El fogonero

 

 

 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS II

(1977-1994)

 

 

11. APROVECHEMOS LOS PERCANCES

DE LOS ENEMIGOS

(Mensasje del Primero de Mayo)

 

Tribuna Roja No 38, mayo de 1981

 

De nuevo, cumpliendo una costumbre muy arraigada en el alma de la clase obrera, nos movilizamos a celebrar el Primero de Mayo, la fiesta internacional de los trabajadores. Y una vez más habremos de efectuar la conmemoración en medio de la inflamada contienda que adelantamos contra oportunistas y renegados, quienes saldrán, también, a las calles y plazas de los principales centros del país, a rivalizarnos el respaldo de la masa asalariada. A la que intoxican con sus embustes y perfidias. No obstante, en los últimos doce meses se han precipitado no pocos acontecimientos que fortalecen nuestra posición y debilitan la de los enemigos.

Los intentos totalmente frustrados de restaurar y embellecer la despótica democracia de la coalición burgués-terrateniente proimperialista en detrimento de las justas aspiraciones democrático-revolucionarias del pueblo colombiano, los fracasos de un terrorismo hirsuto y llevado a cabo en momentos de notorio reflujo de la revolución, la desbandada de los portavoces del reformismo y los infelices resultados de sus gestiones por amañar una alianza en torno a los requerimientos programáticos de la burguesía, el descrédito creciente de los revisionistas y sus fregonas al pretender pasar como “ayudas” los ardides y asechanzas del expansionismo soviético-cubano, en fin, los repetidos descalabros de las tácticas y concepciones no proletarias, coadyuvan a despejar el firmamento de los desposeídos y a que chorros de luz caigan sobre sus conciencias.

Hace más de cinco años que a los sectores avanzados del movimiento obrero colombiano se les extorsiona políticamente con una serie de chantajes.

Que si rechazan las formulaciones burguesas y defienden unos requisitos mínimos, de principio aunque no excluyentes, para la configuración del frente único de liberación nacional, serán los responsables de la división de “las izquierdas”. Que si refutan la nauseabunda literatura de las clases poseedoras acerca de los dones de la democracia oligárquica y supeditan la lucha por las libertades ciudadanas a los interese supremos de la causa revolucionaria, se colocan al lado de la fracción derechista del gobierno facilitando el golpe cuartelario. Que si no legitiman las felonías de los integrantes del llamado Consejo Nacional Sindical, secundando sus actos de calculada inconformidad, arruinan la unión de los sindicalizados. Que si denuncian los zarpazos del socialimperialismo soviético en América Latina, propinados a través de los mandatarios fantoches de Cuba y de sus áulicos, se confiesan partidarios del imperialismo norteamericano. Que si no respaldan las aventuras que se les vayan antojando a cualquier grupo de pequeños burgueses desesperados, ni saltan a campo abierto a desafiar en encuentros decisivos al régimen, quebrantando la línea de preservar y acumular fuerzas para las ocasiones propicias o las batallas masivas, se convierten de hecho en cobardes gobiernistas. Que si agitan las consignas del internacionalismo proletario, y entre ellas la de exigir el reconocimiento real y no de palabra de la autodeterminación de las naciones cual premisa básica de la armonía y la paz internacionales, renuncian a propulsar la revolución colombiana.

Un núcleo esclarecido de vanguardia, los moiristas, ha resistido con derroche de valor las cargas de artillería pesada de las más diversas contracorrientes, desde el trotskismo hasta el revisionismo contemporáneo, que han coincidido con los demagogos liberales en descalificar y apabullar los postulados de la clase obrera. Lo positivo de la situación actual radica en que, debido al desarrollo de las contradicciones, tanto fuera como dentro del país, cada día repercuten menos tales chantajes de la reacción escueta o encubierta. El porvenir de Colombia espera por el desenlace de este duelo ideológico y político.

Un buen número de luchadores populares acepta que al proletariado le corresponde la conducción del proceso. Pero muchos lo dicen a la ligera, sin detenerse a pensar qué significa semejante afirmación. ¿Puede interpretarse acaso como dirección obrera la supremacía de las falsas propuestas y los métodos equivocados de las vacilantes clases medias, así estas mantengan sus frecuentes enfrentamientos con los detentadores del Poder? ¿Lograremos conquistar la independencia y marchar hacia el socialismo de prevalecer el influjo nocivo de los revisionistas, cuya catadura de agentes del socialimperialismo los impele a trocar el vasallaje norteamericano por el soviético? ¿Cómo impedir que las mayorías expoliadas se atasquen en las marañas tendidas por la minoría expoliadora, si no les aclaramos a cada tramo que ningún derecho constitucional de la vetusta república liberal-conservadora suprimirá la esclavitud de los monopolios sobre la nación y las gentes de trabajo? Y, ¿cómo harán los asalariados para saber los derroteros y precisar las metas fundamentales de sus batallas, mientras no comprendan siquiera que toda democracia equivale a una dictadura de una parte de la población sobre otra, o confundan los objetivos democráticos de los ricos con los de los pobres? Indudablemente a la opresión no la derrocaremos con los criterios prestados a los opresores. Por eso Lenin, fiel heredero de los padres del socialismo científico y artífice de la primera revolución proletaria, insistía tanto en que “la lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase hueca o un engaño”(1).

Para nosotros esta axiomática verdad resulta aún más imperativa si tomamos en cuenta dos factores claves. El uno, que la revolución colombiana, de acuerdo con la estructura económica, guarda en su presente etapa un carácter democrático-burgués de liberación nacional, y, por ende, la burguesía disfrutará durante harto tiempo de considerable ascendiente y bregará por disputarle el timón de la nave al proletariado. El otro, que propugnamos liberarnos del yugo del imperialismo norteamericano bajo unas circunstancias internacionales especiales, determinadas por la traición de Moscú a sus tradiciones comunistas, por el descenso de la vieja superpotencia y el ascenso de la nueva y por la iracunda riña entre ambas en procura del control mundial, lo cual les permite a los revisionistas posar de portadores de los anhelos independentistas del pueblo, cuando sólo buscan que Colombia varíe de dueño.

Las dificultades que hemos soportado obedecen precisamente a la ola reformista capitalizada por el revisionismo. Y de ahí que recibamos con palmas las noticias que registran la quiebra de los planes de esquiroles y tránsfugas. Con el reciente relevo del alto mando en Washington, el acentuamiento del saqueo imperialista, la bancarrota de la economía nacional y la agudización de la represión, se pone en evidencia que ninguna reforma, ningún “pacto social”, ninguna amnistía, ninguna fórmula contemporizadora podrá resolver los graves trastornos del país. Lo que se anuncia son otras rachas de impuestos, de alzas, de violencia oficial, y las soluciones revolucionarias tendrán obviamente que abrirse camino debido al cariz que van adquiriendo las cosas. Con la ocupación de Afganistán y los demás criminales atropellos cometidos en Indochina, Angola, Etiopía, etc., incluidos los amagos de invadir a Polonia, todos casos demostrativos de su vandalismo internacional y de sus ambiciones hegemónicas, la camarilla moscovita ha terminado desnudándose ante la faz del orbe y corroborando que sus chalaneos sobre la “distensión”, el desarme, la paz, encierran vulgares engañifas en las que ya muy pocos creen. Queda visto no solo que el mundo corre apresuradamente hacia la tercera conflagración general, sino que el odio desaforado que a la Unión Soviética le inspiran los Estados Unidos se explica por el desmedido amor que aquella siente por los dominios neocoloniales de éstos.

Las condiciones nos serán benignas para impedir que las tendencias unitarias de las masas populares sigan usándose en ganancia del anacrónico democratismo del puñado de lacayos dominantes, o que las ansias de soberanía de la nación exploten en beneficio de los sórdidos proyectos contrarrevolucionarios y antipatrióticos de los agentes del expansionismo ruso, tal cual ha sucedido hasta la fecha. Un partido obrero, digno de dicho nombre a la altura de su misión, como el nuestro, tendrá que responder siempre a las necesidades vitales de los expropiados y oprimidos y actuar acorde con las fluctuaciones de la lucha de clases, acaecidas igualmente en la esfera nacional que en la internacional. Los oportunistas, a la inversa, disfrazan de proletarios los designios burgueses, y hacen caso omiso de las circunstancias históricas y políticas. Para ellos lo importante ha sido la unidad por la unidad, no interesándoles a quién le sirva. Todo lo reducen a una fabulosa querella, en abstracto, entre el socialismo y el imperialismo, sin parar mientes en los factores concretos de tiempo y de lugar en que aquella se efectúa.

No hay mejor día que hoy para recapacitar sobre cómo el movimiento comunista de los diversos países ha transcurrido por épocas, etapas, periodos, fases y momentos muy distintos. Aunque su mira fue, es y será la eliminación del capitalismo y con él la abolición de todas las formas de propiedad privada de los medios de producción, sus gestas han encarado los más disímiles problemas ideológicos, políticos, económicos y militares, según los adversarios y retos surgidos a lo largo de su desarrollo.

Cuando los trabajadores de Chicago, ese primero de mayo de 1886, rubricaron con su sangre la exigencia de las ocho horas de jornada laboral, la sociedad capitalista hallábase en tránsito hacia su estadio final, el imperialismo. Empezaban a perderse a lo lejos los rasgos distintivos de la libre competencia y de la edad juvenil de la burguesía, en que ésta capitaneó las insurgencias democráticas de obreros y campesinos contra el feudalismo moribundo. Ya no era solo la Rusia zarista, como lo advertía Marx a mediados del siglo XIX, el mayor peligro de la libertad universal, sino que otras potencias, frente a Inglaterra, como Francia, Alemania y Estados Unidos, emergían pujantes y arrogantes, dispuestas asimismo a extender sus tentáculos colonialistas por doquier y a edificar su propio imperio.

Habían madurado los elementos de la revolución socialista, pero el proletariado debería batirse a muerte para no dejarse arrastrar por el aluvión chovinista de los grandes emporios que a la postre se enzarzaron en la guerra del 14. A diferencia de los comuneros del París de 1871, que no gozaron de una coyuntura europea aprovechable, los bolcheviques rusos se valieron magistralmente de las extenuantes hostilidades entre los bandidos imperialistas para realizar y consolidar la gloriosa Revolución de Octubre de 1917.

La guerra del 39 trajo consigo un realinderamiento de las fuerzas a escala mundial y demandó de una estrategia adecuada a tales alteraciones. El único Estado socialista existente promovió, a objeto de contener la amenaza nazi, la coalición más amplia de que hubiera memoria, que involucró a los contrincantes del fascismo sin excepción alguna, desde los proletarios de las metrópolis capitalistas, los pueblos y mandatarios de las colonias, hasta las burguesías de los imperialismos occidentales y que obtuvo una aplastante victoria. Otro modelo de ágil y aceptada captación de las incesantes mutaciones que va consignando la historia. En los últimos 20 años hemos presenciado notables cambios, muchos de los cuales sin antecedentes, como la conversión de la URSS en el más tenebroso bastión socialimperialista, cuya ofensiva bélica por el apoderamiento del globo la emprendió a partir de la ocupación militar de Angola, en junio de 1975. El campo socialista se desmembró y los países del Pacto de Varsovia, comprendidos Viet Nam y Cuba, pasaron a ser meros planetoides del nuevo sol imperial. Mientras tanto la superpotencia del Oeste comenzó a hundirse inexorablemente en el ocaso, está acorralada y obligada y pelear por la subsistencia con todos los medios a su alcance.

A nosotros, los moiristas colombianos, nos compete persistir en la brega ateniéndonos a las características internas y externas, generales y particulares del trascendental momento que vivimos. Combatimos en una hermosa porción de un inmenso Hemisferio sojuzgado, tras la liberación nacional y las transformaciones democráticas preparatorias del socialismo, en el marco de la bárbara rebatiña de las superpotencias por los bienes ajenos y en una fase de reflujo y de preponderancia del revisionismo contemporáneo, la peor de las manifestaciones del oportunismo. ¡Obremos en consecuencia! No cedamos la dirección del frente único a los reformadores burgueses. Utilicemos las contradicciones inter imperialistas y los percances de los oportunistas para encauzar a las masas por el rumbo correcto. Cuidemos de nuestros destacamentos todavía débiles y no nos dejemos provocar de quienes pretenden lanzarnos extemporáneamente a choques frontales. Trabajemos duro para que el auge revolucionario, que se siente venir con sus resuellos de gigante, nos halle en capacidad de responder a sus múltiples recomendaciones y tareas. ¡Tejamos la red para que la subienda no nos coja con las manos vacías!

 

Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR)

Bogotá, 1º. de mayo de 1981

 

Nota

(1). V.I: Lenin. “El programa militar de la revolución proletaria”. Obras Completas, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970. Tomo XXIV, pág. 88.

 

 
 
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