista de un sector burgués, son
hoy los más entusiastas en marchar a la zaga de éste. Además,
tales contracorrientes han descubierto en el revisionismo prosoviético
a su insustituible campeón.
La agudización de los enfrentamientos entre la industria y la banca,
entre la producción nacional y la piratería imperialista, o
entre los gremios y el gobierno, expresiones distintas de un mismo fenómeno,
repercutirá indudablemente en la relevancia de dos aspectos contradictorios
de las luchas que se libran en Colombia: por un lado, habrá un incremento
de los deseos de cambio, de soberanía y de unidad de los diversos destacamentos
de la población oprimida y discriminada; por el otro, los enmendadores
burgueses, que vuelven a ser noticia, se obstinarán con sus pañitos
de agua tibia en buscarle una salida conciliadora a las calamitosas desventuras
de la nación. A nosotros nos atañe ahondar y apoyarnos en el
primer aspecto para contrarrestar el segundo. Nuestro porvenir como Partido
depende del fervor y del tesón con que las inmensas mayorías
populares jalonen las soluciones revolucionarias. Debido a ello el MOIR ha
pasado por incontables sinsabores e inconvenientes a granel, sin excluir las
soledades del aislamiento. No obstante, en esta apasionante batalla ideológica
y política en pos de la jefatura de la revolución, la militancia
se educa y se apresta para tomar la iniciativa cuando arriben los períodos
propicios, luego del completo desprestigio de las tesis y los procedimientos
de los oportunistas, lo que sucederá inexorablemente y más temprano
que tarde.
V.M.- ¿Qué puede agregar respecto de los otros episodios?
F.M.- Los demás incidentes, como el rompimiento de las relaciones con
Cuba, los fracasos del foquismo y el asilo de García Márquez,
guardan no poca relación con la contienda que a escala cósmica
sostienen las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética,
por la supremacía universal, y obviamente tendrán sus repercusiones
en la dura pelea que impulsamos contra la tendencia revisionista.
Con la entrada de Jimmy Cárter a la Casa Blanca, en 1977, el imperialismo
norteamericano alcanzó el punto más elevado de su decadencia.
Ni la pérdida de Cuba, ni el insuceso de Playa Girón, ni la
catastrófica derrota del Sudeste Asiático, ni el escándalo
de Watergate, ni ninguno de los otros fiascos anteriores del otrora intocable
imperio, fue tan demostrativo de su vertiginoso eclipse como éste del
ascenso al Poder del predicador de Georgia. Minado por el parasitismo de su
clase dirigente, asediado por la competencia económica de Europa y
el Japón, hostigado por los movimientos de liberación nacional
de los pueblos sometidos y amenazados a muerte por el expansionismo ruso,
el poderío norteamericano terminó sin brío y con complejo
de culpa. Se imaginó que bastaba con sermonear sobre la paz para contener
los preparativos de la guerra; que sustituyendo en sus zonas de influencia
las dictaduras militares de sus sicarios por las tiranías civiles de
sus testaferros se ganaría el afecto de las muchedumbres; que desenterrando
la tricentenaria teoría burguesa de los "derechos humanos"
les echaría tierra a sus crímenes de lesa humanidad contra las
masas expoliadas de los cinco continentes. Creyó que con un falso moralismo
desarmaría a los amos del Kremlin, cuando éstos, con su real
armamentismo, lo desmoralizaban mucho más. Moscú aprovechó
las flaquezas de su rival para tender la cortina de humo de la "distensión",
y tras ella ha ido adueñándose lenta pero seguramente de países,
mares y cruces estratégicos.
Los revisionistas de todas las latitudes se apoyaron en la cruzada de Cárter
por la democracia oligárquica para alentar el reformismo y coligarse
con las contracorrientes liberales y socialdemócratas. La desestabilización
de los regímenes de facto, lejos de recomponer la odiosa imagen de
los Estados Unidos y restablecer el orden quebrantado, acicateó los
odios y azuzó los desórdenes de los oprimidos contra sus verdugos.
Durante aquel cuatrienio, los yanquis, además de Irán, vieron
salir de su redil a Afganistán y a Nicaragua, naciones estas dos que
giran ahora en la órbita del socialimperialismo. Y el espectro de la
tercera conflagración mundial, en lugar de desaparecer tras los exorcismos
presidenciales del diácono protestante, hoy espanta a plena luz del
día a los moradores de la Tierra. Todos esos descalabros convencieron
al imperialismo norteamericano de que no era el método blando sino
el duro, no el agua sino el fuego, no la fuerza de la convicción sino
la convicción de la fuerza, lo que podría sacarlo del atolladero
en que se debate.
El triunfo de Ronald Reagan el 4 de noviembre de 1980, constituyó un
timonazo de ciento ochenta grados en la política estadinense hacia
la carrera armamentista y el militarismo, hacia la suspensión de los
experimentos democrateros y el empleo de la represión desembozada y
hacia el abandono del apaciguamiento y el endurecimiento de su trato con la
URSS. Tan violento viraje ha sido como una reacción pasajera, un alto
momentáneo en el curso declinante de la superpotencia occidental, puesto
que ninguna medida, por drástica que fuere, la salvará de los
dolores de la agonía. El parasitismo, la superproducción, las
ansias crecientes de libertad de los pueblos, la expansión soviética,
son cuatro rompecabezas insolubles que la arrastran fatalmente hacia la fosa.
Por lo tanto, la conjunción de tales contradicciones les proporciona
a las gestas emancipadoras de nuestros países una inmejorable coyuntura
histórica. El ahondamiento de la rebatiña entre las dos superpotencias
coadyuva a quitar las anteojeras que recortan la visión de las mayorías
esclavizadas. Después de las atrocidades contempladas en Afganistán,
Angola, Lao y Eritrea, y de la inminencia de la invasión a Polonia,
amplios sectores populares del orbe han mermado verticalmente sus simpatías
por los Estados del bloque soviético y dudan ya de la careta socialista
con que éstos encubren sus actos vandálicos.
El proletariado internacional habrá de sacarle ventaja en particular
al enconado duelo de los dos máximos imperios, sin equivocarse en que
uno está en auge y el otro en declive, para auspiciar los movimientos
independentistas de los países subyugados y conquistar un mundo en
el que definitivamente no haya cabida para la explotación, ni entre
los hombres ni entre las naciones. Sin embargo, y antes que nada, debe impedir
que los anhelos de autodeterminación nacional de los habitantes de
las neocolonias norteamericanas sean utilizados por los revisionistas para
entregar los pueblos a la otra coyunda, la de los nuevos zares, la más
cruel y sanguinaria que jamás conociera el hombre. En nuestro Hemisferio,
especialmente en Centroamérica, son palpables los progresos que los
socialtraidores, bajo la mayordomía del gobierno cubano, han cosechado
tras la bien orquestada pantomima de su "solidaridad" con las justas
luchas de los nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, etc.
Los partidos latinoamericanos genuinamente marxista-leninistas están
en mora de coordinar a nivel continental una enérgica y esclarecedora
campaña contra las alevosas ambiciones del socialimperialismo y sus
mandaderos. Para tal empeño las circunstancias se tornan favorables.
Por lo menos en Colombia hemos constatado que, a diferencia de lo que acontecía
unos cuantos años atrás, cuando hoy hablamos de la conversión
de la Unión Soviética, cuna del socialismo, en un tétrico
bastión de la reacción mundial, las gentes empiezan a mostrarse
receptivas y preocupadas por el peligro no tan remoto de caer como Cuba, después
de la victoria, en las garras de la superpotencia del Este. Varios segmentos
de las clases antiimperialistas ya miran con recelo a los grupos que, además
de lo descabellado de sus acciones terroristas, operan bajo la influencia
del régimen cubano. Otro tanto sucede con las actitudes del escritor
García Márquez, cuyos desvelos por la democracia quedan ensombrecidos
merced a su enfermiza obsequiosidad con sus mecenas políticos de La
Habana.
Y no es que los latinoamericanos se hayan rendido de pronto al hechizo de
la propaganda anticomunista oficial, argumento con que los revisionistas intentan
eludir las críticas y desconceptuar la evolución del pensamiento
revolucionario, sino que las ideas de persistir hasta el final en la obtención
de unas patrias auténticamente soberanas, capaces de moldear su destino
con sus propias manos y sin intervención foránea de ninguna
índole, ganan cada vez más adherentes en nuestros países
como consecuencia de la rica experiencia de la última década.
Las cosas llegarán a un grado en el que quienes aspiren a un sitial
de honor en las lides por la democracia y el socialismo, habrán de
dar muestras suficientes de que no obran por encargo de los neofascistas rusos.
Lenin explicaba cómo el imperialismo es la época del oportunismo,
y cómo sin combatir a éste resultará imposible vencer
a aquél. Una de las peculiaridades sobresalientes de la etapa histórica
actual consiste en que los más redomados oportunistas son los revisionistas
prosoviéticos, y sin desenmascararlos y derrotarlos no será
factible la emancipación de las naciones ni la consolidación
de la revolución proletaria. El rompimiento de las relaciones diplomáticas
de Colombia y Cuba configura apenas una de las tantas escenas del espeso drama
de las reyertas interimperialistas del Kremlin y la Casa Blanca. Lo positivo
de todo esto radicará en que las masas saquen las lecciones respectivas
y comprendan el antagonismo existente entre los caros objetivos de la causa
libertaria y los ocultos propósitos de los socialimperialistas. Ya
sobrarán las oportunidades para ello. Por ahora, la exacerbación
del pugilato de las superpotencias por el reparto del planeta le impedirá
al revisionismo proseguir, con la aquiescencia de los gobiernos representativos
oligárquicos de los demagogos liberales, sus maniobras y programas
reformistas y seudodemocráticos, como ocurrió durante los cuatro
años de la administración del señor Jimmy Cárter.
A no dudarlo, las condiciones se tornarán excepcionalmente propicias
para los comuneros del siglo XX.
V.M.- Y sobre los rumores de golpe de Estado, ¿qué
nos comenta?
F.M.- El dictador militar ha sido un personaje típico latinoamericano
no sólo de la vida política sino de la novelística, lo
que indica la fragilidad de las democracias oligárquicas del Continente,
desde los anales mismos del nacimiento de estas republiquetas de celofán,
hace más de siglo y medio. Aquí las gentes cuando se acuestan
no saben bajo la fusta de qué tropero amanecerán al día
siguiente. Los partidos revolucionarios que batallan en los interregnos de
los gobiernos designados por sufragio habrán de estar siempre vigilantes
y lo más preparados posible para dicha eventualidad.
Los círculos dominantes y sus amos yanquis han adquirido mucha pericia
tanto en la alternación de los dos tipos de poderes, el civil y el
cuartelario, como en la aplicación simultánea de la táctica
"pacífica" y de la violenta. Nosotros padecemos a un liberal,
el Primer Magistrado Turbay Ayala, que actúa despóticamente.
Ustedes padecieron a un déspota, el general golpista Velasco Alvarado,
que actuaba liberalmente. No resultan raros, pues, el descontrol y el comportamiento
errático de muchos opositores del régimen opresor, primordialmente
de las colectividades de las amplias capas medias, que se enfervorizan con
los halagos de la reacción y se amilanan con sus crueldades. Para tales
agrupaciones el reino ideal sería aquel que preserve la cascara democrática
del vetusto republicanismo imperante y deseche su pulpa tiránica. Una
desmembración irrealizable. Una quimera por la cual los pueblos frecuentemente
han oscilado sin rumbo fijo entre las falsas esperanzas y los temores ciertos
que les inspiran sus pérfidos sayones. Una necedad surgida del desconocimiento
de que toda democracia constituye una dictadura de una clase sobre otra, y
de que las mutaciones en la forma de ésta no alteran en nada su esencia.
A las vanguardias obreras les compete disipar equívocos tan comunes
y corrientes en nuestro medio. Por eso resaltamos la magnífica resistencia
del Partido Comunista del Perú contra el reformismo castrense de finales
de los sesentas y principios de los setentas, cuando se hablaba del "modelo
peruano" cual una excelente exploración de los gobiernos de facto
y los revisionistas del Hemisferio le batían palmas frenéticamente.
Experiencia que nos va a ser de grande utilidad ahora que en Colombia proliferan
las conjeturas acerca del golpe, instigadas por las graves perturbaciones
económicas y políticas a las que hice alusión, y los
militares incursionan en la problemática del país con sus propias
apreciaciones y sugerencias de mejoras sociales.
En todo caso, desde la defenestración del general Rojas Pinilla, el
10 de mayo de 1957, y el inicio de la segunda administración de Alberto
Lleras, el 7 de agosto de 1958, jamás habían convergido tantos
factores, internos y externos, como hoy, para el regreso de las charreteras
al mando del Estado. La situación es altamente negativa y preocupante,
porque, aunque los partidos tradicionales impongan un desenlace constitucional
para la crisis, la represión y la anulación de las pocas libertades
que todavía funcionan serán el cometido de cualquier tipo de
gobierno inmediatamente venidero. El MOIR, a su turno, adoptará las
decisiones que aconsejen los intereses de la revolución, la preservación
de sus fuerzas y las fluctuaciones de la lucha de clases. Su mira seguirá
siendo la de trabajar con ahínco para urgir el salto de la defensiva
a la ofensiva general. (Volver al índice)
No concurriremos a la llamada "comisión de paz"
Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983
Debido a que el régimen recién instalado incluyó
de manera inconsulta y caprichosa el nombre de Marcelo Torres, miembro de
la dirección central del MOIR, en una "Comisión de Paz
Asesora del Gobierno Nacional", aclaramos públicamente que no
hemos buscado participar ni pretendemos asistir a éste ni a ninguno
de los tantos organismos del manido pacto social entre gobernantes y gobernados.
No nos halaga en verdad la dudosa prerrogativa de asesorar una administración
que en mes y medio escaso de existencia acumula sólo pruebas de alocada
demagogia para resolver los graves e ingentes problemas nacionales y que de
subsistir será una edición en rústica de los antiguos
mandatos oligárquicos.
El MOIR no ha impetrado la paz, entre otras cosas porque no ha declarado la
guerra. Desde la época del asesinato de Gaitán y de La Violencia
no ha habido en Colombia condiciones para que las fuerzas populares se embarquen
en empresas insurreccionales que, como el heroico intento de Camilo Torres
y de otros muchos abnegados combatientes de los últimos veinte años,
han significado serios tropiezos en el avance político y organizativo
de las grandes masas de obreros y de campesinos. Son problemas de la táctica
de cuya acertada solución depende la libertad de los oprimidos y la
prosperidad de Colombia. Nos encontramos todavía en un período
caracterizado por la fiebre reformista, hoy llevada al paroxismo con el advenimiento
de Belisario Betancur. Los auténticos partidos revolucionarios, en
lugar de coadyuvar a tales ilusiones, o de desesperarse por el reflujo, han
de rebatir las imposturas de la reacción y aumentar pacientemente sus
efectivos, confiados en que la crisis económica, ocasionada por el
saqueo de los monopolios externos e internos, seguirá ahondándose
irremediablemente y permitirá los factores políticos indispensables
para la victoria de las mayorías vilipendiadas y engañadas.
Desde luego estos temas no constituyen materia de asesorías oficiales.
El MOIR tampoco ha recurrido al secuestro ni a ningún tipo de disparate
terrorista, en procura de fondos para financiarse o tras determinadas finalidades
publicitarias. Creemos que semejantes procedimientos proporcionan pretextos
a granel a los aparatos represivos que no desaprovechan oportunidad para proceder
contra el pueblo; y el pueblo no puede menos que mirar con recelo hazañas
que se confunden a menudo con los lances protagonizados por la delincuencia
tan común y corriente en nuestro medio. En general, para todas y cada
una de las labores políticas nos atenemos a los métodos elaborados
por Marx y Engels hace más de un siglo, que parten del principio de
que la emancipación del proletariado es obra de la clase obrera misma,
que se gana el apoyo del resto de los sectores sojuzgados de la sociedad,
y no de las proezas aisladas de unos cuantos insurgentes.
Respecto a las conquistas democráticas y las reivindicaciones económicas
sumamos nuestros esfuerzos a los de quienes combaten por los derechos fundamentales
y las mejoras en los medios de vida y de trabajo de las masas laboriosas.
Respaldamos las justas exigencias por la excarcelación incondicional
de los presos políticos y por el cese inmediato de los asesinatos y
la tortura de los guerrilleros y demás luchadores que han caído
en manos del régimen. Nuestro Partido también ha sido víctima
no pocas veces de la barbarie institucionalizada, la que continúa a
pesar del levantamiento del estado de sitio y de las lágrimas de cocodrilo
del señor presidente.
En cuanto a la amnistía la consideramos una negociación entre
el gobierno y las agrupaciones alzadas en armas, en la cual no nos compete
intervenir. Nosotros simplemente esperamos, primero, que a la postre salgan
favorecidos unos métodos y una táctica revolucionarios y correctos,
y, segundo, que en ningún momento dicha gestión sirva para ocultar
aún más la índole antinacional y antipopular de los nuevos
administradores de la vetusta república.
MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE Y REVOLUCIONARIO (MOIR)
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General.
Bogotá, septiembre 20 de 1982.
Con motivo de la presencia de un huésped no invitado*
* Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983.
Nunca fueron gratas para los pueblos latinoamericanos las
visitas que de cuando en cuando les han hecho los presidentes de los Estados
Unidos. Ocasionan siempre sacudimientos de protesta que exteriorizan el enfado
reprimido tras decenios de arbitrarias relaciones, a través de las
cuales el imperio del Norte apuntala sus chocantes potestades mientras los
países ubicados al sur del Río Grande se consumen en la indigencia
y la impotencia. La que el próximo 3 de diciembre realizará
el señor Ronald Reagan a Bogotá no tendrá por qué
llevarse a efecto en un ambiente distinto, aunque las condiciones presentes
sean muy particulares y las finalidades del viaje muy concretas. Entre los
muchos problemas del Continente que acucian al Jefe de Estado norteamericano,
el que lo trae tan súbita y fugazmente a estas tierras es sin duda
la atmósfera explosiva de Centroamérica y El Caribe, área
con la que se halla entrelazada Colombia. Viene, para decirlo en lenguaje
diplomático, a ponerse de acuerdo con el gobierno colombiano en torno
a los planes esbozados por la Casa Blanca para la pacificación de la
región.
El acontecimiento despierta sus expectativas puesto que el señor Belisario
Betancur, dentro de los muchos aspavientos encaminados a vender su imagen
de redentor social, a veces a costa de quienes lo sustentan en el mando, se
le ocurrió proponer la afiliación oficial al Movimiento de los
Países No Alineados y condenar verbalmente la subordinación
de Colombia a los Estados Unidos. El encuentro acabará por poner al
descubierto las histriónicas contradicciones del régimen belisarista,
cuyos capoteos lo han llevado a votar en la ONU por Nicaragua para el Consejo
de Seguridad y a adherir en Costa Rica a la Iniciativa para la Cuenca del
Caribe que Reagan promoverá durante su gira relámpago. Será
una importante lección de cómo se ha utilizado y se seguirá
utilizando el nacionalismo por parte de la coalición gobernante, en
favor de su propio prestigio y de la política entreguista de las clases
oligárquicas.
Nosotros somos desde luego fervorosos partidarios de la independencia de la
Nación. Incluso una de las demandas que hemos formulado para la conformación
de un frente patriótico de liberación en Colombia ha sido la
del no alineamiento internacional, requisito sistemáticamente infringido
y desfigurado por el Partido Comunista y sus socios en los empeños
de división del campo revolucionario. En la época contemporánea
ya no son Inglaterra, ni Francia, ni Alemania, ni siquiera Estados Unidos,
que emergió hegemónico de la Segunda Guerra Mundial, las metrópolis
boyantes y todopoderosas de otros años. Haciendo traición a
los principios de su fundador, este lugar lo ha ido ocupando la Unión
Soviética, convertida hoy en el imperialismo más agresivo, más
expansionista y más belicoso de la Tierra. En Angola mantiene veinte
mil soldados cubanos de ocupación que, junto con varios destacamentos
y asesores militares diseminados por Etiopía, Libia, Mozambique, Yemen
del Sur, Siria, le sirven de ariete en el asalto al África y al Medio
Oriente. En Indochina, echando mano del ejército vietnamita, pisotea
y desvalija el suelo de Kampuchea y Lao. En Afganistán, con sus propias
tropas invasoras, sojuzga, al estilo hitleriano, a las gentes de aquel martirizado
país. Y así, prevalidos de la superioridad de sus armas convencionales
y nucleares, los soviéticos se han apoderado paulatinamente de territorios
y aguas ajenos, lesionando los intereses de las repúblicas capitalistas
desarrolladas, extorsionando los pueblos que caen bajo su yugo y constituyéndose
en la primera amenaza de la paz mundial. Los violentos conflictos de la zona
centroamericana y caribeña también tienen que ver inevitablemente
con la escalada del socialimperialismo por la supremacía universal.
Aun cuando allí, de viejísima data, subsisten hondas desigualdades,
injusticias aberrantes y no pocas deformidades económicas, debidas
principalmente a la expoliación estadinense, la injerencia creciente
de los gobiernos de Cuba y Nicaragua que actúan sin embozo como intermediarios
del Kremlin, tiende a suplantar las luchas de las masas oprimidas en procura
de la libertad por la misma rebatiña que en otras latitudes se lleva
a cabo entre las superpotencias. Por eso votar hoy a favor de los Estados
Unidos y mañana a favor de los espoliques soviéticos, prenderle
una vela a Dios y otra al diablo para ganar adeptos, lejos de representar
una ingeniosa táctica de neutralidad, tipifica la más antigua
y común de las conductas oportunistas.
Colombia debe apoyar los esfuerzos de los Estados por su independencia y de
los pueblos por su emancipación, mas cuidándose de no colaborar
ingenuamente con la negra bandera de la expansión soviética.
Un dirigente político, un partido, un gobierno que en la actualidad
se conmueva por la tragedia de los salvadoreños y permanezca impávido
o aplauda los suplicios de afganos, polacos e indochinos, no solo despertará
sospechas acerca de sus verdaderas intenciones, sino que terminará
ganándose la repulsa de las masas trabajadoras del orbe.
Continuemos pugnando por la independencia real, completa e incondicional de
Colombia y de Latinoamérica de la dominación norteamericana.
Estados Unidos y el resto de potencias occidentales traspasan los umbrales
de la crisis económica y política más profunda de su
historia. Velemos porque tan propicia circunstancia no se malogre con un cambio
de amo y ayudemos a construir un mundo en que no haya naciones oprimidas ni
opresoras.
¡Plena autodeterminación para todos los pueblos
y contención al expansionismo soviético!
¡He ahí nuestra consigna!
MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE
Y REVOLUCIONARIO (MOIR)
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General.
Bogotá, noviembre 29 de 1982.
Las caóticas implicaciones del "sí se puede"
Tomado de Tribuna Roja No. 44, febrero de 1983.
A los padecimientos de la agotadora campaña electoral
pasada y a los escasos votos obtenidos por nuestros candidatos tenemos que
sumar en el balance, en esta oportunidad, la errónea apreciación
en que incurrimos respecto a quién o quiénes serían los
vencedores de la jornada. Nos inclinábamos a pensar, y así lo
proclamamos en diferentes momentos, que el señor López Michelsen
y sus adeptos, con todo y lo menguados que se hallaban por el desprestigio,
la división liberal y la crisis del país, terminarían
editando el segundo tomo del "mandato de hambre". Habían
salido airosos por holgada distancia en la primera prueba del 14 de marzo,
día en que la maquinaria legitimista, con lubricación oficial,
hizo la impresionante demostración de cómo se manipulan unos
comicios, por encima de los ataques viperinos de muchos de sus propios copartidarios
y de las náuseas del pueblo. Aunque todavía persistían
intactos los gérmenes adversos a la reelección, en el lapso
que restaba para el 30 de mayo se veía venir el respaldo a López
de parte de los centenares de miles de ejemplares diarios de "El Tiempo",
y se rumoraba de otra voltereta no menos importante, que igualmente se confirmó,
como era la teatral adhesión de Gabriel García Márquez,
la estrella fulgurante de las letras colombianas. Sin embargo, el continuismo,
levantado con la argamasa de la intriga, el soborno y el fraude, se desplomó
estruendosamente, a semejanza de no pocas edificaciones que en nuestro medio
de pronto se vienen abajo cuando más seguras parecen y sin que los
constructores proporcionen una razón satisfactoria del insuceso. A
Belisario Betancur le bastaron dos meses y medio para descontarle la ventaja
a su contrincante y superarlo por cerca de 400.000 sufragios, arrebatando
la investidura que había buscado en vano varias veces y que ahora conseguía
de manera apabullante, precisamente en las votaciones más copiosas
y en las que, según los cálculos de la Registraduría,
también se derrotó
la abstención tradicionalmente imbatible.
No nos detengamos en las causas de los precarios y consabidos guarismos contabilizados
por el MOIR en las lides electorales regentadas por el régimen oligárquico,
ni en las consideraciones de principio para seguir persistiendo en este tipo
de lucha que nos ha retribuido con la extensión permanente del Partido,
la vinculación progresiva a las masas, el conocimiento directo de los
delicados problemas de la nación y otros provechos que constituyen
viejas lecciones de un curso ya aprobado. Apliquémonos mejor en desenmarañar
los factores que precipitaron el desenlace del 30 de mayo y colocaron en la
conducción del Estado a un advenedizo cuya ambivalencia y cuyo lenguaje
nebuloso fueron siempre sus más adornantes virtudes políticas.
Fenómeno doblemente insólito si agregamos que el oscuro personaje,
conservador devoto desde los tiempos del "escuadrón suicida",
se propuso romper, una vez dignificado con la banda tricolor, todas las marcas
de la demagogia liberal. Sienta cátedra de moralización sobre
la pelleja de financistas, industriales y burócratas; busca el aplauso
de la izquierda consagrada libertando incondicionalmente a los guerrilleros
presos y demandando públicamente investigaciones en torno a la conducta
criminosa de los aparatos paramilitares, y, para embelesar al país,
ensaya sus falsetes nacionalistas, zahiriendo a los Estados Unidos y guiñándoles
el ojo a las avanzadillas soviéticas en el Continente. Vilipendia al
Congreso, amonesta a la prensa, amenaza a la banca, reprende a las centrales
obreras, amaña a su gusto el artículo 120 de la Constitución,
y, no obstante, recibe el reconocimiento multitudinario no sólo de
unas clases dominantes descontroladas y desalentadas, sino de diversos e ilusionados
segmentos de la oposición. Resolver el enigma, hasta donde sea posible,
entraña para nosotros una cuestión de pundonor, puesto que el
vaticinio electoral nos resultó fallido.
No es que dicho desacierto conlleve desviaciones que pongan en peligro las
posiciones proletarias del Partido, su infatigable batallar contra los postulados,
prerrogativas y propósitos de los explotadores. O que el resto de nuestros
juicios más claves acerca de la situación nacional, en el terreno
económico e incluso político, perdió su vigencia por
el pronóstico que no confirmaron los escrutinios. De ninguna manera.
Pero para una fuerza revolucionaria de vanguardia implica un deber ineludible
el asumir una actitud seria y autocrítica frente a sus yerros, si es
que desea ganarse la confianza de las mayorías expoliadas y convertirse
en su genuino representante. Además, cada equivocación trae
su contrario. Gracias a ello las ciencias naturales, y desde luego las sociales,
dieron grandes saltos de avance en el pasado y con toda seguridad los continuarán
dando en el futuro. El constatar la falsedad de una creencia estimada como
cierta ha facultado a cada rato la revelación de leyes fundamentales
en todas las ramas del saber. El conocimiento no lograría andar mucho
trecho sin el maestro negativo del error. El marxismo tampoco escapa a esta
norma suprema; y siempre que los hechos le demostraron la fragilidad de algún
aserto se abrió ante sí un esplendoroso panorama de fronteras
ilimitadas y de posibilidades infinitas, como cuando el mismo Marx, digámoslo
en vía de ejemplo, tras las experiencias arrojadas por una de las sojuzgaciones
colonialistas de la época, reconocía en 1869 la incongruencia
de su antiguo concepto de que "se podía derribar el régimen
irlandés con el auge de la clase obrera inglesa", para luego concluir
que "la clase obrera inglesa no hará nada mientras no se separe
de Irlanda"(1). Esta enmienda aparentemente pasajera no obedecía
a un elemental espíritu de justicia; estaba enderezada a disipar en
el ámbito de las relaciones internacionales uno de los puntos básicos
de la estrategia revolucionaria, por el cual los proletarios de las naciones
opresoras se comprometen a combatir en pro de la plena autodeterminación
de las naciones oprimidas, acogiéndose a un derrotero victorioso, el
que les garantiza su unidad en la más amplia escala. Quedó definida
la verdadera trascendencia del problema nacional y la forma de encararlo.
Desde entonces se aclaró que la suerte de los pueblos sometidos a la
extorsión extranjera no pendía del triunfo de la revolución
en las metrópolis, sino a la inversa, que el triunfo de ésta
requiere indispensablemente de la emancipación de aquéllos:
la concatenación acertada para debilitar y vencer a los grandes potentados
del capital imperialista y despejar el porvenir del movimiento obrero. Las
repercusiones de aquel hallazgo, al cabo de más de un siglo aún
se sienten, y de modo especial ahora que los revisionistas acaudillados por
Moscú defienden la inicua tesis de que la expoliación de las
naciones no riñe con el socialismo, no lo obstaculiza, no lo desvirtúa,
y antes bien lo "consolida", tal cual lo estamos viendo en Afganistán,
Angola, Kampuchea, Lao, Polonia, etc. "Una 'sociedad socialista no poseerá'
no sólo colonias, sino tampoco naciones sojuzgadas en general",
sostiene categóricamente Lenin (2).
Depongamos el criterio unilateral que comúnmente hemos mantenido sobre
los errores. No nos restrinjamos a la fácil postura de hablar mal de
ellos; aprovechémoslos para plantear interrogantes que nunca nos hicimos,
o que no nos hicimos con la bastante profundidad y la debida atención.
Aun cuando toque con materias estudiadas y absueltas por otros, echemos mano
de la conciencia de la propia incomprensión que respecto a ellas tengamos,
a fin de asimilarlas y dominarlas por completo. Y este es exactamente el caso
del cual nos ocupamos. ¿Por qué no dimos con el boleto ganador
el 30 de mayo, como nos preciábamos de haberlo hecho en trances similares?
¿Existe algún modo infalible en cuanto a la previsión
de esta especie de acontecimientos? ¿Hay margen para el azar? ¿Hasta
dónde? Escucharemos respuestas heterogéneas y contenciosas.
Que "en política dos más dos no son cuatro" y por
tanto se descarta el beneficio de efectuar cálculos; que el súmmum
de la astucia estriba en empeñarse por todas las opciones o no decidirse
por ninguna; que la investigación económica servirá para
conocer los males del país mas no para orientarse en la brega cotidiana.
No obstante la pluralidad de inquietudes que aleteen alrededor del tema, reduzcámoslas
a un par de tópicos: ¿Cuál es la relación entre
la economía y la política?, ¿conviene o no hacer conjeturas?
Los más y los menos de los vaticinios políticos
Empecemos por el que ofrece menores complicaciones. No yendo
demasiado lejos, si observamos el comportamiento de las personas normales
en cualesquiera de las faenas de la vida corriente, apreciaremos que no pueden
pasársela sin elaborar presunciones. En cierto sentido todos albergamos
un profeta en el alma. Con frecuencia nos vemos impelidos a acometer determinada
cosa porque estimamos que acontecerá otra. Configura por eso una solemne
majadería el pretender prescindir en política del hábito
de realizar vaticinios, armar hipótesis, prever desenlaces, siendo
que en aquella actividad, como en ninguna otra, trátase de un implacable
enfrentamiento de fuerzas en constante mutación y sometidas a incontables
influencias externas, y en la que vislumbrar la coyuntura venidera, aunque
fuese aproximadamente, o adivinar a tiempo los movimientos del enemigo, prodiga
a cada paso el éxito o el revés. Que esto sea así, no
hay sombra de duda. El quid reside en la consistencia de la "adivinanza"
y en la perspicacia del "adivinador".
Los griegos iban al oráculo a indagar el futuro, pero ni el temor paralizante
ni la sublime veneración que les inspiraban sus dioses eran prenda
suficiente de infalibilidad. En la monarquía feudal europea, soberano
que se respetara mantenía en la corte un astrólogo, mediante
el cual consultaba los cuerpos celestes antes de emprender cada batalla, y
nada raro que éste pagara con su cabeza la derrota de su señor.
En cambio, en una de las predicciones más geniales de la historia,
Lenin puso el oído en la tierra y con la precisa anticipación
aseveró: "El momento decisivo de la revolución en Rusia
ha llegado indudablemente"(3). Tan arraigado estaba su presentimiento
que, ante la "sutil" indiferencia del Comité Central y la
consternación por que se perdieran los instantes cruciales, presentó
su renuncia a la dirección, reservándose "la libertad de
hacer propaganda entre los afiliados de base del partido" (4). Sorprende
la agudeza del jefe que anuncia la eclosión, toma la iniciativa y adopta
durante semanas medidas preparatorias del asalto final, cuando otros, en medio
del terremoto, no captaron más que leves sacudimientos. Mas no vayamos
a imaginar que la realidad satisfizo los deseos de Lenin por esas excepcionales
coincidencias en que todo nos sale a pedir de boca. La relación fue
más bien al contrario: sus exhortaciones satisficieron plenamente cuanto
estaba acaeciendo.
Allí donde han irrumpido los partidos comunistas —nos referimos
a los que abrazan los derroteros del marxismo, no a los renegados— la
política dejó de ser el ciego transcurso de sucesos inconexos,
debidos exclusivamente al valor o cobardía de los héroes, a
la sagacidad o candidez de los estrategas, a la sabiduría o ignorancia
de los pensadores, para adquirir el viso de una ciencia. Al caos y a las volubilidades
del destino, a que se reducía la interpretación de los relatos
de la crónica, los alumbran ahora ciertas leyes generales y particulares
de inevitable cumplimiento, no inventadas sino descubiertas por los desbrozadores
de la nueva sociedad, merced a las cuales el proletariado se presenta a la
liza con neta superioridad ante la burguesía, y tal es en el fondo
su única ventaja. "Los hombres hacen su propia historia, pero
no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos,
sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que
existen y les han sido legadas por el pasado"(5). La participación
en la lucha de clases y el colosal desarrollo de la producción, con
el concomitante auge de las diversas disciplinas científicas, permitieron
a los preceptores de la revolución social dilucidar los principios
y el método con que debe adelantarse la política obrera, para
que ésta responda en todo momento a las mudables condiciones concretas
y no a los caprichos, quimeras o buenas intenciones de los combatientes. La
sistematización de la experiencia universal, alcanzada a través
de años de choques "pacíficos" y violentos, rebeliones,
conflagraciones, conquistas extraordinarias y enconadas disputas contra los
defraudadores infiltrados, convierte al marxismo-leninismo en un cuerpo armónico
de ricas enseñanzas, y que como tal hay que estudiarlo, si queremos
gozar de sus aportes y colocarnos a la altura de la evolución del pensamiento
revolucionario.
En Colombia abundan los "marxistas" que llegan al colmo de confundir
los peores períodos de resaca con el clímax insurreccional;
lanzan proclamas avisando del estallido armado y declarando la guerra al gobierno,
y al cabo de unos cuantos fracasos no tienen el menor empacho en autonombrarse
mensajeros de la convivencia y solicitar la amnistía a las autoridades
que meses atrás ellos mismos habían definido como el blanco
de sus bazucazos. Convocar a la insurgencia militar y a renglón seguido
retractarse acusa por lo menos un desconocimiento craso de los elementos característicos
que componen una situación revolucionaria, vacío carente de
justificación histórica si consideramos que tales elementos
han sido exhaustivamente discernidos, y de vieja data. Cuando los bolcheviques
culminaron su gloriosa victoria de Octubre de 1917, ya estas cuestiones medulares
de la táctica se hallaban teóricamente averiguadas; lo que explica
además el tacto en la escogencia de la oportunidad en que ha de arriesgarse
todo a la carta de la insurrección so pena de traicionar la causa,
porque "los de abajo no quieren" y "los de arriba no pueden"
vivir como antes (6). Pese a la crisis económica, inveterada y típica
de una neocolonia sujeta al saqueo de los monopolios imperialistas, la oligarquía
colombiana se las ha ingeniado, con la colaboración desde luego del
oportunismo revisionista, para mantener una seudodemocracia relativamente
estable y distraer a las masas con sus proyectos, sus virajes y sus enanas
figuras turnándose el mando en resonantes disensiones. Capas considerables
de la población se emocionan aún con la cháchara oficial.
Cuando un presidente sale de la escena en medio de la rechifla del grueso
público, el siguiente consigue rescatar las esperanzas perdidas. En
semejante atmósfera que viene respirando la vetusta república
en lo transitado por el Frente Nacional, a los baluartes revolucionarios les
ha correspondido una dura tarea de esclarecimiento, prioritariamente entre
los trabajadores de la ciudad y el campo, y un minucioso y paciente trajín
organizativo y de acumulación de fuerzas. Empero, llevamos cerca de
un cuarto de siglo, desde la fundación del desaparecido MOEC, en que
las noticias registran casi a diario el llamado "¡a las armas!",
proveniente de agrupaciones de surtidas siglas y que prenden y apagan con
la fugacidad de la luciérnaga. ¿Cómo puede haber ocasión
para una guerra insurreccional, si el 14 de marzo y el 30 de mayo últimos
todas las tendencias de todos los partidos, con la exclusión del FUP,
hicieron de la conciliación de las clases la principal consigna para
movilizar al electorado, y el pueblo votó copiosamente por la paz?
El remedio para no caer en tamaños disparates no radica en adoptar
la línea de menor resistencia de abstenernos de emitir conceptos sobre
el más probable desencadenamiento de los eventos nacionales. Negarse
a tomar posición y a elaborar cálculos evita, sí, el
compromiso de impartir orientaciones, pero sería tanto como abandonar
la pelea por el miedo a equivocarse. Ineludiblemente seguiremos fallando en
no pocos diagnósticos; sin embargo, para que dicho fenómeno
jamás llegue a constituir una genuina tragedia, extraigamos del materialismo
dialéctico e histórico los cánones capitales de la política
revolucionaria que nos ayudan a reducir al mínimo el número
y la hondura de los errores. Y cuando los hechos saquen a la luz algún
desatino nuestro, en primer lugar reconozcámoslo y, obviamente, enmendémoslo,
mas aprendamos de él con el fin de incrementar el bagaje ideológico
del Partido. Claro que no basta indagar la teoría, nuestro oráculo,
que en definitiva se circunscribe a pautas generales y abstractas que sirven
sólo de guía para la acción, por lo que el acierto será
también hijo del nexo directo con la situación real, a la que
habremos de tomarle el pulso continuamente y rastrearla con sumo cuidado,
porque "en cualquier momento salta la liebre". Los augurios referentes
al 14 de marzo, que nos atrevimos a formular con base en el examen de las
contradicciones en juego hasta entonces, en lo fundamental se confirmaron;
en cambio, los que para el 30 de mayo repetimos en concordancia con el mismo
discernimiento, no. Hubo alteraciones que no notamos o no tuvimos tiempo de
notarlas. De ahí la necesidad imperiosa de mantenernos en guardia respecto
a los trastocamientos que, particularmente en las temporadas de crisis, se
precipitan con la rapidez del rayo.
López Michelsen venía echando senas y barriendo a cuantos se
le interponían en su marcha triunfal. Quitó de en medio a Virgilio
Barco, el valido de los expresidentes Lleras, y la Convención de Medellín,
integrada por sus mayorías legitimistas, lo designó jefe único
y candidato a la primera magistratura, cuando hacía unos meses a muy
pocos les pasó por la mente que al padre de los dueños de la
hacienda "La Libertad" y del analista de futuros de café
le quedaran arrestos o le sobrara desvergüenza para postularse de nuevo.
No le hicieron la menor mella ni los dardos ponzoñosos de la prensa
liberal que lo denigró hasta el cansancio; ni la escisión de
su partido, alevosa y paladinamente instigada por Carlos Lleras Restrepo,
con el consentimiento sigiloso pero no menos corrosivo de Alberto Lleras Camargo;
ni la desautorización que dentro del conservatismo cayó sobre
el nombre de Alvaro Gómez Hurtado, su aliado secreto en la aventura
del retorno al Poder; ni el fiasco reiterado de las amnistías, por
cuya buena ventura de algún modo debía responder, al igual que
por el resto de las medidas de la administración Turbay Ayala; ni la
tumbada de la reforma constitucional de 1979 a cargo de la Corte Suprema de
Justicia, que acusaba la renuencia de uno de los tres órganos del Estado
a someterse a la coyunda del Ejecutivo, trayendo a la memoria la frustración
de su "pequeña constituyente" y la animadversión en
boga contra sus planes transformadores. ¡Nimiedades!, se dijo, y prosiguió
su carrera de obstáculos confiado en que, con la turba de manzanillos
que lo secundaba y el efectivo espaldarazo del gobierno, cruzaría el
Rubicón de las elecciones de mitaca y expedita lo aguardaría
la senda hacia el nuevo Palacio de Nariño. Si no había sido
posible contenerlo cuando su poderío era todavía una incógnita,
mucho menos después que el país constatara la eficacia de la
llamada "clase política", tan envilecida pero tan ducha en
la labor de arrear las mesnadas de votantes cautivos. De acuerdo con los datos
que nos suministraran los camaradas de disímiles regiones, en TRIBUNA
ROJA insertamos una narración acerca de cómo se desarrolló
aquella ronda electoral, en la que se recalca los trucos, los espejitos y
los viciosos procedimientos de que se valen los curuleros del bipartidismo,
especialmente los que cuentan con la anuencia de la burocracia gubernamental,
para notificar cada cuatro años que ni siquiera las capas más
escrupulosas de las oligarquías pueden prescindir de sus buenos oficios,
porque ellos son el verbo hecho carne de la democracia colombiana. Además,
cuando el poder del dinero y el dinero del Poder por cualquier motivo no logran
vaciar la conciencia ciudadana en los moldes de la reacción, el cambiazo
en la Registraduría termina imponiendo la voluntad del gobierno de
turno sobre el querer de los electores. Que recordemos, así ocurrió
en 1970, aquel 21 de abril del que tanto se ha comentado, en que Carlos Lleras,
el más "estricto", el más "limpio", el más
"recto", el más "ponderado" de los estadistas,
puso en sitio al país, apresó en su residencia a Rojas Pinilla
y en Tres Esquinas al comando nacional de Anapo, los vencedores de la víspera,
y como grosero timador les birló la victoria a la que tenían
legítimo derecho por dictamen de las urnas, para sentar en el solio
a su favorito de entonces, el señor Misael Pastrana. Algo semejante
aconteció en 1978 con el ascenso de Turbay: que el turbio manejo de
los cómputos y de la información dejó en el ambiente
la desabrida sensación de que el señor Betancur fue víctima
de otro timo igual. Tal costumbre, estatuida en código supremo de la
actual república, no pierde trascendencia por los contados casos en
que no haya sido observada. Antes bien, adquirirá vigor con el robustecimiento
económico del Estado, una propensión inquebrantable que se traduce
en la reafirmación del sistema presidencialista y en el incremento
de las irresistibles inclinaciones antidemocráticas de éste.
Y si a lo anterior se agregan la desazón y el pesimismo exteriorizados
por algunos de los más furibundos oponentes de la legitimidad, se comprenderá
mejor las razones del convencimiento nuestro, y de muchos otros testigos oculares
del quehacer político, de que muy difícilmente se evitaría
el segundo encumbramiento de Alfonso López hijo (7). Con todo, los
liberales descontentos que modelaron o promovieron la facción del Nuevo
Liberalismo tuvieron su desquite. A esta pandilla le faltó bastante
para establecer su supremacía, como era de esperarse, pero finalmente
atajó al odiado usurpador, así hubiera sido al precio de despeñar
a su propio partido y de pasar por felona.
Una mirada retrospectiva al interregno del 14 de marzo al 30 de mayo nos permitirá
identificar las variaciones que posteriormente determinaron el giro de la
balanza hacia el otro platillo. El comando belisarista planificó el
debate, esmerándose por llegar a todos los estratos de la sociedad
con un nutrido paquete de ofrecimientos, sin parar mientes en la coherencia
o viabilidad de sus programas. El resorte del éxito estaba en acicatearle
a cada cual sus espejismos de mejoramiento social, el "sí se puede",
en una nación desértica y exhausta. Quien en elecciones no tiene
promesas, nada tiene, era la máxima del Movimiento Nacional. Además,
las gentes hambrientas y confusas ven el cebo pero no el anzuelo. Que a nosotros
nos pareciera todo esto demasiado absurdo y repulsivo, como realmente lo es,
no quiere decir que a los televidentes no les hubiera gustado más la
demagogia delirante de Betancur que la cínica crudeza de López.
Y el belisarismo no hizo una sino tres campañas. Las manifestaciones
que por su lado efectuaron los más eximios jefes azules en los municipios
y veredas recalcitrantemente reaccionarios, las vicarías conservadoras,
en donde se predicó la "pura doctrina" y se despertó
el sectarismo, conformaron en verdad una gira aparte. Los gestores del Nuevo
Liberalismo, que se dedicaron por los medios a su alcance, principalmente
a través de los diarios de mayor circulación, a enlodar la de
por sí maltrecha efigie del candidato continuista, achacándole
la responsabilidad de todos los males pasados, presentes y futuros de la república,
fueron los comisionados del trabajo sucio. Y la tercera campaña corrió
por cuenta del mismo Betancur, quien no arrojó un guijarro contra nadie
y se desplazó por la geografía patria hablando del entendimiento,
de la convivencia, del amor, de las bondades de la bondad y de los goces del
paraíso terrenal, reservados a los que votaran por él.
Mientras tanto López, que llevaba a cuestas los pesados descalabros
de dos administraciones sucesivas, respondió con la improvisada frivolidad
del "gallo colorado", restringiendo la controversia a una melancólica
defensa de sus catastróficas ejecutorias y a desencantar con el recuento
de las evidentes imposibilidades de la nación a una audiencia que suspiraba
con los pajaritos de oro pintados por su pródigo y lenguaraz contrincante.
Para ilustrar el desorden y la insensatez que prevalecieron en su alto mando,
basta traer a colación la metida de pata de Jorge Mario Eastman, quien,
segurísimo de la apoteosis del reeleccionismo y sin prever las consecuencias
de sus declaraciones, confesó las ganas de ser en 1986 el jefe del
debate electoral de la segunda candidatura presidencial de Turbay Ayala. El
país intuía que el pacto oculto, suscrito por debajo de la mesa
desde 1974 entre los dos más connotados adalides del continuismo, era:
"tú me eliges y yo te elijo"; pero que saliera a decirlo
descaradamente el Ministro de Gobierno, y a decirlo unos cuantos días
antes del 30 de mayo, en un momento ciertamente álgido en que la opinión
se encontraba hipersensible y superatenta a la menor novedad de la política,
más que una torpeza infinita, constituía una burla intolerable.
A la hora de nona, las espeluznantes admoniciones sobre los peligros que acarrearía
la trepada de los godos al Poder tampoco surtieron efecto en el ánima
conturbada de vastas muchedumbres que ya se repetían a sí mismas:
"Pan barato, aunque reine Poncio Pilatos". Y el punto fuerte del
déspota del 14 de septiembre de 1977, la trillada paz, se difuminó,
porque fuera de que la mayoría de grupúsculos, grupos, facciones
y frentes se adueñó de ella, el rechazo que el gobierno le dio
a la sugerencia de amnistía presentada por la comisión presidida
por Lleras Restrepo, y la polvareda que éste levantó por dicha
causa, violando incluso la discreción a que se había comprometido
solemnemente, acabaron por desmentir que aque1la iniciativa correspondiera
al ideario liberal, tal cual lo pregonaba la propaganda lopista. El Movimiento
Nacional jugó doble y sacó a la larga tajada de las incongruencias
en que caía la contraparte. A tiempo que alvaristas y pastranistas
impugnaban la propuesta de la mencionada comisión, y con ello obstruían
la capacidad de maniobra de Turbay, Betancur juraba ponerla en vigencia durante
su cuatrienio (8).
Todos estos infortunios, junto a los pedidos de moralización que brotaron
por doquier hasta volverse un vocerío ensordecedor de protestas contra
las depravaciones del clientelismo, fueron agolpándose en el tramo
final de la competencia y dejando en los físicos cueros al "gallo
colorado" y al gallinero entero. Igualmente las constantes denuncias
contra el Estatuto de Seguridad y la acendrada convicción de que el
presidente era un juguete en manos de los militares, contribuyeron poco a
poco a que numerosos sectores de las clases oprimidas equipararan y rimaran
reelección con represión y continuismo con despotismo. No sólo
se declaraba objetivamente antilopista la crisis económica, cuyas devastadoras
secuelas de quiebras y concordatos, desempleo y carestía, se iban evidenciando
a medida que el régimen anterior llegaba a su término, sino
que hechos imprevistos como el conflicto de Las Malvinas, desatado el 2 de
abril con la toma militar de las islas por los argentinos, y las innegables
repercusiones políticas del vergonzoso papel de "Caín de
América" desempeñado por Colombia durante el mismo, cayeron
como baldados de agua fría en el campamento liberal y no pudieron menos
que rendir inesperadas utilidades a la papeleta del candidato conservador.
Resumamos. Una conjunción de variados factores adversos impidieron
a los convencionistas del salón de exposiciones de la capital de Antioquia
remontar, en ese postrer domingo de mayo, la última cima de la montaña.
Las nuevas trabas surgidas no hicieron otra cosa que agravar la incidencia
de los escollos más antiguos y más protuberantes. Después
de marzo la división liberal se mantuvo con el único propósito
práctico de sustraerle a la legitimidad unos centenares de miles de
votos claves, que nunca nadie sabrá cuantificar con exactitud. Y con
su bandera de la paz le ocurrió a López algo parecido a lo que
narra Hemingway en "El viejo y el mar", que sus enemigos mordieron
de ella hasta dejarle únicamente el esqueleto. Las torpezas e improvisaciones
de su estado mayor, la agudización de la crisis económica y
las luchas sistemáticas del pueblo por los derechos democráticos,
los reflejos internos de la malhadada política exterior del gobierno,
las arrogancias del "no se puede" frente a las añagazas del
"sí se puede", es decir, la concurrencia de pequeños
y grandes detalles, sucediéndose unos tras otros e influenciándose
recíprocamente, desembocó en la estruendosa derrota de la reelección.
(Volver al índice)
La conexidad y las inconexidades entre la política y la economía
Abreviar el análisis con la llana y artificiosa conclusión
de que el resultado electoral se deduce del respaldo que a la candidatura
Betancur venía ofreciéndole de relance la embajada norteamericana,
como comentan algunos; o del visto bueno del ejército, que a la postre
frenó los malabares de los caciques, alcaldes y demás prestímanos
del oficialismo, como apostillan otros, es tener un criterio muy pobre o muy
mecánico de la política. Que el aparato legitimista funcionó
deficientemente, no lo niega nadie. Pero que hubo una gigantesca avalancha
de votos belisaristas tampoco debiera ser olvidado. La parálisis de
la maquinaria ha de explicarse más bien por el repunte arrollador del
Movimiento Nacional, que el repunte de éste por la parálisis
de aquélla. La política la demarcan en definitiva las pugnas
de las clases y de los intereses económicos envueltos; sin embargo,
de tal principio, absolutamente válido, no ha de colegirse que al imperialismo
y a sus intermediarios les basta tomar una determinación para que ésta
se cumpla cual edicto inapelable. ¿Hay acaso en el mundo una persona
o una institución que logre satisfacer la plenitud de sus aspiraciones
en el lugar y el tiempo esperados? Aun cuando suene normal que una neocolonia
se vea constreñida a aceptar los juicios de quienes ejercen la hegemonía,
a veces sucede lo contrario, sobre todo en los períodos de crisis,
que los dominadores tengan que acomodarse a los veredictos de sus subordinados.
Si así no fuese, nunca habría revoluciones ni movimientos de
emancipación nacional victoriosos; sin que estemos insinuando nada
respecto al pintoresco señor Betancur, a quien los revisionistas de
todos los coturnos se han apresurado a saludar como a una variedad de Kerenski
criollo, pero que, a pesar de sus desplantes de liberación fementida,
no escapa a las presiones de los monopolios extranjeros y colombianos. La
cosa atañe al primero de los dos problemas arriba bosquejados: ¿Cuál
es la relación entre la economía y la política? Quienes
hayan estudiado el abecé con seguridad saben que la política
es la "expresión concentrada" o la "síntesis"
de la economía; empero, a menudo se echa en saco roto que para el marxismo
la historia, con su abigarrado y multifacético mosaico de contingencias,
se halla muy lejos de compendiarse simple y exclusivamente en el acaecer económico
(9). De otro lado, en el MOIR hemos hecho hincapié en lo que para la
lucha revolucionaria del proletariado significa el desentrañar, en
los pronunciamientos, actuaciones y propósitos de dirigentes y partidos,
la base social, el sustento material, el sello de clase que los distinguen
y alientan. Sin ello nos perderíamos en la manigua de las contradicciones
políticas, gobernados por la fatalidad, antes que intentar convertirnos
en soberanos de nuestra propia conducta. Nunca se insistirá demasiado
alrededor de punto tan vital. Esperando que este curso haya sido también
aprobado, examinemos ahora en qué sentido y hasta dónde la política
dista de resumirse en la economía.
Ya señalamos que en aquella actividad de lo que se trata es de sacar
airosas unas fuerzas en el enfrentamiento con otras, y en nuestro caso, de
implantar el dominio del proletariado sobre sus expoliadores. Meta que en
Colombia requiere previamente de la expulsión del imperialismo y del
derrocamiento de sus secuaces, para lo cual habremos de agrupar en un solo
frente de combate a todos los destacamentos patrióticos y revolucionarios
del pueblo. Como el enemigo no duerme y comprende asimismo de estrategia,
hay simultáneamente otro esfuerzo semejante, proveniente de la orilla
opuesta, pero a la inversa, ya que se encamina a desarticular a las multitudes
sojuzgadas. En la puja por la primacía existe otra diferencia entre
el comportamiento del obrero y el del burgués: el primero no necesita
ocultarle a nadie sus intenciones, debido a que su bienestar no se funda en
la explotación sino en la supresión de ésta, y a que
el desarrollo histórico y del pensamiento científico le favorecen;
mientras que el segundo, sin disyuntiva, cifra su éxito en los disfraces
con que encubra su proclividad (10). Empezando porque aquél no teme
difundir a los cuatro vientos que el poder que impondrá será
su propio Estado, la dominación suya sobre la burguesía, la
dictadura del proletariado. En contraste, los partidos burgueses y revisionistas
presentarán siempre la dictadura de las clases expoliadoras como el
"Estado del pueblo", compartido por "todos" y usufructuado
por "todos". Un gobierno puede o no ser democrático, es decir,
que en alguna forma se atenga o no a la opinión mayoritaria de la clase
predominante; sin embargo, jamás dejará de ser eso, el predominio
de una determinada clase. A distinción de lo que pasa en el socialismo,
la democracia capitalista en el fondo toma en cuenta únicamente el
parecer de una minoría, o siendo más exactos, el parecer de
la mayoría de la minoría. Ninguna libertad, ningún derecho,
ninguna independencia cedida o tomada bajo este régimen sacará
al trabajador de su condición de paria avasallado. Tal especie de conquistas
a lo sumo servirá a las masas asalariadas para obtener más conquistas,
hasta que esa secuencia ininterrumpida de logros frustrados, seguidos de mayores
necesidades insatisfechas, las preparen y las convenzan de la premura de la
revolución.
De ahí que en una sociedad como la colombiana se ponga de manifiesto
permanentemente el antagonismo entre las hondas disparidades económicas
de las personas y la "igualdad" de los hombres consignada en la
Constitución y las leyes de la república. Y que no obstante
la despiadada explotación a que se somete a los obreros, campesinos
y demás oprimidos, los voceros ilustrados de los beneficiarios del
despojo presuman de protectores de la comunidad. Y que cualesquiera concesión,
reforma, acontecimiento, sin excluir los culturales, los religiosos, los conmemorativos,
vayan a parar al caldero del alquimista de la política de la reacción
y se aprovechen indefectiblemente para obtener adeptos, confundir a las masas,
o simplemente para neutralizar al adversario. Una declaración altisonante
contra la indisciplina de los agiotistas, la estatización de algún
banco en quiebra, o la promesa de reducir los intereses crediticios, han sido
títulos más que suficientes para que los editoriales de la gran
prensa y los mismos comentaristas de la oposición mamerta o promamerta
hagan del señor Betancur un apóstol del cambio social, sin reparar
en que el nuevo gobierno, en escasos cuatro o cinco meses, ha expedido decretos
a granel y suministrado miles y miles y miles de millones de pesos a objeto
de garantizar la estabilidad y los ingresos especulativos del capital financiero.
O en que la rebatiña por la paz, tan de moda en la actualidad, le confiera
a un fulano como Bula Hoyos dimensiones nacionales, transformando por arte
de magia al tiranuelo de provincia en el munificentísimo repúblico
que enriquece la jurisprudencia de los delitos políticos con los "crímenes
atroces", en una sociedad convulsionada por los asaltos a las entidades
bancarias, los secuestros y el asesinato. Calar en esa maraña de inextricables
paradojas un orden lógico, o calificar a cada quién según
el catálogo de prioridades establecidas, es obra de romanos. La política
va y viene continuamente de la economía, pero posee vida propia y conforma
una galaxia aparte, con sus astros, sus órbitas y sus movimientos característicos,
así nos cueste trabajo enfocarlos; hasta el punto de que, dentro de
la división del trabajo social, constituye una profesión definida,
y la gente que vive de ella, nos referimos a los condotieros del sistema,
lo hace en la medida en que guarde las apariencias de libre albedrío
e incluso se permita la avilantez de criticar, a la manera de un William Jaramillo
o un Agudelo Villa, las extralimitaciones del agio y de la usura en nombre
del bien público.
Eso en la esfera interna. En el campo más dilatado de las relaciones
internacionales sucede otro tanto. Los países sujetos al saqueo del
imperialismo con frecuencia brindan el espectáculo de una burguesía
que se comporta díscola y gruñona ante sus amos. La nacionalización
de la banca mexicana acometida por López Portillo en las postrimerías
de su mandato tuvo todas las trazas de un pugnaz desafío a las agencias
prestamistas del orbe, a Washington, a Wall Street, como se estila en esa
nación desde los tiempos de Lázaro Cárdenas, y aun más
atrás. No obstante, cuando se supo que las oligarquías mexicanas,
además de deber la fantástica cifra de 80.000 millones de dólares,
habían estado sacando subrepticiamente al extranjero una cantidad de
divisas equivalente a la mitad de aquella suma, y que por tal causa el control
estatal sobre las finanzas del país se tornó en una exigencia
impostergable, y en cierta forma en una garantía para los prestamistas
de las metrópolis, sólo los más contumaces seguirán
pensando que el partido de gobierno, el PRI, porque se pavonea de revolucionario
con sus ditirambos a Cuba, no obedece a los confidenciales designios de sus
acreedores. Y a veces no muy confidenciales, puesto que "The Wall Street
Journal", absolviendo cualquier duda sobre quién es el que manda,
tronó: "Todo el mundo tiene interés en mantener a México
a flote. En cambio el mundo y los contribuyentes estadinenses en particular
no son tan ricos que puedan darse el lujo de seguir financiando a países
que se niegan a corregir sus políticas erróneas (...). El tesoro
de los Estados Unidos, por su cuenta y con los consejos del FMI, debe insistir
que México acepte condiciones que ofrezcan una esperanza razonable
de volver a situarse en una firme posición financiera. Si esto constituye
una afrenta al orgullo nacional mexicano, que así sea" (11). Ahora
bien, trasladándonos al Hemisferio Austral, nos encontramos una enorme
neocolonia, Brasil, tanto o más endeudada que sus amigos mexicanos,
sobre la que siempre ha existido la fundada sospecha de que sus gobernantes
son, entre los abyectos del Continente, el régimen servil por excelencia,
a través del cual la Casa Blanca y el Pentágono transmiten y
ejecutan sus ucases, cuando no desean, desgastarse asumiendo la autoría
material de la infamia. Sin embargo, de pronto nos tropezamos en los periódicos
con noticias como ésta: "'Nadie les puso una pistola en la sien
y les dijo: Tienen que pedir 70.000 millones de dólares prestados',
dijo en una entrevista reciente el embajador estadounidense, Langhorne Anthony
Motley. 'No podemos reordenar toda nuestra política económica
para satisfacer a Brasil'. Otro diplomático estadounidense comentó:
'Aunque las resolviésemos todas (las disputas económicas) seguiríamos
sin obtener ninguna cooperación política. No se les ve a menudo
votando con nosotros en las Naciones Unidas. A menudo es con los soviéticos.
No hacen nada por nosotros en América Central, ni en el Cercano Oriente.
. . No se les puede molestar con Afganistán'" (12).
Por esas infidelidades de la política con la economía, por esa
falta de una estricta correspondencia entre la una y la otra, hemos de soportar
casos como los reseñados. Los mexicanos, tan dados a posar políticamente
de independientes, y a despecho de su empenachada altivez y de su autosuficiencia,
tienen que agachar la mansa cerviz ante los fríos e inmisericordes
dictámenes del cálculo económico de los neoyorkinos.
Y los desafortunados imperialistas yanquis, con todo el peso aplastante de
su oro y el poder de convicción de su economía colonialista,
deben lamentarse de las ligerezas políticas de una de las satrapías
más sometidas de la Tierra, la brasileña.
Lenin indica: "La república democrática está en
contradicción 'lógica' con el capitalismo, porque 'oficialmente'
coloca en un pie de igualdad al pobre y al rico. Es una contradicción
entre el sistema económico y la superestructura política. La
misma contradicción existe entre el imperialismo y la república,
ahondada y agravada por el hecho de que el remplazo de la libre competencia
por el monopolio 'dificulta' más todavía la realización
de la libertad política" (. . .) "La contradicción
entre el imperialismo y la república es una contradicción entre
la economía del capitalismo de nuestros días (o sea, el capitalismo
monopolista) y la democracia política en general" (13). Desde
cuando se escribieron estas frases el proceso de incremento de la fuerza económica
del imperialismo no ha cesado. Debido al alto grado de centralización
a que llegan hoy los monopolios, contemplamos cómo uno solo de esos
pocos colosales conglomerados abarca las más disímiles actividades
industriales y sus operaciones se extienden prácticamente por el globo
entero. Las agencias prestamistas internacionales, cada vez más entrelazadas
y poderosas, convergen al Banco Mundial que, como su nombre lo revela, consiste
en una entidad supergigantesca para todo el planeta; y el Fondo Monetario
Internacional se encarga de asir por el cuello a los países receptores
de los empréstitos foráneos a fin de que apliquen las políticas
monetarias, fiscales, comerciales y de inversión más saludables
para el feliz funcionamiento del sistema en su conjunto. Sistema que por tanto
ha acentuado las tendencias antidemocráticas y despóticas que
le son inmanentes. No obstante ha habido un giro sustancial, la generalización
del neocolonialismo, enderezado a que el desvalijamiento de los pueblos se
adelante sin que la metrópoli tenga que ocupar directamente los territorios
extranjeros que están bajo su influencia. El imperialismo esquilma
las naciones pero les tolera la república, la democracia y la independencia
política. Los Estados Unidos, que concurrieron a la Segunda Guerra
Mundial agitando tales postulados y que salieron gananciosos hasta el extremo
de establecer a la sazón su hegemonía universal indiscutida,
fueron los comisionados de propalar esta modalidad de saqueo colonialista,
en cierta forma nueva y que encuadra perfectamente con la creciente omnipotencia
de los monopolios (14). La inversión de los capitales extranjeros,
el endeudamiento externo, la sujeción de la industria nativa a los
suministros, maquinarias y tecnología de los grandes consorcios, la
inundación del mercado interno con las mercaderías traídas
de fuera y hasta la necesidad de obtener unas cuotas vitales en la vastedad
del comercio de los magnates del emporio para los productos básicos
de las zonas atrasadas, crean en éstas lazos de subordinación
económica con las potencias imperialistas, más difíciles
de trozar que las otras cadenas de la sojuzgación política.
A los gobernantes de las neocolonias se les permite la autonomía del
caso, para que zapateen y gimoteen cual lo hacen las burguesías de
Brasil y de México, con tal de que paguen en dólares contantes
y sonantes los costosos compromisos contraídos con el imperio. Lo cual
no quiere decir, de otra parte, que hayan desaparecido las anexiones, las
tomas territoriales, la invasión armada de unos países por otros,
a las que son particularmente afectos el socialimperialismo soviético
y su agente más activo, Cuba. Sólo perseguimos subrayar la polarización
que en la actualidad se desarrolla impetuosamente, como en ninguna otra época
anterior, entre la extorsión económica imperialista y las expresiones
republicanas de gobierno.
Si Moscú revive el vandalismo de la Santa Rusia y se inclina hacia
el modelo de dominación directa, mediante el traslado de tropas agresoras
a las regiones que paran en sus garras, cual lo hace en Indochina con los
fantoches vietnamitas, en Angola con los peleles cubanos y en Afganistán
con sus propias unidades, ello responde no únicamente a que abogue
por un nuevo reparto de un mundo aherrojado de antaño por los viejos
imperios, sino también a que el escaso poder competitivo de sus fuerzas
productivas lo lleva inevitablemente a emplear la superioridad bélica,
a cuyo desmedido incremento le ha dedicado durante lustros sus principales
esfuerzos. En contraste, las otras potencias del ámbito occidental,
incluido Japón, por lo regular han franqueado las puertas de las naciones
del Tercer Mundo con la llave de una productividad considerablemente elevada,
estrujándolas de modo menos bárbaro, más "civilizado",
pero con menores costos y mayores dividendos. Tan escurridiza y demoledora
resulta dicha arma, que con la crisis de superproducción en que se
debaten tales Estados, hállanse impelidos a tender sus tupidas cortinas
proteccionistas, restringiendo al máximo la circulación de las
mercancías y admitiendo con ello que exclusivamente les restan las
disposiciones extraeconómicas, vale decir, coercitivas, violentas,
beligerantes, para medio capotear la tormenta que se les vino encima, y que
no es otra, paradójicamente, que la abundancia de productos carentes
de compradores.
Los habitantes de muchas neocolonias aún disfrutan de una infinidad
de prescripciones democráticas, en el papel y en los períodos
de relativa calma, desde luego, pues a la hora de la verdad no cuentan con
ninguna, y menos con la más decisiva, la autodeterminación nacional.
Son innumerables las aspiraciones de las masas a las que los políticos
de la oligarquía acuden a atender de mil maneras, todas igualmente
engañosas. Sin remedio, los ofrecimientos, las reformas, los halagos
que propaga la reacción organizada, tan variados y comedidos como se
quiera, terminan claudicando ante los incentivos pecuniarios de la expoliación.
El señor Betancur no desperdicia una sola de las graves dolencias del
país para referirse a ella haciéndose propaganda y brillando
de redentor. El sabe que uno de los anhelos más sentidos de extensas
capas de la población colombiana ha sido el de preservar la soberanía
de la patria, a cada paso mancillada y escarnecida por los desafueros de los
consorcios imperialistas, fundamentalmente los de Estados Unidos. El habría
de darle a tal demanda una complacencia, al estilo típico de las filisteas
clases dominantes, y de improviso resolvió, en medio de un rifirrafe
fenomenal, la afiliación de Colombia al bloque de Países No
Alineados. Audacia superior a la de adherir el partido liberal a la Internacional
Socialista de Willy Brandt y que en su momento no causó el menor impacto
entre los correligionarios de Alfonso López. Osadía mayúscula
por la cual el gobernante recaba las loas de sus agradecidos gobernados. Mas
no fue óbice para que el canciller Rodrigo Lloreda respaldara en San
José de Costa Rica La Iniciativa para la Cuenca del Caribe de la Casa
Blanca y que, como una obsequiosa reciprocidad a la reciente visita de Ronald
Reagan a Bogotá, personalmente el presidente comunicara que los capitales
foráneos venidos a Colombia estarán exentos de algunas de las
restricciones previstas en el Pacto Andino. Dos mercedes demostrativas de
cuáles son ciertamente las preferencias que anidan en el alma del sucesor
de Turbay, no tan distantes a las de éste, pese al improvisado do de
pecho, salido de tono, con que acogió a su colega norteamericano y
pese a que depositó su votico de rebeldía a favor de Nicaragua
en las Naciones Unidas. No es extraño que los mandatarios latinoamericanos
se barnicen de izquierdistas, protestando públicamente contra determinadas
acciones piráticas del imperialismo, como lo hicieron ante la ofensiva
militar emprendida por Inglaterra y Estados Unidos sobre Las Malvinas; sin
embargo, no fue más que eso, unos cuantos brochazos de latinoamericanismo,
pues se cuidaron de adoptar la menor medida eficaz en pro de los argentinos
y algunos llegaron hasta colaborar furtivamente con la expedición punitiva,
tal cual lo destapó el exsecretario de Estado, Alexander Haig (15).
La otra treta no menos oportunista es la puesta de moda en Colombia por el
señor López Michelsen, que soltaba, de golpe, sus elogios de
la revolución cubana para que Fidel Castro expresara en La Habana:
"He ahí un burgués avanzado", siendo que todos estos
mozos de cuerda de los potentados yanquis lo que ambicionan, en sus subconscientes,
es llevar a cabo las mismas fechorías que realizan los socialtraidores
de Cuba por orden de la Unión Soviética, pero en beneficio de
la superpotencia de Occidente y sin que nadie les cale el capirote de "¡lacayos!".
De lo referido hasta aquí deducimos, en primer término, que
ninguna libertad republicana ni ningún no alineamiento coloca a salvo
a las naciones, y sobre todo a las más débiles y rezagadas,
de la ruinosa explotación del imperialismo. La plena soberanía,
bien en la esfera de la democracia, bien en el terreno de la construcción
material, será inalcanzable sin una serie de revoluciones. Y en segundo
término, que esa variedad de no alineamiento que combina la retórica
antiimperialista con graciosas concesiones a los monopolios extorsionadores
y con la esporádica galantería hacia el expansionismo prosoviético,
constituye políticamente una estafa al pueblo, una vulgar agitación
del nacionalismo, a lo sumo conducente a extraer miserables canonjías
de la disputa entre las superpotencias.
Algo similar se presenta con la perorata del señor Betancur acerca
de su mesiánico combate contra la concentración de las sociedades
anónimas en unos pocos dueños y contra los excesos especulativos
del capital financiero, como si la vida económica pudiera reglarse
de acuerdo con los cánones políticos que hablan de la "igualdad"
de los hombres ante el derecho y del respeto a la voluntad mayoritaria, o
como si el desarrollo en la sociedad capitalista no se enrutara naturalmente
hacia la monopolización, con todas sus presentables o impresentables
consecuencias. Tendencia centralizadora que bajo el socialismo alcanza su
máximo apogeo, pero tras la supresión de la explotación
y con base en el control estatal en manos de los trabajadores. El intento
de "democratizar la propiedad", consigna absurda y retardataria,
la han blandido en Colombia quienes sueñan con retrasar el reloj de
la historia. Impedidos para asumir las soluciones revolucionarias del proletariado,
que se fundan en la colectivización de los instrumentos y medios productivos,
partiendo hacia adelante y no hacia atrás de lo legado por el imperialismo,
se empeñan en dulcificar las atrocidades de éste, evocándole
los tiempos muertos de la libre competencia y de la apropiación "equitativa"
de los bienes.
En escasos cinco meses y medio que lleva el régimen betancurista, su
taratántara por la desconcentración de la riqueza, en lugar
de las recompensas predicadas, ha contribuido sorprendentemente a inflar los
negocios de los estratos más encumbrados y consentidos de la fortuna.
Empezando por que la alarma con tantos concordatos, quiebras, fugas y detenciones
de banqueros, acrecida con las altisonantes declaraciones de los funcionarios
que anunciaban severos castigos para los defraudadores de la confianza pública,
lo primero que produjo fue un traspaso masivo de los dineros del ahorro privado
hacia los dos o tres pulpos más reconocidos y solventes, y hacia las
instituciones de carácter oficial, en detrimento de las entidades pequeñas
y medianas. A la par, el Ejecutivo puso a disposición de los grupos
financieros sumas enormes de su peculio con varios puntos por debajo de la
tasa vigente, concesión que se justificó como un hermoso gesto
del gobierno para amainar las turbulencias, contrarrestar la descapitalización
reinante y, por supuesto, restarle impulso a la inflación. Se recibe
con la izquierda y se entrega con la derecha. Pero con un ítem: en
un país donde la ley señala un tope al interés crediticio
para proteger a la ciudadanía, la justicia otro más alto para
dirimir los pleitos y los financistas un tercero todavía mayor para
esquilmar a sus clientes, el que la banca, por motivo de los estruendos y
trastornos, tenga acceso a captaciones tres o cuatro por ciento más
baratas, redundará indudablemente en un incremento de sus utilidades.
Y puesto que la zarandeada desconcentración de la grande industria
se estrella contra la valla insalvable de la baja o nula rentabilidad de sus
papeles, por lo cual no son atractivos, los expertos del equipo económico
gubernamental, luego de devanarse los sesos, tuvieron la disparatada idea
de crear con plata del Estado un fondo multimillonario en las corporaciones
financieras, a objeto de que éstas suplan la falta de demanda y compren
las acciones "democráticas" que emitan los empresarios, con
el requisito, eso sí, de que posteriormente las transfieran a las personas
del común que las vayan requiriendo. Esto sucederá cuando la
producción se recupere del marasmo en que se halla. ¿Y mientras
tanto? Y si no se recupera, que será lo más probable, ¿no
desembocaremos al mismo llanito del progresivo apoderamiento de las empresas
por parte del capital financiero, y con recursos públicos? Como en
la fábula aquella del hombre que entre más huye de la muerte
más pronto se la topa, el buenazo de Betancur no escapa a su trágico
sino de robustecer los privilegios excluyentes con sus decretos desconcentradores.
Hasta su reforma fiscal, que marcha al compás de la corriente de moda
de subir los impuestos indirectos y bajar los directos, artificio con el que
paga proporcionalmente más la base laboriosa que la cúspide
parasitaria, se tradujo en notorio alivio para la gran burguesía y
los grandes terratenientes, principales indultados con las reducciones en
las llamadas "doble tributación", "ganancias ocasionales"
y "renta presuntiva". A los evasores, pertenecientes a las capas
adineradas, porque al trabajador se le ha descontado por anticipado a través
de la "retención en la fuente", a los evasores, decimos,
lejos de perseguirlos, sancionarlos ejemplarmente y compelirlos a que tributen
lo estipulado, se les amnistía, y sólo mediante la merma de
los gravámenes se les disuade a que no incumplan sus deberes hacia
el fisco. Aunque López y Turbay habían hecho lo suyo para sacar
a la superficie la "economía subterránea" del narcotráfico,
del contrabando y de la usura, a Betancur le ha correspondido el dudoso honor
de absolverla de todas sus culpas.
Desde la caída de Rojas Pínula y la restauración de la
democracia, los regímenes que han desfilado ante los ojos de los colombianos,
limitándonos a este último lapso del transcurrir nacional, han
recurrido al expediente de pulsarle al pueblo las fibras del patrioterismo
y del civismo, para que en noble acto de desprendimiento acepte complacido
las austeridades y los sacrificios que siempre le solicitan, o le exigen,
los detentadores del Poder. Cada mandatario luce sus maneras que lo distinguen,
mas invariablemente todos se han mostrado, como tal vez lo dijimos alguna
vez, derrochadores ante los opulentos y cicateros, profundamente cicateros
ante los desposeídos. Obvio que modo tan insólito de repartir
el bienestar colectivo se disimula con múltiples patrañas, que
van desde la famosa concertación entre gobierno, patronos y esquiroles,
hasta la costumbre de aprovechar ladinamente las festividades de fin de año
para desestancar las alzas. Cuando López instaló su tripartita
puntualizó enfáticamente: "Si se van a imponer sacrificios
que ellos recaigan por igual sobre todas las clases". Los trabajadores
recuerdan cuántos sufrimientos les costó aquella justiciera
aclaración. Ahora enfrentamos al señor Betancur, recibido también
con júbilo por su sensibilidad social y pletórico de comisiones
pluralistas, pactos, diálogos, acercamientos entre explotadores y explotados.
El también les ha pedido a los obreros que se conformen con un 20%
de aumento salarial, cuando la carestía sobrepasa con creces dicho
margen. El también se acordó en navidad de los pobres y, de
Niño Dios, promulgó sus providencias de elevación de
los precios de la gasolina, del impuesto vial, del transporte urbano, de los
avalúos catastrales, de las tarifas de los servicios públicos.
El también descubrió la fórmula para ejecutar las peores
infamias sin perder el aura de transformador; y la ha aplicado con tal maestría,
que el excompañero jefe, anonadado, no pudo menos que admitir: "El
doctor Betancur se desdibuja de las ideas conservadoras y se confunde con
las ideas liberales" (16). No obstante hay una sobresaliente diferencia
de cantidad. Nadie ha sido, en tan corto tiempo, tan derrochador ante los
opulentos y tan cicatero ante los desvalidos como el cabecilla del Movimiento
Nacional. A la banca le ha entregado no se sabe a ciencia cierta cuántas
decenas de miles de millones de pesos, entre el pago de las deudas de los
financistas desfalcadores, el traslado de depósitos de las entidades
oficiales a las privadas, el establecimiento de las partidas para la compra
de las acciones "democráticas" y demás redescuentos
y prebendas. A los acaudalados tratantes del café les donó de
tres a cuatro mil millones con el recorte del impuesto ad-valorem. En cifra
análoga aumentó el subsidio del CAT, del que tradicionalmente
se han lucrado no pocos avivatos a costa del presupuesto público, a
pesar de la contracción del mercado mundial que a nosotros nos afecta
de preferencia. A los monopolios textileros no solamente les regaló
cerca de mil millones para ayudarles en la compra del algodón, amén
de otras franquicias comerciales y arancelarias, sino que les renegoció
sus débitos insolutos y les otorgó nuevos préstamos,
en condiciones por demás dadivosas. Privó al erario en bancarrota
de no se sabe tampoco cuánto con las millonarias exenciones fiscales
dispensadas a los ganaderos, a las sociedades anónimas, a los agiotistas,
a los evasores. Hasta los algodoneros han recibido su empujoncito. Sin embargo,
en esta fiesta de la prodigalidad, a la masa obrera, que verá notablemente
menguados sus ingresos por la espiral alcista ocasionada por las mismas medidas
gubernamentales, el despilfarrador le regatea hasta el último centavo,
porque ese centavo podría echar a pique los previsivos planes de austeridad
y disparar la inflación.
Nos lloverán los argumentos de que es demasiado temprano para emprender
un paralelo entre la administración recientemente instalada y las anteriores.
Empero, a los corifeos del régimen les va a quedar harto engorroso
desmentir las elocuentes similitudes presentadas entre la una y las otras,
pese a las disparidades de matiz o de estilo. Hemos puesto suficientes ejemplos
de cómo el locuaz presidente, tanto en el campo nacional como en el
internacional, acaba con frecuencia comiéndose sus propias palabras.
Fenómeno por demás explicable si se advierte que a Betancur,
quien posa de ingobernable, le ha correspondido gobernar una crisis que no
tiene precedentes, y en corto término se ha visto obligado a pronunciarse
frente a cada clase y frente a cada problema del país. Como se afana
por conservar la aureola de demagogo independiente que lo condujo al más
alto sitial de la república, sienta su encendida protesta por que Estados
Unidos nos trate cual su "patio trasero"; pero como Colombia es
de hecho una neocolonia colgada de la escarpia norteamericana, le implora
a ese mismo imperialismo que doble sus aportes al BID, con que nos prestan
para sujetar el "patio" (17). Como oficia de sumo sacerdote de la
moralización, condena a las llamas del infierno a los banqueros disolutos
y concupiscentes; pero como el sistema se encuentra preso en las marañas
del capital financiero, paga con moneda insana los astronómicos autopréstamos
de don Félix Correa y sus congéneres en aras de la estabilidad
y de la credibilidad bancarias. O sea que en medio de los mitos políticos
que ha fabricado el señor Betancur para escalar al mando de la sociedad
oligárquica y consolidarse en él, difusa pero inexorablemente
se van imponiendo los intereses materiales de esa sociedad y de las clases
que la regentan.
Aunque la política juegue su juego y se vanaglorie de su comportamiento
autónomo, a la postre la economía la llama al orden y la usa.
Esta norma, la más fundamental del desarrollo social, nos permite entrever
el rumbo de los acontecimientos, no en su anecdotario, no en la pormenorizada,
aleatoria e imprevisible trabazón de los hechos concretos, sino en
sus lineamientos generales e inevitables. Por eso el proletariado ha de ceñirse
al análisis económico para no dejarse hipnotizar con las gesticulaciones
del enemigo, y antes bien seguirle la pista y atraparlo en sus inconsecuencias
con precisión científica. Mas reducirlo todo a la economía
sería sencillamente un despropósito. Configura una petulancia
insoportable presumir que el conocimiento de aquélla nos
basta para aprehender y calcular las complejidades de las manifestaciones
políticas. La política es la lucha por el predominio, en que
la correlación de fuerzas se altera a cada momento tras las maniobras
y las acciones de los contendientes que se influencian de continuo entre sí,
generando mutaciones inusitadas y produciendo una resultante, el movimiento
en su conjunto, al que todos han contribuido sin que dependa exclusivamente
de ninguno. Y mediante este insondable mar de casualidades el factor económico
ha de exteriorizarse para expedir su fallo irrevocable. En ello estriba su
carácter absoluto. Su relatividad radica en que no está entre
sus atribuciones escoger ni el cuándo, ni el cómo, ni el dónde
expresarse (18).
Además la política —y ya lo dijimos también arriba—,
aunque esté impregnada hasta los tuétanos de los alicientes
de clase, se rige por sus leyes, cuenta con su historia, y los fantasmas del
ayer la atormentan tanto o más que el hoy acuciante o el mañana
incierto. "La tradición de todas las generaciones muertas oprime
como una pesadilla el cerebro de los vivos" (19). ¿Acaso la pugna
entre las actuales casas dinásticas en las que durante más de
medio siglo se han dividido los partidos liberal y conservador no tuvo decisiva
injerencia en el desencadenamiento del 30 de mayo? Los primos Lleras habían
sido expulsados a puntapiés de las toldas de la legitimidad por el
hijo de Alfonso López Pumarejo, y aquéllos no repararon en deslealtades
ni en conjuraciones con tal de no descender a la fosa sin antes haber saboreado
las mieles de la venganza. Dentro de la guerra fratricida liberal, la cual
copó buen espacio de los agotadores comicios de 1982, pesaron indudablemente
más estos odios añejos que las formulaciones programáticas
o las entelequias doctrinarias tras las que se batallaba o se simulaba batallar.
A esos dos ancianos disidentes, que habían ocupado la primera magistratura
y desde ella ejercieron con pericia la mayordomía a favor de Estados
Unidos y en menoscabo de la nación, los contemplamos al final de sus
existencias cerrando filas con las capas descontentas de la burguesía
industrial y con los impugnadores de los privilegios financieros, y arremetiendo
furibundamente contra quien en la campaña le incumbió, más
que a ningún otro, la defensa de la línea oficial en sus rasgos
relevantes: en el caso de Las Malvinas, al lado de las agresiones armadas
del imperialismo; durante la polémica sobre el contrato de El Cerrejón,
de parte del saqueo de los consorcios extranjeros; frente al escándalo
de los autopréstamos, con la concentración monopólica
de las finanzas; respecto a la cruzada de la moralización, junto a
las corruptelas del clientelismo, y así en torno a muchas de las medidas
del gobierno, ante las cuales el candidato y jefe único del liberalismo
aparecía, quisiéralo o no, como la encarnación viva del
continuismo. El epílogo del drama lo conocemos. Ahora los expoliadores
foráneos y sus intermediarios tendrán que hacer valer sus aberrantes
prerrogativas a través no de quien fuera incinerado en el debate electoral
por su fe en las abominaciones del régimen, sino del undívago
y gárrulo señor Betancur que, aun cuando también les
ha servido, se esmera demasiado en maquillar su imagen.
De todo lo dicho se desprende que no resulta tan fácil atinar en cuanto
a los vaticinios políticos, por los aspectos involucrados, por los
imponderables, por la naturaleza misma de la cosa; y sin duda nos equivocaremos
en lo sucesivo no escasas veces. Aunque el MOIR es quizás entre las
agrupaciones revolucionarias la que más se ha preocupado por el desenvolvimiento
de las cuestiones económicas y políticas, las cuales hemos sabido
entrelazar y distinguir con algún tiento, en las elecciones pasadas
nos descuidamos en la pesquisa minuciosa de las vueltas y revueltas de las
luchas interpartidarias. Ya enumeramos algunas de aquellas alteraciones que
mediaron entre el 14 de marzo y el 30 de mayo, y que de haberlas sopesado
a tiempo probablemente nos habrían cambiado el pronóstico que
hicimos. Contamos no obstante con una atenuación, que constituye otra
falla, la carencia de una prensa periódica, cuya salida frecuente nos
permita y nos fuerce a exponer nuestros juicios de manera más puntual,
conforme se vayan precipitando los acontecimientos; necesidad imperiosa para
un partido con todas las letras, que hace rato dejó de ser la abreviatura
de unos cuantos núcleos de camaradas perseverantes pero desconectados
de las masas y de la política. Nos compete seriamente recapacitar sobre
tales materias, y corregir. Sin el análisis económico no conseguiremos
visualizar la elíptica obligada de los multifacéticos sucesos
sociales, ni calaremos en las sinuosidades y zigzagueos de dirigentes y partidos
los móviles de clase que los definen. Mas aprendimos igualmente que
la política se atiene a sus propias leyes particulares, recibe influencias
de diverso tenor, no sólo de la economía, y se transmuta comúnmente
con mayor velocidad que ésta; aspectos a los que habremos de otorgarle
su debida importancia si no queremos que nuestras cabezas rueden como las
de los astrólogos del medioevo.
Por lo demás retendremos siempre en la memoria, para no amilanarnos
ni desesperarnos, que aun cuando los artilugios partidistas de la burguesía
logren solapar sus farisaicas intenciones, a la postre el interés material
pondrá inexorablemente su faz al descubierto. Tampoco pasaremos por
alto que toda licencia democrática, concedida o arrancada, no ha de
ser en nuestras manos un pretexto mamerto para lucubrar alrededor de las benevolencias
de los verdugos de turno, sino un arma más, enfilada contra ellos.
Y en la pelea, acometida en todos los terrenos y sean cuales fueran los disfraces
en que se enfunden los expoliadores, confiaremos en la invencibilidad de la
táctica marxista del proletariado, que supedita nuestra acción
a las fluctuaciones de la lucha de clases, y no al contrario, ésta
a las fluctuaciones de nuestros deseos. No requerimos agudizar nada, anticipar
nada. La crisis es más grave e irreversible de lo que suponen nuestros
detractores, y viene en nuestra ayuda. Los actos tragicómicos que estamos
presenciando ya concluirán. Cuando se acabe la función y el
bufón baje del escenario, los espectadores habrán de advertir
que sólo escaparon de la cruel realidad durante un rato de distracción.
(Volver al índice)
De la cima a la sima
Pese a que al gobierno de Betancur le falta bastante trecho
por recorrer, las contradicciones en que ha caído en estos meses de
euforia contagiosa simbolizan una especie de punta del iceberg, indicativa
de la mole gigantesca de explosivos embrollos que yace bajo la tranquila superficie.
Si ha habido en la historia reciente del país un hombre público
que deba su feliz carrera al ocultamiento de cuanto representó en el
pretérito, de lo que realmente representa y de lo que aspira a representar,
ese es el Ministro de Trabajo del 23 de febrero de 1963 y el antiguo protegido
de Laureano Gómez. Desde el lanzamiento de su candidatura, fraguada
como un liderazgo de unidad nacional y no como una mera bandería partidista,
buscó velar dos hechos de bulto; el uno, que los remos de su movimiento
pertenecían a los avejentados y rivales caudillos del conservatismo,
a los que él podría aglutinar sólo en la medida en que
los complaciera ciegamente; el otro, que sus desprendidas y espontáneas
ofertas de compartir el gobierno con el liberalismo obedecían a que
el funcionamiento de la república y el equilibrio del Poder se fundamentan
en la responsabilidad conjunta de los partidos tradicionales, piedra angular
de la democracia oligárquica colombiana, insertada en la Constitución
a partir del plebiscito del 1º. de diciembre de 1957. Tal norma ha sido
mirada con más simpatía por los conservadores que por los liberales,
pues éstos, no obstante su derrota de 1946, y ahora la de 1982, han
ostentado netamente la mayoría durante medio siglo. Por eso el liberalismo,
que acoge a pie juntillas el artículo 120 de la Carta, ya que de otra
forma el régimen carecería de solidez necesaria, le achaca a
la incómoda y retrógrada compañía del aliado sus
fiascos administrativos y sus precarias realizaciones en el campo social.
En contraste, los jerarcas godos, menos populacheros y más mermados,
han abogado usualmente por los convenios entre las dos divisas y se inclinan
más a alabar las bendiciones y las excelencias de la gran coalición.
Con aleluyas celebró Misael Pastrana el arribo del turbayismo a la
conducción del Estado, al que abrumó de elogios simplemente
porque, conforme a su saber y entender, de la "participación burocrática"
se pasó a la "coincidencia en torno de una ambición nacional",
cimentándose el entendimiento para el "rescate de la seguridad",
para "garantizar la moral pública" y "modernizar las
instituciones". Y concluyó: "Lo esencial es que el presidente
Turbay ha prospectado acertadamente el espíritu nacional de gobierno
con el retorno al diálogo, el respeto, el auténtico bipartidismo
y la concepción del gobierno con acuerdos" (20). ¡Cuántos
miramientos le mereció la llegada del anterior cuatrienio al más
encarnizado contradictor de los dos últimos regímenes y principal
garante de Belisario Betancur! Con todo, y en medio del extendido desgano
por el contubernio bipartidista, tan desvencijado y desconceptuado por sus
embustes, su sevicia y sus proditorias entregas de la nación, si se
ambicionaba vencer a los confalonieros del reeleccionismo, había que
hallar un prócer que pareciera desligado de tamañas ignominias,
aun cuando le tocase luego culminar las obras inconclusas de su antecesor;
un figurón que no interpretase a nadie, aunque tuviera que obedecer
a todos sus patrocinadores; un oso de circo que atrajese las muchedumbres
a las arcas triclaves, así escasease de cauda propia. ¿Y quién
más adecuado que el lobato de Amaga? Por eso cuando éste integró
el gabinete pidió prestado ministros pastranistas y lleristas, y no
encontró otro medio de expresar su insumisión que escogiendo
a unos cuantos lentejos liberales y dándole una sola cartera al alvarismo.
En menos de un mes ya había sido víctima de las andanadas de
su socio de la coalición, el turbolopismo, el cual, no obstante lo
desconcertado que se nota tras la derrota de mayo, conforma la bancada más
numerosa del Congreso y conserva su andamiaje político a lo largo y
ancho del país. Un antagonista potencialmente peligroso de volcarse
en masa hacia la oposición, por lo que Betancur, además de remitirle
melosas misivas propiciando el acercamiento y la temperancia, ha de darle
de comer en la mano. Y por encima del estupor de muchos de sus sufragantes
exaltó a la designatura a Gómez Hurtado, distinguiéndolo
como reemplazo suyo en los casos de las ausencias temporales o definitivas.
¡Voluntad tornadiza la del fláccido mandatario! Como le había
negado a aquél unos puestos en las nóminas ministeriales, en
contraprestación tiene que entregarle el segundo cargo de la república,
el primero en la escala de la sucesión presidencial, y colocarlo, a
la espera, en la antesala de su despacho (21).
El día en que vetó el alza de las dietas de los congresistas,
una de las exiguas atribuciones que aún le quedan al cuerpo legislativo,
éste, en un arranque de inusitada soberbia, lo reprendió por
el fracaso de su política de pacificación y las exageraciones
de sus desplantes moralistas, como pocas veces en el país un Parlamento
haya desautorizado a un presidente. Aunque la prensa se cuidó en quitarle
trascendencia al litigio entre las dos potestades, la proposición de
la Cámara, expedida casi por unanimidad, rehusaba abruptamente la invitación
del gobierno a asistir a la cena de festejo por la ley de amnistía
que perdonó a terroristas y alzados en armas, en consideración
a que, ante el "vil asesinato de personas como doña Gloria Lara
de Echeverri, resulta inoportuno, cuando menos, celebrar una paz inexistente";
y para contribuir así "al fortalecimiento de las finanzas gubernamentales
y al respeto por el sentimiento de dolor que embarga al pueblo colombiano"
(22). La sarcástica y tajante censura propiciada por turbayistas, lopistas,
galanistas, santofimistas, pastranistas y alvaristas, fuera de revelar los
resquemores de las clases dominantes por los devaneos presidenciales en torno
a tópicos tan delicados, refleja la sorprendente fragilidad de una
administración, encomiada como ninguna otra, pero que en cualquier
aprieto no halla quién rompa una lanza por ella. Es que Betancur, cual
Ave Fénix, emerge de entre las purulencias de los estratos oligárquicos,
personifica la reputación de un sistema carcomido por tantas degradaciones,
media de crédito inédito ante los aclimatados escepticismos.
Mientras más hondo caigan en la estima de las gentes las desahuciadas
instituciones; mientras más repulsa se sienta por las liviandades del
Congreso, los derroches de la burocracia, las defraudaciones de los financistas,
los deslices de la justicia; mientras más se sospeche de la integridad
del ejército, de la corrección de la "clase política"
y de la entereza de la prensa; mientras más crujan abajo los cimientos
del derruido caserón, más impoluta brillará en las alturas
la estantigua del inquilino del Palacio de Nariño. A poco de posesionado,
Belisario Betancur se percató de que su fortaleza estaba en las debilidades
de la sociedad que habían puesto bajo su custodia, y desde entonces
se las ingenia para aportar taimadamente al desdoro de los valores establecidos.
Y aunque los militares, los burócratas, los magistrados, los empresarios,
los editorialistas, los políticos, se mortifiquen con las sátiras
del presidente, han de sufrirlo con estoica resignación, porque es
"su" presidente, la augusta majestad de la república, de
"su" república rehabilitada a la manera belisarista, la manera
al fin concebida para medio resguardarla de los embates de la crisis. Han
de rodearlo porque hizo renacer la mística perdida y asegura que domeñará
la inflación, los elevados intereses crediticios, la concentración
económica, las excesivas peticiones sindicales; repartirá vivienda
a los destechados, cupos universitarios a los bachilleres, tierras a los amnistiados,
empleo a los cesantes, y redimirá a los industriales, agricultores,
indígenas, artistas y cerebros fugados. Pero en ello, precisamente
en ello radica la endeblez de dicho proceso político, que después
de tantas falencias, decepciones y arbitrariedades, la recuperación
del régimen, el fanatismo que inspire, el aplomo de sus actos, dependan
exclusivamente del individuo que se introdujo a la cabina de mandos de la
nave del Estado extorsionador y desvaría con "defender las doncellas,
amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos"
(23).
Desde el primer momento en que comenzó su mandato y hubo de descender
de la poética demagogia a los hechos prosaicos, se revelaron las insuperables
contradicciones que habrán de atormentarlo cuanto dure su período.
La lucha contra la corrupción administrativa, contra el clientelismo,
por la depuración de las costumbres nacionales, fue sin duda la nota
más retumbante de su propaganda electoral. Claro que la cruzada por
la moralización la entendió siempre como la predica el burgués,
que las corruptas son las criaturas y no las leyes ni las entidades, la mejor
forma de ser conservador. Se ponderaba que cuando menos seleccionaría
a sujetos sin antecedentes para rellenar la lista de sus empleados más
cercanos. Sin embargo, dos de los gobernadores nombrados no pudieron ni siquiera
asumir, pues se hallaban envueltos en serias irregularidades delictuosas.
El del Atlántico, Carlos Rodado Noriega, siendo Ministro de Minas le
había traspasado venalmente a la "Compañía Minera
Marathón Ltda.", subsidiaria de una firma extranjera del mismo
apelativo, considerables reservas carboníferas, situadas en el departamento
del Cesar y estimadas en 200.000 millones de toneladas. Y el del Cauca, Carlos
Zambrano Ulloa, estaba comprometido hasta el alma en el sonado caso del Banco
del Estado, en el que se le sindica de servir de mediador ficticio de los
autopréstamos con que efectuó sus escabrosas transacciones financieras
el grupo de Jaime Mosquera Castro, hoy en la cárcel. Al de Antioquia,
célebre por los negocios entre sus empresas particulares y el gobierno
seccional, tampoco consiguió ampararlo de las dentelladas de la crítica;
pero sólo le vino a aceptar la renuncia hasta el final del año,
procurando que las festividades navideñas asordinaran el escándalo.
Y que nos acordemos, con los de Nariño, Boyacá y Meta le sucede
algo análogo. Al primero se le inculpa de haberse lucrado desenfrenadamente
con viáticos departamentales; al segundo se le atribuye intento de
soborno a los jueces, en el afán de favorecer al suegro incurso en
un peculado a la Lotería de Boyacá y en una emisión ilegal
de cheques, y del tercero no se olvida que la Procuraduría ya lo sancionó
una vez con la solicitud de destitución, debido a infracciones en el
desempeño de la comisaría del Vaupés. Estos son los pulquérrimos
y eméritos emisarios de la ética belisarista, los destinados
a erradicar los pútridos tumores de la desfalleciente Colombia. Entonces
el estricto señor Betancur, como no puede hacerla en grande, la emprende
en pequeño bramando contra la bandada de funcionarios anodinos y anónimos:
"¡Que tiemblen los pillos!" (24). Pero ello más que
una moral, es una doble moral, la de tapar con el cohecho de alguaciles e
inspectores la concusión de gobernadores y ministros. A eso se reducen
los votos por la purificación de las costumbres, tanto los proferidos
por el candidato elegido como los depositados por sus electores, a que los
eximios traficantes corrompan con su ejemplo a sus subalternos y luego los
reprendan por dejarse corromper. Las masas captarán más temprano
que tarde las razones de fondo de tamaño fariseísmo. O por lo
menos a las fuerzas revolucionarias les sobrará material ilustrativo
para instruir cómo la podredumbre del sistema, al igual que la explotación
o la sujeción a los monopolios extranjeros, es uno de sus sustentáculos
básicos, al que no se corta sin echar al suelo toda la estructura.
Cosa en la cual ningún Belisario Betancur está ni remotamente
interesado.
Ya hicimos ver que en cuanto concierne a los retoques económicos, dispuestos
a la carrera y bajo la presión de las caóticas circunstancias,
aunque el gobierno se muestra incierto, e incluso precipitado para moverse
en terreno tan resbaladizo, como acaba de exponérselo francamente Carlos
Lleras Restrepo, el número uno de sus siete sabios, los decretos oficiales
se parcializan del lado de las arraigadas y costosas preferencias. Alrededor
de tales materias sí que se ha tejido en Colombia una leyenda: que
la nación no adelanta o no lo ha hecho al ritmo requerido porque, entre
los muchos fracasos, la fórmula salvadora duerme aún en la gaveta
de algún escritorio, a la espera del mandatario probo y providente.
Y el asunto se confina al debate vaporoso sobre las virtudes y los vicios
de ésta o aquélla plataforma, tesis o teoría, sin que
se toque para nada las relaciones de expoliación del imperialismo y
de sus mediadores, que son las que asfixian la producción nacional
y hacen que el trabajo y las riquezas de los colombianos no sirvan a la prosperidad
del país sino a la de sus vándalos. Cada jefe de Estado llega
con sus propios proyectos y proyectistas a corregir lo que sus desastrados
predecesores habían corregido inútilmente. A López y
a Turbay se les endilga el haber descarrilado el tren con la aplicación
de las recomendaciones de la "escuela de Chicago"; y los ideólogos
del Movimiento Nacional se dan aires doctrinales interpretando su victoria
del 30 de mayo como la clamorosa petición de un pueblo para que, dentro
de los planes de desarrollo, se suprima hasta la más tenue influencia
de los discípulos de Milton Friedman. Sin embargo, bastará con
echar un vistazo al desolado paisaje de Latinoamérica para concluir
que la mayoría de las naciones presenta el mismo síndrome, o
sea, altísimos topes de endeudamiento externo, déficit fiscal
crónico, inflación galopante, quiebras en la industria y en
el agro, angustioso desempleo, hambruna general. Esto de una parte, y de la
otra, los regímenes han experimentado las más variadas recetas,
desde las caseras hasta las prescritas por los sapientísimos doctores
de los organismos internacionales, como para que la recaída particularmente
aguda de 1981 y 1982 se la haya de asignar a determinados patrones conceptuales,
o a esquemas, cuando todos ellos, unos más rápido que otros,
han ido a parar al mismo estercolero.
Sin importar que Betancur también esgrima y se jacte de sus propios
diseños programáticos, así éstos se parezcan demasiado
a las cuatro estrategias pastranistas de ingrata recordación, el hecho
tozudo, incontrovertible, es que nuestra nación hállase igualmente
sumergida en la crisis, una de las peores del siglo, acaso comparable a la
de 1930, o a los desbarajustes que confluyeron en las dos guerras; y en la
travesía, nada placentera, habremos de sufrir los bandazos y las sandeces
de los actuales timoneles.
Desde tiempo atrás venimos repicando sobre la imposibilidad absoluta
del progreso de Colombia bajo las condiciones de expoliación imperialista,
de predominio del capital financiero y de subsistencia de los modos atrasados
de explotación del campo. Hoy tales trabas despliegan, en las diferentes
áreas de nuestra economía y a plena luz del día, todo
su diabólico poder destructivo. Los monopolios norteamericanos, acorralados
por la competencia de las industrializadas naciones de Occidente y por el
asedio del expansionismo soviético, hincan sus garras con mayor avidez
sobre las neocolonias. Exprimen sus mercados, saquean sus recursos e hipotecan
sus gobiernos, hasta reventar. Las postraciones cíclicas son cada vez
más acentuadas y las mejorías más lentas. Además
de la superproducción y de sus inherentes fenómenos recesivos
que en la actualidad afectan al mundo capitalista, ahora habrá que
añadir la crisis financiera que se agrava agravando el estancamiento
del comercio y de la industria. Los países atrasados y subyugados del
Tercer Mundo adeudan la inverosímil cuantía de 600.000 millones
de dólares, la mitad de la cual corre a cargo de Latinoamérica.
No hay un procedimiento ni un mecanismo para medir exactamente la magnitud
de los desajustes. No obstante, colapsos tan repentinos y en cadena como los
de Argentina, Brasil y México, los tres grandes de nuestro continente
subdesarrollado, paradigmas de crecimiento, con ventajas comparativas y medios
superiores a los de sus hermanos de infortunio, evidencian no sólo
la pasmosa vulnerabilidad de cualesquiera de tales ensayos, sino el sombrío
futuro, el pantanero, la sinsalida del mismo ordenamiento del imperio. A medida
que se taponan los diques proteccionistas, que bajan los precios de los productos
exportables de las neocolonias y suben los de sus importaciones, aquéllas,
por más que se ciñan sin chistar a las rigurosas y humillantes
estipulaciones del Fondo Monetario Internacional, ven disminuir alarmantemente
el ingreso de divisas, poniendo en duda la oportuna cancelación de
las amortizaciones y los intereses vencidos de sus colosales empréstitos
y amenazando la circulación monetaria mundial que da vida a los imperialismos.
En semejante caos cósmico y para colmo de la martirizada Colombia,
aparece esa mezcla de humilde aldeano y avezado comerciante que es el señor
Betancur a alegrar los corazones con su "sí se puede". Sin
el menor sentido de las leyes económicas, considera que las administraciones
anteriores y los colombianos en general no habían sabido valerse suficientemente
bien de la inagotable fuente de eterna felicidad por él redescubierta:
el erario. Como ha oído referir que "el gobierno es de todos",
los fondos de éste han de colocarse literal y profusamente a disposición
de la comunidad. Y si se menguan, cual acontece de ordinario, ahí está
la maquinita de emisión del Banco de la República con qué
encarar cuantas bancarrotas, defraudaciones, urgencias sociales, o cuanto
traumatismo financiero, o industrial, o comercial, se presente en el territorio
colombiano. Don Félix Correa, quien de expendedor de gasolina en Caucasia
se transmudó en dómine de las finanzas, haciendo gala de un
criterio muy similar de la economía "pudo" asimismo captar
dineros a altísimas tasas e invertir en sociedades deprimidas, escuetamente
porque pensaba desplumar al incauto que le confiara sus denarios y limpiar
la empresa que cayera en su redil. ¡Lo que se llama un hombre de negocios!
Pero alguien tiene que pagar la viveza de don Félix, como alguien tiene
que pagar las generosidades del señor Betancur. ¿O es que los
15.000 millones de pesos, o más, con que el gobierno salvaguardó
los compromisos de los financistas insolventes e indemnizó a cantidades
de ahorradores desfalcados, no valen nada, no inciden en la situación
económica, no proceden de ninguna parte ni van a ningún bolsillo?
Sólo los desclasados, o las fracciones lumpenizadas de todas las clases,
en su concepción del mundo y fuera de que echan mano del dinero a como
dé lugar pues la dicha se compra y se vende, nunca relacionan ese prodigioso
talismán ni con el trabajo ni con los procesos productivos que crean
los bienes que aquél otorga. Comentando las propuestas bonapartistas,
en la Francia de mediados del siglo pasado, de decretar un aumento de los
sueldos de los suboficiales, y la no menos halagüeña de fundar
un banco para "conceder créditos de honor a los obreros",
Marx decía: "Regalar y recibir prestado: a eso se limita la ciencia
financiera del lumpenproletariado, lo mismo del distinguido que del vulgar".
Y agregaba: "Jamás un pretendiente ha especulado más simplemente
sobre la simpleza de las masas" (25). Cual lo hiciera López Portillo,
quien en sólo seis años endeudó a México en 60.000
millones de dólares y lo arruinó totalmente, pero que salió
de la presidencia cargado de méritos por haber decidido la nacionalización
de la banca, los Luis Bonaparte de nuestros días, además de
derrochar a debe, suelen emitir a cántaros moneda sin respaldo, el
otro arbitrio silencioso e imperceptible con que se atraca al pueblo. ¿Cómo
se compensa la condonación millonaria de parte del impuesto ad-valorem
hecha por la administración Betancur a favor de los exportadores del
café? ¿Y los 4.000 millones de aumento del CAT? ¿Y los
miles de millones de pesos obsequiados a Ardila Lulle y a los otros monopolistas
de la industria textil? ¿Y los subsidios, transferencias, indemnizaciones
y demás caras cortesías al capital financiero? ¿Con qué
se suplirá los faltantes presupuestarios originados en la rebaja de
los tributos a las sociedades anónimas, a los evasores, a los agiotistas,
a los terratenientes? Todo se gira contra el Estado, cuyas cuentas acusan
un exorbitante déficit anual de 150.000 millones de pesos, según
el estimativo de diversos analistas, incluidos los oficiosos. Belisario Betancur
recrimina las desmesuradas apetencias de los conocidos "grupos de presión",
con lo cual fantasea de renovador ante el vulgo ignaro y famélico;
pero entretanto les expide el correspondiente donativo con que aplaca los
recelos oligárquicos y, de contera, simula incrementar la producción,
combatir el desempleo y redistribuir el ingreso. En resumen, cumple sus promesas
electorales de impulsar el "desarrollo con equidad" mediante las
dos únicas formas que se le ocurren y que le son posibles: desangrando
todavía más al fisco y emitiendo. Tan burda estratagema económica
deriva su popularidad del ingenuo reconocimiento de quienes ignoran que toda
esa piñata palaciega, lejos de responder a las demandas de las actividades
productivas, repercutirá en un mayor endeudamiento estatal, en una
multiplicación de los impuestos indirectos y de las tarifas de los
servicios públicos y en un desbordamiento del costo de la vida, porque
alguien ha de enjugar las generosidades del señor Betancur como éste
enjugó la viveza de don Félix. Cada vez que el renovador concurra
a un simposio a costear las sugerencias de los gremios influyentes, o cuando
urja de reencaucharse políticamente con algunas de sus falaces bonificaciones
a los indigentes, el pueblo saldará la cuenta, no a distancia sino
con la presencia cotidiana de sus agobiadoras necesidades, no a pesos corrientes
sino con cuotas upaquizadas como las de sus decretos de vivienda y que habrán
de redimirse sin remedio, desde la inicial hasta la última.
Y entonces observaremos un fenómeno del cual no hemos hablado mucho:
las incidencias de la política en el ámbito económico.
Un Estado con sus instituciones desconceptuadas, que finca casi exclusivamente
su asenso en el prestigio del gobierno; un gobierno que está integrado
por una coalición capitaneada por su partido minoritario y éste
a la vez por su facción menos fuerte, el belisarismo, cuyo inspirador
es el genio salido de la botella que hace y deshace para remendar los desarreglos
de las bancarrotas, mantener unidos los múltiples intereses contrapuestos
y conservar su aureola de predestinado, no es propiamente el elemento estabilizador
que requiere la anarquizada economía de Colombia. Si Betancur irrumpe
en la historia cual producto casual de la crisis, su misión histórica
no será otra que la de contribuir fatalmente a exacerbarla con todos
y cada uno de sus letales efectos. Así como la descomposición
social coronó de rey de los financistas antioqueños al insignificante
expendedor de Caucasia y luego lo arrastró a La Modelo, la descomposición
política del país, que sentó al hijo de don Rosendo en
el solio de Bolívar, lo conducirá más tarde a la picota
del desprecio público.
Todas las contradicciones se ahondarán: la existente entre las superpotencias,
la de los países sojuzgados con las metrópolis, la de Colombia
con el imperialismo norteamericano, la de los monopolios foráneos con
sus intermediarios vendepatria, la de las diferentes clases entre sí,
la de los trabajadores con sus explotadores, la del marxismo con el revisionismo.
Procesos ineludibles que sacarán a la revolución mundial de
la atonía y nos favorecerán en el grado en que seamos capaces
de distinguir, dentro del cúmulo de tantas contingencias económicas
y políticas, cuáles de aquellas contradicciones se convertirán
o no en antagónicas y hasta dónde son aprovechables. No se trata
sólo de aferramos al piso para que no nos barra el turbión oportunista,
sino de hacer cuanto corresponda para desintegrarlo. (Volver
al índice)
Notas:
1) Las frases citadas se encuentran en la carta dirigida por Carlos Marx a Federico Engels el 10 de diciembre de 1869. El sentido completo de sus palabras es el siguiente: "Hace tiempo pensaba que se podía derribar el régimen irlandés con el auge de la clase obrera inglesa. Siempre defendí este punto de vista en el 'New York Tribune'. Un estudio más profundo del problema me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa no hará nada mientras no se separe de Irlanda. La palanca debe ser aplicada en Irlanda. De ahí que el problema irlandés tenga tan gran importancia para el movimiento social en general". ("Acotaciones a la correspondencia entre Marx y Engels 1844-1883", V. I . Lenin. Coedición: Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, Ediciones Grijalbo, Barcelona. 1976. Págs. 135 y 136).
2) V. I . Lenin, "Una caricatura del marxismo y el 'economismo imperialista'". Obras Completas, segunda edición, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970. Tomo XXIV, pág. 69.
3) V. I . Lenin, "La crisis ha madurado". Obras Completas indicadas. Tomo XXVII, pág. 189.
4) Entre las advertencias hechas por Lenin días antes
de la Revolución de Octubre, vale la pena transcribir algunas:
"Tenemos en Petersburgo miles de obreros armados y soldados que pueden
tomar al instante el Palacio de Invierno, el Estado Mayor Central, la Central
telefónica y todas las grandes imprentas. Nada podrá ya desalojarnos,
mientras en el ejército se desarrollará una campaña de
agitación tal, que será imposible combatir a ese gobierno de
paz, de tierra para los campesinos, etc.
"Si nos lanzáramos al ataque en seguida, de repente, desde tres
puntos: Petersburgo, Moscú y la Flota del Báltico, hay el noventa
y nueve por ciento de probabilidades de que triunfaríamos con menos
sacrificios que en las jornadas del 3 y 5 de julio, pues las tropas no avanzarán
contra un gobierno de paz (. . .).
"No tomar el poder ahora, 'esperar', dedicarse a charlar en el CEC, limitarnos
a 'luchar por un órgano' (el Soviet), a 'luchar por el Congreso', es
sentenciar la revolución a muerte.
"En vista de que el CC ha dejado incluso sin respuesta todos los insistentes
reclamos de una política tal que vengo haciendo desde que comenzó
la conferencia democrática (...), me veo obligado a considerar esto
como una 'sutil' insinuación de que el CC no desea ni siquiera discutir
el problema, una sutil insinuación de que me calle la boca y como una
proposición a que me retire.
"Me veo obligado a presentar mi renuncia al CC, cosa que aquí
hago, reservándome la libertad de hacer propaganda entre los afiliados
de base del partido y en el congreso del partido.
"Pues tengo la profunda convicción de que si 'esperamos' al Congreso
de los Soviets y dejamos pasar este momento, destruiremos la revolución".
(Idem, págs. 195 y 196).
5) Carlos Marx, "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte". C. Marx F. Engels Obras Escogidas, Editorial Progreso Moscú, 1973. Tomo I , pág. 408.
6) Lenin, en su artículo "Lo bancarrota de la
II Internacional", escrito a mediados de 1915, había afirmado
textualmente:
"Para un marxista es indiscutible que una revolución es imposible
sin una situación revolucionaria, aunque no toda situación revolucionaria
conduce a la revolución. ¿Cuáles son, en términos
generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria?
Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes
tres síntomas principales: 1) cuando es imposible para las clases gobernantes
mantener su dominación sin ningún cambio; cuando hay una crisis,
en una u otra forma, entre las 'clases altas', una crisis en la política
de la clase dominante, que abre una hendidura por la que irrumpen el descontento
y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución
no basta, por lo general, que 'los de abajo no quieran' vivir como antes,
sino que también es necesario que 'los de arriba no puedan vivir' como
hasta entonces; 2) cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases
oprimidas se han hecho más agudos que habitualmente; 3) cuando, como
consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación
de la actividad de las masas, las cuales en tiempos 'pacíficos' se
dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto
por todas las circunstancias de la crisis como por las mismas 'clases altas',
a la acción histórica independiente.
"Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad,
no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la
voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general,
imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se
llama situación revolucionaria. Tal situación existió
en Rusia en 1905 y en todos los períodos revolucionarios en Occidente;
también existió en la década del 60 del siglo pasado
en Alemania, y en Rusia en 1859-1861 y en 1879-1880, sin que se produjeran
revoluciones en esos momentos. ¿Por qué? Porque la revolución
no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo
en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados
por un cambio subjetivo, como es la habilidad de la clase revolucionaria para
realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para
destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en
las épocas de crisis 'caerá' si no se lo 'hace caer'".
(Obras Completas indicadas, Tomo XXII , pág. 310).
7) Alberto Lleras Camargo, el otrora hombre fuerte, apodado
"el monarca" por su amplio ascendiente dentro de los regímenes
frentenacionalistas, en un discurso leído en el Hotel Tequendama el
3 de noviembre de 1981, a propósito de los 25 años de la Sociedad
Económica de Amigos del País, el centro de estudios fundado
por su primo, reconoció sin paliativos la impotencia de los liberales
disidentes que desafiaban la aplanadora de los directorios oficialistas. No
obstante, y como estimaba urgente la cruzada contra los achaques degenerativos
de su colectividad, instó al combate quijotesco por la restauración
de los valores perdidos, los de la época florida de la burguesía
colombiana, cuando ésta no había aún echado por los atajos
de las mafias del capital financiero —el legal y el subterráneo—,
de la usura desorbitada, de las quiebras fraudulentas en cadena, de los autopréstamos,
del denominado "enriquecimiento fácil". Las palabras suyas,
sus últimas palabras, con las que clausuró prácticamente
cincuenta años de vida pública, parecían las de un principiante,
o las de un inconforme que inicia su ciclo sin influencias, sin padrinos,
y que, para hacerse escuchar y difundir su mensaje, ha de colarse por los
escasos resquicios que deja abiertos la democracia representativa.
Estos fueron sus planteamientos atinentes:
"Desde luego quienes ven al partido en tan grave crisis, que amenaza el predominio de las ideas liberales en Colombia, no pueden, no deben cruzarse de brazos a presenciar un espectáculo que les repugna y les alarma. Hay todavía algunas troneras que no ha tapado la previsión, casi infinita, de los jefes políticos para que la opinión se exprese, y debe hacerlo. Uno a uno los medios de comunicación se han ido cerrando, y convertidos en monopolios de grupos financieros poderosos tienen poca libertad para manifestar sus inquietudes, si es que todavía alientan en esa masa confusa de intereses y correspondencias obligadas. Pero quedan algunos, y no los menos importantes. Y hay aún posibilidad de luchar por medio de las votaciones, y manera de enfrentarse, con dificultades inmensas, a la maquinaria de los clanes políticos que controlan los gobiernos locales inflexiblemente, con la dureza de las jefaturas de la mafia. Hay que emplear ese recurso. No es una cuestión de nombres o de afiliaciones anteriores, sino una manera de decir si aceptan o no los resultados que se quieren imponer por la clase política, llamada ahora por un jefe nacional eminente a combatir contra el 'país nacional' que Jorge Eliécer Gaitán consideraba como la última y la mejor reserva de la libertad contra la férrea organización del 'país político'. Es posible que esos grandes ejércitos desorganizados y que podrían mejor calificarse de masas inermes ante las fortalezas del clientelismo, no sean capaces de una ordenada movilización, pero hay que intentarla. En la elección del Congreso, que se hace en un solo día para consolidar a nuestro PRI por cuatro años, sin alternativa importante, se juega, como ya se ha visto, un sistema político que la opinión nacional ha venido rechazando, sistemáticamente, ante los abusos de sus integrantes y conductores más afortunados. Pero hay posibilidad de abrir algunas oportunidades de protesta en un nivel más alto que el del ciudadano común, y no deben desperdiciarse. Si en el próximo Congreso se logra que haya una representación, por reducida que sea, que tenga aliento para defender las ideas liberales de una manera sistemática y valiente, eso será el comienzo para acelerar la decadencia del sistema que pretende erigirse en sagrado, el único legítimo y la fuente de toda autoridad para el futuro. Pero para ello hay que votar. Y perder el miedo a ese tipo de excomuniones que salen de bocas sin autoridad para invitar a la sacralización de lo que no es siquiera respetable".
8) En una concentración en Curumaní, Cesar,
el candidato Betancur se refirió así al manoseado tema de la
paz:
"Pondremos en práctica todas las recomendaciones' que haga la
Comisión de Paz en horabuena integrada por el gobierno nacional…
"Sé que me están escuchando gentes alzadas en armas contra
las instituciones. Sé que me están escuchando gentes de la subversión.
Yo les digo: aplaudo la Comisión de Paz porque está buscando
soluciones a los problemas de la subversión, y les agrego: el año
próximo cuando la majestad de la República descanse sobre mi
cabeza con la asistencia del Dios de Colombia en el cual yo creo, y con la
presencia de las Fuerzas Armadas que no son enemigas de ningún colombiano,
porque ellas vigilan la soberanía de la patria, pondremos en práctica
las recomendaciones de la Comisión de Paz con el objeto de que el país,
los alzados en armas encuentren nuevos caminos para su plena reincorporación
a las actividades normales". ("El Mundo", diciembre 30 de 1981).
9) En carta a José Bloch, de septiembre de 1890,
Engels se ocupa del malentendido:
". . .Según la concepción materialista de la historia,
el factor que en última instancia determina la historia es la producción
y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca
más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico
es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase
vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base,
pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta
—las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados,
las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase
triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas
estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías
políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas
y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema
de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las
luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos,
su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores,
en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades
(es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota
o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente,
no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el
movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una
época histórica cualquiera sería más fácil
que resolver una simple ecuación de primer grado". (Obras Completas
citadas, tomo III, pág. 514).
10) Al final del "Manifiesto del Partido Comunista", redactado por Marx y Engels, se lee: "Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos". (Idem. Tomo I, pág. 140).
11) Tomado de "La República", agosto 21 de 1982.
12) "El Tiempo", agosto 13 de 1982.
13) Vladimir I. Lenin, Obras Completas citadas, Tomo XXIV, págs. 47 y 48.
14) La llamada Carta del Atlántico, suscrita en agosto
de 1941 por Winston Churchill en nombre de Inglaterra y por Franklin Delano
Roosevelt en representación de los Estados Unidos, constituye prácticamente
un programa de tales potencias para la Segunda Guerra Mundial, en el que se
aboga por la democracia burguesa. Entre los puntos de dicho pacto se consigna:
Los signatarios "respetan el derecho de todos los pueblos a elegir la
forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y aspiran a que aquellos que
están privados por la fuerza de esta libertad, recuperen el derecho
a la soberanía y a la autodeterminación".
Ante las nuevas realidades, en particular por el creciente poderío
económico de los monopolios, la extensión de las formas capitalistas
de producción en las antiguas colonias y los respectivos anhelos de
libertad que entre los pueblos despiertan tales factores, los imperialistas
modernos no tienen el menor inconveniente en proclamar la independencia, la
autodeterminación nacional y el resto de los supuestos republicanos,
para que sean profesados y acogidos incluso por las burguesías más
sometidas y serviles de las naciones débiles y relegadas.
15) "El Tiempo" de diciembre 7 de 1982 divulgó:
"Muchos países latinoamericanos apoyaron secretamente el respaldo
de Estados Unidos a Gran Bretaña durante la guerra de Las Malvinas,
pese a sus declaraciones públicas en sentido contrario, declaró
el jueves en Miami el exsecretario de Estado Alexander Haig.
"'Menos de una semana después de la rendición de Las Malvinas,
representantes latinoamericanos llegaban a mi oficina a expresar su apoyo
total a lo que EE.UU. había hecho', dijo Haig al hablar en el banquete
anual de la Federación Judía del Gran Miami".
De otra parte, se conoció, a través de los cables noticiosos
provenientes de la reunión de los No Alineados de Managua, que el mismo
gobierno argentino solicitó la supresión en los documentos de
toda referencia al apoyo de Washington a la agresión inglesa en Las
Malvinas. Tan inaudita actitud del principal lesionado con la sangrienta vindicta
de los dos imperialismos se presenta después de que aquél, ante
la bancarrota que lo consume, hubo de aceptar los dictámenes del Fondo
Monetario Internacional. Peculiar ejemplo de cómo la sujeción
económica condiciona el comportamiento político.
La noticia al respecto la tomamos de "El Tiempo" del 15 de enero
de 1983, y reseña:
"Se recordó que a pedido de Argentina fue eliminada la mención
a la alianza de Estados Unidos con Gran Bretaña durante el conflicto
del Atlántico Sur del proyecto original nicaragüense, difundido
el 15 de diciembre pasado en Nueva York".
16) Palabras de Alfonso López Michelsen, extractadas de reportaje de "El Espacio", diciembre 21 de 1982.
17) En varias oportunidades Betancur ha expresado conceptos
condenatorios de la conducta estadinense.
En entrevista concedida a la revista norteamericana "Newsweek",
puntualizó: "Colombia no quiere ser el satélite de los
Estados Unidos" (. . .) "No quiero depender demasiado de los Estados
Unidos" (. . .) "Cuando los Estados Unidos ayudan, frecuentemente
también ofenden. Queremos ayuda de los Estados Unidos porque la necesitamos,
pero depende de las condiciones con que se nos ofrezca esa ayuda. Si es para
beneficiar a las multinacionales no la queremos" ("El Espectador",
agosto 23 de 1982).
En declaraciones desde La Paz, a donde viajó a la posesión del
presidente Siles Suazo, volvió a embestir: "Nosotros en muchos
casos somos el 'patio de atrás' de las superpotencias. No solamente
de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de las demás
potencias. . ." ("El Tiempo", octubre 11 de 1982).
Y en carta dirigida a Ronald Reagan con ocasión de su visita a Colombia,
además de elogiar la labor del Banco Interamericano de Desarrollo,
uno de los tentáculos del imperio, recaba una mayor injerencia de este
"importantísimo mecanismo de apoyo al crecimiento económico
regional". Consignemos algunos apartes de su misiva:
"La suerte del Banco Interamericano constituye, señor Presidente,
motivo de gran preocupación en toda el área, porque los latinoamericanos
reconocemos en esa agencia un importantísimo mecanismo de apoyo al
crecimiento económico regional; y porque apreciamos el significativo
aporte que ha hecho a la modernización y el mejorestar de todo el núcleo
humano y productivo de nuestra región (. . .).
"A pesar de haber buscado nosotros, junto al grupo de países miembros
no regionales y a otros de la propia región, una fórmula intermedia
de acercamiento entre las diversas partes, no hemos encontrado el acuerdo
que América Latina y el Caribe requieren y reclaman porque lo necesitan,
Colombia al menos (sic) pero el resto de la región con angustia. Y
nosotros somos parte de la región, partícipes por tanto de sus
esperanzas pero también de sus frustraciones" (. . .).
"El panorama financiero actual del mundo, no es el más propicio
para la aplicación del criterio de 'graduación (es decir de
retiro acelerado del programa de préstamos como beneficiarios) de los
países de mayores posibilidades económicas de la América
Latina.
"Ha llegado el momento de intervenir a nuestro nivel presidencial en
este proceso, para sacar del estancamiento una negociación cuyo fracaso
causaría sin duda daño profundo en las relaciones interamericanas;
y a una institución que merece el respeto y apoyo de todos los dirigentes
regionales.
"Sería altamente deseable que durante su viaje de la próxima
semana a la América Latina, expresara usted, señor Presidente,
su decisión de facilitar un acuerdo sobre esta materia, acercándose
con visión progresista del futuro latinoamericano y del Caribe, a los
términos que comparte la mayoría de los países miembros
del banco y de los cuales desafortunadamente sólo los Estados Unidos
han querido distanciarse". ("El Tiempo", noviembre 28 de 1982).
18) A l respecto Federico Engels sostiene: "Los hombres
hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con una voluntad colectiva
y con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada
y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en todas estas sociedades
impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es la casualidad.
La necesidad que aquí se impone a través de la casualidad es
también, en última instancia, la económica. Y aquí
es donde debemos hablar de los llamados grandes hombres. El hecho de que surja
uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un país
determinados, es, naturalmente, una pura casualidad". (Carta a W. Borgius.
Obras Escogidas citadas, tomo III, pág. 531).
"Según la concepción de Marx, toda la marcha de la historia
—trátase de los acontecimientos notables— se ha producido
hasta ahora de modo inconsciente, es decir, los acontecimientos y sus consecuencias
no han dependido de la voluntad de los hombres; los participantes en los acontecimientos
históricos deseaban algo diametralmente opuesto a lo logrado o, bien,
lo logrado acarreaba consecuencias absolutamente imprevistas'. (Carta a Werner
Sombart. Idem. Págs. 533 y 534).
"El curso de la historia se rige por leyes generales de carácter
interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto,
pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar;
rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos
fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no
son de suyo irrealizables o son insuficientes los medios de que se dispone
para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las innumerables voluntades y
actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy
análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los
actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan
de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin propuesto,
a la postre encierran consecuencias muy distintas a las propuestas. Por eso,
en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen
estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las
cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada
por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes"
(. . .).
"Las muchas voluntades individuales que actúan en la historia
producen casi siempre resultados muy distintos de los propuestos —a
veces, incluso contrarios—, y, por tanto, sus móviles tienen
también una importancia, puramente secundaria en cuanto al resultado
total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras
actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué
causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman
en estos móviles". ("Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana". Idem. Págs. 385 y 386).
19) Carlos Marx, ob. cit., tomo I, pág. 408.
20) Misael Pastrana, reportaje dado al programa "Gran Angular" de televisión y reproducido por "La República", agosto 20 de 1978.
21) Alvaro Gómez, antes de ser derrotado en la convención
de su partido que nominara a Betancur candidato a la presidencia, combatió
acerbamente las pretensiones del Movimiento Nacional de adobar la presencia
y los planteamientos del conservatismo como una táctica para competir
en los comicios de 1982.
En un reportaje del 15 de octubre de 1981 y que "La República"
publicó el 15 de noviembre último, a fin de recordar las antiguas
deslealtades del designado con su presidente, el señor Gómez
dijo:
"No excomulgo a las personas ni me interesa pero los movimientos sí
los puedo juzgar desde el punto de vista doctrinario y conservador y de conveniencia
política hacia el futuro porque los movimientos se forman a base de
elementos y los elementos que se han formado en torno a un movimiento nacional
con la Anapo y con una democracia cristiana que no existe y con unas amistades
con Gabito y con relaciones con Cuba a mí no me gustan. Y eso lo puedo
decir. No tengo ningún compromiso de callarme (. . .).
"La situación para el partido conservador es muy buena, que los
programas del partido conservador son muy buenos, que sería una lástima
que los colombianos no pudieran votar por ellos porque nadie se los ofreciera
en el momento de la escogencia electoral".
La selección de Gómez Hurtado para la designatura encendió
los ánimos del sector ospinista, que dejó sus airadas constancias
en su principal órgano de expresión:
"¿Por qué se ha de elegir, a los pocos meses del ejercicio
presidencial, el Designado? ¿A quién, distinto a los candidatos
interesa tal cosa? ¿Puede ponerse a prueba la eficacia de un gobierno,
la bondad de una administración y las esperanzas de un pueblo, por
la presunta y riesgosa definición de quién es importante en
la vida nacional, y quién tiene las mayorías parlamentarias
del conservatismo?" (Editorial de "La República", noviembre
15 de 1982).
"No fue el doctor Betancur ni Designado, ni figura administrativa, ni
elemento decisivo en la vida del conservatismo. Fue, nada más pero
nada menos, que candidato nacional, presente en los foros de la inteligencia,
adalid en las plazas públicas, gestor de una decisión nacional
que ha dado a los colombianos la eminente posición que ocupa, a contentamiento
de todos sus compatriotas (. . .) Ni el conservatismo puede dar al país
la sensación, entre ingenua y mezquina, de que la gran pasión
de la nacionalidad se va a convertir en una especie de horcas caudinas para
que pasen, bajo ellas, quienes no hemos sido vencidos, ni estamos en usufructo
de nada distinto al gobierno nacional del doctor Betancur (. . .).
"No podemos aceptar que por arte de birlibirloque, quien fuera derrotado
por los conservadores en la convención que eligió candidato
a la Presidencia y por los colombianos en la misma elección presidencial
nos regrese, victorioso de una amable reunión en un restaurante exclusivo.
Así tenga muñidores y paniaguados de la más alta categoría"
(Editorial de "La República", noviembre 11 de 1982).
De otro lado, la bancada turbolopista votó fervorosamente por Gómez,
mientras se abstuvo de hacerlo el Nuevo Liberalismo, cuyo dirigente más
visible, Luis Carlos Galán, exteriorizó así su disgusto:
"El actual jefe del Estado, al inscribirse como candidato presidencial
se identificó como miembro del movimiento nacional y toda la opinión
sabe que tuvo que enfrentarse al doctor Gómez Hurtado quien se opuso
a tal movimiento. Gómez Hurtado sólo aceptó la candidatura
de Betancur para evitar que se prolongara la división conservadora
y lograr que el partido conservador mimetizado como movimiento nacional completara
con otros sectores una votación que no podía alcanzar por sí
mismo. . ." ("El Tiempo", noviembre 23 de 1982).
22) A continuación transcribimos parte de la proposición
aprobada en la Cámara:
"Tercero. Que en el día de hoy el Señor Presidente de la
República, con dinero del Estado, ofrece un banquete para 1.500 personas
en el Hotel Tequendama, denominado 'Banquete de la paz' y,
"Cuarto. Que parece que hoy cuando el pueblo colombiano asiste al vil
asesinato de personas como doña Gloria Lara de Echeverri, resulta inoportuno,
cuando menos, celebrar una paz inexistente.
"Propone:
"Abstenerse de asistir la representación parlamentaria al precitado
banquete, contribuyendo así al fortalecimiento de las finanzas gubernamentales
y al respeto por el sentimiento de dolor que embarga al pueblo colombiano".
("El Tiempo", diciembre 2 de 1982).
23) Miguel de Cervantes, "Don Quijote de la Mancha", Editorial Juventud, Barcelona (España), 1971. Volumen I, pág. 106.
24) Expresión empleada por Belisario Betancur después de haber sido elegido presidente y con la cual se refiere y amenaza a los funcionarios corruptos. ("El Tiempo", julio 28 de 1982).
25) Carlos Marx, ob. cit., tomo I, pág. 447.