El fogonero




FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS I

(1971-1976)

 

 

18. FORJEMOS UN FRENTE ÚNICO CON

PROGRAMA REVOLUCIONARIO Y

DEMOCRACIA INTERNA

 

Tribuna Roja, Nº 22, primera quincena de abril 1976

 

Pasamos por un momento de suma gravedad y de gran confusión. De un tiempo para acá nadie en Colombia puede vivir tranquilamente. Las clases dominantes se debaten en la peor crisis de su historia y, agotadas sus posibilidades de engaño al pueblo, han empezado ya a buscar desesperadamente una salida, cualquiera que ella sea, con tal que les permita continuar gobernando al país. Las clases dominadas no soportan más el peso de la explotación y, deshaciéndose de los últimos vestigios de mansedumbre, se rebelan contra el régimen en múltiples y diversos combates, demandando un cambio que remedie de raíz sus males seculares. Lo delicado del periodo histórico porque atraviesa Colombia estriba en que aunque las fuerzas de la reacción se encuentran cada día más y más acorraladas, aún mantienen intactos todos los instrumentos del Poder. Las fuerzas revolucionarias se desarrollan aceleradamente y pasan a la ofensiva en muchos campos, pero todavía no han logrado tomar la iniciativa en el conjunto del panorama político de la nación ni coordinar sus contingentes en forma que logren abatir cualquier golpe o maniobra de sus enemigos. Para la revolución comienzan nuevas y duras dificultades que le demandan un tratamiento adecuado y oportuno si desea resultar airosa de la prueba. Estamos obligados a trazarle un rumbo acertado a nuestra acción, apoyándonos en los aspectos positivos de las condiciones actuales, aprovechando al máximo las contradicciones insuperables de la reacción y partiendo del convencimiento de que todos los colombianos, en una u otra forma, quiéranlo o no, tarde que temprano y se a cual fuere el sitio que ocupen en la sociedad, tendrán que participar en la recia contienda política y tomar partido entre los bandos claramente defendidos que se disputan la supremacía: o al lado de las minorías oligárquicas que entregan al país al imperialismo norteamericano y sojuzgan a las masas, o al lado de las mayorías populares que pugnan por la liberación nacional y las transformaciones revolucionarias.

Quienes hayan participado en el debate electoral y recorrido la geografía colombiana en permanente contacto con las masas populares de ciudades y veredas habrán podido constatar que los fenómenos más característicos de la hora son el descrédito profundo del gobierno de hambre, demagogia y represión del señor López Michelsen y a la quiebra de la credibilidad de la opinión pública en la palabra, en las promesas y en la honestidad de los partidos tradicionales. Esto por un lado, y por el otro, se palpan fácilmente en todas partes las simpatías generalizadas del pueblo por las ideas, los programas y los partidos revolucionarios. Hasta en los más inexpugnables bastiones de la caverna goda, en donde en el pasado ni siquiera los paniaguados liberales tuvieron entrada, ya comienzan a ondear las primeras banderas rojas con la estrella de cinco puntas. ¿A qué obedecen tan intempestivas y extraordinarias mutaciones en la situación política de Colombia, especialmente si éstas se producen a menos de dos años del advenimiento al poder de uno de los delfines de la coalición bipartidista, mediante la más abrumadora votación de respaldo en los anales de la república? A que después de salir el país agarrotado de 16 años de Frente Nacional, los tahúres de la oligarquía vendepatria tuvieron el acierto de lanzar sobre la mesa de juego al comodín de su baraja. En las elecciones del 21 de abril de 1974 muy pocos alcanzaron a descubrir el alcance de la jugada. En López segundo el pueblo vio aquel día encarnado al ex–jefe rebelde revivido del desaparecido Movimiento Revolucionario Liberal, más no intuyó en él al espectro resucitado de los negociados de la Handel no al hijo de Ejecutivo. Pero tan pronto como descubrió el significado de la farsa, su indignación fue tan grande, como grande había sido su ingenuidad. Desde entonces las gentes sencillas de Colombia sacaron un lección positiva invaluable y recuerdan con admiración la antigua sentencia acusadora de Gaitán de que en la conducción de los destinos nacionales continúan “los mimos con las mismas”. Si una gran mayoría de colombianos honrados y sinceros se equivocó al contribuir a abultar la votación liberal del 21 de abril, las clases dominantes cometieron por su cuenta el error imperdonable de creer que los tres millones de votos lopistas eran la licencia que los autorizaba a saquear impunemente a la nación hasta el postrer aliento. Y como si lo acompañara el presentimiento que tenía los días contados, el gobierno continuista sin dilación alguna procedió a satisfacer todas y cada una de las demandas de los monopolios imperialistas de sus intermediarios criollos. El presidente liberal estrenó los poderes de la emergencia económica del artículo 122 de la Constitución abriendo de par en par las puertas a los inversionistas extranjeros, a los cuales les garantizó una mayor preponderancia en la explotación de los recursos naturales del país y el trabajo de los colombianos. Al capital financiero, bajo cuya sombre protectora el lopismo escaló la cumbre más alta del Estado, se le recompensó con creces sus desvelos políticos y se le abrumó con mil favores, encareciendo el crédito, auspiciando la especulación y entronizando el reino de la usura. Y a la clase terrateniente, otro de los sustentáculos del gobierno continuista, el señor López Michelsen le pagó su deuda de gratitud restaurando la “Ley de Aparcería”, con la cual pretende sujetar indefinidamente al campesino a la expoliación de los señores de la tierra y al despotismo de alcaldes e inspectores. Hasta dónde llegaba el compromiso del “mandato de hambre” con los terratenientes nos lo dice el insuceso de que para lograr la aprobación de la mencionada ley, cuyo proyecto ruborizó a un buen número de saltimbanquis y cretinos parlamentarios del partido liberal, el presidente se vio obligado a amenazar al Congreso Nacional con el chantaje de que no le sancionaría el alza de dietas si éste no accedía a sus exigencias. Todo esto comprueba además que el Parlamento, la celestina del régimen, que come y se divide por cuenta del gobierno, tiene de antemano vendida su independencia y sus afectos al Ejecutivo.

La reforma tributaria, elaborada por una comisión de expertos norteamericanos y lacayuelos colombianos durante la administración Lleras Restrepo y que más de un lustro guardó en las gavetas de San Carlos su derecho de nacer, brotó a la vida legal en medio de la borrachera del triunfalismo liberal. Los nuevos gravámenes establecidos por el “gobierno puente” cayeron como un fardo pesado sobre las costillas del pueblo colombiano, a través del impuesto de las ventas, el más retrógrado, discriminatorio y antitécnico de los impuestos. Y a las poderosas sociedades anónimas extranjeras y colombianas se les alivió la carga impositiva, en la proporción inversa en que se les aumentó a los pequeños y medianos productores de la ciudad y el campo. Entre más se empeñaba el régimen por convencer al pueblo que la reforma tribuna tendía a favorecer al “50 por ciento más pobre de la población”, con mayor obsequiosidad modificada su texto primitivo, a medida que iban llegando al despacho presidencial las reclamaciones de los grandes gremios, de los latifundistas, de los pulpos urbanizadores. La estrategia oficial del desarrollo es la estrategia del endeudamiento externo. Las agencias prestamistas internacionales, principalmente norteamericanas, les aprobaron el gobierno colombiano solicitudes de empréstito por la cifra astronómica de 2.600 millones de dólares. Semejante incremento de la deuda de un Estado que vive en déficit crónico se justifica con la tesis de que el fementido crecimiento económico del país obtiene en dicha fuente su principal y casi único medio de financiamiento, los remedos del plan de desarrollo que el lopismo publicó no hace muchos y cuyos lineamientos esenciales fueron esbozados durante el cuatrienio de Misael Pastrana, dirigidos primordialmente a facilitar la venta de los productos de las colosales industrias del capital imperialista, se sostendrán con los préstamos en trámite. Para abrir una zanja o para cerrarla los estadistas de librea de liberalismo y el conservatismo, les piden prestado, les rinden cuentas y les solicitan permiso a los magnates de las gigantescas corporaciones de crédito que controlan medio mundo. Fuera de los mismos prestamistas y de sus mandaderos vendepatria nadie favorece de esta fabulosa danza de millones. Una nación como Colombia que trabaja a debe y condicionada a los intereses de una potencia extranjera como los Estados Unidos sólo miseria, desolación y ruina conseguirá en cambio de su sudor y sus sacrificios. El pueblo escasamente alcanza a pagar las costas y las amortizaciones de la deuda excesiva del Estado, mediante las más sutiles o descarnadas formas de extorsión, cuales son los gravámenes a las ventas, los llamados impuestos de valorización, la elevación de las tarifas de los servicios públicos, la desvalorización progresiva de la moneda o el alza directa de productos básicos que, como el de la gasolina, incide, junto al resto de mecanismos señalados, en el alto costo de la vida y en el envilecimiento de los ingresos reales de las masas trabajadores.

Y mientras el gabinete lopista maquina hasta altas horas de la noche todas estas maneras refinadas, efectivas e hipócritas de esquilmar al pueblo y se declara impotente para evitar los desmandes de los potentados monopólicos de fuera y dentro del país y para dotar de los servicios mínimos a pueblos y ciudades, no tiene el menor escrúpulo en destinar parte considerable de los nuevos recaudos a acrecentar el pie de fuerza ni de congelar los salarios de los trabajadores oficiales y privados en índices ridículos que no se compadecen del aluvión alcista. He ahí la política antinacional y antipopular que distingue al actual gobierno: a tiempo que colma de privilegios a los neocolonizadores imperialistas y sus testaferros colombianos, niega a las masas la satisfacción de sus más elementales necesidades. Y quien ose protestar tendrá que vérselas con los procedimientos excepcionales del estado de sitio, los consejos verbales de guerra y la maquinaria represiva del sistema. El señor López, que suele perorar acerca de la urgencia de “institucionalizar” el país y perfeccionar su Estado de derecho, en la capacidad estabilizadora de la violencia uniformada. Pero así como el continuismo ha recurrido a la demagogia para encubrir sus verdaderas intenciones, así se ha llevado sus sorpresas desagradables, porque no ha podido contener, ni con el halago mentiroso ni con el humo de la pólvora, la rebeldía creciente del pueblo colombiano que con la clase obrera al frente se manifiestan en las huelgas ilegalizadas, en los paros cívicos de ciudades capitales y de poblaciones apartadas, en las invasiones de los campesinos por la tierra y de los destechados por la vivienda, en el permanente y heroico batallar de los estudiantes y maestros y en la agitación y luchas varias de los partidos revolucionarios que iluminan el entendimiento y encienden de júbilo el corazón de los humillados y oprimidos, con los planteamientos de una patria libre y prospera que se proponga la meta de eliminar dentro de sus fronteras la explotación del hombre por el hombre.

El señor López no ha cumplido todavía dos años en el mando y su gobierno cruje minado por la crisis económica, el caos social, la corrupción generalizada. Los más fieles apologistas del sistema se han visto obligados a iniciar la defensa anticipada de la obra del continuismo o a insinuar una reconsideración de la situación política. El gobierno contempla por todas partes el fantasma la subversión, de la conjura, de la revolución. Las justas peticiones de los asalariados por mejores condiciones de vida y de trabajo se motejan de los intentos inadmisibles de alteración del orden establecido. Los reclamos de los habitantes de los barrios marginados o de las poblaciones abandonadas se califican de motines, asonadas, resueltas. Las protestas de los estudiantes se responden con la orden de disparar a mansalva y sobre seguro. El paciente está tan enfermo que cualquier corriente de aire le hace daño. El proceso eleccionario, orgullo democrático de la dictadura oligárquica, se ha tenido que efectuar en estado de sitio y con consejos de guerra. Los fracasos de los partidos tradicionales y los progresos relativos de nuestro partido durante la campaña electoral se pretenden justificar con la calumniosa acusación de que el MOIR está financiado desde el exterior o con la industria de los secuestros. Lo que en el fondo les aterra es que una fuerza nueva, auténticamente revolucionaria, se crezca sobre la única base firme de desarrollo: el apoyo político y material de las inmensas mayorías populares, cantera inagotable de recursos y verdaderas forjadas de la historia. La contradicción para las clases dominantes es insoluble, porque si bien lograron en 1974 encontrar en el señor López Michelsen una fórmula momentáneamente gananciosa, quemado este cartucho, la crisis económica y política se ha tornado mucha más aguda. Ninguna de las opciones que el liberalismo pueda presentar en 1978 para prolongar el régimen por los conductos constitucionales, conseguirá reverdecer los laureles del triunfo y de la mística. Y sucesor de filiación conservadora después de la presidencia liberal, resulta una solución aún mucho más riesgosa y complicada. Las disensiones internas en las filas de la reacción, así como sus ataques desesperados contra las fuerzas revolucionarias, sólo reflejan la gravedad de su situación, consistente en que además del incontrolable desbarajuste económico del despertar combativo de las masas y el fortalecimiento de los partidos revolucionarios, la minoría gobernante no avizora un desenlace político satisfactorio de la crisis. Lo que ha entrado en total bancarrota es la existencia del sistema neocolonial y semifeudal vigente, con sus valores, sus instituciones y sus personajes seniles y decrépitos.

En todo ello radica la causa suprema del estancamiento de la economía nacional, del atraso, del desempleo, de la miseria, del hambre, de la corrupción, de la inseguridad social. Únicamente una política nacional y democrática que tenga mira la liberación nacional y la construcción de una república soberana, democrática y popular podrá sacar a Colombia de la postración en que se encuentra. Esta política interpreta los intereses fundamentales del pueblo colombiano y con ella podrán colaborar no sólo los obreros, los campesinos, los artesanos, los intelectuales, sino las capas más bajas de la burguesía colombiana, conformadas por pequeños y medianos industriales marginados de las prerrogativas estatales, y todo aquel que desee una Colombia libre, respetable y prospera. La coalición oligárquica sostiene que tal transformación revolucionaria no es posible. Que el país necesita del tutelaje de las grandes potencias, especialmente de los Estados Unidos, contra cuyo poderío nada lograríamos hacer si cometiéramos la locura de procurar independizarnos. Pero antecedentes recientes de países pequeños y atrasados económicamente, como los de la gloriosa Indochina, nos están indicando claramente que un pueblo que se resuelta a combatir por su libertad, basándose en sus propias fuerzas, contará con el respaldo de los países sojuzgados que lucha por la misma causa, del proletariado internacional y de los países socialistas y terminará venciendo al imperialismo más fiero y poderoso y ganándose la admiración y el aplauso de todas las fuerzas progresistas, democrática y revolucionarias del mundo entero. Ciertamente Colombia no está sola. Así como debemos apoyar sin vacilación alguna a los países de Asia, África y América Latina que combaten por su independencia económica y política y al resto de fuerzas que batallan contra el imperialismo, el hegemonismo y todo tipo de opresión nacional, también nuestro pueblo, si se decide a erguirse sobre sus pies, gozará de la solidaridad fraternal y desinteresada de todos los luchadores revolucionarios del planeta, incluyendo los de los Estados Unidos.

¿Quiénes son los apátridas? ¿Los que desde la cima del poder oligárquico pregonan y practican la vergonzosa conducta de someter todas las determinaciones a los dictados de Washington, o los que desde la base popular y recogiendo la tradición revolucionaria del país proclaman y defienden el destino de Colombia como nación digna y soberana? Con el objeto de apartarlos de las masas y preparar los arteros atentados contra los revolucionarios colombianos, la reacción antinacional ha recurrido al desgastado truco de difundir la especie de que éstos son accionados a control remoto desde el exterior y de que de triunfar la revolución, Colombia caería bajo la dominación de los países socialistas. A este infundio respondemos aclarando, en primer termino, que la máxima obligación de un Estado socialista en sus relaciones internacionales es el respeto cabal al principio de la autodeterminación de las naciones. Y en segundo término, que la revolución colombiana exigirá el celoso cumplimiento de este principio no sólo frente a los Estados Unidos, actualmente principal opresor de nuestra nación, sino contra todo país que después de la victoria, con cualquier titulo o bajo cualquier pretexto, busque impones, en uno u otro sentido, su voluntad al pueblo colombiano. Y éstas no son meras palabras que se lleva el viento. La garantía de una autentica política nacional y democrática, que haga valer en todas las circunstancias los derechos de nuestro pueblo al pleno ejercicio de la soberanía e independencia nacionales, estriba antes que nada en el hecho de que la revolución colombiana será dirigida por la clase obrera y su partido. Desde la época de José Antonio Galán y sus comuneros, los pobladores de los territorios de América Latina han luchado bravíamente por el don preciado de la libertad. La gesta emancipadora se hace más de siglo y medio dio al traste con la dominación colonialista de España sobre el Nuevo Mundo y creó varias repúblicas, entre ellas de la Colombia. A pesar de eso nuestro país no ha gozado jamás de bienestar alguno. Desde finales del siglo pasado y comienzos del presente, Colombia ha estado sometida a la cruel explotación y opresión del imperialismo norteamericano. Las minorías dirigente colombianas invariablemente han sido advenedizas, solícitas y obsequiosas con el amo extranjero y ruines, desalmadas bárbaras con las masas trabajadoras. Sólo hasta la aparición de la clase obrera en Colombia, la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad se dan las condiciones históricas y políticas para que la lucha por la emancipación nacional culmine triunfalmente con la construcción de una nueva república popular y democrática, basada en la alianza de todas las clases revolucionarias, dirigida por el proletariado y en marcha al socialismo. La nueva república establecerá relaciones comerciales, diplomáticas y culturales con todos los países en pie de igualdad y beneficio recíproco. El problema que afronta la reacción imperante es encontrar una vía expedita para prolongar en el mando a la coalición burgués–terrateniente pro imperialista, ya sea por los medios contemplados en la Constitución o por otros menos ortodoxos, pero que de idéntica manera representen una respuesta política a la tremenda crisis. Dentro de su torpeza ciega y criminal a las oligarquías liberal–conservadoras, paradas al borde del desastre, nada les importará arrastrar tras de sí el país en la caída hacia el abismo. Han venido preparando cuidadosamente el terreno. La prorroga por cerca de un año del estado de sitio y el recorte progresivo de las libertades publicas y de los derechos democráticos así lo indican. Y de la misma forma como en los consejos verbales de guerra se condena a estudiantes, a los cuales de antemano se sabe plenamente inocentes, de un tiempo a esta parte se escucha con mucha insistencia el aullido ensordecedor de los epígonos del régimen sindicado a las organizaciones y partidos revolucionarios de cuanta desgracia le acontece a esta vieja república macilenta y cancerosa. Para paralizar los escarceos fascistoides de las clases opresoras o para frenar después la brutalidad desatada, a las organizaciones y partidos distintos y opuestos a los poderes tradicionales no les queda más disyuntiva que la de vincularse estrechamente a las masas y a sus luchas y proporcionarse la coraza protectora de la unidad de todas las fuerzas revolucionarias. El MOIR ha sostenido que si no fue posible por variadas razones lograr una amplia unidad de izquierda antes del 18 de abril, está dispuesto a gestionarla y facilitarla desde el mismo 19, en procura de los más urgentes y vitales objetivos revolucionarios. Inclusive tenemos planteado en nuestros documentos de partido que para las virtuales elecciones de 1978, la izquierda unida debe movilizarse en torno a un programa común y a un candidato único, y con tal propósito hemos adelantado las correspondientes conversaciones con agrupaciones y movimiento afines y receptivos a una política unitaria.

El MOIR es partidario de la más vasta y sólida unidad de las clases y fuerzas revolucionarias. Esta concepción de principio de nuestro partido no está supeditada a intereses particulares ni dirigida exclusivamente a remediar los problemas momentáneos de la revolución, amenazada hoy a muerte por las fuerzas reaccionarias. Sabemos que la unidad ahora es más grave que nunca. Ella resolverá a cada organización revolucionaria en particular los problemas principales, convertirá nuestra debilidad relativa en fortaleza y nos permitirá pasar totalmente de la defensiva a la ofensiva. Pero además de eso creemos que la revolución colombiana, por las condiciones históricas económicas del país, no podrá se la obra de una sola clase ni de un solo partido. La revolución democrática de liberación nacional, tras la cual lucha desde hace tantos años el pueblo colombiano y por cuyos ideales se han sacrificado miles de vidas preciosas y ejemplarizantes, requiere de la activa participación de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes e intelectuales, de los artesanos, de los pequeños y medianos industriales y comerciantes, de las organizaciones políticas y gremiales revolucionarias, de los sacerdotes rebeldes, de las personalidades democráticas y del resto de gentes que nada tenga que ver con los turbios negocios del minúsculo grupo gobernante y aspire a una patria libre de la opresión externa, la corrupción y el despotismo oligárquico. Sin embargo, para que todo este potencial revolucionario se concrete en una fuerza poderosa e invencible es condición indispensable la de que se aglutine y organice en el más amplio frente único de lucha. Y la creación de este frente supone mínimamente en cumplimiento de dos requisitos básicos: la orientación de un programa revolucionario que contemple las actuales reivindicaciones políticas y económicas de la nación colombiana y de las clases y sectores anteriormente enumerados, y la estructuración de una normas democráticas de funcionamiento interno que garanticen el respeto mutuo de sus integrantes y a la vez la efectiva, oportuna y armónica cooperación entre ellos. Los partidos políticos que pugnan por conquistar un sitial de honor dentro del proceso revolucionario colombiano, pero que por acción u omisión se opongan al programa que aglutine a todas las clases y fuerzas revolucionarias, o a su aplicación consecuente, y desprecien y pisoteen las normas democráticas de relación y coordinación propias del frente de lucha antiimperialista, en la práctica complotarán contra la revolución y la unidad del pueblo, así se nos presenten cargados con los méritos autobiográficos de cien batallas reales e imaginarias, o camuflen su miopía infinita con un doctrinarismo rimbombante y espinoso. La experiencia de los últimos años de la revolución nos enseña que la tendencia hacia la unidad es irresistible, mas al mismo tiempo nos alerta que ésta no será posible sin una lucha firme y constante contra las vacilaciones de quienes denigran del sistema y coquetean con el régimen que lo representa, y contra el sectarismo de quienes intentan resolver las contradicciones ideológicas y políticas conforme al criterio patriarcal que reclaman “los mayores en edad, dignidad y gobierno”. A lo largo de su corta existencia el MOIR ha venido insistiendo en la unidad de las fuerzas revolucionarias, y ha combatido sin tregua las manifestaciones de vacilación y sectarismo, no sólo las que han hecho carrera fuera de nuestro partido sino las que han aflorado en su seno. En la presente batalla electoral concertamos innumerables acuerdos con viejos y nuevos aliados. A nivel nacional y regional, como resultado concreto de nuestra política de unidad y combate. No obstante ser tales alianzas una genuina expresión de la corriente revolucionaria del momento, no son más que los preludios de un gigantesco movimiento, los afluentes que necesariamente deberán desembocar en el torrente unitario del pueblo colombiano. Queremos reiterar que el MOIR no pretende con el acercamiento que hemos hecho a otras agrupaciones amigas constituir un frente al que se pueda llevar de cabestro. Por el contrario, enfatizamos que lo óptimo para la revolución sería conformar cuanto antes un frente único en el que tengan cabida partidos y organizaciones, grandes y pequeños, en iguales condiciones y con dirección compartida. Estamos dispuestos a agotar todos los medio y discutir con todas las fuerzas política sin excepción alguna, al margen de las diferencias actuales y pasadas, incluyendo a sectores patrióticos y democráticos de los partidos tradicionales, con el objeto de crear dicho frente, capaz de rechazar exitosamente la escalada represiva en ciernes, de apoyar, expandir y profundizar el despertar combativo de las masas populares y despejar el futuro de la revolución.


 
 
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