FRANCISCO MOSQUERA
OTROS ESCRITOS II
(1977-1994)
17. EL MOIR NO PUEDE SILENCIARSE
NI SUSTRAERSE
AL DEBATE ELECTORAL
Discurso de Francisco Mosquera el 16 de abril, en el Salón Boyacá del Capitolio Nacional, durante la promulgación oficial del dirigente del MOIR Marcelo Torres, como candidato a la presidencia de la República para el período 1982 -1986. Tomado de Tribuna Roja No 43, mayo de 1982.
Queridos compañeros y amigos:
Cuando determinamos en 1972 concurrir por primera vez a la justa electoral,
éramos un Partido en ciernes, no mayor de ocho o nueve centenas de
miembros y relegado a escasas poblaciones de unos cuantos departamentos.
Al tenor de una serie de consideraciones de principio rompimos autocríticamente
con la abstención, el último lazo que aún nos ataba
a las posiciones extremo-izquierdistas, de las que nos veníamos apartando
de manera progresiva y tras agudas luchas ideológicas, desplegadas
tanto dentro como fuera de nuestras filas. La abstención encarna
la consigna predilecta con que las sectas del anarquismo han renegado siempre
de toda actividad política. Nosotros habíamos aprendido ya
del marxismo y de las costosas experiencias de la década del sesenta,
que la revolución no empieza por los grandes estadillos, los cuales,
cuando llegan, constituyen el acto final del largo drama de acumulación
de fuerzas y de convergencia de factores favorables, y no el producto inmediato
de las proclamas de quienes se arrojan a derrumbar los poderes establecidos
con acciones descabelladas y con el único concurso de un puñado
de insurrectos.
Empero, para ir a elecciones, como para emprender el resto de las múltiples y ricas manifestaciones de la lucha política, han de resolverse antes el cómo y el con qué hacerlo. Los militantes más antiguos recordarán que en aquel entonces, no obstante el MOIR haber desbrozado unas pautas básicas tendientes a garantizar un uso adecuado de esta modalidad de combate y a precavernos contra el “cretinismo parlamentario”, no teníamos ni la más remota idea acerca de los trajines de la tarea que íbamos a cumplir y carecíamos de cuadros avezados, dirigentes reconocidos y oradores convincentes. Aunque persistan varias de nuestras deficiencias del inicio, al cabo de un módico lapso de diez años, no somos propiamente unos principiantes en materias comiciales, así no consigamos evitar el estancamiento y hasta la disminución del modestísimo número de nuestros votantes. No ignoramos la ley del embudo que rige a tales torneos montados y manipulados por la minoría oligárquica y sabemos plenamente hasta dónde sacarles provecho. Hoy no vamos ahora a sumar a la autocrítica de 1972 una nueva, la de 1982, que sería en sentido inverso, por intervenir en la lid electoral y obtener unos guarismos que no difieren mucho de los contabilizados en las otras cinco oportunidades en que hicimos campaña. En una nación donde sufragan alrededor de cinco millones de personas, cifras de 50 ó 30 mil votos en ningún caso dejan de ser ínfimas. Desde este punto de vista nos han vencido una vez más, pero no nos hemos equivocado. En la historia del movimiento obrero existen desde luego ejemplos de fracasos acaecidos por errores que a su tiempo merecieron examinarse y enmendarse; más la derrota que acaba de propinarnos el monopolio de enconados enemigos no obedeció a yerro alguno nuestro, ni se trata de un desastre del cual no logremos emerger indemnes y dispuestos a conquistar victorias infinitamente más significativas que las otorgadas por los escrutadores de la Registraduría. Comparado con los anteriores, el debate que culminamos el 14 de marzo no vacilo en calificarlo de magnífico, no solamente por el contenido sino por la forma.
Asumimos, junto a los demás componentes del FUP, la defensa de los intereses de la nación y del pueblo, en pugna abierta contra quienes promueven y usufructúan el desvalijamiento del país y contra quienes desde la oposición siguen considerando viable el bienestar de los desposeídos dentro de la sociedad neocolonial y semifeudal, si se introducen unos cuantos arreglos en la fachada del orden prevaleciente. No suscribimos acuerdos que implicasen ocultar nuestros planteamientos o reverdecer las ilusiones en torno a cualesquiera de los troncos podridos o las casas dinásticas en que se hallan parcelados los partidos tradicionales. Denunciamos el comportamiento artero del Partido Comunista y sus socios que, en el afán por allanarle el camino en Colombia a la expansión soviética, combinan el aventurerismo liquidacionista con la conciliación de clases. Clarificamos por qué la necesaria unión de las inmensas mayorías de explotados y oprimidos únicamente podrá erigirse sobre la base de las posiciones democráticas y patrióticas de la revolución, y jamás sobre los falsos fundamentos de reencauchar el viejo despotismo, o instaurar uno nuevo, igualmente antinacional y antipopular. En fin, libramos la batalla, sin dar ni pedir tregua y afrontando las iras de los mandamases, un pecado imperdonable que purgamos a las cuatro de la tarde de ese segundo domingo de marzo.
De otra parte, nunca habíamos observado una vinculación tan diligente y fervorosa de la militancia entera y de las organizaciones del Partido a unos comicios como la presenciada en estos últimos. Aumentamos el número de los comandos y de las concentraciones públicas. En muchos sitios se efectuaron correrías seccionales mientras transcurría la gira nacional. Dentro de las comprensibles limitaciones, atendimos oportunamente los gastos crecientes de la faena electoral, con fondos recolectados en diversos y masivos actos de finanzas y con aportes del decuplicado grupo de personas simpatizantes. Cabe destacar la presencia activa de las mujeres que acometieron por su cuenta y riesgo la convocatoria de varios eventos femeninos, circunscritos a Bogotá, pero sin antecedentes en los anales partidarios. Algo parecido hay que decir de la Juventud Patriótica. Los intelectuales dictaron conferencias y elaboraron materias sobre temas de candente actualidad, superando también, por la cantidad y la calidad, sus contribuciones del pasado. Los artistas, particularmente los integrantes de los conjuntos teatrales y del Son del Pueblo, se esmeraron en que sus obras fueran un efectivo complemento para la movilización y orientación de los electores. Los obreros, a la par que las agrupaciones de masas dirigidas por el Partido, como Sinucom, se doblaron en los empeños por acercarse a instruir a las gentes, registrarlas en sus respectivas zonas e inducirlas a votar. Hubo asimismo progresos en cuanto a la atención de los profusos asuntos propios de la campaña, gracias a una mejor y más racional división del trabajo que permite poner en juego la iniciativa de los compañeros en los diferentes organismos y comisiones. No pretendo sostener que tales logros configuren un fenómeno general ya que la evolución dispareja del MOIR, tan notoria de una región a otra, lo hace imposible. Sin embargo, no es menos cierto que el relato hecho de los métodos empleados y de las innovaciones implica una cualificación del Partido, un modelo para el futuro inmediato y para las otras ocupaciones revolucionarias.
De lo anterior se desprende que no atribuiremos la baja votación a vacíos o a lunares de la línea trazada por las distintas reuniones plenarias de la dirección y que, por el contrario, perseveraremos en ella hasta verla triunfante. Tampoco buscaremos motivaciones internas para el suceso, puesto que pusimos a prueba nuestro engranaje organizativo y respondimos al compromiso en un ambiente de armonía y de plena identificación partidarias.
Al abocar el balance no podemos olvidar dos elementos bastante concluyentes. El primero, la debilidad manifiesta de nuestras fuerzas a las que a pesar de su paulatina extensión a través del territorio patrio, aún les falta profundizar su ligamiento con los sectores estratégicos de la población, primordialmente los obreros y los campesinos, lo cual sólo será cosecha de un trabajo duro, constante y prolongado. El segundo elemento consiste en la manera como se halla reglamentado y opera el sistema electoral colombiano, repleto de disposiciones retrógradas e inicuas. Todo, las condiciones de inscripción, la obligación de imprimir las listas y empacarlas en sobres, el papel de los jurados, los mecanismos atrasados de computación y vigilancia de escrutinios, la composición de la Corte Electoral, las presiones y las coacciones a los electores el día de la votación, absolutamente todo, está calculado para que los representantes políticos de las clases sojuzgadas no tengan ni la menor probabilidad de éxito; sin agregarle el resto de ventajas naturales, los propugnadores del régimen, que gozan a cántaro de las partidas procedentes del erario, reciben la protección de alcaldes y gobernadores y disponen de una tupida red de funcionarios que actúan de activistas y cuya estabilidad en los empleos la decide el veredicto de las urnas.
Con el incremento del poderío estatal, al mandatario de turno le va quedando cómodo y sencilla la designación de su sucesor, por encima incluso del parecer y del sentir de granados segmentos de la misma coalición bipartidista dominante. Pese al repudio colectivo que despiertan los recuerdos aún frescos de las calamidades del “mandato de hambre” y pese a la división liberal y a la cruzada de desprestigio que durante meses encabezaron en contra suya los no leídos diarios del país, al señor López Michelsen candidato del continuismo, le recolectaron cerca de dos millones y medio de papeletas, en una apabullante demostración de que la mancomunidad de la gran burguesía financiera, mercantil y burocrática y los grandes terratenientes imponen al antojo su vitalidad sobre el resto de los colombianos. Allí, donde la influencia de los caciques y gamonales se enseñorea rampante sobre la vida y los bienes de los ciudadanos, el reeleccionismo decidió ampliamente a su favor la pelea. El espectáculo que dejaron aquel día los heraldos de la vieja democracia fue algo afrentoso. Para conseguir los votos, simplemente se compran, o se recurre a fundar barrios y a abrir vías, repartir becas, etc., sin desdeñar por supuesto la amenaza directa o el chantaje económico. Con estos procedimientos se legitiman ante coterráneos y extranjeros los sucesivos regímenes del estado de sitio, del estatuto de seguridad y de la justicia castrense.
Los sufragios representan pues uno de los sustentáculos capitales de la dictadura oligárquica pro-imperialista vigente. Y para las fuerzas revolucionarias colombianas, que no echan mano de los artificios de la reacción para reclutar adeptos, ni aspiran a congraciarse con las disidencias reformistas de las clases explotadoras, ni se acogen al abrigo de la gran prensa, las elecciones no tipifican ciertamente la arena ideal para abatir a unos contrincantes que ostentan todas las prelaciones y tienen previamente asegurados los lauros de la contienda.
¿Por qué entonces nos empecinamos en nadar contra la corriente reivindicando una categoría de luchas cuyos desenlaces numéricos dan pábulo a nuestros detractores para especular en torno de nuestras perspectivas cercanas y lejanas? Porque, con todo, merced a esta brega hemos hecho gala de notables avances, igual en el plano del desarrollo de la teoría revolucionaria que en el de la extensión orgánica, consecuciones de las que no informan ni nos importa que informen los gacetilleros de El Tiempo y El Espectador. Cuántas veces habremos escuchado la queja de labios de amigos y adversarios referentes al alcance, excesivo según ellos, que le concedemos a dichos ajetreos. Sin embargo, la expansión de nuestras huestes por la geografía nacional y el entronque con considerables fragmentos de la opinión se los adeudamos en parte al hecho de haber realizado, cada dos años, seis campañas consecutivas. El vernos obligados a encarar las cuestiones de la construcción del frente unido y de la sistematización de sus normas más especificas, se lo debemos también en buena medida a los manes del sufragio, ya que, por las peculiaridades de Colombia y del periodo histórico, es durante los comicios y no en otro momento cuando resaltan con mayor acucia los problemas del funcionamiento de las alianzas y de las relaciones con los aliados. No ha sido fruto del capricho de nadie que con la aproximación de las elecciones, y por la endeblez de los partidos contrapuestos al bipartidismo tradicional, se reaviven las controversias y los contactos concernientes a la unidad de la izquierda, siendo que sus protagonistas casi siempre se exhortan mutuamente sobre la necesidad de que los convenios rubricados superen el estrecho horizonte de lar arcas lacradas. Tampoco es gratuito que en el transcurso de un debate electoral concentremos todas las energías de la militancia, hagamos los mayores esfuerzos financieros y le demos una o dos vueltas al país, congregando manifestaciones, pronunciando discursos y arremetiendo por doquier con nuestras tesis contra las ignominias de la reacción y sus acólitos, con un ímpetu y en una amplitud no muy frecuentes en otros menesteres. Sucede que en tales ocasiones, no obstante las cortapisas antidemocráticas anotadas, se agita la atmósfera nacional, las gentes se tornan un tanto receptivas, bulle la marmita de la política, y un partido proscrito como el MOIR, que finca su gloria en el despertar de las masas esclavizadas, no puede silenciarse ni sustraerse a la polémica; debe subir a cualquier tribuna que se le permita y decir sus certezas en medio de la sociedad descompuesta, así tenga que pasar por el escarnio de que prácticamente lo desaparezcan de los alambicados boletines de recuento de los registradores nacionales, departamentales y hasta municipales. Mañana seremos nosotros quienes nos burlemos de ellos.
Por ahora, conforme a nuestra posición de hombres y mujeres de principio y sorteando las ingentes dificultades, proseguiremos en el proceso eleccionario. Para lo cual hemos acordado la candidatura presidencial del camarada Marcelo Torres. Con el emblema de su promisoria juventud pregonaremos a los cuatro vientos cuanto piensan y ejecutarán los paladines de la nueva Colombia en el cometido innegable de cincelar el brillante destino de las generaciones venideras.
No nos resignamos a trocar el papel de actores por el de simples espectadores de la disputa entre el candidato reeleccionista y sus rivales, auspiciados principal y correspondientemente por el pastranismo, el llerismo y el revisionismo. Superados los tropiezos, volvemos a la carga para alertar a las masas que se aglutinen a escucharnos acerca de las contradicciones reales y aparentes de esas cuatro sotas de la baraja oportunista. Si se confirman todos los pronósticos, López Michelsen y su compinche secreto Álvaro Gómez terminarán ganando la partida y distribuyéndose el fabulosos botín de un billón y medio de pesos, o más, que es lo que valdrán las apropiaciones presupuestales durante el ejercicio de la próxima administración. Consolidarán la labor comenzada desde 1974 de entregar el país inerme a las garras de los monopolios imperialistas; colmarán de más garantías a los especuladores y agiotistas del capital financiero; insistirán en someter a la quebrada producción nacional a la competencia ruinosa de las mercaderías importadas; intentarán dispensarle carta de ciudadanía al narcotráfico, o por lo menos ampliarán la “ventanilla siniestra”; beneficiarán como nunca a la clase terrateniente, a los pulpos urbanizadores, a los magnates de la Federación de Cafeteros, mientras pedirán a las clases laboriosas que se aprieten un punto más el cinturón en aras del bienestar colectivo. En materia de orden público, el dilema lopista de “paz o represión” lo resume todo. Como la situación de penuria del pueblo llegará a extremos insostenibles y el descontento brotará a flor de tierra, se pondrán en todo su vigor las medidas punitivas de excepción contempladas en la carta constitucional, a pesar de los alegatos jurídicos de los ex magistrados del Comité de los Derechos Humanos y al margen de que los decretos de amnistía se cumplan o no se cumplan. Y en cuanto al chiste de afiliar el Partido Liberal a la Internacional Socialista de Willy Brandt, se trata del toque progresista del continuismo, encaminado a impresionar a los electores remisos y resentidos y a tender puentes con suficiente antelación con la autodenominada oposición democrática. Esta es, en pocas palabras, digamos la consubstancialidad de la tendencia que acaudilla el consentido de la Handel.
En cambio Galán Sarmiento, el pupilo de Carlos Lleras, encarna los anhelos de los sectores liberales burgueses más aristocráticos desalojados del mando y que aceleradamente han perdido ascendiente en el mundo de los negocios, y por tanto en el resto de los ámbitos de la esfera social. Buscan la revancha a como dé lugar, pero su máxima satisfacción se reduce a sacar a la luz desde la gran prensa las iniquidades de quien, con la colaboración de Turbay Ayala, los venció en 1974, 1978 y ahora el 14 de marzo. Su principal inconsecuencia, así como el fondo retardatario de su doctrina, radica en soñar restablecer, en la época del total dominio del capital financiero y de los monopolios sobre la vida de país, las relaciones económicas y las costumbres políticas anteriores a esta época. Aunque se conduelen del estado lamentable en que se debate la industria, no se atreven a exigir la erradicación de las talanqueras que provocan su marchitamiento. Proponen frenar la concentración de la riqueza mediante los hipotéticos controles estatales sobre los consorcios financieros y la todavía más hipotética democratización de las sociedades anónimas. Nada piden eliminar aun cuando desean moralizarlo todo; los contratos de asociación con el imperialismo, el agio y la usura, el tráfico de influencias y de narcóticos, el Parlamento y hasta la compra de votos. En la encerrona en que se encuentran verían con gusto una eventual presidencia del Partido Conservador, con cuyo candidato los identifican muchas inquietudes y sinsabores. De vieja data ha operado el entendimiento tácito del llerismo y el pastranismo; sin embargo, ninguna de estas dos alas languidecientes de las colectividades tradicionales está en condiciones de detener la tenaza tapada de los dos delfines, no sólo porque carecen de los instrumentos del Poder, sino porque a menudo contienden desde posiciones más atrasadas que las del imperialismo y sus intermediarios.
Y el señor Molina, que acaba de plantear por la pantalla chica la meta de reconciliar a la nación con el ejército del régimen y que le sugiere a la izquierda criolla convertirse en el portaestandarte de la jurisprudencia, es el personero de última hora de la contracorriente que le ha hecho más daño a la revolución colombiana, el mamertismo. Las mentiras para tornarlas creíbles han de adobarse con verdades. Y esta agrupación ha sido experta en colocarle siempre un pero a las causas más caras del pueblo colombiano. Propicia la liberación de Colombia de la coyunda norteamericana pero para que caiga en las zarpas del social imperialismo soviético. Aboga por la dirección del proletariado pero en no pocos objetivos programáticos marcha a la zaga de la burguesía. Censura las expresiones anarquistas, pero cuando no le convienen. Combatió el “mandato de hambre” pero desde luego le descubrió “lados buenos”. En la actualidad, para rehuir la represión, les hace el juego a los postulados seudo democráticos de los reformadores liberales y conservadores, alentando el trajinado pacto social entre los representantes del trabajo, el capital y el Estado, como una panacea a las tensiones, a los choques armados y a la intranquilidad reinante. De ahí que la consigna por la paz se volviera el tema de moda de esta campaña, con sendas interpretaciones según los candidatos, más con el agravante de que queda la perniciosa creencia de que aquella, junto a las demás mejoras de carácter social, será factible alcanzar tras un diálogo constructivo y no obstante la honda crisis que sacude a la sociedad colombiana. En virtud de esa forma ladina de interpretar la política, el candidato de los revisionistas fue bien recibido por la crítica gazmoña de la gran prensa; y al propio profesor Molina se le ha visto retratado en las páginas de los periódicos, celebrando convenios internacionales del gobierno, o inaugurando obras públicas en compañía del alcalde Durán Dussán. Y si a semejantes veleidades del historiador de cabecera del Partido Liberal agregamos sus reiteradas, benévolas e indulgentes declaraciones sobre unos y otros de los restantes aspirantes a la Presidencia, se deducirá por qué cunde la confusión entre las masas que no captan mayores diferencias entre los consejos de la izquierda y las consejas de la derecha, factor no insignificante en la manifiesta desproporción de los guarismos de marzo.
Nos asiste la razón cuando insistimos en que el pueblo no forjará nunca su unidad en la fragua del oportunismo. Nosotros advertimos con bastante anticipación que atravesaríamos el desierto antes que plegarnos a las condiciones antidemocráticas y antinacionales de los revisionistas pro soviéticos, y en el Foro de Pereira de septiembre de 1979, llamamos a los integrantes del FUP a prepararse para lo peor; sin embargo, quienes corrieron a coligarse alrededor de la componenda reformista, ¿a qué disculpas recurrirán ahora para justificar los descalabros de sus volubilidades? En por lo menos una decena de departamentos, los fundadores del bautizado Frente Democrático llevaron a efecto acuerdos con el movimiento de Galán, avalando las concepciones de éste y con el único requisito de que los ubicaran en las listas. Después de cerca de ocho años de acerbas disputas con nosotros, desde el rompimiento de la UNO a finales de 1974, ahí vino a desembocar la alharaca unitaria del Partido Comunista, en darle apoyo sin beneficio de inventario al llerismo, no una de las nuevas sino de las más rancias tendencias del liberalismo colombiano.
Sobra reiterar que continuaremos sosteniendo, además de las normas democráticas de funcionamiento del Frente, nuestras propuestas de unión basadas en la más íntegra y cabal independencia de Colombia ante todos los amos extranjeros, y en la implantación de la auténtica democracia de las clases revolucionarias, cuyo primer mandamiento consiste en la supresión de la vieja dictadura oligárquica.
La jornada que vamos a emprender, queridos compañeros y amigos, será excepcionalmente penosa. No obstante, entre los innumerables inconvenientes que habremos de superar, contamos de nuestra parte con dos hados propicios. Uno, la experiencia y la decisión de las bases del FUP para suplir con pericia y capacidad de trabajo la cortedad de los recursos. Otro, la inteligencia, la abnegación y la entereza de Marcelo Torres, prenda inigualable de que saldremos airosos de la prueba.
¡Que no se diga nunca que no arrostramos todos los riesgos en el intento de ayudarle a abrir brecha a la revolución colombiana!
En México, antes de la llegada de los conquistadores, habitaba un pueblo primitivo, los teotihuacanos, que tenían por costumbre, en aquellos períodos del año cuando las noches son más largas y las sombras se extienden por más tiempo sobre la faz de la Tierra, elevar sus plegarias y hacer sus ofrendas para que el sol volviera al otro día a nutrir con sus rayos los prodigios de la creación. Nosotros, en esta prolongada noche de la esclavitud, haremos también nuestros sacrificios para que el sol de una nueva independencia vuelva a iluminar a Colombia.
Muchas gracias.