El fogonero

 

 

 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS II

(1977-1994)

 

 

8. LA VIEJA Y LA

NUEVA DEMOCRACIA

 

Tribuna Roja Nº 34, septiembre de 1979

 

Es curioso. En los últimos meses, alrededor del punto de la democracia, se ha levantado en Colombia un enorme debate; y quienes se hayan tomado la molestia de rastrearlo seriamente habrán concluido que, no obstante el mentís cruzado entre gobiernistas y opositores, unos y otros, al final, dictaminan contra los males del momento la receta unívoca de restaurar los derechos humanos y reivindicar las normas de la Constitución vigente. El gobierno vocifera energúmeno: "somos defensores de los derechos humanos"; y el eco de la indignada oposición repite: "somos defensores de los derechos humanos". ¿Qué sucede? ¿Quizás la identidad del lenguaje encubre contradicciones de postulados a todas luces antagónicos? ¿O se trata de enfoques diferentes de una misma verdad? A descifrar el enigma, o mejor, a empezar a descifrarlo, dedicaremos este artículo.

 

I. La democracia, un tema en boga


Múltiples factores convergen para que la democracia sea el tema de moda. Antes que nada el auge que ha adquirido la escalada represiva, con la reimplantación por enésima vez del estado de sitio, mediante el cual se promulgó el execrable Estatuto de Seguridad, engendro de molde fascista y destinado a acentuar la militarización del régimen. El fenómeno no consiste sólo en coartar sistemáticamente las libertades públicas, interferir la actividad legal de las agrupaciones políticas contrarias a la coalición gobernante, ampliar el radio de acción de las cortes marciales o sofocar violentamente la lucha de las masas. Este ha sido el pan de cada día y durante muchos años de la república colombiana. Lo que estamos viendo ahora es que las clases dominantes vendepatria, los grandes propietarios del capital y de la tierra, han soltado la jauría y la azuzan contra un país inerme. Hay que meterle terronera al pueblo para que acepte con resignación cristiana los zarpazos de la mala fortuna y se avenga sin chistar a los designios oficiales. Produce escalofrío siquiera repasar con la memoria los casos conocidos de allanamientos, detenciones, torturas y crímenes sin cuento. Una mañana, en el anfiteatro del Hospital Militar de Bogotá, apareció el cuerpo sin vida de un estudiante. Nadie proporcionaba explicación de lo sucedido, ni aun los directores de la entidad. Luego, los mandos castrenses, al cundir la protesta, con el mayor desparpajo confesaron que tuvieron sin más ni más que aplicarle la "ley de fuga". En otra oportunidad se supo que la esposa de un agricultor de La Dorada recibió, amortajado y dentro de una hermética caja, el cadáver de su compañero que la tropa había sacado de su casa y arrestado anteriormente. Quisieron los uniformados no dejar abrir el ataúd para ocultar y sepultar junto con la víctima las marcas del tormento. Y así podríamos narrar cientos y miles de episodios dantescos. No se respeta la edad, ni el sexo, ni la profesión. Niños, ancianos, religiosos, mujeres embarazadas han sufrido en carne propia las brutalidades de la soldadesca. Ser conducido a las brigadas es transitar la senda del martirio, donde los expertos acopian pruebas y substancian los sumarios por medio de choques eléctricos, suspensiones, ahogamientos, pinzas, picanas, hormigueros, fusilamientos fingidos, celdas asfixiantes y otros métodos refinados aprendidos de la última escuela investigativa de la inteligencia estadinense. En los consejos verbales de guerra, verdaderas ordalías, a la defensa se le cohíbe para actuar. La subordinación jerárquico-militar entre acusadores y jurado predetermina el fallo. Cuando el juez pregunta a los vocales si el reo es culpable, los tenientes contestan, "sí, mi coronel, culpable".

Ni el gobierno ni el ejército han logrado desvanecer los cargos que reiteradamente se les formulan acerca de las torturas a los presos políticos. Por el contrario, sus alegatos consolidan el convencimiento que al respecto la opinión mantiene.

Sobre el bárbaro procedimiento de vendar a los detenidos, por ejemplo, las autoridades no refutaron la inculpación; se limitaron a justificarla con el grotesco argumento de que "no podemos exponer a nuestros interrogadores para que sean reconocidos por personas que en un momento puedan resultar delincuentes", como afirmara el general Vega Uribe, comandante de la BIM. "Y el Estado está obligado a proteger la vida de sus agentes", recalcó el ministro de Justicia (1).

En el juicio seguido al grupo autodenominado Mao por la muerte de Rafael Pardo Buelvas, el defensor de uno de los incriminados sostuvo que las declaraciones que comprometían a su poderdante fueron arrancadas a la fuerza, y, por lo tanto, carecían de validez; a lo que replicó el fiscal del consejo de guerra: "que el testimonio sea hecho con coacción, no le quita el mérito de la verdad" (2).

Ante las quejas elevadas a su despacho, referentes a los suplicios y tratamientos vejatorios a que son sometidos los desdichados que quedan atrapados entre los piñones de la justicia penal militar, la Procuraduría General de la Nación, sin conseguir eludir las evidencias optó por señalar "la posibilidad" de que se "estén haciendo imputaciones en relación con una autolesión, es decir, atribuyendo a terceros lo que pudo ser obra propia o consentida, para pretender demostrar una acusación temeraria". 3

Hemos traído exposiciones de distintas fuentes para resaltar que el Estado no niega de plano la tortura. La fundamenta. Con el vendaje de los cautivos durante semanas enteras únicamente se busca proteger la integridad de los funcionarios; los testimonios obtenidos a punta de dolor no demeritan la verdad, y los sacrificados se maceran a sí mismos y perecen para empañar la pureza del mandato democrático. Colombia se halla regentada por la perfidia y la desvergüenza. El Estatuto de Seguridad, fiel reflejo de esa situación, es el flagicio embozado en el cinismo.

El cuadro de la represión que acabamos de esbozar en pocas pinceladas aparece acabado en las denuncias que, con lujo de detalles, hacen a diario las organizaciones de las masas y las colectividades políticas adversas a la hegemonía bipartidista. Todos se percatan de cuanto está aconteciendo porque cuando no padecen las arbitrariedades las ven cometidas en el pellejo de sus vecinos, parientes o camaradas de trabajo. Hasta en los medios de información, controlados principalmente por la oligarquía, repercute, distorsionado o no, el clamor de las gentes que condenan la tiranía reinante. Sin embargo, no todos comprenden las causas de la propensión hacia el recrudecimiento de las disposiciones opresivas; ni la raíz profunda, económica, de las transmutaciones por las cuales nuestros mandatarios se asemejan más y más a los prohombres de las satrapías legendarias del Caribe. El MOIR viene repicando desde hace varios años que bajo el sistema neocolonial y semifeudal imperante no sólo no habrá democracia, sino que con el desvalijamiento progresivo de la nación por parte del imperialismo norteamericano y sus secuaces, la gran burguesía y los grandes terratenientes, proliferarán las formas típicamente fascistoides de gobierno. A medida que los saqueadores aumentan el apetito por lo bienes terrenales, el régimen disminuye la confianza en la eficacia de sus fortalezas desarmadas como el Parlamento, el poder judicial, la educación confesional, la prensa, etc., y para preservar la tranquilidad ciudadana echa mano sin dudarlo del militarismo, el instrumento apaciguador por excelencia.

En el transcurso de los años setentas se ha registrado notables cambios en el mundo. Estado Unidos tropieza con inmensos y crecientes escollos para mantener en pie la mole de su edificio imperial, construido con tanto tacto a todo lo largo de la primera mitad del siglo. Sus intereses vitales se resienten con las arremetidas que en procura de los consumidores del orbe despliega constantemente la retoñada industria de Europa y Japón. Desde el fracaso de Viet Nam comenzó a descender hacia la sima sin que surjan indicios de recuperación. Por cada amigo que pierde gana diez enemigos y su influencia en Asia y África declina como declinan las cotizaciones del dólar en las bolsas de la banca internacional. Las luchas de los pueblos y gobiernos del Tercer Mundo por la defensa de los recursos naturales y por mejores términos de intercambio también lo afectan seriamente. A pesar de que continúa siendo una potencia económica de principalísima magnitud, muestra la endeblez de sus relaciones de producción en el siguiente contraste: a tiempo que depende de afuera para el abastecimiento de combustibles y materias primas estratégicas y para darle salida a sus mercaderías, está impelido a recurrir cada vez más al proteccionismo, a fin de guarecerse de los embates de sus competidores. A lo anterior hay que agregar que la Unión Soviética, dueña ya de un poderío bélico superior, saca ventajas de las complicaciones gringas y, en la partida por el reparto del planeta, le arrebata al imperialismo norteamericano regiones y países, cual si fueran figuritas de ajedrez.

En tales condiciones, Washington vuelve la mirada esperanzadora hacia su coto de caza más próximo, la América Latina, en donde empezó sus hazañas filibusteras, por allá en los días del aventurero William Walker. Ahí cuenta con una retaguardia no despreciable, si desea conservar o rescatar baluartes en los otros continentes. No es que la cosa esté de un tirón, porque el vasto territorio que se extiende al sur del Río Grande, ha servido, desde antaño, de teatro a múltiples desobediencias y conflictos independentistas de diversa índole; no obstante, de las zonas en disputa, ésta sigue distinguiéndose por la marcada intromisión de los monopolios norteamericanos, que al verse obligados a aflojar la presa en otras latitudes, aquí la exprimen, ávidos, para compensar. El peso de su crisis lo descargan sobre nuestras naciones a través de innumerables mecanismos. Aumentando el endeudamiento externo, con las secuelas del déficit fiscal crónico, los reajustes de impuestos y las alzas de tarifas de los servicios públicos; multiplicando la exportación de capitales y productos, para lo cual hay que ampliar y controlar el mercado, manipular al máximo los planes de integración y desalojar y arruinar a los incipientes fabricantes nativos; incrementando el escamoteo de los recursos naturales, con lo que se priva a los pueblos atrasados de su base fundamental de desarrollo, o atizando la inflación, que se deriva del sostenimiento de tasas especulativas en los créditos y del resto de la política de superexplotación imperialista. Por ello en el Hemisferio discurren tiempos muy aciagos En la espaciosa porción neocolonial, donde destácanse el latifundio ocioso y el minifundio improductivo, los campos feraces se despoblan, mientras las ciudades se abarrotan de desempleados. Los desposeídos que encuentran ocupación tampoco disfrutan de los ingresos mínimos de una existencia llevadera. El hambre aniquila a decenas de millones de habitantes, hoy, en la edad de la cibernética, tal vez de manera idéntica o peor a como asediaba hace quinientos años a los aborígenes americanos, quienes, los más prósperos, escasamente sabían arar, desconocían el hierro y no habían sobrepasado el estadio medio de la barbarie, según el esquema de Morgan. No resulta sorprendente entonces que a un hambre de ribetes bárbaros correspondan métodos de organización social que podrían considerarse más dignos del barbarismo que de la civilización moderna.

La tendencia a la represión y a la regresión será inevitable, por encima de las promesas y de la misma voluntad de las clases lacayunas dominantes. El imperialismo yanqui hincará sus garras con mayor acerbía que nunca en América Latina, su expoliación llegará a extremos jamás igualados y sus últimos coletazos de dragón herido los descargará sobre estas tierras. Definitivamente no habrá libertad en los países latinoamericanos atascados en las redes de la superpotencia de Occidente. Ni de la nación para decidir su destino, ni del pueblo para hacer valer sus derechos. Y allí donde subsistan los remedos democráticos, al estilo colombiano o venezolano, la farsa tornará más exacerbante el despotismo y la hipocresía hará menos tolerables los abusos.

Los sectores de la oposición, que dentro de su labor proselitista se han mostrado especialmente activos en la denuncia de los atropellos y vejámenes del régimen, no atinan a señalar las razones reales que mueven a éste a rodar sin alternativa hacia la fascistización. Hablan desde luego de la concentración económica, de la moneda insana, de las estructuras injustas, de las naciones pobres y ricas y demás manifestaciones externas de la crisis; así como propenden gaseosamente por ciertos reajustes sociales. Empero, ignoran, o eluden precisar que la desastrosa injerencia de los Estados Unidos, sintetizada en la creciente y atroz explotación de los monopolios neocolonizadores, constituye el factor clave, decisivo, del hundimiento acelerado de Colombia en el pantano de una dictadura omnímoda y sangrienta. Nos tropezamos, pues, con una diferencia sustantiva, no transigible, entre tales sectores y nosotros. Como sus discursos y proclamas borran la causa básica, concreta, determinante, de la agudización de la violencia gubernamental contra las masas, ellos consideran viable, si se presiona, el retorno a un supuesto clima democrático, favorable para todos, que restaure el imperio de las normas constitucionales y exonere al Estado del acompañamiento disonante de la caverna reaccionaria y pro militarista. La consecuencia de semejante concepción del problema democrático consiste en que de nuevo a los oprimidos se les pintan pajaritos de oro en torno a la coincidencia de aspiraciones con el mandatario de turno, o Torquemada de turno, y se les desarma espiritualmente para afrontar lo que les espera: el desencadenamiento de la represión centuplicada que precipitase sobre la faz del territorio patrio. Aquí, la divergencia exacta con el revisionismo y el oportunismo liberal no estriba en que nosotros propaguemos la renuncia a la lucha por la democracia y las reformas, con lo que seguramente irán a responder, deformando nuestros planteamientos y calumniándonos, en su desespero por defenderse de la crítica y ocultar la felonía, tal cual obraron en el inmediato pasado.

Nuestro Partido surgió precisamente en el histórico combate contra las tesis y las prácticas del extremoizquierdismo, fruto, entre otras cosas, de la interpretación y aplicación mecánica de la experiencia cubana, a cargo de un sartal de grupos revolucionarios pequeñoburgueses en que se atomizó aquella desviación. Estas capillas de anarquistas iluminados rechazaban la política, el aprovechamiento de la democracia formal, la utilización del Parlamento. Con sus cavilaciones trotskistas acerca de la realidad del país, salvaguardaban el dominio neocolonial del imperialismo, se mofaban de la presencia de una burguesía patriótica susceptible de aliarse con los obreros y campesinos en la etapa actual de la revolución nacional y democrática y propendían por un socialismo iluso, a deshoras, contrapuesto a la conformación del frente y a la unidad del pueblo. En ningún momento el MOIR cayó en la tentación de guiñarles el ojo a estas elucubraciones liquidadoras. No hizo foquismo franco ni velado. No ha recurrido al atentado personal ni al secuestro. Sabe que nos hallamos en un período de acumulación de fuerzas, y su principio táctico primordial radica en actuar siempre al lado de las masas y conforme a la evolución de la lucha de clases. Pugna por las libertades públicas para el pueblo, aun bajo las administraciones fantoches, se subentiende; y las dos o tres prerrogativas arrancadas en la contienda las emplea no en sublimar los "aspectos positivos" de la Carta reguladora de la sociedad neocolonial y semifeudal, sino en ayudarles a comprender a los obreros y a los campesinos, esclavos del capital y de la gleba, que incluso en el más magnánimo de los Estados oligárquicos, las franquicias se instituyeron para el zángano y los grilletes para el tobillo del trabajador. Sin combatir constante y consecuentemente por el democratismo en todos los órdenes no lograremos movilizar a las mayorías tras las metas de la revolución. Mas nuestra enseña izada por la democracia, lejos de significar el acuerdo con los adversarios de clase, representa la palanca para derrocarlos de cada una de las posiciones usurpadas.

Como se ve, la cuestión no oscila ya en si convienen o no las luchas por las conquistas democráticas, objeto de nuestros enfrentamientos con el oportunismo de "izquierda" aproximadamente hasta 1974, en que la grupusculería seudomarxista fue descolgando a hurtadillas los dogmas con que armaron tanto alboroto en la década del sesenta. Algunos de tales conversos -vale la pena anotarlo- terminaron por abandonar las pretensiones de hacer carrera por sí solos y compraron su billete para el expreso revisionista. Ahora nos hallamos cara a cara con una contracorriente de derecha mucho más dañina, que no distingue entre la democracia de los explotadores y la de los explotados y que cuando denuncia las torturas aboga porque la república de los torturadores funcione impecablemente, tras la estricta vigencia de la Constitución y de las leyes. El análisis del encrespamiento de la ola represiva lo desconecta por completo de las necesidades económicas que conducen al imperialismo norteamericano a incrementar el pillaje en sus neocolonias, preferencialmente las latinoamericanas. Y por ende, los portavoces de la mencionada contracorriente dejan de alertar sobre el auge inevitable del despotismo en el futuro cercano, y difunden la creencia conciliacionista y desorientadora de que los colombianos sin excepción, los hambrientos Y los ahítos, gozarán de las garantías consignadas en convenios internacionales y en la codificación jurídica, a condición de que logremos discernir entre los "aciertos" y los "desaciertos" del gobierno y lo obliguemos a privarse de sus colaboradores patibularios.

Muchos de los fracasos de la revolución colombiana se le deben a esa inveterada manía del Partido Comunista de descubrir un ala moderada, una actitud, un no sé qué que merece reconocerse, en los sucesivos regímenes oligárquicos, los cuales, desde la época de la separación de Panamá, han servido de obsecuentes y solícitos saca-micas de los Estados Unidos. Siempre, indefectiblemente, en el momento álgido, los dómines del mamertismo arrumaron en el cuarto de aparejos la teoría marxista del Estado y, prevalidos de un pretexto vano, ofrecieron el respaldo al títere ungido, con salvedades o sin ellas, pero al fin y al cabo para aportar el granito de arena. Lo mismo con Santos que con López, el viejo, el abuelo de los nietos del Ejecutivo. Al propio Ospina Pérez le pillaron su tópico correcto. Alberto Lleras, mister Lleras, el fundador del Frente Nacional, la musa inspiradora del plebiscito del lo. de diciembre que refrendó la más abyecta de las reformas constitucionales del país, puesto que instauró la paridad y la alternación, excluyendo de los derechos del sufragio a las agrupaciones diferentes del bipartidismo tradicional, recibió en 1958 los votos comunistas; en esa oportunidad con el sofisma de cerrarle el paso a Jorge Leyva, la otra opción siniestra. Y en 1974 dijeron que el triunfo electoral del Mandato de Hambre era de "signo democrático y progresista", lo que se comprobaba con la abrumadora derrota de Álvaro Gómez Hurtado, el "sector ultraderechista". Estos acontecimientos sí no se han desvanecido por completo en los recuerdos de las gentes. Desde un principio López Michelsen cultivó un estrechísimo entendimiento con los ultras vencidos en las urnas y con la asistencia de ellos reinó hasta la culminación de su cuatrienio, parapetado, como sus antecesores, en las alambradas de las normas de emergencia que dictaminan la turbación del orden público. En su mensaje de despedida al Congreso, él, el penúltimo de los demagogos en ocupar el solio de Bolívar, el niño díscolo de la rancia burguesía santafereña, el francotirador en el penthouse, el ex-compañero jefe del MRL, ilustre por tantos otros blasones de demócrata liberal, que había cuadrado con sus ofrecimientos libertarios un armadijo para cazar tres millones de papeletas en los tejemanejes comiciales, admitió entre líneas que su obra epónima, salpicada con la sangre del 14 de septiembre, requirió también con frecuencia del tartamudeo de la fusilería. Y profetizó idéntico sino a las generaciones de presidentes por pasar. "Los hechos han sido más fuertes que mis ilusiones. Poco a poco he ido convenciéndome de que la normalidad entre nosotros está dada por la vigencia del artículo 121 de la Constitución Nacional". He aquí la profecía: "En Colombia, hemos venido refinando este estatuto jurídico hasta crear una institución que a mi parecer nos permite responder apropiadamente a los desafíos que estamos viviendo. Por eso, y lo digo con franqueza, no creo que el país pueda darse el lujo de prescindir del estado de sitio en los próximos años"(5).

La lógica de clase del burgués ducho en los ajetreos del Poder, advierte y enseña muchísimo más a las masas sojuzgadas que los malabarismos del revisionista adocenado, apoplético, que sólo cuando de buscar acomodamiento se refiere, o de inventar el mejor motivo para encubrir la peor infamia, muestra la habilidad del gato que se desliza entre porcelanas, sin romperlas. El tránsito de la larga caravana de las dictaduras bipartidistas, especialmente las del llamado Frente Nacional, nos deja instructivas lecciones: que conservadores y liberales han de mantener la alianza para sobrevivir; que quien se ciña la banda presidencial, sean cuales fueren sus ofertas, ha de guiarse por los patrones trazados por sus despóticos predecesores, y que la superexplotación imperialista conduce a la militarización y fascistización progresivas, con exclusión del tipo de gobierno, democrático venezolano, parlamentario boliviano o cuartelario argentino.

Pero fue un miembro del gabinete de Turbay Ayala el encargado de revelar el misterio de la represión. En París, al intervenir ante el Grupo de Consulta del Banco Mundial, los amos del capital financiero internacional, a donde concurrió recientemente a solicitar más empréstitos, el Ministro de Hacienda, cabeza de la delegación colombiana, reconoció: "El propio desarrollo económico, el equilibrio social y las libertades democráticas no son posibles, en nuestra opinión, con altas tasas de inflación"(6). ¿De modo que las libertades democráticas han resultado incompatibles con la inflación? ¿Qué indican las altas tasas inflacionarias si no el encarecimiento del costo de la vida ocasionado por la permanente elevación de los precios de las mercancías, materias primas e insumos traídos desde la metrópoli; por la usura y el agio de la banca; por el desalojo del campesinado en beneficio de los latifundistas parasitarios; por la proliferación de los impuestos indirectos; por el saqueo de los recursos naturales; por la acción, en suma, de los monopolios que controlan a su arbitrio los mercados del país y quiebran la producción nacional? ¿Y la inflación, que oronda recorre de arriba abajo el continente latinoamericano, no ha sido el socorrido mecanismo con el que los grandes potentados medran a costa del envilecimiento diario, automático, de los míseros ingresos de las inmensas masas, únicas creadoras de la riqueza social? En otros términos, la política expoliadora de los imperialistas y sus agentes conlleva la total anulación de las libertades democráticas para las mayorías. No podría ser en otra forma. De tan sencilla pero certera observación surge nuestro criterio sobre la democracia y el hondo foso que nos separa de la vacía verborragia del revisionismo y el oportunismo liberal. El choque de intereses dentro de la sociedad es tal, que, a pesar de la montaña de papel escrito realzando las excelsas virtudes de unos derechos humanos en abstracto y al margen de las clases, la libertad de los saqueadores se yergue irremisiblemente sobre la esclavitud de los saqueados, de igual manera a como la victoria de la democracia de éstos repercutirá en la supresión inmediata de la república de aquellos. Cada contingencia, cada evento, cada conflicto de cuantos acaecen con rapidez pasmosa en el Hemisferio coloca de manifiesto lo irreconciliable de la pugna mencionada; lo antagónico de los enfrentamientos entre las naciones sometidas y el imperialismo, de un lado, y entre las clases oprimidas y las minorías intermediarias dominantes, del otro. A ello obedece el abigarrado mosaico de las dictaduras militares, el desespero reformista de los expoliadores y los continuos brotes de rebeldía de los pueblos en busca de su emancipación.

A implantar la moda del tema de la democracia ha incidido también la promoción que a los derechos humanos efectúa la administración Carter en la más basta escala cósmica. La singular campaña tampoco debería asombrar ni confundir a nadie, y lo afirmamos no obstante estar al tanto de que a uno de los máximos líderes de Firmes, o sea de la oposición liberaloide, se le ocurre más bien "importante y positivo que el Jefe de Estado de un país como EE.UU. haya levantado esta bandera"(7). No cabrían el asombro ni la confusión, si tuviéramos en cuenta que el imperio del Norte ha perpetrado invariablemente sus más abominables fechorías en nombre de la "libertad", de la "paz", de la "convivencia", etc. En las circunstancias prevalecientes, lo que ambiciona el actual inquilino de la Casa Blanca es recomponer el caótico sistema del imperialismo norteamericano, estirarle así sea la piel y embellecerle el cutis, porque, fuera de hallarse en bancarrota y en declive, ostenta por doquier una fachada de carnicero nazi que le puede. Aunque, como queda visto, le sobren anestesiólogos para la cirugía plástica proyectada, allí donde ha intentado llevar a cabo el experimento de suplantar el generalato por testaferros civiles, escuchó, en lugar del reconocimiento ciudadano, el estruendo de la turbamulta. En el Brasil, un temporal huelguístico, que puso en pie de lucha a decenas de miles de obreros, sacudió al coloso encadenado. Bolivia estuvo al borde de la guerra civil y sólo la transacción de ubicar un híbrido militar-parlamentario en la Presidencia aplazó la refriega. En Nicaragua, donde estalló una revolución genuina dispuesta a barrer cualquier conato de intervención externa para ser realmente libre, las masas volvieron a exteriorizar cuán poca estima guardan por la tiránica y desueta democracia imperialista de los derechos burgueses humanos del señor Carter, y cuánto anhelan poner en práctica la naciente democracia de los trabajadores y patriotas auténticos. Y el lánguido conjunto de países salvados de la epidemia de los golpes de cuartel y que, por consiguiente, encarna el ideal democrático del neocolonialismo gringo, sin ningún rubor alterna en sus carteleras la comedia de los comicios ecuatorianos con la tragedia de los genocidios chilenos. Y Costa Rica la "Suiza de América", acaba de notificar con los incidentes de Puerto Limón, en los cuales la Guardia Nacional aplastó implacablemente el movimiento de seis mil proletarios en paro, que el derecho a la vida de los asalariados nada vale si se halla en peligro uno o dos puntos del porcentaje de la ganancia de los cupones de los grandes accionistas. ¡Qué tremendo chasco! Ni las bendiciones papales a las jornadas por la propagación de la fe en los derechos humanos de los explotadores rescató a Carter de los padecimientos del fracaso. Hubo hasta rechazos frontales. Por ejemplo, mi general Videla, hecho un basilisco, dio a entender que antes de convocar a elecciones prefería entregar Argentina a los soviéticos que no se andan con escrúpulos de monja; y procedió en efecto a fomentar los negocios de toda laya con la superpotencia de Oriente.

El infinito descaro de los imperialistas en lo tocante a los derechos humanos quedó patentizado cuando en Seúl, la capital del sur de Corea, el presidente estadinense, a principios de julio pasado, a tiempo que demandaba a su marioneta Park Chung-Hee correctivos en tales materias, adquiría el solemne compromiso de conservar las legiones militares yanquis en la región, uno de los prominentes impedimentos para la liberación total y la unificación pacífica del pueblo coreano. La democracia norteamericana, además del vandalismo, la mordaza y la venda, incluye, pues, la ocupación armada de los países pequeños o débiles, como la incluye también el internacionalismo de los zares soviéticos. Los actos de los hombres delatan sus intenciones. Quien cabalga sobre el lomo de los demás ha de estar pronto a restallar el látigo. Aun cuando Washington se bata en retirada y se deslía en embajadas de buena voluntad, el rendimiento de los títulos de los magnates de Wall Street arrinconados por la crisis, arrojará a los Estados Unidos, por encima de la "distensión" y de los "Salt", a la vorágine de otra guerra mundial. Ya proveyó la creación de una fuerza movible de más de 100.000 soldados destinada a invadir el Medio Oriente y, llegado el caso, asegurar así el abastecimiento del petróleo, tan preciado para su economía.

En fin, a toda democracia la rige un contenido de clase. Los imperialistas y sus acólitos en su labor ideológica bregan por velar esta realidad y pregonan una república que cobije idílicamente a poseedores y desposeídos, explotadores y explotados, naciones opresoras y naciones oprimidas. En base a este aberrante engaño erigen su rampante dictadura. Ciertamente el manisero de Georgia contribuyó a insuflar el asunto, pero, como era natural, enredó la pita. Al proletariado le toca poner los puntos sobre las íes y disipar la barahúnda.

 

II. El Foro de los Derechos Humanos


En medio de un despliegue de prensa inusual para certámenes no programados por la coalición liberal-conservadora, culminó el 1° de abril del corriente año el Foro cuyos coordinadores bautizaron como de los Derechos Humanos. En una de las copiosas oraciones de clausura, Gerardo Molina se congratulaba con que "en torno a esa gran causa, hemos visto formarse una alianza que va desde la derecha de Gerlein, hasta el trotskismo de nuestros jóvenes más radicales"(8). Redunda aclarar que el MOIR fue una de las poquísimas agrupaciones partidarias que no se merecen la congratulación, sencillamente porque no concurrimos.

Primero, estábamos catalogados, merced al desenlace de los últimos eventos políticos, en esa especie de invitados indeseables a los que no hay más remedio que cruzarles la tarjeta de participación. Segundo, de nuestra parte, detentábamos y seguimos detentando insuperables reservas en cuanto a las concepciones y objetivos del convite, partiendo del mensaje que enviara García Márquez, el -más célebre de los animadores de la iniciativa, que, después de atacar el estado de sitio y el Estatuto de Seguridad, desemboca en esta deplorable reconvención: "Es de esperarse también, que el señor presidente de la República, responsable máximo de las directrices de nuestro país, tome por fin decisiones serias para restaurar el prestigio de su gobierno, la dignidad de nuestras Fuerzas Armadas y el buen nombre de Colombia en el mundo"(9). El hecho de que se haya desatado el temporal represivo; que persista la duda de cuál de los dos, Camacho Leyva o Turbay Ayala, imparte las órdenes, y que en el exterior los comentaristas confundan a la Colombia del banquero Michelsen Uribe con el Haití del Nené Doc, no puede llevarnos a sembrar falsas esperanzas respecto a un gobierno desprestigiado a tiempo, a un ejército que no es nuestro sino que han instaurado contra la dignidad del pueblo y a una nación que mientras no se emancipe no gozará realmente de buen nombre. Ni el hijo dilecto de Macondo, con todo y su alucinante ficción, alcanzó a convencernos de que el camino a transitar corresponda al de las claudicaciones.

Se dirá que Gabo antes que político ha sido novelista y que lo cogemos de chivo expiatorio para desacreditar el Foro con sus gazapos. No. Repásense los pronunciamientos de sus principales gestores, los discursos durante las deliberaciones, los documentos aprobados, hasta la Declaración Final, y se constatará que la cruzada no rebasó los linderos de la democracia oligárquica. Rondó y rondó alrededor de la preocupación de cómo restaurar a plenitud el viejo derecho burgués y sus tres ramas del Poder operando separadamente, conforme a la más rigurosa exégesis de la doctrina de Montesquieu; con una Procuraduría atenta a sofrenar los desmanes, con una justicia ordinaria actuante y cabal, con unos militares cumplidores de los deberes inherentes a su rango. El Foro concluyó siendo un simposio de abogados. Y los jurisperitos, después de vagar entre manuales e incisos, aterrizan invariablemente en la propuesta para corregir las imperfecciones del régimen despótico. La ponencia, al quitársele los tapones jurídicos, derrama el menjurje de los mezquinos intereses antipopulares que carga por dentro. Los acertijos del legista, en lenguaje profano, traducen: ¡traición a las masas trabajadoras y a la nación colombiana! Leamos algunas de tales traducciones.

En la Comisión I del Foro de los Derechos Humanos se proclamó:
"Si queremos que Colombia sea realmente una potencia moral en el concierto de las naciones, es imprescindible que dentro de los límites de su territorio, gobernantes y gobernados preserven intactos los derechos esenciales de la persona humana, sin distinción por motivos de sexo, raza, idioma y credo religioso o político" 10.

En la Comisión II se recomendó:
"Si se desea que exista menos impunidad y más confianza en la justicia judicial, haciéndola mejor y más acelerada, y con ello contribuir a crear un clima de armonía, paz y seguridad, que resulte fecundo para el progreso de la patria, lo que debe hacerse es modernizar los procedimientos, aumentar magistrados y jueces en la cantidad que exija el número de asuntos que deben investigar y, juzgar, elevar su categoría social y darles justa remuneración, dotarlos en cantidad adecuada de implementos modernos, de auxiliares técnicos, de investigadores y laboratorios, de policía judicial apta, de personal subalterno capaz"(11).

Alfredo Vázquez Carrizosa, en su alocución inaugural, precisó:
"Hemos profesado un gran respeto a las Fuerzas Armadas y nos preguntamos si les conviene para la insustituible misión de vigilancia de nuestras fronteras asumir tareas propias de los organismos de investigación policiva y judicial. La tradición de imparcialidad que caracteriza a las instituciones militares en Colombia, para fortuna de nuestra democracia, quedaría quebrantada al mezclarlas a nuestras fragorosas luchas de partidos y corrientes ideológicas"(12).

Fabio Lozano Simonelli, en el acto de cierre, asintió:
"Lo que no queremos es que un ejercicio equivocado de la autoridad, además de activar el desbarajuste institucional, provoque una enemistad aciaga entre el Estado y los colombianos rasos"(13).

Roberto Arenas protestó en la misma sesión:
"Las afirmaciones del Ministro de Educación Nacional, diciendo que quienes promueven este foro son enemigos de las instituciones, son temerarias y faltan al respeto de la conciencia de los colombianos"(1)4.

Gilberto Vieira, el decano de los revisionistas colombianos, anotó en su condolida intervención:
"Es lamentable que Colombia esté perdiendo el prestigio internacional que tuvo en otras épocas hasta cuando fue canciller de la República nuestro amigo aquí presente, el doctor Vázquez Carrizosa. Y como colombianos tenemos que luchar porque Colombia recobre su fisonomía moral internacionalmente" 15.

El poeta Luis Vidales exteriorizó cuanto sentía:
"Los más interesados en fortalecer al gobierno, al Ejército, al Parlamento, a la entidad de justicia son los miembros del foro, como prueban los documentos surgidos del seno de éste"(16).

Y el vocero del esquirolaje, Tulio Cuevas, resumió:
"Por fin estamos los colombianos hablando en un mismo lenguaje: contra la injusticia"(17)

La anterior transcripción de citas nos proporciona un inventario bastante fidedigno de los infundios bajo los cuales los heraldos de los fueros humanos adelantan su oposición a la administración turbayista. La selección bien podría ser otra. Sobra la tela por cortar en los cientos de infolios de las ponencias de los ensayistas del derecho y de los derechistas en ensayo. No caben los memoriales de apelación. Y como se expresaría el magistrado, tampoco proceden los sobreseimientos definitivos, ni los temporales, alegándose el atenuante de que fulano o perencejo sólo se excedió en su celo profesoral, o se le salió un lapsus linguae. Los acuerdos que van "desde Gerlein hasta el trotskismo" se han cosido con la cháchara de la teoría burguesa del Estado, puesta en la picota por la clase obrera desde hace cerca de siglo y medio. Esto explica plenamente la envergadura de la alianza y las repercusiones que tuvo dentro de la prensa liberal, conturbada al contemplar cómo sus ideales de una armónica sociedad policlasista regida por una burocracia y una milicia ecuánimes y justicieras, funcionando sosegadamente sin sobresaltos, cual un relojito, se le esfuma al contacto de la atmósfera de la inseguridad galopante. Ellos, los liberales, no se resignan a creer que Montesquieu se les murió, y los revisionistas los acompañan en la congoja. Al evocar el espíritu de aquél, no logran revivir las condiciones sociales de la época en que la burguesía tallaba el mundo con sus prédicas, y naufragan, porque los de arriba no los toman en serio y los de abajo les faltan al respeto. Hace mucho que a la libre competencia la, suplantó el monopolio y que surgió el imperialismo con su comunidad de decenas de naciones y de miles de millones de personas sometidas al arbitrio de un puñado de multimillonarios. El sistema de Estado que impera en dicha comunidad consiste en la dictadura de los monopolistas, ejercida directamente, o por comisión, a través de los agentes intermediarios vendepatrias, así su forma de gobierno fuere democrático-representativa. Si en su amanecer la democracia burguesa encaró el desafío de derruir los torreones feudales, hoy, a duras penas presta la pelleja con que los depredadores modernos disfrazan su inefable despotismo contra las masas subyugadas. En un movimiento por la restauración de la vieja democracia, los trabajadores de la Colombia saqueada y atrasada no tendrían nada por ganar. Al contrario, la alianza que buscan, la unidad por la que vienen combatiendo, el frente que pregonan, es para abrirles el paso a las ideas y a las fuerzas de la nueva democracia de los obreros y los campesinos. La única que liberará a la nación colombiana y no secunda los propósitos del imperialismo; que contempla el beneficio de las inmensas mayorías y no el lucro de un reducido círculo de potentados, y la única que congregará en torno suyo al pueblo, incluidos los productores nacionales y patriotas sinceros, y desbordará las miras de los restauradores de la trasnochada ilustración de las centurias XVIII y XIX.

Los forenses fantasean acerca de la esencia de la persona, del hombre en general como sujeto de derechos, de la substancia humana, etc., pero todos esos entes abstractos, a los que les gastan tanta saliva, sólo habitan en sus necios cerebros. El proletariado ha mucho ajustó cuentas asimismo con la rutinaria inclinación de los explotadores a esconder que los hombres han estado divididos, desde eras remotas, en clases rivales, y que la especie se ha desarrollado mediante las luchas de estas clases, y así seguirá durante un intervalo supremamente extenso. Lo humano dentro del capitalismo, se concreta en el asalariado de carne y hueso que vende su fuerza de trabajo para no perecer, y en el burgués, también corporal, que se enriquece con la compraventa. Este vive de aquél. El uno es libre y el otro no. ¿Cómo disertar indiscriminadamente sobre unos derechos humanos para ambos, siendo que los privilegios con que se deleita el segundo significan la indigencia absoluta del primero? ¡Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!, dijo Arquímedes en la antigüedad. ¡Hipócritas, concededme uno solo de mis derechos y os desplomaré vuestro asqueroso mundo!, les increpa el proletario moderno a los entibadores del orden jurídico capitalista.

La sociedad colombiana actual se halla compuesta en lo fundamental por obreros, campesinos, pequeños burgueses urbanos, burgueses nacionales y, finalmente, por grandes burgueses y grandes terratenientes, intermediarios de los monopolios imperialistas, a los que solemos calificar popularmente de oligarcas vendepatria. Tales componentes sociales no son iguales entre sí y cada cual desempeña un rol distinto en la producción y en la política. Colombia tampoco disfruta de autodeterminación, pues gira en la órbita de los Estados Unidos. La urgencia de alcanzar la soberanía nacional y sepultar los vestigios feudales hace que se vayan configurando dos enormes bandos; el uno integrado por las cuatro primeras clases enumeradas, con la vanguardia del proletariado, y el otro, por las dos últimas, lacayas del imperialismo. Por eso la revolución liberadora posee no un carácter socialista, sino democrático, aunque de nuevo tipo, a causa de la dirección obrera. Su instante crucial y su sueño dorado arribarán cuando, entre el humo y el clarín, expire la dictadura oligárquica pro imperialista y nazca la de las fuerzas revolucionarias y patrióticas. Cualquier campaña por la democracia que soslaye el problema de las clases y de la dictadura no deja de entrañar una vil engañifa, destinada a contrarrestar las ansias de emancipación del pueblo con farisaicas defensas del régimen expoliador, o con el expendio de un edén bíblico imposible. ¡Cuánta falta hace airear el ambiente! La preponderancia que aún conservan los partidos tradicionales en Colombia, se explica, con creces, por el hecho de que nadie en el pasado insistió con la claridad y la energía suficientes en combatir el democratismo embaucador de los saqueadores y sus turiferarios. Nos encontramos en mora de rescatar, de manos del tutelaje ideológico de la coalición liberal-conservadora, el portentoso movimiento democrático de las masas populares. Mientras subsistan amplios sectores de indigentes engarzados en las trapisondas de los democrateros burgueses y terratenientes no hay que pensar siquiera en la más mínima transformación de la situación política. He ahí para los revolucionarios colombianos el compromiso ineludible de la hora: educar al pueblo en los postulados de una democracia consecuente, que le faciliten comprender el azaroso período por el cual transcurre y distinguir las clases con las cuales realmente cuenta en la hazañosa pelea contra sus seculares opresores.

Los del Foro, al revés, llaman a "gobernantes y gobernados" a que "preserven intactos los derechos esenciales de la persona humana", sin distinción de "sexo", de "raza" e inclusive de "credo político". Una de dos, o estos señores conscientemente le hacen el mandado a la reacción, o su ignorancia supera las cavidades oceánicas. Basta con que un gobierno se automoteje de democrático para quedar convencidos de la conjunción de fines entre subyugadores y subyugados. ¿Acaso el Estado no constituye el supremo aparato burocrático-militar con que una clase somete a otra? Y si la democracia no es más que el reconocimiento de la sujeción de la minoría a la mayoría, un Estado democrático no pasará de ser aquella misma máquina de opresión que se gobierna con el método del acatamiento a la voluntad mayoritaria de la clase dominante, método que se establece, según el caso, para mejor golpear a los enemigos sometidos. Con el objeto de ilustrar la cuestión, Lenin nos recuerda que aun cuando la Roma esclavista conoció la república democrática, de ésta únicamente formaban parte, como es obvio, los dueños de esclavos. Otro tanto acaece en la sociedad capitalista, en donde los esclavos contemporáneos, los obreros asalariados, no participan de ninguna democracia. Las restricciones en Colombia ni por equivocación lastiman a liberales y conservadores; se promulgan deliberadamente contra los partidos de las clases revolucionarias. Los iscariotes que huyeron del MOIR decepcionados por nuestro exiguo poder electoral tampoco asimilaron tan elementalísimo principio. Las elecciones funcionan sobre el tácito entendimiento de que alguna de las porciones en que ocasionalmente se fracciona la masa de oligarcas, el ala gobernante o la opositora, terminará depositaria del complejo engranaje administrativo. El dinero, los medios de comunicación, los estatutos de seguridad, todo, en redondo, está combinado y convenido para que los subversivos, la izquierda, los libertos, nunca salgan de su condición de minoría ni abandonen jamás las catacumbas, no obstante abarcar las nueve décimas partes de la población. Pero en el momento en que no sea así y por los empujes de la revolución al sufragio no le quede otra que reconocer la mayoría de las mayorías, ¡adiós sufragio!

Idéntica suerte corre el resto de libertades. Son espejismos que se desvanecen a medida que nos vamos aproximando a ellos. ¿Cuándo los desharrapados recolectores del café, por ejemplo, adquirirán una rotativa para difundir su verdad, tan distante de la de los Santos, tío y sobrino? Si aquel milagro llegare a verificarse en esta sociedad, el día de ese mes y de ese año, la censura de prensa se generalizaría. Y todo dentro de la más escrupulosa legalidad, porque "quien hizo la ley hizo la trampa", reza el adagio. Acomodados al código han sido los despidos masivos de los batalladores proletarios, las prohibiciones de las huelgas, los tribunales de arbitramento obligatorio, la congelación de los fondos sindicales. En cambio, ¿será ilegal Santofimio? Mientras Turbay ocupe el solio, no parece. El terrateniente como tal, como clase, tampoco caerá en flagrante delito, a pesar de sus reiteradas y monstruosas villanías contra el campesino. Empero, la peor de las ruindades consiste en pugnar por persuadir a los desheredados de siempre de que aún pueden obtener su dicha bajo la vieja dictadura, si acceden a cooperar con los empeños reformistas.
Paulatinamente los cantos de sirena se ahogarán en los estampidos de la reyerta. El niño desvalido, el anciano indefenso, el negro proscrito, el indígena humillado y la mujer discriminada, especialmente la mujer, calarán, al abrigo de la experiencia cuotidiana y de la propaganda revolucionaria, que sus justas aspiraciones a una vida pletórica y fructífera -en el mar de las masas laboriosas, se hallan indisolublemente entrelazadas al triunfo de la nueva democracia de los obreros y los campesinos.

Los del Foro de los Derechos Humanos reclaman "menos impunidad y más confianza en la justicia", "haciéndola mejor y más acelerada", en bien de la "paz", la "seguridad" y el "progreso de la patria". Para lo cual habrá que "modernizar los procedimientos", "aumentar magistrados", etcétera, etcétera. Una cosa es combatir la militarización ylas iniquidades de los consejos verbales de guerra, y otra muy distinta reivindicar la vetusta y corrompida justicia ordinaria. Aquí "modernizar los procedimientos" equivale a pulir las herramientas punitivas con que las clases dominantes sancionan a quienes, en la esfera individual o colectiva, por acto espontáneo o acción organizada, atentan contra la integridad y la propiedad de los explotadores. ¿No es esto lo que el gobierno busca con sus proyectos de reforma a la Constitución y a la rama jurisdiccional? Una justicia dócil, rápida en despachar los asuntos encomendados a su severo veredicto, articulada directamente con la cúpula del Poder y por ella férreamente regida, que permita eximir a los militares, aunque sólo fuere por una temporada, de la carga de juzgar a los civiles; encargo que se ha tornado tan pernicioso para el fosforescente prestigio y las tradiciones republicanas de las Fuerzas Armadas, según quejumbres de los más recalcitrantes apologistas del régimen. Las cárceles están repletas de personas carentes de recursos hasta para cancelar las costas de un juicio. Fuera de los rebeldes confesos, son carne de presidio el proletario cesante, el campesino desalojado, el lumpen sin salida, los residentes del tugurio, en una palabra, la pobrería. Ningún remiendo a la norma jurídica modificará esta historia maldita de la democracia colombiana. El pueblo, que asimila muchísimo más que los cancerberos con toga, lo ha expresado en breve máxima: "la justicia es un perro bravo que sólo muerde a los de ruana".

Asimismo, los humanos del foro se identifican con la ortodoxia liberal-conservadora en la preocupación de salvar el lustre del contingente armado. Que las tropas se circunscriban a la "misión" para la que fueron creadas y que no se quebrante su "imparcialidad", al "mezclarlas a nuestras fragorosas luchas de partidos y corrientes ideológicas". ¿Su "misión"? No será la de defender las fronteras patrias, puesto que el ejército colombiano ha suscrito obedientemente cada uno de los acuerdos demandados por el imperialismo norteamericano y a Corea marchó en 1951 a ofrendar con sangre su tributo de "imparcialidad" a la política filibustera de los Estados Unidos. El soporte principal de un Estado lo encarnan sus instituciones militares. Hasta el punto que sin éstas aquél no sobreviviría un minuto. En Colombia lo corroboramos permanentemente. Ninguna de las medidas oficiales se aplica haciendo caso omiso del amedrentamiento de los fusiles y del ceñudo asentimiento de sus portadores. Cualquier decreto gubernamental presupone desfiles de tanques y cañones por las calles de las ciudades y expediciones pacificadoras por los campos. El alza de la gasolina o del transporte, inquirimos, ¿se hubiera conseguido imponer sin el ejército? Ni el impuesto a las ventas, ni la liberación de importaciones, ni los programas sectoriales del Pacto Andino, ni siquiera las piñatas filantrópicas de Doña Nydia podrían contarse entre las ejecutorias de la administración, si el ejército no cumpliera con sus obligaciones. Sin "mezclar" a las Fuerzas Armadas en "nuestras fragorosas luchas de partidos", ¿cómo se las hubiera arreglado Carlos Lleras Restrepo, aquella noche del 19 de abril de 1970, para alterar los guarismos electorales y sacar de entre las cenizas al candidato achicharrado de la gran coalición? ¡Suprimid el ejército de los explotadores y suprimiréis su Estado’ En Colombia, esta constante, peculiar en las sociedades basadas en el apoderamiento de los frutos del sudor ajeno, la señala con claridad meridiana el obrero consciente; e incluso la ha admitido el burgués obstinado, abierta o subrepticiamente, en innúmeros pronunciamientos. Y el que no la vislumbre todavía la percibirá en un tiempo corto, por la velocidad con que se precipitan las contradicciones. Los trabajadores comprueban a menudo cómo sus reclamos más sentidos se estrellan en el escudo antimotín de los batallones disponibles, detrás del cual hay siempre agazapado un fabuloso negocio. Muy pronto ya nadie desconocerá esta realidad. Salvo, desde luego, los leguleyos, perdidos en el limbo forense.

Y así, los demás enunciados de la susodicha reunión se distinguen por su incorregible conciliación con los beneficiarios de los poderes tradicionales. Volvamos la vista atrás y releamos los. pasajes transcritos. No desean que se "provoque una enemistad aciaga entre el Estado y los colombianos rasos". Se encolerizan porque les cuelgan el sambenito de que los promotores del foro "son enemigos de las instituciones". El mismísimo Vieira laméntase de que "Colombia esté perdiendo el prestigió internacional que tuvo en otras épocas hasta cuando fue canciller de la República nuestro amigo aquí presente, el doctor Vázquez Carrizosa". Echaron sobre sus espaldas la pesada cruz de pujar por que la república oligárquica "recobre su fisonomía moral internacionalmente". Estos afanes ya han producido sus escaramuzas. Como el gobierno les saliera al paso lanza en ristre, increpándoles que algunos de sus críticos, ex-ministros de Pastrana Borrero, habían firmado disposiciones compulsivas similares a las actualmente en rigor, los aludidos, Galán, Arenas y el propio Vásquez, defendieron con denuedo el nefasto período del Frente Nacional del cual son coautores. ¿De suerte que el estado de sitio pastranista se trocó en bueno, democrático, al compararlo con el de Turbay Ayala? Los pleitos que cazan estos cruzados de los fueros humanos apenas simbolizan rencillas de ajadas banderías con nostalgia ministerial. Y los revisionistas, como de costumbre, actúan de restauradores, sí, de restauradores, o recobradores de la añeja moral republicana, que, acorde ahora con la versión de su foro, se les refundió hace un lustro, a partir de la vacancia del amigo el Canciller.

El Foro humano, además del albergue que le prodigaron publicistas de los grandes diarios, particularmente de El Espectador, reclutó entre la pequeña burguesía intelectual a sus más fervorosos paladines. Luego, con cada declaración, reportaje o escrito que los gestores del evento iban dando a la luz, se echaba un baldado de agua fría sobre el entusiasmo de sus seguidores. Estos palparon cómo la campaña en lugar de abrir brecha cogía por la senda trillada de la huera fraseología burguesa. No renovaba, restauraba.

Miraba hacia el pasado, no al futuro. No obstante, a falta de un diagnóstico certero de los hechos, se consolaron a sí mismos con las excusas de que el foro no engloba un acuerdo político y a él confluyen las más diversas vertientes, proporciona una tribuna de denuncia, es apartidista y no pretende suplantar al frente, etc. Tales reflexiones confirman los estragos que el revisionismo y el oportunismo liberal llevan a cabo dentro de importantes estamentos que, por el puesto ocupado en la sociedad neocolonial y semifeudal, están llamados a engrosar la marcha liberadora de la nueva Colombia y no a besar la tierra que pisa la oligarquía vendepatria. Unas denuncias de atrocidades oficiales sustentadas como insucesos episódicos, resarcibles bajo el régimen antinacional y antipopular, o como desmanes de ocasionales funcionarios, y que para colmo de colmos se adornen con farisaicas promesas de libertades iguales para opresores y oprimidos, en el fondo sólo favorecen a los monopolios imperialistas y sus intermediarios. Obviando las consideraciones de matiz, a la postre las clases dominantes aplaudirán todo acuerdo, llámese apartidista o no, que plantee la reparación de su trajinada máquina estatal. Por eso el pugilato entre oposición y gobierno atinente al tema en boga, se ha reducido a ver quien sobrepuja en la subasta de los derechos humanos. Y a ello obedece que Tulio Cuevas les haya dicho a sus aliados con cierto toque de sarcasmo: "por fin estamos los colombianos hablando en un mismo lenguaje".

La lucha contra el despotismo y la fascistización progresiva del país y por desgajarle al enemigo unas cuantas conquistas en bien del pueblo antes que suavizar las contradicciones entre la reacción y la revolución, entre la nueva y la vieja democracia, habrá de hacerlas más patentes y comprensibles para los obreros, los campesinos y demás destacamentos progresistas y patrióticos. Repudiamos la barbarie oficial y nos solidarizamos con quienes padezcan los sádicos tratamientos de los aparatos represivos, mas nada ni nadie conseguirá que el MOIR contemporice con el oportunismo. Para que se nos entienda a cabalidad: condenamos la arbitraria detención del poeta Vidales, un atropello inicuo; pero no dejamos de calificar cual imperdonable alevosía que él, concordante con su calidad de miembro del Foro de los Derechos Humanos, se sitúe junto a "los más interesados en fortalecer al gobierno, al Ejército, al Parlamento, a la entidad de justicia". Si las masas trabajadoras no arrancan de cuajo los 50 o más años de mamertismo, ni bajan a empellones del escenario a los farsantes, ni cierran filas en derredor de sus justos intereses, antagónicos a los de la coalición bipartidista liberal-conservadora, la revolución colombiana se empantanaría paradójicamente en una coyuntura tan propicia como la presente. El MOIR, para evitar semejante peligro, va a requerir al máximo poner en juego la energía, la capacidad y la disciplina de sus cuadros y militantes, los abnegados fogoneros de la causa revolucionaria.

El incontenible movimiento por la nueva democracia derrotará las contracorrientes portadoras de la confusión ideológica y del veneno conciliacionista, romperá con las arcaicas creencias de las centurias anteriores y enarbolará muy alto las ideas avanzadas de la cultura de los obreros y los campesinos.

 

Notas


1 Las palabras del general Vega Uribe las tomamos de El Espectador, noviembre 22 de 1978. Las del ministro Hugo Escobar Sierra, del mismo periódico, abril 30 de 1979.

2 El Tiempo, julio 31 de 1979.

3 Informe de la Procuraduría con el que se trató de desvirtuar que varios estudiantes detenidos hubieran sido torturados. El Tiempo, marzo 23 de 1979.

4 Alertando respecto a la solución "pacífica" o de fuerza que las clases dominantes cocinaban en el último año y medio de la administración López Michelsen, precisamos: "El imperialismo norteamericano y sus lacavos colombianos, que sienten pisadas de animal grande, barajan dos cartas: la de apuntalar hasta donde les fuere conveniente el mascarón de la democracia representativa burguesa, y en su defecto, la de auspiciar un golpe cuartelario que les facilite cuadrar cargas y efectuar un replanteamiento a mayor plazo. En cualquiera de esas disyuntivas el aspecto principal de la táctica de la reacción será inevitablemente el recrudecimiento de la represión y la negación de las libertades públicas". Tribuna Roja, primera quincena de febrero de 1978.

5 Alfonso López Michelsen. Testimonio final, Talleres Gráficos del Banco de la República, Bogotá, 1978. Págs. 104, 102 y 106, respectivamente.

6 Jaime García Parra. El Tiempo, julio 5 de 1979.

7 Enrique Santos Calderón. "Contraescape", El Tiempo, enero 28 de 1979.

8 "Documentos Testimonios Foro por los Derechos Humanos en Colombia", Fondo Editorial Suramérica, Sintrainscredial seccional Cundinamarca, Bogotá, 1979. Pág. 330.

9 El Espectador, 2 de abril de 1979. 10 Álvaro García Herrera, relator. "Documentos... "Citados, pág. 47. 11 Hernando Devis Echandía, relator. Ídem, pág. 111 12 Ídem, pág. 18 13 Ídem, pág. 328. 14 El Espectador, 2 de abril de 1979. 15 "Documentos... "Pág. 336. 16 El Espectador, 19 de abril de 1979. 17El Espectador, 2 de abril de 1979.

 
 
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