El fogonero
Francisco Mosquera
Resistencia Civil
II APERTURA ECONÓMICA Y SOBERANÍA NACIONAL
LOS COLOMBIANOS DECIDIRÁN SU PORVENIR SIN INTROMISIÓN AJENA
Julio 15 de 1977
Discurso pronunciado en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán con motivo
del lanzamiento de la candidatura presidencial de Jaime Piedrahita Cardona
por el Frente por la Unidad del Pueblo, FUP. Publicado en Tribuna Roja No.
27, primera quincena de agosto de 1977.
Compañeras y compañeros:
Advertíamos el 18 de febrero que el movimiento unitario que de tiempo
atrás vienen gestando las fuerzas revolucionarias colombianas se desplaza
a paso de carga, fortaleciéndose cada vez que en su camino brotan obstáculos
artificiales o reales que pretenden vanamente contenerlo y ganando con el
transcurrir del calendario en extensión y profundidad. Este 15 de julio
vuelve y ratifica la vigencia histórica de la unidad del pueblo que
estamos propiciando. Una política consecuentemente unitaria, que no
inventa pretextos para excluir a las organizaciones y personas dispuestas
a batallar hombro a hombro con nosotros contra el imperialismo norteamericano
y sus lacayos que depauperan y deshonran a Colombia; una política que
no florece ni marchita ramilletes de candidaturas presidenciales, según
vayan aconsejando circunstanciales intereses de secta, ni sacrifica la gran
batalla por el frente único antiimperialista, a cambio del inoportuno
y pequeño pleito por aislar a uno o varios partidos susceptibles de
contribuir al debilitamiento de los enemigos principales; una política,
en fin, que no necesita recurrir a la amenaza ni al halago, porque se halla
sólidamente engastada sobre una base inmodificable de principios, por
los cuales hemos luchado, hasta generalizar el convencimiento de que la unidad
del pueblo únicamente será viable mediante la observancia de
tales principios mínimos y definitorios.
Si echamos una mirada retrospectiva a los últimos cinco años
observamos cómo la revolución colombiana ha obtenido ciertamente
conquistas de enorme importancia. Después de haber hecho conciencia
de que su triunfo en esta etapa será fruto de la alianza de todas las
clases, sectores y partidos antiimperialistas, ha estado inclinando a su favor
la prolongada contienda porque dicha alianza se concrete en torno a un programa
que contemple las reivindicaciones fundamentales económicas y políticas
de las diversas fuerzas integrantes del pueblo, y a través de la estricta
aplicación de unas normas democráticas de relación y
funcionamiento. Los conatos de frentes revolucionarios en Colombia han fracasado
o por falta de claridad acerca de los postulados programáticos o por
desconocimiento de la democracia en su organización. Por eso no transigimos
cuando se intenta prescindir o socavar estas dos piedras angulares de la unidad.
Ustedes recuerdan que no hace mucho ciertos grupos de los
que prefabrican argumentos para poder combatirnos, nos increpaban injustamente
el que no tuviéramos una concepción de largo alcance del frente,
sino criterios meramente electorales del mismo. Olvidando esta acusación,
algunos de ellos, ante la evidencia de que los plazos de espera se han vencido
y de que entramos por la fuerza de los días en el terreno de las definiciones,
nos han propuesto a última hora que elaboremos una simple plataforma
programática electoral, sin pretensiones estratégicas, a la
cual nos sumemos todos e impidamos la división de la izquierda. Es
decir, que se merme el programa para que se engrose el frente. ¿Cuáles
serían los objetivos de semejante avenimiento? Batallar contra la carestía,
contra el desempleo, contra el hambre, contra el analfabetismo, contra el
estado de sitio, contra las reformas oligárquicas y en pro de una que
otra reforma progresista. En una palabra, que utilicemos el debate electoral
para arremeter primordialmente contra los efectos de la crisis de la sociedad
que agoniza y silenciemos las causas y las soluciones revolucionarias de aquélla.
Triste papel para una revolución que además de ir a elecciones
manipuladas por sus enemigos y de someterse por su relativa debilidad a comicios
cuyas reglas de juego son la negación misma de la democracia, renuncia
voluntariamente a la única ventaja que le reporta la lucha electoral,
cual es la de educar y organizar al pueblo con las explicaciones justas concernientes
al origen de todos los males de la nación y de las masas, sin dejar
de condenar concretamente a los beneficiarios y sustentadores del orden caótico
y despótico que languidece, y sobre todo con la propaganda y agitación
de las transformaciones revolucionarias que pide y permite el desarrollo social
del país.
Lo contrario sería contaminarnos del oportunismo de los partidos tradicionales
que suelen maldecir también los resultados de su catastrófica
gestión de más de siglo y medio y ofrecen en cada período
eleccionario bálsamos que son peores que las enfermedades que dicen
atacar. ¡Acaso López Michelsen, por ejemplo, no denunció
el alto costo de la vida legado por el gobierno de Pastrana y alardeó
demagógicamente con que su mandato sería un paraíso de
garantías y buenaventuras! Y tras este mercader de milagros hubo grandes
romerías de creyentes, incluyendo no pocos conmilitones de la oposición
que disimulaban su impudicia con los conjuros de que apoyaban lo "bueno"
pero combatirían lo "malo" del lopismo. Hoy el alza de los
precios es varias veces superior a la de cualquiera de los regímenes
frentenacionalistas y el estado de sitio, al igual que en los tres decenios
anteriores, ha sido la forma predilecta de gobernar por los continuadores
de la coalición liberal-conservadora, proimperialista, con su cuadro
dantesco de obreros, campesinos, estudiantes e indígenas asesinados,
sindicatos ilegalizados, universidades allanadas, dirigentes populares encarcelados
y poblaciones enteras reprimidas y escarnecidas. Debido a ello, contra toda
la feria de ilusiones, levantamos la denuncia de que este cuatrienio era antes
que nada un "mandato de hambre, demagogia y represión", que
hoy corean sin distingos los explotados y oprimidos de Colombia.
Vale la pena agregar y destacar que la campaña en cuyos umbrales nos
encontramos, a pesar de sus complejidades y larga duración, se llevará
a cabo en condiciones excelentes para las fuerzas revolucionarias. Desde los
cuatro vientos nos llega el mensaje del descontento y la rebeldía creciente
de las masas trabajadoras; el proletariado reagrupa sus filas bajo sus banderas
de clase; los campesinos impulsan sus organizaciones independientes de la
influencia oficial y sus acciones estremecen las zonas rurales, y los estudiantes,
educadores y artistas revolucionarios no le ceden al régimen y con
sus proclamas reavivan el pebetero de la nueva cultura. La revolución
avanza firme, segura, inconteniblemente. Esto por una parte, y por la otra,
los imperialistas norteamericanos y la minoría oligárquica vendepatria
que los sustenta afrontan grandes dificultades en el obstinado empeño
de mantener a Colombia atada a su coyunda. Sus medidas son cada vez menos
efectivas para apacentar el rebaño. La coalición imperante se
desgasta y fatiga en camorras internas, sin hallarle una salida satisfactoria
a sus insalvables contradicciones. La hidra de la corrupción devora
uno a uno los miembros del cuerpo burocrático-militar del Estado, sin
excluir a la familia presidencial, que descuenta por derechas sumas incalculables
en escandalosos negociados por los servicios cumplidos a la patria de los
Corleone de las altas finanzas y de la gran propiedad inmobiliaria. El pánico
les sube con las mutifacéticas manifestaciones cotidianas de la descomposición
prevaleciente, al ver cómo se les va desplomando en sus propias narices
el reino dorado que creían sempiterno. Ni con el espantapájaros
del golpe cuartelario lograrán restar el empuje a la revolución,
ya que los desposeídos de las estribaciones de las tres cordilleras
andinas también han hecho suya la enseña inmortal de Espartaco:
los esclavos no tienen más que perder que sus cadenas. Y tienen, en
cambio, un mundo por ganar. Por consiguiente saludamos alborozadamente la
crisis, hasta que toque fondo, a sabiendas de que las cosas han de dañarse
por completo para que puedan remediarse y comprendiendo que entre más
avanzada sea la noche más cercano estará el amanecer.
¿En tan favorable situación cómo vamos, pues, a encarar
los revolucionarios el debate electoral? Cuando los politicastros de la reacción
han comenzado a hablar contra el hambre y el paludismo, como lo han hecho
toda una vida, agregando que estas calamidades del pueblo carecen de color
político, ¿nos limitaremos nosotros a referirnos a los efectos,
mas no a las causas y soluciones de la crisis? De ninguna manera. Desmontemos
de una vez por todas este embeleco tan manido. En Colombia el hambre y el
paludismo han sido liberal-conservadores. Las dolencias del país y
de las masas obedecen a la política antinacional y antipopular de los
partidos tradicionales, y de sus jefes desacreditados, principalmente a la
entrega y sometimiento de la nación a la expoliación del imperialismo
norteamericano, a los privilegios consentidos y multiplicados de un circulo
microscópico de grandes burgueses y grandes terratenientes por parte
de todos los gobiernos, incluyendo desde luego a éste que padecemos
de la autodenominada "esperanza" al que constitucionalmente todavía
le falta más de un año de existencia, pero al que ya le están
buscando con afán en medio de estrepitosa gresca un sucesor de su estirpe,
de sangre fría.
Si ésas son las causas de su postración, el cambio salvador
que requiere el país debe partir de la independencia nacional y del
derrocamiento revolucionario de la minoría acaudalada y tiránica
a cargo del Poder unido de obreros, campesinos y demás fuerzas laboriosas
y patrióticas. Trocar estos planteamientos orientadores que la revolución
ha ido popularizando en un proceso ganancioso, por un programa electoral de
reformas, resultaría una transacción inadmisible. La conquista
de la república democrática de todas las clases revolucionarias,
en pie de igualdad, representa en la Colombia actual el tránsito obligado
hacia el socialismo; y el logro de la independencia nacional configura la
más valiosa ayuda que podamos ofrecer a los pueblos que luchan contra
el imperialismo y por su emancipación. Además, la exhortación
al acatamiento a la soberanía y autodeterminación de las naciones
no es exclusivamente la bandera para enarbolar ante los piratas del capital
internacional, sino que debe ser el principio básico del internacionalismo
practicado por los países socialistas. Sin la defensa consecuente de
la consigna programática de la liberación nacional y de la nacionalización
de los monopolios jamás conseguiremos unir y organizar al pueblo colombiano
en pos de su destino histórico, así como tampoco contaremos
con el respaldo determinante del campesinado a la revolución, sin solidarizarnos
integralmente con su exigencia más sentida: confiscar la tierra de
la clase terrateniente y repartirla entre los campesinos que la trabajan.
Bastarán estas victorias revolucionarias para que Colombia resuelva
en lo fundamental los protuberantes problemas de alimentos, empleo, salud,
educación, vivienda y se enrumbe hacia la industrialización
moderna. He ahí la esencia del programa que aprobamos del 18 de febrero
y que estamos sometiendo a la consideración de las fuerzas populares.
En síntesis, como lo precisamos desde 1972, los revolucionarios no
hacemos un programa para ir a las elecciones, vamos a las elecciones para
promover el programa de la revolución.
De igual manera seguiremos una línea de principios para explicar otros
asuntos de controversia actual, relativos a la represión violenta,
el estado de sitio, la ordenación antidemocrática de los comicios,
los golpes palaciegos, cual sustentáculos a los que el imperialismo
norteamericano recurre alternativamente, por intermedio de las clases serviles,
para mantener su control neocolonial sobre la inmensa mayoría de países
de América Latina. Cuando les falla uno echan mano del otro sin el
menor escrúpulo. Pregonan que no habrá delitos de opinión
y cuando el pueblo hace realidad el derecho a la libre expresión, entonces,
tras la cortina de tanques y cañones, amenazan con que ellos sí
tienen una opinión muy peculiar sobre el delito. Hablan de concertar
con los obreros una política de ingresos y salarios y, a la hora de
la verdad, éstos se ven sitiados por las tropas que a las puertas de
sus sedes sindicales los conminan a aceptar a culatazos las despreciables
ofertas de funcionarios y patronos. Llaman a decidir las polémicas
de interés público por medio de las urnas pero si los resultados
les son adversos, las deciden por medio de las armas. Nos sobran muchas y
aleccionadoras experiencias, tanto de Colombia como de los países hermanos
del Continente, para ilustrar el comportamiento de esta falsa democracia contra
la cual peleamos y que termina allí donde comienzan las demandas de
las masas trabajadoras. El presidente Lleras Restrepo, quien aspira a la reelección,
a los dos días de los sufragios ganados abrumadoramente por Rojas Pinilla
en 1970, detuvo a la jefatura anapista, implantó el toque de queda
a las ocho de la noche y acomodó un fraude de más de medio millón
de votos para imponer a la fuerza a Misael Pastrana, el candidato vencido
de la coalición dominante. Ese mismo año Salvador Allende triunfaba
electoralmente en Chile y el 11 de septiembre de 1973 entrega con ejemplar
heroísmo su vida, enfrentando a la jauría uniformada que había
jurado tutelar la constitución y las leyes de la nación austral.
Con el sacrificio del mandatario chileno expiró la quimera revisionista
de la "vía electoral" hacia el socialismo, que obnubiló
a no pocos luchadores antiimperialistas y que fue propalada con especial euforia
al inicio de los años 70 en Latinoamérica y otras zonas del
orbe. Recojamos las preciosas enseñanzas de la historia y alertemos
en esta batalla comicial a las más amplias masas acerca de la farsa
y del carácter falaz de la democracia de las clases oligárquicas.
Vinculémonos estrechamente a los obreros y campesinos para afrontar
las provocaciones del enemigo y preparar, a la luz de la teoría revolucionaria
del Estado, las condiciones que faciliten al final la victoria de la toma
revolucionaria del Poder por un frente único de liberación nacional.
Aclarada la cuestión del programa, la conformación y desarrollo
en las circunstancias colombianas del frente unido revolucionario, dependen
de unas normas mínimas de relación y funcionamiento que acerquen
y no distancien a los contingentes partidarios de la unidad. Sobre ello también
encontramos ricas experiencias a nivel nacional e internacional. Sin un entendimiento
erigido en el respeto mutuo de las agrupaciones aliadas no será posible
alcanzar la necesaria y eficaz cooperación para proseguir exitosamente
la lucha contra la vieja coalición burgués-terrateniente proimperialista
que, a pesar de sus disensiones internas, aún cuenta con la iniciativa
táctica para mantener, por lo menos durante un determinado período,
la correlación de fuerzas a su favor. Dentro del frente la contradicción
entre la autonomía ideológica y orgánica primordiales
y la colaboración y acción conjunta indispensables de las diversas
organizaciones partidarias, la resolvemos con los métodos democráticos
de la consulta y discusión, de la crítica y de la dirección
compartida. Siempre hemos creído que el proletariado colombiano no
podrá ejercer su papel dirigente de la revolución en la etapa
actual, sino a través del frente unido con las otras clases aliadas
y mediante la defensa y aplicación en lo organizativo de los principios
de la democracia. La intriga, el estilo de los hechos cumplidos, los procedimientos
hegemónicos y despóticos, la intromisión en los asuntos
internos de los aliados van horadando la unidad y transmutando sin saberlo
a los partidos revolucionarios que se distingan por tales conductas en pequeñas
bandas fascistoides. Nadie en el ámbito de la revolución se
debe sentir aludido por el énfasis que ponemos en estas premisas elementales.
Por el contrario, pensamos que el esclarecimiento que se haga al respecto
contribuirá a unir a los comunistas auténticos, a los demócratas
revolucionarios y a los patriotas sinceros dentro de la poderosa corriente
unitaria en movimiento, que aglutinará a la larga al 90 por ciento
y más de la población colombiana y se constituirá en
alternativa redentora de Colombia.
El Frente por la Unidad del Pueblo que hemos decidido fundar los participantes
del II Foro Nacional de la Oposición Popular y Revolucionaria, pugnará
por interpretar fielmente la línea unitaria de las clases y sectores
antiimperialistas. La escogencia de Jaime Piedrahita Cardona como máximo
personero nuestro en la batalla electoral que hoy abrimos, es otro acierto
en la lid en que nos encontramos todos comprometidos por sacar adelante los
vitales intereses de la revolución. Durante los últimos años
de esta tortuosa marcha, ninguno como él se destacó tanto en
el esfuerzo tendiente a facilitar el entendimiento de las fuerzas revolucionarias.
Con paciencia, lealtad y tenacidad ha estado siempre dispuesto a mediar e
intercambiar puntos de vista, inclusive con quienes, proclamándose
conviventes, malgastaron su ingenio en el propósito trunco de desbaratar
la ingente labor de rescatar en provecho de la causa popular lo combativo
y avanzado de la ANAPO. El lanzamiento de su nombre como candidato presidencial
del Frente por la Unidad del Pueblo, por lo tanto, no encarnará un
impedimento, sino que jalonará la más vasta alianza que reclaman
insistentemente los comuneros de la segunda independencia.
Quiero, finalmente, recalcar el sentido de unas palabras repetidas con frecuencia
por Jaime Piedrahita y José Jaramillo Giraldo, un llamamiento que quedó
insertado en la Declaración Política del I Foro del 18 de febrero,
algo que el MOIR viene exteriorizando desde hace mucho tiempo y simboliza
el más ferviente deseo de los asistentes a este acto extraordinario:
el ánimo inquebrantable que nos mueve a agotar los medios a nuestro
alcance para que contra la oligarquía lacaya del imperialismo norteamericano
haya sólo un frente de la izquierda. Continuamos dispuestos a discutir
las diferencias con el Partido Comunista y demás organizaciones y personalidades
opuestas al régimen, con el objeto de buscar las soluciones positivas
para la creación de una alianza única, que aproveche por completo
las progresivas dificultades del enemigo común, la coalición
liberal-conservadora; que siga tras las metas programáticas de la revolución
libertadora; que se rija por normas democráticas de relación
y funcionamiento; que no se alinee internacionalmente y que sepa interpretar
en los frecuentes disturbios de la ciudad y el campo, la indomeñable
voluntad de los sometidos y acallados de levantarse como otros pueblos sobre
sus propios pies y decidir su porvenir sin intromisión ajena!
¡Viva Jaime Piedrahita Cardona!
¡Viva el Frente por la Unidad del Pueblo!
¡Viva la unión de los oprimidos contra los opresores!
A PROPÓSITO DE LA MESA REDONDA SOBRE LA MUJER
Marzo de 1982
Publicado en Tribuna Roja No. 42, marzo de 1982
La propuesta de llegar a los distintos frentes del trabajo
del Partido, hurgar en sus dificultades e inquietudes, conocer sus experiencias
para luego verterlas sobre los lectores, nos parecía a todos en la
comisión de redacción del periódico, algo necesario,
a más de novedoso. La militancia, especialmente la que a punta de persistencia
se ha tornado perita en determinada actividad, tiene mucho de interés
que contarles a los inconformes e insumisos de Colombia. Lo que no atinábamos
era en la forma de hacerlo ni el por dónde empezar. ¿Por los
activistas campesinos? ¿Los dirigentes sindicales? ¿Los artistas?
¿Mediante investigaciones? ¿Reportajes? ¿Crónicas?
Cuando a alguien se le ocurrió sugerir, en aquella reunión de
evaluación, que citáramos a unas cuantas camaradas "para
que en mesa redonda nos dijeran cómo les va en su labor revolucionaria
en un país que discrimina horrendamente a la mujer" comprendimos
de súbito que había dado en el blanco.
Se trataba de un tema relativamente inexplorado, a pesar de las reiteradas
preocupaciones que a través de los años ha suscitado en nuestras
filas; y que, dentro del estilo del MOIR de ir resolviendo los problemas por
partes, bien podría haberle sonado su hora más oportuna. Varios
elementos parecen corroborar esta apreciación. Antes que nada, la existencia
de un nutrido destacamento de miembros femeninos del Partido que paulatinamente
ha descollado en las más disímiles tareas, cuya conducta desbroza
un camino a seguir y le suministra una sustentación viva, tangible,
al viejo y discutido principio de que la mujer, igual que el hombre, es capaz
de concurrir eficazmente en los múltiples terrenos del menester social.
Ellas realizan un esfuerzo superior al de sus compañeros de lucha,
puesto que además de encarar los embates ideológicos y propagandísticos
de la reacción predominante y las medidas punitivas de los custodios
de la ley, han de sobreponerse con valentía a los prejuicios que sobre
el llamado sexo débil campean casi sin omisión en todos los
estratos de la sociedad. Y se han salido con la suya, por lo menos al conseguir
entroncarse con las masas, requisito de cualquiera acción verdaderamente
política y revolucionaria. Aunque sólo sea un primer paso, sabemos
que el comienzo de las cosas siempre resulta lo más difícil.
Las entrevistadas nos hablarían, como ocurrió, no únicamente
de lo que piensan emprender sino de lo efectuado; no se limitarían
a los planteamientos teóricos, sino que suministrarían abundantes
enseñanzas amasadas en la brega cotidiana. Ya contamos con excelentes
logros en este terreno de la participación femenina en el trajinar
de la revolución, debido primordialmente al arrojo y a la clarividencia
de decenas y centenas de camaradas nuestras que se han quitado los botines
y metido en el barro, resueltas a ocupar su sitio en las diferentes líneas
de combate del Partido. Urge resaltar tales avances Y metodizarlos, a semejanza
de lo intentado en otros campos. Habiendo tan buena simiente, el estudio y
el debate no flotarán en el aire ni se quedarán en mera emoción.
Por el contrario, habrán de pisar tierra firme y traducirse en el acopio
de nuevas militantes que se decidan, por oleadas, a imitar a quienes las antecedieron
en la lid, dentro de un clima de cálida fraternidad y de creciente
respaldo partidario.
Otro componente del actual panorama, con el que nos tropezamos a menudo, lo
facilita la descomposición de la unidad familiar colombiana, ocasionada
por la quiebra galopante del sistema vigente, que en su desmoronamiento no
perdona ninguno de los antiguos modos de producción ni de organización
social. Los campesinos, acosados por los terratenientes y los grandes capitalistas,
sueltan el azadón y huyen a los suburbios de las ciudades, en donde
lejos de burlar el hambre, se consumen en medio del paro forzoso, el hacinamiento
y la degradación total. Por su lado, la bancarrota de la industria
nacional arroja a la calle a millares y millares de obreros, aumentando alarmantemente
el monto de los desocupados, muchos de los cuales pasan a engrosar, manifiesta
o disfrazadamente, el desventurado ejército de la mendicidad y la rufianería.
De hecho el régimen se confiesa impotente para remediar tantos y tan
agudos males. Los gobernantes no entienden más que el lenguaje de los
monopolios, y sus ejecutorias se reducen a incrementar los gravámenes
al pueblo y a darle vía libre a la especulación, operaciones
ambas oficiales convertidas en fuente del enriquecimiento privado de la pútrida
y profusa burocracia y de la depauperación de las gentes laboriosas.
Bajo tales pronósticos no puede menos que presentarse un desarreglo
en todos los órdenes, empezando por la violenta ruptura del primigenio
núcleo de la vida ciudadana, la familia.
La rápida y turbia acumulación de fortunas no vistas en Colombia,
exonera a las altas esferas del recato con que han escudado siempre su concupiscencia,
y ahora hasta las aventuras amorosas y los excesos dionisíacos de las
estatuas andantes se controvierten en público, desde los diarios o
desde los púlpitos, en santo olor de republicanismo. El intercambio
de esposas que escandalizó a los tiempos camanduleros de don Rafael
Núñez y doña Soledad Román, en el presente imprime
distinción, como el tráfico de narcóticos, entre una
burguesía hipócrita que aún continúa discutiendo
las conveniencias e inconveniencias morales del divorcio. Y en la base de
la pirámide, en donde la miseria se enseñorea y hace su agosto
dentro de millones de indigentes, los hogares se desgarran sin escapatoria.
Si en esos niveles de por sí nunca tuvieron sentido los supuestos que
regulan las relaciones familiares de las clases poseedoras, lo que la crisis
actual destapa, atroz e inhumanamente, a su manera, con la prostitución
decuplicada, el desempleo expandido y la floración de los niños
desamparados, es que aquellas idílicas imágenes de la madre
bondadosa circuida de unos hijos felices y de un marido solícito que
vela, o está en condiciones de velar por el bienestar de los suyos,
imágenes tan caras para los doctrinarios del bipartidismo tradicional,
constituyen para la pobrería el más cruel de los sarcasmos.
Aunque en esta tragedia la mujer personifique la desgracia y por doloroso
que sea el procedimiento, las "amas de casa", aguijoneadas por las
necesidades, terminan saliéndose del cautiverio doméstico en
busca de unos ingresos que cada vez le llegan menos a las cuatro paredes de
su universo vacío y rutinario. Y cuando se presentan a pedir una oportunidad
para no perecer, se estrellan con la espantosa realidad de que, salvo planchar,
lavar y cocinar, nada han aprendido a hacer, y de que el desarrollo fabril
se ha erigido sobre la hipótesis de repeler el concurso femenino. Descubre
que a ellas les han tocado en suerte los peores los más mal pagados
los más humillantes oficios, y eso si corren con la dicha de adquirirlos.1
Por ende en la mesa redonda, al examinar cuáles serían los medios
adecuados de acercarnos a las mujeres y de disponerlas para la revolución,
concluíamos que aquéllos estribaban menos en los factores subjetivos
que en los profundos desbarajustes sociales que acrecientan las penurias de
las masas femeninas y las obligan a saltar a la palestra en defensa de sus
fueros. Bastará con permanecer atentos al desenvolvimiento de la traumática
situación y allí donde por lo intolerable de los atropellos
se exteriorice la rebeldía de las combatientes, acudir sin falta a
secundarlas y a orientar su causa. De ser ilusoria la visión descrita
y Colombia atravesara por un momento de prosperidad en el que sus odiosas
instituciones no estuvieran en franca disolución, como la de la familia
inspirada en el avasallamiento de un sexo sobre el otro, nuestras prédicas
y consignas, por muy asentadas que pudieran parecernos, dudosamente fructificarían.
Sucede lo que acontece con todo proceso revolucionario, que la conciencia,
encarnada y difundida por un reducido grupo de vanguardia, se torna gradualmente
en una virtud colectiva, a medida que la subsistencia misma de los trabajadores
se pone en entredicho y no encaja ya en los antiguos y obsoletos esquemas
económicos y jurídicos. Hoy por hoy no son sólo los sindicatos
los que pelean sus prerrogativas. Mayorías inmensas de la población
se ven empujadas al mitin, a la asonada, a la revuelta, tras reivindicaciones
aparentemente nimias, cuales serían derogar los recargos en los cobros
del agua y de la luz, conquistar unos centímetros cuadrados de alguna
acera concurrida en donde vender cachivaches, u obtener la gracia de morir
sepultado en cualquiera de los incontables tugurios de las zonas de erosión.
Al principio los desvalidos batallan sin claridad respecto a las razones y
soluciones de sus calamidades, pero propensos a cuanto les expliquen e indiquen
los sectores avanzados que se muestren solidarios con sus más inmediatos
afanes. Hay desde luego revolucionarios de corazón que descuidan su
adiestramiento ideológico y poco aportan a lo que las masas conocen
ya por intuición o por aprendizaje empírico fenómeno
no tan extraño dentro del MOIR; mas quienes pretendan transformar el
mundo confiados exclusivamente en la justeza de las ideas para merecer el
apoyo de unas multitudes con las cuales no los ata otro nexo que el de las
proclamas, ni convencerán a nadie, ni averiguarán jamás
si sus juicios científicos eran tales. En el caso que nos ocupa encontramos
una contradicción similar, quizás más acentuada. Por
un lado, un arrume de criterios absurdos y de costumbres anacrónicas,
transmitidos a través de miles de generaciones, que han acabado por
forjar talanqueras mentales a veces mejor aceradas que las cárceles
del régimen; y por el otro, una inaguantable agudización de
las penalidades del pueblo que motiva a la mitad más apabullada de
éste a maldecir la mansedumbre y a hacer valer sus reclamos. Al Partido
le sobran pues las coyunturas, grandes y pequeñas, para incorporarse
al trascendental litigio planteado en pro de la mujer y luego coronar la meta
de instruirla, organizarla y encauzarla en el torrente incontenible de la
revolución colombiana.
Los portavoces del imperialismo y sus lacayos, aunque posen de liberales modernos
que han roto con los vetustos convencionalismos, le rinden culto al orden
establecido, categoría que junto a otras, como las de tradición,
familia y propiedad, han de conservar intactas al máximo para el suceso
feliz de sus planes expoliadores. Y aunque consideren el matrimonio un contrato
"libre" al que concurren en condiciones iguales las partes interesadas,
no cesan de infiltrar las execrables concepciones acerca de la superioridad
del hombre, la sublimación de los insignificantes quehaceres caseros
de la esposa, o lo natural de la subordinación económica de
ésta, que aguarda abnegadamente en su encierro domiciliario a que su
cónyuge la provea del sustento. Sin embargo, por más que se
empeñen en idiotizar a la mujer con el halago de que ella es la reina
consentida del hogar, además de escucharse ya bastante ridículo,
nada de eso funciona en la fecha. El sexo femenino comienza a preferir que
se le trate con menos fingimiento y vana galantería, e incluso trabajar
lo duro que sea, con tal de ganarse el pan por sus propios medios, alcanzar
su independencia de acción, integrarse a las actividades sociales y
convertirse realmente en un ser digno y útil. Y las que sin pertenecer
a la cúspide privilegiada todavía suspiran por las creencias
de sus abuelas, los hechos las sacarán del letargo, o por lo menos
les sembrarán la espina de la duda. Si perennemente han oído
sentencias difamatorias, chistes de mal gusto y adagios como “la mujer
y la mula al fin dan la patada", "la mujer es un animal de cabellos
largos y entendimiento corto", "del hombre la plaza y de la mujer
la casa", "o bien casada o bien quedada", es apenas lógico
que se crean inferiores y hasta que se sientan satisfechas de serlo. Empero,
¿cuál matrimonio?, ¿cuál casa?, ¿cómo
salvar a los hijos?, ¿para qué la abnegación y la espera?,
si no hay corrosivo peor que la indigencia, si el refugio hogareño
se va reduciendo y transmutando en una cloaca infecta a donde difícilmente
penetra la luz del sol, si los rezos no alimentan ni obran el milagro. Con
la crisis, la proletarización progresiva y el común empobrecimiento
se percibe la caducidad de las normas que la minoría dominante se obstina
en idealizar, contra cualquier evidencia. El caos desbordado clama a gritos
por un vuelco de raíz, no sólo en lo concerniente a la soberanía
nacional y a los modos de apropiación y producción, sino en
todos y cada uno de los aspectos de la vida de las personas, Y las que menos
tienen que llorar por el pasado que se fue son las mujeres. No se aterrorizarán
tampoco por las transformaciones revolucionarias que propugnamos, incluida
la de la creación de una unidad familiar en la que desaparezca precisamente
la servidumbre femenina. Comprenderán que todo cambia y debe cambiar.
En el proceso del conocimiento primero se transforman las cosas y después
las mentes. Y como de la vieja familia no queda piedra sobre piedra, ahora
corresponde edificar una nueva.
¿Por qué relacionamos el problema de la familia y de su descomposición
con la meta histórica de la emancipación femenina? Cuando la
humanidad salta a la monogamia y pasa de lo que se ha dado en denominar derecho
materno al derecho paterno, la mujer pierde el sitio de preeminencia de que
gozó en las edades primitivas. Lo cual quiere decir que el sexo débil
no lo era tanto en la antigüedad y que su vasallaje es un producto social,
digamos como la explotación, que si en un principio simbolizó
un empuje decisivo para el desarrollo, al final de su ciclo ha de desaparecer
por las mismas razones por las que advino a este mundo. Ni el matrimonio,
ni los lazos familiares, ni las costumbres sexuales fueron siempre las que
hoy practicamos. La familia monogámica, que surge luego de una depuración
larga y compleja, constituye uno de los pilares básicos de la civilización.
Nace con sus hermanas gemelas, la propiedad privada y la esclavitud, a las
que sustenta y les sirve de tejido celular. Ha de resolver la cuestión
de la herencia, garantizando que los bienes se transfieran al descendiente
comprobado del dueño, ya que no entusiasma acumular riquezas para que
éstas terminen en las manos de los hijos de otros. Y para ello, además
de que el primer propietario individual fue el hombre, se requería
que, a diferencia de lo que se estilaba, la mujer no tuviera varios maridos
sino uno solo. Así apareció la monogamia que ha sido y sigue
siendo un deber fundamentalmente femenino, puesto que en este nuevo vínculo,
los varones, que imponen al antojo su voluntad y hacen de la castidad de sus
parejas una norma inviolable, nunca dejaron de ufanarse de la libertad sexual
más absoluta. Desde entonces la esposa quedó confinada a la
casa y restringida, como afirma Engels, al papel de "criada principal".
Con cuánto rigor se ha juzgado y sancionado su infidelidad, lo narra
la historia. Sin ir muy lejos, en Colombia, hasta hace apenas dos años,
el Código Penal otorgaba el perdón y eximía de toda culpa
al marido ofendido que, en "legítima defensa del honor",
asesinara a su cónyuge adúltera. Nada de esto se lo ingenió
el capitalismo. Ha recogido del legado testamentario de las sociedades explotadoras
desaparecidas lo que le conviene, colocándole, eso sí, su impronta
de clase y adobándolo con una buena dosis del fariseísmo que
lo caracteriza.
La familia monogámica tradicional ha operado sobre
las siguientes premisas: la propiedad privada y la prolongación de
ésta a través de la herencia; la dependencia económica
de la mujer frente al esposo, y el sostenimiento y la educación de
los hijos. En el esclavismo, en el feudalismo y en otras formas superadas
de organización social, como la patriarcal campesina, dentro del marco
de la familia se efectúa además una serie de labores importantísimas
e indispensables para satisfacer no sólo los requerimientos del consumo
sino del trabajo mismo. Con el multifacético incremento de la producción
capitalista tales labores desaparecen o se reducen a faenas domésticas
completamente insubstanciales que no inciden en la marcha de las actividades
productivas de la sociedad, pero cuya pura y desastrosa consecuencia consiste
en condenar a la mujer al enclaustramiento y a la estulticia. Incluso, de
cocer los alimentos, de lavar y alisar la ropa y de los otros oficios en los
que tantas horas invierten las amas de casa más hacendosas, la industria
ya se ocupa, despachándolos en cadena y ahorrando abundante mano de
obra. Hasta la atención y la formación de los hijos que antaño
se llevaban a cabo en el seno del hogar, hace rato se tornaron en objeto de
un servicio público, al cuidado de personal experto que desde luego
sabe incuestionablemente más de pedagogía y del resto de las
ciencias que los padres, o que aquellos ilustres profesores particulares de
los que León Tolstoi habla con respeto casi místico en sus Memorias.
A medida que evoluciona, el capitalismo corroe sin remedio los goznes sobre
los que gira. Uno de ellos ha sido la vieja familia, cuyos fundamentos jamás
tuvieron en verdad vigencia entre las clases desposeídas. A los matrimonios
proletarios no los rige el ánimo de lucro, justamente por la carencia
de riquezas qué resguardar y qué legar; y si todavía
persiste allí discriminación contra la mujer responde más
a los prejuicios reinantes que a la concurrencia de una base material para
ello. En virtud de lo cual la compañera del obrero puede y debe unirse
a éste en la batalla por la emancipación femenina, lo que obviamente
no acaece en las filas de la burguesía. Con frecuencia, lo exiguo de
los ingresos del "jefe" del hogar, si los hay, obliga a la mujer
a emplearse, y sus hijos le representan generalmente una carga difícil
de sobrellevar antes que un remanso de alegrías y de satisfacciones.
El día que se suprima la propiedad privada, prácticamente el
último factor que nos falta para el derrumbe definitivo de la familia
como núcleo económico, brotará otra, infinitamente más
humana, más grata y más estable, porque estará fundada
y mantenida sólo por la comprensión, la atracción y el
amor mutuos entre los esposos. No habrá mancomunidad de mujeres, con
lo que los anticomunistas suelen promover terrorismo ideológico, ni
se acabará la monogamia; únicamente ocurrirá que, como
la mujer ya no estará constreñida a padecer las veleidades del
hombre, éste tendrá que volverse monógamo, lo que, por
lo demás, no es tan terrible. ¡Ah!, y desaparecerá la
prostitución, el eterno aditamento de la vieja familia, que germina
en el cieno de la sumisión económica del sexo femenino. La comunidad
destinará un monto considerable de sus reservas para velar por las
nuevas generaciones, desde la cuna hasta cuando se hallen aptas para asumir
sus responsabilidades, con lo que el pueblo trabajador conseguirá por
fin disfrutar a plenitud de los deleites y recompensas de los deberes de la
procreación. Las minorías expoliadoras llaman a esto "el
despojo de los hijos por parte del Estado".
Si todas estas metas, como se deduce, no las veremos coronadas más
que mediante un alto grado de desenvolvimiento de las fuerzas productivas,
o sea con el triunfo del trabajo sobre el capital y con la construcción
del socialismo, lo notable de acotar es que la sociedad burguesa prepara las
condiciones materiales para su cristalización. El marxismo no alienta
ningún tipo de ideales, preceptos o moldes en los que busque fundir
la existencia social; simplemente partiendo de los logros y de las posibilidades
exactas de la producción, toma nota de las trabas que se alzan en su
curso ascendente para pugnar por demolerlas. La empresa capitalista probó
a través de sus enormes progresos que la especie no precisa ya de la
familia cual pieza integrante del andamiaje productivo, y que, al revés,
si ambiciona seguir adelante ha de prescindir de ella, redimiendo así
energías laborales insospechadas. Sin embargo, el capitalismo defiende
el interés privado sobre el público y reserva para unos cuantos
privilegiados el bienestar que genera, mientras al grueso de la población
le veda el pan de cada día. Industrializa las labores domésticas,
inventa las guarderías, abre restaurantes para miles de comensales,
colectiviza la educación, etc., y a la mujer continúa condenándola
fatalmente a los bastidores del hogar, aun cuando allá nada tenga que
hacer, salvo embrutecerse y morirse de tedio. Esboza las soluciones pero no
las culmina; aguijonea las necesidades y, sobrándole los medios para
atenderlas, no las complace. Y si en las metrópolis avanzadas semejante
fenómeno se observa en cualesquiera de las manifestaciones del discurrir
ciudadano, ¿qué agregaremos sobre Colombia, nación atrasada
e influida por unas élítes aristocráticas que compaginan
las antiguallas del oscurantismo con la peores aberraciones de la época
imperialista, y en que la extorsión de los monopolios foráneos
destruye, sí, las ancestrales fuentes de ocupación, pero asimismo
impide que los colombianos las substituyan con las modernas? Las contradicciones,
por supuesto, se expresan más violentamente. No obstante, y también
debido a ello, los señalamientos revolucionarios se encuentran más
al alcance de la comprensión de las masas, particularmente de la mujer,
a la que sabremos explicar que su manumisión estriba en la manumisión
del país y en las demás transformaciones económicas y
políticas que demanda la sociedad colombiana. El sexo femenino necesita
con acucia de la revolución, y ésta no será una realidad
sin el concurso efectivo de aquel poderoso contingente que abarca a la mitad
del pueblo. Aunemos firmemente estos dos elementos tan complementarios como
el hidrógeno y el oxígeno en la composición del agua,
y entonces Colombia florecerá entera bajo los efluvios de una nueva
vida.
De lo resumido hasta aquí se desprende que la emancipación
de la mujer, que despunta ya en el horizonte de la humanidad, llegará
inexorablemente, porque antes que nada obedece a las exigencias del desarrollo,
y quienes se empecinen en contenerla sucumbirán en el intento. No se
trata de una mera proclama, de una consigna proselitista, o de un capricho
nuestro. La sojuzgación de la mujer ha acompañado durante milenios
a la explotación del hombre por el hombre: con su surgimiento inaugura
el oprobioso período de la esclavitud, mas lo clausura con su desaparecimiento.
A las generaciones contemporáneas les correspondió en suerte
vislumbrar tan colosales cambios, viviendo en los umbrales de una era en que
las gentes, para prodigarse lo de la subsistencia, no se verán arrastradas
a entablar relaciones alienantes y vejatorias, ni en los ámbitos del
trabajo y de las gestiones administrativas de la sociedad, ni en los menos
extensos de la familia.
La reacción fracasará en sus propósitos de aplacar las
crecientes inquietudes femeninas, o de desviarlas hacia el reencauche de los
valores que confortan la opresión y el envilecimiento de la mujer,
tejemanejes en los que han sido duchos maniobreros los dirigentes de los partidos
tradicionales colombianos, lo mismo los liberales que los conservadores, los
oficialistas que los semioficialistas. Todos se rasgan las vestiduras ante
el agrietamiento de la familia y prometen refaccionarla y retornarla a su
perdida posición. Unos, a semejanza de Belisario Betancur, rehusándose
rotundamente a ofrecer a la mujer cualquier beneficio, ni aun el divorcio.
Otros, a la usanza típicamente lopista, limitando esta prerrogativa
al matrimonio civil, en un país por excelencia de enlaces católicos.
Y el resto, como el candidato putativo del carlosllerismo, organizando "la
jurisdicción de la familia, buscando su protecci6n y unidad, para devolverle
su función vital de núcleo de nuestra sociedad" es decir,
con frases.2 Ya indicamos cómo el régimen prevaleciente, por
su propia estructura, minimiza a la mujer, y de hecho le cierra las puertas
de la superación, así le consigne sus fueros en la norma escrita.
Pero es que además de eso, la burguesía se ha mostrado incorregiblemente
cicatera en cuanto a reconocer la igualdad de los sexos en los formalismos
de la ley, incluso en sus momentos más revolucionarios. La revolución
de independencia de los Estados Unidos y la francesa de 1789, que marcan hitos
en la democracia burguesa, hicieron caso omiso del asunto y partieron del
entendido de que las hijas de Eva son ciudadanos de segunda o tercera categoría.
En tales circunstancias a las mujeres les ha tocado articular no pocos movimientos
y emprender ruidosas luchas para que se les admitiera, verbigracia, el elegir
y ser elegidas, el menos controvertido y el más gracioso de los dones
dispensados por el Estado republicano. En el caso de Colombia, el viacrucis
por el cual han transcurrido los derechos femeninos resulta inverosímil.
Hagamos rápidamente una síntesis, a fin de tener una noción,
y circunscribiéndonos a este siglo. Sólo en 1932 se suprimió
el tutelaje del marido sobre la esposa, y ésta logra "comparecer
libremente a juicio" y administrar y disponer de sus bienes: dejó
de figurar en la lista de los incapaces. En 1936 se autorizó a la mujer
para desempeñar cargos públicos, mas se le sigue negando la
ciudadanía. En 1945 se le entrega la ciudadanía pero se le continúa
prohibiendo la función del sufragio y la facultad de ser elegida.3
En 1954 Rojas Pinilla le concede el derecho al voto; sin embargo no le permitió
ejercitarlo porque no convocó a elecciones. En 1976 se instituye, como
arriba anotamos, el divorcio, el civil, para un país de matrimonios
católicos. Antes, en 1974, se extiende la patria potestad a la esposa
y quedan habilitadas todas las mujeres, con estipulaciones similares a las
del hombre, para ser tutoras y curadoras. Habíamos comentado también
lo de la "pena de muerte para la esposa infiel" derogada en 1980.
No obstante lo anterior, y a que se acaba de sancionar la Ley 29 de 1982 por
la cual se equipara a los hijos legítimos y naturales en cuanto a la
herencia, la legislación todavía consagra irritantes tratamientos
discriminatorios entre las personas, con ser que el sistema constitucional
colombiano, desde el Congreso de Cúcuta de 1821, le ha dado ciento
sesenta veces la vuelta al Sol.
A regañadientes y a través de cuentagotas, los países
capitalistas han venido declinando, una tras otra, sus recalcitrantes posturas
sobre la materia, y hoy algunos se glorían de haber realizado todas
las concesiones, hasta la del aborto. Y en esas naciones, cabalmente en esas
naciones en donde no resta conquista democrática por arrancar, fuera
de ahondar las conseguidas, aparece diáfano, cual lo advierte Lenin,
que la condición de inferioridad de la mujer no radica en la ausencia
de derechos, sino en el Poder que los refrenda. En Colombia, donde las oligarquías
vendepatria han ido siempre detrás y muy atrás de sus modelos
extranjeros, aún habremos de combatir al respecto por no escasas reivindicaciones,
sin creer ni hacer creer que éstas encarnan el colmo de las aspiraciones
del sexo femenino. A la inversa, enarbolaremos, apoyaremos y aprovecharemos
sus diversas contiendas para organizar sus huestes e instruirlas acerca de
lo que al fin y al cabo interesa: que exclusivamente la revolución
y el socialismo garantizarán la emancipación de la mujer.
NOTAS
1 En Colombia, de acuerdo con el censo de 1973, hay 22.915.000 habitantes.
De éstos, 14.297.000 se encuentran en edad de trabajar (son mayores
de diez años); y, según el Dane, se dividen así: 6.903.000
hombres, de los cuales laboran 4.186.000, o sea el 60%, y 7.394.000 mujeres,
de las cuales trabajan 1.300.000, el 17%.
A 2.200.000 hombres y a 5.727.000 mujeres los clasifica el Dane como población
no económicamente activa y los distribuye en rentistas, jubilados,
estudiantes, quehaceres del hogar, sin actividad y sin información.
En "quehaceres del hogar" hay 3.777.000 mujeres, es decir, el 65%
de aquellas. De las mujeres que trabajan, el 45.3% lo hace en el renglón
denominado "servicios personales", donde se incluye a las empleadas
del servicio doméstico. Aunque las estadísticas oficiales no
sean muy confiables, de todas maneras reflejan el cuadro de la discriminación
de la mujer en nuestro medio. La participación femenina en las actividades
productivas, comparada con la del hombre, es insignificante. La mayoría
de las mujeres se ocupa como "amas de casa", o presta cualquiera
otra clase de servicios personales.
2 Las frases fueron tomadas del programa de gobierno del candidato presidencial
Luis Carlos Galán. El Tiempo, enero 16 de 1982.
3 En el siglo XIX y todavía muy avanzado el siglo XX, en Colombia predominaba
el criterio de que la mujer, por decisión natural, o con arreglo a
los designios divinos, estaba impedida para ejercer la ciudadanía y
las demás atribuciones que se desprenden de ésta, como votar,
atender cargos públicos, etc.
José María Samper, por ejemplo, en su libro Derecho Público
Interno, al comentar la Constitución de 1886, emite los siguientes
conceptos:
"Cuanto a la ciudadanía de las mujeres, aun cuando ya se practica
para lo municipal en algún Estado norteamericano (¿y qué
no se ensaya en los Estados Unidos, inclusive el mormonismo?), Colombia está
muy lejos de aceptarla y con razón. Nadie aboga más que nosotros
porque se dé a las mujeres una educación esmerada, pero práctica
y digna de su sexo; nadie estima ni aprecia más que nosotros el talento
y la cultura en la mujer, y la saludable y necesaria influencia que ella ejerce
sobre el hombre individual, y sobre las costumbres y aspiraciones de la sociedad
entera. Pero la verdad es la verdad: la mujer no ha nacido para gobernar la
cosa pública y ser política, precisamente porque ha nacido para
obrar sobre la sociedad por medios indirectos, esto es, gobernando el hogar
doméstico y contribuyendo incesante y poderosamente a formar las costumbres
(generadoras de las leyes) y a servir de fundamento y modelo a todas las virtudes
delicados, suaves y profundas.
"Si fuera posible transformar moralmente a las mujeres y volverlas ciudadanas,
habría que pensar seriamente en convertir a casi todos los hombres
en mujeres, a fin de que la misión de éstas no quedase baldía.
Y no alcanzamos a ver el provecho que se sacaría, suponiendo la posibilidad,
de trocar los papeles de los dos sexos, deshaciendo la obra de la Providencia,
y haciendo desatinos por enmendar a Dios la plana."
CAUSAS Y EFECTOS DE LA ÚLTIMA CRISIS
Septiembre de 1984
Editorial publicado en Tribuna Roja No. 49, de septiembre de 1984.
En el decurso de su agitada existencia Colombia pocas veces presenció un período tan convulsionado como el que actualmente vive. De seguro la frase la hemos leído por ahí y de pronto algunos de nosotros hasta la hemos escrito. Su vigencia se mide ante todo en el hecho de que los voceros de las más disímiles corrientes la pronuncian, desde luego con matices e intenciones varios, pero la pronuncian. La audiencia ya no se limita a la opinión insular de quienes desde las filas del MOIR, fieles a las enseñanzas y al espíritu del marxismo, recalcan con tenaz persistencia sobre la imposibilidad de un progreso valedero bajo las relaciones neocoloniales y semifeudales imperantes desde los albores del siglo, o al arraigado convencimiento, también moirista, de que la descomposición no se detendrá sin tocar fondo; en la fecha cualquier testimonio más o menos serio sobre la coyuntura histórica parte obligatoriamente de la apreciación de que el desastre es el signo de la hora. Podría imaginarse que semejante confirmación de sus valoraciones constituye motivo suficiente de complacencia y tranquilidad para el Partido. Empero, y con el objeto de comprender mejor hasta dónde va el desconcierto, señalemos que, si evidentemente el país asiste al triste espectáculo de su disolución, nunca como en el presente se insistió en la abyecta defensa de las concepciones y de los dictámenes causantes de los letales trastornos. Miremos lo uno y lo otro.
LOS CHOQUES ENTRE EL AMO Y SUS COLABORADORES
A medida que se cosechan los fracasos de la retardataria
y antipatriótica gestión de los habituales usufructuarios del
Poder, el pugilato entre las distintas posiciones de clase, la fundamental
discrepancia de la nación entera con los Estados Unidos, en suma, las
contradicciones que animan la vida de la sociedad y definen su porvenir, adquieren
visos de virulento antagonismo en cuestión de meses y hasta de días.
Basta, por ejemplo, que los despachos de Nueva York traigan la noticia de
un aumento de medio punto en el llamado prime rate, tasa preferencial que
sirve de referencia al interés bancario, para que el entorno nacional
se llene de inmediato con el alboroto de los dómines de los negocios
y de la política. Ante el último incremento, reportado el 25
de junio, el cuarto que durante el año han decidido los financistas
norteamericanos y que como se sabe afecta enormemente la deuda del Tercer
Mundo, el risueño señor Pastrana, con todo y su reputación
de ser el consueta de Palacio y pese a su cultivada parsimonia, anotó
sin rodeos: "No creo que haya acto más grande de cinismo internacional
en un momento en que precisamente en la cumbre de Londres se había
hablado de que facilitarían las fórmulas para que los países
en desarrollo, especialmente América Latina, pudieran cumplir sus compromisos."1
A su turno, el presidente, valiéndose de la infalible ceremonia con
que se reconsagra la descarrilada república al Sagrado Corazón,
proclamó acusatoriamente que los acreedores del Norte están
"enceguecidos en una sórdida expoliación que asfixia las
economías de nuestros pueblos."2
¿"Una sórdida empresa de expoliación"? ¿"El
acto más grande de cinismo internacional"? ¿No son acaso
palabras demasiado duras en boca de los ujieres del imperio? Aunque se sospeche
que en las declaraciones transcritas, o en las otras muchas proferidas en
igual tono por encumbradas figuras, haya algo de pantomima belisarista para
distraer el descontento, innegablemente reflejan el disgusto de una oligarquía
que ve disminuidos sus beneficios y amenazada su estabilidad ante los recargos
automáticos e inconsultos de los compromisos contraídos. Un
par de años atrás ni soñar siquiera que los comisionados
de contratar y de responder por los empréstitos externos se expresaran
en términos tan descomedidos de los prestamistas. Muy delicada ha de
estar la situación, asuntos de suprema importancia han de hallarse
en juego y serios peligros deben cernirse sobre el viejo orden, para que las
discordias entre patronos y caporales se agríen en tal forma, y, de
remate, se meneen en público, como si los más esmerados en preservar
la calma fuesen los menos dispuestos a guardar compostura. De por sí,
una cosa es el pedir prestado y otra muy distinta el pagar el préstamo,
según lo registra la crónica universal de la usura. El dinero
se recibe con risas y se devuelve con llanto. A Latinoamérica no sólo
se le empezaron a vencer los plazos de cancelación, sino que los vencimientos
han coincidido con el atasco bastante prolongado de la economía mundial,
la consiguiente instauración de rigurosas medidas proteccionistas por
parte de casi todos los Estados, la escasez y el encarecimiento de los flujos
financieros, amén de las estrecheces derivadas de las caducas estructuras
de los regímenes de la región. Y si a lo anterior le encimamos
los volúmenes adicionales de crédito que demanda la cacareada
reactivación prometida de consuno por los gobiernos, completaremos
un magnífico cuadro de los azares por los cuales los deudores de 350.000
millones de dólares ni quieren ni tienen con qué cumplir sus
obligaciones.
Unas exigencias de tamañas magnitudes, que drenan sin intermisión
los magros presupuestos fiscales y acaparan los dividendos de un sinnúmero
de compañías particulares puestas en pignoración, no
pueden menos que ocasionar daños arrasadores a los países del
Sur del Río Grande; y a sus mandatarios, por peleles que sean, colocarlos
en encrucijadas insoslayables e insolubles. Con contadas excepciones éstos
han incurrido en moratorias y solicitado prórrogas de los desembolsos,
ventilando ante el Fondo Monetario Internacional trámites especiales
que en lugar de un infarto fulminante les deparan una agonía lenta
por ahogamiento. Algunos, como el afligido Siles Suazo, de Bolivia, resolvieron
por decreto: "¡Aplázanse los plazos!".
Carecería por tanto de sentido reducir las quejumbres
de la reacción colombiana a los afanes publicitarios y demagógicos
con que, desde el primer instante de su advenimiento, sorprendió a
sus electores el prohombre que ocupa eventualmente el Solio de Bolívar.
La vinculación a los No Alineados, los paseos en Renault 4, el reparto
de los formularios para las casas sin cuota inicial los ataques almibarados
a Ronald Reagan, la amnistía a la guerrilla, las madrugadas a Corabastos,
el nombramiento de artistas en las legaciones diplomáticas, la cruzada
pacifista de Contadora, los golpes a unos banqueros para recompensa de otros,
las conversaciones en Madrid con el M-19, los metálicos respaldos a
la provincia natal, el pacto de La Uribe, etc., son episodios de la tramoya
aún en escena y que tanto emocionan a los actores de la televisión,
a los folicularios de la gran prensa y a los mamertos de la "oposición
democrática". Cada uno de tales desplantes tragicómicos
posee la mágica virtud de restablecer la popularidad del primer magistrado
cuando ésta declina por los nefastos efectos del ejercicio del mando.
En lugar de pan, circo. La sustitución de Landazábal por Matamoros
y un discurso sobre las preeminencias de la civilidad curaron como por ensalmo
el creciente resquemor originado en el recrudecimiento de la violencia. Los
críticos que comenzaban a atribuir a la ingenuidad de Betancur la proliferación
de los secuestros y demás eclosiones delictivas, al otro día
ensalzaron su amor por la Constitución y su "humanitaria"
insistencia en la paz. Los titulares fueron de nuevo: "Tenemos presidente".
Lo mismo aconteció antes y después de la firma de los acuerdos
del gobierno con las Farc. Los que quieran comprobarlo solo deben tomarse
la molestia de repasar los periódicos de abril, mayo y junio.
Lejos de interpretarlos como una anormalidad inaudita, nuestro Partido ve
en dichos altibajos la expresión natural de una democracia enfermiza,
cuyo rezago económico provoca la profusión de las capas medias
y su notable incidencia en las bregas del pueblo. Las ilusiones o frustraciones
por los relevos de guardia y a veces por los simples cambios de ademán
de los dignatarios de turno, los entusiasmos momentáneos y los intempestivos
desalientos no dejarán de ejercer influencia decisiva en las lides
políticas, mientras el proletariado no alcance a hacer valer su lucha
de clases, en una vasta escala y con todo lo que ella significa en cuanto
a combatir los planes de la coalición gobernante, salvaguardar la independencia
frente a la burguesía y allanar la senda de la revolución. La
habilidad de los dirigentes de las colectividades oligárquicas se concreta
en saber pulsar las fibras del pequeño burgués. Antaño
era éste un arte casi que de exclusivo dominio de los liberales. Luego
de la abrumadora victoria del Movimiento Nacional del 30 de mayo, lo practican
también los conservadores, y en honor a la verdad, han llegado a superar
a sus maestros. En una disertación en torno a la conveniencia de desenterrar
el tema de la reforma agraria, López Michelsen aceptó ante un
auditorio de ganaderos que ni él mismo hubiese obtenido el éxito
cosechado por la actual administración en sus tratos con los alzados
en armas. El milagro estaba reservado, según sus cavilaciones, a un
caudillo de la divisa azul, que gozara, por su filiación, de la ventaja
de despertar menos prevenciones y resistencias dentro de los círculos
pudientes.3 No hay duda de que el artificio de renovar el repertorio, promover
caras distintas, sugerir variantes ante el desgaste de las fracasadas entelequias,
el poder de crear la expectativa prometiéndolo todo sin entregar nada,
en síntesis, la capacidad de maniobra, se ha desplazado de uno a otro
socio del bipartidismo constitucional, por lo menos durante el interregno
del "sí se puede".
Sin embargo, los copiosos eventos de los últimos dos años, en
los cuales han desempeñado una función protagónica, no
sólo el portador de la máxima investidura, sino ciertos miembros
del gabinete, antier insignificantes rapavelas como su jefe, no responden
únicamente a las ansias de vitrina del Ejecutivo. La ineludible intervención
y hasta la estatización de las entidades bancarias luego del festín
financiero; la urgencia de auxiliar a las industrias de mayor categoría
colocadas al borde del abismo; los conflictos acarreados por las crepitaciones
del narcotráfico y con los cuales se liga fatalmente el asesinato del
ministro Lara Bonilla, y ahora la demoníaca alza de los intereses de
la deuda externa que precipita la reprobación mancomunada de los gobiernos
latinoamericanos, han conformado un panorama tormentoso cuyos truenos y centellas
acaban desarreglando la república y alterando los patrones de comportamiento
de sus administradores. El Plan de Acción de Quito, la declaración
de los presidentes del 19 de mayo, la carta enviada a la cumbre de Londres
y el Consenso de Cartagena son memorandos nada ordinarios que, fuera de exteriorizar
la zozobra de las burguesías prestatarias por sus detrimentos y de
compendiar los pedidos perentorios de un reordenarniento económico
mundial, revelan hasta dónde han llegado las chispeantes fricciones
entre el imperialismo y sus intermediarios. Una rareza, de recordarse las
aguas menos procelosas de los finales de la década del cincuenta, en
los inicios del Frente Nacional. Lenguaje y maneras inusuales para estas latitudes,
que fuerzan a los bandos involucrados en la batalla a emitir sus juicios y
verificar su táctica.
¿Redundarán tales reclamos y recomendaciones en un robustecimiento
de la irresistible tendencia emancipadora de la época? ¿Habremos
de ofrecerles nuestro concurso? ¿Facilitan o no la configuración
del frente único antiimperialista? ¿De qué modo sacaremos
beneficio de la situación planteada? Preguntas realmente inquietantes
y a las cuales habremos de encontrarles la contestación justa. Debemos
partir del hecho de bulto de que el sistema capitalista atraviesa en el globo
entero por una de las peores crisis. Como todas las suyas, procede de las
distorsiones del engranaje productivo y revienta en las anomalías monetarias,
en la interrupción de los créditos, en la supresión de
los mercados. Lo cual incide asimismo en el resquebrajamiento de las relaciones
entre los grandes emporios y la periferia exaccionada y sometida nacionalmente.
Con base en estas repercusiones y viendo cómo el horizonte se iba encapotando,
advertimos a principios de 1983 sobre las inclemencias que sobrevendrían.
"Todas las contradicciones -señalamos- se ahondarán: la
existente entre las superpotencias, la de los países sojuzgados con
las metrópolis, la de Colombia con el imperialismo norteamericano,
la de los monopolios foráneos con sus interniediarios vendepatria,
la de las diferentes clases entre sí, la de los trabajadores con sus
explotadores, la del marxismo con el revisionismo."4
LA QUIEBRA ECONÓMICA
A caldear el ambiente convergen los arrumes de libros, ensayos
y comentarios referentes al quebradero de cabeza en que se ha convertido el
endeudamiento externo; y de los cuales, lógicamente, también
forman parte las cáusticas denuncias de los mandatarios latinoamericanos,
cuyo último grito de dolor se oyó en las plácidas playas
de la Ciudad Heroica. La manzana de la discordia radica en que el asunto se
ha vuelto inmanejable. Para el cubrimiento de los intereses los países
de la región han de destinar más de un tercio de sus ingresos
por concepto de exportaciones. Y éstas, en vez de ampliarse, tienden
a contraerse, en volumen y sobre todo en valor, a causa de las medidas arancelarias
y discriminatorias de las naciones expoliadoras. Nudo gordiano que tampoco
se puede deshacer, ni siquiera con la espada de Alejandro Magno, debido a
la arrebatiña comercial entre las potencias, acicateada por la depresión.
Los deudores no sólo incumplen sino que han entrado en el círculo
vicioso de prestar para pagar. Todo se ha experimentado. Hasta la risible
ocurrencia de que México, Brasil, Venezuela y Colombia, exhaustas por
las mismas gravosas responsabilidades, le facilitaran, de apuro, trescientos
millones de dólares a Argentina, a fin de que la endeble democracia
austral cancelara a tiempo un abono inminente.
Al Fondo Monetario Internacional, nacido en julio de 1944, en Bretton Woods,
del acuerdo entre los poderes vencedores de la Segunda Guerra Mundial y mediante
el cual se estableció un nuevo sistema financiero y monetario bajo
la égida del dólar, le compete velar porque se observen las
reglas y los negocios de los imperialismos no se salgan de madre. Sin su visto
bueno no obtendrán prórrogas ni créditos de contingencia
quienes precisen un alivio en sus desequilibrios de balanza. Pero antes han
de retraerse a rigurosos programas de austeridad que comprenden devaluaciones,
encarecimiento de las tarifas de los servicios públicos, generación
de impuestos, restricciones presupuestarias, eliminación de subsidios,
recortes salariales y otros correctivos, de irritante y complicada aplicación,
que en Santo Domingo culminaron en coléricos desmanes callejeros purificados
con la sangre del pueblo. El repudio cada vez más extendido y consciente
contra tales medidas ha llevado incluso a los peritos de Wall Street a reflexionar
sobre la conveniencia de otorgarles a los problemas económicos un tratamiento
político. Por su lado las masas populares del Continente ya se los
están otorgando. Muestra de ello son las huelgas generales de la Central
Obrera Boliviana encaminadas a desconocer una a una las estipulaciones del
Fondo. En ese tire y afloje respecto a la necesidad de acoger los sacrificios
con cristiana mansedumbre, la nota irónica corre por cuenta del gobierno
estadinense cuyo tremendo desajuste fiscal se revierte en un ritmo creciente
de las tasas de interés, con las secuelas indicadas. Es más,
algunos bancos norteamericanos se han saltado igualmente las recomendaciones,
renegociando, al margen o en contra de ellas, mecanismos y fórmulas
dispares con sus clientes insolutos, ante el temor de que a éstos se
les arrastre hacia una suspensión unilateral de sus giros, como lo
han contemplado Ecuador y Bolivia.
Desde el decenio de los setentas vienen derruyéndose así cada
uno de los pilotes sobre los que descansa la plataforma de Bretton Woods,
máximo esfuerzo por regular y tender hacia un sostenido florecimiento
de la civilización capitalista occidental. Sus pautas ya no determinan
el flujo de los capitales y de los productos, ni permiten un nivel estable
de las ganancias. Sus signatarios más ilustres huyen a refugiarse en
un proteccionismo acérrimo, depositando mejor su confianza en la seguridad
arancelaria que en la reglamentación de los mercados, y, de distinto
modo, subvencionan los renglones fabriles y agrícolas menos afortunados.
El 15 de agosto de 1971 el mundo se notifica que ha cesado la convertibilidad
del dólar en oro. La consolidación económica de los aliados,
los mordisqueos sucesivos a su firme superávit, la costosa agresión
a Viet Nam y las alegres emisiones impulsaron a los Estados Unidos a promulgar
aquella peregrina medida, junto con la congelación por noventa días
de los salarios y los precios, la aminoración de los egresos federales,
la sobrecarga del 10 por ciento a los gravámenes de aduana y la rebaja
de la autodenominada "ayuda externa" de las respectivas agencias
estatales. Antes de la culminación de aquel año los "diez
grandes" convinieron en Washington la primera de las devaluaciones de
la divisa norteamericana en la postguerra. El oro ya no valdría US$
35 la onza troy, como se votó ocho lustros atrás en la Conferencia
de las 44 naciones; su coste en las bolsas internacionales superó hace
mucho la barrera de los US$ 300.
Mas no serían estos los únicos sacudimientos. Los ideales de
unas finanzas sólidas y de unas consistentes reglas cambiarias acabarían
por desvanecerse ante tres acontecimientos extraordinarios: la fiebre del
petróleo de 1973, cuyo exagerado encarecimiento produjo la acumulación
de ingentes cantidades de capital flotante que incitaron al veloz y temerario
endeudamiento del Tercer Mundo; la parálisis de 1974 y 1975, a la sazón
la más profunda y extendida desde el crac del 29, que envolvió,
a sectores vitales de Japón, Europa y Norteamérica, con la correspondiente
contracción del mercado mundial, y el receso con que se inició
el nuevo decenio, de mayor durabilidad y de más demoledores efectos
que las dos primeras perturbaciones señaladas, del cual no termina
de salir aún la economía capitalista. Para colmo de males, al
síncope recesivo se yuxtapone ahora el caos financiero, estimulado
constantemente por el insaciable apetito de la especulación bancaria;
una circunstancia explosiva, cuyo detonante podría ser activado por
cualquier gobierno enloquecido con sus débitos. Con que sólo
Brasil, México, u otra de las principales naciones hipotecadas, por
razones internas de presión social y carácter político,
o merced a un tropiezo fortuito en su tambaleante marcha económica,
cosa no del todo descartable a juzgar por las complejidades de la crisis prevaleciente,
tuviera que romper ese tipo de anticresis que la ata a los bancos internacionales,
el edificio entero se desplomaría. A raíz de la propalación
de especies semejantes, el Manufacturers Hanover Trust, el cuarto establecimiento
bancario de los Estados Unidos, recientemente, el 24 de mayo, sufrió
una caída vertical del 11 por ciento en el valor de sus acciones. El
campanazo de alerta precisó de estímulos y de la mediación
personal del presidente Ronald Reagan, quien hubo de declarar "sin fundamento"
los insistentes comentarios acerca de las atribulaciones de la mencionada
entidad. Una semana antes el redimido había sido el Continental Illinois
Bank. Se le arrojó un salvavidas de 6.500 millones de dólares,
de los cuales 4.500 millones provinieron de una línea de crédito
-la más grande a un banco en la historia de USA- avalada por dieciséis
poderosos consorcios financieros, y el resto, a cargo de la Reserva Federal.
Dentro de este contexto, sumariamente recogido, habremos de encajar la baraúnda
de la deuda latinoamericana. Se descarta que los países entrampados
sean capaces, antes del próximo siglo, de cubrir sus pasivos, emprender
el desarrollo y suavizar las tensiones sociales. Si no progresaron mientras
recibieron los empréstitos, mucho menos a la hora de restituirlos.
El dilema se ha reducido a lo siguiente: si cancelan, no comen; y si no comen,
¿quién cancela? Esto en cuanto a los prestatarios. Desde la
perspectiva de los prestamistas surgen preocupaciones adicionales. Los créditos
simbolizan un vehículo insustituible, tanto para no dejar en reposo
capitales gigantescos que irrogarían pérdidas, como para garantizarles
el tráfico a sus manufacturas y excedentes agrícolas. De menguarse
la acostumbrada y libre corriente de divisas, en las metrópolis la
producción se resentiría y la rentabilidad se iría a
pique. Pero si a las neocolonias morosas se les continúa soltando dólares
y no se les exige el pleno y puntual desembolso de sus compromisos vencidos,
estaríamos ante el hundimiento de la Atlántida financiera. ¿A
quiénes rescatar? ¿Primero a los industriales o a los financistas?
¿A las mercancías o al dinero? ¿Al producto concreto
o a su expresión abstracta? ¿Y a quiénes condenar? ¿A
las metrópolis o a las neocolonias? ¿A los acreedores o a sus
víctimas? ¿No depende la usura de la solvencia del deudor? ¿Pudo
acaso el cuchillo de Shylock cortar las carnes de Antonio?
He ahí las sinrazones y contrasentidos propios de la índole
del imperialismo. Gérmenes que siempre han estado latentes, minando
su biología, pese y debido a sus destellos de esplendor, y que sólo
en sus recaídas cíclicas afloran con tal intensidad, como lo
estamos contemplando. Todos esos rudimentos claves urgen complementarse recíprocamente
pero se contraponen. El crédito aplasta la producción, y al
hacerlo, se sentencia a sí mismo. Y viceversa, ésta necesita
de aquél, mas su ayuda le resulta fatal. Tampoco hay concordancia entre
la actividad agraria y la fabril, ni entre las diferentes ramas industriales,
ni entre los bienes creados y el consumo. Y cuando la inconexidad se torna
insoportable, el organismo social padece una muerte chiquita, su anárquico
funcionamiento se abre paso turbulentamente a través de la crisis.
Algo análogo se presenta en el plano de las relaciones interestatales.
La prosperidad de las potencias imperialistas en última instancia se
erige sobre la extorsión de las naciones débiles. Lo certifica
la elocuente cifra de 750.000 millones de dólares adeudados por el
Tercer Mundo, sin hablar de la sustracción de los recursos naturales,
el mangoneo de los mercados, etc. Esta ley, tan cierta y tan interesadamente
ignorada cual lo fuera en su época el principio heliocéntrico
descubierto por Copérnico, se pone en evidencia en los períodos
críticos del sistema. Los ideólogos y estrategas de la reacción
se devanan los sesos buscando la explicación teórica a las mortales
paradojas e inventando las enmiendas y los instrumentos idóneos para
subsanarlas. Pero entre más corrigen menos ocultable se hace que tales
contradicciones, en la era del imperialismo, asumen una impetuosidad y una
ampliación inusitadas, y se compendian en que los monopolios prolongan
su vida negándoles a miles de millones de seres el derecho a la suya;
los prodigiosos adelantos técnicos y materiales de un puñado
de privilegiados requieren de la progresiva indigencia del resto del planeta.
Para percibirlo, a los colombianos no nos hace falta mirar la casa del vecino.
Nuestra patria, una de las ciento y pico de naciones subalternas, está,
al igual que sus hermanas de infortunio, lesivamente hipotecada al extranjero,
así Belisario Betancur se ufane porque debamos menos que los argentinos
o los venezolanos. "Mal de muchos, consuelo de tontos", ha sido
generalmente el parte de victoria de nuestros mandatarios. Las fuerzas productivas
del país no registran en años avances dignos de señalarse,
salvo uno que otro cuantioso proyecto que, como el de la Exxon, destinado
a explotar el carbón de La Guajira, responde a las operaciones supercontinentales
de los conglomerados, del imperio. Sus efímeros y esporádicos
lapsos de "bonanza", imputables al potosí de los narcóticos,
o atribuibles a las heladas brasileñas que por lo regular redundan
en un alza de las cotizaciones del café, jamás se concretan
en plantas fabriles de alguna prominencia, y en el mejor de los casos no pasan
de cierta animación mercantil, particularmente de artículos
importados. Los intentos autóctonos y autónomos de los pequeños
y medianos empresarios por suplir las carencias del atraso, muy raras veces
terminan siendo compensados con el éxito.
Desde el cuatrienio de Misael Pastrana se insiste en que el punto de apoyo
de la palanca económica reside en la construcción de vivienda.
Este artilugio no solo elude acometer los aspectos vitales del desarrollo
industrial y agrícola, sino que significa la confesión del fracaso
de la oligarquía rodillona que, en ausencia de mejores alternativas,
tiene que asilarse en una de las pocas actividades en donde todavía
se lo permite el entrometimiento de los amos foráneos, y, de añadidura,
designarla como el motor del progreso de Colombia. La publicitada "estrategia
de la vivienda" fue desmentida contundentemente por los avatares de más
de una década, con todo y que los financistas, los cementeros, los
pulpos urbanizadores, es decir, los principales responsables de dicho sector,
han gozado permanentemente de las benevolencias, de los respectivos gobiernos,
incluido el actual. A manos del Estado han pasado por completo las riendas
de la economía de la desfalcada república. Actúa de puente
y garante de los empréstitos de las entidades internacionales de crédito,
destinados en una holgada proporción a atender las obras de infraestructura,
por lo demás indispensables para que los monopolios venidos del exterior
realicen sus inversiones. El órgano ejecutivo, y en definitiva su cabeza
visible, define cual juez inapelable lo que se ejecuta o no se ejecuta en
el campo de los negocios, al extremo de que con una sola de sus draconianas
providencias puede sacar a flote a un capitalista quebrado o quebrar a otro
boyante. Y ese rey Midas de nuestros dominios, paño de lágrimas
de todos y cada uno de los estamentos productivos y que fija por edicto hasta
el costo de las auyamas, no cuenta ni con qué pagarles a sus maestros.
En efecto, el aparato gubernamental, administrador por antonomasia de la riqueza
pública, el ente jurídico encargado, a título constitucional,
de diseñar los "programas de desarrollo" y de velar por el
"bienestar comunitario", fuera de ser un apéndice de intereses
extraterritoriales, se ha constituido, por sus quebrantos, sus torpezas y
sus venalidades, en la primera causa del desorden imperante y en un obstáculo
mayúsculo para la prosperidad de la nación.
El rosario de afecciones se detectó y diagnosticó mucho antes
de la despedida del mandato de Turbay Ayala. La reelección de López
no logró cuajar, entre otros motivos, porque para entonces el oleaje
de la última depresión mundial ya había retumbado en
nuestras frágiles riberas. Y los sufragantes, en lugar de ver en el
expresidente el bálsamo para las dolencias del país, lo tomaron
como el chivo expiatorio de las mismas. Mientras tanto el genio gestor del
"cambio con equidad" infundía la creencia de que las seculares
penurias y los desfases repentinos debían achacarse, no a las amarras
neocolonialistas ni mucho menos a la propiedad monopólica de la tierra
y de los demás medios y recursos fundamentales, sino a los "chamboneos"
de los funcionarios, que él corregiría, si se le daba la oportunidad
de hacerlo desde el palacio de Nariño. Pues bien, lleva dos años
corrigiendo. No se le desconoce que ha pasado sus trabajos, especialmente
en los talleres de impresión del Banco de la República. Hemos
asistido a un abigarrado cartel de cabriolas y piruetas, con requisición
de bancos, reformas tributarias, dos o más adaptaciones al canon de
arrendamientos, cortapisas aduaneras, tres o cuatro enmendaduras a la Upac,
subvenciones a granel para los magnates en dificultades y hasta contenciosas
licitaciones públicas. Sin embargo, una investigación menos
circunstancial indicará que los desvelos del belisarismo han girado
en torno a un espinoso asunto: cómo acrecer el erario con el objeto
de enfrentar los percances de la crisis. De otro lado, saldrá a relucir
que los dos partidos tradicionales, por encima de sus ruidosas escaramuzas,
cierran filas tan pronto entra en peligro el lucro de clase, olvidándose
de sus desemejanzas doctrinarias sobre el modo de gobernar.
El abandono del propósito de suprimir los alcances del fisco saliéndole
al paso a la evasión mediante el perfeccionamiento de los controles
administrativos, sin necesidad de implantar nuevos impuestos, tal vez ha sido
la mofa más inicua del Movimiento Nacional a su electorado. Fenalco,
la federación de los comerciantes, exteriorizando su enojo por la instauración
del IVA, elaboró en febrero una "canasta" de 19 gravámenes
sobre los cuales se decretaron incrementos que oscilan entre el 30 y el 500
por ciento, demostrativa del desespero fiscalista que embarga al Ejecutivo.
Haciendo salvedad de los alivios para las sociedades anónimas y la
gran propiedad terrateniente, y de las franquicias para la inversión
extranjera, prácticamente se elevaron todos los tributos, de preferencia
los indirectos, comprendidos cigarrillos y licores, avisos y tableros, circulación
y tránsito, industria y comercio, gasolina y automotores, predial y
arancelario. Los alcabaleros agotaron su ingenio sacándole el jugo
a cada item; y agotaron también la tolerancia exprimible del pueblo.
Lo inverosímil del relato estriba en que a la postre las carencias
que se quisieron taponar, en cambio de angostarse, se ensancharon. No valió
la cascada impositiva, ni mantener la progresión ascendente de las
tarifas de los servicios públicos, ni acentuarle la cadencia a la devaluación,
otra exacción más, enderezada a contrarrestar el saldo en rojo;
a la otra orilla de la charca, a técnicos y expertos del Ministerio
de Hacienda los esperaban, con las fauces abiertas, los mismos apremios presupuestarios
que tanto perjudican y encolerizan a los contratistas del Estado, que soliviantan
a los empleados, públicos y a los trabajadores oficiales y que amenazan
seriamente a la totalidad del rodaje económico.
Ahí es cuando las clases dominantes, apoyándose en sus dos muletas
políticas, el liberalismo y el conservatismo, se deciden a echar por
la calle del medio y resolver el acertijo merced al único procedimiento
que les queda: la emisión. La emisión a través de los
cupos ordinarios y extraordinarios del Banco de la República, de la
colocación de los Títulos de Ahorro Nacional (TAN), o deuda
interna, y de los empréstitos externos. Modalidades distintas, pero,
al fin y al cabo, emisión; el exclusivo y verdadero aporte del grandilocuente
hijo de Amagá al desenvolvimiento económico del país,
efectuado en una coyuntura en la cual la sociedad oligárquica no sólo
se declara inepta para financiar a su Estado, sino que éste ha de sostenerla
pecuniariamente. Huelga decir que el engendro espoleará las deformidades.
No obstante, a la burguesía entera, sin distingos de bando, le suena
ajustado a la más pura hermenéutica que su presidente imprima
billetes de lo lindo, con tal de cubrir los desfalcos de los agiotistas, auxiliar
a los dueños del Banco de Bogotá, evitar el cierre de Fabricato,
apuntalar el Idema y sus precios de sustentación, "democratizar"
los monopolios, solventar el Inscredial. A este tácito avenimiento
han llegado los más reputados portaestandartes de la reacción,
dentro del espíritu del artículo 120 de la Carta, que estatuye
la responsabilidad compartida liberal-conservadora en el manejo de la república,
y atizados por las conmociones de un tramo en el que los lamentos cunden por
doquier y la desesperanza se propaga con la velocidad de una epidemia. Y quizás
sea también un entendimiento excepcional y hasta aleatorio, porque
muchos de quienes en 1982 pusieron su alma en el ritmo de la administración
recién inaugurada ahora predicen terribles desenlaces si no se adoptan
de urgencia éstos o aquellos correctivos. No hay más que escuchar
a los gremios de la industria, el comercio, la construcción, la agricultura
y hasta de la cima privilegiada de las finanzas, que sólo comentan
de "parálisis", "caos", "crisis", "catástrofe",
y no atinan a explicarse un eclipse tan pronunciado y largo.
Las cuentas nacionales arrojan datos ciertamente escalofriantes. En lo transcurrido
del decenio la superficie de los cultivos ha descendido en 500.000 hectáreas
y la dependencia del exterior en materia de alimentos se acerca al millón
y medio de toneladas anuales. Las fábricas de importancia que han concluido
en bancarrota, agregadas a las que se encuentran en concordato preventivo,
más las que operan muy por debajo de su capacidad instalada o simplemente
reportan pérdidas balance tras balance, suman ya varios centenares.
La descompensación entre las exportaciones y las importaciones viene
ocasionando un remanente negativo en la balanza comercial del país,
que las autoridades últimamente ubicaron en 1.500 millones de dólares,
luego de imponer rigurosas medidas restrictivas, muchas de las cuales han
recibido el rechazo de la burguesía empresarial y mercantil. Los niveles
elevados de desempleo, que en las naciones sojuzgadas, a distinción
de lo que ocurre en las metrópolis, configuran un mal crónico
y no típico de las épocas recesivas, en Colombia, hoy por hoy,
asustan incluso a comentaristas de librea y áulicos de oficio. Para
las cuatro principales ciudades el paro forzoso se estima ya en 13.5 por ciento.
Sin embargo, los muestreos del Dane resultan menos estrictos y menos impresionantes
que el drama en vivo. Porciones considerables de hambrientos no aparecen por
lo común contabilizados entre los cesantes, así no sean más
que eso, en razón a que tales muchedumbres de parias absolutos, sin
destino ni protección social alguna, se refugian, muy de vez en cuando
y para no lanzarse al Salto, en quehaceres marginales o faenas improductivas.
La deuda externa ronda los US$ 11.000 millones y demanda cada año abonos
por US$1.700 millones, de los cuales más del 60% en sólo intereses.
Raudales respetables si se aprecia la merma vertical de las divisas, debida
asimismo al deterioro acelerado del conjunto de la economía colombiana
y en particular de sus ventas en las lonjas internacionales. En lo concerniente
al déficit fiscal de 1984, que se le encima al de 1983, de ingrata
recordación, ni las dependencias especializadas coinciden en precisar
su monto; si en 90, 135 o quizá 250.000 millones de pesos. Mas hay
coincidencia en varias cosas: que el descubierto rompe todas las marcas anteriores,
crece descomunalmente y no se vislumbra otro remedio que el del fraude monetario
para sufragarlo.
Entre las ejecutorias reivindicadas por el régimen descuella el repliegue
de la inflación a un tope inferior al 15 por ciento y que el ministro
de Hacienda saliente cotejaba orgulloso con las congojas de las naciones latinoamericanas
donde la carestía aún mantiene índices de tres dígitos.
Aquí cabe también una observación imprescindible. Para
nadie constituye un secreto que la caída de los precios tipifica los
intervalos depresivos del capitalismo. Indicábamos arriba que la anarquía
en la producción, propia de este sistema, lleva, de tiempo en tiempo,
a que terminen entrabándose unas a otras las diversas ramas industriales,
además del choque entre un continuo aumento de los géneros elaborados
y un consumo cada vez más reducido, fruto de la depauperación
incesante de las masas populares. Su cometido, a diferencia de las sociedades
anteriores, se compendia en la obtención de un progreso constante;
pero como, a semejanza de aquéllas, lo sigue realizando por intermedio
de la apropiación privada, la tendencia hacia la alta especialización
y división del trabajo, que supone una exigente proporcionalidad de
las múltiples áreas y derivaciones industriales, confluye, al
contrario, en una menor armonía o acoplamiento entre ellas. La permanente
tecnificación y el acervo de la riqueza desembocan sin escapatoria
en severas obstrucciones, hasta cuando las quiebras en cadena reparan los
desajustes entre las múltiples y distintas empresas y dan arranque
a una fase de recuperación que a su turno gestará el siguiente
colapso, repitiéndose el proceso indefinidamente. Durante la depresión
todos quieren vender pero muy pocos compran; entonces las mercancías,
englobada la fuerza de trabajo, se abaratan en la búsqueda afanosa
de una salida que no siempre logran. El trágico desenvolvimiento conduce
desde luego al naufragio a muchos potentados, y a los asalariados los sume
en una postración centuplicada. Con todo, a la larga el fenómeno
lo aprovechan los capitalistas más poderosos para sacar de la liza
a sus competidores y reacomodar el margen de ganancia, restringido por el
fortalecimiento de la capacidad productiva, o sea por la mengua del factor
laboral respecto a la mejora y ampliación de las maquinarias y materias
primas gastadas. En otras palabras, el capitalismo sale de sus traumas periódicos
blandiendo sus armas predilectas: la concentración económica
y la degradación del proletariado. Lo que pierda por la menor cantidad
relativa de trabajo puesto en movimiento procurará compensarlo con
una mayor intensidad en la explotación del mismo. De ahí que
la burguesía estadinense haya arrancado, a principios de los años
ochentas, en el peor y más sostenido declive de su industria desde
la posguerra, un descuento sustancial en la remuneración de los obreros.
En fin, a Colombia la lesiona directamente la crisis de Occidente en cuyo
ámbito gravita; salvo que en nuestro medio los aniquiladores efectos
de aquélla se manifiestan con redoblada furia, gracias a la supervivencia
de formas atrasadas de producción y preferencialmente al desvalijamiento
de los monopolios imperialistas, causas ambas, ya ancestrales, del raquítico
desarrollo del país y de su espantosa pobreza. A las cargas heredadas
del pasado se nos añaden los fardos transferidos por los depredadores
extranjeros. Sobre las gentes tradicionalmente confinadas a las ruinosas labores
artesanales, sobre los venteros ambulantes que por cientos de miles pululan
en las vías de los cascos urbanos, sobre el éxodo de los campesinos
desprovistos de sus parcelas, sobre los tugurios, se abate la concurrencia
de los declarados insubsistentes tras las extinciones parciales o completas
de las pequeñas, medianas y grandes factorías. A los colombianos
nos corroen las plagas del apogeo del capitalismo sin haber superado las escaseces
que implica la insuficiencia de éste. No construimos nuestros telares
y ya soportamos el agio y la usura de una complejísima organización
bancaria, los desafueros de un Estado oligárquico altamente intervencionista,
el perjuicio de las mínimas fluctuaciones del comercio mundial y, a
las claras, las desastrosas consecuencias del crac. No debiera por ende maravillar
la declinación de la curva inflacionaria que la cúpula burocrática
ostenta cual una proeza nunca vista y jamás bien ponderada; lo incongruente
está en que en medio del cielo contraccionista el costo de la vida
no aminore en realidad y puje hacia arriba, con menor impulso sí, pero
de todas maneras con sesgo ascendente. Los ricachos no se entusiasman con
el pírrico triunfo divulgado a tambor batiente por los hacendistas
del gabinete, pues palpan la inmovilidad, le toman a diario el languideciente
pulso a las transacciones y se percatan de cómo sus mercancías,
sus apartamentos, sus tierras, no circulan o lo hacen muy lentamente, así
reduzcan los importes. Muchos de ellos coinciden en echarle la culpa a la
atrofia de la demanda, aunque al tiempo promuevan o patrocinen los despidos
masivos y el menoscabo de los salarios. Otra muestra de los inefables enredos
del sistema. Como hay ausencia de compradores los capitalistas se las arreglan
para expulsar de la plaza a los que queden. Cuando los almacenes se repletan,
se envilecen a la vez las cotizaciones y los negocios cierran; con los cierres,
el envilecimiento y el almacenaje de los productos empeoran. A la depreciación
de las mercancías corresponde una valorización proporcional
del dinero, que induce a todo el mundo a pugnar por deshacerse de los objetos
que nadie solicita y que difícilmente se truecan en efectivo, a querer
aprisionar la moneda contante y sonante, a desear poseer, no valores de uso
inutilizados, sino el valor de cambio y el medio de pago por excelencia, con
el cual tener acceso a los vericuetos del mercado y medrar en las pocas oportunidades
que éste brinde. Naturalmente los intereses se trepan, el financiamiento
escasea y las inversiones disminuyen, hasta tanto el péndulo no retorne
al punto en el que vuelva a ser atractivo soltar el circulante y prender los
hornos apagados. En Colombia nos tropezamos sin embargo con el insólito
caso de que en medio de la más cruda parálisis lo que predomina
es el desmoronamiento del peso, en virtud de las anomalías fiscales,
el febril dinamismo de los impresores de la banca central, la devaluación
galopante y las tasas crecientes de los préstamos internacionales,
revirtiéndose en un sobreencarecimiento artificial del crédito.
Elementos que, tras de influirse mutuamente, deprimen aún más
la economía y alejan las probabilidades de recuperación. Claro
está que los desgreños financieros y monetarios han acompañado
a las dos últimas depresiones del imperialismo, tanto en 1975 como
en la actualidad, notándose también en los países "avanzados"
la persistencia de la espiral alcista dentro del tumbo descendente. Pero semejante
deformación de la deformación estropea ante todo a las naciones
avasalladas del Tercer Mundo. Por eso López Michelsen, sin desentrañar
el meollo, mas procurando refutar a su antiguo antagonista, hizo hincapié
en que antes -vale decir durante el "mandato caro"- "no se
confundía recesión con baja de inflación como ocurre
ahora."5 De cualquier modo, en estas heredades de Colón no disfrutamos
ni del abaratamiento característico de las estaciones críticas.
No hay pues qué aplaudir en el informe del Ejecutivo, y si prolifera
la incertidumbre se debe precisamente a que se angosta el espacio para sus
martingalas y sus carantoñas. El Estado no se halla en circunstancias
de acudir con la largueza inicial en auxilio de los sectores emproblemados,
y, al revés, se ha decidido a apretar la clavija, como cuando eleva
el rendimiento de las Upacs en casi 6 puntos y de 8 a 15 por ciento el de
los títulos agropecuarios clase A que las instituciones financieras
privadas subscriben obligatoriamente, o reitera el propósito de mantener
la progresión de las cuotas de los usuarios del ICT y de las tarifas
de los servicios públicos. Determinaciones que se mueven en contravía
de sus planes de vivienda y de sus ofrecimientos de desencarecer el crédito,
rehabilitar las actividades productivas y redistribuir el ingreso. Resta poco
qué escoger. Las adversidades de los empresarios se trasladan inevitable
y tumultuariamente a los financistas, ratificándose de paso que el
bazar especulativo, aunque se efectúe eludiendo los riesgos de la construcción
material, descansa sobre ella y ésta le traza sus límites. Los
banqueros han tenido que aceptar en dación de pagos bienes muebles
e inmuebles por varias decenas de miles de millones de pesos; las deudas a
su favor, vencidas y de difícil cobro, bordean los $ 130.000 millones,
cuantía que equivale a una vez y media el capital y las reservas del
ramo, y se prevé que 19 de los 23 bancos con sede en Colombia, después
de lustros de consecutiva opulencia, no consignarán utilidades en el
ejercicio contable de 1984. A la proverbial inopia de los institutos descentralizados
se adosan ahora las erogaciones que algunos de ellos han de hacer para cubrir
los réditos de los papeles con que captaron gruesas sumas dentro de
los particulares, mientras la Contraloría calcula que el gobierno central
ha de desembolsar por los suyos más de $ 40.000 millones durante el
año, estrechándose angustiosamente el círculo. A Raphael,
el atormentado personaje de Balzac, cada vez que saciaba una de sus irrefrenables
pasiones, se le encogía la piel de onagro, fuente mágica de
sus placeres y de su existencia; al protagonista del Movimiento Nacional con
cada uno de sus impostergables decretos se le agota el "sí se
puede", el talismán con que electrizara a las multitudes y abriera
los portalones del poder.6
Nos hemos hecho una idea del mar de los sargazos que surca la nave colombiana,
cuyas vicisitudes exasperan los roces y choques entre las diferentes clases
y que a no pocos burgueses les ofusca la visión y les nubla la mente.
"Ya se ha socializado las pérdidas", recapacitaba uno de
esos oficiosos comentadores de la cosa pública; "ahora lo que
falta es que se socialice las ganancias", concluía. Significando
así los movedizos terrenos que se pisa con los infructíferos
estímulos concedidos de mogollón a las élites en quiebra
por parte de un régimen igualmente descaudalado. De la fallida intentona
de revivir las rentas mediante la subvención oficial, a invertir las
relaciones sociales con el objeto de establecer un Estado realmente holgado
y capaz de ver por el engrandecimiento de la nación, no habría
mucho trecho si se contempla el asunto desde un ángulo global e histórico
y las masas trabajadoras pueden influir decisivamente. En todo caso las recetas
de alguna incidencia se desechan tan pronto salen a la luz y la confusión
ha sido la reina del carnaval. Dentro de tal clima se sucede la reunión
de Cartagena de los cancilleres y ministros de Hacienda de las morosas e insolubles
repúblicas latinoamericanas.
Allí el comediógrafo fue de nuevo el olímpico mandatario
de Macondo, quien acaparó los destellos de las cámaras y se
robó las palmas de la galería, retocando con prudencia su imagen
de veleidoso contradictor de los regidores del imperio e instalando la conferencia
con un discurso que anticipaba los párrafos primordiales del documento
finalmente aprobado por unanimidad. Aboquemos el examen del contenido de las
postulaciones del encuentro, no olvidando que el desafío consiste,
de un lado, en poner sobre el tapete los motivos del enfrentamiento entre
los emisarios de los regímenes del Sur escarnecido y los filibusteros
del Norte, y del otro, en abogar por las orientaciones que al respecto más
le convengan a la revolución. El temario abarcó tres tópicos:
lo que se denuncia, lo que se pide y lo que se promete.
LA BANCARROTA TEÓRICA
Dentro del primer aspecto el Consenso da por sentado que
"la región atraviesa una crisis sin precedentes", con ilustrativas
referencias a que el producto por habitante sigue siendo similar al de hace
una década, el desempleo afecta a más de la cuarta parte de
la población activa y los salarios reales han caído sustancialmente.
"Lo cual puede traer graves consecuencias políticas y sociales".
Del estropicio se acusa a “factores externos ajenos al control de los
países de América Latina”, tales como la recesión
internacional, el estancamiento de los países industrializados, el
deterioro de los términos de intercambio y el resurgimiento del proteccionismo.
Anótase que el servicio de la deuda pasó a ser "casi el
doble del aumento de las exportaciones" y que "en los últimos
8 años el pago de intereses representó más de US$ 173
mil millones". Los delegatarios llamaron asimismo la atención
sobre la conversión de Latinoamérica en "exportadora neta
de recursos financieros", avaluando dicha "pérdida"
en US$ 30 mil millones para 1983; y se quejaron de los "cambios drásticos
en las condiciones en que originalmente se contrataron los créditos",
enmendaduras que atañen a la "liquidez", a las "tasas",
a la "participación de los organismos multilaterales" y a
la "perspectiva de crecimiento económico". El lamento siguiente
lo recapitula todo: "Mientras existen manifestaciones de recuperación
económica en los países industriales, América Latina
se ve forzada a aminorar y en algunos casos a paralizar su proceso de desarrollo."
Una convergencia extraña y polémica por provenir de quien proviene,
los canes guardianes del patio trasero de la Casa Blanca. Pronunciamientos
pungentes que borran de un plumazo los otros muchos eventos convocados por
los Estados Unidos, en donde siempre se predicó, dentro de los lineamientos
del panamericanismo, la conjunción de designios y la identidad de pareceres
de los pobladores del Hemisferio, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego.
Refundidas en la memoria quedan las rondas de Punta del Este que, bajo la
batuta de Kennedy en 1961 y de Johnson en 1967, les dibujaron a los pueblos
zaheridos un engañoso futuro de realizaciones sin par y de dichas compartidas
con el odiado usurpador. Habiendo la rueda de la fortuna girado muy al contrario
de lo previsto por aquellos falsos profetas, sus sucesores, al cabo de los
almanaques y luego de reconocer sin disyuntivas el severo mentís corroborado
por la práctica, se atreven a bosquejar un replanteamiento, en un acto
que huele más a memorial de agravios que a reposada sugerencia. El
que las autoridades del Continente, tanto las ungidas con los votos como las
consagradas por las bayonetas, hayan admitido el rotundo descalabro de los
programas, las "ayudas" y los convenios basados en los nexos neocolonialistas
así no les guste el vocablo, ni lo mascullen por equivocación,
no puede menos que simbolizar un ¡al fin! para las fuerzas revolucionarias
y en especial para el marxismo-leninismo, que libran una ardua lucha ideológica
y política contra un enemigo cuya supremacía se la debe en gran
parte al hecho de ejercer un dominio omnímodo sobre los medios de información
y, a través de ellos, asegurarse la esclavitud mental de las gentes
desposeídas y explotadas. No obstante, el triunfo no les será
entregado gratuitamente a los adalides de la nueva Colombia, ni nada les reportará
si no lo afianzan con una paciente e infatigable campaña de educación
y propaganda, enderezada a destruir la quimera de un cabal desarrollo del
país en las condiciones de saqueo imperialista y de prevalencia de
las formas monopólicas de apropiación. No hay que esperar que
este absurdo criterio sea dejado expósito por el pensamiento predominante
de la reacción, por mucho que las estadísticas hablen en su
contra, aun la de los organismos estatales. Ni lo abandonará el oportunismo,
que en sus diversas expresiones revisionistas viene desde antaño apostando
por él, y menos hoy que juega al juego de transformar la república
mediante el diálogo pacificador con el gobierno. Ahí tienen,
pues, material de sobra y ocasión feliz nuestros investigadores, ante
todo los compañeros y amigos de Cedetrabajo, para enriquecer los fundamentos
de la revolución democrática de liberación nacional defendida
fielmente por el Partido desde su fundación. Y nuestros instructores
de las escuelas para cuadros conseguirán hacer más comprensibles
sus pláticas acerca de la génesis de la crisis capitalista,
ahora que indagamos por el método de la enseñanza partidaria,
y que no puede ser otro que el de ligar vivamente los justos conocimientos
extraídos de los libros con las multifacéticas y mudables realidades
del momento.
Tampoco habremos de permitir que cuaje impunemente la especie, montada con
sagacidad, de que sean preciso los estipendiarios del imperialismo los primeros
propugnadores del bienestar social, en cuyo nombre peroraron los ministros
en la capital bolivarense, tratando de proporcionarles un sentido cariz a
sus reclamos y de atraer la solidaridad de las mayorías apaleadas de
Latinoamérica. Abundan los relatos sobre las iniquidades y traiciones
perpetradas por los Berbeos de la época, especialmente aquellos que
destapan los desfalcos; despilfarros y demás corruptelas administrativas
de sus exponentes burocráticos. Enumerarlos seria de nunca acabar.
Pero todos se parecen en algo al trance de Argentina, en donde los militares
sin dejar rastro, no solamente desaparecieron a los hijos de las manifestantes
de la Plaza de Mayo, sino también los giros enviados por las agencias
prestamistas internacionales. Si se nos replica que acudimos a las perfidias
de las dictaduras castrenses para enlodar la fachada de los regímenes
representativos latinoamericanos, recordemos entonces el caso del más
institucionalizado de ellos, el de México. Vencido el mandato de López
Portillo, reventaron una serie de escándalos en torno a onerosas defraudaciones
cometidas contra los fondos oficiales, en las que aparecían incursos
pesados funcionarios, sin omitirse al propio Presidente. La cuasinacionalización
de la banca de ese país, decidida en 1982, fue más bien una
asepsia que una innovación económica, puesto que la burguesía
financiera sacaba al exterior con una mano los dólares prestados que
recibía con la otra. Motivo de recurrentes querellas entre los imperialistas
y sus recaderos ha sido la destinación de los empréstitos y,
más aún, la dilapidación de éstos.
De ahí también la rigurosa vigilancia del Fondo Monetario Internacional,
a sabiendas de que está de por medio la capacidad de pago de los prestatarios
y la concreción de las ganancias. Según cómputos de la
revista estadinense Time, del pasado 2 de julio, a partir de 1979 han salido
de América Latina US$ 70 mil millones, designados a compras de tierras,
inversiones privadas o depósitos bancarios en el extranjero; monto
que contrasta patéticamente con la iliquidez, los gravosos desembolsos
y la sinsalida a que alude el Consenso de Cartagena. En cuanto a prodigalidades
nuestra descabalada democracia tampoco escatima. El 12 de julio las emisoras
de la Radio Cadena Nacional transmitieron: "El Banco de la Reserva Federal
de los Estados Unidos reveló ayer que entre 1981 y 1983 Colombia registró
fuga de divisas con destino al mercado financiero norteamericano por 2.500
millones de dólares."7 Y si se completara el paisaje con los hurtos
detectados en Haití, la compra de armamentos del Perú, las ostentaciones
de la cleptocracia venezolana, los derroches de Brasil, el ingenio colombiano
para rapiñar las partidas de la deuda inclusive antes de su ingreso
legal al país y el resto de los ardides con que se limpian las arcas
estatales, no sería aventurado aseverar que el cruce de impugnaciones
entre el césar y sus procónsules, lejos de generarse en la penuria
de los niveles de vida de la región, se circunscribe al regateo del
botín. Este tipo de disensiones podrá agudizarse, sí,
sobre todo con el ahondamiento de la crisis, mas no adoptará un carácter
irreconciliable o de ruptura total. El imperialismo repara en el agua que
lo moja y luciría torpe al pretender extremar sus exigencias, tanto
por los ahogos en que se debaten sus irreemplazables alzafuelles, como por
las impredecibles consecuencias de un cataclismo en la retaguardia. Jamás
se había hecho tan patente que los grandes emporios capitalistas superviven
gracias al despojo de sus neocolonias; su suerte se define no en Londres,
Washington o Tokio, sino en las vastedades mancilladas de Asia, África
y América Latina. Los intermediarios también tienden hacia la
contemporización, porque en proporciones determinantes derivan su peculio
de las entendederas con los monopolios del imperio y a la sombra de éste
se refugian, como cualquier José Napoleón Duarte, cada que los
infortunios los traspasan o la repulsa popular los apercuella.
Por dicha causa la conferencia estuvo rodeada de episodios hasta cierto punto
desconcertantes. El país sede se vanagloria de haber sido, entre sus
congéneres, el más cauto en endeudarse y de ser ahora el único
con posibilidades de seguir hipotecándose; y en su oración,
Belisario Betancur impacta a los concurrentes al poner en conocimiento que
"algunos bancos internacionales privados han resuelto agredirnos... han
llegado al extremo de amenazarnos si servíamos de anfitriones a esta
reunión." No obstante, mientras intervenía el oferente,
aquel mismo 21 de junio, los cables teleguiados desde Nueva York reseñaban
que el Chase Manhattan Bank le había ofrecido a Colombia coordinar,
por intermedio de un pool de entidades financieras, un crédito de US$
700 millones, y cinco días después, por corresponsalía
originada en esta ocasión desde París, se supo de otro empréstito
de US$ 375 millones, adjudicado a la Federación Eléctrica Nacional
por el BIRF y una treintena de consorcios crediticios europeos, japoneses
y norteamericanos. Entre tanto el Departamento de Estado, en declaraciones
de su asesor económico, Martin Bailey, se apresuró a corregir
el malentendido presidencial, ratificando a su vez lo que se desprendía
de los despachos noticiosos, que "los bancos grandes y más importantes
del mundo son conscientes de la importancia y papel que Colombia está
cumpliendo al facilitar un acuerdo responsable entre las naciones deudoras
y la banca internacional acreedora."8
Incuestionablemente el atascamiento de los negocios y la
declinación de su rentabilidad agrietan las otrora lucrativas y cordiales
afinidades de los accionistas de la hazaña expoliadora. Empero, como
los asustan los mismos fantasmas, pondrán a funcionar a una voz y a
todo vapor, los complejos engranajes gubernamentales; exprimirán hasta
las heces los denarios públicos, y les darán largas, en tanto
las circunstancias lo permitan, a las definiciones espinosas y controvertibles,
propendiendo a soluciones de transacción, las que menos perjudiquen
a unos y otros. Moraleja: hay quienes se insultan en las avenidas y se reconcilian
en las callejuelas. En cuanto ataña a la voluntad, o sea al terreno
subjetivo, los imperialistas y sus espoliques preferirán un mal arreglo
que un buen pleito; falta ver qué opina la otra premisa, la objetiva,
al fin y al cabo la variable decisoria.
Ahora toquemos el segundo aspecto. ¿Qué se pidió en Cartagena?
Extractemos del texto del acuerdo las solicitudes de mayor enjundia cursadas
a los mandamases de Occidente. Antes que nada se machaca en "la reducción
de las tasas de interés", y "sin perjuicio de los objetivos
antiinflacionarios". Dos metas contradictorias que aguardan por la reanimación
de la economía mundial y más específicamente por el acortamiento
del abultado déficit fiscal de los Estados Unidos. Aun cuando se haya
insistido en que 1984 marca el arranque de la tan anhelada convalecencia del
sistema, no se oculta que ésta demoró, o viene demorándose
más que la de 1976-77, y que son en particular muy inquietantes los
coeficientes de Europa, cuyos países han llevado la peor parte y en
los cuales la reconversión industrial demanda sumas gigantescas y sacrificios
sociales sin cuento. Pero incluso asintiendo que la reactivación sea
una realidad tangible y no un espejismo del desierto, cabría todavía
preguntarse si durará lo suficiente, o se circunfiere a una mejoría
pasajera, premonitoria de un letargo más profundo y traumático.
Algo parecido acontece con el embrollo presupuestario estadinense; su saldo
adverso amaga romper la barrera de los US$ 200.000 millones, enfriando el
alma hasta de los pocos optimistas que presagian un efectivo saneamiento durante
el período constitucional a iniciarse en 1985. Esperar a que los zascandiles
de Wall Street o de la Oficina Oval reciten el "¡levántate
y anda!" ante la desfalleciente producción, a fin de que se satisfagan
las peticiones de quienes, además de haber protestado sus pagarés,
aspiran a franquicias que se contraponen a elementales preceptos económicos,
es pecar de ingenuos o pasarse de astutos. O cual dirían los colombianos,
hacer belisarismo.
Nuestro peripatético gobernante todavía cree, por lo menos de
dientes afuera, que las ratas del ingreso capitalista, el costo del crédito
bancario, los índices de desempleo y de concentración de la
propiedad deberían regularse por las eternas reglas de la equidad y
de la ética. Con catequesis de moral, o mejor, de afectada moral, ha
querido poner coto a los descarríos de una sociedad guiada por el Norte
de la máxima ganancia. Como había jurado en vano torcerles el
pescuezo a los réditos usurarios, una noche salió por las pantallas
de la televisión a aleccionar en lenguaje pastoral a su grey acerca
de los torvos y recónditos alicientes tras los que actúa la
banca, y debido a los cuales no ha sido factible la disminución de
los intereses. "¿Por qué cada día los suben más?",
interpeló al auditorio nacional; y al rompe respondió: "por
egoísmo". Renovando a renglón seguido el ultimátum
de que "eso se va a terminar".9
Únicamente a causa del intensivo tratamiento de cretinización
a que se ha sometido al país, tales delirios de orante u orate podrán
ser tomados en serio. Sin embargo, el legajo firmado en la Costa Atlántica
por los ministros de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador,
México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela,
recoge el "aporte fundamental" de la palabra iluminada del presidente
Betancur, no refiriéndose desde luego al pasaje televisivo, pero sí
al convencimiento vertido en su alocución inaugural de que todas aquellas
injusticias y abominaciones que aquejan a la especie, se curan con contrición
de corazón y propósitos de enmienda. Con que los imperialistas
se resignaran a embolsarse menos en aras de sostener las cotas de enriquecimiento
de las oligarquías antinacionales -el tan trillado reordenamiento mundial-,
la tempestad amainaría y el sol volvería a sonreírnos
por igual a ricos y a pobres. Las peticiones bailan todas alrededor de tal
consideración; a ello se reducen las contribuciones en el análisis
económico.
A las potencias se les recomienda, o suplica, "el acceso a sus mercados
de las exportaciones de los países en desarrollo", "condiciones
que permitan la reanudación de corrientes de financiamiento",
"alivio continuado y significativo de la carga del servicio de la deuda",
"reducción al mínimo de los márgenes de intermediación
y otros gastos", "eliminación de las comisiones", "abolición
de los intereses de mora", supresión de la "exigencia"
de “transferir al sector público, en forma indiscriminada e involuntaria,
el riesgo comercial del sector privado", terminación de las "rigideces
regulatorias de algunos centros financieros internacionales", "nuevos
financiamientos", "reconocimiento de la calidad especial que tienen
los países soberanos como deudores de la comunidad financiera internacional",
"reactivación de las corrientes crediticias hacia los países
deudores", "asignación de un volumen mayor de recursos",
“fortalecimiento de la capacidad crediticia de los organismos financieros
internacionales", "nueva asignación de Derechos Especiales
de Giro", etc.
Si se exceptúa el acápite atinente a un trato benigno para las
exportaciones, la interminable retahíla de plegarias se condensa en
la consigna de: ¡Dinero, dinero y más dinero! Que no se interrumpa
su flujo, que mane a borbotones y sin recargos de ninguna índole. Y
si es regalado, ¡excelente! Que los gobiernos latinoamericanos no tengan
que responder por los débitos externos de sus burgueses, aunque se
reserven el tan practicado derecho de enjugar las bancarrotas de éstos.
Que el FMI, el BIRF y la Reserva Federal norteamericana tomen las medidas
del caso para desinflar el valor de los créditos internacionales, así
los países prestatarios no logren ni les importe constreñir
los sobrecostos de los que facilitan internamente. Que Reagan haga lo que
ellos no hacen: cauterizar el déficit, precautelar la inflación
y descongestionar el mercado financiero. Pero el accidental inquilino de la
Casa Blanca puede tanto como Prometeo en el peñón del Cáucaso.
Pese a que los apologistas del imperialismo, matriculados en diversas escuelas
y subescuelas, debatan y achaquen los atoramientos en el comercio, la industria
y las finanzas mundiales al descuido o a la negativa de adoptar tal o cual
política por parte de los conductores de la superpotencia, los cimbronazos
de la crisis se sienten a menudo más fuertemente en las latitudes septentrionales
de Washington, y dan allá menos lugar a los virajes bruscos que en
una pequeña nación, supongamos la República de Chile.
A Augusto Pinochet, no obstante deber US$ 19.000 millones, de pronto un empujón
de 400 ó 600 millones más lo saque momentáneamente de
penurias, y apenas lógico que el general esté dispuesto a intentar
cualquier timonazo y a profesar cualquier tesis con tal de complacer a sus
financistas y de que éstos lo complazcan a él. Mas a la administración
norteamericana, que vela por Occidente, por el sistema monetario internacional
y por el general Pinochet, ningún Grupo de Consulta o profesor universitario
lo resguardará de sus cuatro jinetes del apocalipsis: los exorbitantes
gastos de la defensa, ante las asechanzas del expansionismo soviético;
el hostigamiento económico de las potencias aliadas; la explosiva penuria
de sus zonas de influencia, y el veloz debilitamiento de sus fondos federales.
Mientras no concluya la recesión todas estas acucias tenderán
a agigantarse con su deplorable cola de coartaciones al comercio, y junto
a ellas, los correspondientes obstáculos a la compra, de las contadas
mercaderías procedentes del Tercer Mundo. Así que los implorados
incentivos para las exportaciones latinoamericanas muy tangencialmente serán
satisfechos.
La encerrona habrá llegado a tal extremo, que el candidato demócrata,
Walter Mondale, sin reflexionar mucho en cuánto afectarán su
campaña sus escuetas alegaciones, retó osadamente a la contraparte:
"Digamos la verdad... Reagan aumentará los impuestos, y yo también."10
Aunque el ex actor no recogió el guante y se mantuvo por lo menos,
verbalmente en la posición de proseguir con los amortiguamientos tributarios
con que se privilegia a los trusts, y con las talas a la asistencia social
con que se golpea al pueblo, el Tesoro de la poderosa nación sufre
el peor quebranto de su meteórica carrera. El debate hará manifiestos
los fiascos económicos de la última gestión de los republicanos.
Ignoramos en qué grado incidirá sobre las expectativas reeleccionistas;
empero, no nos cabe duda de que, sea cual fuere el resultado de los comicios
de noviembre, la controversia, además de definir el sino de una facción,
acabará sepultando casi media centuria de elucubraciones académicas
sobre la anulación de la crisis capitalista mediante el incremento
del empleo y del consumo a cargo de las múltiples irrigaciones del
erario.
El crac de 1929 les había mudado el pellejo a las
nociones teóricas de los economistas burgueses. Antes de la fatídica
calenda sus connotados pontífices se empecinaban en disimular los fenómenos
de superproducción y de paro dentro del capitalismo, aferrándose
con fe púnica a las anacrónicas conjeturas de que el mercado
nivelaba la una e impedía el otro; y volteándole cerrilmente
la espalda a más de un siglo de palmarias refutaciones, incluida la
remembranza que Engels inserta en su prólogo de El Capital acerca de
los ciclos decenales desde 1825 hasta 1867. Ni el pánico financiero
de 1907, causante del despeño de trece bancos neoyorkinos y de otras
compañías ferroviarias más; ni los años críticos
de 1914 a 1916 que terminaron inmiscuyendo a Norteamérica en la primera
conflagración mundial y entronizando allí definitivamente el
capitalismo monopolista de Estado; ni el corto pero nocivo receso de 1920-1921;
ni siquiera el estruendoso derrumbe de la Nueva Era en las postrimerías
de la década de los veintes, convencieron a los rectores de la economía
estadinense de abandonar los rígidos criterios, plantados en el "espíritu
nacional" yanqui, de que una administración admirable era aquella
cuya injerencia brillara por lo discreta y austera. 0 como lo proponía
el lema electoral del malhadado presidente Warren G. Harding: "Menos
intervención del gobierno en los negocios y más intervención
de los negocios en el gobierno."11 O como lo preconizara Franklin D.
Roosevelt en medio de la hecatombe de los treintas, meses antes de asumir
la presidencia y a manera de crítica a los desequilibrios presupuestales
que Herbert Hoover no acertaba a recomponer: "Tengamos la valentía
de dejar de pedir préstamos para hacer frente a los continuos déficit.
Basta de déficit."12 De pronto el brujuleo cambió abruptamente.
No sólo se reconocieron las turbaciones cíclicas, sino que se
proclamó una forma infalible de neutralizarlas. El nuevo e improvisado
esquema doctrinario se distinguiría por sus ínfulas. Sin conmiseraciones
botó a la basura los amarillentos e inservibles tratados y propagose
a toda prisa por el orbe, cautivando a catedráticos y estadistas, quienes
ipso facto retocaron sus axiomas y políticas para ponerlos a tono con
la moda. Sobra referir que también la intelectualidad simiesca de la
neocolonizada Colombia gesticuló a la par con sus preceptores extranjeros.
De aquí en adelante el Estado, cual supremo regulador, habrá
de interferir con el objeto de acrecentar la demanda y promover las inversiones,
sin pararse en pelillos o reparar en faltantes y descubiertos. El fundamento
de toda esta "revolución" se halla en que, ante los incesantes
progresos de la producción que se traducen en una merma relativa del
trabajo explotado y del promedio de las utilidades, el imperialismo se había
decidido a apelar abiertamente a los instrumentos y beneficios públicos
para reponer las declinaciones de la rentabilidad, ya fuese a través
de la moderación de los gravámenes, las adiciones al gasto oficial,
el endeudamiento estatal, las emisiones monetarias, la devaluación,
o por los procedimientos directos de los subsidios y los rescates para las
empresas entradas en barrena. A tamaña defraudación de la confianza
ciudadana en pro de los dueños y señores de las tres cuartas
partes del globo, se la invistió de la dignidad de una ciencia, y como
a su héroe epónimo se nombró al señor Keynes,
el hombrecillo de Cambridge, al que "la lucha de clases lo encontró
siempre del lado de la burguesía culta", y quien fuera en Bretton
Woods coartífice del realinderamiento económico refrendado con
las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Si en los convulsos
períodos anteriores se consideraba conceptualmente prioritario mantener
incólume el soporte estatal, última garantía de la sociedad
explotadora, después de la Gran Depresión, lo primero que habría
que hacer era desangrarlo, y sin contemplaciones, con tal de contener la crisis.
Pero los presupuestos deficitarios estadinenses que comenzaron bajo Kennedy
como estrategia consolidativa, al cabo de veinte años de prescripción
de mercados y de extravío de posesiones neocoloniales, amén
de las otras calamidades sucintamente narradas atrás, se han tornado
con Reagan en una pesadilla que en lugar de coadyuvar al restablecimiento
se constituye en uno de los mayores inconvenientes. La burguesía autónoma
de Europa, Japón y Canadá, así como los testaferros del
Tercer Mundo, ya han constatado empíricamente que este falseamiento
de las apropiaciones y destinaciones presupuestarias, cuando lo ejecuta el
proveedor de la divisa mundial, en el presente caso Estados Unidos con su
patrón dólar, es un sutil y engañoso mecanismo para soliviar
los decaídos dividendos de Norteamérica, a expensas del despojamiento
y del naufragio de sus rivales comerciales.
Hay que pertenecer a la cofradía de Fedesarrollo, los masters del keynesianismo
criollo, para pensar con el disco rayado de que el país urge aún
de emitir y prestar más para rehabilitarse, cuando hasta los parlamentarios
intuyen que semejantes expedientes tocan a su fin. U ostentar la banda presidencial
en el pecho para insistirle a Washington que, de una parte, subvencione la
deuda latinoamericana y suelte los dólares, y de la otra, controle
el déficit y reduzca el prime rate o interés preferencial. El
interponer unificadamente los buenos oficios de las investiduras ministeriales
para forzar mayores anticipos, los cuales requieren de cualquier modo ser
autorizados y avalados por la Tesorería del imperio, denota la ciega
inclinación de unas clases parasitarias y fletadas a las que no se
les ocurre ninguna línea estratégica distinta a la rauda e irreflexible
enajenación de las seudorrepúblicas puestas bajo su custodia;
haciéndoles no sólo el esguince a los candentes problemas sino
recrudeciéndolos con su comportamiento. A los quebrantos materiales
de la burguesía los sigue la ruina ideológica de sus teóricos.
El memorando de Cartagena refleja esta histriónica verdad al proponer
como cura de los males que agobian al Hemisferio las causas que los originan.
Aunque surgidos de la libre concurrencia y cual negación de ésta,
lo cierto es que los monopolios no consiguen obviarla del todo; entre ellos
las contiendas, enmascaradas tras los pendones nacionales de las grandes potencias,
abarcan los cinco continentes, tienden hacia la hegemonía universal
y, hacen de las ciento y pico de naciones subyugadas el trofeo predilecto
de los vencedores. El imperialismo, antes que extirpar las crisis capitalistas,
las vuelve más extensas, profundas y cataclísmicas. Lo aseveran
las dos confrontaciones bélicas mundiales que redujeron a escombros
y cenizas muchos de los medios de producción sobrantes, e inmolaron
en los campos de batalla a decenas de millones de desempleados embutidos en
sus trajes de fatiga. La ulterior reconstrucción, la iniciada en 1945,
junto con el advenimiento del moderno modelo de vasallaje nacional, de apariencia
democrática y rostro bonachón pero de más jugosas retribuciones
que el burdo y repudiado colonialismo de viejo corte, permitieron temporadas
de acompasado y hasta cierto punto de tranquilo esplendor, singularmente en
los Estados Unidos, a cuyo firme liderazgo sólo empañaban escollos
superables y llevaderas fricciones. Mas a estas alturas del proceso, descartada
la efectividad de las soluciones transaccionales, el imperialismo se ve abocado,
para vivir, a otro masivo aniquilamiento de la riqueza por él engendrada.
No obstante, la destrucción de bienes y hombres será a una escala
infinitamente superior a las precedentes, puesto que con la plétora
de las armas nucleares la vigencia histórica de la guerra convencional
ha concluido, y con ella, las limitaciones de la devastación; Norteamérica,
al contrario de 1914 y 1939, no podrá eximir su territorio y habrá
de arrostrar directamente y desde el primer instante los riesgos del holocausto,
y el conflicto, que enfrentará a Occidente con la Santa Rusia rediviva,
inevitablemente repercutirá en la conciencia de los pueblos del mundo,
tanto de las naciones oprimidas como de las opresoras, que querrán
sacudirse de una vez y para siempre los yugos de la usura, la crisis y la
guerra. Tales las perspectivas finiseculares del modo capitalista de producción.
Y para evacuar nuestro examen, una plumada respecto a qué se comprometieron
los lugartenientes políticos de las oligarquías latinoamericanas.
Precavidamente "reiteraron que la conducción de las negociaciones
en materia de deuda externa es responsabilidad de cada país".
Esta declaración, pese a que la complementaron o adobaron con la sugerencia
de estatuir unos "lineamientos generales" que "sirvan de marco
de referencia" a las impugnaciones "individuales" de los Estados
prestatarios, se redactó con el deliberado propósito de desprevenir
al Grupo de los 7 Grandes, que ya desde la cumbre de Williamsburg, en mayo
de 1983, tomó nota del clamoreo del Sur e hizo votos, por lo menos
en el papel, de moderar los déficit fiscales, sofocar la inflación
y encinturar los intereses, y que en la capital británica, en junio
del corriente año, exteriorizó de diversas maneras su enojo
por la eventual conformación de lo que se viene denominando el "club
de los deudores".13 No habrá pues, según Cartagena, las
conversaciones colectivas rechazadas por Londres. Los gobiernos en bancarrota,
que son sin salvedad los tributarios de los emporios industriales, rehusaron
voluntariamente arremeter con la fundación formal de un bloque de mendicantes.
Continuarán buscando uno a uno y por separado, de acuerdo con el monto
de sus compromisos y capacidades, las correspondientes prórrogas y
mitigaciones para los inmódicos pasivos. Zanjándose así,
y aun cuando fuere temporalmente, un lío que amagaba con complicarlo
todo.
Asimismo, prometieron pagar con puntual exactitud, despejando otra incógnita
que traía en ascuas a la comunidad financiera internacional, cuyas
entradas, y hasta su propia permanencia, cual se indicó arriba, penden
de la seriedad y, lógicamente, de la holgura de sus clientes de América
Latina. Por aquella fecha los medios informativos alarmaban a los lectores
con los cálculos sobre los estragos que, en miles de millones de dólares
y en cientos de miles de empleos, les reportaría a los Estados Unidos
una reprobación oficial de los débitos de Brasil, Argentina
o México. Se hacía inminente una aquietadora mención
al respecto, y por eso los ministros suscribieron "la decisión
ampliamente demostrada por sus países de cumplir con los compromisos
derivados de su endeudamiento externo y la determinación de proseguir
con los esfuerzos de reordenamiento monetario, fiscal y cambiario de sus economías".
Promesas éstas que buscan subsanar las discordias surgidas en las relaciones
inveteradamente afables entre el imperialismo y los regímenes fantoches
y que con certeza serán de muy accidentada realización; sin
embargo, tal y como han sido proferidas dentro de las solemnidades de una
misiva de esa índole, y dado el atolladero de remitentes y destinatarios,
no pueden menos que copar las satisfacciones de los jerarcas del Norte. Ante
las inobservancias e irregularidades registradas un juramento escrito no significa
nada, pero sería peor no tenerlo. El dilema aquí no consiste
en averiguar si los signatarios le harán honor o no a la palabra empeñada,
máxime cuando la tierra tiembla incluso bajo los tronos menos accesibles
y nadie está seguro de qué sucederá al día siguiente.
En una caliginosa mañana de otoño, los peruanos, por ejemplo,
se quedaron súpitos al enterarse de que los plenipotenciarios de Belaúnde
Terry, por un crédito puente de US$ 300 millones, habían concertado
una carta de intención mediante la cual el gobierno se obligaba a recortar
en varios puntos porcentuales sus erogaciones, reducir en otros cuantos su
déficit, incrementar los ingresos tributarios en un equivalente al
2% del Producto Interno Bruto, subir las tarifas del agua, la energía
eléctrica y el transporte, reajustar los precios del arroz y de los
hidrocarburos, disminuir las partidas de fomento estatal, nivelar las tasas
nominales del interés bancario con las de la inflación, devaluar
el sol en un 20%, suprimir los subsidios a determinados artículos de
primera necesidad y, por supuesto, dedicar anualmente a la cancelación
de los empréstitos vencidos el 50% del total de las exportaciones.
Y el premier Sandro Mariátegui, cabeza del gabinete, quien el 26 y
27 de abril, en distintos diálogos con los periodistas comentara jubiloso
que el convenio, "un éxito personal del presidente", viabilizaría
"la renegociación de la deuda en el Club de París"
y se sintetizaría en la reactivación económica del Perú
"en un lapso de tres meses a un año", no tuvo el menor sonrojo
de manifestar, menos de una semana después y ante las objeciones de
los empresarios quebrados y de los sindicalistas enfurecidos, que el gobierno
propugnaría la revisión de los mencionados pactos de emergencia
con el FMI.14 En cosa de horas el tornadizo parecer de las autoridades peruanas
había pasado de la impúdica euforia a la taimada discreción.
Son los imponderables de la crisis que en Santo Domingo se patentizaron violentamente
con 52 muertos, 140 heridos y 4.000 detenciones, al conocerse de la firma
de los mismos irritantes acuerdos. Luego no nos referimos en este capítulo
de nuestro análisis a las proyecciones cuantitativas, a los márgenes
reales de aplicación de los protocolos. Si Williamsburg no tradujo
o no pudo traducir en obras sus ofrecimientos, ¿por qué entonces
Cartagena? No. De lo que se trata es de la soberanía nacional, de la
actitud frente a los infamantes y perentorios requisitos de las agencias prestamistas
cuyos mensajeros vagan por las covachuelas de la administración, husmean
en las carteras ministeriales, hurgan en los archivos de los institutos bancarios,
meten la mano en las contabilidades de las empresas públicas, toman
asiento en el Congreso y en los concejos municipales, en suma, se pasean por
la república como Pedro por su casa. Para la banca mundial ha resultado
inaplazable que los gobiernos pongan freno al desorden, se disciplinen, no
dejen por desidia o ineficacia escapar un denario. En ello va la concreción
de sus acreencias. Y esto, unido a los apuros financieros de las marionetas,
ha trastrocado a las naciones latinoamericanas, al principio en forma lenta
e imperceptible y más tarde rápida y descarnadamente, en simples
sucursales de unos, hiperbóreos pulpos matrices, los tentaculares consorcios
del imperio. Al punto de que ya no gozan de autonomía ni para fijarle
el precio al arroz. Y en medio de la escalada capitulacionista, los heraldos
de la democracia oligárquica, fuera de disparar unos cuantos cartuchos
de fogueo contra los extorsionadores foráneos, apenas si atinan a reunirse
para esclarecer en común las incomprensiones surgidas acerca de su
dificultoso acatamiento a las requisitorias del Fondo Monetario Internacional.
SE PORFÍA EN LA ENTREGA
Finalmente, los ministros, en lo que cabría calificarse
como la gran novedad de la conferencia, "manifestaron que la inversión
extranjera directa puede jugar un papel complementario por su aporte de capitales
y por su contribución a la transferencia de tecnología, la creación
de empleos y la generación de exportaciones". No obstante alguna
reserva en cuanto al escaso monto de las divisas que se captarían por
tal concepto y la ceremoniosa admonición de que las firmas que arriben
habrán de sujetarse estrictamente a las leyes de la región,
aquella alternativa acaba patentizando la derrota y la alevosía de
unas clases apátridas que no sólo estiman vedado el camino hacia
un desarrollo independiente sino que renuncian públicamente a transitarlo.
Y a los quince días a la capital del país le correspondería
ser escenario de otra bochornosa citación, el bautizado Primer Foro
de Inversionistas, con la asistencia de 187 representantes de compañías
oriundas de los más diversos lugares del mundo a los cuales las autoridades
colombianas del ramo les pormenorizaron 257 proyectos en las esferas de la
industria agropecuaria y manufacturera, la minería, la comercialización,
las maderas, los productos químicos, la pesca, los enlatados y hasta
en empresas sociales y de servicios varios, con el objeto de atraer fondos
por 2.000 millones de dólares.
Tampoco hay que olvidar que fue bajo el cielo cartagenero, donde justamente
nació hace dieciséis años el Grupo Andino, o la Integración
Subregional, que lleva también el nombre de la ciudad ilustre. Este
experimento se presentó en su tiempo cual bendita panacea para los
países consuetudinariamente estancados de los Andes, que principiaban
a cavilar sobre un despegue conjunto y solidario. Sobre él llovieron
las salutaciones nacionales e internacionales de casi dos lustros consecutivos.
Pese a las instintivas simpatías que despiertan entre la gente las
banderas integracionistas, en cuyo apoyo se resucitaron inclusive los ideales
anfictiónicos de Simón Bolívar, que en realidad no vienen
al caso, nuestro Partido, nadando contra la corriente como siempre, hubo de
enfrentarse a este nuevo embeleco, al que alababan desde el revisionismo mercenario
hasta sectores democráticos y antiimperialistas despistados. Ni nuestros
amigos chinos se exoneraron de adherir a los ilusorios planteamientos. Con
ellos discutimos en su oportunidad, aspirando a convencerlos de que el Acuerdo
de Cartagena, lejos de obedecer, tal sospechaban, a la insubordinación
de las burguesías latinoamericanas que aunábanse así
para resistir la incómoda intromisión de los Estados Unidos,
debíase al contrario a la necesidad del imperialismo de hacer una más
exhaustiva utilización de los mercados de sus neocolonias, muchos de
los cuales son tan estrechos que de por sí imposibilitan la instalación
de plantas fabriles de alguna envergadura, impedimento que habría de
allanarse con el "libre comercio" interzonal. Meta defendida por
Johnson dentro de la Declaración de Presidentes de América del
14 de abril de 1967, en Punta del Este; recomendada por el informe Rockefeller
del 30 de agosto de 1969 a la administración de Richard Nixon, y expuesta
explícitamente por éste como línea central para el Hemisferio,
a través de su discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa,
SIP, del 31 de octubre de 1969.15
Éstos fueron los obligados prolegómenos de la loada política
de la cooperación de capitales, que además hundía sus
raíces en la descaecida Alianza para el Progreso y se insertaba dentro
del marco jurídico de la vieja Alalc. Por razones apenas obvias al
ambicioso plan se le echó su pañete nacionalista y a los copartícipes
extranjeros se les supeditó a morigeraciones y fiscalías que
no representan ni mucho menos la quintaesencia del patriotismo.
Luego de década y media de frustrantes tentativas, la amarga lección,
al revés de lo esperado, compéndiase en que los beneficiarios
salieron siendo los monopolios imperialistas y que los países receptores,
en lugar de desvanecer las aprensiones que aún los distancian y de
jalonar y acoplar entre sí sus economías, se vieron mezclados
a menudo en lastimosas pendencias, disputándose, dentro de los respectivos
y sofisticados "programas sectoriales de desarrollo industrial",
la vinculación de sus asociados, las insaciables corporaciones de las
potencias occidentales. Después de la institucionalización de
un mercado andino, y que van cristalizándose los sueños de los
trusts de poder enviar a todas nuestras naciones sus géneros elaborados
en cualquiera de ellas, se pretende ahora seguir suavizando las estipulaciones
de la famosa Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena, con lo cual aquéllos
quedarían facultados para unas remesas más grandes de utilidades
o una reinversión mayor de las mismas, encima de otras muchas aberrantes
mercedes. En efecto, el ablandamiento viene dándose con bastante anterioridad
y no ha de endilgársele exclusivamente a Chile, que desistió
de la integración a partir de octubre de 1976. A su favor se han inclinado
igualmente los otros miembros del Grupo, que más de una vez introdujeron
por unanimidad dispensas y salvarguardias al tratamiento de los capitales
extranjeros. Y el gobierno belisarista, condescendiente hasta la ignominia,
las ha otorgado a manos llenas desde su instauración y aun en órbitas
atendidas regularmente por nacionales como el turismo, el transporte y la
hotelería. Los caudales foráneos vertidos en Colombia se aproximaban
en 1983 a los 1.400 millones de dólares. Al cabo de tanto trajín
y parloteo, de la solicitud de cupo en el Movimiento de los No Alineados y
de las diligentes intermediaciones de Contadora, el régimen, en el
mediodía de su mandato, entera a sus sufragáneos de que la recompostura
económica estriba en más que decuplicar tal cifra.
Los modelos a imitar serán de aquí en adelante Singapur, Corea
del Sur y Taiwan, los dilectos satélites, los adorados paraísos
de los magnates yanquis. A los tiranuelos les molesta el mote de "deudores"
y desean ser ascendidos al rango de "socios" de la empresa expoliadora.16
He ahí la metamorfosis de la mayordomía, la novísima
acción hemisférica preconizada en el Centro Internacional de
Convenciones de Cartagena de Indias.
A La Heroica le anularon con su Consenso de los ochentas su Acuerdo de los
sesentas, y al hacerlo, los conferenciantes sencillamente se avinieron a tachar
las mínimas prohibiciones que alejen a cualquier traficante de las
metrópolis y que en la época nixoniana fueron el timbre de orgullo
del nacionalismo latinoamericano. Voto que sin equívocos les cae de
perlas a los neocolonialistas estadinenses, quienes, en virtud de la crisis,
han tenido que conformarse con plazas industriales en grado decreciente dentro
de América Latina, su primigenia área de intervención.17
A nadie ha de extrañar entonces que a la clausura de la susodicha reunión,
llevada a cabo dentro de tan malos presagios, meros juicios laudatorios se
hubieran impreso sobre ella, en singular los que corrieron a emitir los atentos
vigías apostados en Nueva York, Washington, Londres. Para los protagonistas
de la piratería contemporánea, los embozados repúblicos
de la agresión internacional, con la triple soga al cuello de la crisis
financiera, comercial y productiva, constituye un respiro que sus recelosos
estipendiarios, hablando en pro de las naciones exaccionadas, denuncien las
"reformables" deficiencias del sistema, aboguen por el fortalecimiento
de la organización mundial bancaria, reclamen mayores subsidios estatales
de las grandes potencias, pidan la no interrupción de las corrientes
crediticias, ofrezcan cumplir los compromisos contraídos, renuncien
a las renegociaciones colectivas y coloquen, de aderezo del pastel, la promesa
de abrumar de prebendas a la inversión extranjera. ¿Podrían
los defraudadores del prime rate recibir más de su morosa y amorosa
clientela?18
* * *
En cuanto atañe a los pueblos del Continente, encargados
de pagar los trastos rotos de la extorsión, el latrocinio y el despilfarro,
no hay motivo para tontas consolaciones. Frente al desbarajuste actual, las
oligarquías vendidas al imperialismo no conciben, en razón de
su catadura y de los lazos que las atan a éste, ninguna opción
distinta de la de porfiar en las relaciones económicas y en las caducas
formas republicanas de opresión que han conducido a Colombia a la indigencia
y a la indignidad. Ni siquiera a los segmentos más descontentos de
la burguesía nacional, y no obstante sus protestas cada vez más
encendidas, la agudización de las contradicciones les ha ayudado a
deponer sus posturas conciliatorias e intentar unas fórmulas que se
compadezcan con las urgencias del país y con los anhelos libertarios
de las mayorías. El proletariado es la única clase que no habrá
de desfallecer, ni de desistir del cometido histórico de encauzar hacia
la emancipación definitiva, las abigarradas vertientes populares, democráticas
y patrióticas que agitan el ambiente político de la nación.
Se confirma de nuevo la justa teoría del MOIR de que el frente único
antiimperialista ha de estar inspirado en un programa que, aunque tolere y
estimule hasta cierta medida el capitalismo, elimine sus expresiones monopólicas
a través de la confiscación y el control de un Estado revolucionario,
y al tiempo rompa toda coyunda del extranjero. Obstinarse en forjarlo alrededor
de las claudicantes postulaciones burguesas, arguyendo su máxima amplitud
y su expeditiva hechura, sólo demoras y frustraciones acarrearía.
El hundimiento económico, que ha puesto de relieve esta concluyente
enseñanza de nuestro Partido, ha de servirnos de laboratorio para asimilar
a fondo las leyes sistematizadas por Marx acerca de las perturbaciones cíclicas
del modo de producción capitalista. Necesitamos comprenderlas mejor
a fin de contribuir eficazmente a la instrucción de los obreros y de
los campesinos, rebatir las falacias de los explotadores y del oportunismo
y dotar nuestra táctica de un consistente soporte científico.
Debemos cuidarnos de dos enfermedades típicas de coyunturas como la
que atravesamos: el desespero y el desánimo. Tropeles de confusas personas,
que la dura situación anonada, se escudan, bien en las temerarias e
infecundas proezas del anarquismo, bien en las desmoralizadoras resignaciones
del abatimiento. La crisis no es el toque a generala de la revolución.
Por ello conmociones tan caóticas como el crac de 1929 no redundaron
en Estados Unidos, o en otras partes, en un resurgimiento efectivo de la lucha
política del proletariado, y a la postre viraron hacia el arraigo de
la reacción en todos los órdenes. Y en la actualidad, cuando
Colombia presencia por oleadas la quiebra de sus empresas y el retroceso de
sus actividades agropecuarias, cuando tiene que destinar a la cancelación
de la deuda externa casi el total de los ingresos por concepto de la exportación
de su principal producto, el café, y en campos y ciudades germinan
como nunca antes el desempleo y la miseria de sus habitantes, cuando los dirigentes
de la alianza burgués-terrateniente al mando no visualizan solución
para sus falencias en lo que falta del siglo y entre ellos prima el descontrol,
irrumpen los instigadores de las prácticas extremoizquierdistas a proponer
el remozamiento del país por medio de la pacificación dialogada
y la "apertura democrática".
El armisticio concertado en La Uribe entre las Farc y el gobierno no insta
de suyo a transformaciones sustanciales. El trato se limita a que la comisión
oficial, conformada para tal fin, "da fe" de la "amplia voluntad"
del Ejecutivo en cuanto a las enmiendas dirigidas a cimentar el predominio
de la constitución y del derecho. Allí, a más de contemplarse
la eficiencia de la justicia y del aparato administrativo, la elevación
de la moral pública, la elección de los alcaldes, la función
y el profesionalismo del ejército y hasta el mejoramiento de la fraternidad
republicana, se persigue "una" reforma agraria y se avizoran los
"constantes esfuerzos" por la salud, la vivienda, el empleo y la
educación. El adefesio no está en la omisión de las reivindicaciones
básicas. Este sería mayor si no se les hubiere omitido, pues
significaría recabarle al Estado no que arregle su aspecto sino que
se autodestruya por temor a una guerra ofrecida o por pasión a una
paz obsequiada.
La insensatez de aquellas agrupaciones se expresa en que, después de
haber librado una lucha armada por casi dos décadas y sin importarles
la ausencia de las condiciones mínimas insurreccionales, por lo cual
se vieron día y noche impelidas a forzar la beligerancia de la población
y a recurrir a modalidades de financiamiento políticamente improcedentes
de improviso, y con el objeto de adecuarse a los zigzagueos soviéticocubanos
en América Latina, resuelven izar la enseña blanca e impetrar
la amnistía, el diálogo, la tregua y el indulto, a cambio de
unos miserables remiendos a la república oligárquica que en
el mejor de los casos sólo tendrán el don de reencauchar el
destartalado prestigio de los próceres del bipartidismo tradicional;
y todo en un momento crítico en que el régimen pasa crujías
socorriendo a los banqueros e industriales, autorizando los despidos masivos
de trabajadores y recortando su propia nómina, para sobrevivir. Combatir
veinte anárquicos y costosos años para rejuvenecer la centenaria
carta de Núñez es como derribar un árbol para cazar un
mirlo.
Si el oportunismo jamás tuvo en cuenta la conciencia ni el grado de
preparación política y organizativa de las masas populares,
ni la correlación de fuerzas con el enemigo de clase, es decir, los
elementos que perfilan la táctica revolucionaria, y adujo siempre cual
único argumento de sus aventuras la urgencia del cambio social, no
sorprende que reduzca éste a unos cuantos retoques parlamentarios cuando
decide suspender sus acciones terroristas y foquistas. No dirán: "Nos
equivocamos; las circunstancias eran adversas para el levantamiento bélico",
con lo cual le ahorrarían más sangre innecesaria a la causa
que aseguran defender, prestándole un gran servicio al cabo de tantos
palos de ciego. Pero no. Continuarán empecinados en que la insurrección
se justifica en cualquier eventualidad política y no obstante los estragos
que su artificioso estallido pueda ocasionar en el seno del pueblo y en las
huestes de la revolución; así como se exculpan las "aperturas"
hacia los directorios liberales y conservadores, las entrevistas clandestinas
con el presidente, las festivas visitas a Palacio, las afinidades reformistas
con el belisarismo, en medio de la peor catástrofe económica,
en la cual la burguesía restituye su cuota de ganancia a costa de los
salarios y las conquistas laborales, y el empobrecimiento generalizado y la
descomposición social demandan sin más dilaciones una respuesta
rotunda y ajena a los burdos despliegues de la minoría opresora.
Aunque no hayamos salido del aislamiento nos corresponde llenar el vacío.
Porque si no hubo en el pasado la tan anunciada y amedrentadora guerra popular,
tampoco habrá en el futuro la paz convenida. Los secuestros, por cuya
unánime condenación los Ardila Lulle les rinden tratamiento
de Bolívares a los Pancho Villas colombianos, proseguirán, y
proseguirán con sus connotaciones proselitistas, gracias a que el irreversible
colapso de la nación proporciona el sustrato y las premisas sociales
para que insurrectos errantes, valiéndose de llamativas siglas, prefieran
aligerar la bolsa de los ricos a destronarlos.
Al MOIR, un partido insobornable y proscrito por sus inconfundibles detractores,
forjado no sólo dentro de la ruina acuciante de Colombia sino contra
la resaca ideológica de dos calamitosos decenios, que no ha torcido
su rumbo ni enturbiado su estilo con las malas mañas de la delincuencia
común, le sobran combatientes del temple de Luis Acevedo y Arcesio
Vieda y autoridad moral para capitalizar políticamente la descapitalización
del país, e ir por los fueros de las concepciones y procederes que
sacarán airosa a la clase obrera. Por traumáticos que fueren,
los efectos de la crisis, no lograrán desquiciarnos ni doblegarnos,
puesto que no ignoramos que las bancarrotas periódicas trastornan y
debilitan a la burguesía pero no la eliminan. La sociedad basada en
la explotación del trabajo asalariado encuentra la forma de recuperarse
de sus espasmos recesivos, y los capitalistas no sucumben por razones propiamente
económicas. A éstos, para verlos en el suelo, hay que tumbarlos.
NOTAS
1 Declaraciones de Misael Pastrana Borrero al Noticiero
Todelar, El Siglo, junio 27 de 1984.
2 El Tiempo, junio 30 de 1984.
3 Alfonso López Michelsen, en el congreso ganadero convocado por Fedegan
en Cartagena, apuntó: "No vacilo en apoyar sin reservas la política
de paz del presidente Betancur. Lo dije en Cali y quiero repetirlo ahora con
mayor énfasis. Un presidente liberal, que, para el caso hubiera podido
ser quien habla, jamás hubiera podido realizar una convergencia multipartidista
como la que ha alcanzado el presidente Betancur, ( ... ) Sectores del conservatismo,
que apoyan incondicionalmente al presidente Betancur, jamás le hubieran
prestado el contingente de su adhesión a un gobierno liberal y, en
el seno de mi partido, la división hubiera sido la misma que contemplamos
ahora frente al acuerdo, según se inclinan ciertos ánimos hacia
la represión o hacia la amnistía. De igual manera, el tratamiento
de la aproximación a la guerrilla, sin lesionar la sensibilidad del
estamento militar, tampoco hubiera sido la misma bajo un gobierno de mi partido,
no obstante haber observado, si no todos, algunos de sus presidentes, el principio
de depositar en manos de las propias fuerzas armadas el manejo del escalafón,
los ascensos y los retiros, sin la interferencia de la autoridad civil"
(El Tiempo, junio 15 de 1984).
4 Tribuna Roja, Nº 44, Las caóticas implicaciones del "sí
se puede", febrero de 1983.
5 López Michelsen, id.
6 La prensa comunicó que el martes 24 de julio "el Presidente
citó a la Casa de Nariño a los representantes de los gremios
económicos, profesionales y laborales, en la esperanza de lograr el
respaldo nacional alrededor de iniciativas que pondrá a la consideración
del Congreso". En realidad la reunión tenía, el propósito
de notificar a los voceros de los círculos influyentes sobre la alarmante
indigencia del Ejecutivo y de recabarles su consentimiento y apoyo para obtener
del Parlamento una nueva autorización, la segunda en menos de año
y medio, para echar a andar la máquina impresora, esa piedra filosofal
moderna que transmuta simples papeles en refulgente oro con sólo apretar
el interruptor. En Cali, los aparatos represivos cogieron recientemente a
unos bandidos en flagrante delito de producir dinero tramposo, y se los metió
de inmediato a la cárcel porque estaban estafando a la sociedad; cuando
este mismo atentado se adelanta con la permisión de la ley, sus autores
se llenan de merecimientos porque el cuerpo social se ha agravado y requiere
de una operación económica de alto turmequé. Efectivamente,
el señor Betancur impresionó por su franqueza: "La verdad
es que el Estado no tiene hoy cómo cumplir obligaciones contraídas
legalmente con sus empleados y con los contratistas nacionales, ni cómo
realizar los gastos en moneda nacional que demanda el correcto funcionamiento
de los servicios públicos." ( ... ) "El gobierno tendrá
que recurrir al expediente de la emergencia de pedir autorización al
Congreso para pagar los faltantes con créditos del Banco de la República
en 1984 y 1985" (El Tiempo, julio 25 de 1984).
En mensaje dirigido al Congreso, a manera de exposición de motivos
del proyecto de presupuesto para la vigencia de 1985, el presidente y su ministro
de hacienda, Roberto Junguito Bonnet, además de solicitar nuevas autorizaciones
para emitir y endeudarse, contemplan una "suavización de las prestaciones"
de los servidores de las dependencias estatales y un impuesto extraordinario,
no especificado, pero algo así como un anticipo de los gravámenes
de los años por venir. Literalmente expresan: "Dentro de la estrategia
se incluirá una propuesta para decretar una contribución extraordinaria
y transitoria que, por sus características, sea asimilable al pago
anticipado de impuestos futuros." Lo cual significa que el mandato del
"sí se puede", no sólo entregará una administración
en completa bancarrota y embargada, sino que se alzará hasta con los
fondos corrientes que les corresponderían por jurisdicción o
competencia jurídica a sus desventurados herederos en el ejercicio
del poder.
Y por su parte, el exministro Edgar Gutiérrez Castro, tan controvertido
por su labor al frente de la economía nacional durante este período
de descalabros y de yerros, disculpándose por lo aplastante de las
estadísticas y más concretamente por la preocupante desocupación
del país, admitió que el panorama era deplorable y recomendó
no crear falsas expectativas sobre una quimérica prosperidad. Sus afirmaciones
fueron:
"No son los más graves (los índices) que ha tenido el país
en desempleo sino el mundo en los últimos 40 años. No nos podemos
hacer ilusiones los colombianos en el sentido de que somos una comunidad aparte,
que los problemas que afectan a la economía mundial no nos afectan
a nosotros. No es así. El problema de desempleo que vive Colombia esta
en línea con el mismo problema de desempleo que está viviendo
el resto del mundo. Tenemos que ser realistas y no tratar de crear expectativas
inconvenientes que le hagan al país aparecer como si estuviera viviendo
una situación de prosperidad que mal podría tener en el momento
en el que todo el mundo está viviendo una depresión angustiosa"
(El Tiempo, julio 27 de 1984).
Conclusión: Gutiérrez Castro cierra con broche de oro su misión
ministerial: la crisis es mundial y Colombia no puede aspirar a ser una excepción
dentro del aletargamiento cósmico.
7 El Mundo, julio 13 de 1984. El periódico de Medellín complementa
así la noticia de RCN: "El presidente del Banco del Estado, Luis
Prieto Ocampo, afirmó que si entre 1981 y 1983 salieron US$ 2.500 millones,
es posible que entre ese año y lo que va corrido de 1984, las cifras
se hayan incrementado considerablemente, como consecuencia de los constantes
movimientos de las tasas de interés en los bancos norteamericanos y
en algunas entidades europeas de crédito." Por su parte la Reserva
Federal considera que el mecanismo utilizado para los envíos de los
capitales ha sido el de la alteración de los comprobantes de las exportaciones.
"Las facturas se elaboran a precios inferiores de los reales y los excedentes
van a parar a jugosas cuentas bancarias en los Estados Unidos", argumenta
el principal organismo de control monetario de Norteamérica.
8 El Tiempo, junio 23 de 1984. En el mismo reportaje Martin Bailey confirmó
que "si como estaba previsto al mediodía de ayer", "de
la reunión ministerial de Cartagena salen propósitos de controlar
la situación de la deuda externa en forma responsable, Estados Unidos
aceptaría servir de mediador de buena voluntad en el manejo, caso por
caso, de aquellas que constituyan un riesgo para la estabilidad financiera
internacional, como se hizo con los de México y Argentina."
9 El Tiempo, mayo 23 de 1983.
10 El Tiempo, julio 21 de 1984.
11 Frank Freidel, Los Estados Unidos en el siglo veinte, Tomo I, primera edición,
Editorial Novaro México S.A., julio de 1964, pág. 457.
12 Robert Lekachman, "Utilidad actual de Keynes" en Crítica
de la economía clásica, Madrid, Sarpe, 1983, pág. 209.
El autor trae igualmente unas frases de la disertación pronunciada
en 1930 por el laborista Philip Snowden, en la Cámara de los Comunes
de Londres, probatorias de la tónica predominante en materia de restricción
fiscal, la cual se aconsejaba sobre todo para los intervalos de estancamiento.
"Un gasto que puede ser fácil y tolerable en épocas de
prosperidad se hace intolerable en un período de grave depresión
industrial", sostenía el ministro británico.
13 En el pronunciamiento de Williamsburg, firmado por las potencias participantes
-Estados Unidos, Francia, Gran Bretañia, República Federal Alemana,
Italia, Japón y Canadá- se lee:
"Todos debemos esforzarnos para alcanzar y mantener una tasa de inflación
reducida y hacer bajar las tasas de interés que registran actualmente
un nivel demasiado elevado. Renovamos nuestro compromiso de reducir los déficit
presupuestales estructurales, en particular frenando el crecimiento de los
gastos." ( ... )
"El fardo de la recesión agobia duramente a los países
en desarrollo y estamos profundamente preocupados por su restablecimiento.
"Es crucial restaurar un crecimiento económico
sano, pero manteniendo la apertura de los mercados. Conviene en particular
velar por el mantenimiento de un flujo adecuado de recursos, en particular
de ayuda pública al desarrollo, hacia los países más
pobres, y en beneficio de la producción alimentaria y energética,
tanto en el plano bilateral como por intermedio de las instituciones internacionales
apropiadas" (El Tiempo, mayo 31 de 1983).
Tal se aprecia, los sobresaltos por el empeoramiento de la situación
económica, en particular de las zonas atrasadas y dependientes, dominaron
aquella reunión de los grandes del mundo. Y transcurrido más
de un año, ninguno de los deseos e intenciones expresados se ha convertido
en realidad. Los intereses crediticios, por ejemplo, en vez de aminorarse
conforme a lo predicho, han subido sensiblemente, no sólo en Estados
Unidos sino en Europa.
14 Los datos y las declaraciones de Mariátegui fueron extraídos
de los diarios limeños Hoy, de abril 28, El Comercio, de abril 27 y
28, y La República, de mayo 3 de 1984.
15 Vamos a transcribir algunos apartes de los documentos señalados,
con la finalidad de darles a los lectores una somera idea sobre cómo
Estados Unidos abordó el tema de la integración y la asociación
por aquellos días.
De la Declaración de Presidentes de América:
"... para alcanzar tales fines [los del desarrollo] se requiere la colaboración
decidida de todas nuestras naciones, el aporte complementario de la ayuda
mutua y la ampliación de la cooperación externa."
"La América Latina creará un Mercado Común..."
"El presidente de los Estados Unidos de América, por su parte,
declara su firme apoyo a esa prometedora iniciativa latinoamericana..."
"Los presidentes que suscribieron este documento afirman que:
"Construiremos las bases materiales de la integración económica
latinoamericana mediante proyectos multinacionales."
Del Informe de Nelson Rockefeller:
"El momento ha llegado en que Estados Unidos debe desplazarse concientemente
de su papel paternalista hacia el desempeño de su papel asociado."
( ... )
"El desarrollo industrial requiere amplios mercados para poder producir
eficazmente. Los mercados internos en la mayor parte de las naciones del hemisferio
son demasiado limitados como para permitir una amplia industrialización.
Los acuerdos regionales de intercambio ofrecen una vía constructiva
para la ampliación de mercados."
Del discurso de Nixon:
"Hemos visto una serie de iniciativas en la América Latina hacia
la integración económica regional, tales como el establecimiento
del Mercado Común Centroamericano, la Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio, la Asociación de Libre Comercio del Caribe y el
Grupo Andino. Las decisiones sobre cuán lejos y cuán rápido
deba marchar este proceso de integración, desde luego no nos corresponde
a nosotros. Pero quiero subrayar que estamos dispuestos a colaborar en este
empeño, si es que se desea."
16 Lo que más impresionó a la prensa de los razonamientos de
Belisario Betancur en las tantas veces aludida Conferencia Económica
Latinoamericana del 21 de junio, fue precisamente esta introspección:
"Mejor tener socios que acreedores."
17 En su edición del 4 de abril de 1983, El Tiempo trae un cable enviado
desde la ciudad de Miami en el cual se cuenta que un grupo privado de investigación,
Conference Board, de Nueva York, auspiciado por varias corporaciones importantes,
concluyó que el 51% de las inversiones extranjeras de la industria
norteamericana en 1982 se registró en Europa Occidental, el 24% en
Asia, el 15% en Canadá y sólo el 5.7% en Latinoamérica.
El cuatro por ciento restante, se dividió entre el Medio Oriente y
África.
Y agrega:
"James Green, jefe del departamento de programación de empresas
internacionales de Conference board, declaró en una entrevista que
las nuevas cifras "indican una tendencia a apartarse de Latinoamérica
y acercarse al Pacífico".
"Expresó que la elevada inflación y la gigantesca deuda
externa de los países latinoamericanos "ahuyentan a las compañías
de EU."
18 Tomemos como muestra de la complacencia norteamericana el envío
de la agencia AFP, publicado por El Tiempo, de junio 25 de 1984. Reproduzcamos
dos apartes:
"Estados Unidos se sintió ’aliviado’ por los términos
del acuerdo concluido el viernes pasado por los 11 países deudores
latinoamericanos que se reunieron en la Conferencia de Cartagena sobre la
deuda externa, según afirmó un vocero del gobierno norteamericano."
"Nada sorprendente fue decidido”, indicó al New York Times
un vocero del Departamento del Tesoro, Alfred Kingon. Destacó la satisfacción
del Tesoro por el tono conciliador de la declaración, así como
por el hecho de que los países latinoamericanos no decidieron rechazar
las deudas. ‘Estimamos que el evento fue positivo’."
DIEZ PAUTAS SOBRE COOPERATIVAS CAMPESINAS
Septiembre de 1984
Publicado en Tribuna Roja, no. 49, septiembre de 1984.
En las zonas de colonización de casi todos los departamentos
del país, por lo general regiones aisladas donde prima el esfuerzo
humano en las faenas agropecuarias, el problema del mercadeo de la producción
campesina es una de las mayores trabas para el mejoramiento del nivel de vida
de sus habitantes. A los agricultores, en muchas ocasiones, les resulta prácticamente
imposible llevar sus cosechas a los centros de consumo, y si logran hacerlo
terminan atrapados en una red de intermediarios que se queda con el monto
principal de las ganancias, cuando no con todas ellas. Resolver de manera
acertada la cuestión del mercadeo, por lo tanto, contribuirá
a desarrollar la producción y aliviar las condiciones de pobreza en
que se debaten cientos de miles de labriegos.
De ahí que las ligas campesinas, que han venido creciendo a un ritmo
sorprendente en estas zonas de colonización, se hayan concentrado desde
hace algunos años en la tarea de crear y promover cooperativas. Tales
organizaciones de masas, apoyándose en sus propios esfuerzos y preservando
a toda costa su independencia frente al gobierno y los dos partidos tradicionales,
han alcanzado éxitos notables en varias regiones del país. Sin
embargo, por distintas circunstancias ha sido particularmente en el sur de
Bolívar donde han prendido con mayor fuerza y han dejado las más
ricas experiencias. El campesinado de numerosas veredas apartadas del departamento
ha comprendido la importancia de asociarse para vender lo que produce, y las
ligas han comprobado en los hechos que el mercadeo es una labor imprescindible
para aumentar la producción de los agricultores y mejorar así
las bases materiales y espirituales de su lucha revolucionaria.
A finales del año pasado, la Unión Campesina Independiente de
Bolívar (UCIB), que agrupa a 19 ligas de los municipios de El Carmen,
Magangué, Achí, Pinillos, San Martín de Loba, Morales
y San Pablo, efectuó en Montecristo, corregimiento de Achí,
un encuentro departamental para resumir las experiencias de más de
un centenar de dirigentes campesinos en varios frentes de trabajo, pero especialmente
en el de las cooperativas. La reunión dio pruebas irrefutables de que
el mercadeo organizado por los propios agricultores puede llegar incluso hasta
las grandes ciudades y arrojar resultados positivos, si se realiza como debe
ser, y demostró que en mayor o menor medida todas las delegaciones
se han preocupado por construir cooperativas y han conseguido avances de consideración
en este campo. Una de ellas ha logrado la hazaña de sextuplicar el
área sembrada de arroz de una vereda en un solo año. Y aunque
todavía están lejos de solucionar los ingentes problemas económicos
de los colonos, el camino que han emprendido es digno de tenerse en cuenta
y de aplicarse a las condiciones concretas de otros departamentos. Por este
motivo, Tribuna Roja ha considerado conveniente hacer un resumen de las diez
conclusiones principales del encuentro en relación con las cooperativas,
conclusiones que fueron publicadas por el órgano informativo de la
UCIB, Renacer Campesino, en abril de 1984.
1. Las cooperativas no deben repartir las utilidades entre los socios, como
se ha venido haciendo en muchos casos, sino explicar a los campesinos que
el principal beneficio que obtienen con el mercadeo es el que resulta de vender
las cosechas a mejor precio y de adquirir las mercancías de consumo
más baratas. Si las utilidades se reparten la organización no
podrá capitalizar, ni crecer, ni conseguir los medios de transporte,
de acopio y de distribución que requiere para cumplir sus funciones.
2. Las cooperativas deben procurar tener funcionarios especializados, lo que
equivale a decir remunerados, en cada una de las ramas de esta actividad:
transporte, mercadeo, finanzas, contabilidad,etc. El logro de este objetivo
depende de los recursos y del crecimiento de cada cooperativa, naturalmente,
pero a él hay que aspirar de todas maneras.
3. Las cooperativas tienen que estudiar qué productos son aptos para
el mercadeo y cuáles no. La experiencia enseña que existen cultivos
que no dan garantías o que no se pueden vender rentablemente, ya sea
porque la competencia dificulta su comercialización, porque están
restringidos a causa del control oficial o por otras razones. Para determinar
el producto principal del mercadeo es necesario realizar un análisis
minucioso de las condiciones y no actuar movidos por juicios subjetivos o
simples sentimientos. El meollo de la cuestión, en estos casos, reside
en que las cooperativas prosperen.
4. Las cooperativas deben ocuparse tanto del mercadeo como del consumo. Ambos
factores están indisolublemente unidos. Desde mucho antes de que sus
productos salgan al mercado, los campesinos necesitan proveerse de artículos
indispensables y en la mayoría de los casos los requieren fiados. Por
lo general, los comerciantes les dan crédito y por este medio los explotan,
proporcionándoles muy caras las mercancías de consumo y obligándolos
a empeñar a bajos precios la siguiente cosecha. Las cooperativas han
de atender este problema porque de lo contrario no será posible que
los agricultores se liberen del control de intermediarios y usureros, que
en no pocas ocasiones son al mismo tiempo los gamonales políticos de
la localidad. Por otra parte, para que sea rentable el transporte de la producción
campesina a los centros urbanos, es conveniente que haya carga no sólo
de ida sino de venida.
5. Las cooperativas deben dominar y saber utilizar las leyes y mecanismos
de la actividad comercial; aprender a trabajar con números y hablar
de economía; perderle el miedo a operar con dinero, aprovechar el crédito,
hacer cálculos minuciosos y familiarizarse con todos los tejemanejes
del mercado. La diferencia con los comerciantes está en que ellos utilizan
estos instrumentos para oprimir a los labriegos, mientras que las cooperativas
los aplican en beneficio de la comunidad y del desarrollo de la producción.
6. Las cooperativas no pueden lanzarse a una temeraria competencia de precios.
El propósito de abaratar los artículos de consumo y combatir
la especulación, que de manera inevitable provoca enfrentamientos con
los intermediarios, hay que llevarlo a cabo en el entendimiento de que el
poder económico de las cooperativas es por ahora demasiado precario
para sostener una guerra de precios prolongada. En cuanto a la necesidad de
adelantar una política de frente unido con los comerciantes, el encuentro
reiteró que ésta no debe emprenderse a costa del bienestar de
los campesinos ni de la existencia de sus organizaciones. Otros factores,
y fundamentalmente la opresión económica y política del
régimen, facilitan el acuerdo con ellos.
7. Las cooperativas tienen que asumir las pérdidas y las ganancias
del mercadeo que realicen. Debido a las distancias y a las fluctuaciones propias
de la actividad comercial, es frecuente que los precios a los cuales compran
o venden a los campesinos difieran de los precios a los cuales compran o venden
en los centros de consumo. En esto suelen influir, por ejemplo, los costos
del transporte, que en determinados momentos pueden ser decisivos para la
obtención de pérdidas o ganancias. Ambas eventualidades, en
todo caso, son responsabilidad de las cooperativas, y no de los socios en
particular.
8. Las cooperativas deben buscar en sus operaciones comerciales regularidad
y volumen. La primera para no perder los clientes que compran las cosechas
de los agricultores y asegurar el abastecimiento y el crédito, y el
segundo para conseguir rentabilidad en los negocios. Muchas transacciones,
en efecto, dan un margen reducido de utilidades por unidad, y hay productos
que sólo se pueden comerciar con beneficio en cantidades apreciables.
9. Todos los dirigentes y socios de las cooperativas deben concentrar sus
esfuerzos en la tarea de crear una cadena de organizaciones que resuelva todos
los eslabones de la comercialización, desde el transporte hasta el
empaque, almacenamiento, financiación y distribución de los
productos campesinos. A esta empresa de elevar las condiciones de vida de
los agricultores a través del mercadeo, que se ha convertido en el
trabajo más importante de las ligas en las regiones aisladas y atrasadas
del país, hay que dedicarle toda la consagración que sea necesaria.
10. Las cooperativas reunidas en el encuentro de Montecristo, finalmente,
se comprometieron a constituir una escuela campesina orientada a formar dirigentes
agrarios de ésta y otras zonas de Colombia, aprovechando la experiencia
y los recursos de las organizaciones de la UCIB.
LLAMAMIENTO POR LA SALVACIÓN NACIONAL
Enero 26 de 1986
Declaración del MOIR, publicada en El tiempo el 26 de enero de 1986,
y firmada por Francisco Moquera.
Pese a las tremendas desventajas que en la contienda electoral
encaran las fuerzas revolucionarias colombianas, desde 1972 el MOIR de modo
ininterrumpido viene participando en elecciones, valiéndose de ellas,
especialmente, para difundir su ideario dentro de las amplias masas. Hoy,
en las puertas de otros comicios, nos reafirmamos en la creencia de que el
país jamás saldrá del caos y la postración sin
hacer uso pleno de la autodeterminación nacional y arrancar de raíz
las trabas viejas y nuevas que entorpecen su desarrollo. Pensamos además
que quienes insistan en esta opción histórica avanzarán
tras la única perspectiva cierta de victoria. A la postre la constancia
en una posición erguida, sobre todo si se interpreta la realidad, pesa
más que seis millones de sufragios.
Justamente el próximo 7 de agosto culmina uno de los tantos ensayos
que se han puesto en práctica en Colombia, el del "sí se
puede", inaugurado con euforia sólo comparable al estruendo de
su fracaso. Su lánguida misión se redujo a ahondar la crisis
heredada. Empezó reprendiendo a los banqueros que abusaban de la clientela,
para terminar obligando al pueblo a enjugar las insolvencias del sistema financiero
mediante generosas y multimillonarias subvenciones estatales. Ascendió
al mando con la solemne promesa de no promover más impuestos, y superó
el desenfreno fiscalista de sus antecesores, apoderándose incluso de
gravámenes futuros. No obstante, la recesión y la escasez de
demanda por falta de capacidad de compra de los trabajadores, como lo señalara
la ANDI en el momento oportuno, la inflación prosiguió y los
precios no detuvieron su trepada, entre varios factores a causa de que el
agónico régimen ha emitido no se sabe cuántos cientos
de miles de millones de pesos, con destino al presupuesto, a los institutos
en quiebra, o dirigidos a oxigenar los asfixiados proyectos oficiales, impidiendo
con ello la esperada recuperación en el cielo económico, golpeando
las actividades productivas y acentuando la penuria de las clases laboriosas.
No se pactó con el Fondo Monetario Internacional, pero, conforme al
estilo belisarista, se le aceptó voluntariamente la totalidad de sus
calamitosas imposiciones de restricción y control, junto a la vergüenza
de una monitoría foránea encargada de velar en suelo colombiano
por la aplicación de las estrictas medidas. Y eso que el señor
Betancur, en los primeros días de su mandato, sorprendió a los
electores con el cumplimiento de la única oferta que no les hizo: la
de afiliarse a los Países No Alineados. Decisión que pronto
adquiriría su verdadero alcance; se trataba de un acercamiento a las
naciones prosoviéticas, cual preámbulo y requisito básico
de su campaña pacificadora de adentro y afuera. De esta suerte Colombia,
en un amén y merced a su mandatario, se vio abogando a favor de los
tejemanejes expansionistas del imperio del Este sin que se redimiera de la
explotación de los poderosos monopolios del Oeste.
Sobre el retroceso económico se erigieron las veleidades políticas.
Dentro de los objetivos de maquillar su imagen y extender su prestigio, Belisario
Betancur les batió el ramo de olivo a los alzados en armas, logró
en el Parlamento la aprobación de la amnistía y más tarde
del indulto, firmó el cese al fuego y luego la tregua, creó
sendas comisiones de verificación y diálogo, tramitó
en las Cámaras y sancionó reformas de "apertura democrática"
como el estatuto de los partidos y la elección de alcaldes, designó
para el Consejo Electoral a un vocero de la tendencia revisionista capitaneada
por Vieira y, al cabo de tantas idas y venidas, obtuvo las vibrantes proclamas
insurreccionales de dos de los grupos guerrilleros comprometidos con la pacificación
dialogada y la astuta solicitud de las Farc de suspender la concreción
de los acuerdos definitivos hasta septiembre de 1986, valga decir, hasta la
llegada de la otra administración. El fiasco completo. Porque los unos,
después de los estímulos recibidos, volvieron a las andanzas
extremoizquierdistas; y los otros, simplemente optaron por continuar con la
argucia de querer hacer trabajo legal con el fusil al hombro. Y todos convencidos
por supuesto de que Colombia se halla, o en una situación de levantamiento
revolucionario, o al borde de ella. El macabro desenlace de la toma del Palacio
de Justicia no solamente marcó el cruento final del embeleco pacifista,
sino que puso al descubierto los nexos existentes entre la paz belisariana
de Colombia y las negociaciones en Centroamérica. Dentro de los escombros
del edificio se encontraron armas de combate que según registro y número
pertenecieron a la derrotada guardia de Somoza y al lote donado por Carter
a los sandinistas a través de Venezuela. Ante las reclamaciones del
canciller Ramírez Ocampo, cruzadas más para cubrir las apariencias
que en salvaguardia de la integridad nacional, las autoridades de Managua
no negaron nada; se atuvieron al alegato de que no podían responder
ni por el armamento que les habían regalado ni por el que ostentaba
la satrapía depuesta. El gobierno de Betancur consideró satisfactorias
las evasivas explicaciones y cerró el incidente con la misma frescura
con que ha acogido las constantes demandas sobre San Andrés y Providencia
hechas por parte del régimen nicaragüense. La determinación
de supeditar la concordia interna al buen suceso del entendimiento externo
condujo a inmiscuir alegremente el interés nacional en las transacciones
y en la interpretación acomodaticia de los acontecimientos. Un callejón
sin salida. Una estratagema inadmisible.
Los nicas, al igual que los demás pobladores del Tercer Mundo, tienen
desde luego derecho al disfrute cabal de los privilegios de la soberanía.
Pero cuando una nación pequeña y débil, principalmente
después de la dolorosa experiencia arrojada por las invasiones de Afganistán,
Kampuchea, Lao, Angola, Eritrea, etc., se transforma en peón y fortín
de los agresores rusos, ya no habla por sí misma, así se llame
Nicaragua o Cuba, y sus intrigas en la arena internacional deben ser por lo
tanto rechazadas, no como actos independientes, sino como pretensiones encubiertas
de la más grande y despiadada potencia militar de la época.
En las actuales condiciones los países que en aras de la emancipación
económica y política se coloquen bajo el manto protector del
socialimperialismo, lejos de coronar las patrióticas metas verán
rápidamente sus propios territorios convertidos en escenario de la
batalla campal por el reparto del globo. Por eso el conflicto centroamericano
de manera inexorable tiende a recrudecerse por encima de las febriles diligencias
de Contadora. Colombia, por su lado, ha de esforzarse hasta el último
minuto para huir de tan triste destino.
En cuanto a las inquietudes relativas a la urgencia de instaurar una atmósfera
de paz dentro del país, tenemos que manifestar tajantemente que nunca
atravesamos el menor impedimento en contra de este sentido anhelo. Asumimos
una benigna espera hacia las fatigosas discusiones en torno al asunto, confiando
en que el proceso, de una parte, no le daría piso a la demagogia belisarista,
y de la otra, desembocaría en el robustecimiento de una táctica
revolucionaria correcta que prescinda del foquismo, la extorsión, el
secuestro y del resto de métodos anarquistas o delictivos. No obstante,
los resultados no pueden ser más deprimentes. En lugar de disminuir,
la violencia se enseñorea a todo lo largo y ancho de la geografía
patria. A diario los periódicos dan cuenta de enfrentamientos o de
horribles matanzas. Oscuras modalidades como el atentado personal adquieren
categoría entre las distintas formas permisibles de lucha. Ganaderos,
empresarios agrícolas, campesinos ricos y hasta medianos se quejan
de que son frecuentemente víctimas del esquilmo de las agrupaciones
guerrilleras, y éstas no cejan en denunciar que la fuerza pública
o las organizaciones paramilitares torturan y desaparecen de continuo a sus
militantes. En otras palabras, la "paz" ha activado la "guerra".
Y el gobierno, principal responsable del holocausto, que ha regido también
con las consabidas normas de excepción del estado de sitio e inició
su período anunciando que no se derramaría "una sola gota
más de sangre colombiana", se consuela con que el "noventa
por ciento" de los insurrectos sigue todavía fiel a los armisticios
concertados. Se refiere a las Farc, a las cuales ha complacido con la prolongación
indefinida de la tregua, permitiéndoles así una prerrogativa
insólita: la de participar en la contienda electoral sin que desmonten
uno solo de sus veintitantos frentes. La graciosa concesión obviamente
la han utilizado los comandantes de La Uribe para llevar sus escuadras a sitios
nuevos e intimidar a sus contrincantes, como en el caso de San Pablo, al sur
de Bolívar, en donde dieron muerte a Luis Eduardo Rolón, dirigente
del MOIR, con el exclusivo propósito de desalojarnos a sangre y fuego
de una región a la que estamos vinculados desde hace más de
diez años. En otras zonas nos ha ocurrido algo semejante. El extraño
fenómeno de tolerancia obedece a que el presidente afronta el dilema
de acceder a las exigencias del único bastión que se mantiene
de modo formal dentro de los acuerdos, o admitir abiertamente el rotundo desplome
de sus planes de apaciguamiento.
Los criterios anteriores los comparten muchos dirigentes gremiales y políticos
que apoyaron sinceramente la "paz", un experimento que, tras absorber
la opinión por casi cinco años, ahora desencanta inclusive a
sus mismos protagonistas. Sea como fuere, las consecuencias del fallido intento
se harán sentir en la vida de la nación durante largo tiempo.
La verdad es que los bárbaros episodios que han ensombrecido el panorama
proliferan por doquier y en sus peores manifestaciones; las vertientes extremoizquierdistas
no desisten del empeño de conmover la población con sus operaciones
descabelladas, y los partidos inermes, sometidos a la amenaza de quienes adelantan
el proselitismo armado con el beneplácito del Ejecutivo, al ver alteradas
gravemente en contra suya las reglas democráticas, comienzan a plantear
y a plantearse los problemas de la supervivencia como una cuestión
inaplazable.
Debido a todo este desbarajuste económico y político que nos
agobia, el MOIR formula un llamamiento a los distintos contingentes y personas
preocupados por el porvenir del país a fin de que nos aglutinemos alrededor
de los siguientes puntos:
1) Defensa de la actividad productiva de Colombia frente a las imposiciones
del Fondo Monetario Internacional y a los desmanes de los grandes consorcios
extranjeros.
2) Apuntalamiento de la autodeterminación nacional en el trato con
los Estados Unidos y demás metrópolis occidentales, pero particularmente
ante las acechanzas del expansionismo soviético.
3) Rechazo a los propósitos de introducir la coacción, el terrorismo
o el asesinato como herramientas de las lides partidistas, y
4) Debida atención a los justos requerimientos de las masas trabajadoras
y del pueblo en procura de libertades públicas efectivas y mejores
condiciones de existencia.
Sobra añadir que a la nación y a las colectividades democráticas
les interesa vivamente sacar adelante los cuatro postulados transcritos. Las
conquistas en cada uno de tan vitales campos serán pasos firmes hacia
la salvación de Colombia. Y como a la revolución le conviene,
más que a nadie, la integridad del país, la defensa de la producción
nacional, la proscripción del terror en el debate político y
el mejorestar del pueblo, hemos expuesto nuestras propuestas unitarias a los
representantes de los gremios y a diversas personalidades públicas.
Intercambiamos opiniones al respecto con Alvaro Gómez Hurtado, Alvaro
Uribe Rueda, Gustavo Rodríguez, Fernando Landazábal Reyes, Jorge
Mario Eastman, José Manuel Arias Carrizosa, Alberto Santofimio Botero,
Hernando Santos Castillo, Fabio Echeverri Correa, Héctor Polanía
Sánchez, Alvaro Valencia Tovar, Víctor Mosquera Chaux, Bernardo
Guerra Serna, Hugo Escobar Sierra, Alfonso López Caballero, Guillermo
Plazas Alcid y Marino Rengifo Salcedo, entre otros. Nos proponemos profundizar
las aproximaciones con quienes coincidan con nosotros en darle una orientación
patriótica e imprimirle un sello civilizado a la acción política.
Entre el desconcierto reinante hay un elemento favorable. Arribamos al final
de una presidencia que habiendo hecho votos de moralización pasará
a la historia más por las fiestas de sus alcaldes que por cualquier
otra de sus tragicómicas gestiones. Aprovechemos la coyuntura y repitamos
con las gentes del común: ¡No más Belisarios!
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
AVANZAMOS EN LA POLITICA UNITARIA
Febrero 8 de 1986
Intervención de Francisco Mosquera con motivo de la promulgación
de las listas electorales de Insurgencia Liberal de Alfonso López Caballero,
acto llevado a cabo el 8 de febrero de 1986 en el salón de Convenciones
Gonzalo Jiménez de Quesada, de Bogotá. Publicado en Tribuna
Roja No. 51, marzo de 1986.
Esta cita nuestra con los miembros de Insurgencia Liberal,
un movimiento joven fundado y dirigido por Alfonso López Caballero,
no hubiese sido posible sin que concluyeran varias circunstancias notables
de orden nacional y de ocurrencia reciente. Creo además que el acercamiento
que hoy refrendamos de manera pública con los nuevos amigos carecería
de alcance si no se cimentara en el afán de compartir la búsqueda
y el hallazgo de las soluciones acertadas a los angustiosos interrogantes
de la hora. Cuando en las entrevistas iniciales sopesábamos las ventajas
y desventajas de establecer algún tipo de ayuda recíproca coincidíamos
con el doctor López en que indudablemente la dificultad radica en el
origen tan disímil de las dos fuerzas, en sus criterios a menudo contrapuestos
y en las mutuas prevenciones. Sin embargo, concordábamos también
en que la gravedad de los problemas del país y el curso de los acontecimientos
nos permitirán acampar en la misma orilla, obviamente a condición
de poner el interés colectivo por encima de los egoísmos particulares.
Nosotros profesamos la idea de que la transformación de Colombia no
puede ser la obra exclusiva de un solo partido o de una sola clase. Las deficiencias
heredadas de un pretérito remoto, él escaso grado de desarrollo
y la asfixiante dependencia económica de los grandes emporios son factores
ciertos y supremamente adversos que deben removerse con el concurso de obreros,
campesinos, intelectuales, comerciantes, industriales, es decir, de todos
los contingentes patrióticos, democráticos y progresistas ¿En
el momento de abordar los cambios de los cuales depende la salvación
nacional únicamente un círculo muy insignificante se opondrá
a la empresa: aquellos que viven del pasado, del estancamiento y de la depredación
del país. Estos considerandos básicos se han visto corroborados
por las hondas perturbaciones que vienen caracterizando el decenio. Cada vez
un mayor número de personas y entidades se percata de cómo las
relaciones imperantes en diversos terrenos entorpecen las actividades productivas
en lugar de impulsarlas. Miremos un caso. Tras el alza de las tasas internacionales
de crédito, y el consiguiente encarecimiento de la enorme deuda externa
de nuestras naciones, se desató una oleada de protestas de las que
no se eximieron ni siquiera los mandatarios, quienes tradicionalmente han
acudido con la mejor de las sonrisas a entramparse con los usureros del mundo.
Pronto se hizo evidente que Latinoamérica, cuyos préstamos recibidos
habían sobrepasado la escalofriante suma de 360.000 millones de dólares,
no contaba con qué cumplir sus compromisos, una explosiva situación
larvada desde años atrás con la complacencia de unos y la voracidad
de otros. A su turno el Fondo Monetario Internacional, el organismo rector
que vela por el orden financiero de Occidente, descargó su férula
sobre los prestatarios con el objeto de garantizar los pagos. Sacrificarse
al máximo y cancelar a tiempo, he ahí la filosofía de
los correctivos que sacudieron la conciencia del Continente, porque develaron
cómo a los Estados en quiebra sin miramiento alguno se los ata al atraso,
a la miseria y a la enajenación nacional.
Bajo el impacto de tan trágico desenlace voceros de los más
diversos sectores sociales han percibido y aun expuesto que el camino de la
prosperidad le está vedado a cualquier república que, en desmedro
de sus aspiraciones de inversión, se vea obligada a enviar afuera por
concepto de intereses, o en virtud de las desigualdades del comercio, un porcentaje
considerable de la acumulación obtenida internamente. La propagación
de este convencimiento configura uno de los vuelcos positivos sobre los cuales
se sustenta la política unitaria propuesta en enero por la dirección
del MOIR. Ayer, los críticos nos aconsejaban caritativamente abandonar
la sistemática condena que hacíamos del despojo económico
del país, por juzgarla dogmática y culpable de la modesta cauda
electoral del Partido. Hoy muchos de ellos nos emulan en tales denuncias;
y no pocos dirigentes liberales aliados nuestros en los actuales comicios
nos disputan la paternidad responsable de las mismas. Lo cual desde luego
no nos molesta. ¡Ojalá pasara igual con otras tantas tesis!
Lo dicho hasta aquí no significa que aboguemos por una nación
enclaustrada, al margen de los indispensables aportes técnicos y culturales
del extranjero, sin vínculos de ninguna especie con las grandes potencias,
o únicamente con los pueblos débiles y pobres. Al contrario.
No consideramos necesaria la ruptura con los Estados Unidos o con los consorcios
de1as repúblicas desarrolladas. Ni incluso que tengamos que prescindir
totalmente del financiamiento externo. Por su incipiente crecimiento Colombia
requiere de la contribución internacional en las más variadas
áreas. Pero ésta sólo será favorable si se lleva
a cabo en beneficio recíproco entre las partes asociadas y sin la menor
violación de la prerrogativa soberana del país a autodeterminarse.
Claro que ello a la postre estriba en qué clases y corrientes empuñan
las riendas del Poder.
La aguda recesión económica que traumatizara al mundo capitalista
a comienzos de los años ochentas produjo dentro de nuestras fronteras
profundas repercusiones que todavía no cesan de sentirse. En general
la industria colombiana entró en bancarrota, al extremo de que las
firmas más prestigiosas hubieron de pactar concordatos con sus acreedores.
Aunque en un principio se pregonó que las irregularidades dentro del
engranaje financiero obedecían a los malos manejos de ciertos avivatos,
rápidamente se supo que los 250.000 millones de pesos, monto al que
ascienden los cobros de dudoso o imposible recaudo, se originaban en gran
medida en la falencia de los productores. La opinión se tropieza de
improviso con que la banca, ama y señora de los negocios, funda su
esplendor en la buena suerte de las actividades productivas. De allí
que los empresarios sólo puedan vengarse de los financistas quebrándose.
Y al gobierno, más insolvente que sus protegidos, le toca auxiliar
a unos y otros y hacerse cargo de los entes sin vida, incrementando la injerencia
oficial y encendiendo a la vez la polémica en torno al rol económico
del Estado.
Ante el rescate y la nacionalización de varias entidades bancarias
que al régimen le han valido un potosí, comentaristas de los
grandes rotativos han objetado lo que se dio por llamar la "socialización
de las pérdidas", un razonamiento que nosotros compartimos aunque
no lo hayamos expresado en los mismos términos, pues la acción
gubernamental de ningún modo ha de servir para engordar a unos cuantos
por cuenta de la riqueza pública. La crisis económica ha destapado
las tremendas deficiencias del sistema, facilitando el estudio de éstas
y promoviendo aproximaciones entre distintas vertientes alrededor de las enmiendas
que demanda el país. A la ANDI, por ejemplo, le parece clave la baja
en los intereses crediticios como un medio de propiciar la recuperación
de los sectores afectados, y hasta ha defendido que las asignaciones salariales
deben mantenerse en niveles que no contraigan la demanda. Dos conclusiones
que responden a las inquietudes de jalonar el desenvolvimiento armónico
de la industria, - pero que la burguesía empresarial difícilmente
las hubiera formulado sin los desarreglos que pusieron en graves apuros a
los fabricantes, agricultores, banqueros, etc. Efectivamente, sobre el cuatrienio
del "cambio con equidad", que se distinguió por los desacoples,
los sobresaltos, la legislación de emergencia, ha llovido toda especie
de reproches por cuenta de los representantes de los gremios. Se le ha censurado
el aumento de los impuestos indirectos sobre los directos, por desencadenar
la inflación y restringir el comercio. Se le ha combatido la costumbre
de emitir papel moneda sin respaldo como otro elemento de desestabilización
y de carestía. Se le han rechazado los planes de abrir las puertas
de par en par a los inversionistas foráneos. En síntesis, de
todos lados brotan reclamos y sugerencias que demuestran la necesidad de hacer
un gran replanteamiento, fundamentalmente porque el Estado colombiano, a pesar
de nuestro escaso desarrollo, se ha convertido en la primera fortaleza económica,
con infinitas atribuciones para regular y disponer del trabajo de la nación.
Ustedes comprenden que del modo como se use tan formidable herramienta depende
la felicidad o la desdicha de las presentes y futuras generaciones. Si se
sigue emitiendo a manos llenas, o levantándoles caprichosos obstáculos
a las transacciones comerciales, o poniendo el erario al servicio de una pequeña
capilla de afortunados, o trasladándoles a los linces de las agencias
prestamistas internacionales la capacidad de decisión, o alimentando
el agio y la usura, antes del fin del siglo habremos acabado con lo poco que
aún nos queda. Por ello estamos dispuestos a unirnos con quienes tengan
estas mismas inquietudes y sean cuales fueren sus colores políticos.
Al explicar el contenido y las miras de nuestro llamamiento de unidad no me
dirijo sólo a los jefes e integrantes de los movimientos con los cuales
iremos juntos a las próximas elecciones, sino también a los
militantes y simpatizantes del MOIR, particularmente a aquellos a quienes
les sorprenda la amplitud de la línea aprobada o piensen que jugamos
a la gallina ciega al participar en las listas de antiguos contrincantes.
He autorizado a propósito la inclusión simbólica de mi
nombre en todas las planchas, en prenda de la seguridad que nos anima y de
la certeza de que libraremos la batalla con coraje y entusiasmo. Me resisto
a admitir que el Partido pierda entidad o se desdibuje por el hecho de que
sus iniciales no figuren en los encabezamientos de las papeletas. No somos
tan deleznables.
Sin querer restarle trascendencia, la justa comicial no deja de ser un episodio
transitorio que utilizamos para exponer nuestros puntos de vista y consolidar
las convergencias con los aliados, por quienes básicamente votaremos
el 9 de marzo. Esta conducta, o si se prefiere este viraje, no sería
factible sin los serios destrozos de la crisis económica, el creciente
descontento de los productores nacionales, los flagrantes fracasos de la administración
Betancur, el tremendo desbordamiento de la descomposición social y
de la penuria del pueblo. Muchos empresarios, y hasta ganaderos, que tradicionalmente
habían mirado con desconfianza nuestra presencia, ahora respaldan los
esfuerzos de las cooperativas campesinas organizadas por el Partido, reconociéndolas
incluso cual presagios de adelanto dentro del perpetuo abandono de las zonas
rurales. Los bananeros que intrigaban en las brigadas con el propósito
de desalojarnos violentamente de Urabá, al calor de los percances han
ido deponiendo su animadversión hacia nosotros. Sin la roya, que viene
acelerando el desmoronamiento de la antigua hacienda patriarcal, no hubiéramos
conseguido constituir en decenas de poblaciones la Unión Cafetera,
un novedoso instrumento aglutinante de los cultivadores pequeños, medianos
y hasta acomodados. En fin, tales aproximaciones, al igual que los acuerdos
electorales concertados en menos de quince días por el MOIR, con una
veintena de agrupaciones liberales y conservadoras, no han caído del
cielo; ni para efectuarlas hemos tenido que rectificar uno solo de nuestros
principios o de nuestras consideraciones teóricas sobre el país.
Nunca hemos pensado que la innovación que le corresponde realizar a
Colombia en la etapa histórica vigente sea de carácter socialista,
ni que haya por ende que abolirse todo género de propiedad privada,
sino aquellas formas monopólicas que frenan el desarrollo, de tal suerte
que el Estado, puesto bajo el mando de las clases y capas democráticas,
disponga de los recursos naturales y demás medios claves, oriente el
rumbo económico, estimule a los productores de la ciudad y el campo
y actúe siempre en pro del pueblo y de la grandeza de la patria. Prosigamos
sin vacilaciones con la política unitaria echada a andar, sacándoles
provecho a los aspectos disolventes y a que el país empieza a cansarse
de ese tormento de Sísifo al que ha sido condenado, de tener cada cuatro
años que trepar a la cúspide un presidente para luego verlo
rodar hacia abajo en la estima pública, como habrá de suceder
con Betancur, que llegó entre aplausos y saldrá entre silbos.
Y por último, unas palabras sobre la "paz", el tema que ha
copado la atención nacional por cerca de un lustro. Aun cuando rehusamos
vincularnos a las comisiones nombradas por el gobierno, puesto que no tocábamos
pito alguno en ese ensayo, tampoco hicimos campaña en contra. Desde
la época del padre Camilo Torres pugnamos por la supresión del
foquismo y demás prácticas extremoizquierdistas. Las luchas
emprendidas a espaldas o a contrapelo de los deseos de las masas están
inexorablemente destinadas a la derrota, por mucho que los combatientes sean
personas valerosas y honestas. El recorte a los derechos ciudadanos o los
zarpazos contra las organizaciones populares siempre han encontrado en aquellas
aventuras el mejor pretexto. Además, en Colombia la guerrilla, con
una crónica tan dilatada y abrupta, terminó permitiéndose
la licencia inexcusable de recurrir al secuestro o al boleteo, como lo han
confesado sus propios comandantes. De modo que el desmonte de todos estos
métodos liquidacionistas lo consideramos una cualificación de
la gesta revolucionaria. No obstante, se partió del requisito engañoso
de supeditar la legalización de los insurrectos a la "apertura
democrática" y a las "reformas sociales". Dichas metas,
inaccesibles en las condiciones económicas y políticas del país,
junto al alargue indefinido del diálogo, acabaron con las ilusiones.
En realidad la única democratización que el régimen les
concedió a sus gobernados fue el estatuto de los partidos, un engendro
que a nadie gustó, y que para las colectividades opositoras, si son
aprobadas por el Consejo Electoral, apenas significará unos cuantos
minutos en los espacios de la televisión, o unos cuantos gramos de
franquicia postal, a cambio por supuesto de que las autoridades inspeccionen
sus actos y supervisen sus cuentas.
Esta es la hora en que el "sí se puede" ni siquiera ha conseguido
desprenderse del estado de sitio, la institución más apetecida
de la Carta. Y respecto al mejoramiento social, los índices del desempleo,
de la inflación y de los exiguos incrementos salariales lo compendian
todo. Las dramáticas escenas de la pacificación dialogada más
bien asordinaron el enojo que el sartal de medidas restrictivas o impositivas
despertara en diversos estratos de la población.
¿Y cuál es el parte de victoria? Aun cuando el ministro de Gobierno
hable de que los guerrilleros fueron vencidos políticamente, sin duda
alguna el señor Betancur le entregará a su sucesor el próximo
7 de agosto más ejércitos del pueblo de los que le legara Turbay
Ayala en 1982. Los enfrentamientos no han parado un solo día, la violencia,
con su carro de horrores, se ha extendido hacia regiones tradicionalmente
tranquilas y modalidades como el atentado personal y la intimidación
se han puesto a funcionar con el fin de dirimir las divergencias, aun entre
los mismos bandos enfrentados al régimen. Con el desespero del hombre
de la fábula que cae en brazos de la muerte al intentar huir de ella,
el presidente trata de revivir su cruzada de apaciguamiento aceptándoles
a las Farc, no la culminación en firme de las hostilidades, sino la
prolongación ilimitada de la tregua, con lo cual este grupo gozará
de un privilegio sin antecedentes, el de concurrir a los comicios sin haber
declinado las armas. También ha sido evidente que la actual administración,
tras el móvil de influir en el ánimo de la contraparte, coquetea
de continuo con los países prosoviéticos del Caribe, ligando
la concordia interna al resultado del entendimiento externo, asuntos que no
debieran relacionarse porque los focos de conflicto en el mundo de hoy, incluido
el de Centroamérica, dependen tanto de los avances expansionistas de
la superpotencia de Oriente como de la contestación dada por la otra
superpotencia a tales avances, y no de los buenos oficios de un país
o de un puñado de países. Sé que estos problemas preocupan
menos a los aliados que a nosotros, pero igualmente hacen parte de las asechanzas
que nos aquejan, y de cualquier forma se derivan de la "paz" abortada.
Un proceso que no se consumó; se consumió.
El MOIR ha sido víctima del proselitismo armado. Se le viene presionando
a punta de fusil para que se retire de varios sitios y hemos visto caer asesinado
a uno de nuestros más valiosos cuadros. Algo parecido les viene aconteciendo
a otras agrupaciones. De ahí que no estemos tan extraviados cuando
pedimos aunar esfuerzos con el objeto de contener las malsanas tendencias
que buscan resolver las discrepancias políticas por intermedio del
terror, el amedrentamiento o el asesinato. Como no lo estamos cuando ponemos
en sobreaviso a nuestros compatriotas y los persuadimos de salirles al paso
a quienes pretendan hacer del país un escenario más de la disputa
por el reparto del planeta.
Doctor Alfonso López Caballero:
Brindo por que las concordancias alcanzadas entre ustedes y nosotros se consoliden
con el transcurso de los días para bien de Colombia.
Muchas gracias.
HAY BASE REAL PARA LAS CONVERGENCIAS
Febrero 18 de 1986
Palabras pronunciadas por Francisco Mosquera, en acto celebrado en Medellín,
en que el directorio liberal de William Jaramillo Gómez ratificó
sus listas, el 18 de febrero de 1986. Publicado en El Tiempo de febrero 23
de 1986.
Para mí es motivo de enorme satisfacción el
asistir a este evento con el encargo de refrendar, en nombre del MOIR, las
identificaciones que felizmente hemos registrado con el Directorio Liberal
Departamental que lidera el doctor William Jaramillo Gómez. Antes que
nada porque la convergencia que celebramos se lleva a cabo en Antioquia, tierra
a la que me atan nexos indisolubles de afecto y admiración. Hace veinte
años arribé a Medell1n con el propósito de vincularme
a la clase obrera, movido por el criterio de que los trabajadores antioqueños
están llamados a desempeñar un papel descollante en la renovación
del país. Casi que clandestinamente y con el concurso de unos cuantos
compañeros probados, conseguimos infundirle aliento a una tendencia
sindical distinta de las representadas por las tres centrales tradicionales,
y que con el tiempo dio pie a la fundación y extensión del Partido
en una amplia escala. De manera pues que el MOIR tuvo aquí su pila
bautismal.
Cuanto asimilamos en aquellos años de desbroce me ha sido invaluable.
Además de táctica aprendimos cuán imperativo resulta
fortalecer la voluntad de trabajo y no cejar en el empeño hasta la
coronación de las metas proyectadas, virtudes, que nadie como el antioqueño
ostenta y sin las cuales no es posible, adelanto alguno, mucho menos en la
brega revolucionaria. A tal espíritu corresponden las obras con que
esta comarca emprendedora ha coadyuvado determinantemente a plasmar la fisonomía
de la nación, en los más diversos campos de la industria, las
artes y las ciencias: No pretendo hacer historia de los logros ni de sus artífices;
simplemente señalo que la gloria de Antioquia estará siempre
cifrada en contribuir a la grandeza de Colombia.
Ayer no más un equipo médico interdisciplinario nos sorprendió
con la noticia de que se había practicado un exitoso trasplante de
corazón en la persona de un obrero, después de más de
una década de intensa labor investigativa y quirúrgica en cuyo
registro se destacan cientos de intervenciones similares del riñón
y dos del hígado que, si no me equivoco, fueron estas últimas
las primeras en su género de Latinoamérica. El audaz intento,
digno de una mayor divulgación y doblemente meritorio por haberse realizado
sin las mejores condiciones, supliendo las carencias con el ingenio, habrá
de influir beneficiosamente a muchos centros hospitalarios y educativos del
país que asimismo pugnan por no quedarse a la zaga en la tortuosa carrera
del saber. El acontecimiento muestra igualmente cómo, con unas mínimas
enmiendas enrutadas hacia la utilización idónea de las reservas
materiales y espirituales que poseemos en cantidad apreciable, los colombianos
también seríamos capaces de ubicamos a la altura de las conquistas
de la era moderna.
La otra razón de complacencia radica en poder anotar esta noche que
las aproximaciones alcanzadas por el MOIR en el departamento hayan sido justamente
con un sector político aguerrido, de hondo calado y reconocida trayectoria,
que lo inspiran un par de inquietudes características: el estudio cotidiano
de nuestros ingentes problemas y el ansia de conducir a los liberales hacia
posiciones compatibles con los intereses de las mayorías. Su propulsor
es un hombre que no ha temido navegar contra la corriente, pues lo hemos visto
a menudo hundir su estilete crítico en los abscesos morales de un régimen
que se precia de probo. Las gentes elogian aún la pundonorosa denuncia
que formulara con ocasión del nombramiento del penúltimo alcalde
de Bogotá, Diego Pardo Koppel, a causa de que éste había
servido de testigo fletado en los tribunales norteamericanos, Con el objeto
de que el país no lograra recuperar los 250.000 dólares del
célebre caso de la "maleta de Fonseca". A pesar del pataleo
del inquilino del Palacio de Nariño, el funcionario cayó, a
semejanza de su predecesor, Hisnardo Ardila, a quien se le cogió infraganti
alegrando el matrimonio de su hija con orquesta pagada con plata de una de
las entidades del Distrito. Este triunfo no sólo significó una
dura reprimenda al fementido "cambio con equidad" del agónico
cuatrienio, sino que traza toda una línea definitoria respecto a la
cual nos identificamos plenamente con William Jaramillo Gómez. Quienes
traicionan a Colombia no tienen ningún derecho a gobernarla.
Hay muchos otros aspectos claves en los que coinciden nuestros dos movimientos.
Ustedes a través del Congreso, o de los órganos de expresión
han condenado las medidas restrictivas impuestas por el Fondo Monetario Internacional.
Se anticiparon a poner al descubierto las intrigas, rayanas en el fraude,
de que fueron víctimas ahorradores de los llamados Grupos Colombia
y Grancolombiano, hoy bajo la curatela oficial. Se pronunciaron categóricamente
en contra de las gratuitas mercedes en beneficio de la Occidental Petroleum,
compañía cuyas remesas de utilidades quedaron exoneradas de
impuestos en virtud de la reforma tributaria, y que construirá, a través
de una de sus filiales y por un costo de 500 millones de dólares, el
oleoducto desde Caño Limón hasta Coveñas, contrato cedido
sin licitación previa.
La actitud asumida por ustedes frente a los tres puntos anteriores, recapitula
todo un programa de imperiosas transformaciones. La suerte del país
estará echada sin remedio mientras la orientación de su economía
se decida en Nueva York, sus proyectos se redacten en inglés y los
correctivos a tomar sean monitoreados por la alianza internacional de sus
acreedores. Esto no quiere decir, como aclaraba hace poco en Bogotá
durante la proclamación de las listas de Insurgencia Liberal de Alfonso
López Caballero, que hayamos de romper con los Estados Unidos o de
prescindir totalmente del financiamiento externo. Ninguna nación, grande
o pequeña, puede darse el lujo de suspender sus conexiones con el extranjero.
Sin embargo, en el mundo dicha ligazón se mantiene desde tiempos inveterados
sobre la base del lucro de los poderosos y en detrimento de los débiles.
De allí que el primer paso de la larga marcha hacia el progreso de
Colombia consista en el afianzamiento de su autodeterminación nacional.
Sin ella no habrá préstamo que ayude, recurso que rinda o esfuerzo
que fructifique.
Nos hallamos igualmente de acuerdo en que el agio y la usura, esas carcomas
de la iniciativa fecunda de los particulares, han de ser suprimidos de raíz.
En nuestro ámbito nos tropezamos con una serie de deformaciones típicas
de las naciones atrasadas y dependientes. No hemos salido aún de la
artesanía y el minifundio y ya contamos con mastodontes financieros
a los cuales acuden inevitablemente quienes aspiran a fundar o a sostener
cualquier empresa chica, mediana o grande, en la esfera agrícola, comercial
o fabril. Subordinación absoluta que estimula el establecimiento de
tasas de interés confiscatorias y el manipuleo de las acciones de las
sociedades caídas bajo el dominio de un sistema que ha amasado inmensos
caudales estrangulando su único sustento: las actividades creadoras
de bienes y servicios. Al comienzo la fuente se estimó inagotable;
pero tras la quiebra de la industria desfilaron los balances deficitarios
de los bancos. La nueva deidad, como la antigua, también se había
devorado los hijos. Entonces principió a comprenderse que el fascinante
universo de las finanzas era apenas la ganancia de la producción material
impresa en títulos, bonos y cupones. De un modo tal que los diferentes
gremios al unísono recaban la merma del precio del dinero, factor al
cual le atribuyen no poca incidencia en los agudos destrozos del reciente
colapso recesivo o en los retardos de la recuperación. Un período
sin mayores alternativas, al menos en el futuro inmediato, que seguirá
marcado por los graves altibajos y las hondas distorsiones de la economía,
por los concordatos y las nacionalizaciones de flamantes firmas, incluidos
los denominados intermediarios financieros, decretadas no en gracia a la acción
planificadora del Estado, sino como secuela de las bancarrotas. Por eso hablar
de la "revolución del desarrollo" a la manera alvarista,
ignorando estas verdades del barquero, es lisa y llanamente proponer lo contrario
de lo que se prefiere.
En cuanto al aprovechamiento de las riquezas naturales por conducto de los
contratos de asociación con los consorcios de las repúblicas
desarrolladas, valga una glosa parecida a la que arriba consignamos. Nuestro
vasto y accidentado territorio guarda en sus entrañas ricos yacimientos
de combustibles y de materias primas de importancia estratégica; sin
embargo, carecemos en general de maquinarias o de tecnologías avanzadas
que nos permitan la extracción competente de los mismos. Aplazar su
explotación hasta cuando estemos en condiciones de efectuarla por nuestra
propia cuenta sería tanto como inventar la bicicleta. Las voces partidarias
de que el país se amolde a su grado de preparación, por mucho
que crean proteger la patria de los peligros foráneos o pregonen la
necesidad de remediar el desempleo mediante la propagación de las formas
productivas de bajo rendimiento, no hace otra cosa que prosternarse ante el
atraso, propiciando irónicamente los males que combaten. Los árabes
afirman: más vale la cizaña de tu país que el trigo del
extranjero. Adagio fundido en la fragua de una larga y adversa historia de
humillaciones nacionales y que tiene sentido siempre y cuando concierna a
los vitales asuntos de la soberanía. Pero en el terreno de la ciencia
y de la técnica debemos ser conscientes de nuestras deficiencias y
no rehusarnos a recurrir adecuadamente a la experiencia internacional. Tras
la conformación de un Estado compuesto por las clases patrióticas
y democráticas, de la que no excluimos a industriales, agricultores,
ganaderos, ni a ningún estamento o persona que desee colaborar en la
prosperidad de Colombia, los contratos de asociación que se realicen
sobre la base del beneficio recíproco con las compañías
de los centros industriales del mundo no son únicamente viables sino
convenientes. La fobia que entre nosotros despierta ese tipo de asociaciones
proviene con justicia de los daños que éstas le han irrogado
al país, pues las cláusulas suscritas y los encargados de aplicarlas
legitiman las arbitrariedades o las usurpaciones, con lo cual por fuerza renunciamos
a hacer un uso racional, planificado, armónico y soberano de cuanto
nos pertenece.
En suma, las concordancias alcanzadas y que facilitaron nuestra inclusión
y respaldo a las planchas del directorio orientado por William Jaramillo Gómez,
giran alrededor de materias de innegable trascendencia para el porvenir de
la nación y el bienestar del pueblo. Aspiramos por ende a que la cooperación
consiga superar la barrera del 9 de marzo y se acentúe en sus facetas
esenciales. No se trata de desvanecer la frontera entre las dos organizaciones,
ni aun de evitar el brote de opiniones encontradas. Cuando iniciamos el acercamiento
hacia las múltiples afluencias en que se hallan fraccionados el liberalismo
y el conservatismo, conocíamos de los prejuicios, prevenciones o reservas
existentes en el seno de las viejas colectividades respecto al archipiélago
de grupos y subgrupos clasificados bajo el membrete genérico de "izquierda",
un distintivo que en Colombia sirve para todo aunque no exprese nada. Al escuchar
las explicaciones referentes a la unidad, algunos de nuestros nuevos aliados
no ocultaban su asombro de que el MOIR, un partido de corte revolucionario,
saliese en defensa de la actividad productiva de la nación. Otros no
podían creer que proscribiéramos el sabotaje o la destrucción
de máquinas y plantas como instrumentos de lucha en los conflictos
sindicales. Los demás se mostraron vivamente interesados en la consigna
de civilizar la confrontación política, comprendiendo la urgencia
de impedir que el debate partidista o la controversia ideológica se
resuelvan por medio del terror, el atentado personal o cualquier otro expediente
intimidatorio. Realmente ninguna de las agrupaciones con las cuales conversamos
rechazó nuestras sugerencias, al punto de que casi en todas partes
hemos convenido, con los movimientos más disímiles, diversos
mecanismos de colaboración, a fin de no ir solos a las próximas
elecciones. No hicimos por supuesto contacto con quienes por definición
se encuentran al margen de los cuatro enunciados unitarios, particularmente,
con los apologistas de uno y otro, extremo de la Administración Betancur,
cuyos moldes, modelos y modales debieran ser desterrados para siempre de la
vida pública.
Un mes de encuentros, de intercambio de puntos de vista, de despeje de malos
entendidos, me condujeron a la inopinada conclusión de que las confusiones
en torno a los postulados y cometidos de las fuerzas revolucionarias son mucho
más descomunales de cuanto suponemos, fenómeno supremamente
lamentable en un país en donde el socialismo aguarda todavía
por la culminación de las realizaciones democráticas. En ello
han incidido miles de causas: la acción permanente de la propaganda
oficial, el sectarismo y las aventuras de la extrema izquierda, la incipiente
conciencia de clase de los trabajadores y su baja participación en
la política, el desconocimiento de los verdaderos problemas de la nación,
el desprecio por la teoría, etc. Por eso la difusión de nuestras
propuestas ayudará enormemente a esclarecer el panorama, ya que surgen
de las reales, actuales y principales contradicciones de Colombia y no de
la mente de ninguno de nosotros.
¿Existe o no un estancamiento económico de vieja data, ahora
agravado con las exigencias de los prestamistas internacionales? ¿Puede
Colombia desarrollarse sin el pleno rescate de su autodeterminación
nacional, sin el exterminio del agio y de la usura, sin el saneamiento del
fisco, sin la suspensión de las emisiones del Banco de la República,
sin el disfrute racional y planificado de sus recursos? Naturalmente no. Y
esto es precisamente lo que queremos que se dilucide, porque el hambre de
los obreros y los campesinos no va a mitigarse con los comunicados del doctor
Ariel Armel ni con las tienditas del Idema.
Tampoco estamos divagando cuando prevenimos acerca de las acechanzas de la
Unión Soviética. ¿Acaso no ha revivido la Santa Rusia
sus sueños imperiales? ¿No acumula años ocupando con
su propio ejército a Afganistán, y con las tropas de sus testaferros
a Kampuchea y Lao, a Angola, a el Líbano? ¿Con su creciente
influencia en Centroamérica no ha empezado a encender en el Continente
otra conflagración regional dentro de las varias que auspicia tras
sus planes de presionar una nueva repartición del globo? Irrefutablemente
sí. Ello también amerita ser debatido, puesto que el Presidente
Belisario Betancur, por maquillarse de izquierdista en aras de la futura reelección,
agotó su diplomacia congraciándose con los prosoviéticos
de dentro y fuera, amparado en la excusa de la "paz" y a costa de
minar la soberanía y acceder al proselitismo armado de los comandantes
de La Uribe.
La aparición en la arena política de modalidades
de choque francamente degenerativas, que invaden los predios del delito común
y a veces adquieren visos de lances de honor o de venganza, configura otro
de los signos inquietantes de la encrucijada del momento. ¿0 será
que nos lo imaginamos? ¿Pero qué decir entonces del secuestro
reivindicado políticamente, de la centena de fosas abiertas en Tacueyó
para precaver la infiltración enemiga, de los atentados a tres miembros
del Comité Central del Partido Comunista atribuidos a una disidencia,
del ametrallamiento de Oscar Willíam Calvo y Ricardo Lara Parada, de
la muerte de Luis Eduardo Rolón a manos de una cuadrilla de las Farc
que intenta barrer al MOIR en el sur de Bolívar... y del rosario sin
fin de atrocidades consumadas por la retaliación de la derecha? He
ahí el tercer asunto sobre el cual esperamos se arroje luz, por cuanto
el incremento de tal suerte de violencia amenaza seriamente las libertades
públicas y en especial los derechos de las clases laboriosas.
Como se ve, la política esbozada trasciende de las vicisitudes de unos
comicios a los cuales no les restamos incidencia, pues elevarán a la
cima a otro mandatario que, según las apuestas, si no es Barco sería
Gómez, reajuste que desde ya anuncia el desmonte definitivo de la función
belisarista. No obstante, el cambio de Presidente no modifica mucho las cosas.
Con los amigos seguiremos ventilando las pautas de un replanteamiento unitario,
y ante el próximo gobierno, como desde hace veinte años, mantendremos
firmes nuestros mismos reclamos. Sobra añadir que el desarrollo de
la producción nacional, y la preservación de las libertades,
comprendida la de Colombia, constituyen premisas no suficientes pero sí
necesarias para el mejoramiento en las condiciones de vida y de organización
del pueblo, nuestro cuarto y básico objetivo. Aun cuando participamos
en las listas votaremos en las elecciones fundamentalmente por los aliados,
con la contraprestación de poder realizar una extensa campaña
que nos permita la siembra entre las masas de las nuevas ideas. Y sembrar
es esparcir.
Muchas gracias.
DEFENDAMOS Y APROVECHEMOS NUESTROS RECURSOS
Marzo 6 de 1986
Discurso de Francisco Mosquera en acto conjunto realizado en Palmira el 6
de marzo de 1986 con el Movimiento Liberal Holmista. Se publicó en
El Tiempo del 8 de marzo siguiente.
Hemos venido advirtiendo que Colombia, luego de haber saltado
indefinidamente de una frustración a otra, pasa por un trance, si se
quiere propiciatorio, que induce a sustituir las gastadas fórmulas
por los nuevos enfoques puestos a la orden del día tras los duros años
de reveses y calamidades. Desde el plebiscito del 1º de diciembre de
1957, que protocolizara esa dulce armonía en torno a un Poder instaurado
sin la menor oposición, no habíamos asistido a un entreacto
como el presente, en el cual las juntas de los gremios, el clero, los militares
y las vertientes descontentas de los partidos tradicionales se duelen, a veces
en voz alta, de los trastornos económicos y la descomposición
galopante, del endeudamiento externo y sus desastrosas secuelas, del fracasado
invento pacificador y el desborde de la violencia, imputando todos a una las
desgracias de la ciudadanía a los erráticos manejos de los asuntos
públicos. La contingencia no puede menos de promover el acercamiento
entre los distintos estratos sociales severamente perjudicados con los desarreglos
de la crisis, o entre las agrupaciones preocupadas en serio por el porvenir
de la nación. El encuentro de esta noche lo corrobora a carta cabal.
Cierto que las elecciones nos han suministrado el motivo, pero el hecho de
que dos destacamentos tan dispares en su procedencia y número de seguidores
hayan conseguido reunirse, discutir sobre los diversos aspectos de interés
común y disponer unas formas mínimas de cooperación,
no estando imperiosamente obligados a coligarse para concurrir a las urnas,
muestra hasta dónde los graves desbarajustes del país y sus
inseguras perspectivas han de dar ocasión a un realinderamiento político
de insospechadas resonancias y amplitud. Tanto más cuanto que cualquier
tarea a emprender conjuntamente por ambas fuerzas no sería factible
sin la supresión, de parte y parte, de las naturales reticencias de
quienes en nuestras filas no juzgan conveniente el que liberales y moiristas
alternen o aparezcan en las mismas tribunas. Y por eso me complace colaborar
hoy con mi granito de arena al cometido de desvanecer las aprensiones o los
recelos que aún obstruyen los entendimientos alcanzados, conociendo
de sobra que las huestes holmistas del Valle del Cauca configuran uno de los
baluartes más sobresalientes del liberalismo de avanzada, y a cuyo
principal forjador, el propio Carlos Holmes Trujillo, le punzan como a nosotros
los escasos incrementos de nuestras labores productivas, la mengua de la soberanía
nacional colocada hace rato en entredicho, los brotes de terror con que últimamente
se han pretendido zanjar las rivalidades partidistas y la vertiginosa depauperación
de las masas populares.
Sin embargo, considero que tales concordancias, ni aquí ni en ningún
otro departamento, se hubiesen traducido en una acción concreta sin
los desengaños cosechados por el mandato betancurista, un régimen
que vivió para las apariencias, ardiendo siempre en deseos por embellecer
su estampa y pensando no en solventar las múltiples privaciones de
la población sino en salir airoso de ellas. Calificó de egoísta
al sistema financiero y expropió a Michelsen Uribe, condenándolo,
para remate, al destierro voluntario, sin disminuir por ello las dádivas
con las cuales colmara a los competidores del Grupo Grancolombiano ni las
voluminosas partidas con que se han cubierto los desfases de la banca. "¡Que
tiemblen los pillos!", fue la agria reprensión que Belisario Betancur
les profiriera a sus subalternos con el objeto de moralizar algunas dependencias
del aparato administrativo... no todas. Con el "no se derramará
más sangre colombiana", lisonja dirigida a los bandos insurrectos
antes que al Ejército, trató también de ganarse las palmas,
no importándole si sus demagógicas benevolencias derivaran hacia
la degollina que estamos contemplando. Con Contadora tampoco ha conseguido
aplacar el incendio de Centroamérica, una confrontación prendida
y determinada por la disputa Este-Oeste, y de la cual nuestro mandatario ha
sabido beneficiarse a fin de extender su aura de pacifista al concierto internacional,
lógicamente a expensas del doble juego de tenderles una mano a los
fantoches del imperialismo soviético, mientras suscribe con la otra
el Plan Reagan para la Cuenca del Caribe.
Algo análogo ha sucedido con sus ofertas de congelar los impuestos
y construir casas para pobres, así como con el resto de las obras consignadas
en el "cambio con equidad": que bajo su perído hubo cuatro
enmiendas o apretones tributarios; que se aceleró la tugurización
de las ciudades por cuenta del ICT, y que los amnistiados tuvieron en sus
promesas incumplidas la mejor excusa para volver a declararle la "guerra".
Un método de gobierno nada aconsejable. Cada situación difícil
se encubre tras habilidosas explicaciones, y con evasivas se atienden los
sentidos reclamos. A falta de ejecutorias que exhibir se hacen alardes de
gran corazón y buena voluntad. Las complicaciones se sortean con astucia
y con astucia se lavan los yerros. Es el estilo de mando que ciertos personajes
de muchas campanillas todavía le recomiendan a Colombia, evidenciando,
sin saberlo, la famosa premonición de Francis Bacon, el padre del materialismo
inglés: No hay cosa que haga más daño a una nación
como el que la gente astuta pase por inteligente.
Empero, lo verdaderamente lastimoso reside en que a esta administración
espectáculo, cual la catalogara Carlos Lemos Simmonds, le haya correspondido
sentar sus reales durante el lapso menos apacible en la historia sesquicentenaria
de la vieja república. Justo a partir de 1982 empezaron a percibirse,
una tras otra y en su plena función paralizante, las deformaciones
estructurales incubadas en el transcurso del siglo. Por aquel año hacía
sus destrozos la última y más aguda depresión del mundo
occidental desde la quiebra de 1929, y se había entablado el ineludible
pleito entre los países deudores y las agencias prestamistas internacionales,
contradicciones explosivas que también sacudieron a Colombia. En lo
interno, los otrora inexpugnables poderes de la élite de las finanzas
cayeron en delicadas anomalías, provocando la intervención gubernamental
en varias oportunidades; pequeños y grandes fabricantes, tras haberse
declarado insolventes o en bancarrota, convinieron concordatos con los acreedores
en procura de mantener a flote sus industrias; la agricultura y la ganadería
sufrieron tales retrocesos que los colombianos, al decir del presidente de
la ANDI, acabamos preparando los platos típicos con alimentos traídos
de afuera, y la primera autoridad económica, el gobierno, acosada por
el sucesivo déficit presupuestario, cuya cuantía no admite antecedentes,
tuvo de continuo que emitir papel moneda atizando la inflación y ensombreciendo
aún más el panorama. Y todo esto ocurre precisamente bajo las
lindezas del "sí se puede" y en una encrucijada en la que
afloran las mutaciones genéticas de una sociedad en transición,
entre las cuales vale la pena mencionar el desmoronamiento de la antigua hacienda
patriarcal campesina, el predominio del dinero sobre la tierra, el éxodo
de las masas rurales hacia los centros urbanos, el auge del capitalismo de
Estado, la incidencia creciente del comercio internacional, o sea aquellas
modificaciones operadas de modo paulatino e imperceptible pero que con el
tiempo han terminado por plantear a nuestro pueblo retos singulares en los
ámbitos de la conducción y planificación económicas,
la técnica y la ciencia, el bienestar social y la soberanía
de la patria.
Al desatarse el dormido volcán de la deuda que apercuella a la América
indigente, se reparó con angustia en que las principales entidades
del orden oficial y privado, sin excluir a los bancos, se hallan hipotecadas
hasta la coronilla e impelidas a girar al exterior, en divisas cada vez más
costosas, unas sumas sencillamente inasequibles. Las remesas por ese concepto
llegan a US$ 1.200 millones, lo que equivale, dentro de los márgenes
de una balanza comercial por lo común adversa, al 35% de nuestras exportaciones
de 1985, proporción suficiente para absorber las ganancias del país
y vedarnos cualquier posibilidad auténtica y autónoma de progreso.
Las firmas particulares contabilizaron compromisos por cerca de 4.000 millones
de dólares. Los de sólo tres sociedades, Avianca, Fabricato
y Coltejer, ascienden a más de 44.000 millones de pesos al cambio de
la fecha, que lograron finalmente refinanciar gracias al patrocinio del Ejecutivo.
Frente a tan pesada exacción se han pronunciado con entereza industriales,
agricultores y comerciantes. Inclusive algunos expresidentes se atrevieron
a sugerir, no la suspensión deliberada de los pagos, mas sí
el virtual incumplimiento por fuerza mayor o inopia absoluta. Personalmente
creo que semejante desenlace resulta utópico, dadas las férreas
ataduras de variada índole existentes entre las neocolonias del sur
y las metrópolis del norte, que condicionan tan drásticamente
los negocios y el funcionamiento íntegro de los deudores como para
que éstos no acepten, bajo las circunstancias políticas reinantes,
una salida transaccional a la usanza mexicana. De un modo o de otro, lo digno
de relevarse radica en que tras los infortunios del cuatrienio se ha ido sacando
en limpio una conclusión inobjetable, bosquejada por nuestro Partido
desde el mismo día su nacimiento y en la que concordamos con el doctor
Holmes, que el desarrollo al debe no es tal, sobre todo cuando los préstamos
se contratan bajo términos onerosos, se dilapidan o destinan a operaciones
no rentables. Colombia nunca será próspera mientras no disponga
soberana y adecuadamente de los frutos de su propio trabajo.
Hace veinte días los cerealeros reprodujeron en la prensa unas declaraciones
en nombre de su gremio, Fenalce, a través de las cuales repudian sin
pestañear los lineamientos, o mejor, los tumbos e inconsecuencias de
la rama ejecutiva con respecto a la problemática del agro colombiano,
como también lo expusiera por su lado la Sociedad de Agricultores de
Colombia, SAC. Aquellos ponen énfasis en el encarecimiento de la maquinaria
y de los servicios de preparación, siembra y cosecha, debido a la sobrecarga
de los aranceles y del IVA. Alertan acerca de las cláusulas exigidas
por el Banco Mundial para adjudicarnos un crédito de US$ 250 millones
con destino a la agricultura, por cuanto implican abrir el camino al ingreso
indiferenciado de productos alimenticios extranjeros de los que nuestra "vocación
agraria" ya depende en un millón cien mil toneladas cada doce
meses. Y demandan, en forma textual, "una política agropecuaria
coherente, decidida y estable que incentive la inversión agrícola".
El MOIR estampa su firma en este pedido, a semejanza de muchos aliados que
nos han dicho estar dispuestos a adherir la suya a nuestras cuatro sugerencias
unitarias. No es cuestión de inquirir si los empresarios del campo
hacen de la necesidad virtud; la ciega y traumática evolución
de los acontecimientos se ha encargado de enseñarnos a la maravilla
en dónde yacen los obstáculos para el normal avance del engranaje
productivo de la nación.
Acá no más, en la zona azucarera, la mayor de nuestras concentraciones
proletarias, observamos asimismo cuán nocivos son los rigores de la
contracción. La industria de la caña, que presencia impotente
la merma significativa de su rendimiento en cuanto a la cantidad elaborada,
al perímetro cultivado y a los cupos de empleo, ha sido víctima,
a su turno y con arreglo a sus peculiaridades, de las desventajosas relaciones
imperantes dentro del mercado mundial. Los proyectos de ensanche que con desmedido
optimismo diseñara en 1975 se fueron a pique tras el abrupto descenso
del precio internacional del azúcar, el cual se cotizó a dos
centavos y medio de dólar la libra el año pasado, cuando se
calculaba que no bajaría de ocho durante el período. Los ingenios
quedaron en la estacada, en especial aquellos que se decidieron a endeudarse
externamente con miras a alcanzar mayores niveles de eficiencia, acentuando
con sus reducciones la mengua del comercio y de los demás quehaceres
de la región. A por lo menos diez mil obreros se les ha despedido y
la cifra podría fácilmente doblarse si continúan, según
parece, la superproducción de sacarosa y las medidas proteccionistas,
tendencias ambas impulsadas por los grandes emporios.
Los procederes inequitativos vienen de atrás y nos han ocasionado la
ruina en ocupaciones como el laboreo del trigo, del que prácticamente
nos autoabastecíamos a principios de la década del sesenta,
mientras ahora importamos 600.000 toneladas, uno de los muchos asoladores
efectos de la conocida Ley 480 de 1954 por la cual el congreso de Norteamérica
ha financiado la venta en nuestros países de buena porción de
sus excedentes agrícolas. El cerco va estrechándose con el correr
del tiempo, al punto de que a la tempestad de protestas se han unido actualmente
hasta los afortunados exportadores de flores de la Sabana de Bogotá.
En ninguna parte el futuro de los pueblos se ha edificado con pétalos
de rosa; no obstante, a los floricultores colombianos les asiste la razón
al quejarse de los artilugios discriminatorios de la Comunidad Europea, máxime
cuando algunas repúblicas de esta alianza, por ejemplo Francia, han
obtenido, u obtienen, innegable beneficio de sus intercambios con nosotros.
De suerte que la prosperidad del país se cifra tanto en un justo desenvolvimiento
de sus vínculos con los monopolios foráneos como en una competente
y planificada utilización de sus recursos.
Dos factores que se hallan al arbitrio de quienes controlan el Estado, el
centro supremo que en la Colombia de hoy interviene en todo, desde graduar
el coste de los bienes y servicios hasta definir los contratos de asociación
con los dueños de medio planeta. Pero ni lo uno ni lo otro. Ahí
están los casos del petróleo, o del carbón y del níquel,
cuyas explotaciones se efectúan mediante sendos convenios estipulados
preferentemente con compañías norteamericanas, los cuales, a
causa de sus ilicitudes y de los perjuicios que nos acarrean, han recibido
las desaprobaciones de los más dispares matices de la opinión.
O el precedente no menos infausto del Pacto Andino, con el que, conforme a
los pronunciamientos oficiales, las naciones del área arribarían,
firme y mancomunadamente, a la edad madura de su crecimiento, siendo que siguen
en mantillas al cabo de tres lustros y pico, sin haber coronado los programas
sectoriales de desarrollo, ni la conversión de las empresas extranjeras
y mixtas en nacionales, ni el acoplamiento entre los países signatarios,
demostrándose cómo el experimento escasamente tendía
hacia la creación de un mercado ampliado que tornase atractivas y gananciosas
las multimillonarias inversiones de los conglomerados de las potencias industrializadas.
No es que nos opongamos a tales transacciones y menos a la integración
latinoamericana, o que nos rehusemos por principio a la entrada del capital
extranjero, o a asociarnos con él; por el contrario, estos elementos
pueden transformarse en palancas de la modernización nacional, siempre
y cuando se encaucen a suplir los vacíos dejados por el atraso secular
y no a extraer a rodo nuestras riquezas y sin contraprestación alguna.
El proceso que vivimos de nacionalizaciones y la correspondiente e inexorable
expansión del sector público, su robustecimiento económico,
su papel regulador cada día más descollante, en suma, el apogeo
del capitalismo de Estado, representa una herramienta formidable con la cual
Colombia respondería a las acucias de su propia reconstrucción,
de manera "coherente, decidida y estable" para expresarlo con las
palabras de Fenalce, si ese poderío fuese otorgado a los obreros, campesinos,
empresarios, comerciantes, valga decir, a las clases interesadas en el incremento
de la producción, y, por ende, se orientara no sólo hacia la
defensa de nuestros medios y disponibilidades sino hacia el aprovechamiento
armónico de los mismos. Mas no planificamos ni protegemos lo que nos
pertenece. Se asiente a cuanto indiquen los monitores internacionales y se
confía demasiado en las leyes de la oferta y la demanda. El Ministro
de Agricultura, durante del lanzamiento en Cali del Programa Nacional de Tenderos,
contestó a los reparos de los gremios admitiendo, como si tal cosa,
que a su cartera le había faltado continuidad en sus prospecciones.
De este tenor son las providencias y los mea culpa de nuestros funcionarios.
Los cambios mínimos que estamos proponiéndoles a demócratas
y patriotas se limitan, pues, a suprimir las causas de nuestro estancamiento
y se apoyan en las conquistas materiales y espirituales gestadas, a pesar
de todo, en el seno de la sociedad colombiana. A veces el quid del asunto
se reduce a recordar las olvidadas lecciones de los prohombres, del siglo
XIX, los primeros organizadores republicanos, quienes se levantaron contra
los censos, los diezmos y las alcabalas heredados de la Colonia, esas restricciones
que ahogaban el comercio, tan vital para el incremento de las manufacturas.
Un Salvador Camacho Roldán canta loas al "¡impuesto directo,
progresivo y único!"; y Santander vuelve del exilio y arremete
de nuevo a comienzo de los treintas contra la tributación indirecta
que había restaurado Bolívar a finales de los veintes. Estas
pugnas se han revivido sobre el mismo suelo, aunque en otra época y
con otros actores. Los alcabaleros contemporáneos, retrotrayéndose
dos centurias, plagaron la legislación con gravámenes al consumo,
entorpeciendo el tráfico de los artículos y ameritando así
las rectificaciones reivindicadas por comerciantes y productores. Quienes
empuñan el timón han andado siempre en contravía. Se
propende a la libre concurrencia en las operaciones mercantiles con el exterior,
mientras internamente se las coarta de mil modos, que es cuanto acontece con
la espiral inflacionaria, activada por las ininterrumpidas emisiones del Banco
de la República y éstas a la vez por los astronómicos
faltantes del gobierno, círculo vicioso que habrá de cortarse
de un tajo si aspiramos a progresar.
Como ustedes aprecian, se trata de modificaciones a cumplir en el marco de
una revolución democrática, en el sentido económico-burgués
del vocablo; un vuelco que ha quedado inconcluso y que no por su carácter
deja de ser menos profundo y beneficioso. No necesariamente abrazan las tesis
del socialismo aquellos que rechacen los chantajes del Fondo Monetario Internacional
y protejan la independencia de la nación ante las coacciones de los
poderosos de Occidente, y las acechanzas del expansionismo soviético;
ni tampoco los que recaben la intervención y la regulación estatales
en bien de la colectividad y no del enriquecimiento de unos cuantos privilegiados.
Me resta únicamente hacer votos por que las identificaciones logradas
entre el Movimiento Liberal Holmista y el MOIR en torno a tales propósitos
se afiancen y proyecten, más allá de las escaramuzas electorales,
pues se fundamentan en la acción unificada de las grandes mayorías
y no en la sustitución de unos presidentes por otros, quienes en Colombia,
aun cuando desciendan en medio del estragamiento de las gentes, caen parados
como tentetiesos esos muñecos a los que les pesan más los pies
que la cabeza.
Muchas gracias.
EL MOIR INSISTE EN EL FRENTE ÚNICO
Diciembre 12 de 1987
Publicado en El Tiempo del 13 de diciembre de 1987.
En su edición del 12 de noviembre, Voz, el periódico
del Partido Comunista, acusa al MOIR de llevar a cabo reuniones con fuerzas
oscuras en las cuales se recolectan fondos y se montan planes subrepticios
de propaganda fascista. Tal infundio nada tiene de raro. Aquella agrupación
ha respondido siempre a sus contradictores con el único fruto de su
ingenio: la calumnia. Lo execrable del asunto radica en la sórdida
intención de responsabilizarnos o involucrarnos de cualquier modo en
la guerra sucia que ensangra a Colombia. Los actos a que aluden como prueba
de la conjura son los foros efectuados en varios departamentos con la amplia
concurrencia de dirigentes políticos, gremiales y sindicales. De la
labor instigadora inculpan directamente y con nombre propio a Marcelo Torres
por su activa participación en tales eventos; a José Fernando
Ocampo, del Comité Ejecutivo de Fecode, por su brega en los medios
universitarios, y al periodista Leonel Giraldo por las defensas que realiza
de los criterios consignados en su libro sobre Centroamérica.
Queremos enterar a la opinión de tamañas maquinaciones, tanto
más cuanto que en los últimos meses se vienen insinuando, de
muchas maneras y en diversos sitios, señalamientos semejantes contra
nuestro Partido. La situación del país no está ciertamente
para gastar jugarretas de este género. Fuera de que nunca aceptamos
que el atentado personal, la extorsión o el secuestro configuren procedimientos
compatibles con los anhelos de superación del pueblo colombiano, nosotros
fuimos los primeros en llamar la atención sobre la urgencia de civilizar
la contienda política, una consigna que hoy se halla a flor de labio
en las toldas de todas las tendencias, sin excluir a quienes secundaron el
tramposo apaciguamiento del señor Betancur.
Cuando proponernos un frente único por la salvación nacional
y nos aproximamos a industriales, agricultores, ganaderos, comerciantes, clérigos
y militares en retiro, sólo nos mueve el interés de resguardar
a la patria de los azarosos peligros externos e internos que la acechan. Desde
el exterior nos amenazan las ambiciones hegemonistas de la Unión Soviética,
cuyos fantoches ya huellan el suelo de América con su paso de ganso.
Nos inquieta que Colombia corra la suerte de las gentes de Afganistán
inmoladas en los altares de un extraño socialismo; de la república
vietnamita que arrambla a sus débiles vecinos por cuenta de los amos
del Norte, o de la Angola invadida y humillada por las tropas cubanas que
guerrean bajo la divisa del rublo. En lo interno abogamos por el establecimiento
de una democracia que coloque a los ciudadanos y a los partidos, sin salvedades,
en un pie de igualdad ante la Constitución y las leyes. No se trata
de una fórmula nueva, ni de la panacea milagrosa que algunos exaltan,
pero sí representa un principio clave por medio del cual las masas
populares y los sectores de avanzada conseguirían organizarse y batallar
en provecho de las mayorías. Sin embargo, a partir del pasado cuatrienio
y echando mano de mil trucos se protocolizó una preferencia política
a todas luces violatoria del orden jurídico prevaleciente, la de garantizarles
a los exclusivos beneficiarios de los pactos del cese al fuego el disfrute
de las prerrogativas consagradas en la norma escrita, y aun de las mercedes
del Estado, sin haberles exigido siquiera la promesa de deponer las armas
con que intimidan a sus adversarios y los destierran de las áreas en
pugna. No más el domingo 22 de noviembre, la gavilla de las Farc que
ejecutara en Arenal, Bolívar, a nuestra militante Aidée Osorio,
volvió allí bajo el mando de un tal "comandante Camilo"
y ante la mirada atónita de los moradores de la localidad masacró
sin clemencia a los compañeros Rafael Mendoza y Genaro Gómez.
Nadie responde por los crímenes cometidos contra miembros del MOIR,
a pesar de que hemos conminado públicamente a los mentores de los victimarios
a que no los encubran. Y ahora resulta que quienes han recurrido a la justicia
privada y a otras modalidades delictivas para imponer su predominio, que han
concertado las más peregrinas alianzas con la burguesía y expandido
su brazo armado bajo el auspicio oficial, que a comienzos de la reimplantación
del régimen liberal elogiaron al ministro de Defensa con la inútil
esperanza de neutralizarlo, se reservan el derecho de achacarnos sus mismos
desafueros y de prohibirnos hablar con personas y estamentos influyentes,
so pena de aparecer cual inspiradores de la matanza desencadenada.
Con la grotesca tergiversación de las contradicciones los jefes del
Partido Comunista no solamente buscan ponernos de blanco de su negro terror,
sino justificar los desastrosos desaciertos de su táctica. No nos perdonan
nuestros certeros pronósticos respecto al experimento pacificador,
ni el haber pedido la supresión de los factores que han hecho posible
la crisis de moral reinante, empezando por las singulares franquicias otorgadas
al abrigo de la tregua, el diálogo y la "paz". Si un grupo
estima que el país se encuentra en la insurrección o al borde
de ésta y decide correr los albures del levantamiento bélico,
que lo intente. Cada cual hace de su capa un sayo. Mas fantasear con la "guerra"
tras el propósito de obtener ventajas del gobierno o supremacías
sobre el resto de la población, delata una apetencia insaciable e inadmisible.
Han sido justamente tales vivezas y no nuestras fundamentadas denuncias las
que han permitido la proliferación de los llamados grupos de autodefensa.
Antes de la amnistía los hubo en algunas regiones convulsionadas por
conflictos de tierras; en la actualidad se han regado por el territorio patrio
y con el concurso de distintos estratos sociales. En un pronunciamiento anterior
indicamos los riesgos de este grave fenómeno, subrayando cómo
los prosélitos encargados del trabajo legal recibirían los golpes
de la vindicta, así la dirección de la Unión Patriótica,
al estilo del avestruz, crea despistar a amigos y enemigos con informes de
prensa en los cuales se declara desligada por completo de las Farc. Hasta
el presidente Barco, tan pacienzudo y tan sobrio en sus conceptos, osó
sostener, delante de la comisión que lo visitara a raíz del
asesinato de Jaime Pardo Leal, que se estaba cobrando "en cabeza"
de la UP los "actos violentos" de quienes "persisten torpemente
en su empresa terrorista".
Para pretender acallarnos hay otros motivos. El MOIR fue el único entre
todos los partidos que se abstuvo de participar en los trapicheos de la pacificación.
Advirtió que el reintegro civil de los insurrectos no podía
supeditarse a la anulación o recorte de las disparidades económicas
existentes en la sociedad colombiana, pues con ello se levantaba un obstáculo
artificial e ineludible para el desarme y se daba aliento teórico a
la aventura de la sublevación. Luego de que las Farc masacraran a varios
de nuestros cuadros y ante la ausencia de un auténtico ambiente democrático,
exigimos acabar con las dilaciones, proceder a la desmovilización y
cumplir con las expectativas creadas al inicio de los contactos entre las
autoridades y la guerrilla. Prerrequisitos que la presente administración
ha ido también remarcando para llegar a un acuerdo definitivo con los
alzados de La Uribe y detener la violencia. ¿Acaso no se ajustan a
la realidad estas precisiones? ¿Es que las ambigüedades de los
armisticios suscritos en agosto de 1984 no nos han alejado de la civilización
y conducido a la barbarie? ¿En qué paró la encomiada
apertura?
El procurador preconiza que la democracia en Colombia está regida por
la "ley de la selva"; el ministro de Gobierno sostiene que únicamente
va quedando viable la "solución militar"; el consejero de
la rehabilitación se siente "casi que utilizado por quienes hablan
de paz y responden con los fusiles"; el doctor Carlos Lleras Restrepo
llama a no prolongar la "farsa de la tregua"; el ejército
se toma cada vez más en un cuerpo deliberante con amplia audiencia
en el concierto nacional; el extremoizquierdismo coligado trueca sus viejas
reivindicaciones reformistas por una contradictoria mezcla de clamores contra
el miedo y por la vida; el Partido Comunista convoca a la "resistencia"
y a actuar "en todas las formas contra los asesinos del pueblo, sus incitadores
y promotores"; el presidente de la UP no descarta la alternativa de la
abstención en los próximos sufragios; el Parlamento aprueba
una importante suma dirigida a fortalecer la capacidad operativa de las Fuerzas
Armadas, y el colombiano raso ya no cree ni espera nada agradable de las declaraciones
de buena voluntad de los firmantes de los convenios de la conciliación.
Los acontecimientos les han vuelto la espalda a los estrategas de la astucia,
la intriga y la falacia. El mantenimiento simultáneo de la "guerra"
y de la "paz", una variante de la "combinación de todas
las formas de lucha", en lugar de haber ensanchado las libertades públicas,
las ha obstruido. Algo comparable sucede con los procedimientos criminosos
como el secuestro, elevado por el fundador del M-19 a la categoría
de método proletario de combate, que desacreditan la causa revolucionaria
y frenan el ascenso popular. Lo irrefutable de todo este largo período
de confusión, del cual todavía restan liberales que ven en la
sombra de Bateman al más grande ideólogo de la revolución,
es que el MOIR se ha opuesto solo y resueltamente a dichas desviaciones, cuyos
abanderados acaban de lanzar su último mensaje con la voladura de Cementos
Rioclaro, una acción inconcebible, un regreso a la edad de oro del
anarquismo, cuando la pelea se encaraba no contra las relaciones de producción
sino contra la producción misma.
Casualmente, en los encuentros que estamos convocando con voceros gremiales
y políticos, además de la salvaguardia de la soberanía
nacional y de la erradicación del crimen cual instrumento de las lides
partidistas, se ha enfatizado en otros dos aspectos no menos vitales para
las corrientes democráticas y patrióticas: el fortalecimiento
de la capacidad productiva del país y la satisfactoria acogida a las
demandas de las masas laboriosas. Los trastornos económicos de la década
les confieren especial relevancia a estos puntos, de cuya atención
dependen bastante los logros del frente único propuesto. Aunque los
balances de 1987 empiezan a registrar cierta recuperación, y entre
determinados círculos empresariales se percibe complacencia a causa
de uno que otro estímulo propiciado por el Ejecutivo, comprendidas
las reducciones tributarias de la Ley 75 de 1986, sobre la industria y el
agro gravitan dificultades múltiples. De un lado, la reactivación
observada corresponde al curso normal de la crisis recesiva que ya culminó
mundialmente, mas no obedece a un esfuerzo concertado de la nación;
y del otro, se divisan los síntomas de una depresión próxima,
que, según algunos analistas, sería de mayor envergadura que
la del lustro pasado.
A las deformaciones estructurales características del Tercer Mundo,
como las altas tasas de desempleo, el tradicional rezago del campo, la estrechez
del mercado interior y el peso asfixiante de un siglo de relaciones necolonialistas,
se les suman las lesivas consecuencias del endeudamiento externo, los caóticos
malabares de la red bancaria, el manejo especulativo del comercio exterior,
el desorden ocasionado con el constante aumento del déficit fiscal,
la inflación permanente, el despilfarro, las destinaciones no rentables
de los empréstitos, el acometimiento de proyectos faraónicos
de discutible prioridad y el resto de males derivados de la falta de una planificación
estatal efectiva. Muchas de esas obstrucciones podrían apartarse sin
acudir necesariamente a las palas de la revolución, siempre y cuando
cuaje un poderoso movimiento unitario que presione y haga conciencia acerca
de las circunstancias propicias que se originarían con un consistente
auge en los ámbitos de la producción nacional. El 20 de mayo,
dos días antes del foro efectuado en Bogotá, en carta remitida
a la Dirección Nacional Liberal, los presidentes de Acopi, Fenalco,
ANDI, Camacol, Fedemetal, SAC, Asobancaria, Fedegán y Acoplásticos,
pusieron de ejemplo la "anchurosa alianza" planteada por el MOIR,
en contraste con los amagos de aquel directorio de borrar de sus estatutos
la representación de los gremios. Muestra palpable del entusiasmo que
suscita una política de convergencia entre cuyas miras se contemple
el propender al progreso y atacar el atraso. Al pueblo le interesa menos que
a nadie el estancamiento económico. Las tesis de los liquidacionistas,
conforme a las cuales entre más extendida sea la indigencia de las
masas más cerca estaremos de un cambio del sistema, carecen de cualquier
validez. La destrucción de oleoductos o de fábricas no allana
la senda de la emancipación social. Por el contrario, el incremento
de la mano de obra, sobre todo en una nación relegada y menesterosa
como Colombia, les sirve principalmente a los trabajadores, puesto que los
robustece y les proporciona mejores condiciones para sus conquistas, lo mismo
materiales que espirituales.
Desde luego que la coalición de clases y capas disímiles, a
veces contrapuestas, pero identificadas en los fines enunciados, supone concesiones
mutuas, de carácter positivo, que no vulneren los fueros fundamentales
ni de la patria ni de los ciudadanos. Son innumerables las personalidades
que durante el transcurso del año han exhortado a contener con la más
vasta unidad el proceso de disolución que nos mina. Entre ellas se
destacan las de los exmandatarios Lleras Camargo, Lleras Restrepo, L6pez Michelsen,
Turbay Ayala, Mosquera Chaux, y Pastrana Borrero; las de la Iglesia por intermedio
del cardenal Alfonso López Trujillo, y las de algunos oficiales del
estamento castrense. No obstante, dentro del consenso general disuena la actitud
del gobierno empecinado en comprar pleitos perturbadores e inoportunos. No
otra cosa significa salir con la revisión del Concordato, un asunto
espinoso que inevitablemente indispone a las autoridades eclesiásticas,
enturbia el examen de los candentes problemas actuales y cuya discusión
bien puede aguardar a la llegada de calendas menos borrascosas. Pasa igual
con la incomprensible reticencia del primer magistrado a entablar oficialmente
conversaciones con el Partido Social Conservador, en procura de un acercamiento
en torno a intereses colectivos y no sobre el reparto de los cargos públicos,
tal y como lo han puntualizado las cabezas visibles de la "oposición
reflexiva". Otro tanto cabe agregar a propósito de la agudización
del diferendo con Venezuela, cuando ni allá ni aquí prevalece
el ambiente indispensable para hallar una solución que ha de ser amigable
y definida de común acuerdo. La ruptura del buen entendimiento con
el hermano país y las tensiones fronterizas socavan las energías
nacionales, incluidas las del Estado, en un momento crucial en el que la barbarie
de cada día nos persuade a dirigir los esfuerzos hacia la tarea de
ordenar la casa.
Antes que escarceos nacionalistas, antes que utópicos ofrecimientos
de extinguir la pobreza, Colombia requiere rescatar la democracia, el medio
insustituible de la lucha del pueblo. Y que se dialogue, para arrumbar o posponer
cuanto entrabe la integración del frente único reclamado con
insistencia por nosotros y otras vertientes ideológicas, no para volver
a las andanzas de la administración Betancur. Por eso nuestros calumniadores,
a la hora de rendir cuentas, se descargan endosándonos las trágicas
consecuencias de su tramoya pacifista; pero entre menos se ciñan a
la verdad histórica más claramente se establecerá que
en esta coyuntura la razón estuvo del lado del MOIR.
LA NACIÓN SE SALVA SI CORRIGE SUS ERRORES
Febrero 2 de 1988
Discurso pronunciado por Francisco Mosquera en el acto que este movimiento
realizó el día 2 de febrero de 1988, en el Centro de Convenciones
Gonzalo Jiménez de Quesada, en el acto de respaldo a Juan Martín
Caicedo Ferrer en su campaña por la Alcaldía de Bogotá.
Publicado en El Tiempo del 7 de febrero siguiente.
Amigos y compañeros:
El encuentro de esta noche lo hemos convenido con el objeto de protocolizar
el respaldo del MOIR al doctor Juan Martín Caicedo Ferrer como candidato
a la alcaldía de la Capital de la República. Acontecimiento
que termina por perfilar las características singulares de una postulación
de notable importancia, no sólo porque ha logrado ganarse las simpatías
de muy diversas corrientes, sino debido a la influencia que sin duda habrá
de ejercer en el futuro inmediato de la nación. Más que la suerte
de Bogotá, con todo y tratarse del primer municipio de Colombia, lo
que está en juego es un imperioso realinderamiento de las fuerzas políticas,
la reconsideración de muchas estrategias equivocadas, la posibilidad
de una enmienda histórica. El propio expresidente Carlos Lleras Restrepo,
pasando por encima de conocidos afectos y antiguas discrepancias, resolvió
darle impulso a la promisoria tendencia, tras condenar las maniobras de los
grupos auspiciados bajo cuerda por el Ejecutivo y prevenir acerca de los falsos
conflictos generacionales que anteponen las ambiciones de unos cuantos a la
solución de los graves problemas del país. Algo semejante podemos
señalar de los conocidos gestores del Movimiento Nacional Conservador,
que al decidir coligarse con uno de los principales matices del liberalismo,
fuera de quitarle piso al trillado esquema de partidos de gobierno y de oposición,
allanan la senda a la acción unitaria entre agrupaciones de diferente
origen mas identificadas en objetivos básicos. Otras vertientes conservadoras
también han ofrecido su concurso, reafirmando el hecho de que, al cabo
de tantas dubitaciones, la alianza puesta en marcha consiguió por fin
aglutinar a un buen número de adversarios y copartidarios de la administración
actual. De nuestra parte, el compromiso que en este acto refrendamos ante
la opinión pública, lejos de ser la movida de último
instante para sortear las contrariedades de unos comicios accidentados como
pocos, constituye el curso lógico de la posición que hemos venido
sosteniendo desde 1983, cuando comenzamos a alertar sobre las caóticas
implicaciones del "sí se puede".
Personajes y dirigentes de las distintas actividades de la sociedad colombiana
con quienes hemos conversado nos sirven de testigo de nuestra insistencia
en la necesidad de un contundente viraje que rescate las reglas de la democracia,
apuntale la soberanía de Colombia, promueva la producción nacional
y atienda las reivindicaciones del pueblo. Con casi todos ellos coincidimos
en el análisis y en las soluciones, particularmente con los doctores
Hernando Durán Dussán, Julio César Turbay Quintero, Gustavo
Rodríguez, Juan Diego Jaramillo, Alberto Santofimio Botero, José
Manuel Arias Carrizosa y, por supuesto, Juan Martín Caicedo Ferrer,
para mencionar únicamente algunos de los promotores de la vasta convergencia
llamada a librar la batalla por Bogotá y por el replanteamiento.
A su vez los sectores empresariales de varias secciones del país aceptaron
organizar foros altamente representativos, en los cuales se ha abundado en
las sugerencias hechas por nosotros, encaminadas hacia la búsqueda
y el hallazgo de una pronta y efectiva salida para la desmoralización
imperante. En otro episodio sin precedentes y a raíz de la indolencia
mostrada por la Dirección Nacional Liberal ante las dificultades de
los productores, nueve de los más influyentes gremios, en pronunciamiento
conjunto del 20 de mayo pasado, señalaron la actitud unitaria del MOIR
cual una línea de conducta digna de imitarse. Con aquel directorio
también discutimos nuestros puntos de vista y comprobamos hasta dónde
llegaban allí los desacuerdos entre dos concepciones: la que se jacta
de innovadora pero continúa entonando las rayadas salmodias de la demagogia
disolvente; y la que, pese a recibir por argucias propagandísticas
el calificativo de retrógrada, enarbola, tras la defensa democrática
de Colombia, peculiares enfoques contrarios a los fracasados. Sobra añadir
que en esta controversia hoy trasladada a la liza electoral, nos ubicamos
del lado de la segunda alternativa, pues responde a los cruciales interrogantes
del momento y a nuestros pronósticos más que ninguna de las
otras opciones ofrecidas a los votantes bogotanos,
Nadie niega que la república de Bolívar y Santander acusa desajustes
inveterados; sin embargo, el abismo sin fondo hacia el que rueda y la inversión
de valores que con pavor contempla obedecen menos a sus viejas anomalías
que a la forma oportunista como fueron abordadas durante el régimen
anterior. La "paz" pasó a ocupar el Centro de las preocupaciones
nacionales, una obsesión colectiva ante la cual se justificaba cualquier
sacrificio, el que fuese, pero cuyo advenimiento se hizo depender de la transformación
social. De ese modo se llegó al absurdo de supeditar una cuestión
eminentemente política, de trámites expeditos, a los cambios
económicos o estructurales que de por sí suponen definiciones
a largo plazo. Cuando menos lo esperaba, Colombia cayó en la encerrona
de tener que hacer la revolución o padecer la guerra civil; y a la
revolución colombiana se la obligó a aceptar como métodos
suyos los "delitos atroces", o sea el atentado personal, el secuestro
y la extorsión. Se habían dado cita en nuestro suelo tres fenómenos
lamentables: el ascenso al poder de un presidente sin tradición de
clase, el enaltecimiento de los tradicionales comunistas criollos que creían
aproximarse a una coyuntura insurreccional y la estulticia de una nación
tradicionalmente educada en el embuste. Nosotros fuimos el único partido
que no tocó pito alguno en esa gran función. Y desafortunadamente
nuestras predicciones se cumplieron.
Aquí ha ocurrido lo creíble y lo increíble. La inseguridad,
en todas sus monstruosas expresiones, se ha enseñoreado sobre la patria
estremecida. Las sectas de diferentes procedencias y denominaciones quedaron
autorizadas para echar mano de los procedimientos más abominables en
provecho de sus oscuros apetitos. Han perecido asesinados desde humildes inspectores
de policía hasta augustos miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Hace apenas una semana le correspondió el fatal y doloroso trance al
Procurador General de la Nación. Quienes en virtud de los acuerdos
de La Uribe obtuvieron el insólito privilegio de poder esgrimir al
mismo tiempo los fusiles y los votos, los medios legales y los ilegales, la
"guerra" y la "paz", lo han usado en contra de sus contendientes
políticos a los cuales eliminan o extrañan de las regiones estratégicas.
Cargando nuestros muertos hubimos de salir de sitios como el sur de Bolívar
y el nordeste antioqueño, para atenerme al caso del MOIR, pero igualmente
le sucede al liberalismo y al conservatismo. Gentes de distintos estratos
sociales amenazadas en sus vidas y en sus bienes se inclinan a favorecer los
llamados grupos de autodefensa, cerrándose así el círculo
de una violencia indiscernible bajo cuyo imperio los insurrectos plagian a
los plagiarios y éstos a aquéllos, las diferencias ideológicas
y hasta sindicales se cancelan a bala, la dinamita destruye fábricas
y oleoductos en aras de la preservación de los recursos nacionales,
los candidatos pierden no las elecciones sino sus existencias y las masas
laboriosas se convierten en las verdaderas damnificadas de la sarracina, puesto
que sufren las consecuencias del inevitable recorte de los derechos democráticos,
sus instrumentos fundamentales en la lucha por la emancipación. He
ahí, descrita a vuelapluma, la tragedia de un Estado que visto desde
adentro es un infierno, pero ante los ojos de las naciones cultas del planeta
luce cual un inmenso manicomio.
Por eso se impone la urgencia de la reorientación y el reagrupamiento;
y nos complace que después de los luctuosos incidentes de enero los
órganos de publicidad, los portavoces de las fracciones de todos los
partidos, las jerarquías eclesiásticas y el presidente de la
República nos hayan prácticamente robado la consigna de crear
un frente único por la salvación nacional, meta tras la cual
venimos combatiendo con paciente persistencia desde hace ya un año.
De suerte, pues, que una aplastante mayoría en la actualidad le da
máxima prelación al deber de velar por el porvenir de la patria
colocado en entredicho, sin desistir, desde luego, de tomar como Norte las
consabidas y universales normas de la democracia. No obstante, quien desee
un mañana feliz no puede olvidarse de las tristezas del pasado. No
se trata de congregarnos para volver festivamente a la amnistía, el
cese al fuego, las comisiones, el cacareado "diálogo nacional"
los viajes al río Duda, el suspenso del teléfono rojo y el resto
de embrolladas secuencias de esa extenuante pantomima que fue poco a poco
embotando el cerebro de la población y conduciendo el país a
una celada inicua.
La consistencia de una nación, una clase, un partido, se mide sobre
todo por la actitud que asuma ante sus propios errores. Nos hallamos en una
de aquellas raras ocasiones que nos proporciona la historia, en las cuales
resulta ineludible efectuar un alto en la jornada y emprender con valentía
el examen retrospectivo. Los editorialistas de El Tiempo lo han vislumbrado
al aconsejar una "autocrítica a fondo", exhortación
doblemente valiosa si proviene de la prensa, la principal culpable de las
falsas expectativas tramadas en torno del engaño pacificador. Cuando
en el debate de 1986 estampamos en los muros el pedido de "no más
Belisarios", no nos movía propósito distinto de remarcar
ante la faz del país, de manera simbólica, qué no ha
de hacerse, pero primordialmente, qué se debe corregir.
Del Estado no estamos demandando especiales medidas punitivas. No compartimos
el establecimiento de ninguna de las bárbaras modalidades de la justicia
o vindicta del talión que cada día gana más terreno y
cobra más víctimas. Exigimos sí la supresión de
los acuerdos de La Uribe, cuyas cláusulas vagas e inocuas en su letra
sólo sirvieron de mampara para legalizarle su brazo armado a la UP,
aquel remedo de frente planteado por las Farc y dirigido por el PC. En otras
palabras, reclamamos el cumplimiento estricto del primer postulado del régimen
de derecho: la igualdad de los partidos y ciudadanos ante la Constitución
y las leyes de la república.
Un ejemplo. Hacia mediados de 1985 la mencionada facción insurgente
ametralló a nuestro compañero Luis Eduardo Rolón en las
inmediaciones de San Pablo, y el gobierno, en lugar de perseguir y enjuiciar
a los homicidas, concluyó nombrándoles un alcalde de su mismo
bando, costeándoles las movilizaciones realizadas a punta de intimidación
y concediéndoles en suma el control de la zona en unos cuantos meses.
Obviamente tuvimos que resignarnos a abandonar un trabajo campesino de casi
una década. Es exactamente lo que no queremos seguir viendo ni soportando.
Y en los albores de 1987 se lo expresamos al todavía consejero presidencial
Carlos Ossa, pues la nueva administración se obstinaba en confiarles
el manejo de municipios y de planes de rehabilitación a elementos de
tal contracorriente, con todo y haber dicho ésta sin ambages que no
desmontaría su maquinaria bélica.
Hasta cuando no se despejen semejantes incongruencias, o prevalezcan los procederes
truculentos que los usufructuarios de los armisticios pusieron de moda, en
medio de la embriaguez pacifista, por la época de la muerte de Rolón,
no parará este baño de sangre tan penoso incluso para la misma
Unión Patriótica. Presionado por las circunstancias, el presidente
Virgilio Barco, con base en el artículo 121 de la Carta, ha expedido
una serie de medidas cuyo rigor supera en mucho el del Estatuto de Seguridad
de Julio César Turbay Ayala. Y lo llevó a cabo con el beneplácito
mayoritario de la sociedad arrinconada. En síntesis, el experimento
belisariano se vino a tierra con toda su bambolla. Sólo falta que se
reconozca formalmente, máxime cuando el jefe del Estado, luego de la
matanza, en junio, de los 27 militares de Caquetá, juró romper
la tregua, departamento tras departamento, según se fuesen reanudando
las hostilidades. ¿Y en qué sitios de nuestra geografía
no ha habido enfrentamientos? En cuestión de un par de años
saltamos del paroxismo a la desesperación, de la "apertura"
a las prohibiciones más drásticas. Y esta situación se
acentuará. Los comandantes de la aventura terrorista no dan muestras
de querer sofrenar sus impetuosidades; cosa que deberían hacer, si
no para impedir el colapso de la democracia, o para contribuir a la civilización
de la lucha política, aunque sea por consideración a sus sacrificados
seguidores. Si se suspende la causa se suspende el efecto.
Debido a los criterios expuestos, alrededor de muchos de los cuales cerramos
filas con amigos liberales y conservadores, a nosotros se nos acusa asimismo
de haber girado hacia la derecha. Nuestros difamadores llegan al extremo de
conminarnos veladamente con cruentas represalias, sin reparar que son ellos
quienes exhiben un rosario sin fin de canonjías oficiales, algunas
otorgadas a contrapelo de la Constitución y de las leyes, como quedó
explicado. Si el Partido Comunista suscribe sus alianzas con el liberalismo
o el conservatismo, se plasma un bello gesto patriótico y revolucionario,
mas si el MOIR lo intenta, estamos entonces ante un crimen, de lesa patria.
En las postrimerías de los setentas la CSTC pactó con la UTC
y la CTC el apellidado Consejo Nacional Sindical, y el año pasado,
con el exministro Carrillo, fundó otra confederación. Ambas
operaciones se adelantaron, según sus artífices, en beneficio
del sindicalismo colombiano. Ahora, cuando hemos decidido promover, junto
a compañeros de las viejas centrales, una fusión de las fuerzas
sindicales democráticas, a nuestros dirigentes obreros se les tacha
de divisionistas y hasta de defraudadores. Pero la tarea, antes que detenerse,
se agilizará. Y lo haremos aferrándonos a lo convenido: defender
la nación, la producción, la democracia y el bienestar del pueblo,
las mismas cuatro premisas unitarias que hemos presentado a empresarios y
políticos.
Toda esta polémica, que lleva varios lustros, no nos la dicta el sectarismo.
Inclusive con el partido de Vieira concretamos un entendimiento, tanto para
concurrir a los sufragios de 1974 como para contrarrestar la dispersión
del movimiento laboral. El asunto abortó porque los aliados de entonces
salieron finalmente con que debía incluirse en el programa, que ya
estaba suscrito, el apoyo a la revolución cubana. También sabotearon
el pacto las sistemáticas violaciones de las normas de funcionamiento
y el ventajismo por parte de aquella agrupación, cuyos cabecillas sólo
piensan en acaparar las oportunidades y las retribuciones. Quienes se les
acerquen han de andar con cuidado. En cada trato ellos van tras todo. Quieren
la tela, el telar y a la que teje.
Ahora bien, ¿cuál es el juez que decide dónde está
la derecha y dónde está la izquierda dentro de las espectaculares
confusiones del mundo de final de milenio? Los soviéticos, que alegando
ésta o aquella razón han bajado de los altares a cada uno de
sus conductores, cuentan a su servicio con más tropas de ocupación
activas de las que hayan tenido en el pretérito próximo el resto
de potencias. Observando los vandálicos despojos propiciados por los
líderes del Kremlin en Afganistán, Indochina, Eritrea, Angola,
etc., recordaba el MOIR en documento aún vigente que el socialismo
no era, no podía ser anexionista. Por la paga, los rebeldes de la Sierra
Maestra se vuelven cipayos y salteadores de pueblos débiles. Viet Nam
pasa de invadida a invasora. Y quienes avasallan por cuenta de otros han acabado
de metecos en su propia casa.
Así, en el período actual, los peores oprobios se cometen bajo
las enseñas del comunismo. Entre tanto Estados Unidos se bate en retirada
y entrega territorios gratuitamente a sus mortales enemigos, como lo hiciera
Carter con Nicaragua. Hasta en China se registran cambios, ocurridos sobre
la base de enmendarle la plana a Mao. Los reformistas practican el terrorismo
y los terroristas el reformismo. La Junta de Managua censura la injerencia
norteamericana pero celebra el exterminio de los afganos. En el presente ninguno
de los conflictos locales o internos de los países conseguirá
desarrollarse al margen de la intromisión del expansionismo soviético.
¿Por qué ha de ser revolucionario entonces ponerse a órdenes
de los despóticos agresores de Oriente para construir el "socialismo
real", mientras resulta ultramontano no descartar la colaboración
de las ancianas democracias occidentales, incluida la estadinense, dentro
de la brega por proteger la integridad y la soberanía nacionales? ¿Por
qué es bueno conciliar con Betancur y malo corregir con Barco? ¿Por
qué se absuelve al general Matallana, mas se condena al doctor Durán
Dussán?
Pero ninguna de las graciosas deformaciones de la crisis nos amilana. A quienes
han logrado amañar la información, merced a los devaneos de
los medios publicitarios, escasamente les resta jugar la carta del desconcierto,
ese interregno inevitable entre una claridad y otra. Las situaciones embarazosas
han de descomponerse del todo para ser resueltas.
Una última reflexión. Cuando a Carlos Ossa Escobar se le postuló,
inmediatamente después del hundimiento de la estratagema del colegio
electoral, y la escisión del liberalismo bogotano en dos bloques era
una realidad irrefragable, un connotado jefe de ese partido quiso, de un lado,
vender la imagen de aquel aspirante alabando sus gestiones pacificadoras,
y del otro, desconceptuar a Juan Martín Caicedo Ferrer por haber desempeñado
la presidencia de Fenalco. Es decir, mientras una candidatura encarna la convivencia
y la concordia, la otra personifica la explotación del comercio. Insinuaciones
de este tipo no han de aceptarse cual expedientes válidos para mover
al electorado. Sería tanto como sugerir que María Eugenia Rojas
constituye la salida al problema de la vivienda debido a su paso por el Inscredial;
o que Andrés Pastrana lograría el saneamiento de Bogotá
porque viene de sufrir un secuestro cuyo desenlace por fortuna fue favorable.
La elección popular de alcaldes permite una mayor agitación
en torno a las necesidades de los municipios, pero no suprime las limitaciones
materiales derivadas del déficit fiscal, el endeudamiento y el atraso
económico. En su afán de vencer a cualquier precio, o por simple
y vulgar promeserismo, muchos candidatos ofrecen el oro y el moro sin fijarse
en que se requieren muy precisas reformas institucionales a nivel local y
políticas generales benéficas a la actividad productiva.
La economía de un país es una compleja red de vasos comunicantes
dentro de la cual, cuanto sucede en un punto, forzosamente repercute en otras
partes. No habrá congelación de la tarifa de los servicios públicos
de mantenerse el tratamiento dado a los empréstitos externos, como
tampoco dispondremos de suficiente acumulación de capital, y por ende
de inversiones, si se sigue prestando para emprender obras no rentables, cubrir
intereses o equilibrar el presupuesto. El monopolio del comercio exterior
ejercido con arreglo a los cálculos privados y no conforme a la planificación
estatal, o el parasitismo de la banca sobre el agro y la industria, ahogarán
siempre las posibilidades de un desarrollo cierto y armónico. No hace
falta indicar que con estancamiento el desempleo florecerá irremisiblemente.
El explosivo fenómeno de la venta ambulante, patente en grandes y pequeñas
ciudades, y que algunos recomiendan como el modelo de crecimiento jamás
aplicado, prueba la ineficacia de las pautas económicas aún
prevalecientes. Es sobre tan palpitantes asuntos que deberían llevarse
a efecto las campañas municipales. El MOIR aspira a profundizar en
ello con todos sus aliados, y aquí en la Capital, preferentemente con
el doctor Caicedo Ferrer, porque él sabe de estas cosas.
No pocos correctivos se pueden introducir jurídicamente en ayuda a
la producción nacional, sin tener que cruzarnos de brazos a la espera
de los rotundos dictámenes de un vuelco revolucionario. En contra de
las lesivas imposiciones de los prestamistas internacionales y en pro del
derecho a autodeterminarnos ya casi hay un juicio unánime. Cada vez
una cantidad mayor de personas y entidades comprende que sin algún
progreso el país ni siquiera finiquitaría las cuentas pendientes
con sus acreedores. Tras estas consideraciones y perspectivas debemos unificamos
resueltamente. Nosotros hemos echado en remojo nuestro programa máximo
como una contribución positiva al frente único propuesto. La
prosperidad de Colombia y el mejorestar del pueblo, en lugar de apartamos
de la gesta, nos acercarán a los sueños más queridos.
Muchas gracias.
SALUDO DEL MOIR EN LA FUNDACIÓN DE LA CTDC
Agosto 6 de 1988
Publicado en El Tiempo el 14 de agosto de 1988.
Compañeros trabajadores:
La central que hoy ustedes fundan como irresistible polo de atracción
para la clase obrera colombiana, está llamada a cumplir un rol importante
en nuestro futuro inmediato. Por eso el MOIR le ha dado su irrestricto apoyo.
Atravesamos un período histórico en el cual la inversión
de valores parece ser el sello característico. Quienes pontifican sobre
la revolución reviven con sus actos arbitrarios los crueles expedientes
propios de la época colonial, y quienes siguen fieles a las formas
civilizadas de la organización social burguesa pueden aún hacer
valiosos aportes a la grandeza del país. El viejo comunismo criollo
ha trajinado siempre en pro de una potencia extranjera, cuyas ocupaciones
militares a Estados débiles las viene reivindicando paladinamente desde
hace trece años, a partir de la invasión de los cubanos a Angola.
Y en los últimos tiempos se ha mostrado partidario de la voladura de
los bienes productivos, la intimidación en las relaciones sindicales
y el secuestro cual medio de financiación, aunque con sus aparatos
desarmados aspira a llevar una existencia placentera bajo la sombra protectora
de las leyes de la república. Tales vivezas sólo traen desolación
y desencanto. Y el defenderlas, justificarlas o absolverlas, en nada contribuirá
a la salvación nacional de la que todos hablamos. Por el contrario,
requerimos de la plena soberanía de Colombia, lo mismo en las decisiones
económicas que en el terreno político; necesitamos del desarrollo
de nuestra producción en las diferentes ramas y niveles; nos urge instaurar
unas normas democráticas claras que garanticen derechos y deberes iguales
para ciudadanos y partidos, y precisamos de un mejoramiento en las condiciones
de vida del pueblo colombiano, convertido actualmente en carne de cañón
y ganado de urna. Con estas premisas fundamentales el país entero saldrá
airoso de la encrucijada. Los distintos sectores ligados al engranaje productivo
resultarán ganando; sin embargo, los más favorecidos serán
los trabajadores, quienes verían amenazados su porvenir con la pérdida
de la autodeterminación nacional y el establecimiento del delito como
arma de combate.
A los fundadores de la nueva confederación los han inspirado anhelos
patrióticos y democráticos. Que no desmayen en el empeño
hasta transformar esta esperanza en una realidad tangible para el proletariado
colombiano.
¡Y díganle a los terroristas que la revolución no se corona
envileciendo al pueblo!
¡Y señálenle a los burgueses que el bienestar de los obreros
constituye un soporte sólido del progreso económico!
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera, Secretario General
SECUNDAMOS LA PROTESTA DE LAS CUATRO CENTRALES
Febrero 28 de 1989
Publicado en El Tiempo el 4 de marzo de 1989.
Hace unos cuantos días, en un giro de importancia
política, las centrales obreras, CTDC, CUT, CGT y CTC, llegaron al
acuerdo de canalizar conjuntamente el enojo de los trabajadores colombianos
por las lesivas medidas del gobierno dictadas en los últimos meses.
Los dirigentes sindicales, a quienes les asiste la justeza de su cometido,
decidieron, en consecuencia, llevar a cabo una jornada nacional de movilizaciones
populares para el próximo 9 de marzo. Una respuesta apenas natural.
Pocas veces el pueblo había oído, en tan corto tiempo y sin
escampadero posible, tal afluencia de noticias malas para su desfalcado bolsillo
como ahora, y eso que el mandato de turno dice seguir los lineamientos de
una "economía social". Por un lado, alzas, devaluación
e impuestos; y por el otro, unos ridículos aumentos salariales por
debajo de los índices del costo de la vida, incluso de los admitidos
por el DANE. Con el ítem de que los verdaderos incrementos de los precios
no se desatan hasta haberse concretado el salario mínimo, los sueldos
de los funcionarios públicos y aun varias convenciones colectivas.
De modo que a la vuelta de unas cinco o seis semanas la masa laboriosa pierde
porción considerable de las cortas compensaciones que los patronos
le conceden en medio del regateo más espantoso. Los regímenes
inmediatamente anteriores por lo menos procuraron mantener un equilibrio,
así fuese en apariencia, entre los incrementos de la carestía
y de las remuneraciones; pero el actual Ejecutivo acaba de lucirse imponiéndoles
a vastos sectores asalariados reajustes en sus pagas del 25 o el 27 por ciento
cuando la inflación había superado el 28. Con ello, 1989 será
el tercer año consecutivo en que ocurra algo semejante bajo la presidencia
liberal.
Si escudriñáramos las cifras, pasando por alto los formalismos
académicos, hallaríamos lo que las amas de casa ya han descubierto
en la tienda de la esquina: el descenso constante del poder adquisitivo de
las gentes del común durante un período muy largo y crítico.
Camacol, el gremio de los constructores, calcula que dicha merma, dentro del
lapso comprendido entre 1981 y 1988, alcanza poco más o menos el 30%
para los estratos medios de las grandes ciudades. Este fenómeno lo
reflejan inclusive las variaciones que de pronto se le introducen a la canasta
familiar, cuya composición habla más de las tendencias sociales
del consumo que de las necesidades básicas de los hogares menos favorecidos
por la fortuna. El renglón de alimentos ha venido reduciéndose
mientras el de vivienda crece. Lo cual no indica, por supuesto, que a las
mayorías les sobre de su mesa para acceder a una casa mejor, sino al
contrario, que el techo, cada día más caro y exiguo, se come
la comida. La depauperación del pueblo aumenta conforme disminuye el
área mínima de construcción habitacional autorizada por
el Estado. Y como las moradas no funcionan sin agua, luz, etc., en su precio
los encuestadores incluyen obviamente el valor de los servicios, esa correa
mágica que une el sitio de residencia de los núcleos humanos
con la usura de los empréstitos extranjeros de las empresas públicas
del ramo. Las estadísticas del sistema no logran encubrir nada de esto,
mas sus estadistas sí encuentran cualquier resquicio hacia la promulgación
de todo tipo de tributos. El gravamen del cemento resulta indispensable en
la reforma urbana, así las construcciones se trepen a las nubes. Son
regalos con encarecimientos. La descentralización administrativa, junto
a la novedad de los alcaldes elegidos en las urnas, brinda asimismo una magnífica
oportunidad para subir escandalosamente los múltiples arbitrios que
aletean sobre los predios de las localidades. El que quiera "apertura
democrática" que la compre. Esta orgía fiscal, desencadenada
al amparo del derrumbe paulatino del principio de los Derechos Humanos que
prohíbe desde el siglo XVIII los impuestos al margen de la representación
popular, ha generado tal repudio, que algunas de sus secuelas tuvieron que
ser pospuestas o suavizadas, pero no suprimidas, y ya se murmura acerca de
una "urgente racionalización tributaria". Sin embargo, las
fuerzas del trabajo no reclaman que se reordenen las cargas. Exigen que se
eliminen unas y se modifiquen otras.
El foco del caos de nuestra regulación impositiva, con su enjambre
de exacciones indirectas, regresivas y antitécnicas, no debe buscarse
en las oficinas del Conpes de la capital de la república, sino en Washington,
la sede del Fondo Monetario Internacional. Desde allí se nos vigila
y se nos presiona a cumplir con las obligaciones de una deuda de 16.600 millones
de dólares, sin contar los 1.700 millones del "challenger"
que con tanto júbilo anunciara el doctor Virgilio Barco en su alocución
televisiva, de final de año. Los entendidos estiman que, por concepto
de intereses y amortizaciones, en 1989 Colombia habrá de girar a sus
prestamistas en el exterior una suma equivalente al 64% de sus exportaciones,
tasadas en US$ 6.000 millones, en números redondos. Proporción
que por sí sola dice todo de la magnitud del problema. A causa de este
factor, sencillo y a la vez complejo, muchas cosas trascendentales están
comprometidas: las finanzas públicas, el desarrollo económico,
el bienestar del pueblo, la autodeterminación nacional. El país
ha sido entrampado, y sin contraprestación ninguna. Porque, además
de las cláusulas onerosas de las contrataciones, los empréstitos
fueron dirigidos por lo general hacia proyectos que no reportan divisas, o
simplemente no rentan. La nación se endeudó en aras de su infraestructura,
su energía eléctrica, o de los llamados "programas sociales",
a cuya sombra ha florecido más de una infamia en Colombia. Últimamente
estamos prestando para pagar.
Los obreros no se oponen por concepción a los préstamos
internacionales ni a la inversión foránea. Reclaman, eso sí,
que ambas alternativas, de aplicarse, coadyuven en realidad al progreso de
la patria. Lamentablemente la experiencia enseña otro panorama muy
distinto. El sacrificio del endeudamiento, en vez de jalonar nuestra industrialización,
la ha deprimido. El presidente de la ANDI, haciendo alusión a la insuficiencia
del "ahorro interno", recién señalaba en reportaje
a la revista Deslinde que “el país no está creando grandes
industrias”. Dentro del conjunto de las trabas tradicionales que nos
han cerrado la posibilidad de un crecimiento sostenido, resaltan cabalmente
las desventajosas relaciones con los carteles financieros de las metrópolis
más boyantes. Hoy por hoy la principal inquietud económica nuestra
consiste en librarnos de las iras de los acreedores, para quienes todos los
años recogemos sin demoras una cuota enorme de los frutos del trabajo
de la nación, El poder central, que es el encargado de la recolecta,
se mueve entre el déficit presupuestario y el desborde impositivo,
dos deformaciones convertidas en dogmas, con las cuales, de manera velada
pero efectiva, se mella el ingreso real de los asalariados, las víctimas
propiciatorias del escamoteo. La plata hay que extraerla de donde sea, por
encima de las prelaciones de la planificación y sin reparar en los
perjuicios que se causen. En 1988 el gobierno les pidió a las Cámaras
retocar la Ley Orgánica del Presupuesto con el fin de apoderarse de
las ganancias de las empresas industriales y comerciales del Estado, que de
un plumazo quedaron condenadas al estancamiento. La indigencia de los ciudadanos
corre pareja con la penuria de los institutos. El sindicato de los Seguros
Sociales de Antioquia, entre los muchos sucesos característicos de
la época y que pudiéramos referir, se vio precisado a enfrentarse
a sus superiores para echar atrás la reutilización de las jeringas
desechables, un insólito recorte de gastos que no se compadece ni con
el origen ni con la destinación de una entidad sufragada fundamentalmente
por los trabajadores y los patronos. Disponiendo a la diabla de la riqueza
pública e intensificando las privaciones de las masas jamás
sacaremos a Colombia de la dependencia y el atraso. Alguno gremios de la producción,
y la misma Fenalco, han reconocido cómo la rápida alza de los
precios y la pérdida continua de la capacidad de compra de la población
repercuten de inmediato en la demanda, impidiendo la salida de los bienes
de la industria y del agro, con la consiguiente agudización de las
anomalías económicas de Colombia, incluido el desempleo. Creer
en luchas contra la "pobreza absoluta" y en planes de "rehabilitación",
a tiempo que se constriñen las actividades productivas, no pasa de
ser una lastimosa quijotada o un maldito engaño. Así como nunca
hubo bienestar social sin desarrollo económico, tampoco habrá
despegue industrial con un pueblo excluido del mercado. No en balde el MOIR,
valorando las prioridades de la convergencia de salvación nacional
planteada por varios sectores, llama a proteger e impulsar la producción
del país, cuyo éxito está muy lejos de erigirse sobre
el desmejoramiento de su mano de obra. Por eso la clase obrera, la más
hundida tras el alud de las imposiciones gubernamentales, es también
la más interesada en que se establezca un adecuado contrapeso entre
los diferentes resortes de la economía, empezando por la revisión
del salario mínimo y de aquellas convenciones colectivas que ni siquiera
igualaron la tasa inflacionaria. La razón de la carestía hay
que averiguarla en los faltantes del Estado, la emisión monetaria,
la devaluación automática, el régimen tributario, los
altos intereses, los quebrantos de la producción o el monopolio internacional,
no en las nóminas de los trabajadores.
Las complicaciones de Virgilio Barco en su mayor parte han sido heredadas
de los hombres que le antecedieron en el ejercicio del mando: no obstante,
su actitud desdeñosa ante las sentidas demandas de los desposeídos
le han ganado no únicamente dolores de cabeza sino la intimación
de un paro que aquéllos todavía le deben. Mas nunca es tarde
para corregir. Que la jornada del 9 de marzo convenza a los altos dignatarios
del error histórico de satisfacer los abusos del FMI con los desbarajustes
económicos y el empobrecimiento de la nación. Los responsables
del poder han de tener en cuenta, desde luego, los compromisos con la banca
internacional; pero no pueden volverle la espalda a la problemática
del país. El ciego cumplimiento, en lugar de conducirnos hacia la tierra
prometida, tarde que temprano nos arrastrará a las insolvencias de
México, Argentina, Brasil, Bolivia, Perú y ahora de Venezuela.
El persistir en el camino equivocado, al socaire de la "justicia social"
el "plebiscito" o el "esquema gobierno oposición",
escasamente probaría que la clase burguesa se atiene a fórmulas
preconcebidas y no al escrutinio juicioso de la realidad cambiante, un pecado
que la crítica institucionalizada le endilgó siempre a las fuerzas
revolucionarias.
Nuestro Partido le ha dado una especie de respaldo con condiciones a la actual
administración. El inicio del cuatrienio lo consideramos de buen augurio
ante las desventuras del "sí se puede". Y en reciente pronunciamiento
pedimos el apoyo de las huestes patrióticas y democráticas a
la estrategia de paz del primer magistrado. Esta posición se desprende
del análisis hecho sobre la grave situación de la hora y que
nos llevó a proponer, cual lo hemos explicado en varias ocasiones,
un frente que resguarde la soberanía de la nación, civilice
la contienda política, pugne por la producción nacional y prohíje
las reivindicaciones del pueblo. Los acercamientos encaminados hacia tales
metas no significan cheques en blanco para nadie, máxime si se atenta
contra uno de los pilares imprescindibles de la unidad, el proletariado.
Por lo demás, el acuerdo de las centrales no puede ser más aclaratorio.
El movimiento sindical, por primera vez en mucho tiempo, se aglutina alrededor
de sus reclamaciones y empuña las riendas de su protesta, proscribiendo
de los actos del nueve, el terrorismo y la injerencia de los provocadores.
Inmenso valor tienen entre nosotros las directrices señaladas, no porque
se trate de cuestiones nuevas sino olvidadas. En los dominios del sindicalismo
levantaron sus tiendas de campaña credos disímiles que han estimulado
la anarquía y la confusión, no importa si consciente o inconscientemente.
Se llegó al colmo de predicar el secuestro cual medio de combate. Y
se practicó, en el caso de José Raquel Mercado, con el objeto
de arrancar la cizaña de las filas sindicales; y en el caso del gerente
de Indupalma, para hacer valer el pliego de peticiones. Quienes recapaciten
acerca de los males ocasionados por enfoques de índole parecida, comprenderán
cuánto representa para los trabajadores una táctica que restaure
las demandas de clase, el concurso de las masas, la acción unitaria
y el ánimo insobornable.
La movilización ha sido organizada con el criterio de que los contingentes
proletarios no cifran su fortaleza en el desconocimiento de las normas democráticas
o en la violación de la ley. Son sus enemigos los que prescinden de
ellas en el afán de golpearlos.
La protesta demostrará que mientras las viejas colectividades abandonan
conocidos preceptos, como la moneda sana o el arbitrio de los impuestos a
través de la representación popular, la clase obrera los retoma
y los coloca al servicio de su victoria.
Y que lo sucedido a escala regional con las jeringas del ISS acontezca con
los dictámenes perturbadores de la vida de Colombia: que se desechen.
Por todo eso secundamos el 9 de marzo.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EL APOYO DEL MOIR A DURÁN DUSSÁN
Marzo 4 de 1990
Publicado en El Tiempo el 7 de marzo de 1990.
Vastos sectores ya saben hacia dónde se inclinan las preferencias del MOIR en el actual debate por la presidencia de la república, no sólo debido a declaraciones del mismo Hernando Durán Dussán, sino a nuestra activa participación en muchos de sus actos. Cabe, sin embargo, examinar el porqué y el cómo de este desenlace político. Las progresivas identificaciones con el curtido luchador liberal abarcan varios años del último período, tal vez el más azaroso de la historia del país, cuando él precisamente logra alentar, con sus planteamientos y actitudes, una alternativa que se distingue harto de las tornasoladas ofertas características de las épocas electorales. Veámoslo.
1. LA DEMOCRACIA
Ante el incremento de la nueva violencia, esa peste que
se ha ensañado en nuestros lares desde hace tres decenios y que pasma
a propios y extraños, Durán ha tomado posición, al igual
que los principales dirigentes de los diversos partidos. La diferencia con
un gran número de éstos radica en que sus tesis resultaron ser
más realistas, pues en tan delicada materia no ha creído ni
en los letargos del apaciguamiento ni en los hechizos de la demagogia. Pregonó
el derecho a la autodefensa de las zonas martirizadas por el boleteo y la
vacuna. Con frecuencia se ha referido a la necesidad de proteger a las personas
en sus vidas, honra y bienes, recordando el artículo 16 de la Carta,
cual si se tratase de un programa innovador, innovador para una vieja sociedad
sometida a todo tipo de brutalidades. Y a menudo ha advertido acerca de las
nocivas repercusiones que para las labores productivas trae semejante situación.
Sus malquerientes lo tildan por ello de ultramontano. No obstante, el 2 de
marzo, en un incidente que le ha dado la razón, los ganaderos de Córdoba
pusieron en venta la totalidad de sus ganados "para salvar el menguado
patrimonio que aún nos queda".
Durán ha sido también partidario del diálogo, pero sin
pretextos dilatorios y dirigido a la efectiva incorporación de los
alzados a la vida civil, conforme a las normas constitucionales. Hace poco
expresó, en compañía de los otros precandidatos liberales,
el respaldo a los acuerdos suscritos entre el gobierno y el M-19. Mas sea
como fuese, las conversaciones con la extremaizquierda las supedita a la suspensión
total de los procederes delictivos.
A nosotros nos han parecido siempre justas tales apreciaciones, y lo decimos
sin tapujos, pese a tener un criterio distinto de las cosas como organización
ideológicamente contrapuesta. En Colombia, la violencia calificada
de social hunde sus remotas raíces en una táctica terrorista
de la liberación propiciada por Castro y sus conocidos patrocinadores,
y no en la miseria del pueblo. En ninguna parte la indigencia genera guerras
emancipadoras. He ahí la gran mentira con que miles de redentores han
justificado entre nosotros todas las aventuras, las atrocidades y las demencias
de más de un cuarto de siglo. El secuestro, el asesinato, la extorsión
y la voladura de medios productivos fueron glorificados como armas revolucionarias.
Nuestro Partido ha sido una de las tantas víctimas de esta insólita
inversión de valores. Tuvimos que abandonar decenas de regiones campesinas
y vimos caer acribillados a inolvidables camaradas bajo el fuego de quienes
no admiten diálogo alguno cuando de alargar sus tentáculos se
trata. Nosotros somos partidarios de que se pacte la paz con los grupos guerrilleros,
con todos, sin excepción alguna. Que se les conceda el indulto y las
demás garantías indispensables. Creemos que con ello habría,
antes que nada, dos beneficiarios: la revolución y el pueblo. Pero
rechazamos de plano que la tranquilidad se compre concediéndoles a
los amnistiados "circunscripciones electorales especiales", bonificaciones
económicas, favores del Estado o cualquier otro chocante privilegio.
Que todos los individuos y partidos sean colocados en pie de igualdad ante
la constitución y las leyes. Los alzados en armas que no quieran o
se muestren refractarios a este máximo principio de la democracia,
que cumplan entonces su destino de insurrectos errantes.
Durán también discrepa de los asesores de la "paz"
que han insistido en añadirle al perdón "el premio especial
de algunas curules", y coincide en establecer dentro de las disposiciones
electorales un tratamiento igualitario para las minorías. El MOIR,
por su lado, no aspira a prebendas de ninguna especie; con su política
unitaria de todos estos años de aislamiento no solamente ha buscado
prender un faro en la confusión reinante, sino conquistar un terreno
democrático para reiniciar la marcha. De ahí que le concedamos
prioridad a este aspecto tan desconceptuado bajo la administración
Betancur, el de las reglas del juego, para llamarlo de cualquier manera.
2. LA PRODUCCIÓN
Nadie ignora que en las campañas electorales, peculiarmente
en las que se decide el traspaso del mando, los aspirantes le presentan a
la opinión pública un repertorio infinito de tesis económicas
con el objeto de ganarse el favor de las más disímiles y hasta
antagónicas influencias. Recapitular con exactitud los distanciamientos
en estas disciplinas no resulta tarea fácil; y peor aún en la
recta final de los comicios, cuando ocurre la verdadera floración de
astucias, imprudencias y promesas. Nos limitaremos pues a recoger unas mínimas
deducciones extraídas por el doctor Durán Dussán de las
inocultables calamidades de la república, y que suponen voluntaria
o involuntariamente el repudio a la incuria de los regímenes anteriores.
Por supuesto que el precandidato liberal ha hablado de los perjuicios enormes
que acarrean las altas tasas de interés vigentes, tanto para la agricultura
como para la industria; del encarecimiento constante de los insumos extranjeros,
motivado, entre otros factores, por los impuestos arancelarios que el Estado
les fija; del nuevo gravamen norteamericano a las flores colombianas y de
la ruptura del Pacto Cafetero, fenómenos deplorables ambos para una
economía cada vez más asediada; del considerable porcentaje
de nuestras exportaciones destinado al servicio de la deuda externa, que él
mismo estima en más del 50%; de la estrategia, o de la falta de estrategia,
en que ha incurrido Barco respecto al endeudamiento estatal con los financistas
internacionales, al caer en el círculo vicioso de prestar para pagar,
y del resto de evaluaciones y medidas, necesarias a su juicio, para sortear
la inflación, el desempleo, la escasez, los desequilíbrios,
etc. Es decir, ha tocado con cierta amplitud los notorios y complejos asuntos
concernientes al progreso de Colombia, cuyos análisis podríamos
o no compartir, dependiendo de numerosas consideraciones. Mas lo que deseamos
resaltar son tres reiteradas afirmaciones suyas, que, sin configurar una teoría
en el sentido estricto de la palabra, anuncian una actitud favorable, abren
perspectivas para el reavivamiento de la producción nacional: la urgencia
de brindarles "protección a la industria y al empresario",
el convencimiento de que "sin seguridad no puede haber desarrollo económico"
y el propósito de promover "un entendimiento entre el gobierno
y el sector privado". Entre los candidatos con opción, ninguno
ha emitido conceptos tan pertinentes y firmes en torno a los escollos de los
estratos productivos.
En Colombia se ha vuelto costumbre combatir los esfuerzos empresariales con
la pretensión de obtener el aplauso de las masas. La última
reforma agraria, antes que enjuiciar los latifundios atrasados o incultos,
arremete contra los reducidos logros en la modernización del campo.
Desde los días de las originalidades de López Michelsen, a mediados
de los setentas, se vienen agudizando los dolores de cabeza de los industriales,
con quienes el poder central prácticamente no intercambia puntos de
vista, excepto cuando se negocia una nueva cotización o se dirime un
conflicto en concreto. Pero los presidentes no se han sentado con los gremios
a examinar la situación en su conjunto, ni han propuesto planes coherentes,
válidos, en bien del desarrollo industrial, que respondan a la dinámica
de los inversionistas particulares y consulten las supremas miras de la nación.
La ANDI viene quejándose hace rato de que los funcionarios desfiguran,
restringen o adicionan a su gusto la balumba de regulaciones gubernamentales,
por lo general sin poseer ni pedir información, e introduciendo a cada
paso motivos perturbadores que han llegado a entrabar artificiosamente la
agricultura, el comercio, las finanzas, la construcción y, en particular,
la industria, en donde tarde que temprano se reflejan las falencias de las
otras áreas. La incertidumbre ha sido el ambiente natural de los fabricantes
colombianos. El descabellado manejo de la deuda externa, los déficit
presupuestarios, las emisiones permanentes, la desvalorización automática
del peso frente al dólar, la constante inflacionaria, el sistema impositivo
y las demás fluctuaciones dispuestas a diario por los organismos estatales
especializados frenan sin duda el empuje creativo de la población.
Hace su tiempo ya que en ninguna de las ramas económicas registramos
expansiones dignas de mencionarse. Nada se afianza sobre la ininterrumpida
distorsión de la moneda, de los precios, de los intereses, de las normas.
Los pocos jalonamientos que puedan despertar el orgullo de las gentes se derivan
de la acción mancomunada del Estado con el capital foráneo,
primordialmente en el renglón de la minería, con las consabidas
desventajas que en Colombia conllevan esas formas de asociación. Y
ahora Barco, antes de despedirse, prepara su ulterior acometida contra los
productos del país: la apertura económica, que al instante de
llevarse a la práctica se traducirá inevitablemente en la entrega
del mercado interno a los géneros extranjeros. Tras la voz de asalto,
lejos de pasar al abordaje del comercio internacional, caeremos en manos de
las gigantescas compañías multinacionales.
Por lo dicho arriba estamos de acuerdo con Durán en darles la debida
prelación a las empresas colombianas, y resguardarlas, no únicamente
ante los embates vandálicos del oportunismo sino ante los zarpazos
de la competencia externa, El dictamen, si se cumple sin artificios, modificaría
años de entrega y reacción. Asimismo permitiría al próximo
mandatario disponer del aporte insustituible de los destacamentos gremiales
en la elaboración de un diseño de desarrollo que tenga en cuenta
y conjugue a plenitud nuestros recursos; o al menos abriría las posibilidades
de efectuar estos cambios, sacudiendo las conciencias y estrechando los lazos
de unidad nacional.
Los objetivos básicos de la planificación y de los entendimientos
sugeridos por Durán infaliblemente han de ser la conquista y el despliegue
de la grande industria. En los cotos de la microempresa, como ahora se dice,
no puede asentarse el porvenir. Ernesto Samper, por ejemplo, en sus cuñas
radiales, se propone acabar el desempleo impulsando los pequeños y
medianos negocios, las cooperativas de producción y mercadeo, el campesinado
minifundista, el trabajo por cuenta propia y las demás modalidades
artesanales que, si todavía desempeñan un rol económico,
se explica por el rezago secular del país. Y eso es casualmente lo
que calculan los imperialismos, que ellos se dediquen a la producción
pesada, estratégica y técnica, mientras el Tercer Mundo se recluye
en la denominada ”economía informal”, o sea, la venta ambulante,
los tallercillos de dos o tres operarios, el minifundio, las faenas domésticas
o las labores a destajo. En otras palabras, que nos confinemos a la miseria.
Las ciudades nuestras están atiborradas de campesinos emigrantes, cuyo
éxodo ha disminuido proporcionalmente con el tiempo. Este acomodo demográfico,
junto a la proliferación de los más increíbles oficios,
fue lo que le permitió al señor Barco meter ruido con el descenso
de la tasa de desocupación en 1989. Pero la propaganda palaciega no
comenta nada sobre el declive de la productividad, fruto de las mismas deformaciones.
Cerca del 60% de las plazas corresponde a unidades que no rebasan los diez
trabajadores. El país se moderniza o se arrienda. He ahí la
disyuntiva.
3. LA UNIDAD
Uno de los compromisos terminantes que Hernando Durán
Dussán ha contraído con el electorado se cifra en su solemne
y reiterada oferta de erigir tras el triunfo un "gobierno de salvación
nacional". El replanteamiento, de impredecibles repercusiones tácticas,
responde, según textuales declaraciones suyas, a "las delicadas
circunstancias que vive el país". Proveerá los cargos de
dirección con personeros de todas las banderías políticas,
incluidos los movimientos de izquierda, "siempre y cuando se acojan al
respeto de la Constitución". Estas revelaciones entrañan,
desde luego, la censura al esquema gobierno-oposición, un ensayo académico
que, como la mayoría de las ocurrencias del agónico mandato,
se consideró el invento más extraordinario de la época,
así no correspondiera a las realidades de la hora y datara de los días
lejanos de la revolución capitalista. Tanto más fallido cuanto
que a lo largo del accidentado período el estrecho círculo presidencial
no atendió a las jerarquías de su partido, ni siquiera para
comentarles la razón de sus determinaciones. Y por el contrario, siempre
que pudo dividirlo o desarticularlo, lo hizo.
En 1988 el liberalismo perdió la alcaldía de Bogotá porque
los intrigantes apostados en el Palacio de Nariño impusieron, primero,
a un ilustre desconocido, un favorito que no duró lo suficiente, merced
a las denuncias sobre algunos abusos cometidos por éste en el sistema
bancario, y luego, de sustituto, seleccionaron otro, que acabó despejando
la victoria conservadora. Tampoco escondieron sus afectos por Luis Carlos
Galán, cuyos afanes alentaron en mil formas, hasta el momento de su
trágico deceso. Truncada de golpe la carta gananciosa corrieron a buscar
un emergente, que hallaron en la figura improvisada del exministro César
Gaviria, y, mediante las cortas palabras fúnebres del joven primogénito
del jefe desaparecido, le expidieron a aquél la partida de militancia
del Nuevo Liberalismo y lo consagraron como heredero y aspirante presidencial,
negándoles a los dolientes seguidores el derecho incuestionable de
discutir y de escoger. Si tales burlas hacia las personas y los procedimientos
instituidos siguen prosperando, las huestes redivivas de Gabriel Turbay y
Jorge Eliécer Gaitán estarán en peligro de salir, por
segunda ocasión en menos de un lustro, no de las principales alcaldías,
sino del poder, por más que recurran a la consulta popular para dirimir
sus desavenencias internas.
Alrededor de éstos y otros puntos sustanciales son ostensibles los
enfoques contrapuestos entre el precandidato de la mayoría parlamentaria
liberal y el primer magistrado, y que han ido multiplicándose con el
aluvión de los frescos, dramáticos e intensos sacudones registrados
dentro y fuera de Colombia. "Yo uso anteojos, pero son de distintas dioptrías
de los de Barco", dijo Durán Dussán en un reportaje a El
País de Cali.
Vale la pena volver a recordar cómo en enero de 1986, seis meses antes
del cambio de guardia en las almenas del Estado, nuestro Partido llamó
a construir un frente único de salvación nacional. Veíamos
con honda preocupación el desbarajuste que Betancur le legaría
a quien le sucediera en el mando. Se había suscrito con las comandancias
guerrilleras un ambiguo cese al fuego que les permitió a éstas
expandir sus anárquicas operaciones hasta las capitales de los departamentos.
Fueron tantos los halagos antidemocráticos, tantas las condescendencias,
que el M-19 pudo, en completa calma, preparar y perpetrar la toma del Palacio
de Justicia, que concluyó con el holocausto de la mitad de la Corte,
una página siniestra y sin antecedentes en los anales de las naciones
cultas.
En el frente externo se observaba la impaciencia de los fantoches prosoviéticos
por apuntalar su intromisión dentro de nuestras fronteras, valiéndose
de las condiciones propicias que les brindaban las felonías de las
autoridades colombianas y el incremento de las guerrillas, a las que Cuba,
Libia y otras republiquetas les enviaban armas y dólares, las adiestraban
en las artes de la guerra y las asistían políticamente. Era
entonces tal el entusiasmo de Fidel Castro que una vez en La Habana llegó
a admitir, en presencia del expresidente López y del novelista García
Márquez, que la Isla sí cumplía con su deber "internacionalista"
de entrenar a los combatientes colombianos. Sobra añadir que la infidencia
se reseñó públicamente pero no mereció ni un fruncir
de cejas por parte de nuestros dos distinguidos compatriotas. Este incidente
ya lo habíamos relatado cual un caso típico de la atmósfera
de relajamiento que se respiraba y de los amenazadores nubarrones que pendían
sobre la tranquilidad y la independencia del país.
La otra inquietud estribaba en algo que ya indicamos, los tremendos desarreglos
económicos que, no obstante derivarse de la supervivencia de las anacrónicas
relaciones de producción y de la presión expoliadora de las
metrópolis, se habían acentuado con la crisis de comienzos de
la década y con las astracanadas del "Mandato Claro", o "Mandato
de Hambre", como lo tildó el MOIR. Entre los damnificados, encabezando
la lista, estaban obviamente las gentes trabajadoras que con el ahogo de la
industria y del agro irían a padecer las secuelas de la desocupación
y el abandono recrudecidos. No es cierto que las masas laboriosas promuevan
la desolación en la tierra para deshacerse de los yugos del trabajo.
Pase lo que pase el pueblo aboga por el desarrollo material. En ello radica,
sin peros ni sombras, una de sus armas insuperables, que, con la simultánea
implantación y el uso de los preceptos democráticos, le habrá
de transferir la supremacía moral y política sobre sus poderosos
adversarios del Norte y sobre los que aquí les sirven de correveidiles.
Por eso, además de la salvaguardia de nuestra soberanía, de
la vigencia plena de las regulaciones democráticas y civilizadas en
la contienda entre los partidos y de la atención a las justas reclamaciones
de las masas, insertamos, dentro de los cuatro puntos unitarios por el frente
único, la defensa de la producción nacional. Suspendimos, así,
temporalmente, la propaganda del programa de la revolución ante la
emergencia que atravesábamos, y que aún nos mina, tal cual lo
ha comprendido el precandidato Durán Dussán.
Mientras hacíamos esta concesión en aras del aglutinamiento
de las fuerzas patrióticas y pensando en facilitar los avances de Colombia,
la administración Barco riñe sin ton ni son con el conservatismo,
desafía insensatamente a Venezuela y provoca al clero con la intempestiva
demanda de enmendar el Concordato. A pesar del entorpecimiento sistemático
del poder ejecutivo, los postulados de unidad ganan audiencia. Alvaro Gómez
Hurtado, Misael Pastrana y Carlos Lleras Restrepo recomiendan una cooperación
de amplio espectro en cuanto ataña a los acuciosos retos del presente.
Creemos que tales reflexiones no están desubicadas y que deben sopesarse
con cuidado, no obstante que 1989 marcó un drástico y súbito
giro en los estratégicos enfrentamientos a escala mundial, pues la
culminación del tortuoso retorno hacia el capitalismo, emprendido hace
tiempos por los revisionistas rusos, sumió a la Unión Soviética
en un caos indescriptible, debilitándose a sí misma en el duelo
singular que mantiene con Estados Unidos desde cuando Kruschev se quitaba
los zapatos en la ONU para golpear en su escritorio. Tras la contraofensiva
de Bush, que sin tardanzas ha tendido velas bajo los nuevos vientos, para
los países pobres simplemente se ha presentado un vaivén de
contingencias; los principales riesgos de un total vasallaje, sobre todo económico,
provienen no ya del Este sino del Oeste. Mas los derechos a la autodeterminación
y al bienestar hay que seguir luchándolos, con la pronta y efectiva
concurrencia de las clases y capas afectadas por los malos presagios de estos
lóbregos meses de diciembre y enero, e incluso parte del siguiente.
Los auténticos patriotas prestarían su entusiástica colaboración
a un frente que tuviera como mira a Colombia y no a las apestosas ambiciones
de capilla. Y si el eventual gobierno de Durán Dussán se ciñe
a esa pauta, no diferible ni negociable, el MOIR estaría dispuesto
a brindar su ayuda sin exigencias burocráticas de ninguna índole.
A raíz del bloqueo marítimo, ordenado contra Colombia a principios
de 1990 por el gobierno norteamericano, que colmara de temores al continente
entero y diera lugar a un repudio espontáneo y unánime que obligó
el desvío hacia la Florida del portaviones Kennedy, del crucero lanzamisiles
U. S. Virginia y de las otras naves de la flota expedicionaria, el doctor
Hernando Durán Dussán, al igual que muchas personalidades del
país, comprendido el Canciller, sentó su enérgico rechazo
ante el incalificable atropello del que era blanco la república. Durante
su visita a la colonia colombiana de Miami precisó, desde el propio
territorio estadinense, que se trataba de un ostensible intento de invasión
que "no estamos dispuestos a aceptar, así provenga de un país
amigo con el que tenemos dinámicas relaciones comerciales". El
incidente ocurría a dos semanas de que la fortalecida superpotencia
tomara por asalto a la nación panameña, cuyos escasos dos millones
de habitantes han aguantado sin respiro el enclave colonialista del Canal,
prácticamente desde 1903, y venían de atravesar un trecho largo
de serios trastornos políticos y económicos por las acrobacias
y provocaciones del comandante de la Fuerzas de Defensa, el depuesto general
Noriega.
Se supone que la ocupación del pueblo vecino buscaba taponar uno de
los cauces de las deslumbradoras ganancias del narcotráfico, ¿pero
el hasta ahora frustrado cerco a nuestras costas cómo se explica, si
para el actual mandatario colombiano los deseos de Washington son órdenes?
A un Estado se lo pisotea porque no reprime la circulación de los suministros,
dineros y artefactos de los carteles de la cocaína y al otro se lo
humilla porque lo lleva a efecto. Nos resistimos a pensar que la Casa Blanca
arme sin segundas intenciones tamaño alboroto sobre un antiquísimo
trauma de la sociedad americana, máxime cuando en la gran nación
existe de tiempo atrás más que una Colombia completa de marginados,
no digamos de la ley, sino de la vida de la comunidad, por los cuales sus
gobernantes hacen muy poco para rescatarlos de la penuria, la ignorancia,
o el envilecimiento. ¿Prosperaría acaso el filón de la
coca sin la complicidad de los vasos comunicantes del sistema bancario mundial
que, entre sus múltiples servicios, proporciona a sus clientes el del
lavado de dólares? ¿No serán capaces los Estados Unidos,
recurriendo a su inmenso poder, de acabar con la venta de estupefacientes
dentro de sus fronteras? Sí pueden mas no se lo proponen. La cruzada
antidrogas sostenida por Bush, que se realiza cueste lo que cueste, aun pasando
por encima de las estipulaciones del derecho internacional, es un mero subterfugio
para abrirle las puertas en América Latina a la intromisión
extranjera, romper el ordenamiento jurídico de los países sometidos
y suplantar a los productores nacionales con los magnates de los monopolios
imperialistas. ¿No se congeniaba en Estados Unidos con Noriega cuando
éste era un agente de la CIA? Pero además, ningún cometido,
por humanitario que fuese, habilita a los poderosos del orbe para desconocer
las libertades de los pueblos débiles y aplastarlos impunemente. Que
se extermine el narcotráfico, sin demoras ni titubeos, mas no a costa
de la independencia de las naciones, ni del trato respetuoso entre ellas.
Que cada Estado solucione los problemas, particulares o generales, conforme
a su voluntad soberana. Miguel Maza Márquez, el director del DAS, dentro
del cumplimiento de su ovacionada y valerosa misión, describía
a las mafias de la droga como "la principal amenaza de la humanidad".
Son cosas que se afirman al fragor de la recia batalla. No obstante, el curso
sorpresivo de los recientes acaecimientos mundiales confirma de nuevo que
los verdaderos peligros para la feliz estancia de la especie sobre el planeta
no van del Sur hacia el Norte sino que vienen del Norte hacia el Sur.
Después de dilatadas negociaciones secretas entre la delegación
estadinense y la de los países andinos más implicados en el
procesamiento y exportación de la cocaína, Bolivia, Perú
y Colombia, se celebró en Cartagena lo que se ha considerado la primera
reunión multilateral sobre el narcotráfico en el hemisferio.
Al encuentro lo rondaban tres fantasmas: la ocupación de Panamá,
el bloqueo marítimo y las veladas injerencias del Pentágono
dentro de la zona. En suma, el comportamiento despótico de Washington.
En tales condiciones la cumbre no debió convocarse, pues significaba
una implícita exculpación de los desmanes que tantas protestas
habían generado. Una vez convenida, los discursos, y hasta el documento
suscrito, hicieron eco a las observaciones planteadas con antelación
por los presidentes suramericanos, que volvieron a implorar, cada quisque
con sus manos juntas, el auxilio pecuniario, tratando de sacarle el máximo
jugo a la visita del aliado rico.
Los cuatro signatarios reconocieron, por un lado, que la ilegal circulación
de estupefacientes contribuye "en algunas partes" a la "entrada
de divisas y a la generación de empleos e ingresos", y por el
otro, que la lucha contra aquel fenómeno abrumador ocasiona "trastornos
socioeconómicos a largo y corto plazo". De todos modos se hizo
hincapié en la necesidad de un "desarrollo alternativo" si
se aspira a extinguir las plantaciones y la elaboración de la coca.
Dentro de estos puntos la declaración alude tácitamente a la
apertura económica, y pone una pica en Flandes cuando ensalza las bondades
del libre comercio, la privatización y las inversiones extranjeras.
En cuanto a la contención de la delincuencia organizada se dispuso
que "las partes podrán establecer los debidos entendimientos bilaterales
y multilaterales de cooperación". Hubo, en síntesis, plena
armonía en las cuestiones analizadas.
Y cuando la prensa, pletórica de emoción, se había convencido
a sí misma de que las prevenciones estaban desapareciendo y de que
los Estados Unidos amoldarían su conducta a los compromisos recién
contraídos, aparece el señor William J. Bennett, el zar antinarcóticos
de la Casa Blanca, a sólo cuatro días de la cita en la Ciudad
Heroica, para insistir en que su gobierno no descarta el desplazamiento de
barcos norteamericanos hacia las aguas caribeñas de Colombia con el
fin de interceptar los envíos de droga. Hasta ahí llegó
el tan cacareado borrón y cuenta nueva.
Definitivamente lo que Washington quiere dejar establecido es quién
manda en América, sin excluir su "patio trasero". Sólo
en el Nuevo Mundo se cuentan por decenas sus embestidas militares. Con la
del 20 de diciembre van en trece las invasiones a Panamá. No yendo
muy lejos, en 1986 Bolivia soportó dentro de su territorio los operativos
bélicos de la DEA; la embajada yanqui en Lima inauguró hace
poco una fortaleza en las selvas peruanas para atalayar a los narcotraficantes,
y Colombia, en 1984, encaró la interferencia de sus rutas marítimas
como un primer ensayo de la administración Reagan. A este grave entrometimiento
se lo llamó "Hat Trick", o "treta simple", y fue
proyectado por el señor Bush, cuando, además de la vicepresidencia,
desempeñaba la jefatura de la oficina de control de sicotrópicos.
En repudio al alud de agravios de la superpotencia de Occidente, Durán
Dussán, a quien le ayuda el carácter, reafirmó que Colombia
no admitirá "ningún tipo de imperialismo". A pesar
de la contundencia de la aseveración, sus palabras no son portadoras
de un ánimo antagónico; ni siquiera tienden hacia la agudización
de las constantes fricciones con los Estados Unidos, a los que el precandidato
cataloga todavía como un amigo confiable con quien habremos de "tener
muy buenas relaciones" y "mejorar el comercio internacional".
Tales apreciaciones coinciden con las emitidas por algunos voceros de las
capas más pudientes, aun de los estamentos industriales, que adoptan
una actitud patriótica pero esperan que se atenúen los sordos
e intermitentes pleitos con Norteamérica aplicándoles algo de
sentido común. Nosotros secundamos cualquier esfuerzo encaminado hacia
la búsqueda de unos reacoplamientos justos entre Colombia y los Estados
Unidos. Sobre esto venimos repicando desde la década del setenta. No
nos oponemos a que se reafirmen, e inclusive a que se amplíen los vínculos
económicos entre las dos naciones, sin olvidar naturalmente las enormes
disparidades que las separan o enfrentan. Nos late, sin embargo, el temor
de que los deseos bien podrían seguir un rumbo y la realidad otro.
Es la antiquísima antinomia de si los hombres gobiernan los acontecimientos
o éstos a aquéllos. La sociedad norteamericana pasa por una
prueba única tras su rápida y tortuosa evolución. Sus
conductores, en medio de la peor encerrona desde la segunda conflagración
mundial, ven de súbito hundirse, y casi sin explicación satisfactoria,
a la Unión Soviética, que sale en desbandada de todas las trincheras
estratégicas del globo. Una bendición caída del cielo.
Pero como la pugna por la hegemonía mundial no se detiene, el coloso
del Norte afronta en el campo económico la implacable ofensiva de los
viejos y los nuevos competidores: la Comunidad Europea, el Japón y,
por descontado, los mismos soviéticos, que no se rendirán tan
mansamente y conservan intacta su portentosa maquinaria bélica. En
tal trance, a la burguesía norteamericana no le queda otra que valerse
de los aprietos de Moscú y lanzarse a colonizar, por completo y sin
contemplaciones, las economías de los países subdesarrollados.
Tan conscientes serán los gobernantes yanquis de la situación,
que en la asamblea conjunta del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional,
llevada a cabo a finales de noviembre de 1989, George Bush aceptó que
"no se nos ha presentado una mayor oportunidad como la que tenemos ahora
en Polonia, y más ampliamente en la Europa Oriental".
La toma violenta de Panamá y la pacífica, en cierta forma, de
Nicaragua, decididas por los actuales estrategas de la Casa Blanca, están
indicando a las claras que, hoy por hoy, en el torrente de la historia contemporánea
se observan desvíos de innegable trascendencia. Y, en cuanto a Cuba,
nunca había estado la soledad tan sola. Fidel Castro, en algo más
de doce meses, ha padecido, unas tras otras, las angustias de sus escandalosos
y aplastantes fracasos. Los calamitosos efectos de la perestroika, la retirada
de Angola, el fusilamiento del general Arnoldo Ochoa y del grupo de conspiradores
acusados de narcotráfico, el secuestro de su exsocio panameño
y la derrota electoral de su pupilo nicaragüense, simbolizan los cipos
descollantes de una senda que conduce hacia el colapso ineludible. Comprendiendo
que Gorbachov los había dejado en las astas del toro, los comandantes
de la Isla, el bastión que aún queda en pie de la caduca política
del socialimiperialismo, no obstante haberse negado desde un comienzo a prescindir
del método de la sojuzgación directa de los pueblos esclavizados
que les garantizaba las valiosísimas retribuciones del Kremilin, han
ido bajando poco a poco el dejo de sus criticas. Si en el pasado próximo
se inmiscuían en cuanto conflicto explotase sobre la pelota terráquea,
en el presente su táctica se reduce a sobrevivir, ahora sí de
verdad a noventa millas del monstruo. Por eso sentenciaron a muerte a los
encargados del matute de la cocaína, y desde La Habana ya llegan comentarios
que disimuladamente elogian el derribamiento de las burocracias de las repúblicas
del Este europeo, sin que se omita el descrédito del asesinado presidente
de Rumania, Nicolae Ceausescu. Carlos Rafael Rodríguez, el segundo
dentro de la jerarquía del gobierno cubano, al interpretar la sorpresiva
victoria de las fuerzas opositoras de Nicaragua, enumera como causas del revés,
además del levantamiento interno y del desastre económico, al
"desplome del socialismo" en Europa y al fenómeno de que
"el combate fue suplantado por la jovialidad", un tácito
reproche a la conducta de los sandinistas. Lo destacable es que el vicepresidente
dio como un hecho cumplido que Managua había cambiado de redil, con
todo y lo que ello representa no sólo para Latinoamérica sino
para el mundo. Total, que la existencia del régimen de Fidel Castro,
a quien el oportunismo convirtiera en un ateo de tierra firme, depende casi
que exclusivamente de esa habilidad muy suya de mimetizarse ante los cambios
globales de la correlación de fuerzas.
Dentro de ese gran marco, descrito al vuelo, se divulgan las providencias
preliminares con que el gobierno colombiano ha echado a andar la tan discutida
liberalización de nuestra economía. Cuando los consorcios de
las metrópolis occidentales están listos para entrar a saco,
nosotros corremos a entregarles las llaves. La primera observación
consiste en que la estratagema oficial se limita a abrir el mercado interno
a los artículos y a los capitales foráneos, con el argumento
mendaz de que así apuntalaríamos el poder competitivo de la
industria. Podemos sostener que no se ha promulgado una sola medida que avale
esta afirmación. Basta repasar los pronunciamientos de los distintos
gremios para intuir la dimensión exacta del desagrado y el desconcierto
que afloran en los dominios de la producción. Salvo uno que otro dirigente
en éxtasis electoral, el repudio de la inmensa mayoría es unánime.
Además, quienes pregonan que se quiten las medidas proteccionistas
son los primeros en aplicarlas para todos los rubros del comercio. Los empresarios
han advertido claramente que antes de hablar de apertura se debe proceder
a la "reconversión", o modernización de las estructuras
industriales, una tarea que necesariamente será prolongada, compleja
y costosa. Los entendidos saben perfectamente bien que el auge de las importaciones
y del contrabando, ocurrido entre 1975 y 1977, en virtud de las disposiciones
permisivas del cuatrienio de López, se tradujo en preocupantes quebrantos
productivos no tan fáciles de corregir.
Al señor Barco le interesará tan poquito la preservación
de las fuentes de empleo y el equilibrio comercial o cambiario, que mientras
800 posiciones arancelarias hacen tránsito al régimen de libre
importación y se ablandan las garantías que tradicionalmente
han regido a favor de nuestra Flota Mercante, como la "reserva de carga"
los créditos para las exportaciones se encarecen y tanto el monto de
éstos como su cobertura se reducen. Si los organismos encargados de
la planificación y el desarrollo no protegen con esmero la oferta de
nuestros productos en el comercio exterior, y los medios en que los transportamos,
el anunciado fortalecimiento de las escasas e incipientes factorías
del país no deja de ser una pasajera distracción para facilitar
el ingreso de las mercaderías, los capitales y los esquilmadores extranjeros.
En las postrimerías de 1989 se creó el llamado Fondo Colombia
con el objeto de subastar una apreciable porción de acciones de las
sociedades anónimas colombianas en las bolsas internacionales. También
se autorizaron ampliaciones considerables de la inversión foránea
dentro del sector financiero, modificándose sustancialmente las modestas
normas que propugnaban la "colombianización" de la banca.
A este menoscabo de las conveniencias nacionales hay que agregar el traspaso
que de su participación en las empresas vienen efectuando los entes
estatales, en beneficio de los monopolios de las grandes potencias, como en
los casos de las ensambladoras de la rama automotriz. A veces los institutos
oficiales de fomento se posesionan de las fábricas en bancarrota, y
cuando éstas se han recuperado, las enajenan. Ningún ejemplo
más a propósito que éste para esclarecer el auténtico
rol económico del Estado dentro de las relaciones sociales prevalecientes,
con el agravante de que sus cuantiosas disponibilidades no sirven plenamente
ni siquiera a la burguesía colombiana, y mucho menos a la masa trabajadora,
sino a las multinacionales con las que se asocia. Una tendencia contraria
al progreso colombiano y a Colombia, y que estamos decididos a combatir precisamente
por ello, por su carácter regresivo y antinacional.
4. LA PELEA
Otro aspecto irritante del asunto radica en que aquellos
alocados ajustes y aquellas pueriles argumentaciones no son caprichos de Barco;
responden, como nadie medianamente enterado lo ignora, a los veredictos inapelables
del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, los comandos supremos
de las finanzas del orbe. Debido a que los países menesterosos se hallan
entrampados por sumas desmesuradas, no les queda más remedio que obedecer,
no importa cuán absurdos sean los diagnósticos o los dictámenes.
¿Qué lógica o sentido tiene que a Colombia se le pida
comprar 4.000 camiones y 2.000 buses anuales en el exterior, por ejemplo,
cual lo recomienda un estudio reciente, elaborado a manera de programa por
tales entidades? Y sin duda sucederá lo mismo con la agroindustria,
los textiles, las confecciones, la siderurgia, el calzado y las demás
manufacturas que habremos de importar forzosamente, camino hacia la ruina,
aun cuando no requiramos muchos de sus productos.
¿Y qué pretenden los monopolios norteamericanos con la promoción
de todo este desbarajuste? Evidentemente sentar los reales en Latinoamérica,
su retaguardia, en cuyos limites y opulentos espacios piensan definir la supremacía
del mundo, una guerra más endiablada que las de sangre y fuego. Van
tras el mercado, tras los recursos básicos, pero fundamentalmente van
tras la mano de obra barata, el arma secreta que decidirá esta guerra.
Eso enseñan los famosos "dragones asiáticos", y de
modo especial el modelo de Corea del Sur, en donde los obreros realizaron
impresionantes manifestaciones de protesta en 1987, porque los salarios son
exiguos y desde hace muchos años no se les permite la organización
sindical en infinidad de empresas. En nuestro caso, además de estas
anomalías, el experimento implica la ruina de la producción
nacional, pues hay una industria por quebrar, como en México, que ha
visto desaparecer sus textileras, a tiempo que se instalaban en las poblaciones
fronterizas con Estados Unidos las tristemente célebres maquilas, que
no son más que talleres de subcontratación donde se ensamblan
o terminan los productos de ese importante renglón industrial. Y ese
"milagro" mexicano, coreano, o taiwanés, lo generalizarán
los monopolios sobre la faz del continente, derribando fronteras, transgrediendo
leyes y pisoteando los derechos de los demás. Si el Pacto Andino era,
cual lo advertimos en su momento, una singularísima reglamentación
de la inversión extranjera, de modo que una fábrica instalada
en Quito pudiese vender sin mayores trabas sus productos en La Paz, la apertura
es la ausencia de toda reglamentación tras el mismo objetivo.
Pero lo más irónico es que los industriales colombianos, no
obstante las dudas que les ronronean en el alma, todavía abrigan la
ilusión de que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial
les financien los elevados costos de la "reconversión". ¡Que
nos salven quienes nos emboscan!
En resumen, ha habido un cambio estratégico de la situación
mundial, pero para los pueblos del Tercer Mundo, más de tres mil millones
de seres, el horizonte sigue encapotado. No tienen más salida que luchar
por la soberanía de sus repúblicas, la autodeterminación,
el progreso, la democracia y la unidad por encima de las diferencias de razas,
de lenguas, de culturas, de desarrollo. El triunfo será incuestionablemente
suyo, si obran con audacia y acierto. Colombia contribuirá a la causa
haciendo lo propio. "Sabiendo negociar", cual lo expresara el precandidato
Durán Duasán, y sobre la base del respeto y el beneficio mutuos,
habremos de recibir gustosos los capitales y la técnica que nos reporte
la participación de la grande industria extranjera, igual la estadinense
que la europea, la japonesa o la soviética. Y aunque nuestra producción
sea atrasada en comparación con aquélla, la defenderemos utilizando
la nación para lo que históricamente fue creada, para proteger
la economía de los pueblos aún en crecimiento. No es lo mismo
que la acumulación capitalista obtenida en Colombia vaya a parar a
Wall Street o se quede aquí, bajo la vigilancia del Estado colombiano
y la influencia directa o indirecta de las bregas de los obreros y los campesinos,
cuyo trabajo asalariado al fin y al cabo la genera. Y a quienes vinieren a
burlarse de la dignidad nacional les meteremos su gozo en un pozo.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EL 27 DE MAYO, OTRO 11 DE MARZO
Mayo 23 de 1990
Publicado en El Tiempo el 25 de mayo de 1990.
"En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer poder
ideológico sobre los hombres", decía Federico Engels en
su folleto intitulado Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica
alemana, que escribiera hacia 1886 con la mira de recapitular los hondos cambios
ocurridos en el pensamiento del siglo XIX. Se había descubierto que
el aparato estatal, aun cuando parecía erguirse independientemente
por encima de toda la sociedad, encarnaba a una determinada clase o capas
sociales, y éstas, cualesquiera que fuesen, si querían establecer
su dominación, estaban obligadas a conquistarlo y a través de
él presentar sus intereses como si se trataran de los objetivos de
la comunidad entera. Ante el montón de acontecimientos contradictorios
que se entrelazaron en las elecciones del 11 de marzo, quien se ocupe de la
historia de estos días calamitosos, no podrá menos que, sin
atenerse demasiado a la lógica, resaltar la fuerza de convicción
del modelo presidencialista que nos ha regido por años.
No obstante los errores cometidos, unos garrafales y otros infantiles, el
pequeño círculo palaciego se salió con las suyas. Los
distintos movimientos políticos y gremiales, incluidos los expresidentes
y los periódicos del partido de gobierno, han censurado muchas de las
actuaciones del cuatrienio en extinción. A Barco se le reprueban desde
sus largos silencios hasta sus frecuentes viajes a otras latitudes, vacíos
tanto más notorios cuanto que la situación de Colombia va de
mal en peor. Los colombianos nos sentimos inermes ante los estragos de un
terrorismo incontenible, que ha cobrado la vida de cuatro candidatos presidenciales
y de miles de personas inocentes; de un desempleo y una inflación multiplicados;
de una deuda externa cuyo servicio representa el mayor escollo para el crecimiento
nacional; de una lucha contra el narcotráfico más costosa de
lo previsto, y de un incremento repentino de las presiones de los monopolios
del Norte que pretenden llevar hasta el último extremo su indiscutida
supremacía sobre el mercado, la industria y los recursos de nuestra
nación. Y no faltan quienes, con ascendiente para exponerlo, han demandado
el relevo presidencial y el nombramiento de una administración de facto.
Sacándole el jugo a las manifestaciones continuas de inconformidad,
el mismo Alvaro Gómez Hurtado tuvo el atrevimiento de proponerle a
Barco un triunvirato que se ocupara de los intríngulis del orden público,
la forma menos cruda de sugerir la abdicación o el autogolpe.
Aun así, estos enfrentamientos no deben recibirse sin beneficio de
inventario. Cada vez que las autoridades supremas se lucieron con sus salidas
de tono, de los labios de un Lleras Restrepo, un López Michelsen, un
Turbay Ayala, un Betancur Cuartas, e inclusive de un Pastrana Borrero, brotó
sin ambages el consejo penetrante y pertinente. ¡Se puede ser liberal,
pero con prudencia! A ese paso los experimentados adalides del bipartidismo
tradicional, olvidándose a ratos de las cordiales discordias, han aparecido
en las coyunturas difíciles, con uno u otro interés, a rendir
el tributo de su apoyo al último período gubernamental de los
ochentas.
Nosotros pensábamos, por ejemplo, que Turbay Ayala, tras haber sido
escogido como arquitecto y amo de la unión de su colectividad, vendría
del Vaticano a poner las cosas en su sitio; mas el exmandatario, tentado por
el demonio de la reelección, acabó coqueteando con los detentadores
del poder y complaciendo cada una de sus estratagemas. Aceptó la escogencia
a dedo de Gaviria como candidato de la facción galanista; estuvo en
el banquete de homenaje al sombrero del comandante del M-19, haciendo gala
de absoluta obediencia; no puso reparo alguno a las cuatro o cinco enmiendas
constitucionales que de modo tan incongruente intentó imponer el gobierno,
comprendida la "séptima papeleta", que fuera inventada, entre
otras finalidades, para recogerle votos al heredero del barquismo, y no le
hizo honor ni a su aureola de táctico ni a su tradición de caudillo.
Carlos Lleras respaldó toda la maniobra, sin estridencias, a pesar
de haber criticado en su momento la alianza de Luis Carlos Galán con
el Ejecutivo, hecha para impedir el arribo de Juan Martín Caicedo Ferrer
a la alcaldía de Bogotá en los comicios de 1988. Belisario Betancur,
no obstante mantenerse al lado del socialconservatismo, ha asumido una actitud
más bien discreta, sin ir a fondo en la pelea contra el esquema barquista
de mando, cuidándose de desencadenar juicios de responsabilidades sobre
las repercusiones del "sí se puede", un ensayo funesto que,
cual se sabe, atizó la espantosa violencia en la que se desangra la
república y agudizó la enorme crisis económica de Colombia.
Y Misael Pastrana, quien con su aspirante presidencial, el doctor Lloreda,
marcha hacia el 27 de mayo presintiendo las tempestades de una derrota casi
segura, en forma sorprendente ha acogido, o ha puesto apenas reparos a las
grandes maquinaciones de los héroes del día, entre las cuales
se destacan la exaltación artificial del M-19; las franquicias otorgadas
a las mercaderías y a los capitales foráneos, que en creciente
número inundarán el territorio patrio, y la reforma de las instituciones
por los medios de un plebiscito y de una asamblea especial, sin perjuicio
de que tales arrebatos vayan a contrapelo de la legislación vigente,
o hubieran contribuido el 11 de marzo a generar la inmensa e incomprensible
votación atribuida a uno de los más eméritos miembros
del vapuleado sanedrín.
O sea que el continuismo, pese a los palos de ciego y a los irritantes desafíos
con los que cuotidianamente se pone a prueba la paciencia de los gobernados,
convirtió sus verdades en una creencia general, la que al mismo tiempo
utiliza para realizar propósitos muy definidos y muy particulares.
El quid de este extraño fenómeno no se halla en la habilidad
del mandatario de turno sino en la omnipotencia del Estado, más aún
en las democracias pobres y sometidas, en donde las influencias sociales,
tanto económicas como políticas, tienden a concentrarse por
completo en la maquinaria gubernamental y, en último término,
en la figura del primer magistrado, quien a menudo, moldea la conciencia pública
sin tener que acertar en las soluciones, ni verse obligado a inquirir la opinión
de sus conciudadanos.
Los guarismos de las elecciones del 11 de marzo pusieron precisamente al descubierto
las preeminencias demoledoras del presidente de la república. Nadie
más que él ganó la consulta liberal interna, y con una
votación demasiado voluminosa para el curriculum vitae de su favorito,
pues el señor Gaviria jamás se destacó en los terrenos
de la teoría, las letras, la oratoria, ni en ninguna de las demás
disciplinas indispensables para el correcto encauzamiento de los destinos
de un país. Es curioso, por decir lo menos, que este personaje ocasional,
al que todos consideran un santón, bien en la una, bien en la otra
acepción del diccionario, sea, en el mejor sentido, el hombre de la
crisis. Por supuesto que las votaciones adolecieron de escandalosas anomalías,
muchas de las cuales las propició o las toleró el régimen,
empañando su propio éxito. A Yamid Amat, del noticiero de Caracol,
cadena de reconocida audiencia, se le permitió hacia el mediodía,
en una hora clave, inducir las preferencias de los electores mediante la divulgación
de encuestas que a la postre resultaron abultadas y urdidas. La simbólica
sanción con que más tarde fuera amonestado el monopolio radial,
perseguía únicamente el revestir la falta con un viso de escrúpulo,
después de que el ardid ya había surtido sus efectos, y siendo
que los informadores son los más informados de la expresa prohibición
de suministrar escrutinios distintos a los elaborados por los organismos de
que habla, no sólo el Código Electoral de 1986, sino las disposiciones
modificatorias posteriores.
En cuanto a los daños de las computadoras de la registraduría,
cuyo sistema operativo sufrió ese domingo un verdadero infarto que
durante dos días impidió se conocieran los datos oficiales,
los funcionarios no lograron desvanecer las sospechas. Lo cierto es que cuando
el gobierno colombiano había quedado comprometido a modernizar en algo
los sufragios, más que en ninguna otra ocasión y conforme a
las normas indicadas, aquéllos acusaron imperfecciones inexcusables.
La otra grave irregularidad, tampoco esclarecida de modo satisfactorio, consistió
en el consentimiento de la celebre "séptima papeleta" en
pro de la asamblea constituyente, y que una especie de mita estudiantil, organizada
para el caso, repartió entre los votantes de determinados municipios,
mientras que sus reales gestores, conocidos dirigentes de las viejas colectividades
y de la franja extremoizquierdista, se limitaban a aplaudir tras bambalinas.
Con el ánimo de convalidar todo este nebuloso asunto, Jaime Serrano
Rueda, el registrador, adoptó una posición ridícula:
que a la propuesta ciertamente le faltaba piso legal y, en consecuencia, no
se escrutaría el respaldo que obtuviese; pero tampoco se anularían
los votos si la tarjeta en mención iba dentro de los sobres de las
listas debidamente registradas. De ahí el nombre que se le diera. Sobra
añadir que los medios de comunicación asumieron voluntariamente
la tarea de contarla; mas nadie responde de la veracidad de las elevadas y
disímiles cifras difundidas. La reforma de la Ley Fundamental había
comenzado... con su quebrantamiento.
Un último cambio en las reglas del juego, no menos despótico
que los anteriores, se advierte en los múltiples privilegios concedidos
al M-19 por parte de los asesores presidenciales y consignados en las actas
de Santo Domingo, una lejana región del departamento del Cauca. Para
sacar avante las negociaciones de la "paz", cuyos puntos acordados
fueron meras cuestiones de crematística adobadas en retórica,
el Palacio de Nariño contrajo el compromiso de facilitar el acceso
a las urnas de la organización insurrecta, resolviéndole, de
un día para otro, todas y cada una de sus dificultades, desde las de
protección y vigilancia hasta las de orden jurídico y financiero.
Siguiendo las huellas de su antecesor, el mandato barquista también
buscaba recomponer su imagen y además ganarse un aliado, a su juicio
valioso, que, desde un supuesto bando contrario, lo acolite en los afanes
por fortalecer a Gaviria, enterrar al conservatismo, cumplir con la apertura
económica e instaurar el referendo y la constituyente. He ahí
el inesperado desenlace del drama de los seguidores del sacrificado comandante
Carlos Pizarro Leongómez, de los exponentes vivos de una agrupación
rebelde que se hallaba vencida, según lo recuerdan a menudo sus ex
compañeros de la Coordinadora Guerrillera, y que ahora han pasado a
desempeñar un papel de primera línea en la lucha civil, o civilizada,
si se quiere. Recibieron en marzo una votación tanto o más inconcebible
que la del ex ministro delegatario, dadas las condiciones de improvisación
de su campaña, e ingresaron al Parlamento y a otros cuerpos colegiados.
Es una victoria de estos corredores de la subasta del apaciguamiento barquista,
quienes acaban de poner a disposición de los habitantes del Magdalena
Medio sus buenos oficios de intermediarios, luego de enterarse de que las
autodefensas de la estratégica zona habían presentado fórmulas
conciliatorias al alto gobierno. Su conversión no podía ser
entonces, ni más rápida, ni más milagrosa. En un periquete
saltaron del monte a la ciudad, de perseguidos a asesores, de objetos de la
"paz" a sujetos de ésta. Con todo, entre los decretos de
estado de sitio expedidos a su favor, la Corte Suprema de Justicia declaró
ya inexequible uno de ellos, el 713 del presente año, por el cual se
permitía la inscripción de aspirantes a la presidencia aunque
no reunieran las calidades contempladas en la Constitución.
A dichas alteraciones han de agregárseles los conceptos del Procurador
Alfonso Gómez Méndez contra el plebiscito recién decretado,
y por el cual los comicios del próximo 27 decidirían la convocatoria
de una "asamblea constitucional". En otras palabras, vuelve y juega
la "séptima papeleta", ahora con el franco patrocinio del
gabinete. A la hora de escribirse estas líneas se desconocía
aún el veredicto de la Corte al respecto. Pero no necesitamos esperar
el fallo, favorable o adverso, para persuadirnos de que la vieja república
se encamina hacía un cambio abrupto de sus instituciones, promovido
cabalmente por los sectores políticos y sociales que en los últimos
años han ido ganando notoriedad e influencia en áreas vitales
del Poder, las finanzas, el gran comercio, las relaciones internacionales.
Existen síntomas bastante evidentes de que estamos entrando en una
nueva situación, lo mismo dentro que fuera de Colombia. Se trata de
acontecimientos imposibles de ignorar, pero también imposibles de creer
hace una década, o hace un lustro.
Podemos decir que Estados Unidos recuperó en buena parte la iniciativa
perdida dentro del ámbito de los negocios internacionales, mientras
la Unión Soviética, en la recta final de su involución
capitalista, ve disminuir aceleradamente la suya. Una variación de
ciento ochenta grados en el curso de las contradicciones a nivel mundial.
La humanidad se precipita hacia una guerra económica de extensión
y proporciones no observadas desde los tiempos en que el trabajo forjó
sobre la Tierra las primeras mercancías y el primer intercambio de
éstas; unas colosales disputas que cobijarán a todos los continentes
y a todas las razas, pero cuyos principales autores no serán ya exclusivamente
las dos grandes naciones nombradas, sino que contarán también
con la activa presencia de Europa y el Japón. El mundo dividido por
dos se ha dividido por cuatro, y quizás se partiría en cinco,
si China, con más de mil millones de seres, se acercara por su cuenta
y riesgo al teatro de unos enfrentamientos hasta el presente "pacíficos",
pero que cualquier desajuste en el complicado equilibrio bien podría
encenderlos. Los planteamientos de que, para salir del atraso y la pobreza,
Colombia debe tomar parte resueltamente en el actual proceso de internacionalización
de la economía, y sobre los cuales tanto se especula, son apenas ecos
ideológicos de las agrias contiendas que libran las metrópolis
por el control de los mercados. A la par que pregonan la apertura para los
países que giran en su órbita, los bloques imperialistas practican
entre ellos el proteccionismo. Y ésta es la doble conducta que mantienen
los consorcios estadinenses en sus relaciones con nosotros y el resto de Latinoamérica.
Siempre hemos insistido en la necesidad de efectuar rectificaciones en la
conducción de la economía del país, algunas incluso de
fondo. Jamás hemos sido partidarios de escudarnos en el aislamiento
nacional como una forma de proteger nuestra incipiente industria. En suma,
no creemos que haya fórmulas simples o fáciles en el intento
titánico de propugnar el desarrollo. Pero de ahí a dejarnos
arrastrar de la ternilla, o compartir la ingenua convicción de que
basta con introducirnos en la retorta del comercio mundial para salir fortalecidos
con la prueba de la competencia, hay un abismo muy considerable. A quienes
les cuelan estos cuentos, o no son listos, o no son independientes. Cuando
alguien se refiere a la apertura económica se entiende que habla de
una política global, concreta y definida, la que el Fondo Monetario
Internacional les está imponiendo a los países endeudados, con
el propósito de convertirlos exclusiva y totalmente en feudatarios
o tributarios de las economías de las repúblicas de los prestamistas
del planeta, y en nuestro caso, de la norteamericana. Obviamente aquel enunciado
no atañe a los esfuerzos que emprendan los exportadores o los comerciantes
de un determinado pueblo tras el cometido de vender en el exterior los productos
de éste e impulsar su progreso, contra lo cual ningún patriota
consecuente habría de pronunciarse. La apertura que venimos reseñando
y combatiendo implica no la modernización de las estructuras productivas
de Colombia sino la quiebra de algunas de sus ramas industriales más
antiguas, más sólidas y de mayor afluencia del capital nacional.
El torrente de medidas económicas que desde el segundo semestre de
1989, ha puesto precipitadamente en práctica el actual gobierno, ya
en la penumbra de su decadencia, levantaron múltiples reclamos de los
gremios industriales, las organizaciones sindicales y los frentes investigativos.
Se derrumban las escasas barreras de protección e iníciase el
alud indiscriminado de los productos extranjeros; el Estado pone en venta
sus participaciones en las actividades productivas y se tramita la privatización
de los servicios públicos; los créditos de fomento sufren drásticos
recortes y los intereses bancarios llegan a índices realmente confiscatorios;
los organismos de la planificación estudian el desmonte del control
de cambios y el dólar continúa desplazando al peso en las transacciones
internas. En fin, con sus reformas en los más variados campos, las
autoridades colombianas alientan el proceso de colonización o apertura
económica, que es lo mismo.
Mucho tememos que todo este revuelo armado en torno a la enmienda de la Constitución
a través de la vía excepcional de un referendo y de una asamblea
extraparlamentaria, obedezca a insistencias de Washington para que se efectúen
cuanto antes los amoldamientos jurídicos sin los cuales no sería
posible la santa misión de liberalizar a los países infieles
de la época. La tormenta reformista que se ha desatado representaría
entonces un gigantesco retroceso y no una innovación, cual lo proclaman
los constitucionalistas del sistema. Estaríamos ante una conjura contra
el país, que vería comprometido su futuro y aplastadas sus mejores
tradiciones. Todo indica que es así, desafortunadamente.
Los ejecutores del peligroso proyecto se aprovecharán hasta de los
anhelos de cambio de las masas. Cualquier factor puede servir: la deficiencia
de los jueces, el anquilosamiento de las cámaras legislativas, la lucha
sin cuartel contra el narcotráfico, la candidez virginal de los universitarios,
el oportunismo de la extremaizquierda, los cálculos ilusos y egoístas
de la burguesía, la división permanente de la clase obrera,
los realinderamientos a escala internacional, el temor de las gentes y, sobre
todo, la indiferencia política de vastos segmentos de la población,
que da pábulo a la labor diversionista del Ejecutivo, cuando casi todos
los meses se escuchan desconcertantes noticias o rumores de que naves norteamericanas
han vulnerado las aguas y los cielos de Colombia; incidentes gravísimos,
frente a los cuales el presidente de la república ni siquiera se pronuncia.
Y el día que por tal motivo llegó a salir un comunicado de alguna
agencia gubernamental, fue para justificar las expediciones yanquis, por lo
general fraguadas desde territorio panameño, convertido de hecho en
el 52 estado de la Unión, luego del asalto de diciembre, con que se
depuso a Noriega y se le secuestró. Otro tanto ha acontecido con la
muerte violenta de Rodríguez Gacha, alias El Mejicano. Voceros del
Pentágono y del Congreso estadinenses involucraron a agentes de la
DEA en dicha operación, llevada a cabo en nuestra Costa Atlántica.
La Cancillería colombiana les restó trascendencia a semejantes
declaraciones que eran, o un infundio, o una infidencia, materia delicada
en ambas eventualidades. Las ofensas contra la dignidad nacional ya no reciben
ni el tratamiento reservado a las infracciones de inspección de policía.
Si en el cuatrienio que concluye ha sido notoria esta tendencia, particularmente
durante el último tramo, cuando se desanuda casi siempre el pleito
de la sucesión presidencial, ¿qué puede esperar el pueblo
colombiano de César Gaviria, ungido prácticamente desde el 11
de marzo, cuya buena estrella se la debe a Barco y a quien viene acompañando,
sin interregnos ni deslealtades, aun antes del 7 de agosto de 1986?
El decreto con que se autoriza la consulta sobre la citación de una
"Asamblea Constitucional" está redactado de tal modo que,
en definitiva, se trata de un cheque en blanco girado a favor del próximo
mandatario. Los partidos menores, e inclusive las fuerzas con raigambre electoral
pero que no gozan de las simpatías del estrecho círculo dominante,
al promover el referendo y la constituyente como los métodos democráticos
jamás descubiertos; y creyendo, desde luego, que así cristalizan
sus aspiraciones políticas, acabarán engañándose
a sí mismos y de paso al pueblo. No en vano Rodrigo Lloreda insistió
sobre la conveniencia de definir antes que nada tres aspectos consustanciales
a la susodicha asamblea: la convocatoria, la composición y el temario;
valga decir, quién la cita, quiénes la integran y sobre qué
asuntos versa. Como ninguno de estos puntos se ha tocado, ni discutido, ni
hay dónde hacerlo, ni con quién, pues el objetivo prioritario
consiste en arrumbar el Congreso y la Corte, se supone que las decisiones
fundamentales quedarán en manos del Ejecutivo. Y únicamente
a los monopolios extranjeros, que se alampan por establecerse en tierras pródigas,
pobladas por gentes que trabajen mucho y cobren poco, les interesa entenderse
con una sola persona, o con un pequeño grupo de personas que no deban
rendirle cuentas a nadie.
Estos son los cambios planteados en la actualidad al pueblo colombiano, con
el sarcástico aliciente de que conquistará con ellos el reino
de la democracia participativa. En razón a que habrá tantos
derechos restringidos o conculcados, es de esperarse que avance más
rápida y eficazmente el movimiento unitario por la salvación
nacional, propuesto por el MOIR y por otros destacamentos patrióticos
y democráticos.
Y puesto que las perspectivas del 27 de mayo no parecen más halagüeñas
que las del 11 de marzo, y ante las dificultades surgidas del pasado debate,
que impidieron conformar un frente electoral con algunas posibilidades, nos
abstendremos de concurrir a las urnas el domingo entrante.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NO PARTICIPAMOS DE LA CONSTITUYENTE
Septiembre 30 de 1990
Carta escrita por Francisco Mosquera y publicada en El Tiempo del 10 de octubre
de 1990.
Doctor
Ricardo Santamaría Coordinador Ejecutivo
para la Asamblea Constitucional
Apreciado doctor:
Antes de todo, le agradezco la atenta invitación que, por encargo del
despacho presidencial, nos cursa a Marcelo Torres, Jaime Moreno y a mí
para llevar la vocería de nuestro Partido en las comisiones preparatorias
de la Asamblea Constitucional. De la manera más comedida, me veo obligado,
no obstante, a declinar en nombre del MOIR la mencionada distinción,
puesto que el giro de los acontecimientos actuales del país y el criterio
que sobre los mismos tiene la administración del doctor César
Gaviria, nos impiden contribuir, mucho o poco, a unas formulaciones en las
cuales no creemos.
Indiscutiblemente existe la necesidad de someter a correctivos, incluso de
fondo, a las instituciones colombianas; inquietudes que en alguna medida y
en cierto sentido se insinuaron durante los debates de las más recientes
enmiendas frustradas a la Carta. Pero ése no es el punto. Hay dos cuestiones
que sí nos parecen muy delicadas: el procedimiento adoptado y los alcances
de la reforma propuesta.
Al implantarse el referendo, y la Asamblea Constitucional, restándole
cualquier injerencia al Congreso, queda franqueable la vía extraordinaria
de variar el ordenamiento jurídico de la nación mediante los
acuerdos políticos, un recurso que en nuestra historia patria siempre
ha servido para imponer fraudulentamente, sobre la mayoría doblegada,
la voluntad de los transitorios detentadores del mando. Y con las "asambleas
populares", las "consultas populares" y demás artificios
"populares", las cabildadas se terminan legitimando, igual en los
tiempos de Bolívar que en los días preliminares al Frente Nacional.
Cuando los jefes máximos de las viejas colectividades, Alberto Lleras
y Laureano Gómez, pactaron la realización del plebiscito del
1º de diciembre de 1957, y a sabiendas de que pedían, por medios
harto irregulares, el reconocimiento constitucional de un favoritismo inadmisible,
la distribución milimétrica de los cargos de los tres poderes
públicos entre el liberalismo y el conservatismo, se comprometieron
a no recurrir otra vez a tan singular expediente. He ahí el verdadero,
motivo del artículo 13 de aquella componenda convalidada en las urnas,
en virtud del cual se señaló de nuevo al legislativo como único
conducto para introducirle cambios, "en adelante", a la Constitución,
y cuya derogatoria de facto vuelve y juega en el presente como símbolo
de las conquistas democráticas, siendo que entraña lo contrario,
además del rompimiento de esa especie de promesa promulgada por los
dos partidos tradicionales hace exactamente 33 años.
El extinto Mario Latorre Rueda, miembro del sonado Sanedrín del cuatrienio
anterior, durante una mesa redonda efectuada en la Universidad de los Andes
a comienzos de 1988, reconoció en un arranque de sinceridad que se
le abona: "el plebiscito, dentro de nuestras instituciones, es un golpe
de Estado". Y para él esto era bueno o malo, según fuesen
las fuerzas que salieran favorecidas. Nadie puede sostener con razón
que la senda parlamentaria resultará menos nociva para Colombia; mas
las alteraciones de carácter legal, emprendidas a través de
la transacción entre los grupos gobernantes y con el grotesco halago
de apartar a las Cámaras, meter en cintura a la Corte Suprema de Justicia,
empequeñecer a la dirigencia política, o acudir al socorrido
constituyente primario, en lugar de un logro, representa una marcha atrás
en los anales republicanos.
La otra cuestión confusa radica en el contenido de la reforma. Las
materias determinadas el 24 de agosto, por decreto, abarcan prácticamente
todos los títulos de la Ley Suprema. Aquí no sobra recordar
que el rumbo se ha impuesto a punta de lanza, merced al uso y al abuso del
estado de sitio. Aprovechando sus autárquicas ventajas, el Ejecutivo,
tanto bajo Barco como bajo Gaviria, con unas mismas metas y unos mismos consejeros,
planificó meticulosamente cada uno de los pasos a seguir. El 11 de
marzo se puso en circulación la "séptima papeleta",
que, aun cuando la registraduría se negó a computarla, no anulaba
el voto para alcaldes, corporaciones y candidato liberal; el 27 de mayo, ya
con la aquiescencia de la Corte, vino el sondeo de la opinión de los
sufragantes acerca de la convocatoria de la susodicha asamblea, y el próximo
9 de diciembre quedará en firme el quebrantamiento del artículo
218 y definidos la Constituyente, su composición y el temario. En síntesis,
el gobierno estará pronto autorizado a remover de la superestructura
de la sociedad cuanto obstáculo se interponga a sus objetivos estratégicos,
los cuales no son otros que las exigencias del Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, en la actualidad circunscritas a la liberalización
de las economías de los países débiles y aceptadas por
las clases dominantes de éstos para mayor gloria de los monopolios
imperialistas, primordialmente los de Estados Unidos.
En tiempo relámpago han sido expuestas por diversos funcionarios las
directrices básicas, del nuevo enfoque, que, de aplicarse, no dejarán
rama importante de la producción colombiana sin tocar o lesionar, ceder
o destruir. No se ha negociado todavía contraprestación real
alguna, ni siquiera en materia de créditos, ni en el más insignificante
tópico del vasto mundo posible de las medidas recíprocas, y
el régimen ya inició el ascenso de la empinada y peligrosa cuesta:
libre importación de las mercaderías extranjeras; desmonte del
control de cambios y dolarización de la economía; privatización
de las empresas del Estado, como en los casos previstos de los puertos, las
comunicaciones, la vivienda subsidiada y los seguros sociales; fin de todo
apoyo a los empresarios de la ciudad y el campo; inversión indiscriminada
de las firmas transnacionales en la actividad industrial y de los financistas
de las metrópolis en el sector bancario; fenecimiento de los derechos
sindicales y merma vertical de los ingresos de los trabajadores; alzas despiadadas
en los precios, en los costos de los servicios públicos y en los impuestos
indirectos, y pertinentes modificaciones a los preceptos y a los códigos,
de las que a diario tiene noticia la aturdida población colombiana.
Entre estas adecuaciones normativas se destacan, desde luego, las de origen
constitucional.
En los círculos interesados en la venta de la Nación se habla
de los derechos humanos con frecuencia, y, sin duda, los constitucionalistas
encontrarán la forma de incluirlos a tentebonete dentro del articulado,
ciñéndose a los conceptos de "democracia participativa",
"soberanía del pueblo", "juntas políticas populares
de carácter permanente" y otras necedades doctrinarias que andan
por ahí rodando. Pero el verdadero "revolcón" se le
dará al país en el ruedo de la apertura económica, que
requiere un ámbito constitucional distinto, operante, flexible.
Doctor Santamaría:
Escribo esta respuesta sin que se haya producido aún el fallo inapelable
de la Corte en pleno sobre el decreto 1926, por el cual la Presidencia de
la República ordenó las elecciones plebiscitarias de diciembre,
con el objeto de darle algún viso legal o democrático a la Constituyente.
En medio de la natural expectación, los colombianos esperamos enterarnos
el próximo jueves de la sentencia definitiva. Ha trascendido únicamente
que antier lo declararon inexequible los seis magistrados de la Sala Constitucional.
Sin embargo, no me hago ninguna ilusión al respecto, pues ahí
está el antecedente del 24 de mayo pasado, cuando, mayoritaria pero
inexplicablemente, el máximo tribunal de la justicia colombiana desconoció
el pronunciamiento de su organismo especializado, a propósito del mismo
pleito.
De todos modos, las furias de las contradicciones desatadas no se apaciguarán
con las simples prescripciones de los jurisconsultos. Cosas demasiado caras
para Colombia han sido puestas en subasta. El reformismo hoy en boga no es
fruto de los actos soberanos de la administración recién establecida,
sino de las presiones de las autoridades de Washington, que a su vez están
obligadas a colonizar económicamente a Latinoamérica, su coto
de caza, si desean hacerle frente con algún éxito a la crecida
competencia de los otros bloques mundiales. Y lo prueba el hecho de que la
lúgubre salmodia de la apertura la entonan casi todos los mandatarios
de nuestro empobrecido hemisferio, y no voces esporádicas. Ningún
sector, ni adentro ni afuera del país, conseguirá escapar de
la tormenta que se nos avecina.
Unos, creo que los más reducidos, se convertirán en colaboracionistas,
como el M-19, pero el grueso de la población defenderá la patria
a morir. Mi Partido aspira al honor de incluirse en este último bando.
Cordialmente,
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
OMNIA CONSUMATA SUNT
Noviembre 8 de 1990
Publicado en El Tiempo de noviembre 10 de 1990.
1. LAS MEDIDAS
Por coincidencia, el viernes 24 de agosto, el mismo día
en que la administración Gaviria promulgara el decreto 1926, con el
cual quedaron convocados para el próximo 9 de diciembre los comicios
sobre la Constituyente, el Comité Ejecutivo Central de nuestro Partido
se reunió con el objeto de adentrarse en las presentes circunstancias
del país, que, tras el relevo de posta en el Palacio de Nariño,
se vuelven por instantes más comprometidas y menos sosegadas. Teniendo
apenas a la mano los anuncios oficiales acerca de las múltiples innovaciones
previstas en cada una de las arterias vitales de la economía, y pese
a que el mandato recién impuesto sólo llevaba dos semanas de
vida, llegamos en el acto a una primera y tremenda conclusión: todas
las cosas están consumadas.
El lunes anterior se había conocido la increíble noticia de
que se privatizaría Telecom, o las telecomunicaciones, o que se permitiría
la gestión privada en ese engranaje del progreso, que para el caso
da igual, pues se trata de la injerencia incontrovertible de las poderosas
compañías trasnacionales del ramo, así los voceros del
gabinete juren que buscan con ello el fortalecimiento o la modernización
de la empresa estatal, cual lo afirman asimismo, teóricamente, del
resto de las actividades amenazadas con el aluvión de las medidas permisivas
de la apertura económica.
Sin intervalos ni paréntesis, los medios informativos dieron cuenta
de otra bomba: que las labores del agro, además de perder el soporte
de los créditos de fomento y de los precios de sustentación,
tendrían que enfrentarse a la competencia devastadora de los suministros
extranjeros. El actual gerente del Idema, Darío Bustamante Roldán,
egresado de la Universidad de los Andes como muchas de las nuevas figuras
que aspiran desde los altos puestos a ganarse el título de Padres Destructores
de la Nación, fue el encargado de exponer el desmantelamiento del Instituto,
cuyas ejecutorias se irán limitando a "las regiones apartadas",
en procura de que "gradualmente y sin traumatismos", "los agentes
particulares se hagan cargo de las importaciones de alimentos".
Luego el ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, ateniéndose también
a semejante lógica, dijo haber descubierto en la entrada masiva de
los bienes foráneos el remedio jamás aplicado contra la perpetua
carestía, y de la cual hizo unilateralmente responsables a los empresarios
que elevan los importes de sus artículos por encima de los índices
de la inflación. Pero lo más sorprendente estriba en que las
autoridades, tan interesadas en la internacionalización del aparato
productivo, no den señas concretas de querer perfeccionar los tradicionales
instrumentos de las exportaciones colombianas, que a través de los
años han demostrado una muy discutible eficacia; y circunscriban la
apertura justamente a eso, poner el mercado interno a disposición de
los emporios industriales del mundo.
Y los precipitados e injustificables ajustes propuestos a las Cámaras
sobre el régimen cambiario contribuirán de seguro a encender
el debate y a confirmar las sospechas. Para quienes desprevenidamente les
han rastreado la huella, incluso en discordancia con la propia posición
militante, al modo de un Abdón Espinosa Valderrama, por ejemplo, no
habrá duda de que se continúa disparando hacia un solo flanco:
reducción de normas y aranceles; allanamiento de los obstáculos
o de las limitantes que regulan las inversiones procedentes del exterior;
ampliación de las facilidades para el envío afuera de pagos
y remesas; tránsito hacia la dolarización de la economía
en su conjunto; ventajoso acceso de la banca y de las corporaciones financieras
a la compra y venta de divisas, y, en líneas generales, apuntalamiento
de las atribuciones del Ejecutivo en torno a los asuntos de importancia que
contempla el mencionado estatuto de cambios y de comercio internacional.
Debido a que el máximo desatino de la última década del
último siglo del milenio, la aplaudida política del neoliberalismo
económico, presupone sobre todo la presencia tangible en el Tercer
Mundo de los capitales de las metrópolis, que no arribarán en
gran manera sin estímulos ciertos, al gobierno aperturista no podía
faltarle, entre su variado repertorio, una reforma laboral tendiente a reducir
a extremos inconcebibles la paga de la mano de obra. Y la defendida por el
ministro Posada de la Peña escamotea sin miramientos los derechos adquiridos
por las masas laboriosas en duras, largas e históricas contiendas.
Sus distintas cláusulas o formalidades buscan no sólo extender
sino encubrir el abatimiento físico y moral de la clase obrera. Hacia
la inconfesable meta se encauzan la supresión de la retroactividad
de las cesantías, el fin del fuero para quienes cumplan los diez años
de trabajo, la legalización del empleo temporal y, por supuesto, la
artimaña de "las 36 horas". Son tiranías que, en síntesis,
colocan en peligro la existencia del sindicalismo colombiano y regresan las
relaciones obrero-patronales a sus estadios más primitivos.
Igualmente trascendió que los asesores del Ejecutivo elaboraron para
el Conpes, Planeación y la Junta Monetaria los programas de vivienda
subsidiada sobre la base de entregarles a las Corporaciones de Ahorro y Vivienda
la totalidad de las partidas oficiales de dicho rubro, que el régimen
hará crecer con los cuantiosos aportes extraídos a las Cajas
de Compensación Familiar y con la venta de los activos o posesiones
que aún le quedan al Instituto de Crédito territorial. Las inversiones
forzosas en vez de ir del sector privado al público de aquí
en adelante correrán a la inversa. Que las Cajas auxilien a las Corporaciones
y no éstas a aquéllas. Que el quebrado ICT responda con sus
pertenencias, tal y como las repúblicas insolventes cubren las anticresis
de sus acreedores enajenando los haberes estatales. En este punto vale la
pena recordar que después del estallido de la crisis de la deuda latinoamericana
en los albores de los ochentas, Fidel Castro, con la intención de sacarle
jugo a la coyuntura y de pasada reverdecer sus marchitos furores de líder
radical, se inventó la tesis de que la cesación de pagos no
era una consigna sino un hecho irreversible, pues los gobiernos no contaban
ya con qué sufragar las respectivas amortizaciones. Sin embargo, el
reino de los negocios se parece bastante a la caja de Pandora, en donde se
hallan encerrados todos los infortunios del hombre a la espera de que alguien
los suelte; si no que hablen los mexicanos, los argentinos o los brasileños,
cuyos mandatarios, al unísono, sin excluir claro está a nuestro
Gaviria, comienzan a vender los muebles de la casa para quedar bien con los
prestamistas internacionales. En el terreno económico cualquier falencia,
acucia, trampa, inflación, desempleo, ruina, por grave que parezca,
siempre será susceptible de recrudecerse. Y los pueblos, sabiéndolos
exprimir, pagarán cuanto deban. Con fundamento en tales intuiciones
el Fondo Monetario Internacional y su Banco han diseñado la incoherente
pero obligada estrategia del mercado libre. En relación con Latinoamiérica,
ya verán sus numerosos habitantes hasta dónde los empréstitos
han sido el origen tanto de sus daños pasados como de sus males futuros.
Tal cual se ha visto, en el espectáculo reformista hay de todo como
en el buen teatro, desde tramas que sacuden los ánimos hasta escenas
que mueven a risa. Ante los reporteros, el ministro de Hacienda, en una recreación
rabelesiana, hizo la promesa de desbastarse la barriga para inducir a los
hambrientos a que se aprieten más el cinturón. En otra comparecencia
les dijo a los desempleados que, aprovechando el desbarajuste de Europa Oriental,
traería de aquellas latitudes emigrantes entendidos con el fin de "ahorrarse
dinero en la inversión de capital humano altamente capacitado".
Y le notificó al país que se subiría del 10 al 12 por
ciento el IVA, o sea, el impuesto al consumo global, en compensación
por la merma de los recaudos ocasionada por las bajas en los aranceles de
las importaciones y en los gravámenes de los giros al exterior. En
otras palabras, que los sacrificios fiscales de la apertura serían
compensados con los recargos a las ventas y, por ende, con más trabas
a la circulación de las mercancías. La liberalización
del comercio se promovería entonces con su restricción.
Entre el rosario de incongruencias sobresalen el estudio ordenado por la Aeronáutica
Civil tras el objetivo de llegar cuanto antes a los "cielos abiertos”
y el decreto 501 de este año, de Barco, con el cual se le puso realmente
término a la reserva de carga de la Flota Mercante Grancolombiana;
dos resoluciones que de llevarse a cabo sellarán la suerte de nuestra
navegación aérea y marítima, con las implicaciones no
remotas de colocar por completo en manos extranjeras el transporte internacional
del país y hasta su turismo. Por ahora, el presidente de la Flota Mercante
le solicitó permiso al ministerio de la Defensa para deshacerse de
algunos buques, o matricularlos bajo las banderas de otras nacionalidades,
y por este medio habilidoso, o vergonzoso, conseguir el disfrute de las condiciones
propicias que el gobierno le concede a la competencia.
2. EL RELEVO
Asistimos a uno de esos remezones sociales tan comunes en
nuestra crónica republicana, que sin implicar una revolución,
ni siquiera un avance, precipitan, junto con el eclipse de criterios o esquemas
administrativos, la caída de los hombres que los esgrimieron y el ascenso
de aquéllos que por fuerza de las circunstancias están llamados
a llenar el vacío. Los César Gaviria hormiguean por doquier,
en las juntas, en las comisiones, en las consejerías, a lo largo y
ancho del organigrama burocrático del Estado, y algunos de ellos ya
brillan con luz propia, cual acaba de evidenciarse con la actuación
del presidente de Fenalco, Sabas Pretelt de la Vega, durante el curso de su
congreso en Cali, que mereció la especialísima concurrencia
de la plana mayor del gobierno, incluido, el primer magistrado. Apenas obvio
que el vocero de los comerciantes, disputándoles a los dirigentes de
los otros estamentos del área productiva el mucho o poco prestigio
que todavía ostentan, se haya convertido, dentro del conjunto de las
agrupaciones gremiales, en el más entusiasta e influyente exégeta
de la nueva Biblia. A nadie mejor que a la gran asociación de compradores
y vendedores le han de convenir "las libertades" en el régimen
de cambios y en la ley de importaciones; o parecer razonables los argumentos
que se agiten a favor de ellas: el alivio sobre las "monetizaciones crecientes",
el "descenso en los costos de producción de bienes", el "efecto
antiinflacionario", etc.
Estamos pues a las puertas de un período en que la exactitud o la vigencia
de las categorías económicas se medirán más que
en ninguna otra ocasión por las tasas de ganancia que a su sombra se
obtengan. Es la apertura, una modificación al fin y al cabo, imposible
de darse sin el gavirismo, pero a la cual éste le debe su surgimiento.
Así se ha conformado un equipo peculiar, diverso, sin causas aparentes,
a cuyo enigmático arbitraje quedaron sujetas, de pronto, las aparatosas
cuestiones de la cosa pública. Una orden de privilegiados que cifran
su éxito en la mistificación del saber y de la técnica,
aunque exhiban insuficiencias naturales, cual les sucede a las empresas que
quieren destruir. Si están en Bogotá nada los coarta para acometer
sus estudios investigativos, redactarlos y absolverlos en los simposios con
doctas disertaciones; mas si vuelan a Washington en misión diplomática
enmudecen, se paralizan, y en cambio de sacar la cara por la tierra, hacen
lobby, una modalidad gringa del tráfico de influencias que Ernesto
Samper calificó de "indispensable" después de su primera
gira ministerial por los Estados Unidos. Para darle un toque científico
a su actitud política, el ministro recalcó: "Se necesitan
unos conocimientos técnicos muy especiales, además de dominar
a fondo la legislación comercial y económica", de ese país,
se sobreentiende.
La suplantación ha llegado hasta el terreno de las enmiendas jurídicas,
un ejercicio en el que los colombianos casi siempre dispusieron a sus anchas
de los aportes de las personalidades duchas en la materia. Descartando la
confusión desencadenada, los acondicionamientos constitucionales que
se encuentran en camino no podrán menos de proporcionarles un marco
legal apropiado a los oscuros incidentes arriba descritos, y, por lo tanto,
obedecen también a la colonización económica de la América
pobre que los dueños de medio planeta impulsan en todos y cada uno
de los aspectos del acontecer social. Por más que la propaganda repique
sobre un supuesto aireamiento de los trajines políticos, lo que los
aperturistas procuran, mediante, el ataque al Congreso, la humillación
a la Corte y el acoso a los llamados barones electorales de los partidos liberal
y conservador en beneficio del M-19, es apartar de su ruta a las fuerzas o
baluartes que posean algún arraigo o entronque con la nación
o con su historia. Pretensiones que concreta el gobierno desgarrando la constitución
y escudándose tras las fantasmagorías del constituyente primario.
"Dime quién es el hombre y te diré cuál es la ley",
recuerda un antiguo proverbio. Faltando todavía por saberse la composición
exacta de la asamblea por la cual se votará en diciembre, y no obstante
que sus deliberaciones sobre los innumerables temas habidos y por haber le
coparán seis meses según la convocatoria, hay ya muchas cuestiones
decididas, diríamos que las esenciales, si apreciamos el panorama desde
un ángulo más estratégico.
El ambicioso plan que se puso sobre el tapete hacia la mitad del cuatrienio
de Virgilio Barco, con una abultada sugerencia de ciento ochenta y un artículos,
ha sido intencionalmente expuesto a un tortuoso itinerario. Entre 1988 y 1989
hubo cuatro o cinco coaliciones de diferente cariz y envergadura alrededor
de la iniciativa oficial, cuyos principales escollos fueron, primero, el naufragio
de la alianza con la corriente pastranista, a raíz de la providencia
emitida hace dos años y medio por Guillermo Benavides Melo, un simple
componente del Consejo de Estado que le restaba legitimidad a la vía
plebiscitaria; y segundo, la decisión de la presidencia de retirar
el texto íntegro de las modificaciones en diciembre del año
pasado, cuando aquél había cumplido ya las dos vueltas reglamentarias
y ante el hecho de que el órgano legislativo no comulgaba con la extradición.
Se mantenía una línea errática, como si a la facción
gobernante la tuviese sin cuidado el apoyo que se le brindaba, el procedimiento
a seguir, o la cruenta lucha contra el narcotráfico, que con el decreto
2074 Gaviria suavizó, contando con la tolerancia de George Bush, a
quien esta vendetta le ha servido de mampara para amedrentar a los regímenes
de Latinoamérica, invadir a nuestros vecinos panameños, tejer
dentro del continente las redes del Pentágono y levantar fortificaciones
en los campos de Perú y de Bolivia. En todo caso la reforma arranca
de verdad cuando la conspiración palatina se topa con el momento preciso,
el conducto indicado y el socio ideal.
A la Corte Suprema de Justicia le cupo la distinción histórica
de refrendar el golpe. Con su fallo del 21 de septiembre, no sólo se
desconceptúa a sí misma sino que convalida la utilización
del estado de sitio para ventilar los cambios constitucionales; renuncia al
concepto de la normatividad, convirtiendo la constitución en un mero
juguete de la intriga política, y dota al Ejecutivo de poderes inconmensurables,
puesto que nadie sabe dónde comienzan ni dónde concluyen. No
en vano ha hecho carrera el "revolcón", un evidente equívoco
en el lenguaje del relator número uno de la futura Asamblea Constitucional,
quien pese a las críticas sigue insistiendo en confundir la idea de
transformar la Ley Suprema con la acción de revolcarla. Este es el
fondo del relevo ocurrido en el mando, un fenómeno que se incubaría
bajo el ala protectora del gobierno anterior y con el patrocinio distante
pero vigilante de la Casa Blanca.
En la misma forma en que Gaviria cuida hoy del prestigio de Navarro Wolf,
Virgilio Barco condujo a Gaviria a través de los escalones del gabinete
hasta las más altas dignidades de ministro delegatario. Hundiéndolo
en la plutocracia lo hizo imprescindible, así como a Aquiles su progenitora
lo volvió invulnerable al sumergirlo en las aguas del Estigia. Con
el sol de la fortuna a las espaldas, se apresta a culminar el arreglo del
país que se alquila, blandiendo el 121, la única prescripción
de la Carta que en realidad respeta. Por eso da risa ver al mamertismo reclamando
un aumento de sus posibles butacas en la Asamblea Constitucional y una mengua
de las facultades de excepción del primer mandatario, concesiones que
sólo los jefes de esa tendencia no aciertan a captar que se excluyen
entre sí.
3, LOS ORÍGENES
De lo examinado se desprende que la apertura económica
no significa un compendio de formulaciones a las cuales pueda acogerse o no
una determinada república, en un momento dado de su desarrollo; ni
configura, sin más, una concepción académica cuya validez
esté por demostrarse. Lejos de eso, consiste en una política
global del imperialismo, especialmente de los Estados Unidos, que abarca problemas
y envuelve intereses demasiado claves. Algunos economistas, de buena o mala
fe, y hasta ciertos industriales despistados, creen que la nación haría
bien en aceptarla, tomando desde luego las correspondientes precauciones en
cuanto atañe al fortalecimiento de su capacidad productiva. No pocos
llegan a proponer los correctivos necesarios, o a describir con rigurosidad
las fallas de la administración pública que de inmediato debieran
superarse, pero sin parar mientes en que los imperiosos recursos financieros
prosiguen en manos de quienes apuestan a nuestra bancarrota, o en que transcurren
tiempos difíciles, caracterizados por el agudo estancamiento, las alzas
inflacionarias, los crecidos déficit. Nosotros nada compartimos de
ella, salvo su denominación de apertura, para identificarla de algún
modo, aunque comprendemos que tras el eufemismo lo que se esconde es la más
grande ofensiva de colonización económica sobre Colombia, pues
tiene que ver con la suerte de la industria y el agro, la penetración
indiscriminada de las trasnacionales, la absoluta libertad comercial y cambiaria,
el embotellamiento o confinación del país a la "microempresa",
el envilecimiento de la clase trabajadora, la entrega de la banca al agio
y a la especulación internacionales, la enajenación del sector
estatal de la economía, las larguezas de la reforma financiera, la
carestía automática e incontrolada y la enmienda regresiva y
despótica del régimen jurídico. Hay muchas y variadas
pruebas de esto, que nos impiden pensar lo contrario. Mencionaremos tres de
indiscutible trascendencia.
En primer término, las toneladas de análisis, informes, "cartas
de intención" y demás avenencias comprometedoras con las
cuales el Fondo Monetario Internacional y su Banco, en forma cínica
y seudocientífica, nos aleccionan para que cambiemos la pesada carga
de los empréstitos, la reduzcamos, o la tornemos manejable, firmando
la liberalización en cada uno de los puntos indicados. En su anárquico
desenvolvimiento, la deuda externa acabó apuntalando su doble importancia
como idóneo canal de extracción de la riqueza de los pueblos
y como eficaz medio de imposición de medidas a los Estados, valga decir,
el desvalijamiento y el vasallaje.
Desde 1984, para darle pista al crédito Jumbo, el Fondo y el Banco
pusieron el requisito del desmonte de la restricción a las importaciones,
amén de otros ajustes que el gobierno de Betancur rechazó airado
de palabra tras haberlos admitido, "gradualmente", en la mesa de
negociaciones, lo que se garantizaba con una monitoría de sus agentes,
tan acuciosos e inconmovibles como los comisarios de la tenebrosa Inquisición.
Y al crédito Challenger también se le expidió el permiso
en los últimos días de 1988, no sin que antes el gobierno anterior
se aviniera a las demandas de revivir los trabajos preparatorios de la apertura,
en su esencia definida ya en los compromisos contraídos por el país
desde 1985. Aunque no lograría culminarla, Barco la inició y,
sobre todo, se la dejó lista a su sucesor. No en otra forma se explica
cómo el ministro Casas Santamaría haya podido, en menos de una
semana de posesionado, armar los cuatro minuciosos decretos modificatorios
de las comunicaciones colombianas que su despacho promulgó al mismo
tiempo. Y con toda seguridad aún reposan en las gavetas de las oficinas
públicas muchas disposiciones que solamente aguardan la rúbrica
de los funcionarios para salir a la luz.
La segunda prueba radica en una casualidad que no lo es tanto. La abrumadora
mayoría de los gobiernos latinoamericanos, tal vez con la única
omisión cierta de Cuba, ya se hallan, en un sentido u otro, matriculados
en la nueva escuela. Unos empezaron temprano, como Chile, y otros más
tarde, como nosotros, pero en todos los países el pensamiento dominante
renegó de cuanto estaba aplicándose, directrices que si no favorecían
el desarrollo de los pueblos, al menos reservaban al control discrecional
de los Estados determinadas parcelas de la economía. Esta uniformidad
de opiniones y conductas clama por un factor cohesionante que la dilucide,
el señalamiento del poder superior que gobierna los poderes menores.
Ese no es otro que Estados Unidos, cuyos dictámenes prevalecen en América
Latina desde la época de la desmembración de Panamá y
con una solvencia que jamás disfrutara en región alguna del
globo. Ahora le urge afianzarse en su retaguardia continental, con el fin
de hacerle frente a la guerra económica que le han declarado las otras
potencias. Los basamentos de la vieja integración de las repúblicas
del área, caso Pacto Andino, Mercado Común Centroamericano y
hasta la misma Alalc, volaron por los aires. Al igual que en Colombia, caudillos
sin trayectoria asumieron en todas partes los retos del mando, con la excepción
de un Carlos Andrés Pérez, el veterano presidente de Venezuela
que, por lo demás, también abre las fronteras, vende los muebles
de la casa y parla la misma jerigonza. Con todo, el "revolcón"
del Continente no hubiera sido posible sin la nueva hornada de ideólogos
de la burguesía, de los cuales nos ocupamos atrás; salidos por
lustros de ilustres claustros, y colocados en los centros donde se ambientan
o toman las decisiones. Son los masteres que nos pintan con agudeza Jorge
Child y Rodrigo Llorente en sus columnas periodísticas y que acuden
por miles a engrosar esa horda de intelectuales encargados de ponerles el
uniforme de moda a las ideas, a las actas y a las costumbres en nombre del
capitalismo moderno. Cuando menos en sus episodios preliminares, la lucha
contra la privatización de América la perdimos con el auge de
la educación privada.
Y en tercer término, tenemos el discurso con el que George Bush efectuara
la presentación formal de su famosa Iniciativa para las Américas,
un documento básico porque simboliza, de una parte, el canto de victoria
tras el intempestivo giro que vienen adquiriendo los atropellados acontecimientos
mundiales en los últimos meses, y de la otra, sintetiza las miras estratégicas
del presidente norteamericano que, aun cuando no hace mucho prestó
su juramento, estuvo estrechamente vinculado a la administración Reagan
durante dos períodos. Los síntomas de desintegración
que acusa el temido imperio soviético los toma como augurios de un
cambio bendito en la correlación de las fuerzas mundiales, dentro del
cual el poderío norteamericano pasaría del repliegue al contraataque.
Eso lo dio a entender el 27 de junio en dicha alocución y ya en agosto
sus tropas estaban hollando las quemantes arenas del Medio Oriente, con el
asentimiento unánime del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
y con la complicidad, a veces franca y a veces tácita, de las capitales
europeas, de Tokio, de Moscú y hasta de Pekín, un desenlace
que no se presentaba en décadas. Sin embargo, tales toques a somatén
los encuadra dentro del conflicto que el mundo trae larvado desde cuando la
recuperación de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial dejó
de ser una conveniencia para convertirse en un antagonismo insalvable, ante
lo cual no encuentra solución diferente a la del "mercado libre".
Considera que este modelo de desarrollo, que en su opinión se fortalece
con las tragedias de la Perestroika, forja la "llave" con que los
hombres entrarán al nirvana de la "estabilidad política
y económica". Así piensa proporcionarle a su país
el ambiente propicio que el ajuste de cuentas con sus enriquecidos adversarios
precisa. Y a la América Latina le promete la felicidad si se unce a
su carro de batalla. Habrá préstamos frescos y algunas rebajas
para los endeudados pueblos que remuevan los "impedimentos a la inversión
internacional" y erradiquen en la práctica las "erradas nociones
de que la economía de un país necesita protección con
el fin de desarrollarse". No sabemos cómo le irá próximamente
al señor Bush en el campo de Agramante, en su Parlamento, o en las
bolsas del mundo, pero estamos convencidos de que América Latina rueda
hacia el abismo de su plena colonización económica y quienes
no partan de este punto de vista no comprenderán ninguna de las polifacéticas
y absurdas consecuencias de los factores enunciados, y acaso ni su propio
drama.
4. EL PORVENIR
Dentro del desconcierto prevaleciente se escuchan voces
que, no obstante su inconciencia, destapan en unos cuantos señalamientos
aspectos sustanciales de la verdad oculta. Después de echarle un vistazo
a la creciente fragmentación económica universal y de tomar
nota de los rumores pesimistas que bullen en los pasillos de las difíciles
negociaciones comerciales del Gatt, llevadas a efecto al otro lado de la frontera,
en la célebre Ronda de Uruguay, El Mercurio, de Chile, en sus glosas
editoriales del 8 de octubre último, se quejaba de "dos fenómenos"
que "marcan" una "tendencia mundial": "El primero
es el mayor proteccionismo que amenaza la política de libre intercambio,
a la cual obedece la enorme prosperidad económica vivida en las últimas
décadas en el mundo industrializado. El segundo es la formación
de bloques comerciales que agrupan a determinados países para establecer
un comercio libre intrarregional y, en ciertos casos, armonizar incluso las
políticas económicas". Llama la atención que semejantes
deducciones provengan del país piloto de la apertura. No es que el
diario ya no crea en ella; sencillamente ha empezado a objetar, un tanto tarde
y a la buena de Dios, de qué modo las metrópolis les instilan
a los pueblos expoliados el liberalismo económico de nuevo cuño,
mientras entre ellas levantan murallas férreamente proteccionistas.
Una contradicción obvia, comprensible y explicable.
Entre nosotros también han surgido comentarios adversos al proyecto
aperturista, siendo que aún no hemos padecido sus calamidades. Desde
cuando encumbrados funcionarios dieron como un hecho irreversible que la agricultura
colombiana habría de sufrir, sin atenuantes, el hostigamiento de los
competidores foráneos, el doctor Gabriel Rosas Vega, basado en su experiencia,
se opuso y trajo a colación que las sociedades altamente industrializadas
de Estados Unidos y de la Comunidad Europea gastan decenas de miles de millones
de dólares en subsidios con los cuales sostiene el rendimiento de su
producción agrícola, sin que ello sea óbice para aconsejarle
al Tercer Mundo que elimine los suyos. A su turno, muchos sectores gremiales
que se mueven entre la incertidumbre y la esperanza han puesto en circulación
sus críticas, sus reclamos, sus falencias. Coinciden todos en que hay
una infinidad de problemas represados, debido a la acción indolente
de administraciones sucesivas, para que la actual salte hoy a escena con un
montón de programas improvidentes cuyo efecto inevitable sería
la desaparición de los frutos del trabajo de varias generaciones colombianas.
Y la clase obrera ha declarado para este 14 de noviembre un paro cívico
nacional contra la apertura económica, contra la privatización
de las entidades del Estado y en defensa de sus caras conquistas sindicales,
objetivos que por sí solos hablan tanto de la claridad y de la decisión
de los trabajadores como de su patriotismo. Las fuerzas sociales que velan
por la soberanía de Colombia contribuirán a esta pelea histórica
que se nos ha impuesto, pero al proletariado le corresponden el deber y la
distinción de encauzarla.
Una advertencia a manera de epílogo. Los representantes del gobierno
han creado falsas expectativas en torno al eventual aumento de las inversiones
extranjeras que registraríamos, si llevamos sin vacilaciones y hasta
las últimas consecuencias la apertura económica. Pero al margen
de cualquier otro análisis, el flujo de aquéllas, grande o pequeño,
no elevará realmente el nivel de vida de nuestra población.
Como su movimiento está determinado por la ley de la máxima
ganancia, y al país vienen a resolver no las dificultades ajenas sino
las propias, agravadas con la agudización de la competencia mundial,
se concentrarán en los negocios que más reditúen y con
las condiciones previstas dentro de la reforma laboral, o sea la utilización
de la mano de obra menos cara posible.
Por los días de agosto en que los colombianos supimos con sorpresa
que las telecomunicaciones serían privatizadas de inmediato, el doctor
Emilio Saravia Bravo, aún presidente de Telecom, en enhiesta posición
y patriótica actitud de rechazo a las medidas, hizo hincapié
en un par de consideraciones fundamentales: que no se podía "desaprovechar
una infraestructura montada por el Estado durante cuarenta años";
y que si se pierde esa fuente de ingresos tendrían que "revisarse
planes de alcance social indiscutible como el Plan Nacional de Telefonía
Rural". Seguramente sin proponérselo, el doctor Saravia traza
la única línea válida de desarrollo para el pueblo colombiano:
hacer valer lo suyo y vincular al progreso las zonas atrasadas. Mas eso no
lo lograremos sin las denigradas partidas de apoyo a los frentes de la producción
con mayores penurias, sin el llamado "crédito de fomento",
y, en suma, sin que destinemos parte de la acumulación nacional al
adelanto de los sitios relegados pero que entrañan enormes potencialidades
para el porvenir de la nación entera. El doctor Saravia concluye: "Lloverán
propuestas para prestar los servicios rentables, pero se dejarán de
lado las comunidades que no disponen siquiera de un teléfono y a las
que se llega con pérdidas." Los capitales imperialistas, a los
que atribuimos no sin razón las más maravillosas realizaciones
en los anales de la industria moderna, no logran suprimir el desequilibrio
secular entre los centros ricos y la periferia pobre. Al contrario, erigen
su esplendor sobre el ahondamiento de aquellas desigualdades, tanto dentro
de las repúblicas que los acogen como a escala internacional. Quienes
creen que la ley de la rentabilidad decide desde el nacimiento y muerte de
las fábricas hasta el "auge y caída de las grandes potencias",
abrazan el más grosero economismo. Si hay alguna actividad en la que
se den cita tarde que temprano las influencias del resto de las funciones
sociales, sin excluir la enseñanza, el arte de gobernar, el ordenamiento
del pueblo, o la guerra, esa es la producción, que proporciona los
bienes materiales y sostiene al hombre. De las incidencias de tales elementos
y de sus relaciones, que con el avance se tornan más y más complejas,
depende la evolución de la sociedad. De ahí que al Estado moderno
le corresponda un creciente papel en la conducción económica,
que con toda certeza no habrá de desaparecer por la apertura. Las mismas
trasnacionales necesitan de la capacidad económica de los gobiernos,
sin la cual no habría quién atienda los frentes no rentables,
que en materia de servicios o infraestructura, por ejemplo, son imprescindibles
en el desarrollo productivo. La solvencia oficial se requiere igualmente,
y en alto grado, como garantía de cumplimiento de los compromisos bilaterales
o multilaterales acordados entre las naciones por diversas causas; y para
que la administración pública vele por los pobres, quienes van
pasando poco a poco de la "formalidad" a la "informalidad",
y habida cuenta de que las revoluciones también repercuten en la economía.
Por lo que respecta al descontento del pueblo, éste impedirá
que la privatización abarque a muchas empresas estatales. Y si la preocupación
estriba en las malas administraciones, procuremos designarlas buenas.
Lo curioso de este complicado asunto radica en que a pesar de todo la tasa
de ganancia de las trasnacionales seguirá descendiendo y los problemas
propiamente obreros se propagarán sobre la superficie del orbe. Los
costos de producción en los países semiindustrializados del
Sudeste Asiático, en donde floreció primero la subcontratación
internacional, han ido incrementándose por variados motivos, entre
los cuales se destacan las luchas de los sindicatos. Los monopolios norteamericanos
y japoneses buscan otras naciones receptoras, baratas, como Tailandia, Filipinas,
Malasia y el mismo México. La internacionalización del capital
acabará entrelazando al mundo en tal forma que la división del
trabajo propia de las grandes factorías se efectuará a través
de países y de continentes y no ya bajo un solo techo. Unos producirán
las partes o los componentes de los productos y otros los acabarán
o ensamblarán, ahondándose las desigualdades entre la porción
desarrollada del mundo y la indigente. Las contradicciones entre los bloques
económicos tampoco conocerán límites; la crisis se extenderá
con todos sus estragos, y la clase obrera se hará sentir en grande.
Contraria contrariis curantur. Las cosas se curan por medio de las contrarias.
SALVEMOS LA PRODUCCIÓN NACIONAL
Mayo 8 de 1991
Publicado en El Tiempo el 12 de mayo de 1991.
1. LAS SECUELAS DEL CONTRAATAQUE ESTADINENSE
Durante decenios los mandatarios colombianos han venido,
de una parte, diluyendo el apoyo a la actividad productiva de los estratos
empresariales y, de la otra, buscando arrebatarles a las masas laboriosas
los contados derechos y conquistas obtenidos en incesante batallar. Conforme
a sus escrúpulos, astucias u oportunidades los gobiernos han corrido
con mayor o menor suerte en semejante propósito. Pero el actual batió
todas las marcas. En prontitud, porque en medio año le puso piso legal
al conjunto de sus garrafales intenciones. En extensión, porque las
enmiendas abarcan los más variados y sensibles tópicos de la
vida del país. En profundidad, porque pocas veces el zarpazo fue tan
desgarrador. En frescura, porque se recurre a cualquier arbitrio, igual a
la pérfida asistencia de los victoriosos invasores del Medio Oriente
que a la sumisión prometedora de los asaltantes del Palacio de Justicia.
Sin embargo, la cuestión no será coser y cantar, para decirlo
sin estridencias. Así como el régimen no consulta a los damnificados
al adoptar sus determinaciones, éstos tampoco lo consultarán
al definir las suyas. En los últimos días se ha escuchado otra
tonada, la del descontento, a cada instante más sonora, y con la característica
de que involucra a casi todos los integrantes del concierto social. La carta
de la Asociación Nacional de Industriales, ANDI, con fecha del pasado
28 de febrero y remitida, y además del Secretario de la Presidencia,
a los ministros de Relaciones Exteriores, Hacienda y Desarrollo, da una idea
clara, precisa, de cuántos temores generan los alegres argumentos y
las medidas fulminantes de la nueva administración.
Aun cuando esto ocurre a los cinco meses de que los presidentes de México,
Venezuela y Colombia rubricaran en Nueva York, el emporio del imperio, la
avenencia de libre intercambio comercial, y harto después de promulgada
la racha de reformas regresivas de fines de 1990, el pronunciamiento patentiza
una de las múltiples impugnaciones al proceso que se lleva a cabo de
total y precipitada anexión económica de América Latina
por los Estados Unidos. No sabemos hasta dónde llegue la conciencia
de los gremios al respecto, o si estén decididos a defender consecuentemente
su patrimonio y el de la nación, pero la misiva recoge verdades de
a puño. Advierte cómo la apertura entronizada, el intempestivo
avivamiento de la integración andina y el Grupo de los Tres ahora,
implican un abrupto abandono de las reglas de juego y dejan montada la escopeta
de una aleve encerrona hacia el futuro. Fuera de eso, denuncia que los pasos
mencionados no sólo carecen de justificación, sino de investigaciones
que los ilustren. Mas no podría, ciertamente, redactarse estudios para
tales cometidos, por lo menos con rigor científico, puesto que las
desgravaciones y los mercados sin fronteras se implantan en el peor momento,
cuando la desaceleración del engranaje productivo lleva varios años;
las exportaciones afrontan no pocos obstáculos; el hato ganadero está
en extinción; el agro no logra reponer a tiempo los equipos, adecuar
las tierras y sustituir las tecnologías anticuadas; los cultivos transitorios
tiran a contraerse; la actividad edificadora sigue declinando; las flotas
de los "cielos y mares abiertos" registran pérdidas multimillonarias,
y el desempleo cunde en barriadas y veredas. En las cuentas nacionales correspondientes
a la vigencia anterior, elaboradas por el Dane, la memoria estadística
del régimen, el auge de la economía recibió un escaso
3.5%, mientras que los encuestadores aspiraban a cotas más altas, a
sabiendas de que 1989 tampoco había sido un año bueno; y para
1991, Fedesarrollo, una fundación paragubernamental, vaticina apenas
el 2%, con bajas apreciables en las cifras de la industria y la inversión
privada.
Asimismo los voceros de la Asociación sostienen en su mensaje que las
contradicciones se tornarán, por añadidura, de imposible manejo,
si se mira la devastadora incidencia de los galpones de ensamblaje, las celebérrimas
maquilas, o maquiladoras, y en concreto, las esparcidas a lo largo de la línea
limítrofe del norte de México y resguardadas tras las patentes
de los trusts americanos, un desafío ante el cual nuestro desenvolvimiento
electrónico, automotriz y metalmecánico, entre otros, se verá
disminuido. En relación con Venezuela también vislumbran riesgos
de competencia no despreciables para los intereses de Colombia, debido a los
costos de importación de las materias primas y de los bienes de capital.
Señalan igualmente que se han establecido fechas de cumplimiento de
los protocolos sin haberse dispuesto los mecanismos, ni dilucidado las pautas
sobre el origen de los productos, ni las cláusulas de salvaguardia,
ni el funcionamiento de las listas de excepciones. Y de contera ponen al desnudo
el proceder arbitrario de las autoridades, pues los compromisos pactados,
pese a su importancia y trascendencia, no fueron ni siquiera leídos
ante los representantes de los productores, la fuerza más interesada
y ducha en el vital asunto.
De la misma manera como la apertura tiene su historia zigzagueante y ha sido
implantada gota a gota, en un lapso mayor de lo que muchos se imaginan, la
actitud de los empresarios ha fluctuado al vaivén de las sorpresas,
no obstante andar persuadidos de que aquélla obedece a los requerimientos
ineludibles del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a los cuales
las repúblicas atrasadas y dependientes se encuentran sin remedio uncidas
por deudas enormes. Ojalá la mencionada comunicación refleje
a plenitud el pensamiento de los fabricantes colombianos y repercuta correspondientemente.
Fue suscrita por Fabio Echeverri Correa, quien quedara entre Escila y Caribdis
en las desapacibles polémicas sobre la "internacionalización
de la economía" que antecedieron a su renuncia a la ANDI, obligado
con frecuencia a saltar del combate al acatamiento; una de las tantas repercusiones
de los enfoques contrapuestos entre dos bandos de la burguesía productora:
el que rechaza la liberalización, dado que ocasiona perjuicios ostensibles,
y el que la admite, por creerla aprovechable, o por gozar actualmente en el
extranjero de compradores más o menos fijos para sus existencias. De
cualquier forma, tarde que temprano las decepciones o las bancarrotas lanzarán
a la palestra a cuantos tengan algo que perder con la postración del
Continente.
Desde la época de los realinderamientos de Bretton Woods, detrás
de los máximos organismos rectores de las finanzas mundiales se han
movido particularmente los banqueros de la metrópoli americana, que
no cesan de requerir, ante los países entrampados, franquicias para
sus caudales y mercancías, o devaluaciones, recortes en los gastos,
espíritu ahorrativo, a fin de que les cancelen los débitos con
desahogo y puntualidad. En favor de esta solvencia de pagos, al gobierno colombiano
le exigen encima que deponga responsabilidades, desista de emitir circulante
inflacionario y renuncie, una por una, a sus atribuciones reguladoras, comprendido
cuanto concierne al manejo del peso, que antes de 1963 le correspondía
a la junta directiva del Banco de la República, de influencia notoriamente
privada, y desde entonces, por Ley, recae en la Junta Monetaria, de mayoría
oficial. Reversión que habrá de perpetrarse a través
de la Asamblea Constituyente, cuyas principales facciones integrantes han
presentado sendos proyectos en tal sentido, sin olvidar el del señor
Gaviria. La supresión de los subsidios, de los créditos baratos,
y aun de los planes de fomento, compendia, pues, el dogma de fe que nos predicaron
siempre esos sumos sacerdotes de la especulación, así no le
rindan culto en sus propios altares.
Hacia la mitad del período de Belisario Betancur, a raíz de
la famosa monitoría del Fondo y el Banco, empezaron a plantear muy
en serio, no únicamente el desmonte de los estímulos y de la
protección a nuestras actividades productivas, sino de la legislación
laboral vigente. En una palabra, la apertura. A Barco Vargas lo asediaron
por todos los costados, incluso reteniéndole los dineros del préstamo
Challenger. Así, la superpotencia de Occidente, estando abocada a una
disputa comercial nunca vista, en especial con la Comunidad Europea y Japón,
trata de salir airosa optando por la completa colonización económica
de vastas áreas del globo, preferentemente América Latina, el
establo de la hacienda. Y al sobrevenir el desenlace providencial del derrumbe
de la Unión Soviética, poderoso adversario de la víspera,
Washington ha sabido calzarse las botas, como recién lo hiciera en
el Istmo panameño y en el Golfo Pérsico, cuyas gentes, entre
el humo de los cañones, asistieron a la inauguración del "nuevo
orden" predicado por George Bush.
Habiendo conseguido de nuevo la supremacía universal, Estados Unidos
se dedica ahora a la recuperación, sin dilaciones ni miramientos, del
espacio que perdiera en por lo menos dos décadas, tras los espectaculares
avances de sus competidores de Europa y Asia. En muchas ramas se ha quedado
atrás en tecnificación, productividad, innovaciones. Sus balanzas
han sufrido deterioros constantes. Adentro ve incrementarse el desempleo,
la inflación y la falta de recursos; afuera contempla la contracción
de los mercados. En general, las utilidades de sus inversionistas tienden
a la baja y los brotes recesivos de su economía se vuelven entretanto
más traumáticos y continuos. Lo cual entraña desarreglos
que de todos modos sus dirigentes hubieran encarado con urgencia, por encima
de las dificultades y a cualquier precio, so pena de sucumbir; mas las condiciones
han cambiado positivamente para el imperialismo yanqui. En la Casa Blanca
se afinca el poder republicano, que ha vencido los complejos de la mala etapa
anterior. Valiéndose de los favorables augurios, los vencedores repentinos
de la guerra fría no se dedicarán solamente a corregir las desactualizaciones
de sus fábricas. Blandirán cada uno de los instrumentos de presión
a su alcance: la deuda de los Estados empobrecidos; el librecambio dentro
de sus zonas de influencia; las barreras proteccionistas frente a los otros
poderes desestabilizadores del globo; el envilecimiento de la mano de obra
en extensas y populosas regiones; los altos déficit fiscales de los
gobiernos lacayunos; la supervisión de los suministros estratégicos
y los artículos esenciales procedentes de los países atrasados,
y la violencia, que de por sí consiste en un negocio, como acaba de
demostrarse en Kuwait, cuya reconstrucción se estima en cerca de 100.000
millones de dólares. Los destrozos iraquíes cuestan dos o tres
veces más, y de los cuales, sin duda, también aspiran a hacerse
cargo los consorcios que patrocinaron la "tormenta del desierto"
y, en cuestión de semanas, la finiquitaron para su exclusivo beneficio.
Los promotores de nuestra "modernización" apelan, pues, a
los métodos característicos del antiguo sistema colonial, desde
la institucionalización de los impuestos confiscatorios dentro de las
repúblicas que gravitan en su órbita, hasta el quite y ponga
de los gobernantes que les sirven de intermediarios. Por supuesto que la hegemonía
de las grandes potencias depende a la larga de la solidez de sus pilotes industriales;
sin embargo, probando fortuna con una jugada no exactamente mercantil, cual
fuera la ocupación del Medio Oriente, Estados Unidos retoma el petróleo
árabe, reactiva las transacciones, reajusta la tasa de ganancia, refuerza
los fondos de inversión y rescata la iniciativa a nivel planetario,
pasos indispensables en el camino hacia una virtual reconversión de
sus plantas fabriles. Realidades que tratan de encubrir o paliar ciertos comentadores,
mayormente norteamericanos, cuando insisten, desde una posición académica
y economista, que, para atender los apremios de la crisis, el presidente Bush
debió haberse quedado en la Oficina Oval resolviendo los faltantes
presupuestarios, el paro, la depresión y el resto de desequilibrios,
en lugar de salir con medio millón de soldados a declararle la guerra
a Saddam Hussein.
2. EL ECONOMISMO EN BOGA
Dentro de la contraofensiva de Washington se destacan las
metas de la apertura económica, no la suya sino la de Latinoamérica,
una aplicación tardía de los decadentes preceptos de la Escuela
de Chicago, tan denigrada ayer por los mismos que hoy entre nosotros la acolitan.
Los partidarios de ensayar la subasta, la privatización, la entrega,
sitúan el origen de nuestros males en las imperfecciones verídicas
o ficticias que, como un virus, se han propagado según ellos por los
órganos de la sociedad entera, y para cuya superación no existe
alternativa diferente a la de que los virtuosos y avanzados desvalijadores
del imperio tomen en sus manos el control del trabajo y de las riquezas nacionales.
Se confunde el efecto con la causa y la enfermedad con el remedio. Permitir
el cierre de las empresas, o su traspaso a los capitalistas foráneos,
por no hallarse éstas a la altura de las técnicas y los modelos
internacionales, aparte de la carga antipatriótica que llevan anejas
tales consideraciones, significa postrarse ante ese economismo que venimos
criticando hace rato y que han puesto de moda los círculos universitarios
del Norte, la bocina ideológica de América.
Si nos guiáramos por los índices de eficiencia, o de rentabilidad,
habríamos de deponer los derechos a un desarrollo autónomo en
aquellos renglones como la siderurgia, los hidrocarburos, o los mismos textiles,
en virtud de las ineptitudes heredadas y de los impedimentos naturales. Con
el tiempo renunciaríamos por completo a la construcción material;
nos conformaríamos, según las concepciones imperantes, con una
ciencia que se amolde a las peculiaridades de nuestro progreso, o sea incipiente;
tendríamos una medicina rudimentaria, si acaso preventiva, al margen
de los altísimos logros de tan importante esfera del conocimiento,
cual lo manda la cartilla oficial, y así con los demás quehaceres
y disciplinas sociales. Eso sería relegarnos porque estamos relegados.
Pero cualquier nación, primordialmente en crecimiento, ha de canalizar
parte considerable de sus fondos hacia las funciones básicas, aunque
no renten, pues las áreas que aquéllas cubren, o los elementos
que proporcionan, resultan sobremanera necesarios para el conjunto de la producción.
De ahí que el Estado haya de ocuparse, cada vez con mayor ascendencia,
de frentes, de erogaciones o de servicios que ya no son gananciosos para los
particulares. Impulso centrípeto que no habrá de invertirse
por las orientaciones subjetivas de enajenar los haberes públicos.
Nos referimos a un probado criterio. Mediante la inveterada práctica
de los decretos de excepción el gobierno seguramente conseguirá
cuanto se proponga, hasta la derogatoria de los incómodos ordenamientos
constitucionales; mas ninguna reforma, por omnímoda que sea, ni aunque
emane de una Constituyente como la de César Gaviria, logrará
torcer el curso inexorable de las leyes económicas. Daba risa oír
al titular de las finanzas cuando pedía a voz en cuello la mediación
del Idema, buscando conjurar, con arroz depreciado, la escalada alcista de
enero y febrero, cuyos escandalosos porcentajes derrotaron sus pronósticos
sobre la inflación y con ellos su política antiobrera, siendo
que en agosto, inmediatamente después de posesionado y a tono con la
estratagema de la apertura, había dispuesto que el Instituto cesara
sus labores de mercadeo agropecuario y se redujera a coordinar, en los extramuros
de los epicentros comerciales, la acción de unos cuantos propietarios
de pequeñas parcelas. Colombia, "país único",
afirmaba Carlos E. Restrepo. El desatino del doctor Rudolf Hommes lo atornilló
todavía más a la silla ministerial, mientras rodaba la cabeza
de su subalterno, quien se negó a vender a pérdida, prestando
oídos sordos a las instancias superiores. Y eso que el hoy ex gerente
de dicha dependencia, Darío Bustamante Roldán, pertenece también
a la Panda de los Andes que no sólo asesora sino que mangonea. A la
postre, el cereal de la discordia no contuvo la carestía, ni generó
divisas, merced al alza inusitada de 11.5% que en un solo mes acusaron sus
cotizaciones, a principios del semestre y al cabo de un par de años
de no presentar indicios de incrementos reales. Sus ventas internas subían
el costo de la vida y las externas no dejaban utilidades. Los desbarajustes
de esta índole que entre nosotros se suceden a diario, cada vez con
mayor anarquía y menor vigilancia, aun en los renglones menos vulnerables,
lejos de marcar el fin de la injerencia moderadora del Estado, la tornan más
contundente y acuciante. Así habrán de ratificarlo las inmensas
mayorías, bien por motivos económicos, bien por razones patrióticas.
Cual lo recalcábamos arriba, los empresarios colombianos asumieron
más de una postura contradictoria y lamentable ante la incontenible
arremetida estadinense sobre la América pobre, en donde los últimos
dos Cónsules de Washington, la Roma imperial contemporánea,
han trastrocado hondamente la situación doméstica, las relaciones
exteriores y hasta el orden jurídico de los pueblos. Tras la invasión
navideña de 1989, se reapuntaló en Panamá el Comando
Sur de las legiones del Pentágono; y en las montañas de Perú
y Bolivia erigió fortines militares con la disculpa de reprimir el
narcotráfico. Entremezclándose las amenazas de la fuerza bruta
con las persuasiones de los teorizantes, se condujo a los palacios de gobierno
a una generación distinta de líderes dóciles y desubicados,
cuyos electores, como en el caso de Carlos Menem, ya no saben si están
locos o se hacen los locos. Púsose a los ideólogos burgueses
a hablar un mismo lenguaje en pro del anexionismo económico. Se transformaron
las pertenencias del Estado, e incluso las privadas, en bienes mostrencos
sobre los cuales tendrán prelación las primeras firmas que aparezcan
en estas latitudes con el propósito de poseerlos. Se empezó,
en fin, a desbrozar el sendero hacia la Empresa para la Iniciativa de las
Américas, esbozada por George Bush ante funcionarios oficiales de diversos
países y miembros de la comunidad de negocios, a mediados de 1990,
y que tiene por objeto el hacer del Nuevo Mundo una sola zona comercial, "desde
el puerto de Anchorage hasta la Tierra del Fuego".
Durante el turno de Betancur no se quiso profundizar sobre tales pretensiones, aunque se hallaban ya implícitas en los programas que las agencias mundiales de crédito venían exponiendo desde muy antes a las repúblicas prestatarias. Barco instaló y suspendió comités destinados a examinar las incidencias de la apertura en los escenarios de Colombia; pero en resumidas cuentas no hizo otra cosa que ceder ante las instigaciones del Fondo Monetario Internacional y darle inicio a la desnacionalización en marcha, autorizando la merma de los aranceles, el traspaso de buena parte de la red bancaria al capital extranjero, el incremento de los intereses de los préstamos de Proexpo y la reducción de su cobertura. En otro ejemplo de condescendencia, voló a fines del 89 a Galápagos, en compañía de los demás presidentes del Pacto Andino, a suscribir la Declaración que lleva el nombre del conocido archipiélago, y por la cual se agiliza el levantamiento de todos los gravámenes interzonales, a la sazón previsto para 1995, y se procura la plena "integración latinoamericana" dentro del marco de la "apertura económica" y del entronque con los "mercados mundiales". Hacia fines parecidos estuvo encaminada la Cumbre de Cartagena del 15 de febrero del año pasado. Si bien el gobierno de Estados Unidos la convocó, conjuntamente con los de Colombia, Perú y Bolivia, tras la mira de coordinar la lucha antidrogas, sus conclusiones más bien hacen énfasis en "el crecimiento del comercio entre los tres países andinos y los Estados Unidos", o disponen que éstos "promoverán las inversiones privadas" en aquéllos. Y en cuanto a la nueva administración, le cupo la azarosa gloria de coronar el proceso. Dentro de la natural expectativa que rodea los relevos cuatrienales del Palacio de Nariño y no perdonando las vacilaciones de los empresarios, el régimen recién instalado echó por la calle de en medio y de un tirón satisfizo las inquietudes de la superpotencia, sin dejar una sola exacción imperialista por instituir.
3. UN MANEJO NO DISCRECIONAL DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Con las complicidades de las Cámaras y de la Corte
Suprema de Justicia, las otras ramas del poder público que el Ejecutivo
aspira a socavar y someter a su coyunda, César Gaviria, cumplió,
no con su mandato, sino con la totalidad de los mandados. Gracias a las primeras
le dio simultáneamente cuerpo jurídico a más de treinta
reformas regresivas y por intermedio de la segunda convocó la Asamblea
Constitucional, un golpe de Estado que acabará crucificando a la vilipendiada
"casta política" e introduciendo modificaciones de fondo,
de las más variadas y peligrosas consecuencias, como la redistribución
de las divisiones territoriales, el debilitamiento de la economía estatal,
la capacidad legislativa de los departamentos, la absoluta autonomía
de la presidencia para resolver sobre "Tratados de Cooperación"
con otros países, sin el correlativo consentimiento del Congreso, o
para imponer acuerdos internacionales cuya "importancia económica
y comercial requieran su aplicación urgente", así esta
extraña licencia se registre con carácter de "provisional"
dentro del plan reformatorio de la Carta sugerido por el primer mandatario.
Lo cual no significa, desde luego, que hemos de ir el próximo 4 de
julio a los pasillos del Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de
Quesada a aguardar el parto de los montes, pues a través de la vía
rápida y múltiple del artículo 121, de las relaciones
exteriores e incluso de las leyes, Colombia sigue abriendo sus mercados a
las trasnacionales, sin que sobre ello puedan chistar o influir de veras las
entidades colegiadas elegidas por los ciudadanos, y mientras se difunden doctas
lucubraciones alrededor de la "democracia participativa", la "consulta
popular" y el "referendo".
En aras de la estrategia colonialista se adecúan caprichosamente las
estipulaciones del Pacto Andino, un compromiso viejo de cerca de veinticinco
años, que Richard Nixon patrocinó con base en las diligencias
y recomendaciones de su embajador plenipotenciario, Nelson Rockefeller, quien
visitara la región y escribiera el análisis intitulado "Calidad
de la vida en las Américas", cuyos supuestos, y hasta su terminología,
aún enriquecen la jerga de la política económica oficial.
Los antecedentes, para colmo, se remontan más atrás en el tiempo,
por cuanto los acercamientos de este tipo hunden sus raíces en la Alalc,
fundada en virtud del Tratado de Montevideo de 1960, hoy Aladi, Asociación
Latinoamericana de Integración.
Resulta entonces fácil desentrañar el porqué de los meteóricos
y pírricos éxitos de Gaviria, a quien le ha quedado relativamente
sencillo meter al país en la boca del lobo. Una obra de meses cuya
gestación duró decenios.
El presidente, sin indagarle a nadie ni responder por nada, mas escudado tras
los arrumes de convenios multilaterales y con sólo estampar su firma
en el Acta de La Paz, el 29 y 30 de noviembre comprometió a los colombianos
todos a admitir el último día de 1991 como el plazo máximo
de espera para que rija la liberalización dentro de la zona andina,
acortándose así, en un amén, el angustioso término
que hacía apenas un año concertara su antecesor en las islas
Galápagos. Antes había ido a Caracas, promediando octubre, a
insacular su votito de respaldo a los grupos, el de los Tres, a la sazón
el más joven; el de Río, de Ocho, y que pronto será de
Nueve, de Once o de Trece, y por conducto de los cuales nos enganchamos al
Norte voraz, y no exclusivamente nosotros o nuestros asociados, sino Centroamérica
y el Caribe. Todos los caminos conducen a Washington. Por supuesto que para
pertenecer a este selecto club de colonias no basta con correr a depositar
la balota o la rúbrica; los gobernantes tienen que ingeniárselas
y desvivirse si desean exhibir, dentro del muestrario aperturista, las mejores
ofertas a los trusts, disminuyendo los jornales, las cargas, los controles
y los demás contrapesos de la superestructura, y, en la infraestructura,
arreglando las carreteras, los ferrocarriles, los puertos y los aeropuertos.
¿No se trata acaso de la efectividad de los subsidios otorgados, no
a nuestra industria, sino a las multinacionales, cual los confirieran, a su
hora y durante lustros, por ejemplo, los mandarines de Taipei, quienes probando
fortuna con su fementido Modelo de Taiwan, echaron por el atajo de las exoneraciones
tributarias y se valieron, desde la década de los cincuentas, de los
turbiones de cuantiosos giros que a guisa de donación o acicate afluían
a sus bolsas desde las arcas del Tesoro americano? ¿Y los capitalistas
del imperio no están pensando en salir hacia otros parajes, tanto más
cuanto que en sus agotados dragones, con el progresivo e ineluctable acomodamiento
de los factores en pugna, las ventajas previas se han ido evaporando con la
subida de los costos laborales, los retoques en el sistema impositivo, la
revalorización de las monedas nativas y el encarecimiento de los bienes
raíces y valores? Por mucho que los teóricos de oficio nos digan
que vamos a adueñarnos en franca lid de porciones suculentas del consumo
allende nuestras playas, la verdadera puja se entablará entre los débiles
Estados receptores del capital foráneo, y, casualmente, por tales inversiones.
Mientras oímos por doquier un súbito grito de guerra, "¡A
conquistar!", sólo vemos que se obedece a toque de campana.
Desde las reuniones septembrinas, a Ecuador lo vienen conminando sus socios
andinos a que se desprenda para siempre de sus carcomidas salvaguardias, las
toleradas antaño por los convenios vigentes, y que le fueron concedidas
en virtud de su "menor desarrollo económico relativo dentro de
la subregión" junto a Bolivia. De las provocaciones enfiladas
hacia el debilitamiento del hermano país participan lógica,
melancólica y gratuitamente Colombia y Venezuela, cuyos gobiernos,
apercibidos de las recuperaciones del sol que más alumbra, se brindan
como agentes de la expoliación universal ante las repúblicas
de superiores carencias y aunque hayan nacido igualmente de la espada del
Libertador.
Sin desvelarlo tampoco las tragedias de sus coterráneos, el señor
Alberto Fujimori, otro peón hecho dama, abolió, hace poco menos
de tres meses, el dominio público sobre doce empresas en las áreas
de las manufacturas, el comercio y los servicios; instauró el libre
"uso, tenencia y disposición" de las monedas extranjeras,
abandonando a los azares de la oferta y la demanda la fijación del
tipo de cambio, y abrió de par en par las puertas del Perú a
las compañías monopólicas tradicionales, convirtiendo
a la patria de las miserias del cólera en el paraíso del agio
y de la usura. Y hacia el extremo austral, Brasil y Argentina, los ricos quebrados
del hemisferio, concibieron, o les concibieron en marzo otro subgrupo, el
del Mercado Común del Cono Sur, dentro del cual dieron cabida, entre
batir de palmas, a dos pobres recipiendarios: Uruguay y Paraguay. Se ha ido
delineando así el mapa económico y geopolítico de las
Américas, el de la Iniciativa de Bush, tan alabada por César
Gaviria, salvo una objeción, la de que, pese al precipitado desfile
de los catastróficos acontecimientos, anda demasiado lenta.
Y el Canciller Luis Fernando Jaramillo Correa acaba de anunciar en Medellín,
el terruño de sus mayores, que los colombianos, a espaldas nuestras,
obviamente, estamos acordando también un mercado sin fronteras con
los chilenos, a quienes el neoliberalismo económico, desde las trágicas
andanzas del régimen castrense, les ha irrogado ruinosos quebrantos
en la inversión industrial, el empleo y las condiciones sociales de
los desposeídos.
4. UNAS VECES HACIA ATRÁS Y OTRAS HACIA ADELANTE
Ante los negros presagios y sin saber a ciencia cierta qué
camino seguir, la burguesía de Colombia terminó pareciéndose
al asno de Buridán. En los preliminares, cuando los neófitos
asesores de Barco presentaron en sociedad a la bella apertura y urdieron las
medidas correspondientes, los voceros empresariales tomaron los sospechosos
escarceos más como una desprevenida invitación a meditar sobre
otro diseño cualquiera de desarrollo que como un ultimátum.
En variados foros debatieron el monumental engendro; ventilaron ponencias
que concluían en la infalible solicitud de puntuales anticipos a la
banca internacional, impacientados por traer maquinaria moderna, efectuar
la reconversión y alistarse para el reto. Todavía soñaban
en redimir la industria colombiana con las benevolencias de los mismos que
iban tras su perdición. Ya en los días inmediatamente anteriores
y posteriores al advenimiento del gavirismo hicieron gala de tacto, dándole
vueltas en la cabeza a las eventuales posturas, o a las adaptaciones que más
convendría asumir bajo las directrices prontas a estrenarse. Pero desde
agosto todas las cosas estaban consumadas. La privatización de empresas
importantes del Estado era una línea definida e inmodificable. La libertad
cambiaria empezaría a regir y por ende la dolarización de las
transacciones económicas. Los tratos obrero-patronales se regularían
por la reforma laboral más retardataria de nuestra historia, que cortó,
sin miramientos de ninguna especie, reivindicaciones de medio siglo de luchas
de la clase trabajadora. Los productores nacionales perderían el derecho
al sostén gubernamental, a los subsidios, a los préstamos de
fomento, mientras los monopolios de las metrópolis, cuando no quedasen
a la par con los inversionistas colombianos, saldrían netamente favorecidos,
sin mayores normas u obligaciones ante el fisco para entrar sus dinerales
o remitir sus dividendos, y con factibles zonas francas donde instalar sus
maquiladoras y disponer a su antojo de los efímeros salarios, mercedes
que, a la postre, llegarían a cubrir ambos litorales, el atlántico
y el pacífico, además de los otros territorios que el Conpes
considere relegados.
Rápido transcurrió el período de vacaciones, pasó
enero y, según la costumbre, el país fue retornando muy paulatinamente
a sus cauces normales. En febrero y marzo, los temores, que venían
casi limitándose a meras expectativas, se materializaron y acrecieron,
sin que dieran lugar a la más remota esperanza los desaforados dictámenes,
mantenidos contra viento y marea por los héroes de moda, los protagonistas
del relevo administrativo y de la suplantación generacional. No se
habían concretado los empréstitos prometidos para robustecer
la capacidad competitiva de la industria y la agricultura colombianas; no
se habían resuelto, de modo conciso, satisfactorio, los cuestionarios
de los gremios, y la libertad de importaciones ya estaba andando, junto al
resto de las generosas garantías otorgadas a los consorcios extranjeros.
En síntesis, los postulados de la apertura económica entraron
a regir, a tiempo que a la producción nacional se la desalentaba con
inconvenientes sutiles pero demoledores, tales como el encaje marginal del
100% determinado por la Junta Monetaria, que tapona el crédito corriente
de los bancos. Se aminoran los Certificados de Reembolso Tributario, Cert;
se ordena acelerar los pagos al exterior, y se multiplican los gravámenes
indirectos, entrabándose la circulación de las mercancías,
incluidas las exportaciones, y haciéndose nugatorio cualquier estímulo
que aún permanezca por ahí, sin vida, dentro de los desahuciados
reglamentos. Tras la sistemática campaña de desinformación,
las autoridades económicas, con el señor Hommes al frente, culpan
a los empresarios de los trastornos de la espiral alcista registrada en los
albores de 1991 y, cabalgando sobre el desconcierto generado por la propia
acción gubernamental, profieren amenazas de más y mejores resoluciones
restrictivas. Entonces sí explota el escozor de los empresarios de
la ciudad y el campo, quienes empiezan, ante la faz de Colombia, a engarzar,
todos a una, los reclamos, las advertencias, el recelo, tendiendo una saludable
sombra de duda sobre la estratagema entronizada.
Hasta Augusto López Valencia, del Grupo Santodomingo, vicepresidente
de Avianca, aerolínea que perdió 20.000 millones de pesos en
1990 y que actualmente soporta una deuda de 102 millones de dólares,
estimó injusto que se ponga a competir a su compañía
"con sus 27 avioncitos", frente a un monstruo volante de las dimensiones
de American Airlines. Los agricultores, por boca de Carlos Gustavo Cano, denunciaron
no sólo la ambigüedad de los programas oficiales y las contradicciones
entre los funcionarios al interpretarlos, sino los más notorios retrocesos
de los sectores rurales, en siembras, tecnología, mecanización,
mercadeo, etc., tratando de alertar sobre las contingencias de un desabastecimiento
agrícola a mediano plazo, de no introducirse correctivos pertinentes,
a fondo y sin demoras. Los cerealeros, en particular, presididos por Adriano
Quintana Silva, reconvinieron a las altas esferas por su "visión
oportunista, demagógica y peligrosa", puesto que ahondan la crisis
repartiendo el contentillo de los alimentos importados, en lugar de propiciar
la producción interna. La Federación Colombiana de Industrias
Metalúrgicas, Fedemetal, dirigida por Jorge Méndez Munévar,
volvió a ocuparse de las tremendas incógnitas que flotan en
el ambiente tras los tumbos del ensayo aperturista, debido al cual, y en virtud
de no se sabe qué misterio, las fábricas nacionales se fortalecen
entregando sus pequeños mercados a la poderosa competencia externa;
el país avanza compartiendo con los particulares el control de las
divisas; los negocios se reaniman mediante elevadas tasas de interés,
o los productos claves, como los metalmecánicos, deben desgravarse
en pro de la integración universal. También los textileros y
confeccionistas expresaron sus fundadas inquietudes de que la aceleración
del Pacto Andino facilite, no la presencia de las telas y las confecciones
de los pueblos vecinos, entre los cuales Colombia exhibe ciertas ventajas
en estos ramos, sino de las enviadas desde los Estados Unidos, con cuyos excedentes
bastaría para poner en aprietos a los latinoamericanos de punta a punta.
De la larga enumeración de las protestas de 1991 hacen parte el pronunciamiento
de la ANDI de febrero, comentado arriba, y las elocuentes observaciones de
Fedegán del mismo mes. El representante del gremio tal vez más
acosado por la tenaza de la violencia cuatreril y el benepláctio oficial,
el doctor José Raimundo Sojo Zambrano, llamó a rescatar la tradición
ganadera de Colombia ante el filisteísmo de quienes desean su fin alegando
la premura de una "eficiencia" que, según los esquemas prevalecientes,
sólo podría venirnos del imperialismo norteamericano. "¿Será
que los ganaderos tenemos que acabar de liquidar los hatos y volvernos importadores
de carne -dijo-, para así gozar del subsidio que se nos niega como
productores?"
5. POR UN FRENTE ÚNICO DE SALVACIÓN NACIONAL
No obstante la contundencia de estas acusaciones, ante las
que somos integralmente solidarios, a menudo los diversos segmentos de productores
se portan como tales, con espíritu corporativo, asiéndose a
su tabla de salvación, cualquiera, importándoles poco el naufragio
de la república o de su propia clase; creen inclusive que les favorecería
el hundimiento de los otros sectores, o piensan en guarnecer la fortuna aun
cuando la industria se pierda. Es típico el caso de la reforma laboral,
un mendrugo arrojado a los pies de los patronos y que éstos reciben
pletóricos de dicha olvidando que las bajas remuneraciones de nada
sirven sin fábricas, o que necesitan de los obreros hasta políticamente,
pues son los más fieles guardianes de la producción, sin cuyo
concurso no habrá salida posible.
Aun los asalariados de Norteamérica se pusieron sobre aviso ante la
apertura, convirtiendo allí, quizás, por primera vez, las inquietudes
proletarias en el máximo tema del debate público. Al promover
la oposición contra el acuerdo comercial con el gobierno mexicano e
identificarse con la brega de los pueblos sometidos de América Latina,
plantean, de hecho, la más vasta unión de las corrientes contemporáneas
del progreso humano. Fenómeno que se origina en una transitoria y trascendente
disparidad: al otro lado de la frontera la fuerza de trabajo vale un séptimo
de lo que cuesta en Estados Unidos. Por eso Thomas Donahue, dirigente de la
AFL-CIO, describió las maquiladoras como "un desastre para los
trabajadores estadounidenses y nuestros hermanos y hermanas de México".
Superdesempleo en el Norte; superpillaje en el Sur.
Seguramente la burguesía colombiana se ensimismó demasiado con
la caída de la superpotencia rusa. Estimó que con el fin de
la guerra fría se apagarían las guerras, o que con el resurgimiento
del imperio de los cincuentas los otros bloques agacharían la mansa
cerviz y se esfumarían las aduanas protectoras. Cantó victoria
a destiempo y no pudo intuir que atravesamos una coyuntura inesperada, en
que el puñado de naciones todopoderosas del globo, para campear, y
hasta para sobrevivir, acentúa de lleno el colonialismo, una arrebatiña
cruel bajo la cual los centros productivos de los pueblos dependientes y atrasados
resultan meras especies en extinción. A los ciento y pico de países
menesterosos no les queda otra que defender lo suyo, así no sea, por
ahora, muy floreciente.
Mas los infantes de los pioneros de la industria, los portadores del legado
de principios de siglo, parecen no comprender o no querer comprenderlo, al
menos cabalmente. En el plano internacional aceptan dialogar y pactar de manera
aislada con Washington, renunciando al gran poder colectivo, como si una sola
bandera pudiese obtener en la mesa de negociaciones más que las 26
de América Latina y el Caribe. No se entiende que los miembros del
Sela, el Sistema Económico Latinoamericano, que tanta cátedra
ha sentado sobre el desarrollo de la dilatada región, esperen hasta
finales de abril para reunirse en Caracas a discutir los pro y los contras
de la apertura; o que su secretario permanente, el señor Carlos Pérez
del Castillo, en dicha ocasión sostenga, como si tal, que "la
Iniciativa para las Américas excluye las negociaciones en bloque"
frente a Estados Unidos.
Tampoco se compadece con las cruciales circunstancias el comportamiento expectante
y hasta permisivo que asumen en el ámbito interno algunos contingentes
de las "fuerzas vivas". La jocosa vacilación de los parlamentarios
es una triste muestra. Tras de aprobar cuanto golpe matrero el Ejecutivo se
propuso propinarles a las mayorías acalladas y sintiéndose burlados
en los cálculos de prolongar sus dietas aun a trueque de sus lealtades,
se declararon en abierta rebelión contra la Asamblea Constituyente,
el gobierno y las jefaturas partidarias, a semejanza de los alquimistas medievales
que practicaban el arte de la inmortalidad retornando sus cuerpos mundanos
al glorioso estado anterior al pecado original. Apenas cuando quedan en entredicho
los intereses más cercanos se realza la gravedad de la conjura. Pero
el país entero, su estabilidad, su población, peligra.
La reforma constitucional, encaminada hacia la modificación o arrasamiento
de los antiguos valores económicos y democráticos, no habría
dado un paso sin la preponderancia del neoliberalismo. Así como no
hubiera ocurrido el relevo de tesis, de personajes, de clases, de generaciones;
ni el endiosamiento repentino del M-19, esa patulea de amnistiados que ayudará
a consolidar la peor reacción a nombre de la revolución y cuyas
raquíticas unidades funcionan de mentores en el Hotel Tequendama y
de policías en Patio Bonito. La "federalización",
otro solecismo parecido al del "revolcón", y que dividirá
a Colombia en territorios autónomos después de 170 años
de existencia de la república unitaria, significa entregar desmembrado
el país al águila imperial. 0 sea el complemento de la táctica
de la Casa Blanca, que consiste, internacionalmente, en convenir por separado
con cada nación latinoamericana, e internamente, fraccionarlas en Emiratos
Árabes sin ninguna capacidad de réplica. Igual acontece con
la debilitación económica del Estado y el fortalecimiento de
los poderes ejecutivos, para que aquél no ofrezca resistencias y éstos
esparzan todos los dones institucionales. O con el auge de la microempresa,
el medio previsto de atender la desocupación que sobrevendrá
con los cierres fabriles, admitido aun por el titular de la cartera del Trabajo,
Francisco Posada de la Peña, quien, en un seminario dedicado a la "Modernización"
no tuvo reato en recomendar ese ruinoso sistema de talleres como "la
forma más visible de inserción económica de las clases
de menores ingresos”.
El país va, pues, a la carrera, hacia una emboscada mortal. Y en consecuencia,
el MOIR acude de nuevo a los estratos y agrupaciones sociales que estén
dispuestos a evitar la consumación del atentado. Empuñemos con
firmeza el cometido de proteger las actividades productivas e impidamos que
se haga de la conciencia patria un costal de carbonero.
Retomemos lo rescatable del pasado y construyamos un brillante porvenir. Forjemos
el más amplio frente único por la salvación nacional,
en procura del cual venimos combatiendo desde 1986, no al estilo de un Alvaro
Gómez Hurtado, a quien no le entablaremos demanda por los derechos
de autoría intelectual, pero sí le recordamos que la consigna
no se concibió para seguir a Gaviria o redimir a Navarro, sino para
velar las armas de la grandeza de Colombia. Que Estados Unidos no cure sus
falencias, ni libre sus disputas comerciales, ni salga de su actual cielo
recesivo a costa de las bancarrotas, las miserias y los sufrimientos de los
pueblos de América.
SALUDO DEL MOIR A LA CONFEDERACIÓN UNITARIA, CGTD
Abril 30 de 1992
Mensaje leído por Francisco Mosquera el 30 de abril de 1992 en el congreso
de fundación de la CGTD.
Queridos compañeros:
La fundación de la nueva central representa el último capítulo
del prolongado proceso de lucha contra la decadencia de la corriente patronalista
de la clase obrera.
Las centrales controladas por la gran burguesía y por la disidencia
revisionista plantearon siempre paros generales, a medida que se iban recortando
los derechos de los trabajadores, pero, invariablemente también, o
los suspendían, o los traicionaban.
Siendo presidente del Bloque Sindical Independiente de Antioquia expuse, en
1967, que tales posiciones amarillas jamás tendrían respaldo
dentro del proletariado colombiano. En 1969 se declaró un paro para
el 22 de enero, y tras permanecer detenidos prácticamente 24 horas
en la casa presidencial, los dirigentes sindicales de las aludidas agrupaciones
se entregaron y aceptaron hasta la pena de muerte. A raíz de tales
acontecimientos, la USO, la niña de mis ojos, se desafilió,
si la memoria no me falla, tres veces de la CSTC, la confederación
mamerta. Sin embargo, el gobierno, mediante las resoluciones de sus oficinas
de trabajo la volvió a reclutar en las filas del revisionismo.
Espero que con el cambio de la correlación de fuerzas que estamos celebrando
logremos impedir, de hoy hacia el futuro, semejantes procedimientos ominosos.
Debemos sobrepasar las fronteras de los ajetreos sindicales y poner los ingentes
afanes de nuestra lucha a favor de la emancipación de los desposeídos
de la ciudad y el campo. Hay un ejemplo hermoso, el de los trabajadores de
Telecom, a quienes poco empeño les merecen las migajas ofrecidas ante
los máximos intereses de la nación.
La nueva central se funda en medio de la crisis más profunda en los
anales del país, la apertura, que significa la neocolonización
económica de América Latina por parte del imperialismo yanqui.
Tenemos seis elementos en pro de esta batalla: la corrupción del gobierno,
la crisis energética, los fracasos de los diálogos de paz, la
escalada impositiva, la lucha obrera y los desbarajustes internacionales.
Utilicémoslos al máximo y unámonos con todos los que
tengan algo que ver con la nación y con su historia.
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
¡POR LA SOBERANÍA ECONÓMICA, RESISTENCIA CIVIL!
Primero de Mayo de 1992
Mensaje de Francisco Mosquera el Priermo de Mayo de 1992, para conmemorar
el Día Internacional de la clase obrera.
I
Ante la severa retracción de su economía y
la aguda competencia que le plantean Europa y Japón, dos de los poderosos
bloques del momento, Estados Unidos desea salir de la encerrona centuplicando
primordialmente la explotación de los países pobres que están
bajo su yugo, incluida la totalidad de América Latina y, por supuesto,
Colombia.
Se registran muchos síntomas perturbadores en la vida de la superpotencia.
Son cerca de veinticuatro meses consecutivos de recesión, más
profunda que la de comienzos de los ochentas, y la cual arroja índices
pronunciados sobre la merma de las ganancias o el incremento de las pérdidas
de las principales empresas, la estrechez de los mercados, los déficit
en las cuentas nacionales, el paro forzoso de un notorio número de
asalariados y el rezago en la capacidad productiva de la compleja industria,
acrecido en estos tiempos duros de pelar. Aunque se reaviven pronto los negocios,
sus desajustes estructurales de vieja data sólo continuarán
reportándole desventajas de sumo cuidado.
El imperio del Norte desempolva los artículos de fe del neoliberalismo,
a los cuales encomienda los saqueos de su recuperación, una estrategia
que no abandonará por las buenas, aun a costa de arrasar el Continente.
Por eso la contradicción se torna antagónica e inevitable. Y
se equivocan los ilusos o los timoratos cuando atribuyen los gravísimos
quebrantos de nuestra nación a otras causas aleatorias, mientras se
agazapan tras paliativos engañosos con la inconfesable intención
de capitular ante los enemigos de la patria. ¿No tiende acaso la tan
zarandeada apertura hacia la plena colonización económica de
Latinoamérica? ¿No nos vaticina daños sin cuento, como
las quiebras en la incipiente producción; la subasta de los bienes
públicos; el apoderamiento de recursos, servicios y plantas fabriles
por parte de los monopolios extranjeros; la supresión de las reivindicaciones
laborales; los despidos sin tasa ni medida en los sectores público
y privado; el endémico y doloroso espectáculo de las bautizadas
ocupaciones informales; el establecimiento de las tenebrosas maquilas; la
dolarización de la economía; la eliminación de aranceles
junto a la consiguiente alza de los impuestos indirectos, antitécnicos
y regresivos, y, en fin, la ruina, con su rostro macabro?
Si los colombianos anhelan preservar los suyo, sus carreteras, puertos, plantaciones,
hatos, pozos petroleros, minas, factorías, medios de comunicación
y de transporte, firmas constructoras y de ingeniería, todo cuanto
han cimentado generación tras generación; y si, en procura de
un brillante porvenir, simultáneamente aspiran a ejercer el control
soberano sobre su economía, han de darle mayores proyecciones a la
resistencia iniciada contra las nuevas modalidades del vandalismo de la metrópoli
americana, empezando por cohesionar a la ciudadanía entera, o al menos
a sus contingentes mayoritarios y decisorios que protestan con denuedo pero
en forma todavía dispersa. Entrelazar las querellas de los gremios
productivos, de los sindicatos obreros, de las masas campesinas, de las comunidades
indígenas, de las agrupaciones de intelectuales, estudiantes y artistas,
sin excluir al clero consecuente ni a los estamentos patrióticos de
las Fuerzas Armadas, de manera que, gracias a la unión, los pleitos
desarticulados converjan en un gran pleito nacional.
II
No transijamos con ninguna de las disposiciones lesivas
al bienestar supremo de Colombia. Rechacemos en los diversos foros la grosera
interferencia de Washington, cuyo Departamento de Comercio nos tilda de "proteccionistas",
cuando a nuestra marioneta la obsesionan los caprichos del librecambio requerido
por el Fondo Monetario Internacional. Salgámosle al paso a cada intimidación,
como la proferida por el Procurador de la justicia estadinense, quien notificó
que su gobierno secuestrará en el exterior a cualquier sospechoso,
un típico desmán imperialista, recién ensayado en tierras
panameñas, y con el cual se apuntala el dominio no únicamente
militar sino económico. Tomemos nota también del plan del Departamento
de Defensa yanqui, cuyo resumen fuera publicado por The New York Times, y
dentro del cual se subraya cómo Estados Unidos debe "prevenir
cualquier desafío que emerja de Europa Occidental, Asia (en particular
Japón) o de las repúblicas de la extinta Unión Soviética",
es decir, volver a la hegemonía total, erigirse de nuevo en el único
árbitro nuclear del mundo, valiéndose para ello del intempestivo
desenlace de la llamada Guerra Fría e importándole un bledo
los desamores de los aliados de ayer.
Escuchemos la voz de El Espinal, desde donde los empresarios del campo denunciaron
la crisis sin precedentes de la agroindustria, "un cuadro que puede derivar
en movimientos unificados de imprevisibles consecuencias", según
advirtieron. Allí, en concreto, se propuso por algunos sacar a las
vías, en vez de las cacerolas venezolanas, los equipos, maquinarias
y automotores para exigir un cambio en la pérfida actitud del régimen.
Lo mismo que hicieran a principio del año los algodoneros del Cesar,
quienes bloquearon con sus tractores y vehículos la transitada arteria
entre Bosconia y Codazzi, tras el incumplimiento de las promesas gubernamentales.
Hagámonos eco de la inconformidad de los cafeteros que, desde los ricos
hasta los pobres, ven con sorpresa e ira los propósitos de la panda
gavirista de los Andes, pues se hallan en peligro los haberes de la Federación,
comenzando por el banco de sus transacciones, transfigurado en sociedad mixta
conforme al decreto 1748 de mediados de 1991. Se trata de un "irrespeto
y una burla", según la enardecida polémica de los caldenses.
Resulta obvio que sin aquellos instrumentos o instalaciones, levantados piedra
a piedra, durante lustros, dentro y fuera de nuestros linderos, no podría
Colombia influir en la comercialización del grano ni negociar con medios
eficaces un nuevo pacto mundial del café en Londres.
Seamos solidarios con la mediana y pequeña industria, en especial con
las declaraciones de los dirigentes de Acopi, mediante las cuales aquellos
vastos sectores, uno de los más golpeados y dispuestos a no asumir
una posición "acrítica y pasiva", coadyuvan, deliberada
o indeliberadamente, a exacerbar los ánimos de la sufrida población.
Recojamos, en cuanto rezuman validez, los múltiples pronunciamientos
del prepotente gremio de la ANDI acerca del irregular manejo monetario y tributario,
la escasez de crédito y estímulos, la competencia desleal foránea,
los malos convenios internacionales y el resto de desatinos de la administración.
Así esos estratos altos crean en las supuestas bondades de determinadas
medidas del modelo neoliberal, como el flujo franco de las inversiones imperialistas,
la privatización de las empresas del Estado o el retroceso en las relaciones
obrero- patronales, sus reclamos también caen y caben en la retorta
de la resistencia colectiva.
Hasta las asociaciones financieras, los pulpos de la construcción y
el gran comercio se quejan y temen. Este último, no obstante haber
aplaudido a rabiar la baja o la eliminación de aranceles, la libertad
de importaciones y las demás gabelas que le favorecen de la Iniciativa
para las Américas, esbozada por George Bush, acabó haciendo
una oposición acérrima contra las secuelas o puntos a su juicio
adversos de dicho proyecto aperturista, particularmente la proliferación
y el acrecentamiento del IVA, por los que clama el ministro de Hacienda, y
el consabido descenso de las ventas. Fenalco les sugirió a los afiliados
colocar en sus almacenes y en sus casas "cintas verdes", a manera
de "símbolo de descontento". ¡Quién lo creyera!
En esta dramática contienda la burguesía personificará
siempre al elemento vacilante; pero el proletariado, por esencia, no. A él
le corresponde entonces la orientación y animación del movimiento.
III
El circulo gobernante es débil, no solamente por
sus felonías, engaños, chamboneos, chanchullos, ineptitudes,
deshonestidades, sino porque desde antes de su posesión ha estado fletado
por Washington para festinar a Colombia y servir lacayunamente a los sórdidos
fines del imperio.
Sus imberbes integrantes alardean de inmaculados, mas las gentes supieron
ya que se roban un hueco, uno de los frutos positivos del encarcelamiento
del alcalde de Bogotá, incurso en el delito de "peculado por apropiación
indebida", y de cuya sospecha no se eximen concejales, funcionarios y
asesores.
En aras de la austeridad recortan la nómina de los servidores públicos,
y el presidente emprende continuos y hasta inútiles viajes a otras
latitudes con numerosas comitivas; ejercita el buceo bajo las cálidas
aguas de la Costa Atlántica en compañía de los Ganimedes
de Palacio; arma rumbas estrepitosas en la Ciudad Heroica en donde deleita
a los áulicos bailando o cantando bellas canciones como Caribe Soy;
monta con ayuda de las transgresoras autoridades bogotanas monumentales espectáculos
rockanroleros en el estadio de El Campín...
Exaltan los derechos de los niños mientras a sus padres los arrojan
de los puestos de trabajo; o el director de Bienestar Familiar socava los
principios morales de los colombianos, al argüir que "el homosexualismo
no debe ser impedimento para poder adoptar", o el ministerio de Salud
permite impudicias semejantes con la disculpa de prevenir el Sida.
Siguen ufanándose de demócratas aunque, desconociendo hasta
la propia palabra empeñada, hubieran revocado el anterior Congreso;
aplicado la "emergencia social" durante un día para suspenderles
atribuciones a los actuales parlamentarios, y sustituido las reglas establecidas
por la conveniencia de los "acuerdos políticos", sin pararse
en pelillos normativos ni en la cacareada igualdad de las personas ante la
Ley. Cabe traer a la memoria cómo López Michelsen, uno de los
jefes del liberalismo que ha secundado toda la patraña, llamaba la
atención hacia finales de su "mandato claro" sobre el riesgo
de hundir el andamiaje institucional si se alteran "las reglas del juego".
Pese a mostrarse interesados en la efeméride del Quinto Centenario
del Descubrimiento, remueven de la dirección del comité preparatorio
al maestro Germán Arciniegas, y en su lugar, merced a la misma decisión,
se apoltrona allí la mujer de Gaviria, recibiendo de ese modo un ultraje
inaudito la inteligencia y la cultura del país.
A todo mundo le piden eficiencia, pero marchamos sin correctivos válidos
hacia las tinieblas bíblicas de antes de la creación, debido
al colapso energético, no por culpa de las diabluras de Dios, sino
de los cohechos, imprevisiones y torpezas propios de la arrogante burocracia
encargada de los respectivos suministros, siendo que gozamos de las cuencas
de tres cordilleras enormes, y el aprovisionamiento eléctrico absorbe
más del 35% de la onerosa deuda externa. Además, el apremio
le proporciona a la cleptocracia la excusa perfecta para privatizar las operaciones
del ramo, apropiarse de los activos de éste y luego transarlos a título
de pago de los empréstitos en mora de cubrirse.
Quiebran la producción o la enajenan escondiéndose tras el sofisma
de atender las urgentes necesidades sociales. E insisten, por más que
la experiencia de siglos enseñe que sin desarrollo industrial, y autónomo,
no habrá nunca una mayor riqueza, y mucho menos para repartir.
A las muchedumbres desocupadas las consuelan pintándoles el paraíso
de las actividades informales, como si recogiendo basuras, lavando botellas,
fritando empanadas, ofreciendo baratijas en casetas callejeras o vendiendo
limones por las esquinas, logre alguien contribuir al crecimiento material
de la patria u observar los compromisos familiares.
Enumerar la lista completa de los embustes y embelecos sería una labor
interminable.
IV
Por otro lado, señalaremos lo que no pocos ignoran:
el desprestigio del gobierno cunde parejo con la vertiginosa propagación
de la crisis más profunda de la historia de Colombia. En escasos meses,
desde las postrimerías de 1991 a esta parte, se han presentado alteraciones
de innegable trascendencia en el pugilato político, tanto nacional
como internacionalmente. Periódicos que alababan el neoliberalismo
económico ahora ponen en salmuera aspectos esenciales de éste.
Parlamentarios elegidos bajo las banderas de la nueva ola saltan afanosos
en defensa de sus fueros conculcados, o se rehúsan de frente a aprobar
algunas iniciativas de los conculcadores. Comentaristas de oficio de la panda
mudan de opinión y uno que otro ha llegado al colmo de hacer circular
peticiones de renuncia al presidente.
En el concierto latinoamericano los gobiernos que, en búsqueda de una
rápida imposición de la apertura, han patrocinado enmiendas
a la Carta, como el nuestro, e inclusive los que aún no lo han hecho,
pisotean sus constituciones y no alcanzan a evitar que los minen los progresivos
encontronazos entre sus pretensiones y las de sus cámaras legislativas.
Menem le usurpa potestades al Congreso, Pérez lo sitia, Fujimori lo
clausura, Borja lo reprende, Gaviria le decreta la emergencia... A Color de
Mello, que mira impotente cuánto decaen sus acciones, el reformismo
tampoco le ha ayudado a conjurar la postración de Brasil. Algo parecido
acontece con las restantes repúblicas del hemisferio.
La integración latinoamericana principia a resquebrajarse, en un lapso
menor de lo esperado. Ante la agresividad imperialista los regímenes
dependientes se hacen cada día más insolidarios. ¡Sálvese
quien pueda!
Antes de concluir enero de 1992 los mandatarios de Venezuela y Colombia firmaron
la unión aduanera; y, menos de una semana después, con el intento
de golpe de Estado en el hermano país, Carlos Andrés Pérez
quedó atado de pies y manos, sin posibilidades de maniobra para cumplir
lo convenido, perjudicando naturalmente a la contraparte, su socio colombiano.
Este ejemplo habla por sí solo de cuán deleznables lucen los
mezquinos entendimientos de las oligarquías vendepatria. Lo único
duradero y necesario será la identidad de miras e intereses de las
naciones expoliadas.
V
Las desavenencias entre los órganos legislativos
y ejecutivos de la zona, o de los Estados entre sí, significan apenas
una causa, pero una causa internacional del caos hacia donde rueda fatalmente
la administración Gaviria. Hay otras no menos dignas de tomarse en
serio.
La corrupción se explaya en las cumbres del Poder, dando al traste
con las hipócritas campañas de moralización, las ingenuas
esperanzas sobre la "nueva Colombia" o el "bienvenido al futuro"
y, de pasada, con la credibilidad en los designios de los neófitos
gobernantes.
Los cortes de luz han llegado a límites intolerables, desesperando
a los habitantes de urbes y poblados. Luego de los incontables percances ocasionados
por los reordenamientos más restrictivos, retardatarios y antinacionales
de que tengamos noticia, los racionamientos energéticos le propinan
el golpe de gracia a la producción agrícola e industrial.
Ningún fenómeno retrata mejor la vacuidad de Gaviria que el
manejo complaciente y equívoco otorgado a la pacificación, cuyos
diálogos ni adelantan ni concluyen. En la ronda inicial, llevada a
efecto en territorio venezolano, se adoptó cualquier suerte de temas,
económicos, políticos, filosóficos y bélicos,
dejándose en el aire justamente uno, el que preocupa a las distintas
clases y capas: la cesación del terrorismo, el desarme, el reintegro
de los alzados a la vida civil. Pero no. Esas partidas de insurrectos errantes
persisten en el truco de concertarlo todo para no atenerse a nada si se altera
algo. Lo cual viene ocurriendo desde los primeros contactos en el período
de Turbay. Entre tanto el país contempla atónito cómo
se secuestra a granel, se mata a seres inocentes y se destruye con saña
la infraestructura de las áreas productivas.
Los repetidos atentados contra la clase obrera, con su sartal de nefastas
repercusiones en el sindicalismo, el empleo, el consumo, el desarrollo, etc.,
fuera de nublar los oscurecidos asuntos de incumbencia común y estremecer
la solera de la sociedad, a la larga terminarán sacando de sus goznes
a la vetusta república.
La reforma tributaria se ha ganado el repudio general. Muchos de sus acerbos
críticos la encuentran, además de injustificada, demostrativa
del despilfarro del Ejecutivo, que no amolda sus gastos a su labia, sobre
todo tras los gravosos ajustes de la Ley 44 de diciembre de 1990. "¡No
huele!", rezongaba el emperador Vespasiano al percatarse de que no aparecía
el dinero del gravamen a los urinarios públicos. Salvando las distancias,
hoy entre nosotros acontece lo mismo, que los recaudos de los múltiples
impuestos indirectos desaparecen antes de cumplir los objetivos para los cuales
fueron arbitrados. Pero así como la gran burguesía sueña
financiar los placeres de la apertura con el hambre de las masas, éstas
le quitarán a la vez el apetito, cobrándole igualmente caro
cada una de las arbitrariedades perpetradas.
Las cuestiones referidas atrás compendian seis de los factores que
más inciden en la anárquica situación de la hora. Los
focos de tensión abundan, los bandos en conflicto se exasperan, sobran
los indicios de que a la plena neocolonización económica de
América Latina se le dará curso forzoso, por encima del querer
y el sentir de las abrumadoras mayorías, con o sin Constitución,
cuando no hace ni un mes el director del Fondo Monetario Internacional destacaba
"que no es un accidente que el progreso económico logrado por
la región haya coincidido con su avance democrático".
Veremos quién prevalecerá, si Gaviria con su cantinela o el
pueblo con sus proclamas. A la granizada gringa responderemos con una tormenta
tropical.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
EN RESPALDO A GERMÁN ARCINIEGAS
Octubre 1º de 1982
Publicado en El Tiempo el 11 de octubre de 1992, para conmemorar el Quinto
Centenario del Descubrimiento de América.
Señor Doctor
Germán Arciniegas
E. S.M.
Apreciado maestro:
Pocas mentes como la suya han hecho tan portentosos esfuerzos para esclarecer
y cimentar los valores nacionales, y ningún otro colombiano ha vinculado
de tal modo su nombre y su obra a la fecha mágica del 12 de Octubre.
Por ello, nadie admitió que el gobierno, sin motivo confesable, por
decreto del 21 de noviembre de 1990, le quitara a usted la responsabilidad
de conducir la Comisión Colombiana para la Conmemoración del
V Centenario del Descubrimiento de América, poniendo en cambio a la
señora Ana Milena de Gaviria. De inmediato se conocieron las manifestaciones
de inconformidad de Carlos Lleras Restrepo, Otto Morales Benítez, Hernando
Santos, Germán Espinosa y otros. Tampoco se hicieron esperar las renuncias
irrevocables, al comité preparatorio, de Pilar Moreno de Angel y de
Ramón de Zubiría.
La ofensa inferida al país en su persona no careció de causa
bastante.
Desde antes de la publicación de El estudiante de la mesa redonda,
en 1932, y después de El Embajador, editado en 1990, usted ha escrito,
fuera de miles de artículos, discursos y conferencias, casi un libro
por año, para el gozo de sus incontables seguidores. Todo tras una
sola respuesta, "¿Qué es América?". "El
único continente con fecha de nacimiento", pues "no la tienen
Europa, ni Asia, ni África".
Un par de esas ideas bullen en sus exposiciones. Que las tierras nuestras
eran el único escape de los seres zaheridos de entonces, al otro lado
del océano; y que aquí hicieron su magistral actuación
las muchedumbres y los sentimientos más diversos. En 1946, por ejemplo,
al inaugurar la placa conmemorativa de Antonio Morales ante la casa del florero,
usted señaló cómo "el grito de independencia lo
daban en realidad los españoles cada vez que se embarcaban para América
en las naves de la conquista. Y ese grito fue ahondándose por los aires
de estas montañas, y se confundieron en él las tres voces de
las gentes de tres colores que reunió este hemisferio para dar cumplimiento
al destino de la libertad". Luego habló del "Continente de
siete colores". Y, en Nueva York, a comienzos del invierno de 1989, con
ocasión de recibir el premio que le otorgara The Americas Foundation,
ratificó, por enésima vez, que la efeméride a la cual
arribaríamos a la sazón dentro de tres años, era el más
glorioso de los festejos:
El de "La liberación de los peregrinos. De los que siguieron emigrando
en cinco siglos. La fiesta de nuestros Padres fugitivos. La de Europa emancipada,
que es la de ustedes y es la mía. La de la libertad antevista por Platón.
Fiesta de todas las naciones. De españoles, italianos, portugueses,
ingleses, escandinavos, polacos, irlandeses... Aquí, en las Américas.
Ya no puede decirse sino así, en plural, donde hay que ser anchos y
generosos para gentes de toda nación, color o secta."
Pero muy en contra pensaban los girasoles recién llegados al Poder.
En lugar de imprimirle un sentido histórico, global, a la celebración,
la encasillaron en el reducido ámbito de las relaciones ibérico-latino-americanas.
Un enfoque por demás paradójico. Mientras que a materias teóricas
de semejantes incidencias universales se las aborda con miopía infinita,
excluyéndose a los pueblos de lenguas no hispanas o portuguesas, también
artífices de primera fila en las aventuras de la Conquista y de los
progresos posteriores, al contrario, frente a los peligros de la Iniciativa
para las Américas, liderada por Washington, y que implica la plena
colonización económica de las gentes pobres, se asume una posición
amplia, liberaloide y obsequiosa. Quizás consideren que España
resulta un buen camino para llegar al Norte; o que no se agravia a los estadinenses
si con otros expedientes se les satisfacen sus apetitos expoliadores.
Con el marginamiento suyo de los eventos oficiales de la conmemoración,
el Primer Magistrado colombiano no sólo desconocía irrespetuosamente
una patriótica labor investigativa de más de sesenta años,
sino que actuaba cual un súbdito más de las Serenísimas
Majestades de la Península, puesto que aceptaba sin chistar las irritantes
demandas de Madrid, que pretende aprovecharse de los fastos memorables para
lucir los trofeos de su añorado Imperio Colonial Español. La
impronta de la época. Hay que transferirles las responsabilidades a
los elementos emergentes que no les tiemble el pulso al festinar los haberes
públicos, y cerrarle el paso a toda tendencia que tenga algo que ver
con la nación o con su historia. Lo dijimos al hacer el examen de la
actual situación planetaria y americana. Y estoy persuadido de que
el desaire a sus personales empeños emana de la lógica de tales
designios.
Los periódicos del 24 de diciembre de 1990, que reprodujeron un reportaje
suyo concedido a Colprensa, en el cual usted se reafirma en sus tesis, "así
me tuviera que quedar absolutamente solo", divulgaron al mismo tiempo
un despacho de dicha agencia noticiosa con la información de que Colombia
venía gestionando ante España una ayuda, para la lucha contra
el narcotráfico, de 3.000 a 4.000 millones de dólares. Otra
curiosa coincidencia de aquellos días consistió en que la conocida
revista española Cambio 16 designó al señor Gaviria como
el "hombre del año".
Inclusive en la última reforma constitucional se reflejan
las rancias inclinaciones, al respecto, de las autoridades de turno. Además
de los errores de incoherencia, inexactitud y mala redacción, la Carta
de 1991 denomina Santa Fe a la capital, restituyendo un apelativo que se suponía
borrado para siempre, desde cuando los miembros del Congreso de Angostura
lo suprimieron aquel 17 de diciembre de 1819. Fue la denominación que
terminó dándosele a la aldea de doce bohíos de Gonzalo
Jiménez de Quesada, fundada en 1538 tras las extenuantes jornadas de
Santa Marta a La Tora y de La Tora a los dominios del cacique Bogotá,
quien perece por sus tesoros escondidos. Así habían designado
los Reyes Católicos a la ciudadela en donde resguardaron sus tropas
de asalto durante el sitio de Granada, el postrer baluarte del reino nazarí,
con cuya caída, en enero de 1492, acababan las casi ocho centurias
de Reconquista. Allí discutió y firmó Colón con
los representantes de sus monarcas las capitulaciones que abrirían
la senda hacia el Descubrimiento. Ese talismán de dos palabras protegía
a los convulsionarios de Roma y de Castilla. Simbolizaba la fe católica,
el rescate del feudalismo, la contrarreforma, el Santo Oficio, la unidad española,
la creación del imperio. Por eso nuestros abuelos fundadores lo regaron
por doquier, junto con el resto del santoral. La marcha hacia atrás
la determinaron el ascenso de Carlos V y la aparición intempestiva
de un segmento de la cara oculta de la Tierra. Los comuneros de 1781 llevaban
el somatén de pueblo en pueblo, al pregón de "¡Guerra!,
¡Guerra a Santa Fe!". Y sus dignos descendientes abolieron muchos
de estos apolillados emblemas y calificativos, para que una minoría
alucinada venga ahora a sacarlos de entre las basuras de la sociedad.
Otro tanto ha acontecido con la noción económica del resguardo
y con la figura jurídica de la tutela. Dos instituciones extraídas
de los precipicios perdidos del pasado, y que los asambleístas del
Hotel Tequendama decidieron introducir en las normas de la Ley Fundamental
de la república. Sin excepción alguna, a los sectores indígenas
sobrevivientes se les debe respetar sus tradiciones y cultura; pero algo muy
distinto será sembrarlos como plantas en las formas de producción
ya relegadas por los logros del desarrollo. A estos estamentos no hay que
negarles su condición de fuerza trabajadora, con todos sus derechos
y deberes, sin omitir la propiedad privada, el comercio, la contratación
laboral, el conocimiento científico, la salud. Las expresiones comunales
de apropiación, típicas en los principios de la noche colonial,
se basaban en la antiquísima organización gentilicia que hallaron
los españoles y obedecían a las necesidades monárquicas
de recoger tributos y utilizar la mano de obra de los naturales. El papel
de protector del indio, desempeñado por el clero, alrededor del cual
todavía se especula, procuraba mantener intactos los ingresos de la
Corona y la Iglesia, sofrenando, de paso, la codicia de los encomenderos.
Los "benefactores" Bartolomé de Las Casas y Francisco de
Vitoria no se eximieron de la misión de sostener con sus prédicas
el andamiaje colonial. Si acaso lo matizaron. El uno sostuvo que los primitivos
se convirtieron por derecho natural y divino solo en vasallos directos y “libres"
del trono hispánico; el otro elaboró toda una enmarañada
doctrina para sustentar cuándo tal sometimiento se podría efectuar
a "justo título", dentro del derecho de gentes. El patronato
eclesiástico sobre las Islas Canarias y la violenta sujeción
de los vástagos de la raza Cro-Magnon que las habitaban, configuraron
un pequeño grande ensayo hacia fines del siglo XV para las masacres
posteriores de los amerindios.
Tras la imposición de dicho orden jerarquizado y artificial, los religiosos
proclamaban que los aborígenes eran menores de edad, incapaces absolutos
que habrían de ser sometidos a la tutela o al amparo de los preceptores
establecidos. El edificio feudal se erigió sobre los cimientos precolombinos,
al igual que Hernán Cortés dispuso construir la ciudad de México
en los escombros de la Tenochtitlán de los aztecas; o como los prelados
del Perú levantaron en Cuzco sus conventos y catedrales encima de los
imponentes templos del sol, hechos por los Incas. Semejante mezcla nació
herida de muerte. Lejos de conservar la situación instaurada, agilizó
el paulatino proceso de descomposición de las obsoletas regulaciones
europeas y de las seculares costumbres americanas. Anhelarlas o adecuarlas
a las realidades de hoy representa un anacronismo incalificable. Colocar a
la población entera bajo un tutelaje indiscriminado minimiza el precepto
escrito, enreda la justicia y favorece a los monopolios, que ya han empezado
a valerse de este artilugio para rematar sus ambiciosos propósitos.
Asuntos de fondo y de peso están en juego. Cada vez un mayor número
de opiniones del Continente expresan, en relación con la polémica,
sus simpatías hacia la actitud suya, maestro. Hasta el pueblo raso
ha ido comprendiendo qué relevar o no en la trascendental coyuntura.
Nada entenderíamos si los anales americanos quedaran circunscritos
a las hazañas de los descubridores, conquistadores y colonizadores;
si permanecieran sepultos los aportes de más de la mitad de los protagonistas;
si siguieran desfiguradas las decisivas influencias del Nuevo Mundo en el
Viejo; si cayera un manto de silencio sobre las batallas por la libertad,
pretéritas y presentes, en estas latitudes. Aunque el Descubrimiento
se deba a los adelantos de aquel período, parta de la hipótesis
de la redondez de la Tierra, corresponda a la pericia y a la tenacidad de
Colón e ilumine la Era Moderna, lleva el timbre, si se me permite la
licencia, de las fascinantes realizaciones del Renacimiento: que sus autores
se planteaban los problemas, definían los objetivos y los coronaban,
pero sin dominar a ciencia cierta el motivo y las repercusiones de sus triunfos,
ni los basamentos esenciales en que se sustentan. La llegada un tanto fortuita
de las primeras carabelas a nuestras costas de cualquier modo fue una salida
a las urgencias de la Europa del siglo XV, en especial la de romper el cerco
en que la habían situado la toma de Constantinopla por los turcos otomanos,
que bloqueó sus rutas comerciales hacia el Oriente, y el hecho de que
los combatientes del Islam constituían de suyo una barrera infranqueable
en el Norte del África. De ahí que exclusivamente restara buscar
el "Levante por el Poniente", según la conocida y certera
intuición del genovés. Sin embargo, al intentar comprobarla,
se le atravesó otro mundo, inmenso, distinto al anhelado... y no lo
supo nunca. Una meta fallida que, fuera de encarnar uno de los más
notables éxitos del Hombre, da pábulo a otros desenlaces no
menos contradictorios y deslumbrantes.
Usted se ha preocupado por arrojar luz sobre el bautizo del gigantesco hallazgo,
una controversia demostrativa de que en la empresa de hender el Atlántico,
moverse por la "cuarta parte" del planeta y alcanzar el Pacífico,
o sea, abrir los horizontes del cosmos de Copérnico y Galileo, colaboraron
durante los siglos XV, XVI y XVII, navegantes, razas y países distintos.
No se propuso el patronímico de Colombia, ni nada parecido, debido
a que el Almirante insistiera hasta el final, por el apego a viejas creencias,
por las equivocaciones de cálculo y por los compromisos contraídos
con los reyes, que había puesto pie en Catay, o las Indias, cual llamaban
los europeos a Oriente. Al menos veía obsesivamente en cada isla al
Japón, o Cipango, desde el momento mismo en que desembarcó en
Guanahaní. El homenaje se lo reservaron los monjes ilustrados de la
abadía francesa de Saint Die a Amerigo Vespucci, por intermedio del
cartógrafo y geógrafo alemán Martín Waldseemuller,
quien leyó las relaciones de los viajes de aquél a las regiones
de ultramar. El florentino sostenía que cuanto vio no era Asia sino
"otra cosa". ¡Tratábase de América! ¡La
verdadera noticia! ¡Un descubrimiento del Descubrimiento! Del cual tampoco
se percató Fernando de Magallanes, a pesar de atisbarlo entero desde
sus navíos, cuya tripulación cumplió después,
completamente diezmada, sin su capitán, la proeza de la primera vuelta
al globo; y, aunque, en compensación les facilitara su apellido al
turbulento estrecho austral de los pobladores de la Tierra del Fuego y a las
constelaciones más cercanas a la Vía Láctea que se distinguen
desde esas lejanías. Mas se había producido el reencuentro con
la Atlántida soñada de Platón, que usted menciona como
una alegórica referencia a los vínculos inextinguibles entre
las culturas.
Al fin se dieron cita los continentes, cointegrantes de la ignota Pangea,
cuya desmembración, iniciada hace cien millones de años, generó
el Mar Océano de Colón para concedemos a la larga el privilegio
de los debates del Quinto Centenario. Un desfile infinito de audacias, complejidades
e incongruencias que, no obstante, han mantenido en lo sustancial una ilación
permanente y suscitado el más maravilloso desafío a la historia
y al pensamiento, en todos los campos: la astronomía, la geología,
la antropología, la teoría de la evolución de las especies
y el resto de las ciencias naturales y sociales. "Muestrario" que
usted eslabona durante una existencia de fructíferos afanes, sin pretender
agotarlo, o llegar "a la proyección de todas sus consecuencias".
Partiendo de las hondas implicaciones que la leyenda cumplida a sangre y fuego
de El Dorado y el despojo de la masa indígena tuvieron en la acumulación
originaria del capital. De los crímenes cometidos por los heraldos
de Cristo y del Rey, nos cuentan, en espeluznantes narraciones, multitud de
cronistas y testigos presenciales. Marx, en su obra cumbre, los destaca entre
los factores que engendraron la naciente sociedad del siglo XVI: "El
descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada
de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población
aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales,
la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros:
son todos hechos que señalan los albores de la era de producción
capitalista." A través de las guerras, los empréstitos,
las falencias productivas, el entrabamiento comercial, dicha acumulación
pasa de España y Portugal a Holanda, Francia e Inglaterra. Pero es
en este último país donde ofrece su mejor cosecha en las postrimerías
del siglo XVII, tras el refinamiento del sistema colonial, tributario, proteccionista
y de deuda pública.
De nada les valieron, pues, las fabulosas riquezas a los españoles;
no lograron escapar pronto del feudalismo ni responder al reto planteado por
las naciones que se iban a la delantera. Medió una particularidad muy
extraordinaria. En las partes de América en donde aquéllos se
aposentaron, los indígenas, en una buena proporción, eran sedentarios,
practicaban la agricultura, conocían diversas técnicas artesanales,
descollaban en la arquitectura, la escultórica o la orfebrería,
tenían una metalurgia incipiente y, en suma, estaban aproximándose
a la civilización. Los encomenderos y demás súbditos
de la Corona encontraron "siervos" disponibles, sobre cuyo lomo,
o el de sus sucesores, cabalgaron durante tres siglos.
Una cosa muy diferente aconteció en el Norte. Allá, en ese otro
"refugio de los perseguidos", echaron raíces gentes de condición
distinta, con un concepto social altamente avanzado para el momento histórico;
en su mayoría calvinistas, puritanos, representantes de la reforma
protestante y del combate contra la escolástica y el oscurantismo,
una de las grandes rebeliones de los burgueses contra los señores.
Las otras dos radicaron en el Renacimiento y la Ilustración. Aquellos
emigrantes casi no contaron con fuerza de trabajo explotable. Los nativos
que les proporcionó la providencia por lo general no habían
superado, a la inversa de lo que ocurría en el Sur, el salvajismo o
los estadios bastante iniciales de la barbarie, conforme a las divisiones
y subdivisiones obtenidas por Lewis H. Morgan, después de su convivencia
de decenios con tribus norteamericanas, especialmente los iroqueses. Análisis
que despejaron incógnitas antes no descifradas, de la historia antigua
de Grecia, Roma y Alemania.
A los colonizadores ingleses les tocó entonces abatir los montes, domeñar
las tierras y ganarse el pan con el sudor de la frente. A falta de asalariados,
la esclavitud del negro se fue convirtiendo en una solera sin la cual Estados
Unidos no hubiese abrazado el capitalismo, ni llegado a ser, con el tiempo,
un país poderoso. La Declaración de Independencia, en 1776,
que tanto eco tuvo en los acontecimientos revolucionarios posteriores de Europa
y de las naciones latinoamericanas, configura la culminación de lo
dicho, cuyos rasgos preliminares aparecían ya con nitidez en una que
otra carta real de las compañías comerciales encargadas del
transporte de los europeos expatriados, o en los pactos que a veces éstos
firmaban en los mismos buques, y por los cuales se comprometían a ejercer
modalidades autónomas de organización, comprendidas las estipulaciones
de elegir sus funcionarios, escoger sus jueces y promulgar sus leyes.
Desde muy temprano se esparcieron en el hemisferio septentrional los vilanos
de la democracia, en contraste con cuanto aconteció en las colonias
españolas, francesas o portuguesas. También recurrieron al escalpo,
desde luego, pero no mezclaron su sangre con la de los pobladores de su Atlántida,
ni calcaron las instituciones de la vieja Europa.
Todo esto lo expongo con cierto temor reverencial, pero no percibo otras diferencias
mejores que las explicadas para resaltar el auténtico y decisivo papel
de los coterráneos de George Washington, Abraham Linco1n y James Monroe,
a propósito de la celebración del Quinto Centenario, y poner
énfasis en las disparidades históricas y en los desequilibrios
presentes de las dos Américas, que parten de una insalvable contradicción
heredada: el sector más progresista de Europa llegó al lugar
menos avanzado del nuevo continente y, viceversa, el poder más reaccionario,
a las culturas precolombinas menos atrasadas. Las críticas del MOIR
frente a las actuales pretensiones neocolonizadoras del imperio del Norte,
a las que arriba hice referencia, no nos impiden, ateniéndonos a la
autenticidad del discurrir histórico, reconocer e incluso nutrirnos,
de las útiles lecciones de la experiencia estadinense.
Pese a todo, los vientos fueron propicios. Llevaron a Darwin a Galápagos;
robaron el rayo para Franklin; pavimentaron por Ford las avenidas; les entregaron
las alas de Pegaso a los hermanos Wright; impelieron a Lindbergh por los aires
a través del Atlántico; revelaron a Watson y a Crick la doble
hélice de la genética; depositaron a Neil Arinstrong sobre la
superficie de la luna; inspiraron a los Watson, padre e hijo, en el perfeccionamiento
de las computadoras; indujeron a Edison hacia la creación de la lámpara
maravillosa; les dieron asilo a Einstein y von Braun; acogieron a Chaplin
y a Cantinflas; admiraron a Rivera, Siqueiros, Orozco y Arenas Betancur; leyeron
a John Steinbeck, Ricardo Palma, García Márquez ... ; auparon
a Mutis y Caldas en sus inquietudes científicas; promovieron el "pacto
del ajiaco"; siguieron a Bolívar, Santander, San Martín....
y rodearon a Germán Arciniegas.
Probablemente infinidad de marineros sentaron sus reales aquí, antes
o después de la presencia de Erico el Rojo, pero le correspondió
a Cristóbal Colón, de verdad, el Descubrimiento y extender el
panorama mundial.
Maestro Arciniegas:
El 12 de Octubre no debe ser una fecha límite. Los quinientos años
bien valen la pena para "hacer una historia de América vista desde
abajo". Le propongo que hagamos un pastel gigantesco, hecho de nuestra
propia masa, y lo pongamos en San Andrés con el objeto de que quinientas
vírgenes apaguen sus velas.
Atentamente,
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
HAGAMOS DEL DEBATE UN CURSILLO QUE EDUQUE A LAS MASAS
Noviembre 25 de 1993
Discurso pronunciado en el Salón Fundadores del Hotel Bacatá
el 25 de noviembre de 1993 con motivo del lanzamiento de la candidatura al
senado de Jorge Santos.
Queridos compañeros:
Tras dos decenios de echar mano de las modalidades del sufragio, estamos al
principio de la campaña electoral, la segunda que emprendemos luego
de haberse sustituido la vieja Carta de 1886 por otra mucho más arrevesada.
Siempre, o casi siempre, concurrimos a los comicios en compañía
de diversos aliados, apisonando los cimientos del frente único y esparciendo
las ideas revolucionarias. Mientras en cada departamento iremos a la contienda
por la Cámara, en todo el país conformaremos una lista única
para el Senado, convertido ahora en circunscripción nacional. En procura
de los correspondientes objetivos concertamos, alrededor de unas pautas programáticas
mínimas, la mutua colaboración con el bloque Democrático
Regional que nació del compromiso entre varias fuerzas con vínculos
populares en la ribera del Magdalena Medio. Unidad que, por sus preludios
o proyecciones, ofrece tema abundante de análisis. Pero como el debate
actual entraña características muy señaladas, un tanto
diferentes de las conocidas en etapas anteriores, deseo esta noche referirme
a ellas, aun cuando tenga que limitarme a un apretado resumen.
Con el advenimiento del cesarismo del revolcón, Colombia concluyó
sumida en las tinieblas de la incertidumbre. Nadie sabe a qué atenerse;
cualquier disposición, por dañina que fuere, no asegura nada,
ni siquiera su continuidad. La norma es la falta de normas. Los industriales,
los agricultores, los comerciantes y hasta los contribuyentes denuncian que
poco les vale acatar o disentir, pues más se demoran en someter con
humildad sus actividades a los dictámenes de las élites burocráticas
que en verlas interferidas de nuevo por los cambios de criterio de éstas;
la mejor forma de endurecer la dictadura burguesa de los vendepatria.
En el terreno de las elecciones dichos métodos han significado la supresión
en la realidad de los escasos visos democráticos, sobre los que tanto
parlotean las minorías gubernamentales. Reglamentan los procedimientos
conforme a las conveniencias del día; transfieren a los organismos
subalternos la toma de decisiones de fondo, y mantienen en reserva los recursos
legales o no que les sirvan para doblegar oportunamente a los adversarios
de peligro. El reconocimiento de los partidos se ha trocado, bajo su arbitrio,
en un artilugio de selección entre admisibles e inadmisibles, que les
permite definir quiénes merecen disfrutar hacia la medianoche de los
diez minutitos de consolación televisiva, en qué lugar ubicarlos
en el tarjetón o cuántas mercedes deben otorgárseles.
Son ardides, arterías, minucias; sin embargo, de tales trapisondas
depende, de un momento a otro, la suerte en las urnas de los movimientos,
en especial de las vertientes opositoras. Al MOIR se le suspendió la
personería jurídica, luego de haberse jugado con esto durante
meses de definiciones claves para el régimen. A una agrupación
se le suprime la carta de ciudadanía si no llega al Congreso o no obtiene
un determinado número de votos. También la rifa si hace uso
de la elemental licencia de declarar la abstención por razones tácticas.
La apelación para recuperarla consiste en recoger 50.000 firmas que
el Consejo Electoral examina y resuelve sin más aceptarlas o glosarlas.
Otra traba a esgrimir contra los pequeños se halla en la caución
que se exige como prenda de las inscripciones. Según la enésima
providencia, la última, la Ley del 11 de noviembre pasado, la fijó,
por ejemplo, en aproximadamente doce millones de pesos para el ámbito
del Senado, los cuales cancelarán aquellos grupos que no alcancen una
cantidad relativa de sufragantes. Nos encontramos ante impedimentos de cicatero,
oscuros, pero impedimentos al fin y al cabo.
En los albores de la reforma constitucional aparecieron las prácticas
amañadas que vendrían después, ese nebuloso reino de
los "mecanismos", la interinidad de las regulaciones, el reemplazo
de las reglas por los acuerdos pasajeros. Respecto a la enmienda, Barco elaboró
cuatro o cinco proyectos a través de sendos conciliábulos, llevó
un texto a las cámaras que lo aprobaron en dos legislaturas tras largas
discusiones y, con el pretexto de haberse previsto un referendo encaminado
a dirimir el asunto de la extradición, lo retiró abruptamente.
En otras palabras, al parlamento le estaba vedada cualquier iniciativa. Más
tarde Gaviria, apuntando hacia la conciliación con los señores
de la droga, la prohibió de un plumazo por medio de sus decretos y
de su constituyente. A él mismo lo nominaron con una simple e inexplicable
misiva de un hijo de Luis Carlos Galán, que fuera leída en los
funerales de éste. Y los mancebos de Palacio comenzaron a hacer de
las suyas.
En las justas del 11 de marzo de 1990 se le permitió a una comparsa
de estudiantes aleccionados, en su mayoría pertenecientes a las universidades
más aristocráticas y confesionales de Bogotá, depositar
la "séptima papeleta" con lo cual principió a dársele
un barniz de cosa limpia a la Asamblea del Hotel Tequendama. El registrador
admitió que la intentona no tenía fundamento ni podría
ser escrutada; sin embargo, agregó, naturalmente, que la maniobra no
invalidaba los escrutinios. Los diarios de los grandes rotativos se encargarían
de efectuar el recuento, asignándole las cifras que se les antojaran.
Y para la confrontación presidencial del 27 de mayo el primer magistrado
decretó la consulta sobre el engendro que venía cocinándose.
La Corte Suprema de Justicia lo bendijo tres días antes, el 24, sin
importarle que transgredía el artículo 218 de la Ley de leyes
y por ende la cláusula 13 del plebiscito de 1957. Resultaba claro que
el país dejaría de regirse por los preceptos de la normatividad.
Puesto en el solio el favorito de Virgilio Barco y expedido el decreto 1926
del 24 de agosto de 1990, las autoridades instalarían las mesas de
votación del 9 de diciembre, en donde se perfilaron los contornos de
la corporación propuesta, sus componentes, sus limitaciones. Los esquemas
surgieron de las componendas entre Gaviria, Gómez Hurtado y los amnistiados
del caserío de Santo Domingo, un extraño maridaje en el que
éstos, los activistas del M-19, se dedicaron a las labores de zapa
y al embellecimiento de los pérfidos atentados contra el pueblo colombiano,
sin omitir los pasos emprendidos por Washington hacia la plena colonización
económica de América Latina, el objetivo primordial de las transformaciones
jurídicas del Continente. La medida, brotada de las despóticas
competencias del estado de sitio, como la consulta de mayo, e igualmente refrendada
por el máximo tribunal, era de por sí un veto al Congreso, debido
a que le quitaba de un tajo su preponderancia de enmendar la Constitución,
y un golpe aleve contra los electores que sólo cinco meses atrás
lo habían designado con cerca de ocho millones de sufragios. A los
parlamentarios se les obligaba a renunciar a su investidura si resolvían
candidatizarse para la constituyente, a tiempo que se les tranquilizaba con
la hipócrita promesa de que su período sería respetado
sin cortapisa alguna. Y de remate, la extraordinaria Asamblea de 1991, antes
de salir del escenario, en un postrer desplante clausuró el órgano
legislativo, extrayendo de su seno un "congresito" y mofándose
del propio decreto al que le debía su existencia. De nada les valió
a los padres de la patria que hubieran sancionado cuanta proposición
les presentara el Ejecutivo. Votaron a favor del presidente y éste
los botó. La confabulación fue producto obviamente de otro pacto,
esta vez suscrito por López Michelsen, quien tantas dudas expresara
acerca del fragoso proceso. Y Gaviria quedó a la vez investido de la
potestad de invertir discrecionalmente los trámites, o las consabidas
políticas del Estado, aun las emanadas del círculo de sus íntimos.
Ya lo hizo con los sueldos de militares y congresistas, los auxilios de los
cuerpos colegiados, las inversiones foráneas, los impuestos, etc.
Todavía nos resta trecho para seguir explicando por plazas y recintos
tamañas irregularidades. Hagamos del debate un cursillo que eduque
a las masas en la comprensión de los menesteres de la lucha de clases.
En esta ocasión nuestro Partido goza de algunas ventajas. Durante más
de 25 años soportamos los embates de una tendencia que campeó
a sus anchas dentro del movimiento popular, compuesta de variados matices,
sostenida en todo sentido por La Habana, cuyos propósitos y despropósitos
recibían constante propaganda y que contaban por lo menos con la admiración
de la derecha. Innúmeros reveses nos acarrearon sus maquinaciones.
Mas el diagnóstico cambió sustancialmente. Aquellos que creían
a la par en el "bálsamo santo" y en el "puño
brutal de Bakunine", cual lo proclama el Anarkos de Valencia, se tropezaron
de pronto con una dificultad enorme tras el hundimiento de la Unión
Soviética, que los abandonaban quienes eran el básico sostén
moral y material de la contracorriente. El mundo había sufrido una
transformación profunda, de esas que de vez en cuando nos depara la
historia. Tres alteraciones sucesivas ocurrieron: primero, la tergiversación
del socialismo; segundo, la caída del imperio ruso, y tercero, el resurgir
de la hegemonía norteamericana. Acaecimientos llamados a modificarle
la faz al planeta y a influir en la vida de cada persona.
Durante el entreacto del payaso Nikita Kruschov, el Krem1in renegó
del marxismo, partiendo de la desfiguración de la memoria de Stalin
y encarando una meticulosa operación ideológica tendiente a
resucitar a mediano plazo el modo de producción capitalista. Labor
sin la cual sería prácticamente imposible la restauración.
A Leonid Brezhnev le correspondió extender el poderío soviético
por el orbe entero, recurriendo a la violencia, al engaño y a la intriga.
Por medio de sus títeres y ejércitos cipayos, tal cual lo hiciera
Inglaterra en su hora, holló pueblos en Africa, Asia y América
Latina. A Afganistán la invadió con sus propias tropas. Se erigió
en emperador zarista de los trabajadores, un contrasentido. Y Mijaíl
Gorbachov dispuso sobre el reordenamiento de la casa, conforme a las necesidades
de la naciente oligarquía que reclama leyes adecuadas, el establecimiento
en regla de la especulación y el agio, bancos, libertad de negocios,
registro notarial de las propiedades. No lucía lógico que los
privilegiados continuaran guardando sus caudales bajo el colchón; que
a los ricos les estuviera impedido cruzar el Mediterráneo en yates
particulares; que la señora Raisa no pudiese ir de compras a los almacenes
La Fayette de París y pagar con tarjetas de crédito, o que los
amos de la sociedad no poseyeran periódicos y galerías de arte.
En cuanto a las formas de sojuzgación externa, también cambiaron,
dejándose de lado el dominio directo colonial, con el objeto de unir
la tolerancia seudodemocrática y la soberanía de papel con el
saqueo y las amenazas, o sea el neocolonialismo. Se afrontó entonces
la empresa de aclimatar el sistema presidencialista, el bicameralismo y las
demás refacciones del Estado.
Pese a todo Moscú hizo mal sus cómputos. Gastó demasiado
en la maquinaria bélica que dotara de armas no sólo convencionales
sino nucleares, descuidando las otras ramas productivas. Al final cayó
en cuenta de que las fábricas, en lugar de ampliarse, envejecían;
los pozos petroleros y los oleoductos se aherrumbraban, y las faenas agropecuarias
tendían hacia el estancamiento. Sólo con la ayuda de Occidente
logró descender a tierra a un astronauta sentenciado a vagar sin remedio
por los espacios siderales. Y sobrevino el colapso.
Atronadores aplausos se oyeron por doquier ante la actitud moscovita. Los
estadistas de las más disímiles naciones miraron complacidos
cómo la denominada "guerra fría" había cesado
y previeron mil años de benevolencia entre los hombres. Hasta los curitas
de parroquia predicaron que, con la llegada del mesías de la perestroika,
la humanidad doliente descubrió por fin la senda hacia la paz paradisíaca.
Al contrario: Gorbachov terminó prisionero de los agentes de sus aparatos
represivos; y, con la fuga de las repúblicas del Pacto de Varsovia
que desertaban del rebaño, junto con la desmembración soviética
y el ascenso de Boris Yeltsin en Rusia, el flamante presidente perdió
el empleo por física sustracción de materia. Los Estados Unidos
supieron aprovechar las oportunidades que el azar les brindaba. Respaldaron
con furor a ambos mandatarios. A uno cuando estaba detenido por la soldadesca
y al otro cuando ésta vacilaba en tomarse e1 edificio del Soviet Supremo
y conducir a los diputados a la cárcel. El apoyo lo condicionaron,
por supuesto, a una sola pero decisiva petición, que se implantaran
los cánones burgueses a lo largo y ancho del territorio ruso, facilitando
la entrada de los capitales extranjeros. Y los yanquis ganaron la disputa
por el control mundial después de décadas de confrontaciones,
mientras que los herederos de los Romanov se resignaban a pasar de superpotencia
a ser un mero apéndice del imperialismo norteamericano.
El clima de cierta estabilidad que antes prevalecía a causa del equilibrio
entre los dos colosos, empezó a enrarecerse por los avatares de la
multipolaridad. Las pugnas comerciales que han mantenido los monopolios de
América, Europa y Japón, e incluidos los de la misma Rusia,
salieron a flote con todas las repercusiones de una competencia cada día
más aguda. El globo en vez de enfriarse se calienta. Washington no
ha dudado en recurrir a la fuerza en busca de consolidar la reconquista. En
1983 se atrevió a desalojar de la diminuta isla de Granada, en el Caribe,
a las escuadras cubanas, un ensayo remoto. Le seguiría Panamá,
en el 89, desde donde atalaya e infiltra a Latinoamérica. Posteriormente
Irak y Somalia. Conminó a la disuelta Yugoslavia, a Corea del Norte
y a los vecinos de Haití. En consecuencia, las guerras no amainan,
se diseminan.
De cualquier modo el fenómeno se traducirá en una extensión
sin fronteras del capitalismo. En los más apartados y escondidos parajes
se instalarán factorías semejantes entre sí que pondrán
en oferta géneros idénticos o parecidos. La inevitable superproducción
traerá consigo la estrechez relativa de los mercados, el desempleo,
la explosión de los conflictos laborales a una escala jamás
conocida. Los problemas de los pueblos continúan siendo los mismos
de ayer aunque ahora enfrenten enemigos distintos. Las verdades de Marx y
Lenin, lejos de marchitarse, cual lo pregona la burguesía que carece
de respuesta para los interrogantes de la actualidad, volverán a ponerse
de moda. Parece que el socialismo, al igual de lo acontecido al sistema capitalista,
adolecerá de tropiezos y altibajos durante un interregno prolongado,
antes del triunfo definitivo. Y los obreros, con sus batallas revolucionarias,
proseguirán tejiendo el hilo ininterrumpido de la evolución
histórica.
En consonancia con los vuelcos planetarios, a Colombia, que ha sido desde
hace más de una centuria un algorín de los asentistas del Norte,
se le redujeron sus posibilidades, sus márgenes, su autonomía
de vuelo. En los sesentas los planes de la Casa Blanca para el hemisferio,
la Alianza para el Progreso, la desaparecida Alalc, el Pacto Andino, preservaban
intactos los artificios del desvalijamiento y, conforme a estos términos
exactos, se trataba de una expoliación disimulada, astuta, que nos
permitía algún grado de desarrollo, complementario a la sustracción
de las riquezas del país. Digamos que los gringos chupaban el néctar
con ciertas consideraciones. Pero con la apertura la extorsión se ha
tornado descarnada, cruda, sin miramiento alguno.
Cuando el Comité Ejecutivo Central del MOIR miraba con detenimiento
y antelación la nueva política saqueadora, pronta a instalarse,
llegó a varias conclusiones pertinentes. El viraje debían abocarlo
con cuidado los mandatarios. A pesar de que lo ubicaban en los terrenos de
la cuestión económica, forzosamente abarca un universo de preparativos
y sustentáculos que revuelcan el discurrir de la caduca república.
Partiendo de un problema inicial: se necesita alguien que lo enrute y conduzca
a buen puerto; un conjunto amplio de funcionarios ilustrados, catedráticos
expertos y discípulos maleables que sepan del asunto. La clave estuvo
en la incorporación al ajetreo público de la panda de los Andes,
una especie de culto de las adoratrices de la especulación. No es raro
que el presidente y su consorte provengan de allí; que doña
Ana Milena haya montado a Colfuturo en donde, además de correr dineros
a porrillo, hacen fila los alumnos mansos y distinguidos que recibieron becas
de posgrado en el exterior, o que los periódicos promocionen los estudios
de la Academia americana. El duelo económico se decide en la arena
ideológica.
A los oficiales de las Fuerzas Armadas también los educan o reeducan
allá porque las artes marciales representan otro puntal imprescindible.
Hay que domesticarlos y civilizarlos, reorientando incluso las charlas que
escuchan, pues muchos de los egresados de esas escuelas dieron mal ejemplo,
como el general Pérez Jiménez que se desvió hacia la
dictadura, o el general Noriega que amasó una fortuna traficando en
cocaína; y los mandos han de comportarse bien, acatar los derechos
humanos, ser respetuosos de las declaraciones de la Conferencia Episcopal,
no asesinar a quienes protestan o a los que ejercitan el terrorismo, en fin,
proporcionar sustento a la majestad de la Ley. Mas todo debe ejecutarse sin
desmedro de los operativos encubiertos de las unidades del Pentágono,
y a ratos no tan encubiertos. Se conoce de la presencia de contingentes suyos
en Perú, Bolivia y otras partes. En el departamento de Amazonas se
detectó uno de ellos. Hemos padecido asimismo la interferencia y el
bloqueo en nuestro mar Caribe. Y la opinión se ha enterado con alarma
de que aviones militares de transporte sobrevuelan, con permiso o sin él,
encima de nosotros; y que en más de un lance estuvieron a punto de
colisionar con naves repletas de pasajeros. Es decir, que nos hostigan por
aire, mar y tierra. La agresión constituye otro elemento adicional
de la apertura, ya que, a medida que avanza ésta, la resistencia civil
se expande cual reguero de pólvora por el Continente.
Dentro de las adecuaciones legales que han dotado a la gran burguesía
de los medios para escoger entre cualquier opción, se destaca la Ley
50 de 1990, con que se cercenan los logros conseguidos por los asalariados
en más de tres cuartos de siglo de arduas peleas. En síntesis,
el objeto estriba en asegurar, en un santiamén, la disminución
de las remuneraciones y la supresión de las normas permisivas del Código
Laboral. Otra vez las normas. Sin mano de obra barata no habrá neoliberalismo
que funcione. Como la América Latina acusa algún desarrollo
y algunos adelantos tecnológicos que conllevan progresos sindicales,
Colombia, pletórica de dinamita, secuestros y laboratorios de coca,
nunca será atractiva para Wall Street, si no entraba la industria nacional,
no arruina a los empresarios agrícolas y no, envilece a las masas laboriosas.
Sucede igual con las expectativas que generan los jugosos tejemanejes de las
entidades estatales, de cuya subasta no se eximen siquiera la Caja Agraria,
el Banco Cafetero, Terpel y Ecopetrol, Telecom, el Sena, los Seguros Sociales,
la Flota Mercante, las electrificadoras y otras instituciones respecto a las
cuales el presidente ha dicho que no son transables. Si el régimen
pudiera enajenar los escritorios del Ministerio de Educación, lo haría,
como lo efectuaron en el siglo pasado los radicales con el Capitolio, que
"sacaron a remate"; y vendieron, "a menos precio", el
lote destinado por Mosquera para construir el Palacio Presidencial.
La regionalización, la maquila, el estímulo a la microempresa,
las facilidades concedidas a las importaciones y la integración concertada
con los gobiernos de los países hermanos hacen parte de los múltiples
"mecanismos". Mientras se empobrece la nación al pueblo se
le abruma con gravámenes confiscatorios. En su misión de almojarife
el señor Gaviria no se para en pelillos. Como aspira atender con holgura
sus carísimos cometidos y sofocar el descontento, urge de plata, mucha
plata. Provee dos reformas tributarias seguidas, soborna al Congreso y miente.
Quienes se hayan retrasado en el pago de los impuestos habrán de resarcirlos
con las tasas del interés vigente para las transacciones mercantiles.
A las gentes se les exprime con el propósito de reanimarlas.
En medio de tan tremendas conmociones transcurre la liza comicial. Nuestra
participación en ella nos permite hacerles propaganda no sólo
a los acendrados convencimientos sino a las recientes conclusiones. De otra
parte, el arranque ha sido con entusiasmo; y habremos de contar, como pocas
veces antes, con los invaluables aportes de los activistas sindicales que
de una forma u otra acogen las orientaciones partidarias, puesto que tuvimos
la buena estrella de integrar para el Senado una lista encabezada, en cuanto
al MOIR, por Jorge Santos Núñez, expresidente de la USO, y por
Marcelo Torres, componente del Comité Ejecutivo Central desde hace
años, hoy de nuevo director y ejecutor de nuestro debate. Es obvio
que Marcelo, aun cuando no fue sindicalista, también le imprime ese
sello proletario a la fórmula que le hemos propuesto al pueblo. ¿Acaso
los dirigentes y miembros del Partido no somos representantes de los obreros
de Colombia? Y los trabajadores de las tierras de Colón y Magallanes
se hermanarán inexorablemente. Lo puso de manifiesto el Tratado de
Libre Comercio, que rubricaran Estados Unidos, Canadá y México,
y ante el cual los asalariados estadinenses protestaron con fiereza. En presencia
de un enemigo común, lenguaje común y lucha común. A
medida que el imperialismo alarga sus tentáculos se debilita afuera
y adentro. Su derrumbe será inevitable; ayudémoslo a que su
desaparición sea rápida. Pese a los obvios apremios la situación
actual es excelente. Yo les aconsejaría que no pierdan la marea alta.
Creo que con Marcelo y Jorge al frente de esta brega los rendimientos políticos
están garantizados.
Muchas gracias.