El fogonero

 

 

 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS II

(1977-1994)

 


1. LAS CONDICIONES SON

EXCELENTES

 

EDITORIAL: Tribuna Roja Nº 25, febrero de 1977

 

La Comisión Coordinadora Nacional de Anapo ha convocado para el próximo 18 de febrero el Foro de la Oposición Popular y Revolucionaria y a él ha citado a todas las organizaciones políticas y gremiales susceptibles de participar, en las condiciones actuales del país, en un gran frente revolucionario, sin distinciones grupistas de ninguna especie. El MOIR, como es también de conocimiento público, respondió afirmativamente a dicha invitación resaltando la trascendencia del Foro y el acierto de la agenda presentada por los autores de la propuesta. Igualmente, otras agrupaciones partidistas y personalidades democráticas se apresuraron a manifestar su complacencia por el evento y a prestar su ayuda en el estudio y discusión de los importantes asuntos a examinar y resolver. Se trata, pues, de un nuevo esfuerzo por explanar la senda de la unidad del pueblo, en un momento de decisiones para las clases revolucionarias, con unas perspectivas excepcionalmente halagüeñas y que probablemente culminarán en la más amplia y sólida alianza de las fuerzas antiimperialistas colombianas.

Coexisten desde luego factores a favor y en contra de la unidad. Entre los primeros sobresale la crisis económica y política de la coalición oligárquica dominante y en particular la estruendosa bancarrota del gobierno de López Michelsen, marcado con el estigma del desprestigio, carcomido por el cáncer de la corrupción y traspasado por el fuego de las distintas fracciones en pugna de los viejos partidos. Las sistemáticas medidas antipopulares y despóticas del continuador, producto de su profundo carácter reaccionario y proimperialista, no obstante martirizar inclementemente a las masas trabajadoras y envilecer el país, han terminado por convertirse en un aspecto positivo, ya que desgarraron los velos del engaño y permiten contemplar tal cual es la figura histriónica que rige los destinos de la nación, con sus reales intereses de clase, sus turbios propósitos, sus perversas intenciones, su desprecio infinito por la opinión de la mayoría forjadora de las riquezas de Colombia, escamoteadas por los prestidigitadores oficiales de alto rango en beneficio de la bolsa de los grandes potentados extranjeros y colombianos que son, al fin y al cabo, las verdaderas autoridades tras el solio.

En el conjunto de las repúblicas latinoamericanas, Colombia pertenece al reducido grupo de las que aún quedan regentadas por mandatarios civiles, impuestos en elecciones, y no a través del procedimiento directo de los golpes cuartelaríos. Estos gobernantes son elegidos por un periodo fijo, y por lo tanto, desde su posesión tienen el tiempo contado constitucionalmente. Debido a eso se les puede ir computando por días, meses y años el efecto de sus actos, determinar oportunamente el rumbo de su orientación principal y pronosticar con cierto margen de exactitud y anticipación el resultado global de su obra. López Michelsen lleva dos años y medio en la Presidencia, es decir, más de la mitad de su periodo constitucional, lapso suficiente para concluir sin temor a equivocarnos que el llamado “mandato claro” ha sido uno de los más oscuros y trágicos de la vida republicana de Colombia.

En los umbrales de la actual administración, el MOIR alertó a las masas revolucionarias sobre el hecho de que la instalación del delfín liberal en San Carlos sería una de las grandes calamidades históricas del pueblo colombiano. Esta apreciación la hacíamos con base en el análisis del programa lopistas y de la situación cada vez más prominente de dependencia del país del imperialismo norteamericano, del control absoluto del Estado y demás medios de dominación por parte de unos cuantos vendepatria de los dos partidos defensores del orden, y del agudo enfrentamiento de las clases populares contra los privilegios prevalecientes, que excluye por los causes legales cualquier solución satisfactoria de los problemas públicos.

Los tres millones de votos obtenidos por el vencedor de las elecciones de 1974 y el delirio momentáneo del triunfo con que el liberalismo supo contagiar a vastos sectores, incluso a la dirección de organizaciones políticas que plantearon otras alternativas, hicieron posible en principio que la grave e irreversible crisis de la sociedad colombiana quedara sepultada y oculta bajo el alud reformista. Al ruedo saltaron espontáneos a combatir “lo malo” y a apoyar “lo bueno” del cuatrienio recién inaugurado. Algunos fueron más lejos al predicar el alumbramiento de una “nueva situación nacional”, de una “nueva situación política” y hasta de un “nuevo poder”. Pero todas estas profecías se desintegraron como pompas de jabón una vez que el nuevo mandatario comenzó sus funciones, para las cuales fue ensalzado: asir y enrutar el timón de la República neocolonial y semifeudal. Han transcurrido desde entonces dos años largos y difíciles. Hoy nadie, o únicamente un escaso numero de personas, guarda dudas acerca de la idiosincrasia despótica y antipatriótica del régimen vigente, con sus mandos militares, gobernadores, ministros y jefe del Estado a la cabeza. Esto es un factor eminentemente positivo puesto que facilita la unidad de inmensas porciones de masas, agremiaciones, partidos y personalidades en un frente de combate que desenmascare y encare no sólo las abominaciones de los mandos medios del Presidente sino al Presidente mismo.

El aspecto más negativo de la situación actual lo sigue representando el desarrollo relativamente escaso de los partidos revolucionarios, su falta de vinculación más estrecha a las masas populares y por ende su corta iniciativa para sacarle todo el jugo a unas circunstancias propicias a un cambio progresivo de la correlación de fuerzas entre los campos de la reacción y la revolución. Tales deficiencias son una genuina herencia del pasado, el resultado natural de unas particularidades políticas que en Colombia han terminado por hacer costumbre, algo que se ha vuelto tradición: que las fuerzas organizadas de la revolución no pasan en su crecimiento determinados límites, se muestran torpes e incapaces de aprovechar las contradicciones del enemigo, que las ha tenido y grandes en los últimos decenios y caen con frecuencia en las celadas que éste les prepara fría y calculadamente. No pretendemos desconocer los avances de los diversos partidos opuestos al bipartidismo liberal-conservador y que nos tienen muy orgullosos. Simplemente señalamos el lado flaco de la cuestión, sobre el cual hay que hacer conciencia plena, si queremos responder a las responsabilidades de la hora y crecer no por miles como lo hemos venido haciendo sino por decenas y centenares de miles.

Para ello estamos obligados a romper las miras estrechas que no sobrepasan las fronteras del grupo. Vencer los escollos objetivos y las reticencias artificiosas que se interponen en la creación de un frente unido del pueblo, tan amplio como no hay noticia en la existencia del país, que divida políticamente a Colombia en dos bandos muy definidos; de un lado, las clases, partidos y estamentos antiimperialistas aliados alrededor de una estrategia y táctica compartidas, y del otro, a una coalición oligárquica desmoralizada, débil, desacreditada, sin salida política viable, agrietada a causa de disensiones internas insuperables y cada día más consumida y abatida por los embates de la marea revolucionaria. El prolongamiento de la dispersión de las fuerzas populares en la coyuntura actual sería el mejor auxilio para la reacción y en tal eventualidad ésta lograría recuperar las posiciones políticas perdidas durante los dos años pasados y plantear soluciones que entorpecerían una pronta aglutinación de la izquierda.

La unidad hace la fuerza. Jamás fue tan valedera la antigua sentencia. Con la unidad los partidos revolucionarios forjarán las premisas para expandir y consolidar su influencia. Lograrán vincularse a las masas y a sus luchas, una de sus más apremiantes necesidades no digamos tanto para fortalecerse cuanto para sobrevivir. Persisten sin embargo dificultades no despreciables hacia la meta de la constitución del frente. Asimismo, con su conformación aparecerán en el futuro otras más complejas, como suelen recordárnoslo al oído quienes envuelven su sectarismo y falta de confianza en sus propias aptitudes con un manto de vacua prudencia y de inoficiosa admonición. Ante las presentes dificultades no hay más remedio que salirles al paso y resolverlas, porque nada hay tan importante hoy por hoy para la revolución colombiana como la creación no de dos o tres frentes sino de uno solo que abarque todo lo aglutinable, que evite el desgaste de energías en peleas secundarias y que traslade a las líneas principales de batalla cuanto contingente logremos movilizar, para desbaratar las tropas y los planes del imperialismo y sus esbirros que oprimen y desvalijan a Colombia. Y en los que atañe a las dificultades del mañana, está en nuestro deber imaginarlas. Pero serán otros tiempos y otras realidades y también las afrontaremos y daremos mate, conforme vayan apareciendo, apoyados en la experiencia y madurez adquiridas en la brega actual y sin perder de vista las condiciones concretas de cada momento. Presentamos eso sí que no serán las rebatiñas de la dispersión prevaleciente, ni las controversias originadas en el divorcio de los revolucionarios con el pueblo, ni los certámenes doctrinarios entre círculos reducidos, sino los acontecimientos que hacen época, protagonizados por las inmensas masas de obreros y campesinos, bajo una vanguardia fogueada en la lucha de clases y armada con una guía ideológica y política correcta. El derecho a conquistar ese escenario de lucha en donde nos tornaremos invencibles, depende de la resolución y audacia con que apliquemos actualmente nuestra concepción del frente, válida para toda la etapa de la revolución democrática de liberación nacional.

La división de las fuerzas revolucionarias, la incipiente vinculación de los partidos de avanzada con las masas de obreros y campesinos, la tradicional debilidad del campo de la revolución, la estrechez de miras y la incredulidad en la perspectiva de producir en tiempo relativamente corto un cambio notable en la correlación de fuerzas entre la reacción y la revolución, son causas que engendran las tendencias sectarias y anti unitarias de no pocas de las organizaciones partidistas convocadas por la Coordinadora Nacional de Anapo a integrar el frente unido del pueblo colombiano, o como se le quiera llamar. Partiendo de los nuevos elementos de la situación del país, tenemos que persuadir a la gran mayoría de que nos hallamos en los portales de un enorme auge del movimiento revolucionario colombiano, a condición de proceder en consecuencia con las conmociones sociales y políticas que sacuden violentamente el piso sobre el cual combatimos. Barramos los pequeños resquemores, las obtusas consignas de grupo y los rebatos de parroquia con una poderosa corriente unitaria que tendrá por objetivo central el bienestar de los 25 millones de colombianos, cuya suerte está ligada íntimamente a la liberación nacional de los países oprimidos del Tercer Mundo, del cual formamos parte, a la victoria del proletariado internacional, a las realizaciones de las naciones socialista y al avance de los movimientos revolucionarios del globo entero.

 

La economía del régimen lopista

Echemos una ojeada, primero a la economía del gobierno lopista, enumerando así sea esquemáticamente las medidas más características, de su índole antinacional y antipopular, que explican su política represiva y de supresión de los derechos democráticos de las masas, rayana con las peores manifestaciones fascistoides del continente. Después de este rápido examen comprendemos mejor con cuanta justeza insistimos en la urgencia de concentrar esfuerzos por desentrañar hasta las heces el “mandato de hambre, demagogia y represión”, habituar al pueblo en la práctica de descubrir los embustes y artimañas de sus opresores, prevenirlos sobre los nuevos fraudes que está cocinando la oligarquía liberal-conservadora e impedir que caiga cual mansa paloma, como en 1974, en las trampas que le tiende el odiado adversario.

Empecemos con la reforma tributaria, una de las determinaciones iniciales de hondo calado del régimen continuista proclamada con el despliegue propagandístico de que favorecería al 50% más pobre de la población. ¿En qué concluyó? Dentro del piélago de decretos y contradecretos la modificación de mayor incidencia consistió en el incremento del gravamen a las ventas. De esta manera se acentuó la modalidad oligárquica de primacía de los impuestos indirectos sobre los directos, que es el mecanismo favorito para que tribute preferencialmente el pueblo a través del consumo de bienes y servicios. Entretanto, a las sociedades anónimas y en especial a las compañías extranjeras se les redujo hasta en un 10% sus contribuciones al fisco, y a las pequeñas y medianas industrias, que constituyen por excelencia la producción nacional no imperialista, se les duplicaron y hasta quintuplicaron las cargas. Para las empresas petroleras norteamericanas, por ejemplo, la reforma consagró la gracia de deducción tributaria por agotamiento de los pozos. La aplicación o no de la denominada renta presuntiva quedó en manos del Ejecutivo, y hemos sabido cómo ésta se suprime tras las presiones de los grandes terratenientes; mientras ni los campesinos, ni la pequeña burguesía urbana, ni los pequeños y medianos industriales cuentan con portavoces en las esferas del “•chamboneo” ministerial. Los lopistas sinceros que aún quedan reivindican la reforma tributaria como la cúspide de las operaciones estatales. Sin embargo, no pasa de ser una de tantas demandas del imperialismo, ya satisfecha, que se interpone al desarrollo nacional, discrimina contra las masas trabajadoras y encarece el costo de la vida. A pesar de la reforma, el déficit fiscal continúa y la emisión de papel moneda prosigue, reactivándose permanentemente la hoguera de la inflación.

La reforma financiera y monetaria ha estribado sustancialmente en dos directrices básicas: de una parte, que el precio del dinero, o sea el interés, quede regulado por la libre relación de la oferta y la demanda, o lo que vale decir, al capricho de la banca y del puñado de corporaciones financieras; y de la otra, que el peso colombiano se devalúe constante y automáticamente, regulado asimismo por las fuerzas del mercado. Este dejar hacer y dejar pasar, aconsejado por las escuelas económicas norteamericanas de moda, terminó por entregarle al gran capital financiero extranjero y colombiano el dominio hegemónico de la actividad agraria, industrial y económica del país. Intereses que sobrepasan el índice de 30% como es de común ocurrencia, configuran un obstáculo imposible de vencer para la producción nacional. A la par con esto, el Estado da crédito barato a las gigantescas sociedades anónimas y a los grandes terratenientes. Ni que agregar que con la devaluación permanente también se acelera la inflación, se contribuye a la quiebra de los pequeños y medianos productores y se recorta el salario de los trabajadores. Pastrana inventó las UPAC, que son algo así como la oficialización del agio. Pues bien, López Michelsen “upaquizó” toda la economía. La reforma financiera y monetaria entroniza el reino de los especuladores y usureros, arruina la producción nacional, incrementa el desempleo y centuplica la explotación sobre las masas asalariadas. Es vox populi que el gobierno lopista agencia al capital financiero en la cima del Poder.

La deuda pública externa del país, uno de los canales preferidos por el cual los organismos internacionales de crédito succionan la riqueza de los pueblos sometidos a su égida, ha ido en acelerado aumento. No hay mejor termómetro para medir la confianza del imperialismo en un gobierno que el monto de los préstamos que le concede. Los monopolios prestamistas, en 1975, durante una reunión de su Grupo de Consulta, en París, a la que asistió el ministro de Hacienda, dieron visto bueno a empréstitos solicitados por Colombia, por la astronómica suma de 2.600 millones de dólares. Los planes demagógicos de Desarrollo Rural Integrado y de Alimentación y Nutrición, así como el resto de obras públicas, son financiados invariablemente con crédito externo. En consonancia con esta política de endeudamiento, el gobierno ha procedido a elevar los impuestos, como ya señalamos, y las tarifas de los servicios prestados por el Estado. Al final del actual periodo Colombia se verá más hipotecada al imperialismo y el pueblo colombiano más miserable y sojuzgado.

La pusilanimidad del señor López con los corsarios imperialistas no admite réplica. Cuando las compañías petroleras redujeron la extracción del crudo, con merma sensible de los combustibles primordiales en la marcha de toda la producción y en claro chantaje para obligar al alza, el gobierno complaciente agachó la cerviz de manso buey y procedió, contra la protesta pública, a subir la gasolina y demás derivados del petróleo, en progresión que incidirá catastróficamente, al igual que las otras medidas económicas, en el desarrollo nacional y en los medios de vida de la población. Este lúgubre panorama se cierne sobre el país siendo que Colombia cuenta con reservas energéticas abundantes, incluyendo los hidrocarburos.

La completa liberalidad implantada por el continuismo en las relaciones internas de la economía, con la cual el pez grande se traga al chico, ha sido extendida al comercio internacional. Fue decretada la liberación de importaciones con la correspondiente disminución de aranceles a un sinnúmero de renglones. El primer resultado de tal determinación, como era de esperarse, consistió en la competencia ruinosa para la producción colombiana, a cargo de las mercancías de la poderosa industria imperialista. Analicemos un caso. En 1976 Colombia demandó para su consumo interno aproximadamente 400.000 toneladas de trigo y cosechó únicamente 50.000 en cifras redondas. El resto lo compró afuera. Años atrás el país se autoabastecía de este cereal y las gentes comían relativamente más pan que ahora. Pero a mayor importación, menor siembra. Y en ese círculo vicioso han empezado a caer otros artículos y materias primas industriales de origen agropecuario, como la leche, los aceites, la cebada, el maíz, el sorgo, etc. ¡Libertad de Intereses!, ¡Libertad de importaciones!, ¡Libertad de comercio!, ¡Libertad de Precios!. He ahí la declaración de principios económicos del “mandato de hambre”. Filosofía esta que en la era del imperialismo significa, nada más ni nada menos, una abierta autorización para que los buitres de los monopolios extranjeros caigan sobre la presa indefensa y sin alientos a abrirle las entrañas y a devorarle los ojos.

La gran propiedad territorial tampoco se ha visto desamparada por su ángel de la guarda. López Michelsen no echó al olvido las peticiones de las clases terratenientes y elaboró, o mejor dicho, recomendó ante el parlamento la aprobación de la Ley de Aparecería propuesta por los latifundistas, dirigida a perpetuar en el campo la servidumbre y la explotación de los campesinos en provecho de los dueños del suelo. Con la sanción de esta Ley se comprobó no solo que el gobierno “de la esperanza” es un instrumento tanto del gran capital como del latifundio, sino que el Congreso es a su vez un instrumento dócil del Presidente, al que éste acciona con las cuerdas de plata de las dietas y de los auxilios parlamentarios.

En medio de los desatinos de sus gobernantes a Colombia le llovió el maná de la bautizada “bonanza cafetera”. Los recursos obtenidos por este concepto le han permitido a la fronda burocrática, experta en el manejo efectista de las estadísticas, prefabricar balances de fin de año que arrojan saldos ficticios de pujanza en todas las órbitas del quehacer económico, como el acrecentamiento de las divisas en moneda extranjera, o lo que es lo mismo, los dólares que el Banco de la República recoge por exportaciones. Al respecto existe unanimidad en los comentaristas procedentes de las más diferentes vertientes políticas en que, de no haber sido por la súbita y extraordinaria elevación del precio del café en los mercados internacionales, el cuadro de la gestión económica oficial hubiera sido espantosamente tétrico. Hay que explicar que los buenos precios del principal producto de exportación de Colombia, no se hallan relacionados ni cerca ni lejanamente con los proyectos del régimen, sino con las heladas del Brasil, la roya de Centroamérica, la guerra de Angola. Lo importante de indagar es qué persecuciones ha tenido este golpe de la suerte en la economía colombiana. Contrariando el apelativo de “bonanza” que se le puso, la excelente cotización del grano en Estados Unidos y Europa tradújose en un proceso inflacionario desbordado, cuya primera y única víctima resulta el pueblo colombiano.

De otra parte, por labios del propio Presidente, supo el país que del apogeo del café se lucraría el gremio y no la nación, entendido por tal los grandes exportadores y los amos de la Federación Nacional de Cafeteros. A tiempo que al campesino productor, auténtico artífice de esta enorme fortuna, le cae cual maldición del cielo terrenal del Estado oligárquico el maná de la inflación y la carestía.

Sobre los mil y pico de millones de dólares acumulados en las arcas oficiales no se pueden hacer cuentas alegres, debido a que están comprometidos de antemano en los siguientes pagos: servicio de la deuda pública externa (180 millones), importación de petróleo (220 millones) y obligaciones vencidas de la banca privada con prestamistas extranjeros (680 millones). ¿A la hora de nona, qué le deja a Colombia la fementida “bonanza”? Salvo el ahondamiento de la crisis económica, absolutamente nada. Dentro del régimen neocolonial y semifeudal prevaleciente, a través de un sistema de vasos comunicantes, cualquier síntoma de prosperidad nacional culmina fatalmente abultando la faltriquera de los imperialistas y sus intermediarios. La fábula del café confirma un sentimiento generalizado; que un presidente con suerte es una desgracia para el país. Y de lo dicho se desprende una valiosa enseñanza; la de que la prosperidad de Colombia será hija y sólo hija de su liberación.

Si los caballeros del dinero y de la tierra gozaron del gesto benévolo y de la magnanimidad de los funcionarios, a la clase obrera le tocaron en cambio las cejas fruncidas y el crujir de dientes. En el año de 1976 se fijó como tope máximo de alza salarial un 15%, cuando el costo de la vida, de acuerdo con los datos suministrados por el DANE, ascendió en 26%. En la realidad este último porcentaje es muchísimo más alto. En todo caso ningún fenómeno evidencia tanto el rotundo fracaso de la labor del gobierno como la inflación. Y nada como la inflación para esquilmar sutil, sorda, constante y despiadadamente a las masas trabajadoras. Es el arma secreta con que el capital reduce sin pregonarlo el ingreso de los obreros. Mediante la alteración sistemática hacia arriba de los precios de bienes y servicios multiplícase la explotación de los esclavos asalariados. Y esto fue precisamente lo que el régimen propició y continúa propiciando con todas y cada una de sus medidas económicas.

Pero la ofensiva contra el proletariado no para ahí. El Presidente en persona echó a rodar la “teoría” del “salario integral”, con la cual ha promovido una campaña tendiente a eliminar las prestaciones convencionales obtenidas por el sindicalismo colombiano en sus años de lucha. El contrapliego patronal presentado por la empresa petrolera estatal de la USO, que suprime de un plumazo conquistas rubricadas con la sangre de incontables combatientes, ejemplifica la arremetida que está en camino y los nuevos atentados que amenazan y han puesto en estado de alarma a la clase obrera. Casi siempre en la discusión de los pliegos de peticiones el foco candente del conflicto estuvo ubicado en el punto salario. Y casi siempre, en lugar de un reajuste de éste, los empresarios ofrecieron bonificaciones, primas y demás “abalorios”, como los calificara despectivamente López. Sin embargo, tan no serán accesorias las prestaciones extralegales, que han montado todo un operativo con el fin de suprimirlas. La argucia patronal se sintetiza así: ayer entregamos “abalorios”. El mandato lopista ha sitiado al proletariado colombiano y lo ha sitiado por hambre. Su política laboral tiende a estrechar más y más el cerco. Como es obvio, la respuesta de los obreros no se hará esperar y el futuro está preñado de importantes acontecimientos. Por ahora la inflación ya tumbó un ministro y el movimiento sindical una ministra.

Dentro de la presente descomposición nacional ha proliferado la corrupción larvada en los regímenes bipartidistas precedentes. Es una plaga que nos lleva al Norte. Son los sobornos de las grandes compañías a abogados venales, ministros del despacho, militares de tres soles. El tráfico de marihuana y cocaína, que han colocado a Colombia entre los principales centros de procesamiento y distribución de narcóticos. La floración de mafias a la usanza norteamericana, instaladas y posesionadas de los nervios vitales de la economía y la política de la coalición dominante. Los descomunales negociados de institutos y organismos del gobierno con los particulares, que han convertido al erario en el cofre del pirata. La venta de la decadente cultura occidental, que hace la apología y embellece las peores aberraciones del mundo imperialista. Ninguno de los bastiones tutelares del orden social imperante se le escapan. Ni el templo de las leyes, ni la balanza de la justicia, ni la vara del alcalde. Ni lo profano ni lo sagrado. El advenimiento del “mandato claro” ha preparado el ambiente propicio, el medio benigno para que la corruptela inherente a la vieja sociedad saliera de la sombra y se enseñoreara por todas partes, a plena luz del día. Más la descomposición social que estamos palpando no es del todo una cosa mala; trae consigo la necesidad de la transformación revolucionaria por la cual abogamos. El pueblo hará suyo el nuevo evangelio y matará la víbora por la cabeza.

¿Pueden subsistir los malentendidos acerca de cuál es el contenido de la línea económica del actual gobierno? ¿Tendremos que esperar hasta el 7 de agosto de 1978 para emitir un juicio categórico? ¿O procedemos desde ya a orientar a las masas con lo que los textos de historia ilustraran a las nuevas generaciones, que durante el periodo López Michelsen el imperialismo norteamericano acentuó su dominio hegemónico sobre el país: que los capitales extranjeros siguieron apoderándose de las minas, bosques, yacimientos, mares y ríos; que la minoría antipatriótica de grandes burgueses y grandes terratenientes recibió la paga correspondiente por venta de la nación, y que el proletariado, el campesinado y las demás fuerzas forjadoras de la riqueza saqueada padecieron los horrores de la más inicua explotación? ¿O hay algo que salve el nombre descastado de los demagogos, como el ridículo decreto de congelación de arriendos, derrotado desde antes de su promulgación por los intríngulis de la ley y por las intrigas de los pulpos urbanizadores y de las firmas de arrendamiento contra quienes supuestamente estaba dirigido? Dos años y medio de continuismo arrojan un balance contundente. Mayor control del imperialismo. Enriquecimiento de la minoría oligárquica. Retroceso de la producción nacional. Corrupción, Desempleo. Hambruna.

 

La política despótica del régimen lopista

Lenin dice que la política es la expresión concentrada de la economía. Si los intereses protegidos por el gobierno colombiano, como queda demostrado, corresponden a los de los monopolios imperialistas y sus intermediarios, su política tiende por lo tanto a la negación de la democracia y a la implantación desembozada del despotismo. No necesitamos demasiadas palabras para explicar esta parte de nuestra exposición. Sin ir demasiado lejos. Colombia lleva 30 años bajo un estado de sitio casi ininterrumpido. López Michelsen asumió la presidencia tras la más caudalosa votación a su favor. Una explosión de ilusiones produjo el respaldo obtenido en las urnas por el candidato liberal. Se hacía sobre todo la loca consideración de que el elegido había quedado comprometido, y aún más presionado por la masa de tres millones de sufragantes. El MOIR advirtió entonces que la cuestión sería exactamente al contrario. En proporción a su votación subiría el envalentonamiento de las clases dominantes. Así lo entendió la oligarquía colombiana que ha solido captar con superior agudeza el momento político que sus opositores. Y se dijo así mismo: el desenlace electoral en 1974 nos está indicando que el pueblo no se encuentra tan descontento como se suponía, ni tan desacreditados los dos partidos tradicionales. La ocasión es única.- Aprovechémosla para despachar los planes aplazados. López nombró un gabinete archireaccionario y el primer acto importante de este gabinete fue la declaratoria de la emergencia económica. Lo demás ha sido descrito varias veces. El nuevo gobierno no sólo no llevó a la práctica ninguno de los puntos programáticos de la revolución, como lo esperaban algunos, ni a las masas que engañadas votaron por él les pasó por la mente demandárselo, sino que recurrió al estado de sitio tan pronto desapareció la euforia de abril.

Y el estado de sitio en manos de López Michelsen ha servido para lo que siempre ha servido el estado de sitio. Para implantar los consejos verbales de guerra en los que se condena a los luchadores populares. Para reprimir a los obreros, campesinos y estudiantes, e impedirles el ejercicio de sus derechos de organización, movilización y expresión. Para prohibir las reuniones y manifestaciones de los partidos contrarios al régimen. Para restringir la prensa revolucionaria. Para tomar medidas antipopulares y prevenir la protesta por estas medidas. Para amedrentar. Para proteger el terrorismo contra las masas. Para convocar elecciones y luego prohibirles el ejercicio electoral a las fuerzas revolucionarias. López ha presidido solo unos comicios, los del año pasado, y se efectuaron bajo estado de sitio.

Dentro del anterior contexto, el “mandato de represión” se ha distinguido por su ferocidad contra el movimiento obrero. Huelgas ilegalizadas, dirigentes despedidos, sindicatos intervenidos y combatientes asesinados compendian la acción del gobierno en el terreno laboral. La misión pacificadora también se ha ensañado con los campesinos, destacándose la grave situación de extensas regiones del país, como el Magdalena Medio, Urabá, partes del Valle del Cauca, los Llanos y otras, en las que, cuando no es la tropa uniformada la que siembra el terror y cobra victimas, son los sicarios a sueldo y cuadrillas armadas por los terratenientes los que ejecutan la sucia labor, ante la indiferencia de las autoridades. El despotismo ha llegado hasta los claustros docentes y con especial crueldad a las universidades. Allá la política gubernamental oscila igualmente entre la demagogia y la bota militar. Si falla la una, ahí está la otra.

La finalidad es en todo caso la de acallar a estos estamentos intelectuales que resultan particularmente molestos para el régimen. Y no se trata solo de la base estudiantil, rebelde por naturaleza, sino de los profesores y maestros que se hayan indudablemente más identificados con sus discípulos que con quienes elaboran y recortan sus nóminas. Estos sectores han aportado también su cara cuota de presos y muertos. Y bajo esta “disciplina para perros” encuéntrase la abrumadora mayoría de la nación que ve como el tricolor se va trocando en una camisa negra, el escudo en una cruz gamada y el país entero en un inmenso campo de concentración. A los vendedores ambulantes, conformados de porciones considerables de obreros y campesinos sin ocupación, se les niega el derecho a ganarse la vida y se les persigue aviesamente. A los pequeños comerciantes, pequeños transportadores, taxistas, tenderos, aprisionados en las redes de la especulación y la usura del gran capital, se les inculpa del costo de la vida y padecen el asedio constante de funcionarios y cuerpos policivos. Los pobladores de los municipios olvidados que piden al Estado el suministro de los servicios básicos, reciben muchas veces de éste, en lugar del agua y la luz reclamadas, una lluvia de gases o una descarga de fusilería. En síntesis, todas las clases y estratos del pueblo carecen de los derechos democráticos mínimos. Para estas inmensas masas la situación ha venido empeorándose por el discurrir de las dictaduras frente-nacionalistas. La coalición álvaro-lopista les niega el plan y la libertad y las pone en la disyuntiva de escoger la vía revolucionaria como única manera de hacer valer sus intereses y derechos.

La militarización progresiva de la vida del país es otro de los tópicos característicos del “mandato de represión”. Desde Rojas Pinilla pocas veces las charreteras tuvieron tanta influencia en los muchos asuntos del Estado como ahora. Si la justicia se descompone, entonces a entregársela a los militares, quienes son los que saben de procesos sumarios. Cuando las regiones se agitan, nadie mejor que el Ejército con su don de mando para sustituir a los civiles en alcaldías e inspecciones. Como los estudiantes forman trifulcas y acostumbran enfrentar la piedra a las granadas, que la tropa ocupe los predios educativos con la orden de tirar a quemarropa. Donde las empresas estatales no funcionen debidamente, como en la zona esmeraldífera, que se establezca la jurisdicción marcial y la supervigilancia de los uniformados. Que el costo de la vida es insoportable, no hay por que preocuparse, contamos con los piquetes de la PM para controlar el precio de los artículos en tiendas y graneros. Y así, cada día, cada semana, cada mes, las fuerzas armadas invaden con la autorización de su máximo jefe constitucional nuevos territorios e improvisan sus cabezas de playa que les facilitan otros progresos y más avance. La militarización ha llegado a extremo tal que hasta los más escépticos comienzan a hablar de la virtualidad de un golpe de Estado. Lo cierto es que las clases proimperialistas dominantes, ante la crisis económica y política que estremece amenazante a la sociedad colombiana, miran más hacia los cuarteles que hacia cualquiera otra de las fortalezas desarmadas de su poder dictatorial. El sable se tornó imprescindible. Nuestro Partido se ha referido en varias oportunidades a una eventual solución de fuerza en gestación, por parte de los usurpadores actuantes y potenciales, que tendría como fin más sublime ahogar la revolución, antes de que esta los haga naufragar. Por ello la creación del frente unido revolucionario será la herramienta insustituible del pueblo colombiano en la actual coyuntura para contener el ataque del “mandato de represión”, y contraatacar.

Buscando quitarse de encima las acusaciones de perjurio y limpiarse los escupitajos de la opinión pública, el régimen desenterró su tesis de la política concertada, y volvió a la monserga de que se requiere un entendimiento integral entre gobierno, patronos y trabajadores en torno de múltiples problemas. Con esto quiere tapar su rostro despótico y desempeñar de nuevo el papel del demagogo. El Presidente olvida que el 14 de septiembre de 1974 reunió en San Carlos, dentro de los lineamientos de su política concertada, a patronos y representantes de las tres centrales sindicales reconocidas legalmente en ese entonces y en un monólogo interminable y aburrido les dijo que el acuerdo tripartido no era posible porque la inflación pastranista se había entrometido en sus buenos propósitos. Hoy la inflación lopista es mayor que la de aquel año y, sin embargo, se insiste en la misma cantinela. ¿Quién cree en la palabra de oro desmonetizada del jefe del continuismo? Muy pocos. Entre ellos indudablemente los adinerados beneficiarios de su obra y los esquiroles de la UTC y CTC. La política concertada la hace el régimen con los banqueros, los grandes exportadores e importadores, los latifundistas. Pero a los médicos se les incumplió el acuerdo aceptado por el propio presidente y a los maestros se les impuso un estatuto docente que es un código de policía. Frente al pueblo el gobierno actúa despóticamente y sin consulta, y luego demanda su misión.

Otra prueba del “mandato de demagogia” la apreciamos a principios de este año. Aprovechando la segunda ida del Partido Comunista y sus amigos a palacio, el comisario número uno de la república inquisitorial salió al balcón con los clamorosos brazos bien abiertos y repitió lo que había prometido el 3 de febrero de 1976, con ocasión de la primera visita de aquellos, que el gobierno dará garantías a la oposición. El horizonte de Colombia se encapota con una negra nube de terror y muerte. Los cuchillos se siguen amolando mientras la representación de la farsa se efectúa. El contraste es violento. Cómo disertar sobre “garantías” a la oposición si se sostiene el mandato de represión e intimidación y se prolonga indefinidamente el estado de sitio. Cómo mencionar la palabra “garantía” a tiempo que se aplasta al movimiento sindical y no se deroga la orden de disparar contra las masas estudiantiles, impartida por quien hoy es el Comandante del Estado Mayor Conjunto. Cómo creer en “garantías” cuando bandas mercenarias recorren campos y ciudades asesinando dirigentes de la oposición revolucionaria y la militarización de la vida del país no se detiene sino que se incrementa; cuando se está confeccionando en los costureros del clientelismo turbayista una reforma constitucional, que es una mortaja para el entierro de tercera que la oligarquía prepara a las últimas atribuciones de los cuerpos representativos y a los últimos vestigios del derecho de defensa del acusado de su justicia de clase, y cuando el mismo Jefe de Estado acaba de citar el Congreso a sesiones extras con el objeto de hacer aprobar una reforma electoral por la cual se pretende que el bipartidismo tradicional excluya del derecho del sufragio a las otras corrientes políticas. Solo como escarnio del lenguaje se puede aceptar esta promesa hecha por el Presidente de la República. A lo sumo, si el “mandato de demagogia” ofrece “garantías” a la oposición, entiende por tal oposición exclusivamente a las consabidas disidencias tácticas que de cuando en cuando llevan a cabo sectores integrantes y afines a los partidos liberal y conservador.

Después de la noche llega el día. A la confusión la sigue la claridad y a la dispersión la unidad. Son ciclos vitales de la existencia. Las contradicciones no se resuelven mientras no se hayan expresado a plenitud. Por ello es conveniente que el régimen que mancilla a Colombia se cubra a sí mismo de oprobio con sus actos brutales y grotescos; y aún falta del proceso hasta que se vea el fondo del abismo. Colombia tendrá tiempos sombríos. No sabemos si por un par de años, un lustro, una década o más, pero gracias a estas dificultades el proletariado colombiano saldrá de su postración, comprenderá que su porvenir es antagónico con la sociedad a la cual viste y alimenta a costa de su desnudez y de su desnutrición, buscará para fortalecerse el acercamiento con las clases y fuerzas que no le sean hostiles y sobre la victoria de la nación emancipada erigirá su amable gobierno, su faz risueña y grata palpitará en los corazones de millones de obreros y campesinos y del resto de gentes honradas que supieron ganarse el privilegio de ser libres. Y ellos serán los únicos y verdaderos héroes de la prosperidad y la grandeza de la nación respetada y respetable en el concierto universal. Ese día amanecerá sobre Colombia y con el aliento de esta esperanza revolucionaria lucharemos y venceremos. Manuela Beltrán rasgó y pisoteó los edictos del rey y prendió la llamarada que achicharró en América al imperio de su majestad. Los insurrectos de hoy rasgarán y pisotearán los tres mandatos del nuevo virrey y no habrá océanos con que apagar el incendio de la revolución.

 

Vinculémonos a las masas

para impulsar el frente

Las condiciones son excelentes para fraguar la unidad del pueblo colombiano. Las innumerables batallas de masas adelantadas en 1976 por obreros, campesinos, estudiantes y otras fuerzas populares reflejan el descontento generalizado con la situación imperante. Muchas de ellas mantuvieron en jaque al gobierno durante largos períodos, como el paro de los médicos del ICSS, quienes, con el cálido apoyo de la clase obrera, pusieron en primer plano nacional el problema del recorte de los derechos de contratación y organización del movimiento sindical, que excandece y subleva a los trabajadores del país. Y demostraron cómo hasta las capas medias de la población están dispuestas a utilizar formas de lucha reservadas por lo regular al proletariado. Cierto que la reacción logró retomar la iniciativa y varias de esas peleas terminaron perdiéndose, pero sólo momentáneamente, ya que los motivos que las originaron no han desaparecido y, por el contrario, tienden a agravarse. De otra parte, haciendo cola hay nuevas contiendas sociales que a su vez son reediciones de viejas anomalías y atropellos, entre las que se destacan las luchas anunciadas por los obreros petroleros y los servidores de la docencia que levantan desde ya la simpatía y la solidaridad de la masa asalariada y del pueblo en general. Los campesinos también vienen preparándose y reorganizándose para afrontar la ofensiva de terratenientes, gamonales y funcionarios, y para proseguir por el camino abierto en 1971 por los valerosos invasores de latifundios. A los combates de obreros, campesinos y educadores se les sumarán los de los estudiantes, vendedores ambulantes, pequeños y medianos productores y comerciantes y todas estas fuerzas marcharán imbricadamente en pro de la causa común. Las luchas de las masas le darán sustentación a la unidad obrera y popular, a lo que se agrega un elemento digno de no ser olvidado, la soledad incurable de las camarillas amarillas de UTC y CTC.

Las elecciones de1976, aunque se limitaban a renovar concejos y asambleas, exteriorizaron todo el drama que viene desarrollándose en la política colombiana. Los partidos tradicionales ofrecieron a la vista de todos el deterioro en que se encuentran, el desgano de que están imbuidos, el desgaste que los afecta, la falta de vitalidad y fuerza interior, la carencia de jefes nuevos y la decrepitud de los viejos, la ausencia de ideas y programas distintos a las secas fórmulas que han comprobado hasta el empalagamiento su daño e inutilidad para remediar las graves dolencias de la nación, el cretinismo, la vulgaridad, el ridículo, la bufonada y, sobre todo, el olor a cosa podrida. Son partidos que no olvidan los antiguos rencores que los han separado históricamente pero permanecen hermanados por el instinto de conservación. Además se hallan divididos y subdivididos en fracciones y matices que hunden su raíz en los varios feudos regionales, cuyas únicas fuentes nutricias son los puestos y los dineros que gobernadores les entregaran a dos manos, gobernadores cuyo nombramiento, a su vez, han logrado arrancarle al poder central. Convertidos en bandas de intrigantes y parásitos los dos partidos tradicionales dependen fundamentalmente del gobierno todo poderoso, quien no solo les mantiene y sostiene sus cuadros y activistas, sino que les presta el día de elecciones la tupida burocracia oficial convertida en carne de urna.

En las votaciones de “mitaca” del año pasado el partido liberal, la fuerza política mayoritaria de la coalición, se inclinó dentro de la reyerta interna por Julio Cesar Turbay y desdeñó los requiebros que durante una intensa y agotadora campaña le hiciera el ex presidente Lleras Restrepo. Este hecho ha puesto a funcionar los resortes del arribismo en las huestes liberales y, ante la perspectiva de que sea Turbay y no Lleras quien se apodere de la maquinaria del Estado en 1978, base de su supervivencia política, los lleristas más acérrimos han corrido contritos a echarse a los pies del ex embajador en Washington. Turbay es un representante auténtico de las mafias, un exponente fiel de los vividores manzanillos, un producto acabado de la descomposición social. La prensa liberal no ha podido ocultar su desagrado por el giro de los acontecimientos y barrunta que el candidato más opcionado de su partido tiene puntos demasiado vulnerables. Que será blanco fácil en el certamen electoral que se avecina. Y en verdad, las agrupaciones revolucionarias, en la próxima contienda comicial, obtendrán muchas más ventajas que las de 1974, de tener por contenedor suyo a un candidato presidencial del liberalismo, fuerza política prioritaria de la coalición liberal-conservadora, que inspira poco o casi ningún entusiasmo, no digamos en las masas, sino aun entre sus propios correligionarios, como Turbay Ayala. El completo aprovechamiento de esta circunstancia favorable, al igual que del resto de la crisis política de las clases dominantes, estará sujeto, repetimos, a la conformación del frente unido y a la postulación de un candidato único de los partidos y agrupaciones de avanzada. Pero si esta meta no se alcanza, es indudable que la reacción liberal-conservadora encontrará respiro con el desgaste innecesario de recursos y energías que supone para la izquierda revolucionaria los choques en los flancos con enemigos secundarios.

Otro cariz ventajoso del panorama resultante de las elecciones de 1976 fue el hundimiento definitivo de la vieja dirección anapista, que torpemente insistió en su conducta de conciliación con las contracorrientes antinacionales y antipopulares de la gran burguesía y los grandes terratenientes. Y aunque la Anapo quedo prácticamente desintegrada al final de los tres reveses electorales consecutivos, los de 1972, 1974 y 1976, sus principales dirigentes de izquierda, asimilando la experiencia y corrigiendo errores, han adoptado la decisión de rescatar su partido, reestructurarlo y vincularlo al torrente revolucionario del pueblo colombiano. Esta división tiene la característica, con respecto a los otros desmembramientos anteriores del anapismo, de que agrupa las mayorías de este y concede especial importancia a la definición en torno de postulados ideológicos y programáticos revolucionarios. Su cuarto Congreso, reunido en diciembre pasado, aprobó un programa antiimperialista que llama a “la conformación del más amplio frente de unidad de las clases explotadas, de las organizaciones del pueblo y de los partidos y movimientos políticos que luchan por la liberación nacional, la construcción de un Estado nacional independiente y popular y el objetivo estratégico del socialismo”. Igualmente con la invitación al Foro de la Oposición Popular y Revolucionaria, a efectuarse el próximo 18 de febrero, la Comisión Coordinadora Nacional de Anapo hace su contribución efectiva y oportuna al proceso unitario en marcha. Nuestro Partido expresó su convicción de que en dicho evento se deberá, a tono con las condiciones vigentes, establecer unas bases mínimas de organización, programa y reglas de escogencia del candidato presidencial, que facilite la unidad tanto con las fuerzas políticas participantes en el Foro como la de estas con las que más adelante deseen coordinar esfuerzos con nosotros en la tarea de desenmascarar, combatir y derrotar en nuestro país al imperialismo norteamericano y a la oligarquía vendepatria.

Finalmente, las últimas elecciones refrendaron los progresos de la izquierda. Cabe comentarse la propensión a utilizar y convertir la lucha electoral en un instrumento revolucionario, al lado de otros tan válidos y necesarios como éste, por parte de ciertas capas intelectuales progresistas y aun de obreros ilustrados que por lo común ostentaban su superchería abstencionista cual el sumo de la perfección política. Partidos jóvenes y revolucionarios hicieron por vez primera su aparición en unas votaciones y tomaron contacto con el mundo exterior que los rodea. Ello redundará en su desarrollo, si persisten correctamente en la práctica de partir de las condiciones concretas y no querer suplantarlas con la frase. El MOIR, en alianzas con el MAC y otras agrupaciones de envergadura regional, obtuvo aproximadamente 50.000 adhesiones para su acertada línea de unidad y combate, lo que significa, a pesar de la cifra, un notorio crecimiento. Sin embargo, también nos falta mucho contacto con el mundo exterior, particularmente con las grandes masas de obreros y campesinos, única veta de nuestros recursos materiales y de nuestra riqueza espiritual. De la urgencia que tenemos de subsanar esta debilidad brota la más fundamental de todas nuestras consignas: la vinculación estrecha con el pueblo y sus luchas. No solo con los sectores avanzados de la clase obrera, sino especialmente con sus destacamentos atrasados y las amplias masas campesinas. La situación del país exige en ese sentido un esfuerzo titánico de todos y cada uno de los militantes y simpatizantes del MOIR. Sin este paso no venceremos las vacilaciones de nuestros aliados, no acercaremos a la posición consecuentemente unitaria a las fuerzas susceptibles de hacerlos y el frente se nos quedará escrito en el papel.

 

Somos partidarios de soluciones positivas

Capítulo aparte merece la conducta del Partido Comunista de Colombia; en las elecciones pasadas no ahorró invectiva ni falacia para combatir a nuestro partido, descuidando incluso el ataque a otros enemigos de mayor peso, de peso económico, claro está. El llamamiento de su semanario al pueblo al final del debate lo dice todo: No vote por los estafadores del MOIR. Y es curioso. Después su secretario general amonestó sobre los brotes sectarios que han ido apareciendo internamente. La dirección promueve el sectarismo y luego reprende a la militancia por dejárselo promover. Pero esto es harina de otro costal. Lo importante es precisar que las discrepancias surgidas entre las dos organizaciones respecto a la interpretación y postura ante el gobierno de López, y al criterio y aplicación de las normas democráticas de funcionamiento del frente, agregadas a las viejas contradicciones sobre la concepción de los principios del movimiento comunista internacional, se han transformado en un enfrentamiento abierto y denodado que aunque, por un lado, ha contribuido a desentrañar para muchos el contenido exacto de las reclamaciones del Partido Comunista, de otro lado obstaculiza hoy el objetivo de estructurar un solo frente de organizaciones y movimientos políticos contrapuesto a la dictadura liberal-conservadora imperante.

Posteriormente a la Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina, que tuvo lugar en La Habana en junio de 1975, en Colombia se planteó por primera vez que el respaldo a Cuba era arco toral del frente unido. Si consideramos las diferencias en torno a los problemas internacionales, resulta simple entender que tal petición no es más que la supeditación de la unidad al reconocimiento implícito de la Política de la Unión Soviética. La fórmula que acordaron el MOIR, el MAC y el Partido Comunista sobre estos problemas en 1974, y que se consignó en el programa de la UNO, fue la siguiente: “Abogar por las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los países del mundo con base en la igualdad, el respeto mutuo y el beneficio recíproco. Solidarizarnos con todos los pueblos que luchan por la defensa de su soberanía y contra la opresión extranjera, por la revolución y el socialismo y consolidar una auténtica cooperación económica latinoamericana, sin intervención del capital extranjero imperialista”. Un compromiso así sería una solución positiva que desentrabaría el proceso hacia la creación de un solo frente, teniendo en cuenta las múltiples facetas de la situación nacional e internacional y la autonomía ideológica y organizativa de las respectivas fuerzas aliadas. Sobre la otra condición expuesta últimamente por el Partido Comunista de respaldo a la CSTC, el MOIR también ha dado solución positiva: la de que para la discusión y el entendimiento se parta de la política de unidad sindical, aprobada por miles de trabajadores en los encuentros de 1972 y 1973 y en el Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973, con el concurso de la misma CSTC. La insistencia en requisitos excluyentes y en el rechazo a condiciones aceptables para todas las fuerzas interesadas en la unión, no puede encubrir más que el recóndito propósito de sabotaje a la lucha que se dice defender.

Los esfuerzos de nuestro Partido por el logro del más amplio frente unitario de la revolución colombiana nadie, con honradez, conseguirá ponerlos en tela de juicio. Así como hemos estado dispuestos a hacer concesiones para facilitar la participación en el frente de las más disímiles fuerzas políticas, y las hemos hecho, en aras de la revolución, con la misma entereza defendemos unos principios básicos mínimos, sin los cuales la alianza sería una amalgama oportunista, incompatible con los intereses de las clases oprimidas. Las exigencias sectarias y antidemocráticas, las actitudes despóticas, el chovinismo, el halago, la intriga y la calumnia son métodos contrarrevolucionarios que las masas repudian. Quienes a ellos se acojan para hacer carrera probablemente ganarán la adulación de unos cuantos advenedizos, pero nunca el cariño ni el respeto de las mayorías revolucionarias. Obremos conforme a este convencimiento y trabajemos incansablemente por la unidad del pueblo.

 

Notas:

1) Alianza Popular Colombiana, enero de 1977 (pág. 2)
2) Voz Proletaria, abril 14 de 1976.
3) Tribuna Roja, No. 10, octubre de 1973.

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