El fogonero



 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS II

(1977-1994)

 


4. FIN DE UN PERÍODO

Y COMIENZO DE OTRO

 

Tribuna Roja No 31, febrero de 1978

El paisaje que ofrece hoy la sociedad colombiana es verdaderamente lamentable. O desolador, sería mejor tal vez el vocablo para describirlo. Salvando la rebeldía del pueblo, presente en las repetidas explosiones revolucionarias, que lejos de complicar las cosas llevan los gérmenes de la única redención posible, hasta donde nos alcanza la vista hallamos por doquier destrozos de un país que, por sus privilegios naturales y el temple de sus moradores, debería estar entre los más prósperos del globo. Tan desbordante es el fenómeno que los más diversos comentadores de los problemas públicos admiten al unísono, aunque con propuestas contrarias, la gravedad de la hora. La voz que con chocante frecuencia se hace escuchar a través de los canales oficiales y desde las Islas del Rosario, veraneadero del presidente en el Mar Caribe, riñendo a la opinión en general y parloteando sobre los prodigios del “mandato de hambre”, agrega el brochazo de humor negro a la tragedia nacional.

Hasta las elevadas cotizaciones a las que llegó afuera el principal producto colombiano de exportación, el café, y de las que podrían esperarse un paliativo en los trances actuales, para sorpresa de muchos se tradujeron en un perjuicio económico más, de complicado y peligroso manejo. Este hecho elocuente, uno del montón, mueve a reflexionar acerca de que lo que falla es la organización social vigente, los basamentos mismos de las formas de apropiación y de las relaciones de dependencia externa. Esa inmensa riqueza de varias decenas de miles de millones de pesos, creada por jornaleros y pequeños y medianos agricultores, va a parar en un santiamén a las cajas de seguridad de los potentados de las finanzas y de los linces de la Federación Nacional de Cafeteros, simplemente porque una ínfima masa de traficantes actúa de mandadera del imperialismo, convierte la soberanía de Colombia en una mercancía cualquiera y disfruta a sus anchas de los favores del Estado.

Como soplan vientos de “abundancia”, el gobierno franquea las aduanas y permite a esta misma burguesía compradora asaltar los mercados internos con los bienes sofisticados de la desarrollada industria capitalista extranjera, colocando al borde del precipicio las manufacturas criollas. Alfonso López justifica sus medidas con la argucia de que se establecerá una indispensable competencia a los productores nacionales de la ciudad y el campo, y la inundación inflacionaria retornará a los niveles de los años anteriores. Las consecuencias de tales teorías han sido suficientemente debatidas, no tanto por los doctos en estas materias como por la comprobación práctica de las gentes sencillas. Cientos de pequeños y medianos industriales y empresarios colombianos fueron lanzados al arroyo y la carestía se ceba brutalmente en los hogares menesterosos. Las estadísticas oficiales hablan de un incremento del costo de los alimentos del 35% para 1977, pero nadie duda de que las cifras del DANE maquillan la cruda realidad por órdenes superiores. De esos datos se burla con reconcentrada cólera el obrero que sabe, mediante la experiencia diaria, que con sus ingresos salariales de diciembre pasado no adquirió ni la mitad de las escasas provisiones a que tenía acceso doce meses atrás.

En estragos similares desembocaron las otras rimbombantes concepciones de la coalición oligárquica dominante. La reforma tributaria, llena de parches por todos los constados y modificada por enésima ocasión hace apenas unas pocas semanas, sirvió de alivio para las sociedades monopolísticas especialmente foráneas, las agrupaciones financieras, los pulpos urbanizadores y la propiedad terrateniente.

Para el grueso de la población significó un golpe duro y a traición, ya que mientras se alardeaba demagógicamente de proteger al “50% más pobre” y de “cerrar brechas”, se multiplicaban el gravamen a las rentas de trabajo y particularmente el impuesto las ventas, artificio preferido para que contribuyan al erario los que menos tienen en provecho de los que más poseen. Porción considerable de la enorme suma que sustrajo la reforma destinada a gastos de funcionamiento y a reforzar los cuerpos represivos.

Es una de las exigencias del imperialismo norteamericano sobre saneamiento fiscal, hecha constantemente a los mandatarios de sus neocolonias, con el objeto de que estas cuenten con jugosos caudales arrancados del pueblo, para sufragar las erogaciones que demandan las labores de pacificación, y a la vez cumplan religiosamente los compromisos de cancelar las amortizaciones y los intereses de los empréstitos contraídos con las agencias crediticias internacionales. No se vaya a pensar ni por un instante que el crecimiento de las divisas en manos del Banco de la República, las cuales llegan al monto inigualado de 1.800 millones de dólares, debido antes que nada al intempestivo ascenso del valor del café, se reflejará en una moderación de la política de endeudamiento que representa la más gravosa de las exacciones del país; sino al revés, excitará la imaginación de magnates y funcionarios con planes, proyectos e inversiones inoficiosos, cuya operancia requiere intensificarlos préstamos y el consiguiente sometimiento de la nación al capital imperialista.

 

La planificación en la Colombia neocolonial


Hemos rozado un tema que también merece ocuparnos algo de él: lo que ha pasado con la planificación estatal. Consagra la Constitución imperante de “libertad de empresas”, mas dispone que el Estado intervendrá “para racionalizar y planificar la economía a fin de lograr el desarrollo integral”.

Desde la implantación del Frente Nacional cada régimen elabora su respectivo diseño para encarrilar el proceso económico y social, que desde luego concluye sin surtir los efectos prometidos. Los relevos de administración traen consigo esquemas distintos pero de parecida fortuna, y así sucesivamente. El propio López Michelsen, que sentaba cátedra en torno a la inutilidad de dichos planes para una república sometida a los avatares de la trastornada economía mundial, resolvió presentar los programas del DRI y del PAN enderezados, conforme dice la propaganda, a desarrollar el agro y a nutrir a los indigentes. Bajo su cuatrienio de “centro-izquierda” no alcanzará a ver la suerte postrera que correrán los dos inventos, porque, según confesó, le quedaron mal el BID y el BIRF en el envío oportuno de los correspondientes créditos.

En Colombia la planificación ha sido siempre una caricatura, pues encuéntrase predeterminada, como se deduce claramente del caso precedente, por los propósitos y dictámenes de los peces gordos que devanan la madeja imperialista. En estas condiciones las metas que se tracen los gobiernos no beneficiaran más que a los dueños de la banca mundial y de los monopolios supranacionales. Ellos deciden omnímodamente en dónde, cuándo y cuánto se invierte; qué ramas de la producción han de propiciarse y cuáles no. Si requieren suprimir o deteriorar el transporte ferroviario y fluvial, como en Colombia, a fin de promover la venta de automotores, repuestos e insumos dela industria petrolera, lo hacen sin considerar para nada lo más aconsejable de acuerdo con las peculiaridades nuestras. La máxima ambición es lucrarse, prevaliéndose de las deficiencias y los baches inherentes al subdesarrollo.

Necesitamos producir trigo para abaratar el pan y mejorar la dieta alimenticia del pueblo; sin embargo, como los excedentes agrícolas norteamericanos brindan la oportunidad para un jugoso negocio, entonces en la Sabana de Bogotá se siembran flores en lugar de trigo. Igual sucede con las demás actividades industriales y comerciales. Poco importa si este programa resulta superfluo, o puede esperar en pro de aquel de imperiosa urgencia para la nación atropellada, de todos modos se consulta únicamente las conveniencias de los misioneros Wall Street. Los sembradores de algodón de la Costa Atlántica y del Tolima acaban de denunciar que los pesticidas que les suministran los laboratorios con sede en el exterior bajaron de pronto de calidad, ocasionándoles pérdidas irreparables en la última cosecha. Los cordones de la ridícula vigilancia estatal, tendidos solo para guardar las apariencias, son saltados sin ningún esfuerzo por los monopolios, los cuales mangonean a su arbitrio el mercado y les sobran medios para sacar del cuadrilátero a cualquier incómodo competidor.

Cuando López reunió a los gremios patronales y a las centrales obreras, a comienzos de su mandato, a fin de transmitirles la noticia de que le era imposible poner en vigor su política de “ingresos y salarios”, no obstante haberla zarandeado en la campaña electoral, alertó sobre la impracticabilidad de mantener una congelación de precios. Agregó que de no satisfacerse las demandas de aumentos de las empresas, los artículos saldrían de la circulación, al ser ocultados en las bodegas o sacados del contrabando en busca de compradores más pudientes y Colombia quedaría bloqueada y perdida. ¡Hay que capitular!, ¡Carestía o catástrofe!, fue el lamento de este discípulo quejumbroso de Núñez. El gobierno capituló pero no se salvó de la catástrofe. Ha sabiendas del abismo en que ha caído, del desprestigio incurable que le rodea, de la inflexibilidad con que son juzgados sus actos, el continuador, para autorizar las alzas recientemente forzadas por las compañías del petróleo y del cemento, tuvo que recurrir a la vieja táctica de usarlas festividades del 31 de diciembre, como el atracador que ampara en las sombras de la noche para despojar a sus víctimas indefensas.

En realidad, el único riguroso control de la dictadura burgués terrateniente se aplica a las organizaciones de las masas, para impedirles proteger sus humildes ingresos ante la rapacidad de los enemigos de clase. Esto lo probó nuevamente la despótica decisión del ejecutivo de anular las disposiciones legales por las que entraron a regir los convenios 87 y 98 de la OIT, sobre derechos sindicales. Las restricciones, prohibiciones y sanciones están dirigidas contra el pueblo trabajador, mientras sus sanguijuelas pelechan de los fueros y desafueros específicos del orden prevaleciente. Ni siquiera los prospectos de integración latinoamericana del Pacto Andino obedecen a las legítimas aspiraciones de progreso cierto y armónico de las naciones de la región, como suelen aseverarlo los pensadores de la oligarquía. Las frecuentes discordias registradas en el marco del Acuerdo de Cartagena se han circunscrito, al final de cuentas, a los pleitos entre los países signatarios por regatear que tal o cual consorcio se digne escogerlos para instalarse en ellos, levante plantas industriales, fabrique una o varias piezas de un producto, o lo ensamble. Sobre tales supuestos, sin controles, sin vigilancia, sin capacidad decisoria, pendiente todo de la voluntad mayestática de los monopolios, ¿cómo procurar un desarrollo equilibrado y favorable para una nación, por más que la naturaleza le haya premiado con múltiples recursos y sus pobladores están dispuestos a sacrificarse para forjarlo? A pesar de los préstamos, de los programas de desarrollo, de los acuerdos de integración, de la inversión extranjera, y precisamente por ello, Colombia presenta a hora más que nunca un panorama desconsolador.

Las paradojas más absurdas se suceden. Descubrimos ricos yacimientos de gas, como no los hay en Latinoamérica y esta materia prima básica sigue escaseando y duplica su precio, después de iniciada su explotación por la Texas Petroleum Company. Contamos con sabanas y valles tan fértiles que unos cuantos no alcanzarían para abastecer a Colombia entera; no obstante, en 1977 importamos alrededor de un millón y medio de toneladas en alimentos, sin excluir al maíz, cereal del que derivan su sustento nuestros aborígenes antes de la llegada de Colón al Continente.

El lopismo se ha vanagloriado de su “vocación agrícola”, empero sus indefectibles fracasos en este terreno los achaca invariablemente a las alteraciones del clima. Cuando la culpa no es del verano es del invierno. Preguntando el ministro de Hacienda que concepto emitía sobre el balance del año que acaba de finalizar, afirmó, refiriéndose a los cambios atmosféricos, que San Pedro había dictado la principal medida económica. A parte de la indignación con que el pueblo torturado por la miseria reciba este gracejo ministerial, la respuesta del Palacio Rudas contiene la sutil ironía de que los mandatarios colombianos coquetean aún con la creencia supersticiosa de los cofrades del Medioevo, de que la prosperidad de la Tierra no proviene de manos mundanas sino que la depara el cielo. En esto vino a parar la administración de los delfines López y Gómez, engendrada al calor de teatrales escaramuzas doctrinarias respecto a las vías de desarrollo y ungida con el aplauso de la oposición oportunista. El bienestar material del país terminó siendo cosa del azar y ante el azar no hay planes ni promesas que valgan.

Las masas esclavizadas no están dispuestas a comulgar con el fatalismo y el derrotismo que pretenden inculcarles los detentadores del Poder. Los millones de campesinos que padecen hambre a la vera de extensiones ilímites incultivadas, organizan sus asociaciones y ligas, y demuestran a través de las invasiones en muchos departamentos, que, con la confiscación de los latifundios y su reparto entre quienes los trabajen, será factible transformar radicalmente el cuadro deplorable del campo colombiano. Los obreros, que encabezaron el 14 de septiembre la protesta victoriosa del paro cívico nacional y libraron durante 1977 incontables y aguerridas batallas en defensa de las reivindicaciones clasistas y de los reclamos populares, señalan con sus luchas y proclamas los derroteros de una Colombia libre y empeñada en labrar un brillante porvenir. Y el pueblo entero, que observa angustioso como el territorio patrio se le convierte en la Biafra de Sudamérica, con la proliferación de niños desamparados, de mendigos, de locos de la desnutrición crónica, se levanta en cientos de combates heroicos contra los opresores y coloca de modelo no al “Japón” inimitable de López, sino a las naciones que se han sacudido el yugo imperialista y resguardan celosamente la soberanía alcanzada.

 

Un desenlace crítico previsible


Desde los comicios de 1974 el MOIR previno el desenlace de la situación que nos aqueja. Acaso ninguna corriente como nuestro Partido denunció con tanta certidumbre, firmeza y perseverancia las calamidades que se derivarían de los experimentos demagógicos del continuismo. Sin vacilaciones arremetimos contra los oportunistas, acostumbrados a colocarse del lado que más calienta el sol, y los desenmascaramos por esparcir ilusiones sobre el reinado de los dos delfines. Notificamos enfáticamente que con el advenimiento del lopismo no habría lugar para “un nuevo Poder”, cual lo acariciaba el Partido Comunista, cuando propaló en su Pleno de abril de 1975 que López “fue elegido por grandes masas democráticas” y tiene, “un cierto compromiso con las masas, a las que no puede volver totalmente la espalda. Para tratarlas sólo a punta de represión y estado de sitio, como en gobiernos anteriores” 1. Es axiomático que el revisionismo colombiano no acierte en sus solemnes premoniciones y que sean los acontecimientos históricos los que les propinen las tundas más severas. Sucedió exactamente todo lo contrario a lo concluido por aquel pleno: el consentido de la Handel y su par Gómez Hurtado regentaron el país a punta de estado de sitio, igual o peor que en los gobiernos anteriores, y una de las siete plagas que cayó sobre el pueblo consistió en la cruel represión, abierta o embozada, del “mandato de hambre”. Que opine Barrancabermeja, sujeta durante meses seguidos al terror oficial y con ella las demás poblaciones y caseríos de la hoya del Magdalena. Que atestigüen los muertos del 14 de septiembre. Que pasen al estrado los médicos, los maestros, los bancarios, los empleados públicos, los estudiantes, los choferes, los recolectores de algodón y de café, los indígenas, los cementeros, los jornaleros del cañal, los colonos, los destechados, los pescadores, las viudas de Amagá y de Mamonal, los vendedores ambulantes, los desposeídos de toda Colombia, y profieran su veredicto inapelable.

Pero a la administración López no la analizamos como un pasaje insólito de la vida nacional, ni como el túnel que se pasa de largo en medio del camino. De ningún modo. Subrayamos que se trataba de una secuencia más dentro de la crisis fermentada durante los dieciséis años del Frente Nacional; y al obstinarnos en calificar de continuistas el periodo a cerrarse lo hicimos con la finalidad de insistir en que representaba la prolongación, con algunas variantes, del Poder liberal-conservador impuesto constitucionalmente desde 1957. La euforia que despertaron entre los círculos reaccionarios los sufragios de 1974 la comparamos con aquellas mejorías momentáneas de los moribundos que acaban en el agravamiento de su estado. Y en efecto, la descomposición de la vieja sociedad ha evolucionado a rienda suelta. El desprestigio carcome todas y cada una de las pilastras institucionales del sistema. Los escándalos sobre la corrupción congénita al régimen ocurren a diario. Intocables funcionarios y militares son sobornados en moneda extranjera, descubiertos con peculados de enorme cuantía o sospechosos de propiciar el contrabando. La familia presidencial cae in fraganti en negociados y lances criminosos que se realizan al abrigo gubernamental. El presidente de la Cámara de Representantes queda reducido a la condición de reo tras esquilmar en usufructo suyo y de sus conmilitones los dineros de la corporación puesta bajo su cuidado. Los procedimientos de las mafias regulan el trajinar de la república oligárquica proimperialista y la nación inerme, condenada a la ley de la selva, padece los estragos de la inseguridad social. La opinión pública se entera por distintos conductos de que el bandidaje linajudo goza de la más completa impunidad. Es decir, que ni la justicia, ni el Ejecutivo, ni el Congreso escapan al desprecio ciudadano. Nadie espera de estos cadáveres insepultos ninguna solución para las agudizadas contradicciones económicas y políticas de Colombia.

Con los últimos días del “mandato de hambre, demagogia y represión” entramos a unas nuevas circunstancias históricas, caracterizadas precisamente porque las clases dominantes no tienen que mostrar, carecen de una salida gananciosa que les permita reverdecer los lauros de hace cuatro años, y las masas populares, aunque todavía dispersas y a la expectativa de una vanguardia que las aglutine, unifique y organice, confían más en lo que ellas mismas hagan que en cuanto les ofrezcan conquistar por los métodos convencionales o parlamentarios. Sin configurarse, desde luego, lo que el marxismo entiende por una situación revolucionaria, o sea la cercanía de la fecha en que las pujantes clases sojuzgadas se decidan a desalojar a cañonazos a la decrépita minoría opresora incapaz de sostiene el mando, el periodo que se avecina traerá consigo importantes modificaciones en la correlación de las fuerzas políticas a favor del pueblo. El imperialismo norteamericano y sus lacayos colombianos que sienten pisadas de animal grande, barajan dos cartas; la de apuntalar hasta donde les fuere conveniente el mascaron de la democracia representativa burguesa y, en su defecto, la de auspiciar un golpe cuartelario que les facilite cuadrar cargas y efectuar un replanteamiento a mayor plazo. En cualquiera de esas disyuntivas el aspecto principal de la táctica de la reacción será inevitablemente el recrudecimiento de la represión y la negación de las libertades públicas. La revolución a su turno ha de prepararse para extraer todo el provecho de los reveses de las estratagemas de la oligarquía.

Haciendo hincapié en el desenvolvimiento acelerado de la crisis y en las complicaciones cada vez más notorias del enemigo, particularmente de sus disensiones internas, el MOIR ha venido recalcando que las condiciones son excelentes para la construcción de un amplio frente de lucha antiimperialista.

Convocamos a los partidos y demás agrupaciones contrarias a la coalición traidora a redoblar esfuerzos para alcanzar la unidad en base a una plataforma mínima de principios. Les planteamos que también unificadamente debíamos participar en la campaña electoral, con el ánimo de sacar el mayor fruto en esta clase de confrontación, calculando que ni el estado de sitio ni demás recortes a los derechos democráticos impedirán que las elecciones de 1978 pongan de manifiesto el embotellamiento a que han llegado los portavoces colombianos de los neocolonialistas estadinenses. En síntesis, las clases revolucionarias y sus destacamentos de avanzada necesitan alistarse, por un lado, para utilizar convenientemente las contiendas comicial y parlamentaria, mientras éstas subsistan; y por el otro, resistir a la violenta repercusión de sus opresores, si éstos resuelven echar mano de la solución de fuerza. En ambas contingencias nuestra arma más poderosa será la política unitaria de salvación nacional.

 

El atolladero de las clases dominantes


Un adversario soterrado, más no por eso menos serio, les ha surgido a los candidatos del bipartidismo tradicional, y radica en la apatía generalizada, que se siente, en el grueso de la población. Es el desgano del “vulgo ignaro”, cual motejan ellos a las mayorías cuando estas les voltean la espalda, ante la cháchara finisecular de los politicastros de la oligarquía burgués-terrateniente. El presente debate, uno de los más agotadores, alargado con la separación electoral, denota la impotencia para mover al electorado por parte de los cuatro directorios supremos en que se encuentran fraccionadas las filas “frentenacionalistas”. En ningún sitio del país han realizado manifestaciones de importancia. Sus pequeñas concentraciones son mítines transportados y sostenidos comúnmente mediante las mesnadas burocráticas que pagan con fondos del fisco y reclutan mercenarios para estos quehaceres. El candidato conservador por lo regular se ha visto hasta ahora relegado a recintos cerrados. No pensamos alegremente que el ambiente de inconformidad se vaya a verter en votación aluvional por los opositores a la coalición imperante, a semejanza de 1970; pero tampoco se repetirá la borrachera triunfalista de la reacción, como en la resaca de 1974. Sin embargo, aflora una cuestión de peso. El engaño lopista ha terminado por curar a vastos sectores del mal de cifrar esperanzas en sus expoliadores y verdugos. La demagogia es una espada de dos filos. Por muy buenos dividendos que coseche al principio, conduce a la postre a la bancarrota política. La rebeldía del pueblo, aun cuando sea un sentimiento espontáneo, proporciona terreno abonado para que los partidos revolucionarios eleven con su labor educativa la conciencia de los explotados y oprimidos; expongan las causas reales del caos del país; desenmascaren a los enemigos contra quienes han de orientarse los ataques frontales; formen y desarrollen las organizaciones de las masas; alienten y amplíen las luchas por las reivindicaciones económicas, los derechos democráticos y la independencia nacional, y avancen en corto lapso más de lo que pudieron hacerlo en años de reflujo y aislamiento.

Constituyen también motivo de preocupación para la otrora monolítica tenaza liberal-conservadora proimperialista sus reyertas intestinas que la debilitan enormemente. Trátase de la fiera pugna entre los grupos desalojados del Poder y del festín presupuestal y los que ahora disfrutan de éstos. En el pasado se presentaron tales choques dentro de uno y otro partido. Lo novedoso estriba en el grado de acerbía que adoptan sus recíprocas recriminaciones; en la frecuencia con que se inculpan; en la gravedad de los cargos que se cruzan respecto al tráfico de influencias, al enriquecimiento ilícito y a delitos varios, facilitando copioso material sobre la carroña y la hipocresía de las familias distinguidas, la crema de la sociedad neocolonial y semifeudal. Ello obedece a la agudización de la crisis, que no puede menos que reflejarse en el acentuamiento de las contradicciones internas de la gran coalición. Si se repasa el historial de cada una de esas facciones observaremos que sus cabecillas, o fueron ya presidentes de Colombia, o demandan serlo, hasta por segunda vez, en reconocimiento a sus desvelados servicios a las administraciones anteriores. Por lo tanto, así acaudillen intereses encontrados de roscas oligárquicas, ninguno de ellos objeta el contubernio bipartidista ni la línea de traición al pueblo y a la nación colombiana. No por esto sus duelos siempre en procura de la supremacía dentro del Estado dejan de adquirir el enconamiento y la importancia que hemos anotado.

Al posesionarse, la primera aclaración tajante que hizo López, cuidándose en salud, estuvo encaminada a precisar que recibía no el próspero legado de que se ufanaba su antecesor, sino los eriales de una república minada por el déficit, el estancamiento y el desorden. El ex presidente Pastrana no perdonó jamás tamaño atrevimiento de su sucesor, y le ha devuelto agravio por agravio, sin dejarle pasar una, y cobrándole desde la escandalosa valorización de la hacienda “La Libertad” propiedad de los hijos del Ejecutivo, mediante la vía alterna al Llano, hasta la reciente muerte de dos jóvenes atropellados por el carro presidencial en una confusa madrugada y que la prensa pastranista presentó como otra diablura de alguno de los López Caballero.

En la disputa entre Lleras Restrepo y Turbay Ayala tampoco hay bala perdida. El acérrimo altercado por la candidatura liberal para los sufragios de junio ha contribuido a evocar la lúgubre trayectoria de estas vidriosas reservas de la reacción. La arremetida del turbayismo contra las ambiciones reeleccionistas de su contrincante relieva que el peor baldón para un sujeto es el de ostentar el título de ex presidente. En Colombia, la jefatura de gobierno hace las veces de agencia administradora de los asuntos del imperialismo y sus intermediarios, y quien la desempeña se responsabiliza de acoplar el truculento engranaje del latrocinio y la especulación, ganándose, junto a los millones embolsillados, el aborrecimiento colectivo y el ostracismo de la liza política. La tesis de la no reelección presidencial, propuesta por López, a partir de sí mismo, tiende a remediar, a lo mexicano, esta deficiencia de la democracia representativa burguesa. De tal modo, nada de cuanto ofrezca quien fuera como Lleras primer magistrado entusiasmará a los electores. Hasta la mitad de sus copartidarios lo ven cual astroso y achacoso gozque, del que debe temerse menos sus mordiscos que sus ladridos. Y Turbay saldrá de la refriega acaso más mal librado, en consideración a que el llerismo pone todo su rencor en recordarle al país que aquel es por antonomasia el padrino de la llamada “clase emergente”, o sea, de las mafias que extraen sus inmensos gananciales del tráfago de los narcóticos, del contrabando y del crimen organizado, y que han venido apoderándose rápidamente de vitales resortes de la economía y la política.

Sobran los ejemplos de cómo el enfrentamiento de los grupos de las clases dominantes de ambos partidos coadyuva indirectamente a descorrer los velos y a destapar las llagas bajo las enjalmas. En pelea de Santofimio Botero que hurgó la pústula del Parlamento venal y alcahueta, se explica por análogas razones. Y el siguiente fragmento del discurso de López de final de año serviría de hermoso epitafio en la lápida del pudridero: “No creo que pueda tener éxito una cruzada por la moralización sino en la medida en que todos admitamos que, para bien o para mal, contamos en nuestras filas con gentes que no son paradigma de honorabilidad, como les ocurre a los demás. Pero hacer un monopolio de la honradez y de la honorabilidad, es algo, que para quien conoce como yo intimidades de las investigaciones contra las mafias, por el comercio de marihuana o sobre supuestos secuestros, o por comunicaciones internacionales de la Interpol, de Estados Unidos o de Canadá, o de otros países latinoamericanos, me obliga, a sonreír imperceptiblemente cuando verifico de que manera muchos moralizadores, aquellos que tiran la primera piedra desde los balcones, tienen a su lado compañeros de viaje buscados por la Interpol, o participantes en falsos secuestros, o vinculados a los ‘capos’ o a las amigas de los ‘capos’ de la mafia de la Costa Norte. No creo que se pueda establecer ninguna excepción” 2.

Cuán insolentemente se canta delante de un auditorio perplejo la propia depravación y la de los correligionarios, sin el menor asomo de vergüenza. Cuán ingenuamente se admite que el Palacio de San Carlos está habitado por un típico encubridor que conociendo a delincuentes reclamados por la policía, no los denuncia ni los apresa, a sabiendas además del entronque de éstos con las maquinarias políticas que lisonjean el afecto público. En semejante maraña de insolubles contradicciones se encuentran enredados los mandamases de Colombia. Allí los han embutido sus camorras internas, la evolución de la crisis y el resurgimiento de la lucha de las masas laboriosas. Una ficha ganadora a la que se apuntaron mancomunadamente en 1974 se los ha advertido. El “gobierno puente” entra a su ocaso en medio de la mofa universal, tambaleándose bajo el cúmulo de las acusaciones por numerosos delitos, de las que no escapan ni el Jefe del Estado ni su gabinete, incluido el ministro de Defensa Nacional. Las fuerzas revolucionarias contemplan desde sus trincheras cómo se despedazan los tigres a distancia, y bregan sin desmayo por extender y profundizar la unidad del pueblo, neutralizar a los estamentos intermedios y aislar a los enemigos fundamentales.

 

Solución “pacífica” o de fuerza


En la nueva fase que se abre y si la puja electoral va hasta la definición del régimen venidero, cualquiera fuese el triunfador entre los dos o tres candidatos de los partidos dominantes, la coalición oligárquica proseguirá, con muy ligeras variaciones, tal cual ha venido funcionando en los últimos cuatro lustros. De ello nos hemos ocupado siempre que ha sido necesario insistir en que la supresión de la alteración y de la paridad parlamentaria no implicó el término del Frente Nacional, o por lo menos de sus lineamientos esenciales. El parágrafo tan controvertido del numeral uno del artículo 120 de la Constitución establece que después de 1978 continuaran los gobiernos de responsabilidad conjunta, pues ordena que la escogencia de los altos empleados de la Rama Ejecutiva y de la Administración Pública “se hará en forma tal que se dé participación adecuada y equitativa al partido mayoritario distinto al del Presidente de la República”. Sólo en la eventualidad de que aquel no acepte participar, el primer mandatario tendrá licencia para designar sin traba alguna sus más cercanos funcionarios. La ambigüedad de la regla refleja cuantos tropiezos sortearon los reformadores de 1968 para mantener el sistema bipartidista, después de pisotearse por segunda vez el solemne compromiso de que no sería prorrogado. Lo cierto es que la prolongación del “frentenacionalismo”, o de su “espíritu”, cual se expresan sus reconocidos sustentadores, quedó consagrado en la “magna ley”, y sin límites de tiempo.

¿Con qué objeto nos hemos detenido a examinar este asunto? Simplemente para no perder de vista cómo López Michelsen, por acatamiento a la superestructura jurídica, gobernó en armonía total con su oponente de la caverna gorda, Álvaro Gómez; el vencedor de la refriega liberal-conservadora de 1978, hállase también conminado a repartir los honores y las prebendas con el vencido. Todo está montado en el supuesto de que los partidos tradicionales reservarán en las urnas la supremacía sobre el resto de agrupaciones.

La determinación de reunir la Asamblea Constitucional acaba por confirmar las aseveraciones nuestras de que la ligazón liberal-conservadora, versión política de la alianza proimperialista de la gran burguesía y los grandes terratenientes, dista mucho de diluirse ante la afluencia de sus delicadísimos problemas. A la minoría opresora el instinto de conservación le dicta no prescindir del bipartidismo como modalidad de gobernar, lo cual le resultaría tanto o más funesto que el arribo a la plena observancia de las garantías democráticas. Un rompimiento efectivo de la gran coalición crearía perspectivas bastante propicias para el avance de la revolución colombiana. La susodicha Asamblea fue concebida de manera que a ella sólo serán elegidos miembros de los partidos tradicionales, en una proporción casi paritaria, y que sus decisiones requerirían, por consiguiente, de acuerdos previos entre las dos colectividades que la compondrán. El “frentenacionalismo”, pues, andrajoso como anda, estrenara faldones nuevos. Y el Congreso, que no pudo superar su proclividad al suicidio, volvió a hacerse el haraquiri aprobando irreflexivamente la patraña, y reconociendo su ineptitud para ejercitar una de las pocas prerrogativas que aún le quedan, la de enmendar la Carta. Además, las modificaciones propuestas a la Constitución implican no sólo el cercenamiento de antiguas facultades de las corporaciones electivas, departamentales y municipales, que pasarían al Ejecutivo Central, con el propósito de suprimir la injerencia y fiscalización de aquellos organismos sobre la distribución de ingentes sumas originadas principalmente de empréstitos extranjeros, para mayor provecho de los imperialistas; sino también cambios sustanciales en las administraciones de justicia, dirigidos a facilitar los proyecto de instituir en los juicios ordinarios el procedimiento sumarísimo de los consejos verbales de guerra, con lo que los derechos de defensa del sindicado terminarían desapareciendo en perjuicio indudablemente de las masas avasalladas.

Si el imperialismo norteamericano y sus lacayos consiguen sobreaguar y resuelven que su dictadura marche otro trecho por la cuesta de la democracia republicana burguesa, podremos pronosticar el giro de los acontecimientos en los próximos meses sopesando justamente los elementos atrás analizados. Ninguna de las camarillas oligárquicas, aun cuando no incline del lado suyo la partida, llegará al extremo de desquiciar el bipartidismo ni de poner en peligro su política neocolonialista y retardataria. La Asamblea Constitucional que proscribe por su regulación antidemocrática a los partidos revolucionarios y presupone el remozamiento de los pactos de la vieja coalición, impondrá una reforma regresiva, enrumbada a quitar las últimas atribuciones a las corporaciones públicas y a despejar el campo a una justicia de corte marcial, sin recurso a la defensa. La supervivencia del fementido Estado de derecho no significará la salvaguardia de las libertades que reclaman las clases sojuzgadas. Con la solución “pacífica” también los opresores vendepatria blandirán el garrote y centuplicarán las disposiciones coercitivas. Este proceso irrefrenable lleva varias décadas, sustentado en el hecho de que nuestra nación está sometida a la expoliación del imperialismo norteamericano y alentado por el ahondamiento de los conflictos sociales.

Los explotados y oprimidos de Colombia se entusiasman cada día más con las huelgas, los paros cívicos, las invasiones de tierras y confían menos en la acción electoral y parlamentaria. Sin embargo, no ha sonado la hora de desechar este tipo de lucha; y aunque el deber de las organizaciones de avanzada las llama a brindar su solidaridad y orientación a todas las manifestaciones de rebeldía del pueblo, al mismo tiempo habrán de sacar el máximo provecho, resuelta y acertadamente, de los comicios de febrero y de junio, en pos de engrosar y consolidar sus efectivos y prepararse para arrostrar la solución de fuerza, la otra variante que fragua la reacción a corto o a mediano plazo.

¿Qué entendemos por la solución de fuerza? Hemos dado en calificar así la completa abolición de las apariencias democráticas del Estado oligárquico antinacional. Verbigracia, un golpe cuartelario con la correspondiente clausura de los órganos representativos, cierre de las publicaciones incómodas al régimen, censura de las informaciones autorizadas, eliminación de los derechos individuales, ilegalización de los partidos revolucionarios y de las organizaciones de las masas, apelación a la violencia para dirimir las pugnas sociales y políticas, etc. De suyo la democracia formal que aún subsiste se refugia intermitentemente en medidas despóticas de esta índole y el pueblo ha aprendido que sus tiranos son gentuza de doble faz que hablan de convivencia con la escopeta montada. Jamás posarían de tolerantes si detrás de sus alardes liberales no hubiera un ejército equipado y adiestrado no para resguardar las fronteras que se esfuman ante las iniquidades de los neocolonizadores imperialistas, ni para restringir el comercio pirata que disfruta de la complacencia oficial, ni para contener la espiral alcista, como últimamente se ha querido hacer creer a quienes pagan los platos rotos de la incontrolada inflación. Todo esto es vil basura. La visión primaria del armatoste armado del sistema se limita a tutelar el orden interno, permanentemente alterado por la rebelión de los esclavos insumisos.

Las sociedades subdesarrolladas y dependientes de América Latina tan seguido corren con el alma en vilo a aislarse a los cuarteles, que la casta militar termina acaballándoseles y hundiendo la espuela en sus ijares. No podríamos indicar el cuándo ni el cómo de la encerrona castrense, pero Colombia está abocada, por la agudización de la crisis, a un desencadenamiento de tal naturaleza. De florero de Llorente para la reacción podrá servir bien una factible complicación en las votaciones de este año, bien la precariedad del respaldo y los descalabros del próximo gobierno. Sea lo que fuere debemos recapacitar concienzudamente sobre ello y obrar en consecuencia, así el fortalecimiento del movimiento revolucionario paralice por un tiempo las intentonas fascistoides del enemigo.

Entre los síntomas más inquietantes del momento se detecta la absorbente militarización de las funciones estatales. Con el mantenimiento del estado de sitio las Fuerzas Armadas de por sí sobrexceden sus habituales preeminencias, inmiscuyéndose paulatinamente en los oficios de magistrados y alcaldes. Extensas regiones fueron entregadas a su jurisdicción omnímoda. Recibieron el encargo de vigilar el contrabando, o de escoltarlo, que para el caso da lo mismo. Y hasta se han atrevido a lanzar amonestaciones muy perentorias a la prensa, al Congreso y a la Corte Suprema de Justicia. No en otra forma se puede interpretar la alevosa misiva que los generales, brigadieres y almirante redactaron y llevaron personalmente al señor López Michelsen. Allí se sostiene sin tapujos, después de arremeter contra la “oposición política”, la libertad de opinión, los debates parlamentarios, la actividad de jueces y abogados, que la “institución militar” es “una de las pocas, a nuestro juicio, que le quedan a la República con capacidad de asegurarle su integridad institucional y la defensa de la vida, honra y bienes a que tienen derecho las personas de bien” 3.

A juicio de los espadones, ellos y únicamente ellos simbolizan el madero salvador en el naufragio republicano. Además, recaban de los fósiles del máximo tribunal del país la “comprensión y solidaridad” con tres medidas de emergencia exigidas al Ejecutivo, para que no las vayan a derogar por inconstitucionales, aunque lo sean. Acaba de salir el primer decreto, el 70 de este año, con el que se promulgan en la práctica la pena capital, al eximir de responsabilidades a los miembros de los aparatos represivos por las muertes y lesiones que produzcan en determinados operativos. El inicuo precepto implica que el estado de sitio no será levantando, ya que se expidió merced a las atribuciones que éste le confiere al gobierno. Falta ver si los jurisperitos de la mohosa Corte le dan luz verde con la boleta de exequibilidad y se inclinan también timoratos ante el fuste amenazante.

Respecto a la carta entregada por las tres armas a López, que configuró jaque al rey, los avestruces de El Tiempo, en un desplante de necedad característico, precisaron que se trataba no de “exigencias” sino de “solicitudes”. Es innegable que existe desasosiego en el corral porque el gorilato merodea en los alrededores; pero no lograrán los matices de interpretación sobre los alcances de los desmanes de la soldadesca extinguir sus apetitos de Poder. Si algún brazo hay calificado para sofrenar el delirio militarista este yace en la unión revolucionaria de las masas, que tendrán en la alianza obrero-campesina su mejor baluarte contra el fascismo. La resistencia no se haría esperar y la engrosarían incluso cuantiosos segmentos democráticos y patrióticos de los viejos partidos que no contemporizarían con una satrapía estilo chileno, y con los cuales nosotros coligaríamos en el más anchuroso frente de liberación nacional.

Mediante la firme defensa y la aplicación acertada de la política unitaria del MOIR, venimos desde hace varios años preparando las condiciones para la conformación de un frente de tal envergadura, que no vete a nadie, dispuesto a combatir sinceramente por un programa nacional y democrático; que facilite el acercamiento de las diversas capas sociales, susceptibles de asumir una postura antiimperialista y democrática, así profesen creencias idealistas contrarias al marxismo y vacilen entre las posiciones correctas e incorrectas, y que culmine abarcando al 90 por ciento y más de la población colombiana, a través de la progresiva incorporación de partidos revolucionarios, de agremiaciones populares, de religiosos y personalidades progresistas. Estrategia concomitante con la naturaleza neocolonial y semifeudal de la sociedad colombiana y con el carácter de nueva democracia de la revolución en la presente etapa. El golpe de Estado en lugar de obstruir esta perspectiva la viabilizaría. De ahí el desvelo del imperialismo y sus intermediarios en medio reanimar la farsa democratera hasta donde sea posible. La solución de fuerza les ayudará tanto como agarrarse de un hierro ardiente. Y al pueblo, parado sobre los factores positivos, y no obstante las penurias que le acarrearía, lo impulsará a robustecer su unidad y a saltar a luchas más elevadas.

 

El Frente por la Unidad del Pueblo


Estudiadas las variantes más probables de la situación y ubicados en los portales de un nuevo periodo, nos aprestamos a concurrir a las elecciones del 26 de febrero, que renovarán los Concejos, las Asambleas y el Congreso. El aspecto más favorable se concreta en la creación y el desarrollo del Frente por la Unidad del Pueblo (FUP). Luego de arduo y persistente trabajo, y de desbaratar una a una las componendas de los oportunistas de derecha e “izquierda”, en especial las del partido Comunista revisionista, coronamos la tarea de constituir una auténtica conjunción revolucionaria de organizaciones y partidos, distintos y autónomos, con base en un claro acuerdo programático y en unas normas democráticas de funcionamiento. Siete contingentes políticos de mayor o menor proyección nacional, portadores a su vez de los requerimientos de todas las clases y capas oprimidas de Colombia, y numerosos grupos de dimensión regional, componen hasta ahora el FUP. Este ha sido un triunfo significativo. Sin embargo, el Frente, todavía pequeño, no ha tenido tiempo para hacerse conocer profusamente entre las masas populares y sus dificultades adentro y afuera son comparativamente grandes.

En 1974, el MOIR sostuvo sin ambages que el entendimiento con la Alianza Nacional Popular era inasequible y contraproducente, debido a los recalcitrantes postulados reaccionarios de su dirección, a las turbias y permanentes entendederas de la familia Rojas con la oligarquía proimperialista y a la manifiesta desproporción de efectivos entre ellos y nosotros.

Embarcarnos en tal coalición y en semejantes circunstancias no presagiaba una travesía venturosa, particularmente por la imposibilidad objetiva de hacer prevalecer el rumbo correcto sobre las desviaciones del aliado. Desaparecido el fundador de ese movimiento y designada testamentariamente su hija como directora del mismo, quien le acentuó su derechismo y lo condujo a las puertas de la liquidación, se perfiló en la ANAPO una definida tendencia de izquierda mayoritaria, capitaneada por José Jaramillo Giraldo y Jaime Piedrahita Cardona, que enarboló las banderas de las transformaciones democráticas y liberadoras y citó a la unidad antiimperialista. Valoramos como saludables estas mutaciones dentro de un partido con tanto arraigo popular en el inmediato pasado y nos hicimos eco de sus iniciativas de aunar esfuerzos en la lucha contra los enemigos principales.

Mientras María Eugenia Rojas, con el solitario estímulo de su cónyuge, el senador Samuel Moreno Díaz, servía de cola para completar el monigote de la candidatura conservadora de Belisario Betancur, el 18 de febrero de 1977 se fundaba el Frente por la Unidad del Pueblo, en memorable Foro realizado en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, con la asistencia de la alianza Nacional Popular, el Movimiento Amplio Colombiano, los Comités Democráticos Populares Revolucionarios y el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario. Posteriormente, en el II Foro, el Frente acogió a Jaime Piedrahita como su candidato presidencial para las elecciones de junio de 1978. En el transcurso de la intensa gira electoral, que ha cubierto hasta los más lejanos caseríos de departamentos, intendencias y comisarías, otras muchas agrupaciones decidieron hacer su aporte al FUP, entre las que ameritan mencionarse el Movimiento Independiente Liberal, dirigido por Consuelo Montejo, el Movimiento Nacional Democrático Popular, la Unión Comunista Revolucionaria y el sector anapista del Valle del Cauca, encabezado por Cecilia Muñoz y Héctor Ardila Gómez.

La labor de zapa contra la unidad del pueblo colombiano la reserva para sí el revisionismo, cuyos instigadores cuentan ya con un copioso prontuario en estos nefandos menesteres. En virtud de su política divisionista, la UNO, que nucleó a varios partidos opuestos al régimen, se trocó, al cabo de cuatro años, en una mampara para esconder el nombre del Partido Comunista, hoy su único integrante. Cuando las mayorías de ANAPO desterraron al cuarto de San Alejo a la dirección mariaeugenista, los heraldos del mamertismo se mostraron muy solícitos en cortejarla, en un vano intento por restaurar su imagen.

Derrotados en esta torva empresa, armaron mil y una trampas para cortarles el paso a Jaramillo Giraldo y Piedrahita Cardona. Infiltraron sus mandos medios con grupillos de renegados y vendidos que, a manera de quinta columna, introducían la confusión, anarquizaban las bases y se interponían sistemáticamente a las gestiones de reunificación de los anapistas y a la estructuración del frente. Vueltos a fracasar, ejecutaron su maniobra más genial; la de moldear, con una mezcla de amigos fletados, de militantes especiales y advenedizos, una ANAPO de propiedad privada, de poner y quitar, para simular otro frente paralelo, al que le colocaron por candidato presidencial a un pelele que había proclamado en el seno de su partido por lo menos tres veces el nombre de Jaime Piedrahita y respaldado con su voto los compromisos del I Foro del 18 de febrero.

Ahora el Partido Comunista pretende que la izquierda se rija por el renombrado “Consenso de San Carlos” con que el liberalismo aguarda zanjar sus querellas internas en las elecciones de febrero. Lo cual confirma que todos los malabarismos de los revisionistas tienden a torpedear a como dé lugar la unidad materializada por las fuerzas revolucionarias. Participamos en los comicios para agitar y hacerle propaganda entre las masas a la política unitaria del FUP, pero el futuro de ésta no lo sometemos a la incertidumbre de una batalla que, por lo demás afrontaremos en condiciones no tan favorables. Hay discrepancias profundas que nos separan del Partido Comunista, que no podrán ser rescindidas al modo liberal, por unos cuantos votos en pro o en contra, así como el resultado relativamente adverso en los sufragios de años anteriores en ningún momento invalidó el contenido justo de nuestro programa y de nuestras consignas. No hemos recorrido el país proponiendo una línea de emancipación nacional para echarla luego por el sumidero de las urnas; ni hemos concertado unas alianzas sobre fundamentos de principios, ni promovido unos cuantos dirigentes populares, para canjearlos, éstos o aquellas, a las primeras de cambio.

No cejaremos de ventilar ante el pueblo nuestra política consecuentemente unitaria, como lo hemos hecho con el resto de los problemas primordiales de la revolución. Nos favorece plenamente que las masas capten las radicales diferencias existentes entre el marxismo-leninismo y el revisionismo, no sólo en el ámbito de los criterios programáticos, sino en el de los estilos de trabajo y los procedimientos. La intriga, la mentira y la calumnia son los métodos predilectos del Partido Comunista. Ya miramos cómo encaró las contradicciones con la ANAPO. Traigamos otro ejemplo. Durante los preliminares del paro cívico nacional, los directivos de la CSTC, controlada por la dirección mamerta, obstaculizaron rabiosamente cualquier aproximación con el movimiento sindical independiente, aún a riesgo de debilitar la condenación masiva al lopismo, el 14 de septiembre.

Después de la jornada y no obstante la combatividad desplegada en ella por los sindicatos revolucionarios no afiliados a las cuatro Centrales, la dirección revisionista no tuvo rubor alguno en calumniarlos como rompe-huelgas. Táctica parecida llevó a cabo contra el MOIR en sus apasionadas e infructuosas ansias de horadar la íntima y creciente vinculación de nuestro Partido a la clase obrera. El proletariado, que removerá montañas parea deshacerse de la esclavitud, nada dejará oculto en su marcha aplastante. Sus embaucadores no se saldrán con las suyas. Así caven sus madrigueras en el mismísimo centro del infierno.

Debemos, por tanto, insistir confiada, constante, firme y públicamente en la polémica planteada acerca de la unidad y la división. Este debate trascendental no ha de limitarse, como calculan algunos camaradas, a la argumentación simplista de que por ningún motivo llegaremos a acuerdos con el revisionismo. Si retomamos el caso del paro de septiembre y recordamos cómo le dimos decidido apoyo, en las declaraciones y en las calles, nos tropezaremos con que, por lo menos en esta contienda, coincidimos sin proponérnoslo con la dirigencia sindical revisionista. ¿Por qué actuamos así, sin reparar siquiera en que el oportunismo podría capitalizar momentáneamente los éxitos de la pelea? Procedimos en aras de los caros intereses de las masas populares.

De haber sido otra nuestra conducta de aquellos días, difícilmente seríamos escuchados por los trabajadores, ni mucho menos conseguiríamos pulverizar las injurias y felonías de nuestros detractores, cual lo efectuamos hoy en todas partes. Las masas sabrán con perspicacia juzgar la compleja situación y se colocarán definitivamente de nuestro lado.

 

Lucha contra el hegemonismo y sectarismo


En cuanto al frente único practicamos también una política de principios. Partiendo del enfoque de que Colombia es un país neocolonial y semifeudal sometido a la dominación de los Estados Unidos, y de que su más grande anhelo estriba en conquistar la completa independencia, invitamos a todas las clases, capas, estamentos, sectores, partidos y personalidades que luchan contra la sojuzgación imperialista norteamericana, a la conformación de la más amplia unidad nacional, con miras a barrer la opresión externa y fundar una república soberana, popular, democrática y en marcha al socialismo. Para garantizar la cohesión y la cooperación indispensables de las fuerzas componentes del frente, sugerimos un programa de carácter democrático y patriótico y unas normas democráticas de relación y funcionamiento.

Con respecto a la situación internacional persistimos en dos puntos de vista; primero, solidarizarnos con las naciones oprimidas, los países socialistas, los obreros de las repúblicas capitalistas y los movimientos revolucionarios del globo entero; y, segundo, no alinear el frente con ningún bloque de Estados. Conclusiones con las cuales se reivindica la posición internacionalista de la revolución colombiana, y se facilita la concurrencia en el frente de corrientes que no comparten todas nuestras apreciaciones sobre la problemática del mundo contemporáneo. En este sentido hacemos concesiones en beneficio de la unidad, pero a su vez reiteramos el destino soberano y libre de cualquier intromisión extranjera de nuestra nación, no sólo contra la opresión de los Estados Unidos, principal enemigo de Colombia, sino contra las amenazas de los amos de la Unión Soviética, neocolonialistas en ascenso a nivel mundial.

Hemos pues allanado la senda de la unión, sin vetos ni exclusiones, subordinando las aspiraciones particulares a las de la revolución en su conjunto y contribuyendo teórica y prácticamente a la cristalización de un frente que conserva sus puertas abiertas a quienes sinceramente busquen la felicidad del pueblo y la prosperidad de Colombia. Los revisionistas se comportan de modo absolutamente diferente, y el contraste debemos hacerlo notar de las mayorías populares, sin subestimar a los sectores atrasados y refractarios a nuestra influencia. Los dirigentes del Partido Comunista maquinaron la forma de dividir no sólo a la ANAPO sino a las masas en rebeldía contra el sistema oligárquico antipatriótico, al introducir condicionantes que ellos deliberadamente juzgaban de antemano inadmisibles para un buen número de partidos revolucionarios, con el de matriculare el frente en la política expansionista del social imperialismo soviético. Por eso alteraron en reiteradas ocasiones la plataforma de la Uno de 1973; en un comienzo abogando por el gobierno cubano y su primer ministro Fidel Castro, y más tarde, en agosto de 1977, solicitando textualmente el “apoyo a Cuba socialista que orienta la lucha antiimperialista en América Latina”4. Sus recónditas intenciones han quedado, por fin, formalmente consignadas en sus formulaciones programáticas; la orientación de la lucha liberadora del Hemisferio, y por tanto de Colombia, según la frase transcrita, corresponde a los gobernantes de Cuba, que como se sabe, cumplen a la letra las requisitorias de Moscú. En otras palabras, el curso y el contenido de la revolución latinoamericana en general, y de la colombiana en articular, estarían prefijados por las directrices y conveniencias de la comandancia de la Isla Antillana.

Hemos sido admiradores y simpatizantes de la revolución cubana. En la actualidad nos vemos impelidos a esbozarle un reparo no tan intrascendente; el de que ha plegado velas y su nave se halla a los vaivenes de la marejada socialimperialista. La diáfana actitud del MOIR no admite interpretaciones acomodaticias. Tocamos a generala para liberar a Colombia del neocolonialismo, nuestra meta fundamental en esta etapa. No convocamos a una alianza contra Cuba. Mas ningún combatiente colombiano está dispuesto a transigir con su derecho inalienable a orientar soberanamente la gesta por la segunda independencia. En ello va implícito el que la revolución no se frustre ni que la nación cambie de cadenas después de la victoria. Para resolver positivamente tales contradicciones y hacer expedito el camino no para la construcción de dos o tres frentes, sino de un único frente patriótico, izamos la consigna del no alineamiento, parte de nuestra política consecuentemente unitaria. El revisionismo, por su cuenta, se empecina en una hegemonía excluyente, divisionista y contrapuesta a los antiquísimos sueños libertarios de los explotadores y oprimidos. Tras la careta de entronizar la rectoría cubana sobre la revolución continental, se oculta el afán de traspasar el país a la égida de los nuevos zares de Rusia. Nosotros nos solidarizamos con los revolucionarios de todas las latitudes, pero sin ceder un palmo en la autodeterminación del pueblo colombiano. La futura república emancipada, por la cual propugnamos, mantendrá relaciones con los otros Estados, pero con base en la igualdad, el mutuo respeto y el beneficio reciproco. Estas normas de principio concuerdan cabalmente con las enseñanzas inmortales del marxismo-leninismo, favorecen la causa socialista mundial e interpretan los nobles objetivos de las naciones sometidas. No hay lugar a equivocaciones. Que las masas comparen y decidan.

En Colombia no contamos con mucha experiencia sobre el tratamiento de los problemas relativos a la creación de un frente unido digno de tal nombre, es decir, integrado por destacamentos políticos diferentes y autónomos. He ahí una de las dificultades del FUP. Su heterogénea composición nos está indicando que en su seno pululan intereses e ideas de diversa índole, pertenecientes a otras tantas manifestaciones de clase. Al proletariado, como factor dirigente, le atañe profundizar sobre ello y descubrir el método adecuado de resolver dichas contradicciones, tanto para resguardar la justa orientación general de la revolución, como para asegurar la eficacia en la acción unitaria.

Antes que nada habrá de aceptarse como un hecho inevitable el que dentro del frente se presenten posiciones encontradas, las cuales perdurarán durante toda la existencia de aquel. Uno de los fundamentos a que nos hemos acogido consiste precisamente en el respeto a la independencia y autonomía, ideológica y organizativa, de las colectividades coligadas. Asimismo, estamos comprometidos a defender un programa común y a acatar unas normas democráticas de funcionamiento. El programa y la democracia interna son instrumentos de unión, y a la vez nos sirven para combatir las desviaciones de conciliación con el poder oligárquico proimperialista y demás brotes de oportunismo. Si prescindiéramos de esta lucha el frente no subsistiría. Eso es claro, y por lo menos de palabra todos nos mostramos de acuerdo al respecto.

De otra parte, comprendemos fácilmente que los obreros y campesinos, sin los cuales la revolución no avanzaría ni un centímetro, son los aportes principales del frente; pero persistieron objeciones a la tesis correcta de que éste requiere nutrirse también del resto de fuerzas revolucionarias, democráticas, patrióticas y progresistas, con el objeto de movilizar a millones y millones de personas dispuestas a correr todos los riesgos en la lucha prolongada por derrocar la dominación del imperialismo norteamericano y sus secuaces colombianos. Limitar la cooperación a los partidos marxistas-leninistas, o que se dicen marxistas-leninistas; es una tontería que no vale la pena discutir. En el periodo que comienza y ante la amenaza de un golpe cuartelario, cuyo cometido sería ahogar en sangre a la revolución, el FUP ha de engrosarse con los sectores mayoritarios liberales y conservadores que no aprueban la aventura fascista. Para lograrlo debemos vencer la contracorriente sectaria que lucha con el objeto no de unir y fortalecer el frente sino de debilitarlo, que censura las concesiones secundarias hechas a fin de mantener la alianza y que recurre al veto para anular por la vía rápida las controversias ideológicas y políticas.

Probablemente algunos de los dirigentes a distinto nivel del FUP, e incluso de los partidos, no lleguen con nosotros a expugnar la ciudadela enemiga y, de aquellos, unos cuantos se bajen en la próxima estación. Pero este fenómeno de obvia y normal ocurrencia no justifica el sectarismo de compañeros que miran sólo los lados flacos de los aliados y no sus aportes, y prefieren romper a efectuar una crítica tenaz y constante que eduque al pueblo y cohesione al frente. Mientras estemos en condiciones de hacer prevalecer los acuerdos programáticos sobre las vacilaciones, las alianzas, lejos de perjudicarnos, nos convienen. Cualquiera otra actitud sería liquidacionista.

Persuadamos a los camaradas equivocados mantengamos la guardia en alto contra las tendencias de derecha e “izquierda”, luchemos por la unidad del pueblo dentro y fuera del frente y preparémonos para las futuras batallas.

Notas:

1. Voz proletaria, suplemento, 17 de abril de 1975, págs. 2 y 4.

2. El Tiempo, 2 de enero de 1978.

3. El Tiempo, 30 de diciembre de 1977.

4. Programa de Coalición UNO-Anapo. Voz Proletaria, 18 de agosto de 1977, pág. 5.

 

 

 
 
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