MOIR Unidad y Combate
17. CARTA ABIERTA DEL MOIR AL PARTIDO COMUNISTA DE COLOMBIA
Carta abierta enviada por el Comité Ejecutivo Central del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario al Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista de Colombia. "TRIBUNA ROJA", No. 16, septiembre 12 de 1975.
UNA POSICIÓN
CONSECUENTEMENTE UNITARIA
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Compañeros del Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista de Colombia:
En la última reunión bilateral del MOIR y el Partido Comunista se pusieron sobre la mesa de trabajo dos problemas inquietantes: el porvenir de la Unión Nacional de Oposición y el porvenir de la unidad del movimiento sindical independiente. Ustedes indagaron nuestro concepto acerca de estos dos asuntos. Nosotros expresamos en dicha reunión la decisión de agotar los medios al alcance con el propósito de superar los escollos y salvar un proceso unitario que lleva ya tres años y que irrumpió en la escena política del país anunciándose con los mejores augurios para las luchas revolucionarias del pueblo colombiano. No obstante, solicitamos entonces de ustedes un tiempo prudencial para dar una respuesta que englobara la situación en su conjunto y al mismo tiempo comprendiera aquellos puntos que merecen examinarse y discutirse, teniendo en cuenta las contradicciones que a cada momento brotan entre el MOIR y el Partido Comunista, ahondando los antagonismos y debilitando la alianza.
Hemos pensado que debido a la complejidad de las cuestiones a tratar y a la importancia que indudablemente tienen para la revolución colombiana, bien valía la pena consignar por escrito nuestras opiniones. Como la dirección del Partido Comunista, a través de sus órganos de expresión, ha publicado sistemáticamente sus particulares criterios alrededor de antiguas y recientes discrepancias con el MOIR y ha dado a conocer su propia versión de los acontecimientos, no nos queda más remedio que refrescar la memoria con un poco de historia, tocar viejos y nuevos temas, y hacerlo también públicamente. En tal forma, con la presente carta abierta pretendemos cumplir ese cometido.
En artículos de prensa y en documentos oficiales del Partido Comunista se ataca permanentemente al MOIR con acusaciones y comentarios de esta naturaleza “...en 1973 el MOIR ingresa a la UNO después de haberle dado muchas vueltas”[1] “Condenan todo contacto con la ANAPO por considerarla ‘el peor obstáculo contrarrevolucionario’. Pero al mismo tiempo, tienden puentes hacia ese partido”[2]. “La Tercera Convención de la UNO, replicando a quienes consideraban esta alianza como un mero acuerdo electoral, declaró que ‘ha surgido un frente de fuerzas revolucionarias y populares, con un programa de nueve puntos, cuyo objetivo final es abrirle el camino a Colombia hacia el socialismo’”[3]. “...en relación con la unidad popular y concretamente con la UNO, el MOIR viene solicitando su ‘radicalización’. ¿Qué entiende el MOIR por ‘radicalizar a la UNO’? Entiende que ésta se convierta en un ‘bastión inexpugnable’ al cual sólo tengan acceso ‘los verdaderos revolucionarios’ ”[4].
De las citas extractadas, escogidas casi al azar de la copiosa literatura destinada por ustedes con más apremio que juicio a convencer a sus seguidores de que no es el MOIR sino el Partido Comunista quien posee la verdad verdadera en materia de uniones y desuniones, se desprende que lo que realmente está en controversia es la comprensión de todo el proceso unitario, desde cuando vio su luz primera hasta hoy, así como la concepción misma del frente de liberación nacional. Como se ve, la polémica se extiende al nacimiento de la UNO y a sus tropiezos iniciales, pasa por la función que representó la ANAPO durante este periodo, o mejor, por la función que no desempeñó, se detiene en las disquisiciones para definir a qué tipo de alianza corresponden los compromisos adquiridos y concluye en el tema de mayor actualidad: el rumbo y la dinámica que deben imprimírsele a la Unión Nacional de Oposición. Emprenderemos, por consiguiente, un recorrido por los más destacados episodios del proceso unitario, ciñéndonos al máximo a su sucesión cronológica y documento en mano.
Creemos que contribuir a esclarecer asuntos tan estrechamente vinculados a la lucha revolucionaria colombiana de los últimos años, podrá contribuir a la vez a despejar los oscuros nubarrones que amenazan la Unión Nacional de Oposición, o al menos ayudará a que el debate ideológico y político se limite fundamentalmente al análisis de la práctica vivida y de los planteamientos esgrimidos por cada dirección en cada ocasión para justificar su conducta, y queden sin validez los intentos de empantanarlo todo en una reyerta de invenciones, intrigas y consejas. El peor servicio prestado a la unidad del pueblo es pretender ocultar los problemas o velar las diferencias cundo unas y otras se nos presentan como enormes y tentadores desafíos. El primer paso para vencer las dificultades es empezar reconociéndolas. Y “al toro hay que cogerlo por los cachos”.
Dividiremos la jornada en dos grandes etapas: antes y después de las elecciones del 21 de abril de 1974, en viejas y nuevas contradicciones. En las primeras, veremos lo referente al origen de la UNO, la explicación del fenómeno anapista, el carácter de la alianza y, para rematar, las condiciones y principios del frente único revolucionario en Colombia. En las segundas, trataremos sobre las discrepancias motivadas a raíz del surgimiento de la tendencia conciliacionista promovida por Hernando Echeverri y sobre las encontradas interpretaciones acerca del gobierno de Alfonso López Michelsen. En temas aparte nos remitiremos a la cuestión de la unidad del sindicalismo independiente y a la cuestión de las divergencias en torno del movimiento comunista internacional. En una palabra, compendiaremos en la forma más completa posible nuestro pensamiento, en relación con aquellos puntos en los cuales ha habido discrepancias de enfoque y de principio entre el MOIR y el Partido Comunista y que han influido notoriamente en el resquebrajamiento del proceso unitario.
PRIMERA PARTE: VIEJAS CONTRADICCIONES
POLITICA DIAFANA, CONCRETA Y FIRME
El Partido Comunista ha dicho que “en 1973 el MOIR ingresa a la UNO después de haberle dado muchas vueltas”, insinuando que nosotros teníamos una actitud inconsecuente desde un comienzo. Ustedes no pueden tener tan mala memoria para olvidar así como así las razones por las cuales el MOIR no ingresó a la UNO hasta 1973. Nuestro partido propicio las reuniones preliminares e intercambió opiniones con las otras fuerzas políticas sobre la necesidad de conformar un frente que permitiera a las organizaciones interesadas concurrir con ciertas opciones de éxito a las elecciones de 1974. Y participó en la asamblea del Capitolio que prácticamente fundó la Unión Nacional de Oposición, el 22 de septiembre de 1972. Pero hubo un obstáculo, el primer gran enfrentamiento entre ustedes y nosotros en este proceso: la obcecada posición del Partido Comunista a que el frente electoral en ciernes se constituyera con la Alianza Nacional Popular, proposición que el MOIR veía irrealizable, a no ser que se hicieran concesiones demasiado costosas y se diluyera campaña, frente, programa y todo en una amalgama oportunista sin ton ni son. No se trataba, desde luego, de dirimir si era deseable conformar un frente amplio o pequeño. Se trataba de comprender que no había condiciones para que un movimiento como ANAPO, decadente y descompuesto, corroído por el cretinismo y que no daba señales de querer soltar las amarras que lo atan al sistema, pudiera ingresar de pronto a un frente que aspiraba enarbolar un programa revolucionario. Sólo cuando ustedes abandonaron esta idea carente de piso material, cosa que hicieron después de agotar todos los procedimientos, desde los más públicos hasta los más privados, y de comprobar que en realidad no existía la más remota probabilidad de entendimiento con la ANAPO, se hizo viable un acuerdo del MOIR con el Partido Comunista con miras a una campaña electoral conjunta, y sólo entonces se puso a marchar en serio a la Unión Nacional de Oposición.
Hasta dónde
los moiristas en 1972 comprendían la situación y preveían
los requisitos que harían factible una alianza electoral de izquierda
para 1974, se demuestra en los siguientes apartes tomados de “TRIBUNA
ROJA”:
“La estrategia reaccionaria es clara: la promulgación indefinida
de la Gran Coalición del Frente Nacional. (...) La alternación
termina en 1974, pero el presidente que salga elegido entonces deberá
gobernar con los partidos tradicionales. Las camarillas dirigentes liberal
y conservadora pueden lanzar para 1974 un candidato presidencial por cada
partido o lanzar uno solo que los represente a ambos. En cualquiera de los
dos casos la obligación es la misma: gobernar coligadamente. A esto
se han comprometido los varios aspirantes de los dos partidos. Hasta el
doctor Alfonso López (...)
“Frente a esa situación se viene hablando de la necesidad de que la izquierda también se unifique y proclame un candidato único para 1974 (...) El MOIR no rechaza ni es su intención torpedear la perspectiva de un frente que, alrededor de una plataforma revolucionaria de lucha, lance un candidato único de la izquierda para 1974 y aglutine los más amplios sectores de masas posibles.
“Cuatro son las condiciones que creemos se deben dar para que ese frente contribuya al desarrollo de la lucha revolucionaria del pueblo colombiano en la situación actual.
“PRIMERA. El frente propuesto debe aprovechar la campaña electoral para desenmascarar la política antipatriótica y antidemocrática del Frente Nacional, para agitar un programa revolucionario y para apoyar las luchas de los obreros, los campesinos, los estudiantes y demás sectores populares (...).
“SEGUNDA.
La ANAPO no podría ser la columna vertebral del frente electoral
de izquierda. (...) Para que la ANAPO pueda convertirse en la columna
vertebral del posible frente electoral de la izquierda colombiana tendría
que variar radicalmente, cosa que creemos en verdad imposible. (...)
A la ANAPO no se le debe hacer una sola concesión.
“TERCERA: El frente electoral debe aprobar una plataforma antiimperialista
y democrática, a la que se ceñirán sin excepción
para la agitación y propaganda todas y cada una de las fuerzas integrantes.
“La importancia principal de un frente de esta naturaleza en la situación
actual es la agitación que realice y la educación que imparta
a la masas. Hay que profundizar la conciencia revolucionaria del pueblo
colombiano; explicar que la dominación extranjera y la traba semifeudal
son los factores determinantes del estancamiento de la producción
y de la ruina económica de las mayorías. Exigir la nacionalización
no sólo del petróleo, sino de todos los recursos naturales,
así como la supresión de la injerencia del imperialismo yanqui
en todas las ramas de la economía colombiana. La reforma agraria
a propugnar no es una reforma cualquiera; ha de estar basada en la eliminación
de la explotación terrateniente mediante la confiscación de
los grandes latifundios y el reparto de la tierra para los campesinos que
la trabajan. (...)
“CUARTA. Debe hacerse un acuerdo previo entre todos los partidos y organizaciones del frente que garantice: a) la dirección colectiva de la alianza y b) el respeto al carácter independiente de los partidos y organizaciones”[5].
Al asegurarse el cumplimiento de las cuatro condiciones enumeradas, el MOIR formalizó la alianza con el Movimiento Amplio Colombiano y el Partido Comunista. Lejos de tener una actitud inconsecuente, consignamos una posición diáfana, concreta y firme. La violación o la no cristalización de alguno de los requisitos exigidos, hubiera impedido nuestra vinculación a la UNO. La manzana de la discordia fue en este caso la Alianza Nacional Popular. Sin embargo, el Partido Comunista ha ocultado con insinuaciones y falsos cargos el fondo de un conflicto que ha rondado como un fantasma la casa de la Unión Nacional de Oposición durante toda su existencia.
INSISTENCIA EN UNA TACTICA FALLIDA
En la polémica contra el MOIR, ustedes han recurrido a menudo al cómodo artificio de atribuirse a sí mismos los éxitos y achacar a los demás desaciertos. La participación del MOIR en la UNO se explica como acto de mezquina conveniencia y su presencia como perturbadora para el desarrollo del “frente patriótico”, mientras que al Partido Comunista se le dibuja con muchas trazas de magnánimo gestor visionario de la unidad. Pero este recurso ayuda muy poco y terminará derrumbándose fácilmente tan pronto las fuerzas revolucionarias se interesen en estudiar cuidadosamente la experiencia de la UNO y comparen los pronunciamientos de los distintos partidos con el acontecer político. Continuemos mirando y comparando algunos de estos pronunciamientos.
En febrero, víspera de las elecciones de 1970, el Partido Comunista sostuvo:
“Las candidaturas de Betancur y Rojas Pinilla, aunque surgieron enfrentadas a las maquinarias de las convenciones oficialistas y se presentan como exponentes de la oposición, sostienen el sistema paritario antidemocrático e incluso no se oponen a las iniciativas ultrarreaccionarias de prolongarlo indefinidamente”[6].
En abril, inmediatamente después de las elecciones afirmó:
“Por nuestra parte, debemos reconocer que no supimos medir el grado de crecimiento del rojismo en la opinión pública (...) En la elevada votación por Rojas se manifestó un profundo sentimiento de clase, planteado en forma de ‘lucha de los de abajo contra los de arriba’. (...) Las grandes masas de la oposición al sistema están actualmente con la ANAPO y es a ellas que debemos unirnos principalmente en la acción”[7].
No vamos a refutar eso de “unirnos principalmente en la acción” con las masas anapistas, tesis de una simpleza infinita y que bien podría extenderse con la misma lógica a las masas de todos los partidos y movimientos. Señalemos que el Partido Comunista, que le había negado en febrero el apoyo a la ANAPO porque “las candidaturas de Betancur y Rojas Pinilla, sostienen el sistema paritario antidemocrático”, descubre en abril que “las grandes masas de la oposición al sistema están actualmente con la ANAPO”. Pero tampoco es este el hecho que deliberadamente buscamos resaltar, ya que es ajeno a nuestro animo cazar al Partido Comunista en tan flagrante contradicción, pues un grupo partidista corre el riesgo de equivocarse al apreciar el desenlace táctico de una situación, sobre todo de una situación tan compleja como la de esos meses, cuando para las fuerzas revolucionarias hubiera podido ser ganancioso respaldar una candidatura que aunque no se salía de los marcos del sistema, significaba un gran aprieto momentáneo para la coalición liberal-conservadora, en una coyuntura en la cual la revolución se hallaba completamente debilitada, sin audiencia e impedida para hacer valer su propia alternativa. Buscamos destacar que desde aquellos días, y después de cambiar intempestivamente el criterio sobre ANAPO, la estrategia principal del Partido Comunista y en particular su estrategia de la “unidad popular” , o de la Unión Nacional de Oposición, o del “frente de la oposición democrática”, o del “frente patriótico”, según las distintas denominaciones por ustedes utilizadas, consistió fundamentalmente en lograr una alianza con dicho movimiento.
Tal vez el énfasis en esta empresa se pueda explicar por el impulso que a la “unidad popular” le daban a la sazón los diversos partidos comunistas de América Latina, inspirados en el caso chileno que entre otras cosas pondría al descubierto la inconsistencia de la “vía electoral”. O porque se creyó sinceramente que con el repunte anapista de 1970 los partidos tradicionales colombianos entraban en una crisis de la cual no se recuperarían ya. Algo hubo de ambas cuestiones. De todas maneras ustedes hicieron de la aspiración de aliarse con la ANAPO la consigna capital de la hora. No así, sencilla y llanamente, por supuesto, sino mediante algunas piruetas.
El propio
congreso del Partido Comunista de 1971 dispuso:
“La tarea del momento para los comunistas en hallar el camino
que conduzca a la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática
al sistema, como fase inicial para la formación del Frente Patriótico
de Liberación Nacional”[8].
Pero como la situación real no daría más que para la conformación de un frente pequeño, con un MAC recién aparecido y sin expansión nacional y un MOIR “extremoizquierdista” y “anárquico”, porque hasta la prudente y sensata Democracia Cristiana, de la que el Partido Comunista tanto habla como cofundadora de la Unión Nacional de Oposición, desertó furtivamente sin pena ni gloria la noche del día de la fundación, ustedes entonces se entregaron a la ingrata labor de convencer a la única agrupación que lograría con su contingente desvencijado salvar la estrategia trazada, la pieza que faltaba y cabía en el esquema preconcebido: la ANAPO. Había que vigorizar la UNO para poder negociar con la ANAPO y había que aliarse con la ANAPO para configurar el “frente de la oposición democrática”, “fase inicial” del “Frente Patriótico de Liberación Nacional“. Verdadero acertijo con una sola solución: la ANAPO.
Y ustedes
lo explicaron:
“Debemos trabajar intensamente por fortalecer la UNO con el fin
de que sea una fuerza que por su importancia se convierta en elemento imprescindible
para lograr la unidad con la ANAPO en la lucha común”[9].
Para el MOIR tal insistencia adolecía de fundamento. No porque sostengamos a ultranza que a la revolución le esté prohibido, según las circunstancias, llegar a compromisos con una corriente como ANAPO, por más que su ideología sea retardataria, sino porque a esta táctica ya le había pasado su tiempo. Si en 1970 pudo haberse justificado, en 1974, sería meramente una añoranza. Aquí la historia no se repetiría ni siquiera como farsa.
No han sido, pues, consideraciones de tipo dogmático las que nos llevaron a rechazar la propuesta del Partido Comunista. Nuestra experiencia y el estudio del marxismo-leninismo nos han enseñado que compromisos de esa índole dependerán siempre de la situación concreta, de las contradicciones de las fuerzas enemigas, del desarrollo político de las masas, del grado de fortaleza de los partidos revolucionarios, de las perspectivas mediatas e inmediatas. Su duración, es decir, que tales alianzas sean más o menos temporales, dependerá también de las circunstancias anotadas y sin duda de las vacilaciones del aliado.
Si en 1970, comprendiendo que la candidatura de Rojas Pinilla, por encima de sus flojeras y trapisondas, representaba objetivamente un complicado contratiempo para el bipartidismo tradicional, hubiese sido discutible apoyar a la ANAPO, semejante alianza en 1974, erigida sólo en graves claudicaciones y sin contraprestación mayor, habría denotado una torpeza superlativa. En 1974 el anapismo no representaría contradicción de cuidado para las clases dominantes y su significación política quedaría casi reducida a su capacidad de vociferar proclamas altisonantes e inconexas, maldecir lo acontecido y renegar del porvenir. El 19 de abril de 1970 marcó para la ANAPO el clímax de su vertiginoso desarrollo, fue la fecha de la victoria acariciada, pero también el día de la derrota inexorable. El pueblo anapista, esperanzado por dos lustros, caló en una cuantas horas de escaramuza comicial el alma de los jefes del “tercer partido” quienes, frente al fraude, las vejaciones y la violencia del estado oligárquico, no sacaron lección distinta de la de solicitar una reforma de las normas del sufragio y un asiento en la corte electoral. A la ANAPO le sucedió lo que tarde o temprano les sucede a los partidos que se declaran en rebeldía y sólo están preparados para hacer elecciones, esto es, que, cuando vencen, lo pierden todo y sus tropas se dispersan. En el pasado a pesar de sus muchas desventajas poseyó el poder de colocar en calzas prietas a los partidos tradicionales. En el futuro no contará más que con sus desventajas.
La concertación para 1974 de un frente con la Alianza Nacional Popular requería por los menos dos concesiones: votar por un candidato presidencial salido de sus filas, o más exactamente de la familia Rojas, y recortar el programa de nueve puntos de la Unión Nacional de Oposición. Esta consideración es valedera, pues, al contrario, proponerle a la ANAPO que se sumara a Hernando Echeverri o a cualquier otro candidato del MOIR o del Partido Comunista, y que respaldara nuestro programa mínimo, en las condiciones de aquel entonces, resultaría un exabrupto y un sabotaje a la estrategia de “la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática”. Luego aquel frente con candidato rojista y programa común habría configurado la ironía de que mientras la ANAPO, desacreditaba y derruida, iniciaba su ciclo descendente, las fuerzas revolucionarias saldrían a recorrer el país anunciándola como la nueva panacea milagrosa.
Hasta qué
punto ustedes eran conscientes de que para acercar a la ANAPO sería
imprescindible hacerle tales concesiones, lo veremos en esta posterior explicación
de finales de 1973:
“Nuestra propuesta consistió en que se realizara un acuerdo
para escoger libremente al candidato único de la Oposición
y que se discutiera y aprobara en forma conjunta un Programa Común.
Candidato de la Oposición, que podría ser designado de las
filas anapistas. Programa Común que también recogería
los planteamientos anapistas en los cuales concordaran las demás
fuerzas”[10].
Y hasta qué
punto se entusiasmaban con una batalla decisiva para derrotar a la oligarquía
en 1974, por la que estaban dispuestos a conceder en materia programática
queda comprobado con los párrafos que siguen, tomados del “Informe
al Pleno” de mayo de 1972:
“La Resolución política aprobada por el Undécimo
Congreso señaló una táctica correcta, cuando dijo:
‘Todo indica que las elecciones presidenciales de 1974 pueden convertirse
en una decisiva batalla popular contra la oligarquía. Si las fuerzas
de la oposición se unen en torno a un programa y a un candidato único,
estarán en condiciones de derrotarla y de hacer respetar su victoria
electoral, cerrando así el paso a todas las maniobras de la oligarquía
tradicional.’ ”
“Nuestra táctica tiene que encaminarse a plantear a todas
las fuerzas interesadas en el cambio democrático y popular la necesidad
de escoger de común acuerdo un candidato a la presidencia que sea
capaz de unificar a la oposición, sobre la base de un programa mínimo.
Programa que no es el nuestro, que puede ser incluso menos avanzado que
los cinco puntos de nuestra Plataforma electoral. Pero en el cual se planteen
y se levanten reivindicaciones mínimas, entre ellas la plenitud de
los derechos y libertades democráticas, la reforma agraria y la nacionalización
del petróleo”.[11]
El programa
de cinco puntos de la plataforma electoral a que ustedes se refieren en
la cita anterior y que estaban dispuestos “incluso” a hacer
“menos avanzado”, con el fin de “unificar
a la oposición”, es éste:
“Nuestro partido sugiere como bases mínimas para el programa
del Frente de la Oposición Democrática lo siguiente:
“1) Nacionalización de la industria del petróleo. “2)
Reforma Agraria democrática que comience por la entrega de la tierra
de los latifundistas a los campesinos. “3) Alza general de sueldos
y salarios. “4) Plena vigencia de las libertades públicas y
el derecho de huelga. “5) Reforma de carácter democrático
y patriótico de la Universidad y del sistema educativo en general”[12].
PROGRAMA NACIONAL Y DEMOCRÁTICO DE LA UNO
Resumamos lo que tenemos expuesto hasta aquí. La estrategia defendida por el Partido Comunista para las elecciones de 1974 consistía en crear un frente de toda la oposición, con un programa común y un candidato único. Para coronar éste propósito era indispensable la participación de la ANAPO que, a pesar de su desmoronamiento, aún se mantenía cuantitativamente es tercer lugar después del liberalismo y el conservatismo. Esta participación había que lograrla con un programa “incluso menos avanzado que los cinco puntos” de su plataforma electoral y con un candidato “que podría ser designado de las filas anapistas”. Y todo ello como paso inicial de la futura constitución del frente patriótico. El MOIR propugnaba un frente electoral de izquierda con el programa revolucionario y un candidato único, aclarando que no veía posible ni conveniente la vinculación de la Alianza Nacional Popular. No le parecía posible que la ANAPO diera un viraje tal que terminara suscribiendo un programa revolucionario, y no le parecía conveniente que se hicieran concesiones programáticas con las cuales se contribuyera a la confusión del pueblo. Las dos propuestas se semejaban en el convencimiento de la utilidad de constituir un frente con candidato único y programa conjunto, pero diferían en las calidades de éste y de aquel.
Como no se trataba de adherir a una candidatura por determinadas razones tácticas, sino de conformar un frente de lucha con programa común, el MOIR estimaba infranqueables los abismos programáticos que lo separaban de la Alianza Nacional Popular. Y así lo proclamó reiteradas veces.
Pasada la
apoteosis del rojismo en 1970 y acogida en Villa de Leyva la plataforma
que lo convirtió en “tercer partido”, advertimos a mediados
de 1971:
“El análisis de los aspectos más importantes de
la Plataforma de la ANAPO, lanzaba en Villa de Leyva, demuestra que el nuevo
partido es un abanderado de la política de las podridas clases dominantes”[13].
A finales
de 1972, volvimos a insistir:
“En los dos problemas claves de la Colombia de hoy, la dominación
neocolonialista y el semifeudalismo, la ANAPO toma como suyos, y como si
fueran grandes reivindicaciones, los viejos postulados reformistas de la
Gran Coalición burgués-terrateniente proimperialista
(...)
“El hecho de que siga siendo un partido tradicional, a pesar de
que formalmente proclame lo contrario, explica el porqué del apoyo
de la ANAPO a ciertas iniciativas del gobierno y sus contradicciones cada
día más crecientes con las masas trabajadoras de la ciudad
y el campo”[14].
Y un año
después, conociéndose los doce puntos preelectorales de María
Eugenia y días antes de participar en la convención del 22
de septiembre de 1973, que aprobó el programa mínimo de la
UNO, proclamó la candidatura de Hernando Echeverri y protocolizó
el resto de acuerdos para la campaña electoral unificada, expusimos
de nuevo nuestro criterio y en particular comentamos:
“No se trata de un acuerdo cualquiera. Vamos a agitar en la campaña
electoral una plataforma programática que contenga las reivindicaciones
fundamentales y más urgentes del pueblo y la nación colombiana.
No existe otra forma de concentrar los ataques contra los enemigos principales
ni de dar una batalla que valga la pena en las próximas elecciones
contra la alianza liberal-conservadora. Esta es la táctica de las
fuerzas revolucionarias, la que contribuirá a nuestro avance. (...)
“Los portadores de la desviación de derecha insinúan
que lo importante es abarcar a todas las fuerzas de la oposición,
así sea al precio de aceptar un programa ‘amplio’, impreciso
y difuso como fórmula expedida para llegar a acuerdo con la ANAPO
o adherir sin condición alguna al candidato anapista. Estas personas
desconfían de la capacidad de lucha de un frente electoral pequeño,
aunque armado de una política revolucionaria; renuncian por temor,
a la batalla en pro de una verdadera alternativa popular, confunden las
condiciones de 1970 con las que se presentarán en 1974; no quieren
apoyarse en la experiencia de las masas ni ayudarlas a avanzar; lo juegan
todo a la carta de un socialismo presidenciable y ‘a la colombiana’.
La dimensión del frente electoral de izquierda depende del real desarrollo
de las fuerzas revolucionarias y su crecimiento no puede fincarse en las
‘ampliaciones’ a su orientación y a su plataforma. No
vamos a discutir si esta estratagema, después de muchas ‘ampliaciones’
y diversas súplicas, conduzca a que la ANAPO participe en la UNO,
o a que la UNO se diluya en la ANAPO, si eso es lo que se busca. Pero estamos
absolutamente convencidos de que en la actualidad ese no el es camino para
ganar vastos sectores de masas, organizarlos, educarlos y movilizarlos hacia
las luchas revolucionarias; es un callejón sin salida en cuya penumbra
resultará muy difícil distinguir entre lo correcto y lo erróneo,
entre la posición consecuente y la oportunista, entre la revolución
y la reacción. Una cosa es que la ANAPO no sea el blanco de nuestro
ataque y otra cosa es que lo embrollemos todo de manera que terminemos por
nuestra propia cuenta amarrados e impedidos para jalonar la izquierda. El
momento no está para lamentarnos por lo que haga o no haga el general
Rojas. La ampliación del frente electoral de izquierda estriba en
llegar a las masas populares con una política nacional y democrática,
coherente y clara”[15].
Como ha quedado demostrado, siempre creímos que las fuerzas revolucionarias estaban en la obligación de hacer un esfuerzo supremo, a pesar de su relativa debilidad, para estructurar un frente que apareciera en la campaña electoral de 1974 como una alternativa nueva y cierta. Su papel debía consistir en combatir la estrategia de la reacción, confrontándole una estrategia revolucionaria, educar a las masas en los principios de la revolución nacional y democrática e, inclusive, explicar conscientemente el desengaño de las masas anapistas. Y este encargo lo cumplió la Unión Nacional de Oposición. Su programa es correcto, interpreta en líneas generales las profundas y urgentes mutaciones que reclama la sociedad colombiana en la actual etapa de su desenvolvimiento histórico y es tierra fértil para las siembras del mañana. Desde esta óptica, la lucha electoral librada por la UNO fue un éxito completo, por sus enseñanzas y por sus resultados, hasta donde la correlación de fuerzas nos lo permitió.
La otra variante, la definida inicialmente por el Partido Comunista, de sacrificar el programa para engrosar los efectivos, pretendía repetir en 1974 lo que pasó en 1970, o en otras palabras, rectificar con la hija del General el comportamiento que se tuvo con el General. Pero el proyecto desconocía que las viejas contradicciones, al cabo de cuatro años, cederían su lugar a contradicciones nuevas. De habernos aventurado por aquel atajo, hoy, después de la tragedia que habría significado la fallida intentona de contener la desbandada anapista, tendríamos como irónico premio de la hazaña un programa para todos los gustos, vago e inexacto, con una única destinación parecida a la de las modernas mercancías desechables que se usan y se botan. En cambio, los nueve puntos de la Unión Nacional de Oposición tendrán en sus rasgos esenciales una actualidad que perdurará hasta el triunfo de la presente revolución democrática y comienzo de la revolución socialista. Si alguna razón le asiste ahora al Partido Comunista para ufanarse de que la UNO representa la “semilla del Frente Patriótico de Liberación Nacional” es su programa nacional y democrático.[16].
La importancia del programa mínimo de la Unión Nacional de Oposición consiste en que no se circunscribe a blandir esta o aquella aspiración sentida por las masas, sino que además se aferra a las consignas centrales de la lucha por una Colombia independiente, democrática, popular, próspera y en marcha al socialismo.
Esto no quiere decir que el programa mínimo cope todos y cada uno de nuestros anhelos al respecto, o que en su elaboración colaboramos únicamente con nuestras exigencias, sin haber hecho concesiones en aras de la unidad. Claro que hicimos concesiones secundarias, y aún pensamos que el programa de la UNO es susceptible de mejoras tanto que lo profundicen como que lo simplifiquen. Sin embargo, los nueve puntos de la UNO satisfacen íntegramente la observación expresada por el MOIR de que un “frente de esta naturaleza” habría de “exigir la nacionalización no sólo del petróleo, sino de todos los recursos naturales, así como la supresión de la injerencia del imperialismo yanqui en todas las ramas de la economía”. Tal pedido, formulado rigurosamente en esa forma, buscaba refutar en concreto la escueta pretensión del partido Comunista de integrar un “Frente de la Oposición Democrática” cuyo programa olvidaba el principal objetivo de la revolución: la plena independencia de Colombia ante el imperialismo norteamericano. Ustedes no incluyeron esta reivindicación fundamental en los cinco puntos de la plataforma electoral aprobada en su Undécimo Congreso. Y lo formulamos públicamente, como ésta visto, desde la aparición del artículo “La hora es de unidad y de combate” y lo puntualizamos desde la primera reunión de grupos políticos del 22 de septiembre de 1972.
Sin perjuicio
de las modificaciones que se le puedan introducir más adelante, lo
cierto es que los nueve puntos de la UNO recogen en sus rasgos esenciales
las cuestiones básicas programáticas de la revolución
colombiana en su actual etapa democrática, a saber:
a) “Combatir el neocolonialismo y la dominación exterior
de tipo económico, político y cultural, que los Estados Unidos
de Norteamérica ejercen sobre nuestra patria a través de las
clases sociales reaccionarias en las cuales se apoya internamente”;
b) “Luchar por la realización de una reforma agraria democrática
que en base a la confiscación de la propiedad terrateniente, entregue
la tierra a los campesinos que la trabajan y a las comunidades indígenas”;
c) “Batallar sin descanso por la constitución de un Estado
democrático de los obreros, campesinos, clases medias, industriales
y productores nacionales”, y d) ”Este Estado, al desarrollar
una economía próspera e independiente, sentará las
bases materiales, sociales y políticas para la futura construcción
de una patria socialista en Colombia”.[17]
De otra parte, el programa unitario aprobado por el MOIR, el Movimiento Amplio Colombiano y el Partido Comunista, es literalmente contrapuesto a la plataforma anapista de Villa de Leyva de 1971 y a los doce puntos preelectorales de María Eugenia de 1973. La Alianza Nacional Popular no se separó ideológica ni programáticamente de los partidos tradicionales, de los que heredó su atávica inclinación a prohijar la entrega del país al imperialismo norteamericano, justificar la explotación de la gran oligarquía burguesa y terrateniente y hacerle el juego al anticomunismo. En ningún período de su agitada vida a la ANAPO se le ocurrieron, para las necesidades ancestrales del pueblo colombiano, soluciones aparte de las fórmulas manidas de los dirigentes de liberalismo y del conservatismo, a los cuales buscaba destronar, pero a quienes sólo ambicionaba suplantar. A lo que más se atrevió fue, en las elecciones de 1974, a reencauchar los viejos postulados oligárquicos en nombre de un “socialismo a la colombiana”. Sin poder interpretar los reclamos de las clases revolucionarias y deseando encarnar los ideales de las clases reaccionarias en contra de la antigua casta política probada, terminó por perder las simpatías de las primeras y de las segundas, iniciando lo que parece será una larga y melancólica decadencia.
OBJETIVOS REVOLUCIONARIOS
DE LA LUCHA ELECTORAL
Las rivalidades entre el MOIR y el Partido Comunista acerca de las características de la alianza a pactar, no se redujeron a la controversia estrictamente programática. Hubo otro aspecto, tocado ya tangencialmente es esta carta, que aún cuando no se debatió con igual resonancia, no es por ello menos trascendente. Nos referimos a los objetivos que debía perseguir la Unión Nacional de Oposición en la campaña electoral, o el frente que se constituyera para este fin.
Tema también
relacionado con la ANAPO. El Partido Comunista tejía demasiadas ilusiones
alrededor de la perspectiva que él mismo calificó de “decisiva
batalla popular”. Para ubicarnos, volvamos a leer las palabras del
Undécimo Congreso, citadas por el pleno de mayo de 1972:
“Todo indica que las elecciones presidenciales de 1974 pueden
convertirse en una decisiva batalla popular contra la oligarquía.
Si las fuerzas de la oposición se unen en torno a un programa y a
un candidato único, estarán en condiciones de derrotarla y
de hacer respetar su victoria electoral, cerrando así el paso a todas
las maniobras de la oligarquía tradicional”.
Se comprende que tales apreciaciones fueron escritas aún bajo el impacto producido por el inusitado desenlace de las elecciones de 1970 y con la mirada puesta en la Alianza Nacional Popular. El proyecto no podía ser más ambicioso, derrotar en las urnas a la oligarquía y “hacer respetar” la victoria. ¡Qué lejos caerían del blanco estos pronósticos! Pero lo sorprendente es que le fraude, el estado de sitio, el toque de queda, el encarcelamiento masivo de los líderes populares, el terror, recursos preferidos por la coalición gobernante para desconocer la victoria rojista, en lugar de mover a la reflexión sobre lo efímero de un triunfo puramente electoral, mientras se mantenga intacto el aparato burocrático-militar del Estado, terminaron estimulando las creencias y los creyentes en que sí se puede arrebatar el Poder a los depredadores con las armas de los votos. La clave del asunto, según ustedes, estaba en hacer un frente amplio y saber escoger el candidato presidencial, parecido al caudillo del 19 de abril, o de su misma alcurnia. Hoy no se nos puede desmentir que, cundo el congreso del Partido Comunista planeaba tamaña obra, lo hacía sobre el presupuesto de que la ANAPO había herido de muerte al bipartidismo colombiano y se hallaba predestinada a grandes dignidades. Porque con otro aliado y sobre otro presupuesto el plan sería más disparatado y la utopía más utópica.
Existen abundantes
testimonios con relación al convencimiento que ustedes tenían
por ese entonces de que Colombia se encontraba a las puertas de una “crisis
decisiva del sistema paritario” y de que la perspectiva de llegar
al Poder de brazo con la ANAPO estaba lista. Revivamos algunos de ellos.
El XI Congreso del Partido Comunista remarcaba:
“Estamos en el umbral del desencadenamiento de la crisis decisiva
del sistema paritario, crisis que expresará todo el desbarajuste
de la vieja estructura económico-social del país”.[18]
Y el propio Gilberto Vieira, secretario general del PC, a principios de 1972, aventuraba la tesis de que el anapismo “puede, si se consolida como partido independiente, precipitar la disolución del antidemocrático monopolio bipartidista”, Por la misma fecha, completaba: “Si la ANAPO llegara al gobierno, sería dentro de un vasto movimiento de frente único con los otros sectores de la oposición”.[19]
Y a los oídos de la ANAPO se musitaron declaraciones tan tiernas como ésta: “En 1970, las masas anapistas recuerdan que no sólo hicieron falta los votos comunistas, sino también la organización y la capacidad de nuestro partido para defender el triunfo que les arrebató con fraude y represión el gobierno oligárquico”.[20]
Impugnando tan patéticas intenciones, el MOIR llamaba la atención sobre algo que hemos repetido hasta el cansancio: la ANAPO no se encontraba ya en la edad dorada, había iniciado su proceso descendente, sin salvación. Pero no se trataba únicamente de averiguar en qué estadio de su desarrollo se encontraba el movimiento del general Rojas; era indispensable comprender que una corriente que se nutría de la charca doctrinaria del bipartidismo tradicional, nunca estaría en condiciones de desencadenar la crisis decisiva del sistema oligárquico. En la Colombia actual hay dos formas de hacer política. La una, apoyando al imperialismo norteamericano y a sus lacayos criollos; la otra, respaldando a las grandes masas populares que luchan por su liberación y bienestar. La primera política hace mucho tiempo que está en bancarrota en nuestro país, y si su colapso definitivo no ha llegado, es precisamente por la ausencia de un partido revolucionario capaz de organizar y unificar al pueblo, mediante una estrategia y táctica correctas que lo conduzca a la victoria. En entonces sí la nueva política sepultará la vieja y Colombia cambiará de color. El partido que realice este milagro no puede ser otro que el partido de la clase obrera. El “tercer partido” en Colombia será su partido proletario. Las fuerzas marxista-leninistas vienen luchando con tenacidad tras este gran empeño, y a no dudarlo el triunfo será suyo.
Para rechazar
el despropósito de que la Alianza Nacional Popular estuviera en condiciones
de generar la crisis contundente del bipartidismo colombiano y en defensa
de la tesis de que el “tercer partido” en nuestro país
no podría ser ninguna de las disidencias que de vez en cuando se
precipitan en las filas del liberalismo y del conservatismo y que al final
de cuentas desaparecen por inercia o regresan como el hijo pródigo
al hogar de sus mayores, redactamos oportunamente las siguientes frases:
“La ANAPO ha retrocedido precisamente porque en el fondo no ha
dejado de ser un partido tradicional” (...).
“El ‘tercer partido’ en Colombia no puede ser otro
que el partido de la clase obrera. Sólo el partido proletario podrá
convertirse en el vocero auténtico de los oprimidos y humillados
de Colombia. Ese partido y no otro podrá apoyar e interpretar los
intereses de las masas campesinas, organizar el pueblo y liberar al país.”[21]
Las elecciones de 1974 ratificaron con creces estas palabras. El hecho de que el descontento popular y el ascenso de la lucha de las masas a finales de la década del sesenta hubieran sido capitalizados por un movimiento de las características de ANAPO, fue en realidad un alivio para los viejos partidos, quienes resurgieron con renovados ímpetus para proseguir su obra de pillaje y depredación aprovechando el desconcierto general.
Al mismo tiempo insistíamos en que no obstante haber desaparecido la alternación presidencial y la paridad en las corporaciones públicas, por vencimiento de los plazos, la oligarquía había prolongado el paritarismo en la rama ejecutiva del poder hasta 1978, en virtud de la última reforma constitucional. Esto concluyó siendo denunciado por todo las fuerzas democráticas y la Unión Nacional de Oposición lo explicó exhaustivamente en la campaña electoral. Pero hemos advertido también que incluso de 1978 hacia adelante, los gobiernos oligárquicos, según la Constitución, seguirán siendo paritarios, mediante el mecanismo de que el partido vencedor deberá darle participación administrativa “adecuada y equitativa” al partido mayoritario distinto al del presidente de la República. En otras palabras, que el espíritu frentenacionalista del Estado continuará indefinidamente a través de los llamados “gobiernos nacionales”. Este fenómeno tan peculiar de nuestra situación obedece en Colombia a la ley histórica de que el imperialismo no puede ejercer su dominación sino por intermedio de la alianza de la gran burguesía y de los grandes terratenientes, cuya expresión política es la coalición liberal-conservadora.
Las elecciones de 1974 se efectuarían bajo esas disposiciones y las fuerzas revolucionarias no podían contentarse con hablar únicamente de los factores de la eliminación de la paridad parlamentaria y de la alternación. Debían a la par esclarecer a las masas convocadas a sufragar, que éstas irían a una contienda en la cual de antemano se hallaba establecido el resultado. Ganara cualquier candidato, de todas maneras seguirían gobernando el liberalismo y el conservatismo, mancomunadamente.
Pero además
de lo anterior, nosotros no estábamos dispuestos por ningún
motivo a que quedara flotando en el ambiente la duda de que participábamos
en la batalla electoral siquiera con la remotísima esperanza de derrotar
a nuestros enemigos tradicionales, no sólo por la desventajosa correlación
de fuerzas, sino principalmente por el convencimiento arraigado de que jamás
ganaremos el Poder en unas elecciones. En la historia de la lucha de clases
no se ha dado aún el primer caso en que los opresores entreguen pacíficamente
a los oprimidos las riendas de la sociedad. E inclusive el ejemplo chileno,
sobre el que tanto se teorizaba diciendo que había iniciado la época
de las revoluciones incruentas, el modelo viviente de la “vía
electoral”, “un camino para explorar hacia el socialismo”
y demás estulticias, se vino al suelo hecho trizas con el cuartelazo
sanguinario de Augusto Pinochet y el sacrificio de Salvador Allende. El
pueblo colombiano no olvidará las respuestas que dieron los defensores
de esa singular teoría cuando se les increpaba:
“Esto es engañar al proletariado y a pueblo, desarmarlos,
entregarlos mansamente en manos de sus enemigos, que no permitirán
por las buenas la implantación de la dictadura de las clases revolucionarias
dirigidas por el proletariado”.[22]
Gilberto
Vieira, por ejemplo, comentaba:
“Un factor verdaderamente decisivo en Chile es el Ejército.
Lo han demostrado los hechos. La reciente visita de una misión militar
chilena a Cuba me parece un acontecimiento sensacional y significativo de
todo ese proceso. O sea, no es fácil que el imperialismo pueda movilizar
el ejército chileno, en su conjunto, contra el gobierno de la ´Unidad
Popular´, y esa es una de las ventajas más grandes con que
cuenta el pueblo chileno”.[23]
La dictadura militar en Chile y el ahogamiento del pueblo en un mar de sangre terminaron dando dramáticamente la razón a quienes en el mundo pensaban como nosotros: “¡Lástima grande que no sea realidad tanta belleza!” Después de los dolorosos sucesos del hermano país se nos ha querido combatir con la vil calumnia de que respaldamos a la junta militar chilena. A nosotros, que con nuestra débil voz tratábamos en vano de alertar sobre los peligros que corren los revolucionarios que duermen en la misma cama con los asesinos, que no defendimos a los golpistas en potencia como lo hicieron nuestros calumniadores, se nos pretende presentar ahora partidarios de la banda de Pinochet, con el oculto propósito de eludir este debate de principios relativo a la vía de la revolución e impedir que se resuma experiencia tan cara y tan valiosa para el marxismo-leninismo. El pueblo chileno sabrá corregir los errores de estos años turbulentos y con su lucha heroica, liberadora, rasgará la noche oscura que ha caído sobre su querida patria. Y si en alguien podrán confiar los revolucionarios chilenos en estas horas aciagas, será en aquellos que en las de fugaz ventura les aconsejaron sincera y respetuosamente.
Nos hemos separado deliberadamente del tema que veníamos analizando para dar una noción de la atmósfera ideológica que se respiraba en los albores de los años setenta y de los conceptos encontrados que sobre los problemas del Poder se esgrimían con especial ardor y aún siguen copando el interés de los revolucionarios. Para el MOIR era, por tanto, de suma importancia la forma como se proyectara la campaña electoral conjunta, los objetivos que se trazaran, la manera de explicar el aprovechamiento de este tipo de lucha. Sabíamos que el frente de izquierda tendría que designar un candidato presidencial si deseaba sacarle todo el jugo a su participación en las elecciones de 1974. Pero nos oponíamos a que aquella necesidad condujera a la conciliación con quienes espontánea o conscientemente pregonaban obtener el Poder mediante la estrategia de llegar tarde que temprano a controlar por los votos el primer cargo de la dictadura oligárquica proimperialista: la presidencia de la República. En contra de esta entelequia de derrotar a las clases dominantes en una “decisiva batalla” electoral y hacer “respetar la victoria” de un candidato único de toda la oposición, expusimos en estos términos nuestras opiniones:
“La
conveniencia de postular un candidato presidencial de izquierda ha sido
estudiada, discutida y en general aceptada no porque tenga probabilidades
así sean remotas de salir victorioso, sino porque la alianza electoral
de izquierda necesita una cabeza visible que la represente y que con el
respaldo a su candidatura aglutine la lucha y la votación a nivel
nacional”.
“La imposibilidad de victoria de un candidato presidencial de
izquierda se desprende de la correlación de fuerzas y de las reglas
de juego electoral. Alfonso López y Álvaro Gómez como
candidatos del régimen contabilizan a su favor el aparato estatal,
la autoridad del dinero, la gran prensa, la radio, la televisión
y se apoyan en las fuerzas del atraso y de la tradición bipartidista
del país” (...).
“Las clases explotadas dominantes realizan elecciones o las suspenden,
abren sus parlamentos o los cierran, imponen gobiernos civiles, mediante
votaciones o caudillos militares mediante ´cuartelazos´, según,
cuándo y donde les convenga. Esta ha sido la historia hasta hoy de
la casi totalidad de las repúblicas latinoamericanas, para no salirnos
de nuestro continente, o por lo menos es la experiencia de Colombia. El
Estado y sus instituciones representativas tienen su definida naturaleza
de clase y son instrumentos de dominación de una determinada clase.
Las clases revolucionarias no pueden esperar a que el Estado de las clases
reaccionarias y sus instituciones representativas se pongan a su servicio,
así aquellas consigan las mayorías en unos comicios generales.
Si aspiran a emanciparse y a transformar la sociedad, las clases trabajadoras
oprimidas están obligadas a construir, sobre los escombros del Estado
opresor destruido revolucionariamente, su propio Estado con sus instituciones
diferentes a las desaparecidas.
“Entonces, ¿para qué participamos los revolucionarios
colombianos en las elecciones y en el Parlamento? Aprovechamos la campaña
electoral y vamos a las corporaciones públicas con la finalidad de
desenmascarar la política antipatriótica y antidemocrática
del Frente Nacional y sus instituciones reaccionarias, de agitar un programa
revolucionario y de apoyar las luchas de los obreros, los campesinos, los
estudiantes y los demás sectores populares. Así acumularemos
fuerzas. Para eso utilizan los partidos revolucionarios el sufragio en los
regímenes explotadores: para acumular fuerzas. Luchamos y exigimos
respeto por las libertades políticas, por los derechos de reunión
y expresión de las organizaciones populares, pero a cada paso recordamos
que bajo el régimen de explotación y represión, en
el cual los grandes potentados internacionales y sus sirvientes criollos
se hartan de riquezas a cambio del sudor y la sangre de las mayorías,
y continúe el imperialismo controlando los resortes vitales de la
economía y por ende se mantenga en lo fundamental intacta su influencia
política, bajo este régimen, la mejor democracia del mundo
es falsa; que sólo en un Estado de obreros, de campesinos y del resto
del pueblo, independiente y soberano, con sus organismos representativos
auténticamente democráticos, las masas podrán gozar
de todos sus derechos y participar plenamente en la política. Educaremos
a las clases revolucionarias en la idea leninista de que ´la revolución
debe consistir no en que la clase nueva mande y gobierne con la vieja máquina
del Estado, sino que destruya esa máquina y mande, gobierne con ayuda
de otra nueva´... “La esencia de la cuestión radica en
si se mantiene la vieja máquina estatal (enlazada por miles de hilos
a la burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina e inercia)
o si se le destruye, sustituyéndola por otra nueva” [24]
En esa forma expresábamos los objetivos que debía perseguir nuestra participación en la campaña electoral. A su turno pertrechábamos a nuestro Partido y al resto de sectores avanzados en su lucha ideológica contra las teorías seudo-revolucionarias del Estado. El acertado aprovechamiento de la lucha electoral serviría para facilitar el avance y consolidar los progresos de las fuerzas revolucionarias. Nos propusimos, por consiguiente, tres finalidades muy definidas: combatir y desenmascarar la política y las maniobras de la Gran Coalición liberal-conservadora, agitar un programa nacional y democrático y apoyar las luchas del pueblo colombiano. Y ésta fue la única política unitaria posible, porque sólo estableciendo y yendo en pos de tales objetivos, podría lograrse, como se logró, un frente combativo, revolucionario, que en la contienda electoral se distinguiera por su empuje, originalidad y consecuencia. Así actuó la Unión Nacional de Oposición, y en los primeros meses de 1974 llegó a preocupar a la reacción apátrida, por un lado, y por el otro, sorprendió al oportunismo de ´izquierda´ que no acabará de especular y de demeritar el espectáculo de disciplina, de vigor y de beligerancia que vio desfilar ante sus ojos.
Cuanto más nos hallemos distanciado de una situación revolucionaria, tanto más imperioso será para las fuerzas de la revolución el correcto aprovechamiento de la lucha electoral. Tan peculiar condición resulta doblemente cierta para los países neocoloniales y semifeudales como Colombia. En la casi totalidad de los casos, el desbordado entusiasmo de las más amplias masas por este tipo de lucha denota más el atraso que el auge de la revolución. Precisamente por eso los revolucionarios están obligados a ir a elecciones, retrocediendo en comparación con sus máximos objetivos, conscientes de que a éstos no podrán arribar jamás, si rehúsan encuadrar su táctica flexiblemente en las circunstancias concretas del variable desarrollo de la lucha de clases. En el futuro esta observación se la seguiremos exponiendo a los compañeros que confían honestamente en que basta dar la orden para que las masas se alineen y apresten al combate. Las masas populares sólo comprenderán nuestro pensamiento revolucionario cuando nosotros nos pongamos a la altura de sus necesidades y partamos del nivel en que se encuentran. Sin embargo, esto no significa que al vincularnos a la lucha electoral nos pleguemos a las corrientes en boga. Por el contrario, combatiremos fieramente por disipar las ilusiones que las gentes sencillas se hacen y los promeseros de la oligarquía alimentan, de descubrir una camino llano y corto, sin mayores traumatismos, para sacudirse el yugo que los oprime de generación en generación. Las fuerzas revolucionarias no deben renunciar un solo día a su labor de educar a las masas atrasadas, ni en aquellas circunstancias en las cuales la ola reaccionaria aparece aplastante, como suele suceder en las temporadas electorales. Esta crítica se la lanzamos a quienes prefieren acallar sus intenciones a cambio de ganar “amigos”, pasar el chaparrón en medio del tumulto sin dar la pelea o aguardar camuflados ocasiones más propicias. A veces resulta “mejor estar solos que mal acompañado”, como aconseja el aforismo popular. Y si no nos atrevemos a tocar nuestra trompeta para que la escuchen hasta los propios enemigos, así sea una clarinada impertinente, no habrá cuándo tengamos una opinión pública revolucionaria, ni unos bravos escuadrones que como los de Rondón vencieron y humillaron a las huestes españolas en el Pantano de Vargas.
Sin capitulaciones de ninguna especie y sin haber perdido la visión de los objetivos estratégicos, la Unión Nacional de Oposición combatió infatigablemente durante la campaña electoral la política oligárquica, agitó su programa revolucionario y se solidarizó y estimuló las luchas de las clases oprimidas. La UNO educó a las masas en los principios de la revolución nacional y democrática, consolidó el avance de las fuerzas revolucionarias y sus tres partidos de importancia nacional, como los múltiples movimientos populares de provincia que la integran, se expandieron y fortalecieron.
Exactamente
así concebimos los objetivos de la UNO en la lucha electoral, mientras
el Partido Comunista pataleó hasta el final por su estratagema de
conseguir el entendimiento con la ANAPO. Y tan obsesivo sería este
deseo que una vez escogida oficialmente la candidatura de Hernando Echeverri
y habiendo quedado, por lo tanto, sellada la posibilidad del candidato único
de toda la oposición, ustedes propusieron esta última fórmula
de acercamiento:
“Pese a las diferencias presentadas, es nuestro deber continuar
realizando esfuerzos por buscar acuerdos entre la ANAPO y la UNO. Dos fuerzas
de Oposición pueden entenderse para realizar una labor de conjunto,
orientada a la ayuda mutua en las tareas electorales. Planteamientos como
la defensa unida contra la represión, por el respeto a las libertades
y derechos, para evitar la ruptura de carteles, por la ayuda en los actos
públicos, tiene acogida en ambos sectores”.[25]
Pero al mismo tiempo era tal la aversión del estado mayor anapista por todo cuanto tuviera que ver con el comunismo y su total despreocupación por una política unitaria, que ni siquiera se dignó nunca responder las propuestas afables del Partido Comunista, ni aun ésta, tan parca y tan modesta, como cosa pintoresca, de un acuerdo para “evitar la ruptura de carteles”.
LA IZQUIERDA ANAPISTA
Y LAS TRES OPCIONES DEL 21 DE ABRIL
Hemos analizado desde los orígenes de la UNO los problemas candentes en los cuales hubo discrepancias entre ustedes y nosotros. Tanto la cuestión programática como los objetivos de la campaña electoral tuvieron que ver con la contumacia del Partido Comunista a conformar el frente con la Alianza Nacional Popular. Quisiéramos dar por finalizada la réplica a las acusaciones del Partido Comunista con respecto al asunto de la ANAPO, pero como nos hemos hecho el propósito de aclarar todas y cada una de las dudas que ustedes han arrojado sobre nuestro comportamiento, vamos a ocuparnos de otra falsa imputación, a manera de cierre de este pleito.
Sin ningún
rubor ustedes han sostenido:
“Se conoce de sobra la actitud agresiva del MOIR contra la ANAPO
a la cual, ciegamente, engloba bajo la definición de “organización
populista y de derecha”, negando la existencia en su seno de sectores
de izquierda y de una radical base popular”.[26]
Y: Públicamente condenan todo contacto con la ANAPO por considerarla
´el peor obstáculo contrarrevolucionario´. Pero al mismo
tiempo, tienden puentes hacia ese partido”.[27]
Como ninguno de los prospectos que el Partido Comunista hizo referentes a la ANAPO se cumplieron, recurre a ese ardid antiquísimo como el hombre mismo, de llevar al absurdo el pensamiento de sus contendores para refutarlo a su gusto. Se cuidan ustedes de reconocer que el MOIR tuvo razón sobre la imposibilidad de un acuerdo con la ANAPO para las elecciones de 1974, y procuran desviar la atención de quienes siguen esta polémica con una nueva acusación, producida en abril pasado: el MOIR no reconoce sectores de izquierda en la ANAPO y en su agresividad la confunde con el enemigo principal. Esto no es más que una burla y desesperada tergiversación. Recordemos algunas de las veces que señalamos la existencia de una izquierda anapista, a la cual, entre otras cosas, había que ganar.
En 1972 dijimos:
“Para que los sectores izquierdistas de ANAPO puedan participar
en un frente electoral revolucionario no les queda otra salida distinta
de la insubordinación y desconocimiento de la dirección del
General, como lo hicieron los miembros del Movimiento Amplio Colombiano”.[28]
En 1973 reiteramos:
“Por un lado, la ANAPO se nutrió de un núcleo de
dirigentes populares sinceros y de gente común anhelante de un vuelco
en la situación, sin saber exactamente cuál y cómo.
Estos constituyeron la izquierda de la ANAPO. Por el otro, fueron llegando
círculos de politiqueros arribistas cuyas aspiraciones personales
no tenían cabida por varios motivos en los partidos tradicionales
y de personas extraídas o con vínculos al gran capital y a
los terratenientes, pero marginadas del control de los organismos claves
del Estado. Estos círculos constituyeron la derecha de la ANAPO,
tomaron su mando y le imprimieron su política de oposición
respetuosa del sistema (...).
"La ANAPO continúa siendo escenario de lucha entre sus dos
alas, notablemente mermadas. Las fuerzas revolucionarias deben tratar de
influenciar a los sectores de izquierda que aún quedan en la ANAPO
y ganarlos para una posición realmente antiimperialista y antioligárquica”.[29]
Y en la última
convención de la UNO, anterior a las elecciones, el compañero
Francisco Mosquera sintetizó nítidamente la actitud distinta
que correspondía con los enemigos principales, las fuerzas intermedias
y los aliados. Dijo así:
“Nuestra táctica electoral es sencilla y clara. Concentramos
el ataque contra los enemigos principales del pueblo colombiano: la coalición
oligárquica proimperialista, gobernante, cuyos candidatos oficiales
significan el continuismo, la opresión extranjera, el atraso, la
miseria, el hambre y la represión fascista. Criticaremos las vacilaciones
y el manzanillismo de la ANAPO, estimulando a la vez a sus sectores de izquierda
para que asuman una posición consecuentemente antiimperialista y
antioligárquica. Y estrecharemos los vínculos entre los partidos
y movimientos políticos de envergadura nacional y regional que están
resueltos a abanderar la alternativa revolucionaria, despejando el camino
de la unidad del pueblo y preparando las condiciones para más profundas
y extensas batallas por la liberación nacional y por la revolución”.[30]
Empecemos por lo último. Nunca pretendimos que se combatiera a la ANAPO cual si se tratara de las más grave desventura del país, atribución gratuita con la que únicamente se busca desvirtuar nuestras críticas a ese partido. Ni hemos sustituido en ningún tramo de nuestra lucha al imperialismo norteamericano y a las cabezas visibles de las clases dominantes proimperialistas colombianas como blanco principal de nuestro ataque. Conforme a esta inalterable posición de principios fue como propusimos la política de “Unidad y Combate”, cuyo contenido se resume en la máxima de: concentrar el fuego en la Gran Coalición liberal-conservadora. Contra esta táctica conspiraba la Alianza Nacional Popular, que aparecía a todo trance remisa a romper su indiferencia ante la cruel explotación imperialista de que Colombia es víctima predilecta y a respaldar efectivamente las luchas de las masas populares por sus derechos a gozar de una patria libre y democrática. Como no perdimos el sentido de las proporciones y sabíamos matemáticamente cuál era nuestra fuerza real, no nos trazamos la meta de aislar definitivamente en unos cuantos meses, no siquiera en unos pocos años, al núcleo dirigente de la alianza oligárquica. En forma voluntaria nos redujimos a trabajar por unificar en un frente revolucionario a los movimientos susceptibles de integrarlo según las condiciones y dimos la alarma sobre el obstáculo que simbolizaba el anapismo para la conformación de dicho frente. Y objetivamente la ANAPO se convirtió en el “peor obstáculo” de la política de “Unidad y Combate”, en la medida en que el Partido Comunista, haciendo las veces de abogado del diablo, terciaba a su favor. En fin de cuentas nuestra divisa de unir todo lo unificable para las elecciones de 1974 se abrió paso justo a tiempo. Y en septiembre de 1973 ya estaban definidas las tres opciones más caracterizadas: “Desde la reaccionaria y antipatriótica, representada por los candidatos se los partidos Liberal y Conservador, Alfonso López y Álvaro Gómez, pasando por la intermedia e inconsecuente de la ANAPO, con María Eugenia de Moreno Díaz, hasta la nacional y democrática de la Unión Nacional de Oposición”[31].
En cuanto a la izquierda anapista, la discrepancia fue diametralmente a la inversa de la versión amañada que se pretende dar, después de cuatro años de agudas discusiones. Pero ustedes no se saldrán del embrollo tergiversándonos. Así harán menos decorosa la retirada. Nosotros insistíamos no en que no hubiese una izquierda en la ANAPO, sino en que ésta, para poder contribuir efectivamente a una política revolucionaria, se veía abocada con posterioridad a 1970 a la ineludible disyuntiva de rebelarse o seguir uncida a una línea oportunista que sólo fracasos cosecharía. Ustedes, al contrario, creían que la izquierda anapista podría tomar el timón y enrumbar el “tercer partido”, hacia aguas unitarias. Aceptemos que sus deseos eran altruistas, pero la ANAPO había encallado y sus sectores avanzados no tenían ni la influencia en el mando ni el respaldo suficiente para enderezar la situación. En la práctica, la consigna de permanecer a bordo hasta el final, facilitaba la labor de la pequeña burguesía arribista que soñaba con escalar posiciones en la ANAPO y llegar al Parlamento bajo su manto protector, aprovechando la desbandada de sus más reputados dirigentes de derecha y de izquierda. Si algo merece calificarse de populista es precisamente este intento ulterior de arribismo pequeñoburgués por salvar los dogmas reaccionarios de ANAPO en nombre de la revolución, por cubrir el viejo santoral con el palio del “socialismo a la colombiana” . Este novísimo “socialismo” fue a la postre el más acérrimo enemigo de la política unitaria que lo amenazaba a muerte.
La inutilidad de esta táctica fue reconocida por el Partido Comunista al mes de las elecciones, en mayo de 1974, cuando resolvió suspender su posición de “neutralidad” frente a la ANAPO.
Leámoslo:
“Ahora más que nunca debemos acercarnos a los sectores
más consecuentemente revolucionarios de la ANAPO. Hay que modificar
actitudes de ´neutralidad´ ante las contradicciones de este
movimiento a fin de pasar a una lucha activa y continua para estimular entre
sus activistas y adherentes las acciones unitarias y para atraer a los más
avanzados a la UNO y a la militancia en nuestras filas”.[32]
La postrera rectificación del Partido Comunista de “modificar” la “neutralidad ante las contradicciones de la ANAPO”, ¿significa acaso una implícita aproximación a la orientación del MOIR de “influenciar a los sectores de izquierda que aún quedan en la ANAPO y ganarlos para un posición realmente antiimperialista y antioligárquica”? De ser así no podemos menos de alabar que la experiencia, madre de la sabiduría, ayuda por igual a todos a distinguir el acierto del error. De todos modos no tenemos prisa, confiamos en que la práctica de la lucha de clases proferirá su fallo inapelable y dará a cada cual lo merecido. Y en verdad que nuestra paciencia ha sido premiada. Al cabo de estos tres últimos años podemos hacer un balance victorioso. Logramos concurrir en la pasada campaña electoral con un frente conjunto de fuerzas que, aunque pequeño, presentó una auténtica alternativa revolucionaria al pueblo colombiano. Las pretensiones de diluir la UNO en una amalgama informe e indefinible fueron contundentemente derrotadas. Los resultados electorales contabilizados son altamente favorables si se tienen en cuenta las dificultades supremas en las que se libró la contienda, y las fuerzas revolucionarias conquistaron significativas posiciones en las corporaciones públicas que han convertido en puestos de combate y tribunas de denuncia de las arbitrariedades y atropellos del régimen. Los objetivos de educar al pueblo, consolidar el avance revolucionario de nuestras fuerzas y apoyar las luchas populares se cumplieron hasta el límite de nuestras capacidades. Pudimos librar una gran batalla ideológica contra las concepciones liberales y contra las que pretenden revisar el marxismo-leninismo. La UNO ha quedado armada de un programa revolucionario que consigna las principales reivindicaciones estratégicas de la actual etapa nacional y democrática de la revolución colombiana. Se abre un nuevo período de la historia de Colombia en el cual, no obstante el triunfo montado y transitorio de las fuerzas reaccionarias, la crisis política y económica de las clases antipatrióticas gobernantes y del imperialismo norteamericano se agudiza irreversiblemente, mientras las masas oprimidas arrecian la lucha en todos los frentes de batalla. Las tendencias unitarias de las diversas clases, capas y organizaciones revolucionarias de la sociedad colombiana se acentúan por encima de los tropiezos naturales y a través del combate ideológico necesario, imprescindible y vivificante. Y nuestro Partido, más fogueado, más disciplinado, más unido, más extendido y más arraigado en el corazón del pueblo, está en condiciones de desempeñar un papel de mayor importancia en la conducción de las luchas revolucionarias.
Doblemos esta doliente página de la Alianza Nacional Popular con el siguiente comentario. El Partido Comunista aceptó que su “consigna del Onceavo Congreso, por un candidato único de toda la oposición democrática en la batalla electoral de 1974, no ha podido realizarse”.[33]
Aceptación apenas obvia. Pero como lo hemos explicado, la infundada insistencia del Partido Comunista por forzar la aplicación de su línea trazada, originó todas estas contradicciones de la alianza, la amplitud del frente, el programa de la UNO y los objetivos de la campaña electoral. Ustedes no podrán decir que la “consigna del Onceavo Congreso” no se concretó debido a las interferencias del MOIR. Nuestro poder decisorio no era tan determinante. Por el contrario, nos limitamos a fijar nuestros puntos de vista, a negarnos a participar en la UNO mientras no se clarificara la política y a esperar. De tal manera que el Partido Comunista tuvo el campo libre hasta el 22 de septiembre de 1973 para negociar su esquema unitario. ¡Y cómo lo gestionó! Por esto resulta tendencioso y ruin despachar esta polémica con la afirmación de que “el MOIR ingresa a la UNO después de haberle dado muchas vueltas”. Y por eso nos hemos ocupado en desmenuzar esta historia para comprobar que “en definitiva” nos guiamos “por el criterio” de que era “preferible constituir un frente que, aunque pequeño”, le pudiera “presentar al pueblo una verdadera alternativa revolucionaria”.34] Ustedes fueron los que dieron vueltas y revueltas alrededor de una quimera, desinteresada y piadosa si así lo prefieren, pero quimera al fin y al cabo, como revolotea el cucarrón alucinando en torno a una lámpara encendida.
DOS TARAEAS PARALELAS DE “UNIDAD Y COMBATE”
Conocidos los orígenes de la Unión Nacional de Oposición, sus dificultades y luchas del comienzo y explicadas cómo quedaron las cuestiones del programa y de los objetivos y frutos de la campaña electoral, pasaremos a ocuparnos del problema de su carácter, es decir, a responder al interrogante ¿qué es la UNO?
El Partido Comunista se apresuró a definir a la UNO como la “semilla del Frente Patriótico la Liberación Nacional”. Retomamos esta definición porque con ella se ha pretendido, por un lado, refutar nuestra consigna inicial de la necesidad de la creación de un “frente electoral de izquierda” para las elecciones de 1974, y por el otro, proporcionarle algún basamento doctrinal a la insinuación de que el MOIR se muestra reacio a facilitar la unidad de las fuerzas revolucionarias. Tal infundio está regado en múltiples materiales del Partido Comunista, queriendo significar, a punta de repetirlo, que ustedes son partidarios del frente único mientras nosotros tenemos de él una miope visión electorera. Es como si se creyera a pie juntillas que asuntos tan fundamentales para la teoría y la lucha revolucionarias se pudieran despachar mediante golpes de mano y argucias ingeniosas. Sin embargo, quien haya escuchado con atención la melodía monocorde de que la UNO es la “semilla del Frente Patriótico” habrá descubierto fácilmente que el Partido Comunista una vez más sólo aporta como argumentos suyos sus deseos y sus calumnias contra el MOIR.
Estamos seguros de que con definiciones abstractas no habrá cuándo desentrañar el problema, ni la polémica la debemos reducir a la competencia de quién le augura a la UNO la mejor de las suertes. Ya observamos cómo el esquema de convertirla en el “Frente de la Oposición Democrática”, “esencia” del “Frente Patriótico”, desembocó en un fracaso. No basta con decir “hágase la luz y la luz fue hecha”. Para prever el destino de la UNO es forzoso no olvidar cuáles son sus fuerzas verdaderas, conocer las distintas concepciones que chocan en su seno y entonces sí, mediante la discusión, inquirir si es posible o no concordar las políticas más indicadas que solventen su actual crisis y la transformen en un centro eficaz de dirección y coordinación de las luchas revolucionarias. Pero mientras la UNO no pase a cumplir una función efectiva como centro orientador y cohesionador de estas luchas y no garantice el mínimo de identidad y de cooperación entre sus fuerzas integrantes, será la negación del frente unido. Si sinceramente queremos constituirla en la “semilla” de la alianza que a la larga abarque y organice a todo el pueblo colombiano, tendremos que empezar por corregir ésta su falla principal. Y es más, no existe otra salida, remarcamos, para evitar su deceso. El deceso de la UNO como organización unitaria y democrática, se entiende, porque no se nos escapa el hecho de que cualquiera de sus componentes pueda prolongarle artificialmente la vida, pero ya como apéndice exclusivamente suyo. En esta última eventualidad la Unión Nacional de Oposición perdería su carácter de aglutinante de distintas corrientes políticas y, por ende, la “semilla” se marchitaría sin haber germinado.
Antes de intentar tan ingente labor dejemos establecidas dos premisas. En primer término que nuestro interés sigue siendo el de salvar y desarrollar la Unión Nacional de Oposición. Una alianza de esta índole, no obstante su relativa debilidad, es altamente positiva para la revolución colombiana, siempre y cuando cumpla con una política unitaria, democrática y revolucionaria. Creemos que nuestra mejor colaboración en esta hora es señalar críticamente las rectificaciones a que haya lugar, pero somos conscientes de que solos no podremos imprimirle ni la política ni la pujanza que requiere la UNO. Se precisa de un replanteamiento de los acuerdos entre las fuerzas que han venido comprometidas con el proceso unitario de los tres últimos años. Y como lo dijimos al principio de esta carta, estamos dispuestos a agotar pacientemente todos los medios al alcance para superar la crisis y proveer las bases del nuevo entendimiento.
En segundo término, sea cual fuese el resultado de nuestras gestiones, el MOIR seguirá invariablemente la línea de luchar por la unidad de las fuerzas revolucionarias. Desde nuestro nacimiento como organización partidaria independiente hemos proclamado con claridad meridiana que la revolución colombiana en su presente etapa democrática sólo conquistará la victoria con la unidad de todas las clases, capas, partidos y personas que en una u otra forma repudien la dominación del imperialismo norteamericano y de las clases antinacionales que le sirven de soporte. Bajo esta suprema directriz hemos venido combatiendo. Nuestro proyecto de programa para el Primer Congreso del Partido del Trabajo de Colombia lo destaca como uno de sus grandes postulados. Ninguna consideración logrará separarnos de esta senda. Y tenemos una seguridad absoluta en que el pueblo colombiano, a pesar del curso zigzagueante de la revolución, llegará a obtener su unidad y con ella la liberación, la prosperidad y la grandeza del país. Los problemas de la conformación de un frente único antiimperialista, así como el resto de los asuntos vitales de la revolución, sólo podrán resolverse satisfactoriamente aplicando el método de la participación democrática de todas las fuerzas revolucionarias. Sin democracia no habrá unidad. Precisamente la reacción sojuzga al pueblo dividiéndolo y lo divide negándole la libertad de organización, de expresión y demás derechos políticos. Las amplias masas repudian los procedimientos antidemocráticos. Y dentro del movimiento revolucionario colombiano ningún partido aceptará jamás estar bajo la férula de otro. Atrás quedaron los tiempos en los cuales los litigios se absolvían conforme al respeto que reclaman los “mayores en edad, dignidad y gobierno”. Las fuerzas nuevas son irrespetuosas, se atreven a desmentir a las viejas autoridades, descorren velos y destruyen mitos. Es la dinámica de la lucha. Gracias a ella la revolución no se estanca sino que avanza sin cesar hacia adelante, superando los períodos de desconcierto y de marasmo.
Sentadas
las dos premisas anteriores, manos a la obra. Escudriñemos en la
corta existencia de la Unión Nacional de Oposición cuál
ha sido su labor de dirección y coordinación. Partamos de
unas frases aún calientes del pleno del Partido Comunista de abril
pasado, arriba citadas:
“La Tercera Convención de la UNO, replicando a quienes
consideraban esta alianza como un mero acuerdo electoral, declaró
que ‘ha surgido un frente de fuerzas revolucionarias y populares,
con un programa de nueve puntos, cuyo objetivo final es abrirle el camino
a Colombia hacia el socialismo’.”
Al año de efectuadas las elecciones, el Partido Comunista no ceja en revivir su querella contra el MOIR acerca del carácter de la UNO. Lo que resulta doblemente insólito, si se comprende que los documentos aprobados por la Tercera Convención lo fueron por unanimidad y con la participación voluntaria nuestra, y, sobre todo, si se persiste en la turbia costumbre de refutar al MOIR haciendo caso omiso de sus posiciones públicas. Ustedes pretenden cosechar laureles en el campo de la teoría sobre el frente único, tiroteando la formulación que hicimos, a su tiempo, de la necesidad de la construcción de un “frente electoral de izquierda” para las elecciones de 1974. Y de carambola ubicar al MOIR en el bando contrario de la unidad de las fuerzas revolucionarias. Contraponer el MOIR a la línea de desarrollar un “frente de fuerzas revolucionarias y populares” porque defendimos y sacamos avante la consigna del “frente electoral de izquierda” en 1974, es un enfoque tan formulista, como el que sería atacar a la UNO porque según su nombre se limita a unificar la llamada “oposición”.
¿A qué obedecía que propusiéramos un “frente electoral de izquierda” para las pasadas elecciones? Creemos que esta pregunta ha quedado suficientemente respondida en los capítulos precedentes. Ustedes hablaban de un frente de toda la “oposición democrática” con candidato único y programa común, con la ANAPO como columna vertebral. Nosotros considerábamos que conforme a las circunstancias reinantes sólo era viable un frente mucho más reducido, pero con un contenido revolucionario, con el que podrían colaborar el MOIR, el MAC, el Partido Comunista, movimientos avanzados de provincia y sectores de izquierda de otros partidos. A esa alianza la denominamos “frente electoral de izquierda” para distinguirla de la proyectada por el Partido Comunista y que la práctica encontró irrealizable. ¿Cuál de las propuestas era más consecuente, no desde el punto de vista de su viabilidad, como ha sido aceptado por ambas partes, sino del de su contenido? ¿Bastaba simplemente la retahíla de que la UNO era la “esencia” o la “semilla” del futuro frente único para imprimirle un carácter revolucionario? Su carácter revolucionario únicamente podrían determinarlo el programa y los objetivos concretos que se fijaran en consonancia con el tipo de lucha inminente que teníamos delante. Y la UNO cumplió una gran tarea revolucionaria porque pudo concurrir a la contienda electoral con un programa nacional y democrático y con los objetivos de desenmascarar la estrategia de los partidos oligárquicos proimperialistas, agitar y explicar la estrategia revolucionaria y apoyar las luchas del pueblo colombiano. La lucha inminente que teníamos delante era la participación en las elecciones, una de las principales preocupaciones de ustedes y de nosotros. Para demostrarlo sería suficiente repasar las muchas citas que llevamos recopilando del MOIR y del Partido Comunista.
Siendo esto exactamente cierto, el MOIR, sin embargo, no confinaba las alianzas al lindero exclusivamente electoral. Cuando proclamamos nuestra política de “Unidad y Combate” en 1972, además de la tarea de crear un “frente electoral de izquierda”, nos trazamos la de la unidad del movimiento sindical independiente. Las condiciones para esta segunda tarea estaban también dadas: la profunda crisis de la UTC y CTC, el anuncio de su fusión a comienzo de ese año y la desesperada decisión del gobierno de Pastrana de apoyarse abiertamente en sus camarillas antiobreras, desnudándolas por completo y contribuyendo a enmendar los equívocos que todavía campeaban en el movimiento obrero sobre su verdadera catadura. Además, el reconocimiento del Partido Comunista de la presencia de diversas fuerzas políticas antiutecistas y anticetecistas dentro del sindicalismo independiente y su oportuna declaración a favor de la perspectiva de la creación de una central unitaria. Sobre los logros y tropiezos de esta empresa nos ocuparemos luego por separado. Aquí nos interesa resaltar que cuando llamamos a trabajar por la política de “Unidad y Combate” lo hacíamos con la mente puesta tanto en la urgencia del “frente electoral de izquierda” como en la necesidad de unificar el sindicalismo independiente.
Ambas tareas
suponían para nosotros una alianza con el Partido Comunista y procedimos
en consecuencia a dar los pasos concernientes. Así lo entendíamos
y así lo explicamos:
“La central obrera independiente y el frente electoral de izquierda
son dos tareas cuya realización exige que el MOIR trabaje en ellas
conjuntamente con el Partido Comunista y otras organizaciones partidistas.
Para ello, tendremos que hacer y hemos hecho, modificaciones adecuadas a
nuestra política” [35]
De tal manera que seguir martillando con la acusación de que el MOIR ha reducido su política unitaria revolucionaria a un estrecho criterio electoral es otra desfiguración más que tenemos que abonarles a ustedes, en el afán de echarnos el agua sucia, revuelta con su propio barro. Y en verdad es el Partido Comunista quien ahora niega a toda costa, como lo avizoraremos después, que la política de alianza entre ustedes y nosotros hubiese abarcado acuerdos referentes al movimiento sindical. Pero al mismo tiempo nos arroja la recriminación de que el MOIR no piensa en una unidad más amplia ni más profunda como se supone sea la empresa de construir un “Frente Patriótico” o una “semilla de Frente Patriótico”.
Lo que sucede es que nosotros no hemos especulado acerca del frente único. Con la concepción que tenemos de él como máximo aglutinante de las fuerzas revolucionarias y principal forma de dirección de la revolución nacional y democrática, dilucidamos que tal objetivo aún se encuentra distante de nuestros anhelos, a pesar de los innegables progresos de la conciencia política del pueblo colombiano. Sin embargo, cuando propusimos la línea de “Unidad y Combate”, reparábamos en que sus tareas del frente electoral de izquierda y de la unidad sindical, aunque no significaban de por sí que estuviéramos en los umbrales del frente único, la una y la otra se acogían a su espíritu. Alrededor de estas dos tareas se podrían comprometer corrientes y sectores distintos a los del MOIR, como efectivamente sucedió, pero jamás creímos que movilizaran a las inmensas masas, ni siquiera al grueso destacado de las clases explotadas y oprimidas. Con la campaña electoral unificada y el trabajo conjunto en el movimiento sindical, aplicábamos una línea de frente, no obstante encontrarnos a miles de jornadas de éste. Y no lo decimos hoy para defendernos de un ataque artero. Lo planteamos antes de pactar los acuerdos con los aliados de la UNO. Veámoslo:
“La política de ‘Unidad y Combate’ busca el cumplimiento de las tareas mencionadas (el frente electoral y la unidad sindical) y se halla enmarcada en la estrategia de la revolución nacional y democrática. Esta política principia por reconocer la lucha que contra el imperialismo yanqui y sus lacayos adelantan las grandes mayorías nacionales. La creación de una Colombia independiente y próspera será producto de la victoria del frente único antimperialista que integrarán los obreros, los campesinos, la pequeña burguesía urbana y el resto de los sectores patrióticos. En la actualidad no hay condiciones para conformar un frente de esas dimensiones. A la revolución colombiana aún le falta recorrer mucho trecho para lograrlo. Sin embargo, unificar fuerzas susceptibles de aliarse en la actualidad contra el imperialismo yanqui y las oligarquías coligadas, principales enemigos del pueblo y la nación colombiana, es una política que interpreta el espíritu de frente único, aunque se circunscriba a tareas particulares de la revolución.[36]
Después del esclarecimiento hecho sobre nuestro criterio de frente único en relación con las dos tareas de la campaña electoral unificada y de la unidad sindical, procedamos a indagar cuál ha sido en realidad la labor de la UNO. Cumplidos sus tres años, ¿se puede asegurar que haya desempeñado efectivamente un papel de dirección? A excepción de la tarea electoral, en la cual su Comando nacional discutió y decidió de manera positiva y actuante, la Unión Nacional de Oposición se ha reducido a una que otra declaración, las más de las veces rectificando malos entendidos. En sus organismos directivos, por ejemplo, nunca se analizaron ni mucho menos se trazaron orientaciones concernientes al proceso unitario del movimiento obrero. La unidad obrera marchó siempre paralela a la UNO. La actividad de ésta con respecto a aquella se redujo a producir esporádicamente algún pronunciamiento de apoyo a los logros conocidos de la zona estrictamente sindical, como lo hizo la Tercera Convención hace un año.
Sabemos que no se hará esperar la réplica de ustedes, cuando lean esta líneas, pidiendo la milimétrica demarcación entre el trabajo sindical y el trabajo político, de la que han sido fieles defensores. Anticipemos también nuestra respuesta, ampliamente conocida. Existe una esfera sindical, una agrupación de los obreros por oficio y ramas industriales, que se da espontáneamente, sin que medie la conciencia comunista. Ésta es su primera forma de organización de clase, imprescindible como escuela de lucha del proletariado y base de apoyo de sus progresos políticos en procura de una más elevada expresión organizativa, su partido revolucionario. La organización sindical es insustituible. Ella abarca teóricamente a toda la clase. El partido se conforma de sus elementos avanzados, y es la vanguardia esclarecida que guía al proletariado hacia su emancipación y hacia el comunismo. Pero entre una y otra forma de organización de la clase obrera no puede levantarse una Cordillera de los Andes. La burguesía predica desde todos sus púlpitos que el movimiento sindical debe proscribir la política de sus predios, especialmente la política revolucionaria. Los moiristas, a la inversa, creemos que el partido proletario debe nacer y crecer entre los obreros de carne y hueso, que se hallan organizados en sus sindicatos, conocer al dedillo y resolver todos sus problemas y con ello ponerse al frente del resto de oprimidos de la sociedad colombiana por la liberación nacional y la revolución. Los sindicatos adelantan la lucha económica en procura de mejores condiciones de vida y de trabajo dentro del actual sistema, pero también luchan políticamente por la destrucción del mismo. En las condiciones de Colombia los problemas de la unidad sindical no gravitan privativamente en la órbita gremial, sino que pertenecen por sobre todo a la lucha política de los obreros, y su partido puede y debe discutirlos con las clases aliadas que padecen la persecución del enemigo común. La derrota de las camarillas vendeobreras y vendepatrias de la UTC y CTC y la unificación del sindicalismo en una sola confederación nacional, serían una gran conquista de la revolución, conquista que entusiasma primordialmente al proletariado revolucionario en su conjunto. La UNO como tal no ha examinado estos asuntos, no obstante haber en su seno fuerzas políticas fervorosamente partidarias de la unidad sindical.
Los acuerdos sindicales en torno a la construcción de una central unitaria se lograron en los encuentros obreros, realizados en 1972 y 1973. Eso estuvo bien. El MOIR, el Partido Comunista y demás organizaciones políticas participantes en dichos encuentros se expresaron y comprometieron a través de sus respectivos dirigentes sindicales. Nosotros preveíamos el desarrollo paralelo de las dos tareas, la de la concurrencia conjunta en las elecciones y la de la unidad sindical, cuando distinguíamos en la formulación de nuestra política de “Unidad y Combate” entre la lucha por el “frente electoral de izquierda” y la lucha por la “central unitaria independiente”. No aspirábamos a que la Unión Nacional de Oposición se ocupara de la tarea de la unidad obrera, como si la UNO fuese una alianza integral que tuviera que estudiar y resolver sobre aquellas cuestiones claves de la lucha revolucionaria colombiana, cual si se tratase de un verdadero frente único, o de su “semilla”.
Conocíamos los grandes impedimentos que se concitaban entonces contra una pretensión de esa categoría, y preferimos, a favor de la objetividad y para no complicarnos las cosas, hablar de un frente “electoral”. Y esta es ciertamente la tarea que la UNO ha atendido con mayor dedicación. Coordinando, organizando, disponiendo de los medios necesarios, en síntesis, dirigiendo. Durante el debate electoral sus organismos de dirección resolvieron democráticamente sobre todos estos puntos importantes: el programa, las normas organizativas, el candidato presidencial, las giras y las listas conjuntas. A medida que transcurría la campaña, el Comando Nacional se iba apersonando con mayor entidad de aquellos asuntos que en un principio se creyeron exentos de dirección compartida, como fue el caso de la designación de los candidatos para las corporaciones públicas. Y los distintos partidos integrantes mantenían celosamente su independencia ideológica y orgánica y hacían sentir sus demandas particulares, las cuales eran aceptadas o rechazadas, según coadyuvaran o no a la prosecución de las metas convenidas. El mando compartido, lejos de mimetizar las direcciones de las diversas fuerzas aliadas, las resaltaba, aguzando su iniciativa y promoviendo una viva y permanente controversia que era el brío siempre renovado de la Unión Nacional de Oposición. Esta es, para nosotros, la experiencia más positiva de la UNO. Cada vez que los problemas se sustrajeron de la dirección compartida, éstos se agudizaron y la UNO se debilitaba y detenía.
¿“POLÍTICA SUELTA” O “DIRECCIÓN COMPARTIDA”?
El hecho de que la Unión Nacional de Oposición se hubiese especializado, por así decirlo, en la labor electoral, la cual enrutó y coordinó a satisfacción, no se debe preferentemente a la estricta objetividad del MOIR para calcular los alcances de la alianza. Al contrario, en infinidad de oportunidades nosotros reclamamos que se discutiera y decidiera compartidamente no sólo sobre la tarea de la central unitaria, sino sobre los enfoques contradictorios y declaraciones públicas que los aliados hacían del nuevo gobierno y de ciertas medidas oficiales. Mientras tanto el Partido Comunista continuaba reservándose el arbitrario derecho de combatirnos cual enemigo de la unión, urdiendo una maraña de intrigas, como la supuesta división interna del MOIR, y esparciendo a los cuatro vientos toda clase de chismes y especies calumniosos. La insistencia en que la UNO se posesionara de un papel más actuante y positivo y se le facultara para funciones más ambiciosas, obedecía a una inequívoca política de nuestro Comité Ejecutivo Central, fijada por cierto públicamente y con antelación al 21 de abril de 1974. En las postrimerías de la campaña el MOIR explicó cómo la UNO aún no había dado todos sus frutos y que con justicia las masas populares demandaban mucho más de ella, en correspondencia con las esperanzas levantadas y con las fuerzas revolucionarias que había puesto en pie de lucha. Con las elecciones se cerraba para la UNO un período y se abría otro. Así lo anunciamos:
“La consigna de unir al pueblo en un gran frente de combate contra sus opresores se ha abierto camino entre las masas y explica el respaldo de amplias capas de la población a la Unión Nacional de Oposición. La UNO ya dio sus primeros resultados positivos, pero no ha cosechado aún todos los frutos que se vislumbran del completo desarrollo de las fuerzas revolucionarias que ha destacado. Por ello la UNO tiene contraído un compromiso con el pueblo colombiano que la obliga a continuar más pujante, más unitaria y más combativa después del 21 de abril, de seguir adelante, fiel a la línea revolucionaria aprobada en su última convención de septiembre y aplicada con tanto éxito en los meses subsiguientes”. [37]
Y en cuanto a la necesidad de perseverar en la unidad alcanzada y proyectarla a otras tareas de la revolución, manifestamos:
“El MOIR, como lo ha venido haciendo, seguirá luchando por afianzar la unión. Creemos que las fuerzas de la izquierda colombiana deben ampliar su alianza y prolongarla para las otras tareas de la revolución y no solamente para las labores electorales”.[38]
En esta directiva se halla el meollo del futuro de la Unión Nacional de Oposición, en especial si pretendemos convertirla en una “semilla” del frente único antiimperialista. De los éxitos que logremos en aplicar esta línea depende el que podamos o no sacar a flote la UNO, restablecer la unidad y la confianza y recuperar el tiempo perdido en mutuas recriminaciones. El quid de la cuestión radica en que la UNO como frente ejerza una “dirección compartida” sobre aquellos asuntos vitales de la lucha revolucionaria del pueblo colombiano, que amplíe su función coordinadora y cohesionadora a todos los puntos en los cuales tales coordinación y cohesión se hacen imperiosas para poder trabajar conjuntamente. La “política suelta” es incompatible con la esencia misma del frente único antiimperialista. Por lo menos ésta ha sido nuestra experiencia de la que llevamos andado en pos de una alianza de las clases y fuerzas revolucionarías.
Sobre los peligros de una “política suelta” hablamos por primera vez en vísperas del llamado “Segundo Encuentro de las Fuerzas de Oposición” en marzo de 1973, durante las reuniones previstas multilaterales, en las cuales no nos fue posible llegar a acuerdo. Nosotros exigíamos a la sazón que se dejara establecido sin ambages que la candidatura presidencial de izquierda recaería en un compañero perteneciente a alguno de los tres partidos integrales de la Unión Nacional de Oposición. El Partido Comunista se negó a concertar entonces un compromiso tan tajante, y así continuaba con las manos sueltas para negociar un entendimiento fuera de la UNO y concretamente con la ANAPO, tal cual lo analizamos más arriba. El MOIR no participó en dicho encuentro y efectivamente éste aprobó un llamamiento sutil que sería como el último rayo de luz sobre la desesperanzada estrategia, de alcanzar “la unidad de todas las fuerzas de oposición democrática”. La “política suelta” para que cada cual pueda como le venga en gana decidir sobre aquellos asuntos importantes que conciernen por su propia naturaleza a la responsabilidad conjunta, es antagónica con la esencia y funcionamiento de un frente como la Unión Nacional de Oposición. No se puede demandar mutua solidaridad en resoluciones que se hayan tomado unilateralmente y en pugna con los criterios y propósitos de los aliados. Entre más sea el número de cuestiones que se sustraigan a la “dirección compartida” y mayor la trascendencia de éstas, en esa proporción disminuirá la importancia del frente, su utilidad y dinamismo. Y viceversa. En la medida en que suprimamos la “política suelta” lograremos con el tiempo que la Unión Nacional de Oposición, por su labor coordinadora y cohesionadora, se vaya convirtiendo, simultánea al auge de la lucha de las masas revolucionarias, en un verdadero “embrión” del frente único antiimperialista . En las presentes circunstancias no existe otra salida ni otro método para consolidar este proceso unitario de tres años y proyectarlo hacia nuevas tareas y más grandes objetivos.
Con posterioridad al 21 de abril la UNO encaraba, como consecuencia directa de las posiciones obtenidas en la campaña electoral unificada, la obligación de atender una labor parlamentaria igualmente conjunta, ya que cada uno de sus tres partidos de envergadura nacional lograron cargos tanto en el Parlamento como en asambleas departamentales y concejos municipales. En efecto, se convino en que la lucha parlamentaria la orientaría el Comando Nacional, con la asesoría de un comité de trabajo parlamentario, creado para tal fin. Por otra parte y debido al cambio de gobierno dentro de la coalición liberal-conservadora, a partir del 7 de agosto, la Unión Nacional de Oposición debería definir una política ajustada a la nueva situación. Así se hizo. La Tercera Convención dispuso por unanimidad la batalla frontal contra el gobierno de López Michelsen, albacea de la política antipopular y antipatriótica de los viejos regímenes y cabeza visible del sistema oligárquico proimperialista. Igualmente la convención aprobó una línea de acción revolucionaria para los congresistas, diputados y concejales de la UNO.
Contrariando lo establecido, la lucha en las corporaciones públicas no se llevó a cabo plenamente de común acuerdo y conforme a las directrices consecuentes de combate. Claro que hay ciertos aciertos. Aciertos que se obtuvieron cada vez que la fracción minoritaria de la UNO en esas corporaciones mantuvo su independencia ante los partidos tradicionales y siempre que aplicó las orientaciones revolucionarias de la Tercera Convención con respecto al gobierno lopista de hambre, demagogia y represión. En algunas oportunidades incluso fue posible criticar errores y corregirlos con arreglo a las normas de la “dirección compartida”.
Desafortunadamente, la acción parlamentaria de la UNO en su conjunto no se guió por tales normas y en particular proliferaron las conductas reñidas en un todo no sólo con los postulados que defendimos durante el debate electoral, sino con las orientaciones posteriores. La actitud beligerante y activa fue depuesta repetidas veces para plegarse a las promesas, los halagos o la demagogia de la coalición gobernante. Estos errores de conciliacionismo fueron cometidos principalmente por tres de los cuatro parlamentarios del Movimiento Amplio Colombiano, los cuales terminaron siendo expulsados de su organización por sus desviaciones oportunistas, en febrero de 1975. Entre estos “tres tristes tigres” se encontraba quien había sido el candidato presidencial de la UNO, Hernando Echeverri Mejía.[39].
La “política
suelta” en la acción parlamentaria de la UNO, se reflejó
preferentemente en estos hechos:
En la presentación de proyectos de ley, de ordenanza y de acuerdo
sin previa discusión en los organismos respectivos de dirección.
En la alteración posterior de textos acogidos por unanimidad, de
manera arbitraria, inconsulta y violatoria de las determinaciones convenidas.
En la falta casi absoluta de coordinación y cohesión en el
trabajo adelantado en asambleas y concejos.
En la votación a favor de candidatos del oficialismo para distintos
cargos, a cambio de magras “conquistas” burocráticas
y a costa de desvanecer la diferencia radical que existe entre el comportamiento
de los representantes de una alianza revolucionaria y la de los personeros
de la podrida coalición liberal-conservadora.
En el apoyo velado a ciertas medidas del gobierno oligárquico, que
en apariencia se presentan como beneficiosas para el pueblo y para la nación
colombiana, pero que en el fondo son todo lo contrario.
Estas han sido las principales manifestaciones de una política errónea por parte de determinados voceros de la Unión Nacional de Oposición en las corporaciones públicas, que expresan las tendencias hacia el “cretinismo parlamentario” y comprueban la ausencia de vigilancia de los organismos de dirección de la UNO y la necesidad de promover la crítica a nivel de masas. Con este análisis no queremos decir que tales errores sean exclusivamente de nuestros aliados. El MOIR ha señalado serenamente las tendencias “cretinistas” que se han desarrollado dentro de la UNO, inclusive ha exigido la autocrítica a sus militantes y organizaciones responsables de estas faltas, como la pública que se hiciera el Comité Regional del MOIR de Risaralda.[40]
Cuando los “tres tristes tigres” comenzaron a sacar las uñas y mostraron de cuerpo entero sus inclinaciones conciliacionistas y burocráticas, el MOIR, después de agotar los medios persuasivos internos, exigió una condenación categórica de su conducta contrarrevolucionaria, la cual debía hacerse conocer primero de las bases de la UNO y luego de las más amplias masas. Y cuando Echeverri y sus dos sanchos reclamaron la “autonomía política” para continuar sus triquiñuelas y componendas con el oficialismo, propusimos que el Comando Nacional produjera un comunicado anunciando que estos caballeros ya no hacían parte de la Unión Nacional de Oposición. El Partido Comunista se opuso a promover la crítica a nivel de masas y a colocar fuera de la UNO a los tres parlamentarios, contentándose con que se dijera que éstos no estaban “autorizados” para dar declaraciones en nombre de la Unión Nacional de Oposición y alegando que la “expulsión” sólo podría dictaminarla el Movimiento Amplio Colombiano. Como el MAC no se atrevía a producir tal determinación, dejamos la constancia de que en esos condiciones era imposible mantener una solidaridad política con nuestros aliados, al precio de que las bases que lucharon con nosotros durante la campaña electoral y las masas populares que conocieron muestro ideario revolucionario nos vieran metidos en el mismo costal con quienes habían pisoteado la palabra empeñada y en esa forma se burlaban de los nueve puntos programáticos y de los compromisos.
Ese fue uno de los mementos de mayor incertidumbre y desconcierto de la Unión Nacional de Oposición. Los sectores obreros, campesinos, estudiantiles e intelectuales que lucharon hombro a hombro con la UNO y quienes veían con simpatías el desarrollo de esta experiencia aguardaban interesados el desenvolvimiento de su lucha interna. Y no era para menos. Los errores de los tres parlamentarios del MAC eran graves y de la solución que se les diera dependía la credibilidad en la UNO. Hernando Echeverri, a guisa de ejemplo, había declarado que respaldaría las “medidas positivas” de la administración López Michelsen y en la práctica defendió en el Senado algunas maniobras de los manzanillos liberales y conservadores contra las clases asalariadas y votó proyectos oficiales demagógicos y antipopulares. En las primeras sesiones del Congreso se deshizo en alabanzas desbocadas hacia las tesis del canciller Liévano Aguirre, quien estrenaba su charlatanería sobre las relaciones con los países socialistas, pero que de hecho establecía la adhesión del nuevo gobierno a la línea tradicional oligárquica de seguir servilmente la política internacional imperialista dictaminada por Washington. Estas traiciones las perpetraba Echeverri en complicidad con sus dos escuderos de aventura. Los tres resolvieron una tarde cualquiera fundar en las gradas del Capitolio el “partido socialista de Colombia”. Esta era la parte grotesca de la leyenda. Su parte trágica consistía en que, siendo Echeverri como era uno de los más conocidos dirigentes de la Unión Nacional de Oposición y mientras no rompiéramos cobijas con él, el pueblo seguiría necesariamente identificándonos con las andanzas de estos “tres tristes tigres”.
El MOIR dejó de manera perentoria una constancia en todos los comandos de la UNO en donde fue factible hacerlo, expresando su criterio de que los oportunistas debían ser censurados drásticamente y que las masas, especialmente los sectores que sufragaron por nosotros, tenían el derecho a conocer sus felonías y condenarlos por el delito de sumarse al carro vencedor, cuando en la víspera habían solicitado los votos en su contra. Durante la campaña electoral propagamos la teoría revolucionaria de que las corporaciones públicas en las que algunos de nuestros candidatos tendrían asiento, eran instituciones corrompidas y desahuciadas históricamente. Que el pueblo no podía esperar nada de ellas a no ser mandobles y cargas pesadas, como lo venía sufriendo por décadas. Que si participamos en dichas instituciones creadas y dominadas por las clases explotadoras vendepatrias sería con la finalidad de convertir las curules alcanzadas en tribunas de denuncia de los crímenes del sistema; hacer propaganda al programa por una Colombia libre de la opresión externa e interna, y proclamar que sobre las cenizas de los cuerpos parlamentarios de la democracia oligárquica, el pueblo edificará las asambleas de obreros, campesinos, pequeños productores y comerciantes y del resto de patriotas, en las cuales se centralice todo el Poder de la nueva democracia revolucionaria.
Diez días
antes de las elecciones y para cerrar el debate electoral, el MOIR resumió
en la siguiente forma las obligaciones que había contraído
la Unión Nacional de Oposición ante el pueblo colombiano:
“Tal como está la situación, la UNO conquistará
importantes posiciones en las corporaciones públicas. Esto plantea
la cuestión de desarrollar una acción parlamentaria coordinada,
conforme al programa defendido durante la campaña y según
las determinaciones tomadas de común acuerdo por el Comando Nacional
o por un comité especial constituido para el efecto. En relación
con este trabajo la UNO hará respetar un criterio defendido y explicado
profusamente durante la campaña y es el principio de que los candidatos
nuestros que salieren electos responderán ante el pueblo y ante la
UNO de su conducta política en la respectiva corporación.
Quienes violen los compromisos y traicionen el programa en cuyo nombre resultaron
favorecidos, serán seña lados ante las masas como renegados
de la causa del pueblo. Esta es una diferencia fundamental entre la UNO
y los partidos reaccionarios y oportunistas, ya que en estos partidos los
elegidos no responden ante los electores de su acción y como caso
común y corriente se mofan de las promesas electorales.[41]
Advertencias de este tenor hicimos en las plazas de los grandes centros y en los villorrios apartados, a todo lo largo y ancho del país. Nadie protestó. Todos asentimos que eso era los más justo y conveniente. Y ahora que estábamos frente al hecho cumplido, algunos vacilaban en sancionar ejemplarmente a los bufones.
Incluso el Partido Comunista ha llegado a reprobar públicamente la actitud de censurar con la máxima severidad la transgresión de los acuerdos contraídos y a los transgresores. No hace mucho ustedes ironizaban sobre nuestros graves reclamos diciendo que el MOIR “ha aplicado el culto a la personalidad, heredado de sus maestros maoístas (...). Y cuando ingresó a la UNO ¿no lo hizo agotando todas sus reservas de incienso para elogiar a Hernando Echeverri? [42] Luego, cuando éste mostró el cobre, saltó del amor frenético a la diatriba sin límites”.[42]
Para combatirnos el Partido Comunista ha puesto a funcionar su artillería pesada, desempolvando de la despensa revisionista la consabida “teoría” de la “lucha contra el culto a la personalidad” con que los nuevos zares de Rusia bombardean la fortaleza proletaria de la China comunista, dirigida por el camarada Mao Tsetung. Ustedes saben que dicha “teoría” fue llevada a su apogeo por Nikita Kruschev, lo que ignoran es que el proletariado revolucionario del mundo la tiene relegada al cuarto de los trastos inservibles. Las masas explotadas de todos los países respaldan y siguen lealmente a sus jefes y maestros que las guían por el camino luminoso de la victoria, como Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin, a quienes aún después de muertos la clase obrera continúa con gratitud venerando y haciendo honor a sus enseñanzas revolucionarias. Esto, por una parte. Y por la otra, el proletariado internacional vapulea sin compasión a los renegados de todas las especies, a los dicharacheros y saltimbanquis y a los enemigos del progreso. Es una ley ineluctable de la historia. Pero no era nuestra intención mezclar a nuestro héroe de marras en tan solemnes veredictos. Simplemente traemos a cuento la cita anterior porque refleja como ninguna otra las trastocadas contradicciones entre el MOIR y el Partido Comunista en relación con Hernando Echeverri Mejía. El Partido Comunista ha creído excesivos nuestro respaldo y nuestras críticas al candidato presidencial de la Unión Nacional de Oposición, primero, cuando fue justo respaldarlo y, las segundas, cuando resultaba imperioso criticarlo. Y efectivamente, a ustedes les parecía mejor un candidato anapista para las elecciones de 1974 y ahora consideran que las condenas al “cretinismo parlamentario” son “diatribas sin límites”. Pero estos dos conflictos han quedado cancelados, el uno con la convención del 22 de septiembre de 1973 y el otro con la resolución de expulsión emitida por el MAC el 13 de febrero de 1975.
La más valiosa experiencia de la UNO como frente, o como “semilla” de frente, es a nuestro entender que, cuando se aplicó para las materias de común interés una “política suelta”, aquella pasaba ipso facto a un estado de parálisis y atonía. Igual cosa sucedió cada vez que el Partido Comunista pretendió utilizar a la UNO a favor de sus particulares objetivos, ya en asuntos de la problemática nacional o internacional desconociendo olímpicamente los puntos de vista y las reclamaciones de los aliados y en detrimento de la coordinación y cohesión necesarias de una alianza de este tipo. Si se aspira a que haya mutua solidaridad en todos los problemas, o por lo menos en aquellos de mayor importancia, lo más indicado entonces es que éstos sean examinados, discutidos y resueltos democráticamente con la participación de todas las fuerzas comprometidas. En todo caso la UNO no puede reducirse a apoyar lo que hagan sus partidos por aparte, o un partido en especial. La dirección debe ser compartida e incluir paulatinamente todas las luchas revolucionarias, desde las más simples y comunes hasta las más complejas y elevadas. He ahí una de las principales dificultades para calificar a la UNO de “semilla” de frente único.
Con una dirección “compartida” para todas y cada una de las cuestiones básicas de la revolución, sobre una línea de unidad y democracia, no tenemos la más mínima duda de que la Unión Nacional de Oposición saldrá adelante, y saldrá adelante en el sentido de que se constituya realmente en el comienzo embrionario del frente único antiimperialista del pueblo colombiano. Con una “política suelta” para tales cuestiones, que desconozca los procedimientos democráticos y lesione la coordinación y la cohesión indispensables será absolutamente imposible que dentro del movimiento revolucionario de Colombia perdure ninguna alianza. A lo más que pudiéramos ambicionar en aquellas condiciones sería a mantener de vez en cuando acciones unitarias esporádicas, las cuales, igualmente, sólo podrían concretarse bajo el estricto cumplimiento de las normas democráticas. Desde luego que no rechazamos tales acciones. Por el contrario, las estimularemos y pactaremos siempre que convenga y lo exija la lucha revolucionaria del proletariado colombiano. Aun cuando las acciones unitarias favorecen la unidad del pueblo, resulta obvio que ustedes y nosotros en esta ocasión nos venimos ocupando es del frente único antiimperialista, y es pensando en dicho frente que criticamos la “política suelta” y defendemos la “dirección compartida”.
La Unión Nacional de Oposición aplicó rigurosamente para la tarea electoral una “dirección compartida” y cosechó triunfos. Es innegable que sin el programa común, el candidato único y las listas conjuntas ninguna de las fuerzas coligadas hubiese avanzado cuantitativa y cualitativamente en las elecciones de 1974. Sin embargo, la UNO no siguió con esmero esta línea en el segundo período, ni siquiera en la acción parlamentaria. Además, como lo hemos señalado, no se ocupó de las tareas de la unidad sindical, a pesar de que sus fuerzas integrantes se hallaban comprometidas en la lucha por la central unitaria. La UNO no sirvió ni de vehículos para que se nos explicaran las razones del aplazamiento del congreso unitario del 6 de diciembre de 1974, convocado por el Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973. Para este caso el MOIR tuvo que recurrir a solicitar una reunión bilateral con el Partido Comunista, en la cual nosotros criticamos el aplazamiento y censuramos el procedimiento antidemocrático. Ustedes lo aceptaron autocríticamente, por lo menos en dicha reunión.
La UNO tampoco
se preocupó por orientar los múltiples combates que últimamente
han llevado a cabo los obreros, los campesinos, los estudiantes, los maestros,
los bancarios, etc., no para sustituir la dirección concreta que
tuvieron estas luchas, ni para suplantar sus formas organizativas peculiares,
sino para coordinar la labor de los partidos coligados que se hallaban vinculados
de una u otra manera a esas batallas y así contribuir con una apreciación
global unificada a que no afloraran, a lo sumo, contradicciones innecesarias
entre las corrientes integrantes de la Unión Nacional de Oposición.
El Comando Nacional de la UNO debió también servir de medio
para airear y resolver las diferencias del MOIR y el Partido Comunista relativas
a la conducción del movimiento estudiantil y hacerlo con la participación
del resto de organizaciones aliadas. Al enumerar tales errores no pretendemos
eludir la responsabilidad que por ellos nos competa. Hacemos la crítica
como muestra de nuestras intenciones de contribuir a que la UNO dé
un salto cualitativo tras la meta soñada por los revolucionarios
y que el pueblo algún día hará realidad: la unidad
de todas las clases, capas, partidos y personas que luchan por la liberación
de Colombia y por la instauración en el territorio patrio
de una democracia popular.
EL FRENTE ÚNICO:
ESTRATEGIA CENTRAL DE LA REVOLUCIÓN
Colombia es una república neocolonial y semifeudal bajo la dominación del imperialismo norteamericano. De esta situación exclusivamente sale favorecida una minoría antinacional de grandes burgueses y grandes terratenientes que se enriquecen facilitando la expoliación imperialista sobre las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, manteniendo viejos y aberrantes privilegios y usufructuando del Poder del Estado para hacer enormes negociados, concusiones e ilícitos de toda laya. La inmensa mayoría de la nación se encuentra explotada, arruinada y privada de la libertad y demás derechos democráticos. En nuestro país las fuerzas productivas sufren en lo sustancial la atrofia del estancamiento y la economía soporta las consecuencias de una crisis permanente. El pueblo colombiano no sólo carece de pan, vivienda, salud, trabajo, vestido y del resto de medios materiales e indispensables para llevar una existencia decorosa, sino que su vida espiritual se halla al margen de la educación y sumida en la ignorancia y el analfabetismo. Esta miserable condición de las masas populares que se transmite de padres a hijos y de hijos a nietos no tendrá cuándo remediarse dentro del actual sistema de opresión externa e interna. Las gentes han visto pasar por la conducción del Estado, como en una pesadilla interminable, gobiernos militares y civiles, “estadistas” liberales y conservadores, economistas y abogados, herejes y camanduleros, letrados y doctores en honoris causa y han escuchado la letanía de promesas incumplidas que cada dos o cuatro años los dirigentes políticos de las clases dominantes renuevan a cambio de sus votos. Sin embargo, el pueblo contempla cómo su suerte va de mal en peor, hasta llegar a extremos intolerables. Y en efecto, las masas colombianas únicamente saldrán de su postración el día en que liberen el país de la sojuzgación imperialista y destruyan el Poder antinacional y despótico de la gran burguesía y de los grandes terratenientes. Hasta cuando esto no sea posible, cualquier “reforma social” emprendida por los opresores será un grillete que caerá sobre los oprimidos.
En Colombia ha habido personas que sostienen la tesis de que el pueblo no podrá jamás prescindir de las partidos Liberal y Conservador y que su destino es colaborar con los mandatarios de turno en los programas por desarrollar la producción, abrir fuentes de empleo y construir escuelas. Que Colombia no tiene la fuerza suficiente para derrotar a una potencia tan poderosa como los Estados Unidos. Esta tesis derrotista lo que persigue es que el país continúe aherrojado bajo el neocolonialismo y el semifeudalismo y el pueblo colombiano siga siendo eternamente un pueblo sometido e infeliz. Pero ni siquiera la producción capitalista nacional podrá desarrollarse, ni aumentará el empleo, ni las masas populares gozarán de una cultura propia y avanzada, mientras no desaparezcan los impedimentos que hacen que tales conquistas no sean una realidad: la dominación del imperialismo norteamericano sobre nuestra patria y el régimen oligárquico burgués-terrateniente. Dentro del actual sistema sólo prosperará la economía de los grandes monopolios extranjeros, en perjuicio de la economía del pueblo y la nación colombiana.
Ciertamente el poderío de nuestros enemigos es considerable. Pero infinitamente más poderosas son las fuerzas que subyacen en el seno del pueblo. Contra los opresores imperialistas y los lacayos criollos conspira y lucha más del 90 por ciento de la población colombiana. En primer término, la clase obrera, motor de la industria moderna; el campesinado, responsable de la producción agropecuaria, base de la economía nacional; los pequeños productores y comerciantes creadores de una inmensurable gama de bienes y servicios indispensables; los intelectuales y estudiantes, poseedores de cierto grado de conocimientos avanzados y técnicos insustituibles en el trabajo de la ciudad y el campo, y, en fin, hasta la burguesía media, el sector progresista de la burguesía colombiana, tiene contradicciones irreconciliables con el imperialismo, que la hacen susceptible de apoyar en determinadas condiciones la lucha por la liberación nacional y la revolución. Si todas estas fuerzas se levantan unificadamente en formación de combate no habrá sobre la tierra poder capaz de impedir su victoria. Si todas estas clases, capas y sectores antiimperialistas se organizan en un gigantesco frente único revolucionario, realizarán prodigios. Un frente de esa magnitud podrá crear y sostener un invencible ejército revolucionario que aplaste al ejército títere y con él a todo el viejo aparato estatal neocolonial y despótico y, después del triunfo, podrá constituir una república popular y democrática, soberana e independiente, próspera y respetable. La línea estratégica central de la revolución colombiana es, por consiguiente, la conformación del frente antimperialista que cumplirá tan grandiosas tares de nuestra historia como nación, comparables sólo con la gesta emancipadora que nos liberó del yugo colonial español hace siglo y medio. Con lo dura y valerosa que fue aquella lucha y con los progresos que trajo aparejados la fundación de la República de Colombia, las jornadas heroicas que la época ha puesto al orden del día son cien veces más difíciles y más gloriosas. La revolución actual será más ardua y prolongada y sus beneficios superiores. Como producto de la victoria en nuestro suelo sobre la dominación del capital imperialista, el pueblo colombiano creará una república no de déspotas y tiranos como la anterior, sino de gentes sencillas y trabajadoras que abrirán el camino para borrar de la faz de Colombia la explotación del hombre por el hombre. Esta revolución pertenece a la era radiante de la revolución socialista mundial, inaugurada por la Revolución Socialista de Octubre de 1917.
Sin embargo, nuestra revolución en su primera etapa no será socialista, sino democrático-burguesa. Sus objetivos estratégicos corresponden a los de la liberación nacional y la eliminación del régimen de explotación de la gran burguesía y de los grandes terratenientes. No se propondrá inicialmente suprimir la economía privada de los campesinos ni la producción capitalista provechosa para el desarrollo del país. Se estatizarán los grandes monopolios que explotan y oprimen a las masas populares, los cuales serán arrebatados a los capitalistas internacionales y a la burguesía colombiana vendepatria. Igualmente se confiscarán las propiedades de los grandes terratenientes y se repartirán entre los campesinos que posean poca tierra o que no tengan tierra en absoluto para trabajar. No obstante, la revolución estará dirigida por el proletariado, la clase más revolucionaria, consciente y avanzada. Aunque las capas medias y bajas de la burguesía colombiana pueden, según las circunstancias, apoyar la lucha revolucionaria de las grandes mayorías nacionales, no lograrán nunca desempeñar un papel de dirección debido a su enorme debilidad y sus vacilaciones. Y por último, la nueva dictadura que sustituirá a la dictadura omnímoda de la alianza burgués-terrateniente, no será exclusivamente del proletariado, sino de las clases revolucionarias coligadas en el frente único de toda la nación. Esta dictadura popular constituirá la forma de gobierno más democrática que jamás haya prevalecido en Colombia y estará bajo la dirección de la clase obrera.
Hemos expuesto en sus lineamientos esenciales nuestra concepción acerca de las transformaciones principales que requiere Colombia en la actual situación: una revolución nacional y democrática, realizada por todas las clases antiimperialistas, con la dirección de la clase obrera , para un país neocolonial y semifeudal y en la era socialista mundial. Acaso nos falte agregar que dicha revolución culminará necesariamente, en una segunda etapa, en la revolución socialista.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, se comprende por qué el MOIR le atribuye al objetivo de la construcción de un frente único revolucionario en Colombia la primerísima importancia, como estrategia fundamental de la lucha de la clase obrera y de su partido, en la hora presente. El proletariado no podrá liberar el país, ni desarrollar la producción, ni desbrozar el camino hacia el socialismo, si no alcanza la unidad nacional de todas las clases y fuerzas antiimperialistas. Contra esta concepción se levantan el oportunismo de derecha que le niega a la clase obrera su función dirigente y el oportunismo de “izquierda” que sostiene que ésta no debe perder tiempo con una revolución democrática, sino pasar directamente al socialismo. Ambas posiciones, profundamente reaccionarias, coinciden en torpedear la misión histórica del proletariado. La primera en forma directa y desembozada, la segunda de manera velada e ingenua. La clase obrera colombiana lucha por el socialismo, pero tanto más temprano llegará a él cuanto más pronto corone las montañas de la liberación nacional y de la democracia.
Es necesario que la clase obrera colombiana y su partido proclamen su papel de dirección pero no es suficiente. No van a dirigir la revolución simplemente porque digan: “¡Reconózcanos, somos el estado mayor!”. Para que el resto de las clases antiimperialistas depositen su confianza en la vanguardia proletaria y la reconozcan como tal, ésta, ante todo, debe tener muy en cuenta aquellas reivindicaciones primordiales de las fuerzas aliadas que no lesionan la unificación popular y por el contrario la cimientan. Mediante la defensa de un programa revolucionario común el proletariado unifica junto a él al campesinado, a la pequeña burguesía urbana y a las demás capas y sectores revolucionarios, a la vez que aísla y cerca en el territorio nacional a las fuerzas del imperialismo norteamericano y del puñado de vendepatrias que lo acolitan vergonzosamente. Entre las demandas y peticiones revolucionarias del programa de unificación popular, el proletariado les dará especial preferencia a las de los campesinos, fuerza principal y determinante en la liberación y construcción de una nueva Colombia. Sólo la clase obrera y su partido proclaman y luchan consecuentemente hasta ver realizados todos y cada uno de los puntos de dicho programa. Además de los opresores tradicionales del pueblo colombiano, las tendencias políticas del oportunismo de derecha y de “izquierda” combaten en forma recalcitrante el programa común antiimperialista. Éste ha sido el comportamiento de los círculos más reaccionarios del liberalismo y del conservatismo, por una parte, y de los grupúsculos trotskistas propugnadores del “socialismo pequeño burgués”, por la otra. Es de esperar que tales tendencias se mantengan en lo fundamental inalteradas durante todo el curso de la revolución.
Para llevar a la práctica la unificación popular y realizar acertadamente las grandes tareas revolucionarias no basta tampoco con agitar el programa común, sino que el proletariado debe darle una forma organizativa a la alianza de todas las fuerzas antiimperialistas, y ésta no puede ser otra que la constitución de un frente que aglutine a más del 90 por ciento de la población colombiana. El frente único antiimperialista será la forma concreta y orgánica que adoptará la dirección compartida de todas las clases y partidos revolucionarios en Colombia. A través de esa dirección compartida es como el partido obrero ejercerá idealmente su labor dirigente de la revolución. Pero para que todas las clases y partidos revolucionarios acepten voluntariamente una dirección compartida y única es condición indispensable garantizar en dicha dirección la participación democrática de todas las fuerzas antiimperialistas. Siendo el frente único la forma ideal de dirección revolucionaria en las actuales circunstancias del desarrollo histórico de nuestro país, el proletariado y su partido defienden como ninguno el estricto y escrupuloso cumplimiento de los principios democráticos que lo rigen. La cooperación y unificación del pueblo colombiano en un poderoso frente de combate que derrote al imperialismo y construya una república nueva, sólo podrá erigirse con base en el respeto a la democracia. Los primeros divisionistas son, por lo tanto, quienes violan la democracia revolucionaria, y los más grandes hipócritas divisionistas son los que de palabra respaldan la unidad del pueblo y de hecho pisotean los procedimientos democráticos. El MOIR espera poder ponerse de acuerdo con el Partido Comunista y el resto de fuerzas aliadas no únicamente en esto, sino en las otras cuestiones básicas para la creación del frente único nacional y democrático.
RESPETEMOS LOS COMPROMISOS
Y LA DEMOCRACIA INTERNA
¿A qué distancia se encuentra la Unión Nacional de Oposición del frente único antiimperialista? Marchando a paso firme y sostenido nos hallamos aún a miles de jornadas de la meta suprema de aglutinar y organizar bajo un centro a más del 90 por ciento de la población colombiana. ¿Cuáles son sus fuerzas? Hasta hoy la UNO ha estado integrada por el MOIR, el Partido Comunista, el Movimiento Amplio Colombiano y algunas organizaciones de provincia. Aunque tales agrupaciones lograron mediante la política unitaria revolucionaria extender su influencia y consolidar sus efectivos, es evidente que ninguna por separado, o en conjunto, moviliza a las más amplias masas populares, ni siquiera a los sectores más importantes de las clases revolucionarias. Existen regiones enteras en Colombia donde nuestro poder organizativo apenas se insinúa y otras donde éste es nulo por completo. Son defectos de crecimiento que se subsanarán sólo en la medida en que la clase obrera y el resto de clases revolucionarias vayan progresando en la lucha y en su conciencia política. Entonces, ¿en qué sentido podemos referirnos a la UNO como “semilla del Frente Patriótico de Liberación Nacional”? La Unión Nacional de Oposición posee dos pilares sólidos que en esencia son puntales de la unificación del pueblo colombiano: su programa nacional y democrático, como ya lo dijimos, y su estatuto organizativo que, de acatarse rigurosamente, garantiza la dirección compartida sobre la base de la participación democrática de todas sus fuerzas. Estos representan dos aportes considerables, dos experiencias positivas, dos grandes conclusiones que las fuerzas revolucionarias colombianas pueden y deben tener en cuenta en su lucha por la unidad y la liberación. En ese sentido, desde el punto de vista de su programa nacional de unificación popular y de sus principios de funcionamiento democrático, la UNO es un germen de frente único. Sin embargo, ésta ha adolecido de una falla, también estudiada atrás, consistente en que no efectúa a cabalidad una labor de orientación y coordinación de las luchas populares. El renunciar a la tarea concreta de dirigir y por ende a la de facilitar la cohesión y cooperación de los partidos comprometidos entre sí, riñe con su espíritu de frente único. Se comprende que esta deficiencia le merma importancia a la Unión Nacional de Oposición y la retrasa en su desarrollo.
¿Qué corresponde hacer si queremos sinceramente desatascar a la UNO e impulsarla hacia nuevas conquistas? Lo que la lógica del pueblo aconseja: apoyarnos en el lado bueno y curar el lado malo. O sea, primero, defender su programa nacional y democrático y aplicarlo creadora y consecuentemente a las circunstancias que vive el país; segundo, observar al pie de la letra su estatuto organizativo y llevar a la práctica los métodos democráticos de funcionamiento, creando un ambiente de franco intercambio de opiniones y de críticas y, tercero, corregir su estrechez directiva abarcando paulatinamente más y más asuntos de interés general y conveniencia recíproca, en tal forma que los organismos de dirección de la UNO puedan examinar, discutir y resolver democráticamente aquellos problemas revolucionarios en los cuales debe haber una política compartida, si de veras estamos resueltos a mantener la cooperación entre los diversos partidos coligados. Cumpliendo con estas tres normas iremos transformando los factores adversos en favorables. De insistir en esta línea es seguro que con el tiempo se adherirán a la Unión Nacional de Oposición nuevos contingentes de combate que alinearemos con los nuestros frente a las legiones del régimen bipartidista tradicional. Y viceversa, si descuidamos alguno de estos tres requisitos lo más probable es que a la UNO no se le sumarán fuerzas de consideración, y si lo hacen, será entrada por salida, debido, ya a las vacilaciones en la lucha contra los enemigos principales y comunes, ya a la falta de democracia interna o por pérdida de coordinación y cooperación en las políticas de mutua incumbencia. Estas tres reglas básicas, producto de la experiencia de la lucha revolucionaria colombiana, seguirán siendo válidas durante todo el curso de la etapa de construcción del frente único antiimperialista en nuestra patria. El proletariado como principal núcleo dirigente de la revolución las utilizará como las mejores herramientas para aglutinar en torno suyo al resto de clases y organizaciones revolucionarias. Quien persevere en ellas obtendrá triunfos y quien las menosprecie terminará aislado irremisiblemente. Esto es fácil de comprender. El programa común, la democracia interna y la dirección compartida son los requisitos fundamentales del frente único y éste es la principal estrategia revolucionaria para Colombia en la hora presente.
El Partido
Comunista le ha endilgado al MOIR la culpabilidad de la parálisis
de la Unión Nacional de Oposición en el periodo post-electoral.
La queja se monta sobre el supuesto de que nuestro partido formula exigencias
extremas de imposible cumplimiento. Ustedes, por ejemplo, nos reprochan:
“En relación con la unidad popular y concretamente con
la UNO, el MOIR viene solicitando su ´radicalización´.
¿Qué entiende el MOIR por ‘radicalizar a la UNO’?
Entiende que ésta se convierta en un ‘bastión inexpugnable’
al cual sólo tengan acceso ‘los verdaderos revolucionarios’”.[43]
Por supuesto que nosotros no hemos solicitado que la UNO se convierta en un “bastión inexpugnable” al que sólo tengan acceso “los verdaderos revolucionarios”. Al rompe se deduce que tan curiosa reclamación carece de sentido por abstracta, por absurda, por irracional. Son las libertades imaginativas que se toma con frecuencia el Partido Comunista para quitarse de encima a sus contradictores. Pero que sirva una sola consideración. Si el MOIR hubiese demandado las exigencias traídas de los cabellos y entre comillas por ustedes, o algo parecido, no habría podido avanzar un solo milímetro con este proceso unitario de tres años. En el sinuoso desarrollo de la revolución tendremos muchos compañeros de viaje. Esta tal vez fue una de las primeras lecciones asimiladas por todos los militantes del MOIR. Sabemos que el proletariado colombiano necesita de la cooperación de otras clases y fuerzas amigas para procurarse las mejores condiciones hacia el socialismo, como son la liberación nacional y la democracia. Sin embargo, la clase obrera no arrastra tras de sí al grueso de la población colombiana en esta etapa exigiéndole que asuma una posición comunista, sino una posición patriótica y democrática en defensa de los intereses nacionales comunes y de aquellas reivindicaciones fundamentales de las distintas clases revolucionarias que las unen contra el enemigo principal: el imperialismo norteamericano y sus sirvientes lacayunos. Por eso la vanguardia proletaria defiende en la actualidad un programa que no es su programa socialista, sino el programa del frente único.
El MOIR no se ha hecho la ilusión de que sus aliados cambian de naturaleza porque se alíen a él. Ni jamás ha formulado en abstracto ninguna demanda. Fueron muy concretas las condiciones que planteamos para contribuir a crear la Unión Nacional de Oposición. Entre ellas propusimos que se aprobara un programa nacional y democrático. Y hoy, después de la rica experiencia vivida, seguimos considerando que quien ingrese a la UNO, sea revolucionario de “tiempo completo” o de “medio tiempo”, debe comprometerse a defender y aplicar consecuentemente sus nueve puntos programáticos. Y quien viole los compromisos contraídos merece ser severamente criticado. Éstas no son formalidades engorrosas o perturbadoras de las cuales podamos desembarazarnos para incrementar el montón. Son imperativos de principio, claros, concretos, necesarios y de fácil comprensión. Nadie conseguirá desvirtuarlos o refundirlos con litigios acerca de la cuantificación porcentual del grado de revolucionarismo de los aliados, o con alegatos sobre la necesidad de las alianzas tácticas, fugaces y cotidianas de las acciones unitarias que el proletariado realiza en beneficio de determinados puntos reivindicativos, para capear dificultades transitorias o aprovechar contradicciones de sus enemigos declarados. Se trata de las normas perentorias que regulan la alianza estratégica, permanente y a largo plazo que la clase obrera y su partido mantienen con otras clases y fuerzas dentro del “embrión” de frente único, como se ha insistido en apodar a la Unión Nacional de Oposición. ¿Podría ingresar a la UNO, preguntamos, una corriente política análoga al trotskismo tropical que rasga sus vestiduras delante del programa nacional de unificación popular e invita al proletariado de un país neocolonial y semifeudal a enclaustrarse y a rumiar un socialismo incontaminado de las impurezas y vanidades de este mundo? Indudablemente que no podría. Pero esto ya ha sido exhaustivamente explicado.
La cooperación entre los partidos de la UNO se encuentra prácticamente rota, a consecuencia de la “política suelta”. No ha habido ni puede haber solidaridad política en decisiones y luchas que no se examinan, discuten ni resuelven conjunta y democráticamente. Hagamos un replanteamiento general y audaz de este método disgregacionista y optemos porque poco a poco los organismos de dirección de la Unión Nacional de Oposición vayan resolviendo aquellos asuntos de importancia general para la lucha del pueblo colombiano y de recíproca incumbencia, con la participación democrática de todas sus fuerzas, aprovechando la experiencia de la campaña electoral unificada. Apoyémonos en el programa de nueve puntos y en las decisiones de la última convención, respetemos la democracia interna, discutamos las contradicciones y resolvámoslas sin pérdida de tiempo. Esta es nuestra propuesta. Al anunciarla no estamos creyendo con sobredosis de optimismo que la ruta esté expedita. Al revés, sabemos que se interponen enormes obstáculos, que prevalecen diferencias considerables, que la polémica pública ha sido inevitable y podría seguir siéndolo en el futuro. Sin embargo, al hacer nuestra propuesta, recurrimos para ello a las reiteradas oportunidades en que ustedes han manifestado estar dispuestos a consolidar y fortalecer la Unión Nacional de Oposición y a las justificadas esperanzas que ésta despertó en no despreciables sectores de la opinión popular.
EL PROLETARIADO DIRIGE
A TRAVÉS DEL FRENTE ÚNICO
En las condiciones de Colombia la alianza de fuerzas políticas en torno a un programa común revolucionario, reclama a la vez la organización de una dirección compartida y democrática, necesidad doblemente urgente bajo las actuales circunstancias de relativo desarrollo de la revolución. En nuestra situación no podemos contentarnos con que combatimos a los mismos, luego para qué más acuerdos. Se hace indispensable coordinar y cohesionar las luchas de los distintos destacamentos que se enfrentan en una correlación desfavorable a un enemigo superior en fuerzas y con un mando central organizado, desde la propia jefatura del Estado. La UNO debe orientar la cooperación de sus partidos integrantes, si quiere sacar alguna ventaja material de su existencia.
En la Unión Nacional de Oposición no ha existido claridad sobre su función coordinadora y cohesionadora. Prima la tendencia de que cada partido decida por su cuenta y riesgo asuntos que por naturaleza conciernen a todas las fuerzas comprometidas. Muchas veces las decisiones unilaterales se presentan a los aliados como hechos cumplidos e irreversibles. En lugar de concentrar esfuerzos en tareas conjuntas, sus partidos integrantes se desgastan y debilitan en tácticas dispersas y con frecuencia contrapuestas. En esa forma la UNO es sólo una fachada de unidad, que la propaganda presenta como muestra de que también se cumple con el trabajo de construir el frente único, pero, como ha sucedido con la realización de casi todas las grandes estrategias de la revolución colombiana hasta el presente, no deja de ser eso, una fachada, una caricatura y un consuelo efímero.
El secretario
general del Partido Comunista, quien había sostenido en la Segunda
Convención que “los comunistas no vemos a la UNO como un
mero aparato electoral, sino como la semilla del Frente Patriótico
de Liberación Nacional”, en la última convención
pronunció las siguientes palabras:
“La UNO no pretende sustituir a la clase obrera. Es la clase obrera
la que tiene que dirigir su propia lucha y las luchas de todo el pueblo
por su emancipación”[44]
No es que estemos zurciendo demasiado delgado ni buscando con lupa los errores del Partido Comunista en su variado repertorio teórico, pero la conclusión es de bulto: según las últimas palabras citadas, la UNO no tiene nada que ver con la dirección de “las luchas del pueblo colombiano por su emancipación”. Ustedes ahondarán el alcance de dicha concepción y nosotros, que no estamos a la caza de triunfos fáciles, reconoceremos sin inconvenientes, si así se desprende de cualquier posterior aclaración, el criterio genuino que el autor de estas frases y con él el Partido Comunista tienen alrededor de la labor directiva de la Unión Nacional de Oposición. Pero como lo dicho dicho está, utilicémoslas como maestro negativo para completar nuestro pensamiento, de un lado, sobre la necesidad de que la UNO desempeñe una función coordinadora y cohesionadora de las luchas populares, mediante una dirección compartida, basada en la participación democrática de todas sus fuerzas y, del otro, sobre la relación entre la clase obrera y su partido con el frente único o con la “semilla” del frente único.
Con el argumento de que la clase obrera es el máximo dirigente de la revolución no podemos exonerar a la UNO, como frente de partidos aliados, de su papel muy concreto de dirección y coordinación. Por otra parte, el carácter de vanguardia del proletariado no tiene por qué contraponerse con los frentes de lucha que éste conforma. Todo lo contrario, su capacidad directiva se facilita enormemente con dichos frentes. Para ello los crea. A través de éstos el proletariado ejerce en mejores condiciones su misión orientadora y educadora de las amplias masas no proletarias. Y hay más, la clase obrera y su partido condenan los métodos burocráticos y despóticos de dirección. Cuando la clase obrera y su partido llaman a las otras clases revolucionarias a integrar con ellos un frente único, es sobre la base de la participación democrática de todas las fuerzas amigas y a todo nivel. Y cuando llaman a constituir una dictadura popular a más del 90 por ciento de la población colombiana, garantizan a todos y cada uno de sus aliados la plena democracia y la libre injerencia en los asuntos del Estado. Así y sólo así pueden la clase obrera y su partido dirigir y coronar exitosamente la revolución colombiana en la presente etapa.
Allí donde la clase obrera y su partido para llegar al socialismo encaran primero las tareas de la liberación del país y de las transformaciones democráticas, su lucha de clases adquiere la forma de la lucha nacional de liberación y su programa socialista lo postergan en aras de un programa que unifique a todas las fuerzas enemigas de la opresión externa. Con esto el proletariado no está traicionando sus intereses de clase, está optando por el único camino que lo conduce a su emancipación. La clase obrera y su partido no pierden de vista un solo instante sus máximas aspiraciones socialistas y comunistas. Por eso siempre que el proletariado propugna la formación del frente único, no se diluye en él, sino que mantiene su organización partidaria independiente y distinta del resto de organizaciones aliadas. La independencia del partido obrero dentro del frente único garantiza dos cosas: la dirección proletaria de la revolución democrática y el paso posterior al socialismo. Dentro del frente el partido obrero colombiano no desempeñará su papel de vanguardia negándoles la participación democrática a las otras clases revolucionarias en los organismos de dirección, lo ejercerá mediante una lucha ideológica y política, constante y aguda, que no pide ni da tregua, pero sin atropellar los principios democráticos que, junto con el programa común, permiten la cooperación de todos los patriotas en la gloriosa empresa de derrotar en nuestro suelo al imperialismo norteamericano y a sus lacayos criollos, y de fundar una república de obreros, campesinos, pequeños y medianos productores y comerciantes, intelectuales, en marcha al socialismo. El partido obrero no teme perder su supremacía en esta confrontación con las otras clases y partidos aliados, porque está armado de una ideología invencible, el marxismo-leninismo, que le permite por intermedio de la práctica conocer las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad y trazar una estrategia y una táctica victoriosas. El partido obrero es, en fin, el más connotado defensor de los intereses del pueblo. El más insigne combatiente antiimperialista, el más consecuente garante de la democracia revolucionaria, por eso nadie podrá arrebatarle su liderazgo ganado en franca lid.
En Colombia no contamos aún con antecedentes de cómo ha de funcionar un frente de las proporciones indicadas, en el que concurran todas las organizaciones revolucionarias políticas y de masas, en torno a una dirección unificada y acatada, pero en la arena internacional existe ya una vasta experiencia al respecto. En la reciente guerra del Sudeste Asiático, que sirvió de escenario a la más resonante derrota del imperialismo norteamericano, tanto en el sur de Viet Nam como en Camboya y Laos, la lucha política y militar de los pueblos indochinos estuvo dirigida por sus correspondientes frentes de liberación nacional. En estas alianzas confluyen en pie de igualdad y sobre la base del centralismo democrático, al lado de los respectivos partidos proletarios, las más variadas organizaciones partidistas, gremiales, sociales y religiosas. La máxima dirección revolucionaria concreta en cada uno de los tres países indochinos recae en el núcleo central de su frente único, el cual no se limita a mantener una unidad formal de las fuerzas revolucionarias, sino a coordinar, orientar, organizar y decidir realmente sobre todas las manifestaciones de lucha, hasta la lucha armada. Los distintos partidos obreros de Indochina ejecutan su labor dirigente a través de dichas alianzas de unidad nacional. Y el nuevo tipo de dictadura establecido en Indochina es la dictadura democrático-popular de frente único dirigida por el proletariado. La experiencia de los pueblos indochinos corresponde en general a la situación de los países coloniales y neocoloniales atrasados sometidos a la dominación imperialista que combaten por la liberación nacional y las transformaciones democráticas, bajo la dirección del proletariado y en la era de la revolución socialista mundial. Colombia hace parte de estas naciones oprimidas y atrasadas del Tercer Mundo y su lucha es idéntica. No hemos copiado jamás mecánicamente la experiencia de otras revoluciones, empero resulta indudable que la enseñanza universal de la actual lucha de los pueblos coloniales y neocoloniales del mundo por su independencia y progreso es muy valiosa para nuestro pueblo, si la sabe aprovechar acertadamente y según las particularidades del país y las características de la revolución colombiana.
Plantear primero el criterio de que la Unión Nacional de Oposición sea una “semilla” del futuro frente patriótico y contraponer después la UNO a la dirección proletaria es borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano. La misión de vanguardia de la clase obrera y la dirección compartida de todas las clases en una gran alianza nacional, no se excluyen sino que se complementan. Si queremos enrumbar a la UNO hacia el puerto distante de la formación en Colombia de un frente único antiimperialista, comencemos por establecer en su seno la dirección compartida de manera progresiva, hasta que abarque todos y cada uno de los aspectos de la lucha revolucionaria. En verdad esta concepción de la dirección compartida no la improvisamos ahora con el objeto de pasar al contraataque en la controversia pública del MOIR y el Partido Comunista. El compañero Francisco Mosquera ya la había enunciado precisamente en la Segunda Convención de la Unión Nacional de Oposición, del modo siguiente:
“La necesidad más urgente de Colombia, la reivindicación más sentida por el pueblo y la nación colombiana, por la cual han combatido las fuerzas revolucionarias y los sectores avanzados de las masas desde principios del siglo, de la que depende la salvación de nuestra patria, es la liberación nacional y la construcción de una república soberana, democrática, de obreros, de campesinos y del resto de fuerzas populares. Esta tarea determina y requiere de la unidad nacional de la unificación de más del 90 por ciento de la población colombiana bajo una dirección política, organizada y correcta compartida por todas las clases revolucionarias”.[45]
Si logramos una conclusión unánime alrededor de estas observaciones y coincidimos en que hay que darle nueva vida a la UNO, imprimiéndole un carácter activo de dirección y una mayor dinámica, podemos empezar anotando en la agenda de discusiones dos temas de palpitante actualidad para las fuerzas revolucionarias colombianas: 1) la lucha ante el gobierno de Alfonso López Michelsen, y 2) la unidad del movimiento sindical colombiano.
SEGUNDA PARTE: NUEVAS CONTRADICCIONES
ENTRE LO SUPERFLUO Y ACCESORIO SACAR LO PRINCIPAL
Durante lo
que hemos dado en denominar el período post-electoral descuellan
las contradicciones tocantes con la interpretación del gobierno de
Alfonso López Michelsen: la campaña de la Unión Nacional
de Oposición se distinguió por haber concentrado el ataque
contra los candidatos presidenciales del liberalismo y el conservatismo,
pero después de que uno de estos dos candidatos asumió el
poder con la estrecha colaboración del otro, no fue factible mantener
la identificación en concebir una lucha que sería la prolongación
de la pelea por la cual nos aliamos. De nuestra parte podemos afirmar que
tales desavenencias las procuramos debatir en las reuniones bilaterales
o en el seno de la UNO; sin embargo, ustedes madrugaron a publicar su traducción
antimoirista de las mismas. He aquí un compendio, a manera de abrebocas,
de dichas versiones del Partido Comunista:
“Arrancando algunas líneas de documentos del PCC, separándolas
de su texto y presentándolas como prueba flagrante del ‘gobiernismo’
del PC, sindican a éste de ‘posiciones poco firmes contra López’.
Para esto se agarran de la diferenciación que hemos hecho de ciertos
sectores del gobierno. ¡Curiosos maoísta estos del MOIR! Olvidan
que el propio Mao, al que santifican, les enseñó que hay que
diferenciar los matices del gobierno enemigo”.[46]
Lo curioso no es que el MOIR, en gracia de discusión, llegue a cometer errores al asimilar y aplicar el pensamiento de Mao Tsetung, el más grande marxista-leninista, porque al fin y al cabo no somos infalibles y tenemos siempre presente una de las recomendaciones olvidadas de los jefes inmortales del proletariado: el que sirve al pueblo de todo corazón no teme equivocarse y le sobra valor para reconocer las deficiencias y corregirlas en bien de su justa causa. Lo curioso es que, con tal de encubrir sus desatinos, el hirsuto antimaoísmo del Partido Comunista no le impida referirse a la dialéctica materialista demoledora de Mao Tsetung, que salió triunfante de cuatro guerras y tres revoluciones y transformó a la China milenaria de Confucio en la China socialista moderna, todo ello en el lapso de cincuenta años, es decir, en un cuarto de siglo menos de lo que llevan los revolucionarios de Colombia batallando contra el imperialismo norteamericano, desde los tiempos remotos de la separación Panamá. Algún día, ojalá no lejano, tengamos el privilegio de describirle a fondo a nuestro pueblo cómo ha sido de destructora y constructora a la vez la portentosa lucha del Partido Comunista de China y de su máximo y más querido dirigente, no sólo para labrar un porvenir venturoso de trabajo y progreso a los 800 millones de seres del pueblo chino, sino para apoyar a los pueblos hermanos que combaten como éste contra el imperialismo y el hegemonismo y a favor de la revolución y de la paz mundial. Hoy el deber nos impone la excluyente labor de examinar cuán dialécticos y materialistas han sido los combatientes colombianos al otro lado del globo.
El MOIR les concede atención a las interpretaciones y explicaciones que sus aliados hacen del régimen de López Michelsen, porque éstas influyen determinantemente en la posición y la lucha que despliegue la UNO frente a la coalición oligárquica proimperialista gobernante. Atrás quedó analizado el comportamiento oportunista que en tal sentido tuvieron tres de los cuatro parlamentarios del Movimiento Amplio Colombiano. Las discrepancias con los tres congresistas del MAC arrancan del momento mismo en que Hernando Echeverri acuñó como suya y en calidad de personero destacado de la UNO, la consigna prestada a la ANAPO de que la oposición atacaría las medidas “negativas” y aplaudiría las “positivas” de la nueva administración. Aunque en un principio se tildó nuestra crítica de rebuscada, no fue necesario esperar demasiado para observar cómo la divisa de apoyar lo ”bueno” y denunciar lo “malo” del gobierno, y las otras consignas gemelas de que la UNO haría una “oposición científica”, una “oposición racional”, una “oposición persuasiva”, no eran más que el preludio del ulterior deslizamiento hacia la madriguera de los vencedores de la víspera. Anotábamos en algunas de esas discusiones internas que aceptar la hipótesis de que al nuevo régimen lopista, entre la escoria de sus proyectos antipopulares y antinacionales, podría escurrírsele uno que otro decreto en beneficio del pueblo, sería hacerle el juego a la contracorriente derechista de moda que proclama: con el advenimiento del liberalismo al Poder “los mejores días están por llegar”.
Hace un año que López Michelsen recibió el mando y, a pesar de que ya ensayó cuanto “experimento” se le haya ocurrido lesivo para las masas populares y el país, lo mismo en el campo de la soberanía, como en los terrenos económico, militar y cultural, todavía resuena en el ambiente el eco de la vocinglería laudatoria con que los exponentes de los más variados movimientos celebraron el ascenso al trono del mesías prometido. Ni la UNO se salvó de participar en el multitudinario cortejo de aduladores que llevó en andas hasta el solio de Bolívar al escogido entre veinticuatro millones de colombianos. Ahí, con el tropel de manzanillos, en primera fila, estaban batiendo palmas Echeverri y sus dos escuderos. Era como si nadie recordara la historia del país y todos hubieran olvidado los cien discursos del presidente electo durante la reciente campaña electoral, con los cuales, de distinto modo expuso que él no encarnaba siquiera al compañero jefe del Movimiento Revolucionario Liberal, sino a uno de los delfines que la oligarquía liberal-conservadora había designado para continuar la obra inconclusa del Frente Nacional. Pero, al contrario del cuento de García Márquez, ninguno le creería este “presagio”. A él, que pasará a la historia cual vulgar continuador, se le presentaba, lo mismo que a su padre cuarenta años antes, que nada inauguró tampoco, como el forjador de una nueva época.
Las doce familias liberales y las doce familias conservadoras más ricas de Colombia, de que hablara Gaitán, no cabían en sí de gozo. Si no habían inaugurado una nueva época, por lo manos habían descubierto un método que aparentemente no fallaba para apacentar el rebaño: confiar sus intereses a personajes obsequiosos y con veleidades “izquierdistas” en el pasado, y llamar a calificar servicios a los “jefes naturales” reconocidos y quemados ante el pueblo a consecuencia de su tétrico historial. Desde luego que no todo siguió siendo exactamente igual. El lenguaje oficialista tuvo un cambio notable: en lugar de dependencia extranjera se dirá “interdependencia” de Colombia y los Estados Unidos; no habrá desarrollismo a secas, habrá “desarrollismo con justicia social”; quedaron proscritos los delitos de opinión, sólo tendremos “delitos de información”; se acabó el estado de sitio para perseguir a los enemigos del gobierno, se establecerá para sancionar “los delitos comunes”; los campesinos proseguirán sin tierras no por falta de reforma agraria, sino porque estábamos “mal informados”, en Colombia “no existen” terratenientes; a los obreros se les “protegerá su poder adquisitivo” impidiendo el alza de salarios; los estudiantes no tendrán “rectores policías”, únicamente serán reprimidos en nombre de “experimentos marxistas”, y la alianza liberal-conservadora dejará de ser reaccionaria y de derecha, en adelante se le reconocerá como mandato de “centro-izquierda”. A ese estilo refinado, sibilino y farisaico para acicalar las políticas más oscurantistas y retrógradas de la oligarquía proimperialista, se le atribuyen los tres millones de votos obtenidos por el Partido Liberal el 21 de abril. No nos debiera extrañar entonces que el nuevo lenguaje oficial se propagase como la peste contagiosa. Hasta el mismísimo Ospina Pérez, dando el ejemplo, sorprendió a propios y extraños autocalificándose conservador de “izquierda”.
Contra toda esta tendencia de adornar con retórica barata las oscuras intenciones de las clases dominantes, llamaba el MOIR a la UNO a ponerse en guardia. Ni a las personas ni a los partidos los podemos juzgar solamente por lo que dicen. Si el arte de la política reaccionaria es, entre otras cosas, embaucar al pueblo, el arte de la política revolucionaria debe consistir preferencialmente en desenmascarar los verdaderos propósitos que se esconden tras las palabras melifluas de los adversarios de clase. Así las masas populares lograrán prepararse, armarse y vencer en la lucha contra los enemigos más tramposos y más ladinos. En el debate electoral la Unión Nacional de Oposición explicó hasta la saciedad que cualquiera de los dos candidatos de los partidos tradicionales que resultare escogido por la oligarquía vendepatria, en últimas resultaría una tragedia semejante. Los portavoces de la UNO solían decir en sus discursos agitacionales que López y Gómez eran “la misma perra con distinta guasca”. A los campesinos avanzados de la Costa Atlántica les escuchamos también con sus propias metáforas que los dos candidatos oligárquicos eran “cucarachos del mismo calabazo”, y lo celebrábamos como la comprensión plena de la jugada que estaba poniendo en práctica la Gran Coalición burgués-terrateniente proimperialista.
A algún historiador de pacotilla se le podrá ocurrir en el futuro que tan tajante afirmación dejaba por fuera del análisis las diferencias que median entre el hijo de Laureano Gómez Castro y el hijo de Alfonso López Pumarejo. La política revolucionaria, aprovechando los aspectos secundarios y la apariencia de las cosas, hace énfasis en el aspecto principal y en la esencia de éstas. Al contrario, la reacción busca que el pueblo se enrede en los fenómenos externos, en la forma como se presentan los problemas, para que no pueda jamás desentrañar las leyes y contradicciones internas que rigen y determinan el curso de los acontecimientos. De esta manera engañan y confunden a las masas explotadas y subyugadas. La misión educadora de un partido proletario revolucionario radica en sacar entre lo superfluo y accesorio, la raíz y el meollo de las contradicciones de clase, y con base en ello elabora una estrategia y una táctica acertadas. Así opera la dialéctica revolucionaria.
Por eso el
MOIR alertaba en su tiempo que las candidaturas de Gómez y López,
no obstante sus diferencias formales, estaban en loo esencial identificadas.
Afirmábamos:
“Cierto es que a pesar del entendimiento hay diferencias entre
los candidatos de los partidos tradicionales. Pero éstas son secundarias.
Se refieren más a la manera de cómo preservar mejor, no sólo
los privilegios del imperialismo, sino de las clases explotadoras colombianas
que se benefician del ignominioso sistema que mantiene esquilmado al país
y sometido al pueblo. Las diferencias entre ellos son transitorias, mientras
el entendimiento es necesario y permanente. (...) El uno dice:
primero ‘desarrollo’ y luego ‘distribución’;
el otro refuta; ‘desarrollo’ con ‘justicia social’.
¿Pero cuál es el medio que proponen López y Gómez
para realizar sus propuestas? Es uno solo, la necesidad y urgencia del capital
extranjero”. [47]
La prueba irrecusable de que los dos herederos en línea directa del liberalismo y el conservatismo estaban predestinados a prorrogar la vieja coalición de sus progenitores, fue analizada cuando vimos los alcances de la reforma constitucional de 1968, que prolonga por otros medios y con otro nombre el dominio bipartidista típico del Frente Nacional. Acuerdo que los dos candidatos oficiales habían jurado respetar en las respectivas convenciones de sus partidos. Las elecciones de 1974 no fueron más que la puja de los delfines, una inmensa farsa para averiguar quién de los dos hacía las veces de anfitrión de su oponente en el Palacio de San Carlos. Los visos singulares de sus programas no podían ocultar una realidad tan gigantesca como era la de que ambos proponían el “desarrollo nacional” con base en la dominación del imperialismo norteamericano sobre nuestra patria. El fundamento económico seguiría siendo el mismo, empuñara el timón del Estado el señor Gómez o el señor López. Los planes y proyectos continuarían dependiendo en absoluto de las “recomendaciones” de los monopolios imperialistas. Hasta para abrir una letrina habrá que pedirles el visto bueno a las agencias prestamistas especializadas extranjeras. Y este fundamento económico les imprime su marca de hierro candente a todas y cada una de las medidas del régimen, sea cual fuere el ave que trine en la casa presidencial. Así concluye el materialista revolucionario cuando enfoca la política y las declaraciones de buena voluntad de los agentes del imperialismo. Por eso teníamos toda la razón al sostener durante la campaña electoral que entre el “desarrollismo” de Álvaro Gómez y la política de “ingresos y salarios” de Alfonso López Michelsen no mediaba una diferencia sustancial. Gómez Hurtado pedía abiertamente que se permitiera la injerencia del capital extranjero como vía de “desarrollo”, López, como genuino liberal, matizaba esta recomendación pero no se apartaba de ella. Un año de práctica del nuevo gobierno ha clarificado plenamente todo, confirmando las tesis expuestas por nosotros. El señor López resultó un continuador ejemplar: ha aumentado los impuestos y las tarifas al pueblo para cumplir los compromisos estatales de endeudamiento; abrió las esclusas de los precios y produjo la mayor espiral alcista de la historia del país; ha tolerado quintuplicada la inmoralidad administrativa; colmó de privilegios a los grandes banqueros y a los pulpos urbanizadores; ha consolidado las aberrantes garantías de los latifundistas y de la burguesía intermediaria, e implantó el estado de sitio, los consejos verbales de guerra y demás disposiciones represivas para privar de las libertades públicas y de los derechos democráticos a las masas populares. Todo ello con el aplauso de su socio conservador, al margen de las cordiales discordancias. Y quienes abrigaron ciertas ilusiones sobre el mandato liberal de “centro-izquierda”, ante la evidencia abrumadora de los hechos, salen clamando escandalizados: “El gobierno viró a la derecha!”. Pero no hay tal; no es que el gobierno haya cambiado, sus obras son hijas legítimas de su naturaleza profundamente reaccionaria y antinacional. Lo que pasa es que algunas personas no saben descubrir a tiempo “tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo”.
OPINIONES SOBRE EL LOPISMO EN CUATRO TEMAS
En el marco de esa situación post-electoral afloraron las nuevas contradicciones que han sumido a la UNO en una crisis recurrente. Las expectativas benévolas que el Partido Comunista ha propiciado sobre el gobierno de López Michelsen terminaron por paralizar a la Unión Nacional de Oposición. La crítica la habíamos formulado en distintas reuniones. A través de esta carta la resumiremos global y públicamente. Como ustedes nos han acusado de que arrancamos “algunas líneas de documentos del PCC, separándolas de su texto y presentándolas como prueba flagrante del ‘gobiernismo’ del PC”, vamos a citar párrafos enteros de aquellos materiales en los cuales se expresan de la forma más explícita las concepciones erróneas motivo de esta controversia:
Al mes siguiente
de las elecciones ustedes comentaron el resultado de la campaña y
las perspectivas para el nuevo período como transcribimos a continuación:
“La derrota de la ultraderecha es mucho más significativa
de las tendencias políticas colombianas”. (...).
“Se ha demostrado en este debate electoral que la tendencia predominante
en el pueblo colombiano es de signo democrático y progresista, que
presiona por el cambio de la situación económica, social y
política de la etapa del ‘frente nacional’. Esto se comprueba
si se tiene en cuenta que contra el sector ultraderechista se pronunció
la aplastante mayoría de los participantes en las elecciones: los
que votaron por López, María Eugenia y Echeverri”.
(...)
“López planteó el contenido de su campaña
sobre la base de diferenciarse no sólo en lo político sino
también en lo económico y social, de su rival por la Presidencia
de la República. López prometió abocar la solución
de los problemas más apremiantes del pueblo sobre bases distintas
a las del frente oligárquico paritario. (...) A ello hay
que agregar una razón que no es la menor para el triunfo de López:
el núcleo principal de la gran burguesía puso sus cartas en
favor del candidato liberal, por la continuidad sin sobresaltos del sistema
actual y contra los aspectos más anticuados y aventureros de la ultraderecha.
Además, los imperialistas yanquis y sus agentes más caracterizados
tuvieron claro, casi desde el principio de la campaña electoral,
que en la actual situación colombiana y latinoamericana, la carta
de López era para ellos más segura que la de Gómez.
Igualmente, los grupos más importantes de los grandes terratenientes,
que al principio se hacían eco de la demagogia reaccionaria de Gómez,
terminaron por rodear a López o se mantuvieron en actitud de expectativa.
Tanto el imperialismo yanqui como los latifundistas presionaron al candidato
liberal para que tomara posiciones más definidas y López les
hizo cada vez más y más concesiones”. (...)
“Muchos sectores democráticos apoyaron a López con la
ilusión de que realmente va a significar un cambio de lo actual,
un avance hacia la democracia y el progreso social, una solución
de los grandes problemas de las masas trabajadoras”. (...)
“Nosotros sabemos que en lo esencial, López es la continuidad
del sistema. Pero centenares de miles de colombianos suponen que no es así
y han depositado en López su esperanza de cambios importantes. Y
seguramente, luego de un período de expectativa, estarán dispuestos
a presionar porque se produzcan efectivamente los cambios que anhelan. En
este sentido, López no es solamente el Presidente del temor a la
ultraderecha sino que también es en parte el Presidente del descontento
y la esperanza de grandes masas. Esto, que puede parecer una paradoja para
algunos, es una realidad. Así lo considera el propio López”.[48]
Y en noviembre
ustedes sacaron conclusiones mucho más definitivas:
“En el liberalismo se han demarcado el lopismo, el llerismo y
el turbayismo. Lo más significativo es la oposición a la política
de López, que ha asumido Lleras Restrepo, quien trata de recoger
las manifestaciones de descontento de núcleos de la gran burguesía
(exportadores y comerciantes) y de los terratenientes, molestos porque algunos
jugosos filones de sus negocios se les han reducido o modificado. La agresiva
actitud del ex presidente es una posición de derecha que persigue
dejar las cosas sin el menor cambio, mientras que López y sus amigos
políticos tienen conciencia de la necesidad de que algo cambie para
que todo siga igual.
“La pugna jurídica sobre el artículo 122 de la Constitución,
debate en el cual se han caracterizado conocidos lleristas como Augusto
Espinosa Valderrama, vinculado a los grandes negocios de la tierra en Santander,
es un antifaz para esconder el fondo del problema. Porque fueron los lleristas
los que impulsaron la reaccionaria reforma de 1968 que establece la dictadura
económica presidencial.
“La maniobra de Lleras Restrepo está dirigida a reorganizar
la política del frente nacional, a atraer a los sectores ospinistas
al fortalecimiento de una coalición oligárquica con vistas
a futuros desarrollos de la política y como alternativa a las posiciones
‘liberales’ de la administración López.
“En las directivas conservadoras se manifiestan igualmente las contradicciones
frente al desarrollo de la política oficial. Cada vez se cristaliza
más un sector autodenominado ‘progresista’, francamente
favorable a las medidas del gobierno, mientras que el sector de Gómez
Hurtado las critica, sobre todo aquellas que tienen aspectos democráticos
(ampliación del margen de libertades, tolerancia a la actividad del
Partido Comunista, necesidad de las relaciones con Cuba).
“Las medidas oficiales han repercutido también en la oposición.
Hay sectores de la UNO que no ven la necesidad de una oposición democrática
adecuada en sus métodos y persuasiva con las masas ilusionadas en
López”. (...).
“Es posible arrancar al sistema concesiones importantes en materia
de libertades y otros puntos del programa de la UNO. Y debemos reivindicar
como un logro del movimiento popular cada posición ganada en vez
de permitir que el gobierno las presente como graciosas y voluntarias concesiones
de la burguesía, contribuyendo a fomentar las ilusiones de las masas”.
(...)
“El contenido y el carácter de nuestra oposición
es radicalmente distinto de la oposición de derecha. Además,
no debe olvidarse que el grupo dirigente de la burguesía conciliadora
no representa al sector más retrógrado de la oligarquía
colombiana y, por tanto, siempre habrá una oposición de derecha
que sí expresa los intereses de las capas más reaccionarias
de los grupos diversos de los monopolios para los cuales hasta la menor
concesión es un ataque al sacrosanto ‘orden’ burgués.
“Pero la verdad es que le gobierno sí tiene un sector de derecha
muy definido compuesto por el Ministro de Gobierno, los cuerpos policivos,
el grupo de generales que han hecho la contraguerrilla (Matallana, Valencia
Tovar), el Ministro de Agricultura. En nuestra acción unitaria y
de oposición, tenemos que golpear principalmente a este sector, luchar
por aislarlo y por desenmascararlo como responsable de los aspectos más
negativos del Gobierno de López”.[49]
Finalmente,
en el pleno de abril último, ustedes completaron:
“En el informe al Pleno de Mayo del año pasado (...) se
insistía en la idea de que estamos en una situación política
diferente del período de dominación absoluta del ‘Frente
Nacional’.
“En dicho informe se señala que: “Estamos en los comienzos
de un proceso político nuevo (...) que puede ser conducido
hacia el fortalecimiento de una nueva situación nacional, hacia una
nueva situación política y hacia un nuevo poder”.
(...)
“Efectivamente, si se compara la situación actual con la
etapa anterior, lo que se destaca es el logro, por parte de las fuerzas
populares, de un nuevo clima para su acción y organización,
conquistando garantías y derechos que, a pesar de no ser aún
muy decisivos, sí tienen importancia como estimulantes de la acción
popular.
“Se trata de un terreno conquistado por la movilización popular
y la larga lucha democrática contra el estado de sitio, contra los
aspectos ultrarreaccionarios del llamado ‘frente nacional’,
por las libertades y derechos democráticos para el pueblo”.
(...)
“El cuadro general del sistema del ‘frente nacional’,
ideado en el marco del entendimiento entre los grupos más reaccionarios
de la gran burguesía de nuestro país, se sostiene en algunos
de sus principales aspectos (repartición por iguales partes entre
liberales y conservadores del sector administrativo y judicial, manejo omnímodo
del aparato electoral, extrema limitación del Congreso y de los cuerpos
colegiados en general). Pero es evidente la tendencia hacia el retroceso
de esa estructura antidemocrática, tan cuidadosamente creada por
Laureano Gómez y Alberto Lleras.
“Lo importante de precisar es que este aspecto de la situación
favorece el desarrollo de las luchas inmediatas por reivindicaciones democráticas
más amplias y por la demolición de una serie de obstáculos
que traban el desenvolvimiento de las luchas y de la organización
de las masas populares”. (...)
“Hay que tener en cuenta que se trata de un gobierno que fue elegido
por grandes masas democráticas y que tiene un cierto compromiso con
esas masas, a las que no puede volver totalmente la espalda, para tratarlas
sólo a punta de represión y estado de sitio, como en gobiernos
anteriores sin correr el riesgo de un rápido y absoluto descrédito”.[50]
Hasta aquí los apartes más demostrativos del pensamiento del Partido Comunista alrededor del análisis sobre el triunfo de López Michelsen del 21 de abril y el período que le sucedió. Las citas son algo extensas. No se nos podrá hacer el cargo de pescar entre líneas lunares pasajeros que obedecen más a una acomodaticia interpretación que al contenido mismo de los textos. Todas son opiniones emitidas en documentos de organismos de dirección y copan casi un año, desde mayo de 1974 hasta abril de 1975. Ahora nos permitiremos agruparlas por temas, a fin de ordenar y facilitar nuestra crítica a los graves y falsos criterios que originaron no pocas contradicciones en las filas de la Unión Nacional de Oposición. No vamos desde luego a reproducir nuevamente todas y cada una de las frases. Vaciaremos lo que interesa escudriñar en detalle. Los lectores podrán observar el cuidado con que adelantamos esta labor de exploración y ordenamiento, buscando retratar fielmente el modo característico propio del Partido Comunista de entender y aplicar la dialéctica materialista. Y tendrán cómo hacerlo; para ello nos tomamos la molestia de copiar los largos párrafos anteriores. Ustedes, por su parte, no podrán incomodarse porque les facilitemos un espejo en el cual se verán reflejados de cuerpo entero.
Dividiremos las opiniones del Partido Comunista y nuestras críticas en cuatro grandes temas:
1. Análisis de la victoria electoral de López Michelsen y el significado de su candidatura; 2. los realineamientos producidos en los partidos tradicionales frente al actual gobierno y los sectores que componen a éste; 3. la “nueva situación”, el “nuevo clima” ocasionado por el cambio de gobierno, y cómo influyen en las luchas por las reivindicaciones democráticas, y 4. sobre la forma de adelantar una “oposición adecuada” y la posibilidad de arrancarle al sistema “concesiones importantes”.
1. LA VICTORIA DE LÓPEZ MICHELSEN
Y SU SIGNIFICADO
Dicen ustedes
acerca del primer tema:
“Se ha demostrado en este debate electoral que la tendencia predominante
en el pueblo colombiano es de signo democrático y progresista”,
lo cual “se comprueba” con los votos depositados “por
López, María Eugenia y Echeverri”. Conclusión:
“La derrota de la ultraderecha es mucho más significativa
de las tendencias políticas colombianas”. Causas del triunfo
de López: “Prometió abocar la solución de
los problemas más apremiantes del pueblo sobre bases distintas a
las del frente oligárquico paritario”. Hay que agregar
“una razón que no es la menor”: “el
núcleo principal de la gran burguesía puso sus cartas en favor
del candidato liberal”; “los imperialistas yanquis
y sus agentes más caracterizados tuvieron claro” que “la
carta de López era para ellos más segura que la de Gómez”,
y “los grupos más importantes de los grandes terratenientes...
terminaron por rodear a López o se mantuvieron en actitud de expectativa".
El Partido Comunista sabe “que en lo esencial López es
la continuidad del sistema. Pero centenares de miles de colombianos suponen
que no es así”, y “muchos sectores democráticos
apoyaron a López con la ilusión de que realmente va a significar
un cambio de lo actual, un avance hacia la democracia y el progreso social,
una solución de los grandes problemas de las masas trabajadoras”.
“En este sentido, López no es solamente el Presidente del
temor a la ultraderecha como que también es en parte el Presidente
del descontento y la esperanza de grandes masas. Esto, que puede parecer
una paradoja para algunos, es una realidad. Así lo considera el propio
López”.
Nuestra crítica es la siguiente. Hacemos una observación general aplicable a todos los puntos que estudiaremos: sin mayor esfuerzo de abstracción se capta que la tendencia marcada del Partido Comunista al analizar el desenlace de las elecciones y luego el gobierno que de ellas resultó, es la de diferenciar a todo trance a López Michelsen no sólo de la posición de derecha o de “ultraderecha” que enmarca el señor Gómez Hurtado, sino presentarlo como exponente de un régimen menos antidemocrático que el del Frente Nacional. Por eso, desde un principio, el Partido Comunista comienza a hacer malabares con su dialéctica y nos pide que lo imitemos. Nos dice que López Michelsen “prometió abocar la solución de los problemas más apremiantes del pueblo colombiano sobre bases distintas a las del frente oligárquico paritario” y a renglón seguido agrega que triunfó a causa también de que el imperialismo norteamericano y sus lacayos colocaron “sus cartas en favor del candidato liberal”. Fundamentados en ese juego de “contrarios” ustedes sacan una concluyente deducción: López es “en parte el Presidente del descontento y la esperanza de grandes masas” y para que no haya la menor duda, rematan: “Así lo considera el propio López”. Pero esto no es dialéctica; esto es fe, porque fe es creer lo que nos dice el enemigo.
Las elecciones son un indicativo aproximado para calibrar la correlación de fuerzas entre los distintos partidos y por consiguiente para medir el grado de desarrollo político de las masas. Permiten a la vez averiguar con alguna precisión los alcances de nuestra influencia organizativa y descubrir aquellas regiones que por la importancia en la producción, la concentración de enormes porciones de masas y el explosivo fermento de problemas sociales demandan un mayor cuidado de la vanguardia obrera. Los procesos electorales nos ayudan a complementar y actualizar la visión que tengamos de la cambiante lucha de clases, para acoplar nuestras acciones abiertas y cerradas sin ir más allá de lo que las circunstancias permitan, mas sin quedarnos atrás de las exigencias de cada momento. Estas entre otras son las ventajas que obtienen las fuerzas revolucionarias al concurrir a dichos eventos legales y al auscultarlos. Sin embargo, los marxistas-leninistas no perdemos de vista jamás que las elecciones de los regímenes explotadores son amañadas y manipuladas por las clases dominantes, y que los partidos revolucionarios participan en ellas sin los recursos de movilización y propaganda con que cuentan excesivamente los partidos reaccionarios. Debido a ello casi siempre los vencedores en las urnas montan el espejismo de que las “mayorías populares” los respaldan. Pero a la vuelta de la esquina el pueblo encuentra otros medios para expresar sus más sentidas simpatías. Y esto le sucedió precisamente al presidente López Michelsen, quien a los pocos meses de su mandato se quejaba ya de que a través de los paros cívicos, de las huelgas, de las asonadas callejeras, de los invasiones a las grandes fincas, se estaba configurando un movimiento subversivo de proporciones mayúsculas. En tales condiciones las batallas comiciales arrojarán siempre una imagen parcial de los movimientos y mutaciones que se suceden a veces con extraordinaria rapidez a unos cuantos metros bajo la corteza social. Saberlos descifrar, he ahí la pericia no de los encuestadores del DANE, sino de un partido lúcido, consciente y aprovisionado de una ideología científica, como se supone sea el partido revolucionario del proletariado.
El imperialismo norteamericano y sus lacayos colombianos, la gran burguesía y los grandes terratenientes patrocinaron la candidatura de López Michelsen y la sacaron avante principalmente porque éste, lejos de prometer un gobierno “sobre bases distintas a las del frente oligárquico paritario”, se comprometió solemnemente a salvaguardar el fundamento mismo del Frente Nacional: la prolongación de la Gran Coalición liberal-conservadora antipopular y antidemocrática. En la convención liberal que lo designó como candidato presidencial de su partido, juró que el entendimiento y la concordia los preconizaba conforme los concebía el ex presidente Ospina Pérez.
El precandidato
López Michelsen habló así ante sus correligionarios:
“Yo quisiera preguntarles a cada una de las personas a quienes
tanto preocupa la concordia, si el entendimiento que buscan, lo conciben
en los términos que preconizamos el doctor Mariano Ospina Pérez
y yo, o sea, el entendimiento de partido a partido, autorizado por sus respectivas
jerarquías y apoyado por sus mayorías, o si lo que patrocina,
con el nombre de entendimiento, es la estratagema de que las mayorías
liberales sirvan para desconocer las mayorías conservadoras, otorgándole
la personería de ese partido a sus minorías". Y
recordando un documento suyo redactado en las Islas del Rosario, puntualizó:
“Estaríamos dispuestos a aceptar como plataforma común
lo que ya constituye un consenso, en el que están de acuerdo nuestros
partidos: defensa de nuestros derechos en el campo internacional, lucha
contra la vida cara, control y reorganización de los institutos descentralizados.
Finalmente, compromiso solemne de que el Ministro de Gobierno, el Contralor
General de la República y el Procurador General de la Nación,
sean de filiación del partido distinto al del Presidente; paridad
en el Poder Judicial y en los organismos electorales, con adecuada representación
de todos los intereses. Se podrá configurar de esta suerte, después
de las elecciones, una coalición de gobierno, en donde, como es obvio,
será necesario hacer transacciones de parte y parte, bajo un presidente,
elegido por un partido, que represente a toda la Nación en los términos
del artículo 120 de la Constitución”. E increpándole
a Lleras Restrepo, su peligroso contendor, quien era más sinceramente
partidario de los acuerdos bipartidistas, remachó: “Cuanto
yo he dicho coincide con la posición de la directiva nacional conservadora,
con el ex presidente Ospina Pérez y con el señor Presidente
Pastrana. ¿Quién lleva entonces, la bandera del entendimiento,
el señor ex presidente Lleras, con la apariencia de un acuerdo nacional,
o yo, con una candidatura del partido, que no se disfraza de hegemonía
liberal sino que se acoge a las mismas reglas del juego que la candidatura
conservadora?”[51]
Nos corresponde ahora preguntar a nosotros: ¿No son acaso estas terminantes palabras del candidato liberal su sagrada promesa a la convención de su partido de que se sometería sin sombras a prolongar los acuerdos bipartidistas, esencia del Frente Nacional? ¿De dónde rayos saca entonces el Partido Comunista la descabellada conjetura de que López Michelsen “prometió abocar la solución de los problemas más apremiantes del pueblo colombiano sobre distintas a las del frente oligárquico paritario?” ¿O caprichosamente no se le concede ninguna repercusión al hecho de que la reforma constitucional de 1968 prorrogó el régimen paritario y a que el futuro presidente sustentó por salones y callejones, que él sería en San Carlos el más desvelado guardián de la “Magna Carta”, como jurisperito constitucionalista que había sido toda su vida? ¿O se guió el Partido Comunista para llegar a tan arrevesada conclusión por ciertas expresiones demagógicas del señor López Michelsen, estas sí entresacadas de su texto completo? No hubo un solo aspecto programática de importancia del llamado “mandato claro” que se apartara de la más pura ortodoxia frentenacionalista. Con relación al dominio del capital internacional en todas las ramas de nuestra economía, el candidato liberal, para proteger los multimillonarios intereses del imperialismo norteamericano, inventó la procaz excusa de que en Colombia no había necesidad de proponer “nacionalizaciones”, debido a que las principales industrias y actividades productivas estaban en manos de colombianos. Con el evidente propósito de respaldar la famosa ley 4ª de 1973, compendio del programa más siniestramente reaccionario en cuestión agraria, conocida también como el “acuerdo de Chicoral” de la gran burguesía y los grandes terratenientes, el ex compañero jefe predijo que el próximo gobierno no debería emprender nuevos ensayos para el campo, ya que los agricultores colombianos lo que requerían para desarrollar la producción era ante todo una atmósfera de sosiego y tranquilidad. A los obreros les prometió la vieja política oligárquica de la “economía concertada” que, como sabemos, consiste en pedirles por igual “sacrificios a empleadores y empleados”, mientras los grandes plutócratas contabilizan fabulosas ganancias y las familias de los trabajadores recortan su presupuesto diario, en medio de indescriptibles angustias y sinsabores. Y en cuanto a la lucha contra el alto costo de la vida, vitrina de su campaña electoral, el “pollo del mandato claro” cacareó en todo momento que ésta dependía no de su voluntad generosa, sino del grado de estabilidad inflacionaria, de las fluctuaciones del mercado internacional, de la “crisis energética”, de las buenas cosechas, de la psicosis de la bolsa de valores y de otra serie de factores inextricables, hasta el extremo de que las promesas lopistas a este respecto no podían conmover en serio más que a las damas del voluntariado liberal. Acerca de las UPAC, uno de los instrumentos especulativos favoritos del capital financiero y de los pulpos urbanizadores, ideado por la administración Pastrana y que ha preocupado hondamente a las clases y capas más bajas de la población, carentes de vivienda y víctimas propiciatorias de dicho instrumento, el señor López Michelsen conceptuó estar dispuesto a perfeccionarlas y consolidarlas, comprometiéndose a legislar sobre ellas y despejar las lagunas jurídicas que persistían en torno a estos papeles de valor constante.
De ese cariz fueron las otras promesas electorales del actual presidente. Al referirse a los grandes problemas nacionales y a las penalidades del pueblo lo envolvía todo en un lenguaje criptográfico, imposible de concretar, como cuando hablaba de la necesidad del nuevo Concordato, del matrimonio civil y el divorcio civil, de los derechos de la mujer y de la juventud y de las libertades públicas y garantías democráticas. Pero cuando se pronunciaba sobre el apoyo a las gigantescas compañías imperialistas, a los consorcios del comercio internacional y a los privilegios de la gran propiedad inmobiliaria, sus postulados eran claros, directos y sin bemoles. No tuvo el menor empacho, por ejemplo, de viajar cuatro meses antes del día de las votaciones a los Estados Unidos a explicar personalmente a los magnates de ese país sus planes de “centro-izquierda”. A las agencias prestamistas extranjeras les aseguró que sanearía el fisco para que el Estado pudiera en lo sucesivo cumplir religiosamente con el pago de los elevados intereses de su deuda pública, mediante la supresión de determinados subsidios, el incremento de los impuestos al pueblo y el alza de las tarifas en los servicios públicos. A los grandes potentados del café, al contrario, les prometió reducirles las cargas tributarias, lo mismo que a las grandes sociedades anónimas y en general al capital financiero. Tal vez lo único que se pueda alegar aquí es que estas oscuras intenciones del candidato liberal las formulaba en procura del “bien” de la República y de la “prosperidad” de los pobres de Colombia, y a nombre de su sensibilidad social. Pero enternecerse por los mañosos fingimientos y la repugnante sensiblería con que los ideólogos de las clases reaccionarias envuelven y aderezan sus planes de filibusteros, a fin de hacerlos presentables, es caer en la más abominable ingenuidad. Si el candidato López Michelsen juró solemnemente prorrogar los acuerdos bipartidistas propios del Frente Nacional y promulgó un programa definidamente proimperialista y oligárquico, ¿de dónde sacar que aquel “prometió abocar la solución de los problemas más apremiantes del pueblo sobre bases distintas a las del frente oligárquico paritario”?¿O que López sea no “solamente el presidente del temor a la ultraderecha sino que también es en parte el Presidente del descontento y la esperanza de grandes masas”? ¿Simplemente porque “así lo considera el propio López”?
He ahí la forma como funciona la dialéctica del Partido Comunista. El lado negativo del actual gobierno consiste en que fue designado por el imperialismo norteamericano y sus testaferros, la gran burguesía y los grandes terratenientes; pero el lado positivo radica en que “muchos sectores democráticos apoyaron a López”. Esta “paradoja” arrojó tres millones de votos liberales escrutados por el general Gerardo Ayerbe Chaux. Pero los “oportunistas” del MOIR no quieren entender la “contradicción” de que una misma persona y un mismo partido encarnaron a la vez los intereses antagónicos del imperialismo y el pueblo, de los explotadores y los explotados, de los ricos y los pobres, de los satisfechos y los descontentos; y “sindican” al Partido Comunista de “posiciones poco firmes contra López”. En lo que a nosotros corresponde, debemos admitir que esa “curiosa” sapiencia de desdoblar escolásticamente los aspectos contradictorios de una cosa se la habíamos conocido a nuestros curas de parroquia al explicar el misterio de la trinidad, y al protagonista de este drama, cuando, desde los balcones engalanados de los municipios miserables, en plena campaña electoral, peroraba: “No faltaba más que los liberales de veras siguieran extraviados en otros partidos. Ni los ricos para que los defienda el Partido Conservador, ni los pobres para que los defienda la ANAPO, porque hay un partido que defiende a todos los colombianos, que es la sombrilla para ricos y pobres, que es el Partido Liberal”. [52]
El MOIR critica todos aquellos ataques almibarados con que la llamada “oposición” recibió al gobierno de “centro-izquierda”. La táctica ridícula de apoyar lo “bueno” y combatir lo “malo” de la nueva administración, que les escuchamos a los máximos dirigentes de la ANAPO, resulta en la práctica una voz de aliento para los tradicionales enemigos del pueblo colombiano. La fementida “oposición racional y científica” de Hernando Echeverri y sus dos escuderos marchan por el mismo camino de la vacilación y de la entrega. El papel educador y orientador de las fuerzas revolucionarias en la hora presente es combatir todas esas ilusiones alimentadas por la propaganda oficial, a costa si es preciso de momentáneos contratiempos. Tal es la digna posición de lucha que reclamamos para la UNO, con la firme creencia de que las masas populares seguirán nuestra huella, incluyendo a los hombres y mujeres honestos que inicialmente se dejaron confundir por los encantadores de serpientes que nunca faltan.
El Partido Comunista no ha tomado con empeño esta cruzada revolucionaria y, por el contrario, extendió a su manera su cheque en blanco al presidente López. Ustedes montarán en cólera por nuestra crítica, pero los instamos a que reflexionen sobre lo antedicho y sobre lo siguiente. Un valiosísimo servicio se les presenta a los renegados del extinto MRL y con ellos a la reacción en su conjunto, que de labios de un integrante de la UNO salga el comentario de que “Se ha demostrado en este debate electoral que la tendencia predominante en el pueblo colombiano, es de signo democrático y progresista”; lo cual “se comprueba” con los votos depositados “por López. María Eugenia y Echeverri”. Desde luego que la tendencia predominante del pueblo colombiano es la democracia, y esto se desprende no de los votos sumados al señor López Michelsen, sino de las múltiples y variadas batallas que las masas sostienen dentro del gran torrente de la lucha por la liberación y la revolución. Equiparar la democracia revolucionaria del pueblo colombiano con la votación registrada por López, es honra que no enaltece a nuestro pueblo, ni a la UNO, y en cambio coloca sin apelación al continuador y a su partido en las corrientes renovadoras de este siglo. Y la gravedad de tan protuberante desvarío no se disminuye con el consuelo de que “la derrota de la ultraderecha es mucho más significativa de las tendencias políticas colombianas”; ni la desvergüenza propia podrá ser cubierta con la hoja de parra de que nosotros sí sabemos que “en lo esencial López es la continuidad del sistema” y “centenares de miles de colombianos suponen que no es así”.
En primer lugar, fue López quien reclamó como soporte de su mandato no solamente los tres millones de votos liberales, sino el millón y medio de conservadores, ya que su gobierno es por sobre todo de raigambre bipartidista. Los sufragios de 1974 sortearon la cabeza de la Gran Coalición entre los delfines López y Gómez, pero preservaron para sus respectivos bandos el control del Estado oligárquico, con idénticos derechos y deberes. De todas las victorias contra la “ultraderecha” esta ha sido la menos victoriosa. Y de todas sus derrotas la menos derrotada. Las últimas elecciones ratificaron lo que se viene evidenciado desde 1930: en Colombia el liberalismo es más numeroso que el conservatismo. Sin embargo, la pantomima electoral comprobó algo aún más importante. Que a pesar de lo anterior, el imperialismo norteamericano y sus agentes no pueden prescindir de ninguno de los dos partidos tradicionales para proseguir su obra de extorsión y vandalismo. De ahí la verdadera “paradoja” de que el Partido Conservador, representante por excelencia de la clase terrateniente, en notorio y progresivo declive, continúe gobernando de tú a tú con su compinche liberal mayoritario, desde hace varias décadas. Tales acoples burocráticos confirman a la vez la necesidad de la revolución antiimperialista y antioligárquica que sepulte en una fosa común a la “ultraderecha” y su carnal, la demagogia.
En segundo lugar, del fenómeno de que “centenares de miles de colombianos” honestos y engañados no intuyan siquiera, como se precian ustedes de saberlo, que el señor López personifique políticamente “en lo esencial la continuidad del sistema”, no podemos inferir que los votos depositados a su favor sean de “signo democrático y progresista”. Ello significaría caer en la ilusión que proclamamos combatir. El carácter represivo o democrático, regresivo o progresista, reaccionario o revolucionario de una fuerza política lo determinan en última instancia los intereses de clase bajo cuya influencia actúa. Alfonso López Michelsen es, para utilizar la expresión de ustedes, la “carta más segura” del imperialismo norteamericano y sus lacayos y ello le imprime el sello imborrable reaccionario, regresivo, represivo y antinacional a sus actos de gobierno, al margen de los que sus apologistas comenten de éstos. Tampoco variaría en los más mínimo el contenido político del régimen el hecho de que en las elecciones hubiese obtenido un millón por encima o por debajo de los votos que se le imputaron, o que éste logre por más o menos tiempo conservar su aureola demócrata, manteniendo en la mentira a considerables sectores de las masas. López Michelsen ha sido la herramienta perfecta para prolongar sin traumatismos el mando de la coalición bipartidista en esta época de constantes convulsiones sociales. Ningún otro hubiese forjado con tanta idoneidad y eficiencia el monumento al engaño de los colombianos del “mandato claro”. A nuestro pueblo le urge desmontar pieza por pieza esta patraña inicua y concentrar el ataque en quienes son sus artífices principales, para destaparlos y aislarlos.
La experiencia de los cuatro períodos del Frente Nacional nos está indicando inequívocamente que es el liberalismo la palanca clave tanto para impulsar como para crearles algún ambiente a las iniciativas antipatrióticas y antidemocráticas cocinadas conjuntamente con el conservatismo. La caverna conservadora estaría bloqueada en Colombia sin los trogloditas liberales, quienes son los que hacen los mandados denigrantes bajo la raída escarapela de la libertad, igualdad, fraternidad. No entender esta ley histórica de Colombia, enredarse en las diferencias domésticas de los partidos tradicionales sin percatarse del contubernio no divorciable que los une hasta que las muerte los separe y, especialmente, no comprender que la paternidad responsable recae en el Partido Liberal, es cargarle ladrillo consciente o inconscientemente a la alianza burgués-terrateniente proimperialista. Si el pueblo colombiano le ha vuelto la espalda al conservatismo pero se enreda aún en los hilos de araña de la seudodemocracia liberal, a las fuerzas revolucionarias les corresponde, y en primer término a los elementos avanzados del proletariado, cortar estas trabas ideológicas y políticas que impiden a las inmensas mayorías alzar velas con la presteza que requiere la situación actual. Si combatimos la “ultraderecha” conservadora, también debemos, y principalmente, arrancarle la máscara a la “ultraderecha” liberal, para poderlas derrocar a ambas. La fuerza política que no haga esto y se empeñe en encontrar los tintes democráticos al señor López Michelsen y al grupo de confianza que lo rodea se adentrarán paso a paso en la manigua del oportunismo.
Unámonos los revolucionarios en un gran frente de combate contra la caverna conservadora y contra sus moradores, los trogloditas liberales, e invitemos a los burlados y humillados de siempre a que emprendan con nosotros la prolongada lucha por la salvación de Colombia.
2. LA “DERECHA” Y LA “IZQUIERDA” DEL “CENTRO-IZQUIERDA”
En relación
con los realineamientos producidos en los partidos tradicionales frente
al actual gobierno y a los sectores que componen a éste, sostienen
ustedes:
“En el liberalismo se han demarcado el lopismo, el llerismo y
el turbayismo”... Lleras Restrepo “trata de recoger
las manifestaciones de descontento de núcleos de la gran burguesía
(exportadores y comerciantes) y de los terratenientes, molestos porque algunos
jugosos filones de sus negocios se les han reducido o modificado. La agresiva
actitud del ex presidente es una posición de derecha que persigue
dejar las cosas sin el menor cambio”. “La pugna jurídica
sobre el artículo 122 de la Constitución... es un antifaz
para esconder el fondo del problema. Porque fueron los lleristas los que
impulsaron la reaccionaria reforma de 1968 que establece la dictadura económica
presidencial”. “La maniobra de Lleras Restrepo está
dirigida a reorganizar la política del frente nacional, a atraer
a los sectores ospinistas al fortalecimiento de una coalición oligárquica
con vistas a futuros desarrollos de la política y como alternativa
a las posiciones ‘liberales’ de la administración López”.
En las directivas conservadoras “cada vez se cristaliza más
un sector autodenominado ‘progresista’, francamente favorable
a las medidas del gobierno, mientras el sector de Gómez Hurtado las
critica, sobre todo aquellas que tienen aspectos democráticos (ampliación
del margen de libertades, tolerancia a la actividad del Partido Comunista,
necesidad de las relaciones con Cuba)”. Y a manera de piso teórico
de lo antedicho, el Partido Comunista preceptúa: “No debe
olvidarse que el grupo dirigente de la burguesía conciliadora no
representa al sector más retrógrado de la oligarquía
colombiana y, por tanto, siempre habrá una oposición de derecha
que sí expresa los intereses de las capas más reaccionarias
de los grupos diversos de los monopolios, para los cuales hasta la menor
concesión es un ataque al sacrosanto ‘orden’
burgués’’. Y finalmente: “El gobierno
sí tiene un sector de derecha muy definido compuesto por el Ministro
de Gobierno, los cuerpos policivos, el grupo de generales que han hecho
la contraguerrilla (Matallana, Valencia Tovar), el Ministro de Agricultura.
En nuestra acción unitaria y de oposición, tenemos que golpear
principalmente a este sector, luchar por aislarlo y por desenmascararlo
como responsable de los aspectos más negativos del gobierno de López”.
De nuevo anotamos que es palmaria la tendencia del Partido Comunista a exonerar al máximo dirigente de la Gran Coalición oligárquica, al jefe del Estado, de los estragos de la política oficial, colocando en hombros de otros la responsabilidad de llevar ésta a cabo. Muchos de los innobles ajetreos que ustedes asignan a Lleras Restrepo como cabecilla de una facción liberal enfrentada a la del actual presidente, pueden atribuírsele con mayor propiedad a López Michelsen, en su condición de primer mandatario. Por ellos padeció también el ex presidente durante su período. Como saber que cada alcalde manda en su año, los gobernantes de Colombia son escogidos para eso, para que manden y protejan los excluyentes privilegios, y lo hagan a cabalidad y sin limitaciones. A esto obedece la interrumpida acumulación de facultades extraordinarias en el Ejecutivo recortándoselas a otras ramas del poder público. No discrepamos con ustedes en que el ex presidente, aunque venido a menos desde cuando abandonó el empleo más codiciado de la república oligárquica, todavía se desvela por las clases dominantes. Y a ustedes les va a quedar muy difícil seguir discrepando con nosotros en que, a partir del 21 de abril, es a López Michelsen y no a Lleras Restrepo a quien le ha correspondido el principal papel de vocero de la defensa de los intereses de la alianza burgués-terrateniente proimperialista. Invertir las funciones de estos dos personajes, cual lo hace la declaración del Partido Comunista de noviembre pasado, es desviar la puntería e indultarle al “mandato claro” las deudas de sangre, sudor y lágrimas que ha venido contrayendo con el pueblo colombiano, en cumplimiento de su proditorio cometido de garantizar la violenta explotación de los oprimidos por los opresores.
Mientras Lleras Restrepo dicta conferencias a favor de los monopolistas externos e internos, bregando a rescatar parte de las simpatías perdidas que le procuren un nuevo cuatrienio, López Michelsen promulga los decretos que aquellos demandan. Mientras el primero diserta sobre los alcances de la reforma constitucional de 1968, el segundo la utiliza para consolidar las ganancias del gran capital y de los grandes terratenientes, aumentando la carga a las clases trabajadoras. Mientras el transformador Lleras planifica el futuro de su vida pública en el desarrollo del bipartidismo tradicional, el continuador López apunta las bases económicas y políticas para la supervivencia del mismo. Por eso, las críticas de aquel contra éste no van más allá de ciertos asuntos accesorios, porque nadie más que Lleras Restrepo sabe hasta dónde su propio porvenir depende del éxito de la gestión gubernamental de quien lo apabullara y apartara de las elecciones de 1974.
Cuando el Partido Comunista dio a conocer, a finales del año pasado, el planteamiento de que Lleras Restrepo “trata de recoger las manifestaciones de descontento de núcleos de la gran burguesía (exportadores y comerciantes) y de los terratenientes, molestos porque algunos jugosos filones de sus negocios se les han reducido o modificado”, nos encontrábamos al final de los 45 días de la emergencia económica decretada por López. ¿Quién o qué había “reducido o modificado” los “jugosos filones”? No hay que duda de que ustedes se remiten a las disposiciones emanadas de la aplicación del artículo 122 de la Constitución, y admiten sin juicio de inventario que el gobierno ha lesionado las entradas de las clases dominantes, o por lo menos de ciertos “núcleos” de ellas. O sea, se da un fallo, digámoslo, benigno sobre la racha de medidas gubernamentales de aquellos días. Sin embargo, desde un principio se visualizó que los decretos de emergencia estaban dirigidos, por una parte, a arrebatarles a las clases laboriosas muchos miles de millones de pesos, y por otra, a incrementar los “jugosos filones de los negocios” no sólo de la gran burguesía y los grandes terratenientes, sino de su amo extranjero.
No haremos un balance de la legislación de excepción derivada del uso del 122, pero podemos brevemente resumir en unas cuantas palabras sus alcances principales. Extendió a las compañías extranjeras encargadas de la exploración y explotación del gas natural no asociado, el tratamiento ventajoso que reciben los monopolios petroleros en materia de régimen cambiario y comercio exterior. Redujo notoriamente a los grandes comerciantes del café el impuesto a las exportaciones del grano. Y elevó desmesuradamente, como su finalidad más apetecida, los ingresos del Estado no a cargo de las capas más pudientes de la población, cual lo pregona el gobierno, sino por cuenta de los desfalcados bolsillos del pueblo colombiano. La reforma tributaria, timbre de orgullo de la presente administración, fue separada en dos paquetes: las modificaciones del denominado impuesto a las ventas y las del recaudo sobre la renta y complementarios. A las primeras, es decir, a los aumentos de los gravámenes al consumo que los pagan siempre las masas trabajadoras, corresponden los estipendios más cuantiosos de la reforma. Últimamente los expertos del gobierno han venido admitiendo que las nuevas contribuciones por este concepto duplican y hasta triplican el estimativo inicial de 1.500 millones de pesos anuales, hecho por ellos mismos. Lo cual no significa que el impuesto a la renta y complementarios, acrecido en proporciones menores pertenezca a la cuota de “sacrificios” de las clases dominantes que los alcabaleros del régimen dicen repartir por igual entre todos los colombianos. Si el impuesto a las ventas es por excelencia regresivo, los otros cambios introducidos a la tributación no lo son menos. La reforma tributaria disminuyó las obligaciones de las grandes sociedades anónimas extranjeras y nacionales y multiplicó los aportes de la pequeña y mediana industria, colocando a muchas de ellas al borde de la quiebra. Y para complementar, el estatuto impositivo deja, como ha sido usual en el sistema tributario colombiano, las consuetudinarias compuertas de la evasión abiertas, con el objeto de que la alta plutocracia pueda esconder, sin pagar mayor cosa, los “jugosos filones de sus negocios”.
Apaciguados los ánimos y asentada la polvareda de críticas contradictorias que levantó la utilización de las facultades discrecionales del Ejecutivo en asuntos económicos, en virtud del artículo 122 de la Constitución, quedó nítido y a simple vista que la emergencia económica buscaba preferentemente esquilmarle al pueblo, durante los cuatro años del “mandato claro” más de 20 mil millones de pesos. Con esa suma se irá cancelando la enorme deuda pública que el Estado viene contrayendo con las agencias prestamistas extranjeras. En esto consistía una de las exigencias categóricas del imperialismo norteamericano a sus agentes en Colombia. También lo fueron las otras medidas colaterales de la actual administración, tendientes a sanear el fisco, como la supresión de algunos subsidios y las alzas de las tarifas de los servicios públicos ya sancionados y las que se anuncian para el futuro inmediato. A quien abrigue dudas al respecto le conviene leer el informe que el Ministro de Hacienda de Colombia presentó en el pasado mes de junio a la reunión de París del Grupo de Consulta, integrado por los más poderosos organismos internacionales de crédito, con el cual el gobierno de López rindió cuentas a sus acreedores, explicó cómo había puesto orden a las finanzas y “procedió” finalmente a solicitar el consabido préstamo. Satisfizo tanto el informe al Grupo de Consulta que éste dio el visto bueno para empréstitos por 2.600 millones de dólares, cuando los mandatarios colombianos habían calculado que les bastaría 2.400. Parece que ése es el precio de la administración López Michelsen: ¡2.600 millones de dólares! He ahí la estrategia económica del “mandato claro”. La cuenta la paga el pueblo a través del aumento de los impuestos y de la elevación progresiva del costo de la vida, por cuyas causas se verá impelido a trabajar más y a comer menos. Cabe añadir que siguen pendientes autorizaciones como las de las alzas mensuales de la gasolina y demás derivados del petróleo, que desatarán nuevas ráfagas de carestía, con su secuela de hambre y sufrimiento para las mayorías nacionales.
No todos están tristes en Macondo por esta situación . Fuera del imperialismo norteamericano a quien le toca la parte del león, las capas más encumbradas de la oligarquía burguesa y terrateniente han exteriorizado su dicha embriagadora, porque están seguras de que a ellas también les quedará su buena porción del ponqué de los 2.600 millones de empréstitos. No creemos necesario reproducir los comunicados y declaraciones de los grandes gremios, de la banca, de los monopolios, expresando su aprobación por las orientaciones económicas del gobierno. Nos haríamos demasiado extensos, pero los tendremos cerca como pruebas irrefutables. Desde luego que en este concierto de alabanzas de los selectos y empingorotados amigos de la política oficial hay voces que disuenan, no a consecuencia de que sus “jugosos filones” se hayan “reducido”. Se trata de las disputas de los bandidos a la hora del reparto del botín, del pugilato entre quienes reclaman más porque más tienen: es “la codicia sin fin de los señores”.
Trae el Partido Comunista a colación que “la pugna jurídica sobre el artículo 122 de la Constitución” esconde el fondo de la “posición de derecha” del grupo de Carlos Lleras. Y agrega: “Fueron los lleristas los que impulsaron la reaccionaria reforma de 1968 que establece la dictadura económica presidencial”. En su afán de encontrar mojones deslizantes entre el transformador y el continuador, ustedes cometen un error injustificable. Silencian, primero, que la última reforma constitucional no hubiera podido ser expedida en el Congreso sin la estrecha colaboración de los parlamentarios del desaparecido MRL, quienes concertaron la unidad liberal en torno a la defensa del gobierno de Lleras Restrepo y a trueque de los correspondientes gajes burocráticos, incluyendo los nombramientos al excompañero jefe, designado gobernador del Cesar y luego Ministro de Relaciones Exteriores. Y, segundo, olvidan que no fue Lleras Restrepo el autor de la emergencia económica del tantas veces mencionado artículo 122 de la Constitución, sino el propio López Michelsen.
La reforma constitucional de 1968 se caracteriza, como es ampliamente conocido, por su catadura antidemocrática y antipopular. Se inspira en dos inquietudes claramente definidas de las clases dominantes: la prolongación sin plazo del régimen bipartidista y el fortalecimiento del Ejecutivo, mediante el traslado en la figura del presidente de la República de casi todas las prerrogativas estatales. Ambos propósitos cumplen con los requerimientos de los imperialistas norteamericanos y de sus intermediarios de desarrollar un capitalismo de Estado que esté a su servicio. No obstante, el gobierno de Lleras, encargado de plasmar la enmienda constitucional, no tenía en el Congreso una fuerza decisoria, debido a la mayoría calificada de los dos tercios de los votos que la misma Carta fijaba para su modificación. Después de muchos avatares que desembocaron en la renuncia no aceptada del primer mandatario, la nueva Constitución vendría a este mundo con un privilegio muy especial: difícilmente quedaría huérfana, ya que no poseía uno sino varios padres. El soplo de vida se lo dieron colectivamente los dos partidos tradicionales, los parlamentarios del disuelto MRL y la Alianza Nacional Popular.
El senador
Alfonso López Michelsen presentó al Parlamento en 1966 un
proyecto Legislativo, en cuyo texto se encontraban precisamente dos de las
más relevantes normas que después formarían parte de
la Constitución vigente. En la numeración definitiva pasaron
a ser, la una, el artículo 32, por el cual se promulga que “la
dirección general de la economía estará a cargo del
Estado”, y, la otra, el artículo 122, que, como ustedes
dicen, “establece la dictadura económica presidencial”.
El autor, en misiva dirigida a sus ex compañeros del MRL, de agosto
de 1967, sustentó las razones de la unidad liberal y explicó
los acuerdos previos relativos a la reforma constitucional. Así se
expresó López Michelsen: “La enmienda constitucional
que está actualmente al estudio del Congreso es el fruto de coincidencias,
compromisos o concesiones entre las dos reformas: la oficial y la nuestra.
"Al amparo de este proceso de unificación de reformas legislativas,
no menos que al adoptar el gobierno puntos esenciales del programa del MRL,
éste se encontró súbitamente de aliado del gobierno
en la lucha por la reforma constitucional, la reforma agraria, la autonomía
monetaria y el control de cambios, las relaciones comerciales con los países
socialistas y otros aspectos de la orientación de la actual administración.
(...) De esta suerte, y sin que fuera voluntad mía impuesta
al movimiento, éste se vio colocado en un limbo político.
No era gobierno ni era oposición. Compartía los programas
renovadores del Gobierno..., pero sin dejar de criticar la política
represiva del Gobierno, como lo hacían, por lo demás, algunos
miembros del oficialismo, y como debemos hacerlo, en calidad de hombres
libres, cuando quiera que nuestra interpretación de las garantías
individuales esté en conflicto con la de los gobernantes”.[53]
El senador López era también ferviente devoto de la táctica de apoyar lo “bueno” y combatir lo “malo” del gobierno de Lleras Restrepo, tal cual éste se la aplica ahora al “mandato claro”. Con decir que esa es la “oposición racional” de obligado recibo entre las corrientes y jefes políticos del sistema cuando se turnaba unas veces en el gobierno y otras como aspirantes al mismo. Pero lo que vale la pena subrayar aquí es que desde la época de la reforma constitucional del 68, obra conjunta de los partidos tradicionales, como el resto de la superestructura jurídica del país, el actual presidente era ya peón de brega del sistema bipartidista. Inventar, por lo tanto, que Lleras Restrepo se le enfrenta a López Michelsen desde una “posición de derecha”, como lo arguye el Partido Comunista, apoyándose, de un lado, en que fue el llerismo quien impulsó “la reaccionaria reforma de 1968 que establece la dictadura económica presidencial”, mas callando deliberadamente la participación que en ella tuvo el lopismo; y basándose, del otro, en que el gobierno de “centro-izquierda” ha “reducido o modificado” algunos jugosos negocios de “núcleos de la gran burguesía y de los terratenientes”, no sólo es un velado servicio al régimen imperante, sino una abierta trasgresión histórica. No estamos exagerando un ápice al hacer esta crítica descarnadamente. La interpretación política que el Partido Comunista pretende realizar del gobierno de López Michelsen, baila toda sobre el supuesto de que la actual administración es diferente a la vieja coalición oligárquica, la del Frente Nacional, la misma que el pueblo colombiano ha presenciado y sufrido durante décadas. Y no se nos puede desmentir. Para la muestra un botón. Narran ustedes en la declaración de noviembre pasado que “la maniobra de Lleras Restrepo está dirigida a reorganizar la política del Frente Nacional, a traer a los sectores ospinistas al fortalecimiento de una coalición oligárquica con vistas a futuros desarrollos de la política y como alternativa a las posiciones ‘liberales’ de la administración López”. ¿No es volver a insinuar con otras palabras que el gobierno del “mandato claro” está a la vera de la gran coalición oligárquica? Si Lleras Restrepo busca reorganizar dicha coalición, ¿a qué poderes de clase obedece el jefe del Estado? ¿No están acaso los sectores ospinistas y alvaristas y demás estamentos del alto mando conservador cerrando filas con su presidente? ¿No tienen estos sectores la mitad de los ministerios, de las gobernaciones, de las alcaldías, de las inspecciones, de las gerencias de los establecimientos públicos, de los cargos en la rama judicial y no influyen determinantemente en las fuerzas armadas y demás organismos estatales a todo nivel, en los cuales nada se resuelve sin la aquiescencia del conservatismo? Es cierto que el ex presidente Lleras Restrepo cifra sus esperanzas de reelección en la supervivencia de la concordia liberal-conservadora, pero sus pretensiones en este sentido no se contraponen a la línea oficial del gobierno de “centro-izquierda”, cabeza visible del bipartidismo tradicional. Ya vimos los fundamentos económicos y políticos de esta administración. Ni sus medidas gubernamentales, ni sus declaraciones públicas, ni su trayectoria de los últimos diez años, indican que Alfonso López Michelsen haya tenido aspiración distinta de la de ser continuador del Frente Nacional. Y lo ha sido con lujo de competencia. Desde cuando clausuró el MRL, con el cual afiló sus primeras armas y firmó la paz con las vacas sagradas de su partido, hizo votos de perpetua lealtad a la santa alianza burgués-terrateniente proimperialista. Y en verdad que ha cumplido. De este personaje de la oligarquía colombiana lo más que se podrá decir es que venció a los denominados “jefes naturales” del liberalismo, a quienes lanzó al destierro político o tendió en el campo; y los venció a todos no con banderas propias, sino con las mismas que supo arrebatarles. Una vez adueñado del poder entero, no contento con dictarle pautas a la derecha que le rinde pleitesía, ha pretendido dividir las fuerzas de izquierda, metiendo cuñas entre ellas, halagando a los arribistas, promoviendo la vacilación, disfrazándose de tolerante y utilizando un lenguaje demagógico.
En un mensaje suyo a la dirección liberal, cuando todavía desempeñaba el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores de Carlos Lleras Restrepo, López compendia con inigualable claridad y desfachatez las coincidencias fundamentales que atan indisolublemente a los dos partidos tradicionales. No hemos resistido a la tentación de reproducir el pasaje más elocuente y que ilustra con lente de aumento los criterios que ha venido sosteniendo el MOIR. Así recapacita este prócer de las altas finanzas y de la gran propiedad inmobiliaria:
“Se viene repitiendo, desde hace casi un cuarto de siglo que se borraron las fronteras entre los partidos. Yo creo que así es pero que en la práctica no se ha derivado ninguna consecuencia de este diagnóstico. Ambos partidos, como se vio en la reciente reforma constitucional, comparten la concepción del Estado en los político, en lo económico y en lo social. Uno y otro son agrupaciones policlasistas que no amenazan en modo alguno la estructura actual de la sociedad colombiana. Y en materias internacionales, con excepción de la cuestión concordataria, existe una coincidencia bipartidista. De esta suerte, nuestras dos colectividades históricas se confunden en el empleo de un mismo vocabulario desarrollista y casi marxista, invocando los unos las encíclicas pontificias y los otros el pensamiento de Uribe Uribe sobre liberalismo y socialismo”.[54]
La excepción a que se refiere el parágrafo trascrito quedó transada con la reciente aprobación del nuevo Concordato. Cuanto importa aprender a las fuerzas revolucionarias colombianas en la presente coyuntura, y en especial a los partidos que conforman la UNO, es que tienen entre sí a un enemigo consciente de su misión, leal como tal vez ninguno al bipartidismo tradicional y sin el menor reato para aparecer según convenga como defensor de las encíclicas papales o del “marxismo”. Arrancarle la careta demagógica mediante una lucha ideológica y política jamás conocida en la historia del país: he ahí nuestra tares principal. Sólo en esa forma lograremos cosechar triunfos actualmente en la aspiración de unir y organizar a todos los revolucionarios en un frente común.
Es innegable que los análisis atañederos a los acontecimientos políticos, efectuados después de transcurrido un largo tiempo y conocidos todos y cada uno de los aspectos de la realidad económica y social, hasta sus últimas consecuencias, cuentan con mejores posibilidades de acierto de los que intentamos formular cuando todavía somos actores y espectadores de los mismos. El Partido Comunista ha sido particularmente desventurado en esta esquiva labor. En las páginas iniciales de esta carta señalábamos cuán manfifio resultó, por ejemplo, el vaticinio de la “crisis decisiva” del bipartidismo tradicional, a raíz de la victoria electoral de la ANAPO en 1970. A los cuatro años los partidos Liberal y Conservador mancornados seguirían controlando el panorama político de la nación quizá con mayor atrevimiento que en los albores del Frente Nacional. Atrás dijimos que el desenfoque del Partido Comunista en sus pronósticos de comienzos del decenio radicó en no comprender que el movimiento del general Rojas Pinilla, no obstante su auge esporádico, no podría dar al traste con el bipartidismo colombiano. Que el sepulturero de éste sería sólo un partido auténticamente revolucionario, el partido de la clase obrera. Los desaciertos acerca del análisis político del vencedor de 1974 consisten en pasar por alto que López Michelsen, con todo y sus tres millones de votos, no ha dejado de ser más que el mandadero oficioso de las clases dominantes desde la cúspide del poder, y, por lo consiguiente, no tiene a su derecha enemigos que merezcan el calificativo de tales. Allí está, por ejemplo, Lleras Restrepo girando cada vez más hacia el “centro-izquierda” en auxilio del gobierno, ante la ola de protestas populares desencadenada por las medidas oficiales.
Ustedes dirán que los moiristas enredan la pita y tratan de confundirnos, porque no fue el ex presidente quien virara hacia el “centro-izquierda”, sino el presidente quien torció hacia las “posiciones de derecha”. Que entre el diablo y escoja. Nosotros hemos aclarado y seguiremos sosteniendo que el régimen de López Michelsen encarna, en su calidad de principal baluarte de la oligarquía proimperialista, la posición reaccionaria, antinacional, antipopular y antidemocrática, de derecha. La denominación de “centro-izquierda” que el mismo gobierno reclama para sí, no es más que el taparrabos que lo viste. Ustedes son los culpables de este nudo. Nosotros simplemente procuramos desatarlo.
Un mentís parecido le han dado a la declaración del Partido Comunista los recientes acontecimientos suscitados en las toldas del apellido “progresismo” conservador. pero a la inversa. El apoyo que tal sector le brindaba al gobierno, según ustedes, contrarrestando las críticas de los parciales de Álvaro Gómez a las medidas oficiales, “sobre todo aquellas que tienen aspectos democráticos (ampliación del margen de libertades, tolerancia a la actividad del Partido Comunista, necesidad de las relaciones con Cuba)”, se convirtió en la más acérrima diatriba. En efecto, los “progresistas” conservadores en su última asamblea general, realizada mucho antes de la instauración del estado de sitio, lanzaron su queja vehemente contra el lopismo y sus decretos. A pesar de todo, tales episodios no dejan de ser circunstanciales en el examen que estamos adelantando. La médula del asunto se ubica en saber si los llamados “aspectos democráticos” que ustedes enumeran lo son en realidad y si obedecen a un fundamento económico y político verdadero, o son, como tantos otros axiomas del Partido Comunista, fervientes deseos y juicios subjetivos.
Por ejemplo, la “ampliación del margen de libertades”, ¿cuenta bajo el régimen vigente con una base económica y política que la haga posible? De ninguna manera. A un poder que se yergue sobre la explotación y extorsión del 90 por ciento y más de la población colombiana, no le queda otro remedio que acudir a la represión violenta. Siempre que los intereses económicos de las masas populares han chocado con los del puñado de imperialistas y sus agentes criollos, la minoría dominante recurre sin excepción a acallar a los desposeídos, echando mano de sus instrumentos de coerción: los fusiles y las cárceles. Por eso Colombia ha vivido en el decurso de este siglo sometida casi interrumpidamente al estado de sitio. Los mandatarios lo levantan sólo cuando amaina la tormenta de la lucha de clases y a veces en los períodos anteriores o subsiguiente a las elecciones, con el objeto de preservar las apariencias seudo democráticas. Debido a ello los escasísimos derechos democráticos y las libertades públicas muy recortadas, de los cuales han alcanzado a gozar las masas populares en Colombia, son fruto de sus luchas valerosas, por lo general abonadas con su sangre. Aquellos nunca fueron regalos bondadosos de los títeres de turno. Posteriormente hablaremos de esto. Aquí únicamente buscamos precisar la ausencia de un piso económico y político que haga tender hacia la democracia y la libertad a los regímenes conocidos en nuestra patria. Hasta López Michelsen, quien llegara a la presidencia con cerca de cinco millones de votos liberales y conservadores de respaldo, la votación más caudalosa de la historia republicana colombiana, antes de cumplido el primer año de su mandato y contrariando sus fingidas declaraciones de amor por las libertades públicas, se refirió como cualquiera de sus antecesores en el estado de sitio.
Ustedes replicarán:
¡bonita manera de predecir el porvenir, lloviendo sobre mojado! Ese
documento del Partido Comunista fue escrito mucho antes del estado de sitio
lopista y el MOIR nos refuta ahora, después de que éste ha
sido instaurado. Ciertamente no se necesitaba ser adivino ni esperar a la
consumación de los crímenes para desentrañar la naturaleza
antidemocrática y represiva del nuevo gobierno. Con antelación
a la posesión de López, en la Tercera Convención de
la UNO de julio de año pasado, el secretario general del MOIR, camarada
Francisco Mosquera, hizo esta advertencia:
“Y en cuanto a la falsa creencia de que Alfonso López será
menos represivo y sanguinario que sus antecesores, vale la pena hacer la
siguiente consideración. ¡Qué va a pasar cuando los
obreros acosados por el hambre exijan aumentos de sus salarios y hagan uso
de legítimo derecho de la huelga, o cuando los campesinos invadan
las grandes latifundios en procura de un pedazo de tierra para trabajarlo,
o cuando los estudiantes se subleven en defensa de sus derechos y de una
cultura nacional y científica al servicio de las masas populares,
o cuando el pueblo se levante contra el saqueo imperialista, contra el alza
continua del costo de la vida, contra la inseguridad social, qué
va a pasar, preguntamos, ¿cuál será la orden del presidente
liberal a los aparatos represivos del régimen?, ¿qué
intereses se van a proteger?, ¿a quién se va a encarcelar
y a reprimir, a los explotadores o a los explotados, a los opresores o a
los oprimidos? Por experiencia sabemos que estos conflictos de clase, de
los cuales en última instancia depende el desarrollo de la sociedad
colombiana, no se podrán congelar, y que, latentes como se hallan
en toda la actividad política del país, a cada paso estallarán
con mayor furia y más definidos perfiles. Y también por experiencia
sabemos que el Estado oligárquico golpeará cada vez más
violentamente los justos reclamos de las masas, para eso fue creado y esa
será su función hasta que lo destruya el pueblo. La lucha
de clases en pleno auge hará saltar en pedazos todas las ilusiones
sobre el nuevo gobierno, colocará a cada cual en su sitio y demostrará
que el resultado electoral no fue más que uno de los tantos aspectos
contradictorios de la multifacética sociedad colombiana”.[55]
Sobre la tolerancia del Partido Comunista por parte del mandato de “centro-izquierda”,
nadie mejor que los miembros de ese partido para juzgarla justicieramente.
Y acerca de un último “aspecto democrático”
de las medidas oficiales: la “necesidad de las relaciones con
Cuba”, queremos hacer un comentario muy sucinto. El rompimiento
del bloqueo económico levantado por los Estados Unidos contra la
gloriosa isla de Martí y de Fidel, como lo hemos dicho en otras oportunidades,
es una victoria de la revolución cubana y una aplastante derrota
del imperialismo norteamericano que día a día pierde terreno
en sus afanes hegemónicos de dominación mundial. Y saludamos
alborozadamente que Colombia reinicie sus intercambios comerciales y diplomáticos
con la hermana república de Cuba, dentro de nuestra política
de propugnar las relaciones del país con el resto de Estados del
planeta, en particular con los pueblos del Tercer Mundo y las naciones socialistas,
según los principios revolucionarios de la coexistencia pacífica.
No obstante, el hecho que nos ocupa no significa que el régimen lopista
haya variado su política exterior, dictada en los fundamental por
el gobierno de los Estados unidos. Es más, la reapertura de las relaciones
con Cuba la gestionaron los portavoces del “centro-izquierda”
procurando no transgredir ni una coma del humillante Tratado Internacional
de Asistencia Recíproca, impuesto por el imperialismo norteamericano
a sus neocolonias del Continente. Por parte de Colombia el proceso del restablecimiento
de relaciones fue llevado con suma cautela. Es de público conocimiento
que los mandatarios colombianos mantuvieron un estrecho y constante contacto
con la embajada estadinense, cuidándose vergonzosamente de que el
paso que daban no fuese malinterpretado en Washington. En suma, de dientes
afuera el “mandato claro” habla de entablar conexiones con todos
los países, incluyendo las repúblicas socialistas, pero en
la práctica su política externa se orienta, bajo la influencia
de los Estados Unidos, contra las naciones sojuzgadas y contra los pueblos
que han conquistado el socialismo.
Conforme a nuestros previos proseguimos el peregrinaje por todos los parajes y vericuetos de la escabrosa política oficial, siguiendo el rastro que ha ido dejando nuestro aliado en la UNO en sus surtidos materiales. Cuando pensábamos que ya habíamos descubierto lo más interesante, trompicamos de pronto con la veta principal: el basamento “teórico” del Partido Comunista de todas sus interpretaciones del gobierno de López Michelsen. Helo aquí: “No debe olvidarse que el grupo dirigente de la burguesía conciliadora no representa al sector más retrógrado de la oligarquía colombiana y, por tanto, siempre habrá una oposición de derecha que sí expresa los intereses de las capas más reaccionarias de los grupos diversos de los monopolios para los cuales hasta la menor concesión es un ataque al sacrosanto ‘orden’ burgués”. De tal manera que “el grupo dirigente de la burguesía conciliadora no representa al sector más retrógrado de la oligarquía colombiana” y por fuera del gobierno “siempre habrá una oposición de derecha que sí expresa los intereses de las capas más reaccionarias de los grupos diversos de los monopolios”. Sustentar todo lo que se ha venido sosteniendo sobre la nueva administración con tan improvisado e incoherente análisis busca, para decirlo claramente, liberar al régimen lopista, por lo menos en “teoría”, del baldón de ser el instrumento de las fuerzas más negras y retardatarias. El imperialismo norteamericano es la base de toda la política reaccionaria y fascista del país. Y el imperialismo, causa principal del atraso y la miseria de las colonias y neocolonias, se apoya invariablemente en las corrientes más retrógradas y antipatrióticas de las países sometidos. El imperialismo norteamericano en Colombia se une íntimamente con los círculos más poderosos y reaccionarios de la gran burguesía y los grandes terratenientes y la alianza de estas tres fuerzas, enemigas por naturaleza del progreso y la libertad, controla el Estado. ¿O quién controla el Estado en Colombia? ¿Qué clases? ¿Será el “sector MENOS retrógrado de la oligarquía colombiana?” O “las capas MENOS reaccionarias de los diversos grupos de los monopolios”? No, señores. Los grupos más privilegiados, más poderosos, más influyentes de la burguesía y de los terratenientes, es decir, una minoría selecta, es la que manda y se favorece directamente de las medidas oficiales. Basta examinar los efectos de los decretos para saber qué poderes económicos se esconden detrás del trono y de su majestad. Los primeros beneficiados son los grandes monopolios imperialistas, luego sus intermediarios, los magnates de la banca y de la bolsa y los caballeros de la gran propiedad territorial. El resto del país paga con su ruina y con su famélica existencia el festín de esa minoría de elegidos de la fortuna. Y los intereses económicos del Estado determinan sus intereses políticos, el carácter de su orientación superantinacional y archirreaccionaria. Las capas directivas de la burguesía conciliadora representan, junto a las de los grandes terratenientes, la piedra angular de la sojuzgación imperialista. Los aliados naturales del imperialismo en la Colombia de hoy son, por lo tanto, dichas capas dirigentes, portaestandartes de la política más reaccionaria y antinacional del gobierno. Entre estos enemigos del progreso afloran de cuando en cuando cierto tipo de contradicciones ocasionales que nunca llegan a amenazar la supervivencia de su alianza. Ninguno de ellos por separado puede sostener la explotación y el dominio sobre el pueblo y la nación colombiana. En nuestro país la alianza burgués-terrateniente proimperialista se expresa políticamente en la coalición liberal-conservadora, cuya principal fortaleza es en la actualidad el gobierno que dirige Alfonso López Michelsen. Esta es la concepción materialista, marxista-leninista, del problema del Poder de la sociedad colombiana en su presente etapa.
Sólo así podremos comprender la justeza de la línea de la unificación popular, ya que las clases y estamentos avanzados y progresistas, por encima de cualquier consideración subalterna, deben bloquear a los núcleos dirigentes de la reacción, como responsables que son de mantener a Colombia en el atraso y en la dependencia externa. Y la lucha principal del pueblo unido es contra el Estado oligárquico proimperialista, porque por intermedio de éste el imperialismo y sus aliados aprisionan el país en dicho atraso y dicha dependencia. Y, por otra parte, sólo así podremos explicar coherentemente un fenómeno tan peculiar en la política de las clases dominantes en Colombia: el de que los liberales siempre terminan accediendo a las peticiones más ultrarreaccionarias de sus socios conservadores. Fue, precisamente, por ejemplo, un Parlamento de abrumadora mayoría liberal el que reimplantó no hace mucho la ley de aparcería, una de las instituciones feudales por antonomasia, adobándola, desde luego, con la forma de contrato capitalista. Por eso, fraccionar en la “teoría” a las clases enemigas de la revolución, desconociendo el hecho principal de que en la práctica están indefectiblemente unidas, es caer en la trampa del maniobrerismo de los partidos tradicionales que, a pesar de sus íntimas avenencias, preservan con astucia las apariencias de agrupaciones con destinos diferentes y contrapuestos.
Como una derivación apenas lógica de su breviario teórico, el Partido Comunista se impone la tarea de “golpear principalmente” a “un sector de derecha muy definido” del mandato de “centro-izquierda”, al cual hay que “aislar y desenmascarar” como “responsable de los aspectos más negativos del gobierno de López”. E insinúa a sus aliados en la “acción unitaria y de oposición” a hacerse copartícipes de esta táctica tan privativamente suya. ¿Cuál es ese “sector de derecha muy definido”?. Ustedes lo señalaron sin pérdida de tiempo: “El Ministro de Gobierno, los cuerpos policivos, el grupo de generales que han hecho la contraguerrilla (Matallana, Valencia Tovar), el Ministro de Agricultura”. Sin embargo, esta línea conlleva unas lagunas inmensas que los lectores más atentos ya habrán notado. ¿Qué haremos con el jefe del Estado? ¿Y con su equipo liberal? Porque no hay que olvidar que el presidente, como él lo ha dicho, “no es un hombre sino un equipo”. ¿Dónde los archivamos: en la derecha, en la izquierda, en el “centro-izquierda”? La propuesta presenta otros inconvenientes peores. Vamos a aislar la derecha, ¿del Estado? ¿Cómo hacerlo, si la Constitución oligárquica garantiza su permanencia dentro de la rama ejecutiva, con amplias y determinantes prerrogativas? Para hacerlo tendremos que derrocar al gobierno y cambiar la Constitución. ¿O vamos a aislarla por fuera del Estado, ante las gentes? Pero si la “ultraderecha” fue “derrotada” el 21 de abril, según lo atestiguaron ustedes.
La línea oposicionista del Partido Comunista naufraga en un océano de interminables inconsecuencias. La confusión proviene de ignorar la ley por la cual la política reaccionaria y antipatriótica de la alianza burgués-terrateniente proimperialista, propia del bipartidismo tradicional, defendida y aplicada principalmente por el Estado oligárquico, cuenta actualmente en la figura de López Michelsen, en su calidad de presidente de la República, a su jefe y mentor indiscutido. El Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario propone su línea de concentrar el ataque en la cabeza visible de la Gran Coalición gobernante. Arranquemos la careta de “centro-izquierda” al reaccionario y antipatriótico gobierno lopista y señalemos al primer mandatario como principal instigador y gestor de todas las medidas oficiales, que invariablemente lesionan los intereses y derechos del pueblo colombiano. Mostremos sin tapujos a las masas populares la doble faz del “mandato claro”: su rostro liberal reaccionario y su rostro conservador reaccionario. Esta es una posición revolucionaria, consecuentemente unitaria, porque es la que mejor interpreta los intereses económicos y políticos del 90 por ciento y más de la población colombiana.
Los ministros liberales han descollado por su labor persecutoria contra las masas o por su obsequiosidad con los altos poderes económicos. Tenemos el caso de la señora de Crovo, Ministra del Trabajo, especializada en romper huelgas, ilegalizar sindicatos y autorizar los despidos masivos de las grandes empresas. O el del canciller Liévano Aguirre, quien colecciona méritos cantando loas a los imperialistas norteamericanos en el campo de la política internacional. O el del recientemente nombrado Ministro de Minas y Energía, ex dirigente del MRL como los dos anteriores, encargado de llevar a cabo el alza de los combustibles demandada por los monopolios extranjeros del petróleo. Todas estas demostraciones de repugnante lacayismo con los amos imperialistas y sus intermediarios deben ser prioritariamente combatidas. Inclusive, maniobras de tan elemental comprensión como la de las designaciones de los llamados “rectores marxistas”, aparejadas con la falsa propaganda oficial de democratización y popularización de la educación universitaria, media e inferior, merecen una intensa contraofensiva política por partes de las fuerzas revolucionarias que neutralice los intentos del gobierno de adormecer la conciencia y apagar la lucha de uno de los estamentos más rebeldes del pueblo colombiano, cual ha sido la juventud universitaria. Por carencia de esa política revolucionaria de esclarecimiento y orientación, vimos el deprimente espectáculo en los últimos meses de que, mientras el gobierno escamoteaba los derechos democráticos de las masas estudiantiles, por medios refinados y sutiles, éstas quedaban atrapadas en la red invisible de las expectativas y promesas tejida desde las cumbres gubernamentales. Sólo cuando la lucha del estudiantado, volviendo por sus fueros, destapó la olla hedionda de la demagogia oficial, el gobierno mostró su juego y los pontífices de la gran prensa vocearon: “fracasó el experimento marxista”. De improviso quedaron destacadas y claramente definidas las siluetas de los actores principales de esta comedia, cual si una descarga eléctrica hubiese caído en medio de la escena. El gobierno, sin escapatoria, se sinceró diciendo que sus rectores “democráticos y autónomos” nada tenían que ver con la democracia y la autonomía universitarias. Que habían sido nombrados ante todo para velar por las leyes, la autoridad y el orden y quien no entendiera esto por la buenas lo entendería por las malas. Como epílogo se inculpó al marxismo y a la izquierda de incapaces para regentar los destinos de la universidad y de pasada los del país. Entonces sí llovieron las rectificaciones y contraaclaraciones de aquellos que habían abierto un compás de espera a la política de los “rectores democráticos”. Y entre ellos el Partido Comunista, que tenía por qué sentirse directamente aludido, a manera de comentario sobre la fulminante destitución del rector de la Universidad Nacional, se apresuró a corregir: “El doctor Pérez ejecutaba en la Universidad la política del gobierno y de ninguna manera la ideología marxista”.[56]
En cierta forma estas postreras palabras del Partido Comunista compendian muy a pesar suyo lo que el MOIR venía tratando de explicar en el terreno de la lucha estudiantil. Que los rectores de las universidades estatales escogidos por el régimen no pueden ser más que EJECUTORES en dichos centros docentes de “la política del gobierno”. Y, ¿cuál es la política del gobierno en materia educativa? Creemos que sobra afirmar que consiste en una política antinacional y antidemocrática, al servicio de la cultura extranjerizante y atrasada del imperialismo norteamericano y sus agentes criollos, y en detrimento de la cultura nacional, democrática y avanzada de las masas populares.
No en vano han sucedido la demagogia oficial y su descalabro posterior. Ni las indicaciones y contraindicaciones de quienes fueron los voluntarios o involuntarios propiciadores de aquella entre el profesorado y el estudiantado. El experimento de pasar gato por liebre en la Universidad Nacional fue detectado a tiempo por las masas estudiantiles. Aprovechemos la experiencia para promover con mayor conciencia y decisión una lucha ideológica y política que cumpla con estos tres objetivos: 1) desenmascarar la demagogia oficial; 2) paralizar las ilusiones de los sectores arribistas y vacilantes, y 3) armar las peleas del estudiantado en particular y del pueblo en general con el principio revolucionaria de que las conquistas democráticas no serán fruto de dádivas bondadosas de funcionarios ocasionales del engranaje burocrático del Estado, sino de la acción beligerante, altiva y unificada de las mayorías perseguidas.
3. SOBRE LA “NUEVA SITUACIÓN Y EL NUEVO CLIMA”
Con respecto
al tema de que hay una “nueva situación”, un “nuevo
clima” ocasionado por el cambio de gobierno, y cómo influye
en la lucha por las reivindicaciones democráticas, el Partido Comunista
ha manifestado:
“Estamos en los comienzos de un proceso político nuevo
(...) que puede ser conducido hacia el forjamiento de una nueva situación
nacional, hacia una nueva situación política y hacia un nuevo
poder”. Esto lo deducen ustedes de dos premisas: a) de que el “cuadro
general del sistema del ‘frente nacional’, ideado en el marco
del entendimiento entre los grupos más reaccionarios de la gran burguesía
de nuestro país, se sostiene en algunos de sus principales aspectos
(repartición por iguales partes entre liberales y conservadores del
sector administrativo y judicial, manejo omnímodo del aparato electoral,
extrema limitación del Congreso y de los cuerpos colegiados en general).
Pero es evidente la tendencia hacia el retroceso de esa estructura antidemocrática,
tan cuidadosamente creada por Laureano Gómez y Alberto Lleras”;
y b) de que “este aspecto de la situación favorece el desarrollo
de las luchas inmediatas por las reivindicaciones democráticas más
amplias y por la demolición de una serie de obstáculos que
traban el desenvolvimiento de las luchas y de la organización de
las masas populares”, y “si se compara la situación actual
con la etapa anterior, lo que se destaca es el logro, por parte de las fuerzas
populares, de un nuevo clima para su acción y organización,
conquistando garantías y derechos que, a pesar de no ser muy decisivos,
sí tienen importancia como estimulantes de la acción popular”.
En auxilio de la segunda premisa, el Partido Comunista sienta la tesis de
que el actual “se trata de un gobierno que fue elegido por grandes
masas democráticas y que tiene un cierto compromiso con esas masas,
a las que no puede volver totalmente la espalda, para tratarlas sólo
a punta de represión y estado de sitio, como en gobiernos anteriores,
sin correr el riesgo de un rápido y absoluto descrédito”.
La crítica más implacable a las ideas de los hombres es la práctica. Ante ella los más eminentes pensadores se han quitado el sombrero, en gesto de humildad y ademán de someterse a su imperio irrecusable. Los sabihondos y mandamases, por el contrario, prefieren en su soberbia ser aplastados bajo el alud de acontecimientos que los desmienten. La diferencia entre un sabio y un necio radica exactamente en la actitud que se mantenga frente a los hechos. El uno los acepta tal como son, escuetamente, y no teme aceptar sus equivocaciones, si las tuvo; el otro, se aferra a sus falsos criterios contra toda evidencia. Los revolucionarios no podemos pertenecer a la categoría de los necios. Quien quiera contribuir a la emancipación del pueblo ha de obrar según esta norma de principios. Los moiristas estamos siempre dispuestos a reconocer los errores, como lo hicimos cuando modificamos la concepción abstencionista heredada de nuestra ascendencia no proletaria. Con esa misma convicción y decididos a facilitar un acuerdo sobre bases revolucionarias, en beneficio de la unidad y la lucha de las masas populares, adelantamos esta polémica con el Partido Comunista. Para lo cual resulta definitivamente necesario identificar las contradicciones, preferentemente las nuevas contradicciones, las que brotaron con posterioridad al 21 de abril.
Transcurrido ya un año del gobierno de López, las actuaciones de éste constituyen la más viva y radical refutación a las tesis que ustedes han venido sosteniendo al respecto. El criterio de que la actual administración, a causa de haber sido elegida “por grandes masas democráticas” de una parte, “tiene un cierto compromiso con esas masas, a las que no puede volver totalmente la espalda”, y de la otra, no trataría a éstas “solo a punta de represión y estado de sitio, como en gobiernos anteriores”, jamás contó con asidero en la realidad. El mandato lopista ha degradado sin misericordia la paupérrima economía de las grandes mayorías y ha calcado los procedimientos típicamente fascistoides de los regímenes precedentes. El estado de sitio que acaba de instaurar y los decretos nugatorios de las libertades públicas y de los derechos de reunión, movilización y expresión de los partidos revolucionarios, son el mismo estado de sitio y los mismos decretos de Pastrana, Valencia y los Lleras. Las cábalas de que López Michelsen no podía “volver totalmente la espalda” a las masas, deducidas del cálculo de que al nuevo gobierno le preocupaba el “riesgo de un rápido y absoluto descrédito”, tampoco poseerían ni pies ni cabeza. Fueron ustedes y sus suposiciones quienes quedaron de espaldas a los hechos. La relación entre el respaldo obtenido por el candidato liberal y la consideración de éste por el pueblo, sería inversamente proporcional: a más respaldo menor consideración. Con el desenlace electoral el imperialismo norteamericano y las oligarquías dominantes se sentirían más seguros y envalentonados, con mayor holgura para rellenar sus arcas y apretarle la clavija al pueblo. Además, contaba con la “palabra de oro” del presidente, quien les había prometido un “gobierno fuerte”, dispuesto a mandar a contrapelo de su “popularidad”. Durante la campaña López redundó sobre este tema. A continuación unas cuantas palabras suyas acerca del “gobierno fuerte”, en prevención a los “paros cívicos y laborales”:
“El gobierno fuerte es el que tiene fortaleza, no el que se ve obligado por su debilidad a hacer alarde de su fuerza. La dictadura generalmente encubre una gran debilidad. El gobierno fuerte que propicio es aquel que no cede a las presiones de las minorías. Se trata de que la prensa, con todo el poder de su libertad, no sea más fuerte que el Estado; que las fuerzas económicas no estén en condiciones de imponer al gobierno sus puntos de vista; que los paros cívicos y laborales no determinen decisiones que correspondan al que rige la comunidad. En suma, que dentro del Estado no haya nada ni nadie más fuerte que él, pues esta falta de fuerza desmerita absolutamente la esencia misma de la autoridad”.[57]
Y para que
no quedara la menor duda:
“No seré inferior a Carlos Lleras Restrepo, quien obligó
–reloj en mano— a esconderse en su casa a quienes pretendían
montar un motín súbitamente, porque si somos el partido de
las ideas libres, también somos, cuando es necesario, el partido
de la mano fuerte y de la disciplina”.[58]
Dicho y hecho. Una vez culminada la primera runfla de medidas económicas a favor de los intereses predominantes y cuando el pueblo, cuyo instinto de defensa y de lucha es superior a la cretina adhesión al "mandato claro" que los arúspices del sistema le atribuyen, pasó indignado a manifestar su repudio a la engañifa oligárquica, entonces el continuador y su equipo de asesores procedieron a sentar cátedra sobre el respeto a la autoridad legítima y sobre la necesidad de la disciplina social. Pero no lo hicieron como suelen efectuarlo los jurisconsultos a sueldo de las facultades de derecho de nuestras universidades, mediante lecciones doctrinales, sino a la manera cuartelaria, por los medios persuasivos del sable y de la pólvora. Obreros, campesinos, indígenas y estudiantes han caído en las operaciones intimidatorias de la fuerza pública. Los panópticos se atestan de presos políticos en espera de los sumarísimos consejos verbales de guerra. Una maraña de disposiciones compulsivas impide la actividad normal de las organizaciones partidarias contrarias al régimen. Evidentemente nada tiene que envidiar el “centro-izquierda” a la “ultraderecha” frentenacionalista en materia de terror y cacería de brujas.
Totalmente infundadas eran, por tanto, las premoniciones de que con “el retroceso de esa estructura antidemocrática” del Frente Nacional, se favorecería “el desarrollo de las luchas inmediatas por las reivindicaciones democráticas más amplias y por la demolición de una serie de obstáculos que traban el desenvolvimiento de las luchas y de la organización de las masas populares”. O, en otras palabras: “Si se compara la situación actual con la etapa anterior, lo que se destaca es el logro, por parte de las fuerzas populares de un nuevo clima para su acción y organización”. La práctica demostró que quienes aguardaron del nuevo gobierno un trato y un estilo diferentes, acariciaban sólo una ilusión que necesariamente se evaporaría con los primeros zarpazos del monstruo. Tales predicciones caerían como un castillo de naipes porque se fundamentaban en la presunción de que como el gobierno “fue elegido por grandes masas democráticas”, aquel estaría obligado con éstas. El pueblo colombiano en sus años de lucha ha progresado y ha hecho méritos por su emancipación. Pero la triste gracia de votar por López sería la que menos lo acredita para reclamar “un nuevo clima para su acción y organización”. Las gentes ignoradas que depositaron sus votos por el “candidato de la esperanza”, confundidas por la propaganda liberal, no hicieron más que colaborar inconscientemente al endiosamiento de sus desalmados enemigos. La labor educadora de los sectores avanzados y revolucionarios, y en especial de la vanguardia proletaria, es quitarles la venda de los ojos a los compatriotas que honestamente se dejaron embaucar por el canto de sirena de los explotadores. Señalarles su error sin miramientos y alertados a que se preparen para lo peor. Pero el Partido Comunista, al contrario, les repite: Ustedes han conquistado “un nuevo clima” porque el gobierno contrajo “un cierto compromiso” con las masas, “a las que no puede volver totalmente la espalda”. ¿No es esto acaso rendirle pleitesía al mito ante el cual a veces posamos de eruditos y doctos?
Esta manera
de raciocinar del Partido Comunista la conocimos cuando analizó el
fenómeno anapista, hace sólo unos cuantos años. En
aquella ocasión también se consideraba que el respaldo popular
obtenido por el general Rojas en las elecciones de 1970, influenciaba a
la ANAPO a radicalizar su programa hacia puntos “definitivamente
antioligárquicos y democráticos”. En efecto, así
discernía el secretario general del Partido Comunista:
“La ANAPO ha tenido que elaborar una plataforma ideológica
que contiene una serie de puntos muy importantes, antiimperialistas, sobre
todo, definitivamente antioligárquicos y democráticos. Por
la presión de los grandes sectores populares, cada vez más
radicalizados, la plataforma ideológica es el producto de esta influencia”.[59]
No obstante “la presión de los grandes sectores populares” y de las fraternales y pródigas reconvenciones del Partido Comunista, el anapismo se negó sistemáticamente a introducir en su ideario programático el único y verdadero postulado antioligárquico y democrático de la hora actual: la liberación nacional de Colombia de las garras del imperialismo norteamericano. Esta mínima y máxima falla colocó objetivamente a la casa Rojas y a su movimiento en la corriente de la reacción antipatriótica. “Los grandes sectores populares” abandonaron a la ANAPO y ahora, de acuerdo con la tesis de ustedes, encontraron asilo en la tienda lopista, convertidos en “grandes masas democráticas”, desde donde presionan el “nuevo clima”.
Por supuesto que con el ascenso de López Michelsen a la Presidencia hay una situación nueva que se distingue no por el “retroceso de esa estructura antidemocrática” del Frente Nacional, sino por su prolongación por otros cauces. Y desde luego que la situación actual favorece el desarrollo de las tendencias democráticas del pueblo colombiano, pero no en el sentido del “nuevo clima”, sino por las condiciones que se han creado para que las masas entiendan que dicho “nuevo clima” no existe ni ha existido, que el cambio de inquilino en el Palacio de San Carlos es un aspecto formal, porque tras las bambalinas del Poder están “los mismos con las mismas”, como decía Gaitán. Nuestro deber principal de dirigentes revolucionarios es hacerle comprender al pueblo colombiano que la alianza burgués-terrateniente proimperialista es una ley histórica de la actual sociedad colombiana, y que la coalición liberal-conservadora gobernante como expresión política de aquélla, se las ingenia para prolongar su reinado con formas legales diferentes mas con idénticos propósitos e instrumentos.
¡Cómo hablar de “retroceso” del Frente Nacional! “Esa estructura antidemocrática, tan cuidadosamente creada por Laureano Gómez y Alberto Lleras”, fue propuesta al pueblo colombiano dentro de un plazo muy concreto. Dicho plazo se ha cumplido no una sino dos veces y todavía Colombia padece el mismo régimen de responsabilidad bipartidista, y la perspectiva inmediata es la de su prolongación sin límite. Ciertamente, la oligarquía colombiana, quien admitía con buen grado de cinismo que el Frente Nacional por ella ideado no se basaba en principios democráticos, lo justificó en un comienzo como una terapia excepcional para la violencia desatada por sus propios gobiernos y que le había costado al pueblo 500.000 muertos. Cuando se convocó el plebiscito del primero de diciembre de 1957 que institucionalizaría el Frente Nacional, los partidos tradicionales adquirieron el compromiso voluntario de que éste no duraría más de doce años. En 1959, mediante enmienda constitucional promovida en el Parlamento, el cipayo Alberto Lleras llevó a cabo la primera prórroga por cuatro años, birlando la opinión pública. O sea, que el remedio no concluiría ya en 1970 sino en 1974. Si embargo, con el Acto Legislativo de 1968, arriba comentado, los mismos personajes, sólo que un poco más viejos, extendieron la paridad administrativa hasta 1978. Ahí no para la cosa. La actual Constitución prevé en su artículo 120 que de 1978 hacia adelante continuarán los denominados "gobiernos nacionales" de auténtico espíritu frentenacionalista. Luego lo que se propuso por doce años, se amplió a dieciséis, más tarde a veinte, y después de los veinte, indefinidamente. La excepción se trastocó tramposamente en la regla. ¿Se le puede llamar a esto "retroceso" de la política de los gobiernos bipartidistas, cual si las clases dominantes se hubieran visto coaccionadas a tocar a retirada? A la inversa. Como el tiempo vuela y todo plazo se cumple, al Frente Nacional le llegó como a todo su hora final. Sin embargo, las fuerzas gobernantes encontraron la forma de proseguir desafiantemente con su régimen favorito, el más antinacional, antipopular y antidemocrático, el que mejor se acomoda a sus intereses económicos, el creado a la imagen y semejanza del bipartidismo tradicional, el régimen de responsabilidad conjunta liberal-conservadora. Para guardar las apariencias seudo democráticas las oligarquías proimperialistas pagaron un exiguo precio: descongelaron la paridad en la rama legislativa, pero antes se aseguraron bien de sustraerles a las corporaciones públicas todo su poder de decisión.
Por consiguiente, hablar en 1975 de que “estamos en los comienzos de un proceso político que puede ser conducido hacia un nuevo poder”, aparece tan desproporcionado e iluso como lo fue en 1971 hablar de que “estamos en el umbral del desencadenamiento de la crisis decisiva del sistema paritario”. Colombia marcha hacia la crisis del sistema y hacia un nuevo poder pero como una meta a largo término, producto de una constante histórica. La revolución colombiana será prolongada y su camino sinuoso, mas nos encontramos aún en sus períodos embrionarios. El gobierno de López Michelsen representa únicamente una reedición del viejo poder bipartidista proimperialista. Los múltiples acontecimientos de los últimos doce meses lo confirman y a ellos nos atenemos. Esperamos con fervor que quienes desde una posición equivocada pero honesta hayan guardado por una u otra razón esperanzas en el actual gobierno, aprovechando la experiencia del primer año de éste, modifiquen sus puntos de vista erróneos y pasen en la práctica a combatirlo consecuentemente. Lo cual será de una importancia determinante para el desarrollo de la revolución en las presentes condiciones.
El Partido Comunista, en lugar de apoyarse en los hechos antinacionales y antipopulares producidos sistemáticamente por el gobierno lopista, tanto en el campo económico como en el de la represión política, para deducir las correspondientes enseñanzas y rectificar sus criterios primarios, se vale de algunas recientes determinaciones oficiales para denunciar con gran desparpajo, desde Voz Proletaria del 5 de junio pasado, “EL VIRAJE HACIA LA DERECHA DEL GOBIERNO”.[60]
Admitir el viraje a la derecha del gobierno, es aceptar que éste cambió de una posición a otra. Es decir, insistir en que el gobierno arrancó con un rumbo positivo y luego torció en medio de la travesía. No hay tal. Todos los actos del régimen vigente, desde los demagógicos hasta los abiertamente represivos, se producen merced a su naturaleza falsaria y derechista. Pero lo más grave es que los sucesos que movieron al Partido Comunista a señalar que la nueva administración se ubicó en la “derecha” o “más a la derecha”, como lo afirma en el aludido número de su órgano periodístico, fueron la destitución del rector de la Universidad Nacional y la remoción de algunos mandos militares. Al primer caso ya nos referimos. Quizá falte añadir que el gobierno tuvo al respecto otro viraje, y esta vez hacia el “centro-izquierda”, porque el reemplazo que consiguió para dirigir dicho establecimiento educativo ha sido considerado también como un “rector democrático”. En relación con las bajas en el cuerpo armado, ustedes las juzgaron como un triunfo de las fuerzas derechistas. Literalmente dijeron que éstas “lograron sus objetivos con las fulminantes destituciones del coronel Valentín Jiménez, del general Puyana y del comandante del ejército Valencia Tovar”.[61] ¡Pero esto ya es el colmo! Ustedes habían jurado y perjurado en un pasaje de una declaración de su Comité Ejecutivo Central, arriba citado, que “el gobierno sí tiene un sector de derecha muy definido compuesto por el Ministro de Gobierno, los cuerpos policivos, el grupo de generales que han hecho la contraguerrilla (Mantallana, Valencia Tovar), el Ministro de Agricultura”. En esta forma se mofa la dirección del Partido Comunista del pueblo, de los aliados y de su propia militancia. En su desorbitada ofuscación por eximir el jefe del Estado de su calidad de principal responsable de las determinaciones de la coalición que saquea el país y sojuzga a las masas, ustedes no tienen el menor inconveniente de presentar primero al general Valencia Tovar como exponente del sector derechista del gobierno, y luego, su remoción como prueba fehaciente del “viraje a la derecha” del mismo.
No queremos concluir el capítulo sin referirnos, así sea tangencialmente,
a las especulaciones en torno a la “avería”
del “viejo concepto de disciplina castrense” y a la
“profunda modificación en la concepción del 'golpe
de Estado’ ”, con que ustedes se santiguaron ante los imprevistos
acontecimientos precipitados en las Fuerzas Armadas. Leamos la novísima
invención:
“No desconocemos que el viejo concepto de disciplina castrense
está profundamente averiado en todos los países, y que el
militar de hoy ya no es un autómata inmune a la influencia de las
poderosas corrientes ideológicas que se disputan el predominio universal,
una de las cuales, el socialismo, cosecha decisivos triunfos que están
definiendo el curso de la historia. La disciplina militar era inseparable
del concepto de legalidad, que no siembre anda en armonía con la
noción de justicia social y con el anhelo reivindicativo de las masas
populares. Esto ha determinado una profunda modificación en la concepción
del ‘golpe de Estado’, pues en casi todos los ejércitos
se encuentran elementos permeables al socialismo, y otros profundamente
reaccionarios”.[62]
Esta concepción de la disciplina castrense que la dirección del Partido Comunista desea hacer pasar de contrabando como producto de los tiempos modernos y como aporte innovador brillante no es más que la antiquísima teoría burguesa sobre el Estado y el ejército, acomodada vulgarmente a las conveniencias del momento. Semejantes innovaciones no sólo no tienen nada que ver con el marxismo-leninismo, sino que éste, cuando las ha pillado medrando en las filas de la revolución, les ha dado palo con el máximo rigor. Únicamente a los liberales y a los revisionistas les hemos escuchado que el “concepto de la legalidad no siempre anda en armonía con la justicia social y con el anhelo reivindicativo de las masas populares” o que “la disciplina militar era inseparable del concepto de legalidad”. De suerte que: ¿Existen momentos en los cuales la legalidad se compagina con los anhelos de las masas populares y hubo épocas pretéritas en las cuales la disciplina militar no atentaba contra aquella? ¡Qué desconocimiento de la historia y en particular de la historia de Colombia! La legalidad en todos los tiempos en que ha imperado no ha sido más que instrumento de dominación de unas clases sobre otras, como el Estado, el ejército, la democracia, la libertad, el derecho y la superestructura entera de la sociedad. La legalidad de la organización social neocolonial y semifeudal vigente en Colombia es un elemento de la dictadura del imperialismo norteamericano y de sus agentes colombianos. Nunca esta legalidad se ha visto en armonía con los intereses de la nación y del pueblo. No obstante, la experiencia histórica indica que las clases explotadoras dominantes no tienen el menor estorbo para violar su propia ley, siempre cuando lo requieran sus mezquinos propósitos. Merced a ello la legalidad como su violación son medios de sojuzgación de clase. Ahora bien, el quebramiento de las leyes por parte de la disciplina militar no es un atributo característico de los tiempos modernos. Sin ausentarnos de los linderos patrios, encontraremos que el ejército colombiano se ha distinguido desde su nacimiento por infringir constantemente las preceptores legales, a los cuales viene prestando juramento de lealtad todas las mañanas, a la hora de izar el tricolor, durante siglo y medio. Levantamientos, cuartelazos, guerras civiles, golpes de Estado, vejaciones sin cuento: he ahí la tradición de la disciplina militar de nuestro país. Su carácter no ha variado por el desarrollo de la lucha ideológica y política del proletariado. Precisamente lo que enseña el auge de la ideología marxista-leninista es que la naturaleza del imperialismo y de sus aparatos de poder permanece inalterable hasta que la revolución en cada país y a nivel mundial los elimine por sécula seculórum, amén.
Las clases revolucionarias y con ellas la clase obrera al frente, fincan sus esperanzas de redención única y exclusivamente en el fortalecimiento de sus propios poderes políticos y militares. La revolución no juega al golpismo ni está dispuesta a tolerar el experimento castrense de los autocalificados “gobiernos anticapitalistas y anticomunistas” y que en la práctica les niegan a las masas sus más elementales derechos democráticos. El proletariado revolucionario de Colombia sabe que sólo con la fundación de un Estado socialista podrá hacer valer sus orientaciones revolucionarias a nivel de toda la sociedad y establecer un gobierno que funcione según los principios del centralismo democrático y se ponga realmente al servicio del porvenir y el bienestar de las inmensas mayorías de la nación. El sostén de un Estado revolucionario es un ejército revolucionario. Sin éstos, ni la clase obrera ni el pueblo tendrán nada. Las revoluciones victoriosas partieron de cero. Nuestra revolución comenzó ya y su Poder es casi nulo. Sin embargo, por ella han sacrificado la vida miles de hombres y mujeres que creyeron en el triunfo de sus nobles ideales. Quienes estén dispuestos a honrar su memoria combatiendo y a persistir en una línea correcta, lograrán la victoria definitiva y algún día tendrán ejército y Poder aunque hoy no posean una aguja. Y viceversa, quienquiera que controle todo el Poder y mande a un ejército poderoso, si se le enfrenta al pueblo e insiste en una línea reaccionaria, antidemocrática, antipopular y oportunista lo perderá todo irremisiblemente.
A medida que la revolución colombiana vaya cimentando sus bases de apoyo político y militar, a manera de territorios liberados en los cuales comience a germinar el nuevo Estado, y a medida que las fuerzas armadas del pueblo vayan contabilizando batallas a su favor, es seguro que unidades militares patrióticas y hasta batallones enteros de las tropas enemigas pasen a engrosar y a vigorizar la lucha revolucionaria. Éste ha sido el proceso de las revoluciones de los países coloniales y neocoloniales de Asia, África y América Latina en la época contemporánea. Los cándidos y los ingenuos, o los falsos apóstoles, le insinúan al pueblo colombiano que fundamente su emancipación en las desmembraciones y revueltas del ejército tradicional, o en los golpes de Estado tan tristemente célebres en Latinoamérica. Mas el mensaje de los nuevos tiempos lo traen los movimientos de liberación nacional que como en Indochina, acaban de proferirle la más humillante derrota al imperialismo y a sus aliados. A Colombia ya le llegó este mensaje. Esperamos confiados que nuestro pueblo obrará en consecuencia.
4.
CRITIQUEMOS LAS CAVILACIONES
Y COMBATAMOS AL RÉGIMEN
Sobre la
forma de adelantar una oposición “adecuada”
y la posibilidad de arrancarle al sistema “concesiones importantes”,
concluyen ustedes:
“Las medidas oficiales han repercutido también en la oposición.
Hay sectores de la UNO que no ven la necesidad de una oposición democrática
adecuada en sus métodos y persuasiva con las masas ilusionadas en
López”. (...) “Es posible arrancarle al sistema
concesiones importantes en materia de libertades y otros puntos del programa
de la UNO. Y debemos reivindicar como un logro del movimiento popular cada
posición ganada en vez de permitir que el gobierno las presente como
graciosas y voluntarias concesiones de la burguesía, contribuyendo
a fomentar las ilusiones de las masas”. (...) “El contenido
y el carácter de nuestra oposición es radicalmente distinto
de la oposición de derecha”.
Hemos arrimado por fin a la cuestión esperada con vivo entusiasmo. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar ante el gobierno lopista de hambre, demagogia y represión? Una vez desmenuzados los aspectos más sobresalientes del “mandato claro”, de reconocer su índole y estirpe definidamente frentenacionalista propia de los regímenes anteriores y de haber examinado las interpretaciones contrapuestas que sobre aquel y sobre sus medidas han esbozado tanto el Partido Comunista como el MOIR, se descarta de antemano que haya existido entre los dos partidos integrantes de la UNO identidad en cuanto a la política de combate contra el lopismo. Ustedes dicen que “las medidas oficiales han repercutido también en la oposición” y que “hay sectores de la UNO que no ven la necesidad de una oposición democrática adecuada en sus métodos y persuasiva con las masas ilusionadas en López” y nosotros les respondemos: tienen toda la razón. En la denominada oposición, como era de esperarse, las disposiciones del gobierno han creado un ambiente de benévola expectativa y de oportunismo, que se expresa en objetar ciertos decretos del Ejecutivo y al mismo tiempo encontrarles a éstos algunos artículos e incisos acertados. La oposición se las arregla para hallar en la prolífera legislación del último año los aspectos favorables, y en consonancia con tales descubrimientos procede a apoyar, por ejemplo, lo “avanzado” del estatuto tributario, lo “democrático” de la política educativa, lo “progresista” de la reforma al código civil, lo “revolucionario” de la línea internacional, lo “justo” de la justicia social, lo “afirmativo” de los derechos y libertades ciudadanos, lo “izquierdista” de la derecha. Ésa es la dialéctica oposicionista de la ANAPO y de los ex dirigentes del MAC. Los grandes burgueses, los grandes terratenientes y los monopolios imperialistas aplauden a su modo las medidas gubernamentales, pero todos los días se lamentan y piden más y más privilegios. Así ha funcionado siempre la democracia oligárquica neocolonial y semifeudal de Colombia. Con una oposición de “izquierda” y una oposición de derecha. Casi todos los mandatarios de esta falsa democracia no sólo han prohijado la oposición a sus respectivos gobiernos sino que la han reclamado, porque con ella se evitan los desperfectos y se embellece el sistema. Pero eso sí, a quien no se someta a las reglas del juego de la minoría, “en todo problema serio, profundo y fundamental le tocan en suerte estados de guerra”, como dice Lenin. A los trabajadores les conceden la personería jurídica, mas si realizan sus huelgas o sus paros, los ilegalizan, los despiden y reprimen violentamente, o les imponen los arbitrarios tribunales de arbitramento obligatorio, cual sucedió en el pasado movimiento de los obreros cementeros. A los campesinos les ofrecen la coyunda de las “empresas comunitarias”, y cuando éstos las rechazan los sentencian a muerte por hambre o por otros medios. A los pobladores de Cereté, Riohacha, Condoto, Ovejas, Barbosa, La Florida, Codazzi, Puerto Asís, La Dorada, Marinilla, Barrancabermeja, Tumaco, Facatativá, Cúcuta, El Carmen de Bolívar se les conmina a plomo a silenciar sus reclamos centenarios. Los estudiantes que se “anarquicen” y no actúen con sensatez y cordura frente a los “experimentos democráticos”, van a parar con sus profesores a los calabozos, si corrieron con fortuna. Y a los partidos revolucionarios se les prohíbe reunirse, manifestar y sus militantes son perseguidos como rufianes. De esta especie es la “oposición” que les corresponde a las clases y fuerzas revolucionarias.
En la UNO,
el sector de Hernando Echeverri y sus escuderos se deslizó hacia
la “oposición científica y racional”
y a causa de ello fue ejemplarmente expulsado por el Movimiento Amplio Colombiano
y mereció el repudio generalizado de las bases y simpatizantes de
la Unión Nacional de Oposición. Y el otro sector, el MOIR,
francamente no está de acuerdo con la calificada “oposición
democrática adecuada en los métodos y persuasiva con las masas
ilusionadas en López” que pregona el Partido Comunista.
¿Qué es eso de “oposición democrática
adecuada en sus métodos y persuasiva con las masas”? Cuando
el MOIR se levantó en la última convención de la UNO
de julio de 1974 y denunció como “ridícula la táctica
inventada por la ANAPO de apoyar las medidas ‘positivas’ y combatir
las ‘negativas’ del títere de turno”, el Partido
Comunista, por boca de su secretario general, replicó:
“Nosotros no vamos a apoyar lo bueno y a combatir lo malo que
haga ese gobierno, sino que vamos a luchar contra el sistema oligárquico
y dependiente del imperialismo que representa ese gobierno que será
la continuación del actual porque va a seguir con la misma composición
política paritaria y defendiendo los mismos privilegios de clase
y los mismos intereses antinacionales de los monopolios norteamericanos.
Pero si por casualidad o por una contradicción de la vida política,
el próximo gobierno se propusiera realizar algún aspecto del
programa de la UNO, nosotros apoyaríamos nuestro programa, pero no
al gobierno”. [63]
Manifestar que el gobierno de López sería la “continuación” del anterior, pero en la frase siguiente enfatizar que si “por casualidad” o “por una contradicción de la vida política” el nuevo régimen “se propusiera realizar” alguna parte de nuestro programa, apoyaríamos a éste y no a aquél, no es, preguntamos, ¿hablar de una cosa y estar pensando en la contraria? ¿Es posible que un gobierno continuador del Frente Nacional y representante directo de los monopolios norteamericanos y sus lacayos criollos, pueda proponerse por “casualidad” o “por una contradicción de la vida política” llevar a la práctica, así sea una mínima parte, de las reivindicaciones de la revolución? Estamos tan absolutamente convencidos de que no es posible, que nos atrevemos a afirmar: una de dos, o tenemos una concepción eminentemente liberal de la plataforma nacional y democrática de la UNO, o estamos abocados a buscar otro programa que no nos lo puedan “realizar” los opresores del pueblo colombiano. En lo que concierne al MOIR, continuaremos respaldando los principios programáticos de la Unión Nacional de Oposición, en la acendrada creencia de que el mandato lopista de hambre, demagogia y represión será el más encarnizado enemigo de todos y cada uno de sus nueve puntos.
Desde la convención de julio de 1974 vimos cómo el Partido Comunista concebía la “oposición adecuada y persuasiva”, la cual ha venido profundizando en los sucesivos materiales de sus organismos de dirección y que han sido objeto de nuestra crítica en esta carta pública. Hasta tal extremo alimentaron ustedes el conocimiento de que era “posible arrancarle al sistema concesiones importantes en materia de libertades y otros puntos de la UNO”, aprovechando la administración lopista, que alertaban a sus efectivos sobre que el problema consistía en madrugar a “reivindicar como un logro del movimiento popular cada posición ganada en vez de permitir que el gobierno las presente como graciosas y voluntarias concesiones de la burguesía, contribuyendo a fomentar las ilusiones de las masas”. Sin embargo, nada igual a las ejecutorias del régimen para contribuir a sacar a flor de tierra su naturaleza demagógica, antinacional y reaccionaria. No hay entre sus políticas ninguna que podamos reclamar como nuestra, o que se nos haya hurtado de la plataforma de cambios históricos y revolucionarios que promovemos para la sociedad colombiana. En menos tiempo de lo que algunos se imaginaban el pueblo colombiano comprendió la inmensa patraña del presidente liberal. Lejos de fomentar la ilusión, los decretos oficiales en un santiamén pusieron cara a cara con la dura realidad a las grandes masas expoliadas. El hambre, el desempleo, la miseria, al abandono de los desprotegidos, multiplicados a la enésima potencia durante un año, han hecho más claridad política que el trabajo paciente de miles de revolucionarios en varios años. Ningún método más persuasivo que el desenfreno de los aparatos militares, tratando inútilmente de aplacar la protesta pública. La situación es excelente para cuajar un poderoso movimiento revolucionario, consciente, unificado y combativo. Las masas no esperaron la orden de los jefes y se han aprestado a demostrar en los hechos el desprecio al sistema, como éste ha exteriorizado también en sus actos de cada día el odio al pueblo. La debilidad obligó al gobierno a declarar perturbado el orden público e imponer el estado de sitio, al verse sitiado por los brotes de descontento en los grandes centros, en las ciudades intermedias y en los villorrios apartados. Ponerse al frente de todos los combates populares, sin conciliar por ningún motivo con quienes en la penumbra mantienen vivo el rescoldo de las ilusiones sobre las posibilidades “positivas” del “centro-izquierda”, es la consigna de las fuerzas revolucionarias en la hora actual.
Los nueve puntos de la UNO no son un programa de reformas, compendian sí las peticiones más sentidas y urgentes de las masas y la nación colombiana; mas éstas sólo podrán cristalizarse mediante el triunfo del Poder revolucionario. En cuanto a la lucha por los derechos democráticos y las libertades públicas, cuyas conquistas no significan la emancipación del pueblo sino la creación de condiciones para que éste combata por la auténtica democracia de los obreros, campesinos y demás clases y capas revolucionarias, aquella lucha resultará tan ardua, tendremos que disputarle al sistema con tal fiereza cada palmo de terreno, que para nadie habrá confusión con respecto a que cualquier avance, por insignificante que sea, será el resultado de las derrotas del gobierno. Las masas populares de la ciudad y el campo lo saben por experiencia propia, pues viven un proceso progresivo de pérdida de sus derechos y libertades. A mayor explotación mayor represión. A medida que el gobierno concede más y más privilegios al imperialismo norteamericano y a sus intermediarios y aumenta las cargas sobre el pueblo, se obliga a redoblar la represión violenta y por ende a descararse como el verdugo número uno. Y a mayor represión mayor resistencia. Las masas, en su inagotable capacidad de rebeldía, no hacen esperar su respuesta. Por doquier explotan las huelgas, los paros cívicos, las invasiones campesinas. Y quienes se decidan a combatir a favor del pueblo, en cualquier circunstancia y por cualquier medio, saben que cuentan con el apoyo caluroso y definitivo de éste. Por eso el régimen ya no habla sino de subversión, de alteración de la normalidad, de desorden. Ve fantasmas por todas partes y algunos de ellos muy reales.
Ustedes dicen que “el contenido y el carácter de nuestra oposición es radicalmente distinto de la oposición de derecha”. Nosotros agregamos que nuestra lucha no sólo es diametralmente diferente de la “oposición de derecha”, sino de la oposición tradicional, apódese como sea, de esa oposición que hace reparos a las “injusticias” y “fallas” del sistema, pero que no va más allá de ciertos mentirosos paliativos. Nosotros no luchamos por esta o aquella reforma, batallamos por el derrocamiento del Poder de los apátridas y por la construcción de una nueva Colombia. En eso y sólo en eso nos diferenciamos de la oposición institucionalizada.
Hagamos realidad
y cumplamos fielmente la resolución política de la última
convención de la UNO, cuando proclama:
“Con López Michelsen continúa desde el gobierno
la dominación de los mismos monopolios extranjeros, las mismas grandes
compañías norteamericanas que saquean nuestras riquezas, los
mismos terratenientes que oprimen al campesino, la misma gran burguesía
dueña de los monopolios. (...)
“Hay una nueva situación porque ha surgido una verdadera
oposición, revolucionaria y decidida, que está dispuesta a
desenmascarar la demagogia de López y a llevar a las masas a la lucha
por sus más auténticas reivindicaciones. Ha surgido un frente
de las fuerzas revolucionarias y populares, con un programa de nueve puntos,
cuyo objeto final es abrir el camino de Colombia hacia el socialismo. Ese
factor político actúa sobre una situación social tormentosa,
en que ascienden las luchas de clase contra la explotación oligárquica.
“Afirmamos que somos la oposición vertical al gobierno,
que encabezamos la alternativa popular, que se opone al engaño y
a la mentira. Mediante nuestra lucha tesonera estamos llamados a convertirnos
en el centro de atracción de los sectores que están dispuestos
a combatir por un cambio revolucionario”.[64]
Luchemos consecuentemente contra el sistema neocolonial y semifeudal que oprime al pueblo colombiano y contra el gobierno de la coalición liberal-conservadora, cuya cabeza visible es el continuador Alfonso López Michelsen. Critiquemos severamente todas las cavilaciones, las manifestaciones conciliacionistas, cortemos los hilos invisibles, derrumbemos los puentes levadizos, taponemos los subterráneos secretos que nos vinculen al sistema y estrechemos la unidad en torno al programa revolucionario de la UNO y al apoyo ferviente de las luchas del pueblo colombiano por sus reivindicaciones económicas y políticas, mediatas e inmediatas. Demostremos en la práctica el abismo que media entre la revolución y la oposición tradicional. Sobre estas bases llamemos a cerrar filas con nosotros a todas las corrientes y movimientos democráticos y revolucionarios, a las personalidades patrióticas, a la izquierda anapista e inclusive a los liberales y conservadores ajenos al arribismo burocrático y que estén con sinceridad interesados en combatir realmente a la Gran Coalición bipartidista gobernante.
A pesar de nuestra relativa debilidad, de la escasez de recursos, de lo reducido de nuestros medios de agitación y propaganda, contamos con tres ventajas definitivas frente al enemigo: a) un programa correcto e imbatible, los nueve puntos de la UNO; b) un pueblo entero decidido a pelear en todos los campos, con una larga experiencia de luchas y frustraciones que lo radicalizan cada día más ante sus tramposos opresores y c) unos militantes probados, pertenecientes a nuestros respectivos partidos, de elevada conciencia y espíritu de lucha, quienes están resueltos a cualquier sacrificio en bien de la unidad y del triunfo de la revolución. Aprovechemos al máximo estas ventajas, aplicando una línea consecuentemente unitaria y transformemos a la UNO en la verdadera “semilla del Frente Patriótico de Liberación Nacional”.
LOGROS Y TROPIEZOS
DE LA POLÍTICA DE UNIDAD SINDICAL
I
La cuestión de la unidad del sindicalismo independiente constituye otro de los puntos neurálgicos de las crecientes diferencias entre el MOIR y el Partido Comunista. A este aspecto ya nos habíamos referido con ocasión de los incidentes que circundaron el Segundo Congreso de la CSTC del pasado 4 de marzo. De entonces para acá hay un hecho nuevo relacionado directamente con el funcionamiento de la Unión Nacional de Oposición. Ustedes han llamado públicamente al MOIR para que suspenda la desafiliación de sindicatos de aquella central, con la advertencia de que de no hacerlo, el Partido Comunista se propondrá “trabajar en la UNO con los compañeros del MAC”.[65] Es decir, el Partido Comunista condiciona la alianza con el MOIR en la UNO al desarrollo de los problemas en el campo sindical. La chispa prendida en el perímetro de la CSTC obviamente se extendió y ha envuelto con sus llamas a los predios vecinos. Nosotros ya habíamos previsto cómo una cooperación duradera entre distintas fuerzas políticas, característica del frente unido antiimperialista, no puede mantenerse sino a consecuencia de una línea compartida, elaborada conjuntamente, para todos aquellos tópicos importantes de la lucha revolucionaria. Aunque no parezca, tal declaración representaría un progreso si conduce a discutir y a resolver dentro de la UNO las orientaciones que superen la actual crisis que mantiene interrumpido el proceso unitario del movimiento sindical independiente. El Partido Comunista ha impedido sistemáticamente que la Unión Nacional de Oposición examine y decida sobre las fases y aristas más importantes de la política de unidad sindical y ésta ha corrido paralela, por otros cauces, no obstante ser ampliamente conocido que los partidos integrantes de aquella, en una u otra forma, han estado comprometidos e interesados en la feliz culminación de dicha política. Por nuestra parte, propiciaremos el replanteamiento también con respecto a estos asuntos particulares del movimiento obrero colombiano. Desde luego el conflicto no podrá extinguirse, si en el juicio de responsabilidades se le endosa al MOIR el papel de “divisionista” y “saboteador” y a la dirección de la CSTC se le indulta de sus atentados contra la democracia y los acuerdos unitarios. Es menester por lo tanto recordar el desenvolvimiento que tuvo la política de unidad sindical desde 1972 hasta el congreso del 4 de marzo.
Cuando Misael Pastrana, a comienzos de aquel año, dio a conocer el proyecto de la fusión de las dos centrales patronales UTC y CTC, lo hizo movido por la necesidad de proporcionar algún respaldo de determinados sectores sindicales a su gestión de gobierno, en los preámbulos de las primeras elecciones que éste organizaba. En lugar de alcanzar su objetivo, el anuncio presidencial desató una borrasca de protestas de la clase obrera. Al proletariado, que, a través de recios y prolongados combates contra todos los intentos divisionistas de las clases explotadoras dominantes y contra las medidas policivas y representativas de las oficinas del Trabajo, había podido sostener y vigorizar un sindicalismo independiente de la politiquería oficial, le indignaba profundamente esta nueva patraña y por sobre manera la impudicia del régimen a utilizar a las camarillas amarillas de UTC y CTC en pro de sus fines electoreros. Como contrapropuesta a los planes de la reacción, el movimiento obrero empezó a agitar la idea de la necesidad de superar al estado de dispersión en que se encontraba el sindicalismo independiente y a desbrozar la política de unidad sindical, la cual enrutaría hacia la construcción de una central unitaria y democrática. Las condiciones favorables para llevar a la práctica tan importante tarea eran producto del avance de la conciencia y de la lucha de los trabajadores colombianos. Las directivas utecistas y cetecistas habían entrado en barrena, debido a la serie escalonada de descalabros que se reflejaban en el asedio permanente de ataques por parte de las bases obreras y en la desafiliación masiva de sus sindicatos y federaciones. Este proceso de debilitamiento y cerco a la vez que padecían las dos centrales vendeobreras se ha mantenido y ahondado hasta hoy. Así fue como en las postrimerías de 1972 retumbó en todo el ámbito sindical la orden de desenmascarar y aislar a las centrales de bolsillo del sistema y de congregar las organizaciones sindicales independientes en una nueva confederación, inspirada y guiada por una línea combativa y revolucionaria.
Por su cuenta,
el Partido Comunista tomó la iniciativa de sugerir la conveniencia
de procurar un acercamiento entre el atomizado sindicalismo independiente,
cuyas agrupaciones recibían influencias de diversas corrientes partidistas,
con miras a configurar un solo bloque que, si la situación lo permitía,
terminara convirtiéndose en una nueva central en Colombia. La conferencia
de dirigentes obreros del Partido Comunista de Bogotá se expresó
en ese sentido, en términos que no requieren traductor:
“Resulta claro que dentro de las nuevas circunstancias políticas,
analizadas atrás, aparece como una posibilidad real que los comunistas
mejoren sus relaciones con muchas de las organizaciones sindicales denominadas
autónomas e ‘independientes’, sobre la base de la lucha
contra cualquier forma de expresión del anticomunismo, de derecha
o de ‘izquierda’. Es también claro, que un avance significativo
del proceso unitario del movimiento sindical no podrá lograrse, si
no empezamos por admitir como una realidad la existencia de muy diversos
matices y tendencias políticas dentro de cada sindicato en particular
y dentro del conjunto del movimiento a escala regional y nacional. Partiendo
de estas premisas el último pleno de la CSTC lanzó la iniciativa
de organizar un gran encuentro nacional sindical que sirva de foro para
la discusión y análisis de los problemas fundamentales que
tiene el movimiento sindical en la actualidad y particularmente las cuestiones
relativas a la unidad de acción y a su unidad orgánica. Este
debate tiene, entre otros objetivos, el estudio de un nuevo reagrupamiento
de todas las fuerzas sindicales que no hallan vinculadas a ninguna de las
centrales sindicales que culmine en un congreso del cual nazca, si es el
caso, una nueva central de trabajadores, que aglutine el mayor número
de sindicatos y federaciones”.[66]
De la oferta que ustedes precisaron en 1972 se destacan, como se puede apreciar inequívocamente de los trozos reproducidos, dos máximas por demás objetivas y concretas. De un lado, había que empezar por “admitir como una realidad la existencia de muy diversos matices y tendencias políticas dentro de cada sindicato en particular y dentro del conjunto del movimiento a escala regional y nacional”. Del otro lado, la CSTC se adelantaba a proponer un estrado para el debate amplio y minucioso de los problemas que aquejan al movimiento sindical colombiano, entre los cuales se contaba, en primerísimo puesto, el de la creación, “si es el caso, de una nueva central de trabajadores, que aglutine el mayor número de sindicatos y federaciones”. Dicho estrado sería un “gran encuentro nacional sindical”. El Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario aplaudió cálidamente la propuesta de la conferencia de obreros del Partido Comunista y del pleno de la CSTC. Para nosotros el pronunciamiento del Partido Comunista constituía en cierta forma una rectificación ostensible de su táctica tradicional de impulsar la llamada “unidad de acción” de preferencia con las direcciones de UTC y CTC o con sus organizaciones filiales, con el consiguiente menosprecio de los denominados bloques sindicales independientes o autónomos. Indudablemente que el retroceso de las dos grandes centrales patronales, así como el auge de los aludidos bloques y la presencia cada vez más numerosa de sindicatos de envergadura nacional que no estaban matriculados en ninguna de las confederaciones existentes, eran motivos más que suficientes para las modificaciones del caso. Cabe señalar también que el Partido Comunista no se refería únicamente a la “unidad de acción” sino a la unidad orgánica con el resto del sindicalismo independiente. Los cambios eran notables: la UTC y CTC renqueaban heridas bajo el ala por la acción de las bases tantas veces traicionadas; el sindicalismo independiente aunque disperso crecía sin cesar, y el MOIR y el Partido Comunista deponían las hostilidades entre sí para atender con mayor eficiencia un frente en el cual coincidían. No había duda, nos hallábamos en el preludio de un período completamente nuevo del movimiento sindical colombiano. Quedaba abierto un gran “foro” de “discusión y análisis de los problemas fundamentales” del sindicalismo, en el cual concurrirían por intermedio de sus representantes sindicales distintas tendencias políticas identificadas en la urgencia de coordinar la lucha contra el esquirolaje de UTC y CTC y planificar la organización nacional de las muchas y disgregadas entidades gremiales de los trabajadores, a fin de darles más capacidad de defensa y de ataque.
El MOIR resumió
con la siguiente directriz de finales de 1972 las nuevas obligaciones que
despuntaban por los contornos del sindicalismo colombiano:
“El movimiento sindical debe ponerles toda la atención
a las actuales condiciones favorables para su unidad y no escatimar esfuerzo
para lograrla y consolidarla. A nivel nacional, se deben adelantar las conversaciones
entre todas las fuerzas políticas que estén de acuerdo con
la propuesta hecha por el Partido Comunista y que el MOIR respalda, sobre
el reagrupamiento del movimiento sindical para aislar a las camarillas de
la UTC y CTC y echar los cimientos de una central obrera. A nivel regional,
continuar adelantando la formación de los comités de unidad
sindical como los del Valle del Cauca y otros departamentos”.[67]
Como paso previo se procedió a la convocatoria de los famosos encuentros regionales de unidad sindical y a la constitución de los respectivos comités conjuntos. A estos encuentros se les encomendó la misión de discutir y aprobar los principios y políticas concernientes a las nuevas tareas unitarias. Los comités eran organismos de dirección y coordinación de las varias organizaciones sindicales que aún no estaban asociadas bajo una sola federación. Durante 1972 y 1973, en casi todas las capitales departamentales y ciudades intermedias de importancia, se reunieron aproximadamente un centenar de dichos foros, a los cuales asistieron no menos de cinco mil dirigentes sindicales que refrendaron con su presencia, sus exposiciones y resoluciones públicas la voluntad del proletariado colombiano de condenar el esquirolaje de la UTC y CTC, como principal exponente de la política antiobrera y divisionista del imperialismo norteamericano y sus agentes criollos en el seno del sindicalismo colombiano, y de luchar por la construcción de una confederación unitaria y democrática que culminara con el tiempo en la central única de los trabajadores del país. Anotemos que todas las determinaciones de aquellos eventos se adoptaron invariablemente por unanimidad, o sea que fueron siempre el fruto de claros y perentorios acuerdos de las fuerzas afluyentes. El MOIR y el Partido Comunista estuvieron siempre representados por dirigentes de las organizaciones gremiales que a la vez lo son de sus correspondientes colectividades políticas; y tanto el uno como el otro iban exteriorizando su complacencia por los logros obtenidos y jamás desautorizaron uno solo de los documentos aprobados. Los acuerdos sindicales contaban con la aquiescencia y el respaldo de los partidos comprometidos, de lo contrario, como es natural, aquellos no hubieran podido llevarse a la práctica ni con la prontitud ni con la resonancia de que gozaron.
Las reuniones obreras ratificaron en términos y formas diferentes la política de clase al mando por la creación de una organización nacional gremial de los trabajadores colombianos unitaria, democrática, amplia y poderosa. La cual estaría sustentada por una línea revolucionaria que el MOIR ha sistematizado en tres grandes principios guías, a saber: la nueva central, 1) estará al servicio del proletariado y del pueblo colombiano, 2) combatirá y aislará a las camarillas dirigentes de la UTC y CTC y 3) se regirá por la “democracia sindical”. En TRIBUNA ROJA del 18 de marzo último hicimos una pequeña recopilación de algunos de los materiales de los encuentros regionales a manera de constancia de que este proceso unitario copó tres años y brotó no espontáneamente sino del compromiso consciente de las fuerzas más avanzadas y representativas del movimiento sindical colombiano.
Todas esas asambleas locales sirvieron de antesala al Gran Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973, el cual lacró lo que ya era un consenso general y citó para el 6 de diciembre de 1974 el congreso encargado de fundar la nueva central unitaria y democrática. Para la realización de tan trascendental certamen se destinó un comité preparatorio escogido cuidadosamente con el criterio de que en él se encontraran representadas las principales fuerzas copartícipes de la política de unidad sindical. Por razones de carácter legal se convino promover la afiliación a la CSTC de aquellos sindicatos y federaciones que aún no hacían parte de ésta. El MOIR anunció trabajar en esa dirección, aclarando que el nombre de la nueva central le parecía problema completamente formal, que lo importante radicaba en que por su contenido de clase, su práctica y método de funcionamiento, ésta fuera una auténtica confederación unitaria y democrática. No obstante, todo lo concerniente a la organización y reglamentación del congreso del 6 de diciembre correría a cargo del comité preparatorio mencionado. En esa forma la tarea de la construcción de una vigorosa y amplia agremiación nacional independiente de los trabajadores colombianos entraba en su fase final y contaría con un año largo para ultimar los detalles correspondientes. A partir de entonces el MOIR, el Partido Comunista y otras fuerzas políticas que luego contribuyeron con su importante aporte, procedieron a vincular a la CSTC el mayor número de entidades sindicales. Y en dicho lapso ésta vio aumentados sus efectivos con “60 organizaciones que agrupan más de 150 mil trabajadores de diferentes ramas de la economía”, según dato suministrado por su propio Comité Ejecutivo en mensaje de fin de año de 1974.[68]
II
Cuando todo marchaba viento en popa, el gobierno resolvió entregarle la personería jurídica a la CSTC, cuatro meses antes del congreso unitario, convocado para el 6 de diciembre pasado. El 7 de noviembre Voz Proletaria nos sorprende con la pequeña nota anunciando la noticia de que el congreso fue postergado, pretextándose que muchas organizaciones filiales no alcanzaron a llenar los trámites correspondientes. La dirección de la CSTC había tomado unilateralmente la determinación de aplazamiento, sin reunir, ni escuchar, ni consultar, ni informar al comité preparatorio, alterándose la principal directiva del Encuentro Nacional del 12 de octubre de 1973. El hecho de haber recibido la personería jurídica prematuramente, no en cuanto a que la Confederación no tuviera derecho a ella desde hacía diez años, sino con relación al congreso unitario, no autorizaba a su máxima dirección a disponer arbitrariamente de éste. Tampoco por el antecedente de que las fuerzas aliadas habían acordado asociar a la CSTC sus destacamentos sindicales, cesaban los compromisos del Comité Ejecutivo con quienes habían pasado voluntariamente a ser su base. Por eso se había previsto un comité preparatorio. El frustrado congreso del 6 de diciembre atendería lo relativo al papeleo para la legalización de la nueva central, pero este objetivo no era con todo y su importancia el aspecto de mayor preocupación de los obreros, ni mucho menos el que le diera aliento a la realización de la política de unidad sindical. El congreso no era la tumba sino la cuna del proceso unitario gestado durante tres años. Cuanto interesaba a la nueva agremiación, llámese como se le bautizare, era que la inmensa masa de asalariados encontrara personificada en ella, por la claridad del pensamiento revolucionario, la pureza del estilo democrático y el contagio del ejemplo constructivo, el remedio para sus dolencias de dispersión, debilidad y desorganización. Más aún, si se comprendía cabalmente que no obstante los 150.000 nuevos afiliados, producto de los acuerdos de unidad sindical, por fuera de la CSTC se hallaban, y todavía se hallan, el grueso de los trabajadores del petróleo y sus derivados, del azúcar, de las ramas de textiles y confecciones, de la industria automotriz y metalmecánica, de los puertos, de los ferrocarriles, de las carreteras y del resto de servicios públicos, así como centenares de miles de obreros de la producción agropecuaria avanzada. De tal manera que con los encuentros y el congreso se daba comienzo apenas a lo que será una vastísima labor de unificación y organización.
El MOIR solicitó una reunión con el Partido Comunista para discutir el aplazamiento unilateral del congreso. Fustigamos tajantemente la violación de los procedimientos preestablecidos y demandamos se pusiese a funcionar el comité preparatorio. Ustedes aceptaron nuestras críticas y ante la imposibilidad material de una contramodificación, procedimos a trabajar hacia el congreso del 4 de marzo. Y en enero, a raíz del paro nacional bancario, surgieron nuevas y más agudas contradicciones. Dicho movimiento después de varios días de resistencia valerosa contra la persecución de los magnates de la banca y de la represión oficial que corría en defensa de los grandes intereses financieros, se vio abocado a censurar a un a un grupo de rompehuelgas que, pisoteando los organismos de dirección y a espaldas de las mayorías, resolvió por arbitrio caprichoso levantar el paro. Lo cual, como era de esperarse, fue aprovechado al rompe por el Ministerio de Trabajo para disponer la arremetida final contra los bancarios. El movimiento afrontaba enormes dificultades pero la socorrida división de última hora constituyó el golpe de gracia. Los despidos masivos no se hicieron esperar y a los dos sindicatos nacionales de los trabajadores de los bancos se les suspendió la personería y se les congelaron los fondos. En medio de la pelea el Comité Ejecutivo de la CSTC, recurriendo a su peso y autoridad, saltó a la palestra para darle lamentablemente protección al grupo rompehuelga en un comunicado que reprodujo Voz Proletaria de enero 30.[69] ¿Con qué razones? Dos argumentos peregrinos se blandían. El uno, la “rabiosa campaña anticomunista” del MOIR, y el otro, que la posición del “paro indefinido no fue aceptada por la mayoría de los dirigentes de las organizaciones que conforman el comité intersindical bancario”. Atacar al MOIR por “anticomunista” es acusación que no convence a nadie en este país. Los que pasa es que ustedes acostumbran escudarse en la lucha contra el anticomunismo para aplastar las críticas que las fuerzas revolucionarias hacen a los errores del Partido Comunista. Al respecto ya hemos fijado públicamente nuestra posición. Sobre el pretexto de que “el paro indefinido no fue aceptado por la mayoría de los dirigentes” bancarios, el MOIR presentó también las pruebas con las cuales demostramos cómo hasta los mismos esquiroles lo habían agitado en un principio.
Han transcurrido más de seis meses y ustedes no han podido desbaratar esta prueba. Es más, no han querido siquiera aludir a ella. Todo se redujo a denuestos contra el MOIR y a confusos alegatos acerca de que no fueron reunidas las asambleas estatutarias de los sindicatos para la conducción del movimiento, dando a significar en esa forma que las decisiones carecían de validez. Esta infamia no tiene nombre. Sólo coloca en entredicho el comportamiento de quienes originariamente aceptaron las asambleas bancarias y demás formas de organización y dirección que adoptaron los trabajadores para un conflicto nacional de las implicaciones de aquel, y después las reprobaron cuando sus determinaciones no les fueron favorables.
Dejemos que sean las bases por sus conductos regulares y “estatutariamente”, si se quiere, las que fallen sobre las distintas conductas y sobre las vicisitudes de la política unitaria en ese sector sindical. Atendamos la parte que nos corresponde como organización política. Como veníamos diciendo, los ejecutivos de la Confederación se precipitaron a tomar causa en el conflicto interno, movidos por sentimientos sectarios de grupo, sin adelantar las averiguaciones suficientes, ni consultar ni conocer la opinión de los organismos y niveles inferiores de los trabajadores bancarios. Así hubiese obrado una dirección central respetuosa de los procedimientos democráticos, máxime cuando se trataba de una dirección garante de la unidad sindical. El Comité Ejecutivo de la CSTC no aguardó un mes, ni quince, ni ocho días. En menos de 24 horas ya había proferido su sanción inapelable de juez supremo. Y eso no es todo. Su federación regional de Cundinamarca, dos semanas antes del congreso unitario, amenazó con ultimátum público al compañero Carlos Rodríguez, dirigente de los trabajadores bancarios, para que cambiara su criterio acerca de los rompehuelgas, basándose para ello en el baculazo de la CSTC del 24 de enero. Al compañero se le daban ocho días para que se retractara, de lo contrario se procedería sin contemplación. O sea, que a las puertas del congreso del 4 de marzo, los ejecutivos de la CSTC, refugiándose burocráticamente en el control de los organismos centrales de la Confederación, vetaban a un dirigente que había trabajado con tesón y lealtad a favor de la unidad sindical y de la afiliación de ACEB a la nueva central, por un problema acontecido en desarrollo de las jornadas de enero de los trabajadores bancarios y que en el peor de los casos estaba pendiente del fallo de la organización de base. Mientras que al grupo esquirol se le abrumaba en exceso con inocuas prerrogativas en las comisiones encargadas de rematar la organización del congreso. En todas éstas el Comité Ejecutivo de la CSTC se hacía el de la vista gorda en el comité preparatorio, al cual no citó ni trasladó a su jurisdicción, como su nombre lo indicaba, la preparación del evento de marzo.
En tales circunstancias las fuerzas nuevas de la CSTC, que habían aplicado consecuentemente las resoluciones del Encuentro Nacional Obrero del 12 octubre, y por tanto, habían engrosado y fortalecido a la Confederación, consideraron con todo derecho que estaba quebrado el ambiente democrático y fraternal indispensable para que el congreso de marzo fuera la culminación exitosa del proceso unitario de tres años. Y con todo derecho tomaron la determinación de no cohonestar con su presencia en el congreso ni en la CSTC los procedimientos arbitrarios y ventajistas.
Este ha sido el proceso de la política unitaria, desde la realización del primer encuentro obrero regional hasta hoy. Las desafiliaciones que se han presentado en la CSTC y las que se presentarán no implican un saboteo contra la Confederación, como ustedes lo han propalado. Ni significan que la lucha contra la política antinacional y reaccionaria de las clases dominantes dentro del movimiento obrero, acaudillada por las camarillas patronales de UTC y CTC, se merme o se trueque debido a las posteriores contradicciones del sindicalismo independiente. Ni que por nuestra parte llamemos al combate contra la CSTC. Nada de eso. Simplemente, las fuerzas nuevas del sindicalismo independiente, ante los procedimientos antidemocráticos tiene todo el derecho a rescatar su autonomía organizativa, precisamente para seguir combatiendo consecuentemente por la política unitaria del movimiento sindical. Hay quienes piensan que el proceso unitario de tres años terminó en un rotundo fracaso. Desde luego las cosas podrían haber culminado en mejor forma. Empero, la política de unidad sindical aprobada unánimemente por miles de dirigentes obreros, a través del centenar de encuentros de 1972 y 1973, es un gran conquista del proletariado colombiano y sigue vigente en todos y cada uno de los puntos fundamentales. Como el programa nacional y democrático de la UNO, las conclusiones de los encuentros obreros son patrimonio inajenable de las fuerzas revolucionarias colombianas. Para el MOIR ambos logros serán guía permanente de su trajinar político.
III
Después de que nosotros tomamos la determinación de no concurrir al congreso de marzo y propugnar la desafiliación de aquellas organizaciones sindicales que contribuimos a vincular a la CSTC, el Partido Comunista en su alocada desesperación ha respondido con toda clase de ataques soeces, mezquinos y vacuos. De entre el lodo que ustedes han trabajado con rara maestría pero que no nos salpica, queremos rescatar tan sólo una argumentación que quizá valga la pena repeler, no obstante ser un planteamiento toscamente acomodaticio. En su historia sobre el congreso unitario ustedes ponen en labios del MOIR una exigencia que jamás hicimos: la de que dentro de la nueva central “la minoría mantendría su independencia”. Y proceden a refutar: “Tampoco puede ningún grupo reservarse un privilegio tal que al ser discutido un problema y tomar acuerdos por mayoría, la minoría pueda continuar desarrollando su actividad polémica o de enfrentamiento, manteniendo la división constante y el debate inacabable que llevaría a cualquier organización a disolverse”.[70]
Ahora apreciamos cómo aseveramos nuestro criterio sobre la relación de las mayorías y minorías. Uno de los tres principios guías que el MOIR sistematizaba para la nueva central era casualmente el de la “democracia sindical”. Los siguientes párrafos fueron publicados antes del encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973:
“Funcionar conforme a la ‘democracia sindical’` significa ceñirse al sistema del centralismo democrático. Éste es el sistema organizativo que garantiza la dirección colectiva y excluye las prácticas burocráticas por las cuales una o dos personas, o un grupo de personas, toma resoluciones a espaldas de las mayorías y decide la suerte de éstas de manera arbitraria. El centralismo democrático es una forma organizada y disciplinada de funcionamiento que exige obediencia a la dirección constituida democráticamente. Los organismos directivos se eligen mediante votaciones en las que intervienen directa o indirectamente todos los asociados; y en los asuntos de interés general se tolera la libre discusión y se tiene en cuenta la opinión de las bases. La nueva central deberá funcionar conforme a este sistema del centralismo democrático, cuyos fundamentos son: 1) la minoría se somete a la voluntad de la mayoría; 2) el socio a la organización; 3) los organismos inferiores a los superiores, y 4) toda la central a su dirección nacional.
“Un buen comienzo es facilitar la participación democrática de la totalidad de fuerzas que sinceramente desean contribuir a la feliz culminación de la central unitaria; y reconocer los esfuerzos y el aporte decisivo de la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia a este proceso. La verdad sea dicha. Sin el contingente de la CSTC, espina dorsal del movimiento sindical independiente, la consigna de la construcción de la nueva agremiación hoy sería un poco menos que imposible. La composición de la dirección de la nieva confederación de ningún modo puede ser igualitaria, debe reflejar al contrario el desarrollo objetivo de las diferentes fuerzas que la integran, única forma de aplicar la ‘democracia sindical’. Dentro de la confederación no seguiremos con el método de la ‘unanimidad’, utilizado en la primera fase que ha requerido de conclusiones aprobadas por todos, a causa de la necesidad de que las diversas fuerzas, sin excepción, compartan voluntariamente el derrotero de principios acordado. Este método de la ‘unanimidad’ lo empleamos fundamentalmente en las alianzas, en las acciones unitarias, en los frentes, cuando no se pacta otra cosa. Pero en la central unitaria, como en cualquier sindicato, la designación de la dirección y el resto de definiciones habrán de adaptarse por la simple mayoría, y las fuerzas minorías se someterán disciplinariamente.
“Las fuerzas integrantes de la nueva agrupación deben empeñarse por instaurar un ambiente de fraternidad, buscar y promover el acercamiento a todo nivel entre los trabajadores que impidan hacer carrera al sectarismo, e imbuirlos del espíritu del estudio y la discusión abierta y franca de los problemas concretos para prevenir el dogmatismo. La nueva central planificará la educación de sus afiliados; estimulará antes que entorpecer la crítica de los errores por parte de la base, y la autocrítica, y así creará las condiciones que aseguren corregir los desaciertos y subsanar las falla. En fin, en la nueva central ha de prevalecer una situación revolucionaria tal que los trabajadores puedan plantear y abocar los asuntos por difíciles, delicados y complejos que parezcan, sin que ello ponga en peligro su unidad y su cohesión.
“Que la central obrera independiente se rija por la ‘democracia sindical’ y ser un aprendizaje ideológico y político de la clase obrera colombiana en el cambio de su emancipación”.[71]
El MOIR no pretendió jamás que en la central unitaria las minorías mantuvieran “su independencia”. Sin cortapisas de ninguna especie señalamos que éstas debían someterse disciplinadamente a las mayorías. Que sus relaciones se regulaban por los principios del centralismo democrático. Distinguíamos eso sí entre los dos períodos anterior y posterior al congreso unitario. Para el primero demandábamos que la política de unidad sindical fuese aceptada sin excepción por todas las fuerzas comprometidas, como en realidad sucedió. En los encuentros obreros regionales y en el Gran Encuentro Nacional se aprobaron por unanimidad los principios rectores que gobernarían la vida de la nueva agremiación. Ya que se trataba de una unidad de fuerzas distintas y no de la simple adhesión incondicionada a la CSTC, como ustedes torcidamente lo procuraron sostener una vez cumplido el proceso de la afiliación masiva de más de 150.000 trabajadores a la Confederación. Debido a ello y envanecidos porque el gobierno había concedido la personería jurídica a la CSTC, se echó por la calle del medio, postergándose el congreso del 6 de diciembre, desconociéndose el comité preparatorio, entorpeciéndose la concurrencia de compañeros dirigentes sindicales y montándose una campaña de descrédito del MOIR, todo lo cual con la utilización burocrática del control de los organismos centrales de la Confederación. Había quedado roto el clima mínimo de democracia y fraternidad que garantizara que el congreso de marzo sí fuera realmente un congreso de unidad. La iracundia del Partido Comunista por las desafiliaciones posteriores no se justifica. Ustedes no pueden disfrutar de lo mejor de dos mundos antagónicos. Gozar de los frutos de la unidad sindical y al mismo tiempo pisotear los acuerdos y los procedimientos democráticos.
Tan absolutamente
veraz será la acusación del quebrantamiento de los compromisos
contraídos por parte del Partido Comunista, que cuando nosotros exigimos
la aplicación de los acuerdos de unidad sindical, ustedes exclamaron:
¿Cuáles acuerdos? Textualmente dijeron: “Los supuestos
‘compromisos’ a que habrían llegado los comunistas con
ellos en relación con el Congreso de la CSTC. (...) Para
excusar su fuga del Congreso de la CSTC el MOIR habla de presuntos ‘acuerdos’
entre él y el PC. Esos acuerdos no existen sino en su calenturienta
imaginación. (...) No hubo ni podía haber ‘convenio
previo’. El PC no confunde los términos del movimiento sindical
con el movimiento político”.[72]
De una plumada el Partido Comunista se desembaraza de su responsabilidad
en el proceso sindical unitario de tres años, que él mismo
echó a andar al proponer en 1972 “el estudio de un nuevo
reagrupamiento de todas las fuerzas sindicales que no se hallan vinculadas
a ninguna de las centrales sindicales que culmine en un congreso del cual
nazca, si es el caso, una nueva central de trabajadores, que aglutine el
mayor número de sindicatos y federaciones”.
¿Nada tuvo que ver el Partido Comunista con el centenar de encuentros sindicales de 1972 y 1973, ni con sus conclusiones? ¿No fueron el Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre y la citación del frustrado congreso unitario del 6 de diciembre producto de claros y perentorios acuerdos? Cuando por interferencias ajenas a la voluntad del MOIR se demoraba la afiliación a la CSTC de determinados sectores sindicales, ¿ustedes no nos hacían en reuniones bilaterales los correspondientes reclamos en nombre de los acuerdos unitarios? ¿Qué objeto tiene entonces parapetarse en la expresión de que “el PC no confunde los términos del movimiento sindical con el movimiento político”? ¿Eludir las obligaciones políticas que sus aparatos sindicales adquieren a la vista de todos? Pero como el pez muere por si boca, permítasenos que sea el Partido Comunista quien se desmienta a sí mismo.
En el informe
al pleno del Comité Central de la primera mitad de 1973, ustedes
reconocen:
“El reagrupamiento de importantes sectores sindicales es cualitativamente
mejor a las etapas anteriores de la unidad de acción. Se trata de
un proceso con un definido contenido político y de clase. Ahora la
unidad de acción, sin rebajar ni menospreciar los aspectos económicos
y reivindicativos, tiene lugar sobre la identidad de una plataforma mínima,
de contenido antiimperialista y antioligárquico. En el nuevo proceso,
por otra parte, se fija como objetivo el reagrupamiento orgánico
de los distintos sectores que participan en él”.[73]
Y en el informe al pleno de la segunda mitad de dicho año:
“La reciente realización del Encuentro Nacional Sindical, que
es el resultado de la tenacidad y el esfuerzo de miles de militantes comunistas,
independientes, del MOIR y de otras corrientes políticas puede considerarse
el éxito más importante de la política de unidad sindical
que venimos preconizando y practicando desde hace años.
“Este encuentro, que convocó a un Congreso Nacional Obrero
para fines del año entrante, con vistas a integrar una central sindical
de mayores proporciones que la actual CSTC, demostró plenamente que
a pesar de ciertas dificultades, de diferencias de enfoque sobre una serie
de cuestiones del movimiento sindical, es posible acordarse para avanzar
seria y audazmente en la unificación de los sectores independientes
y de clase del movimiento obrero. (...)
“Todo lo que sea avance en la unidad del movimiento obrero tiene
profundas resonancias en las tendencias unitarias del pueblo. A su vez los
acuerdos políticos facilitan los sindicales”.[74]
Estas dos citas de los plenos que ustedes efectuaron en 1973 despejan cualquier duda en cuento a la existencia de los acuerdos en torno a la política de unidad sindical que tanto el Partido Comunista como el MOIR prometieron respetar y aplicar. No sólo queda claro que sí se realizaron tales compromisos, sino que: 1) “son cualitativamente mejores a las etapas anteriores de la unidad de acción”, 2) tienen un “definido contenido político y de clase”. 3) se dan sobre “la identidad en una plataforma mínima, de contenido antiimperialista y antioligárquico”; 4) buscan “el reagrupamiento orgánico de los distintos sectores que participan en él”; 5) concluyeron en el “Encuentro Nacional Sindical, que es el resultado de la tenacidad y el esfuerzo de miles de militantes comunistas, independientes, del MOIR y de otras corrientes políticas”; 6) satisficieron la necesidad de convocar un “Congreso Nacional Obrero para finales del año entrante (el congreso del 6 de diciembre que ustedes postergaron unilateralmente), con vistas a integrar un central sindical de mayores proporciones que la actual CSTC”; 7) demostraron que “a pesar de ciertas dificultades, de diferencias de enfoque sobre una serie de cuestiones del movimiento sindical, es posible ACORDARSE para avanzar seria audazmente en la unificación de los sectores independientes y de clase del movimiento obrero”, y 8) ayudaron a comprender que “los acuerdos políticos facilitan los sindicales”.
Cualquier
otro comentario sería redundancia. Nos resta únicamente decirles
a ustedes que, si a pesar de todo, queremos recuperar el terreno perdido
en la lucha por la unidad sindical, no queda más disyuntiva que la
de retrotraernos a las conclusiones de los encuentros regionales de 1972
y 1973 y del Encuentro Nacional Obrero del 12 de octubre de 1973. Una experiencia
de favorable repercusión deja el último tramo del proceso
de unidad sindical para los auténticos revolucionarios; la de que,
una vez acordadas las cuestiones programáticas y de contenido, la
forma de llevarlas a la práctica, es decir, el escrupulosos acatamiento
de los métodos democráticos, es lo principal.
Los procedimientos burocráticos y antidemocráticos son los
más solapados adversarios de la unidad revolucionaria. Éste
es un principio universal. El proletariado colombiano sabrá acoger
íntegramente esta enseñanza y la hará valer, como rescatara
la política general de los encuentros obreros de 1972 y 1973. Las
masas asalariadas proseguirán en la senda abierta por el proceso
unitario de tres años. Sus conclusiones ya forman parte sustancial
del arsenal ideológico y político de nuestra revolución.
DIFERENCIAS DE LÍNEA, DE ESTILO Y DE RUMBO
No queremos ignorar por el contenido y fin de esta misiva la más honda y determinante de las contradicciones entre el MOIR y el Partido Comunista, la que siempre ha enfrentado a estas dos agrupaciones cual corrientes políticas claramente definidas y diametralmente opuestas, cuya solución final no podrá dirimirse sino como efecto de un prolongado combate en los campos ideológico, político y organizativo: la controversia en torno a la lucha que a nivel internacional libra el movimiento comunista con la orientación y el apoyo del Partido Comunista de China y su máximo dirigente, el camarada Mao Tsetung, contra el revisionismo contemporáneo acaudillado por el Partido Comunista de la Unión Soviética. Desde cuando las fuerzas marxistas-leninistas en el mundo empezaron, a finales de la década del cincuenta y comienzos del sesenta, a formular las críticas por las graves desviaciones de principio de la tendencia revisionista kruschevista al mando del Partido Comunista de la Unión Soviética, el Partido Comunista de Colombia abrazó con singular fervor la causa del revisionismo moderno. Han transcurrido quince años de esta lucha pletórica de acontecimientos y lecciones. Nikita Kruschev fue depuesto de su alto cargo debido a sus enormes fracasos, pero sus sucesores continuaron por el atajo revisionista hasta renegar por completo del legado ideológico del padre y fundador del primer país socialista, y hasta convertir a la patria de Vladimir Ilich Lenin en un Estado socialimperialista, que en la actualidad exprime y oprime a su propio pueblo, a los pueblos de las naciones que se muevan en su órbita, y pugna y se colude con el imperialismo norteamericano por el control y reparto del mundo. Los cambios producidos en la Unión Soviética influyen preponderadamente en la nueva situación mundial, en el movimiento obrero internacional y en los movimientos revolucionarios de cada país en particular. Una enconada batalla tiene lugar entre la línea marxista-leninista y la línea revisionista. De su desenlace depende el destino del mundo en los próximos decenios. El marxismo-leninismo ha salido victorioso siempre que para el encauzamiento de la revolución a nivel internacional se trabó en fiera contienda contra las tendencias oportunistas de derecha, o las corrientes burguesas que pretendieron ponerlo a su servicio, revisándolo. Así fue en la época de Marx, así fue en la época de Lenin y así será en la época de Mao Tsetung.
La primera incidencia para Colombia de esa lucha consistió en que las incipientes fuerzas marxistas-leninistas se han visto abocadas a la necesidad de crear un partido revolucionario que una con soldadura autógena al movimiento obrero y al socialismo científico. Las experiencias, los avances y en especial los principios que ha sacado a flote el movimiento comunista internacional en su portentoso y persistente combate contra el revisionismo contemporáneo han sido la más apreciada ayuda para los marxistas-leninistas colombianos. Conforme a las condiciones específicas de nuestro país y de acuerdo con el desarrollo fluctuante de la lucha de clases, el MOIR ha ido paciente pero seguramente cumpliendo su tarea de la construcción de dicho partido revolucionario, extendido ya a todo el territorio nacional y vinculado cada vez más estrechamente a las amplias masas de obreros, campesinos y del resto del pueblo, y a sus luchas. En esta labor el MOIR ha seguido invariablemente la política de apoyarse sólo en sus propios medios y en el esfuerzo de las masas populares colombianas. Defendemos fervorosamente nuestra independencia. Jamás hemos recibido órdenes ni estamos ni estaremos bajo la tutela de ningún partido, a nivel nacional o internacional, por poderoso e importante que éste sea. No corresponde esta conducta a una superflua o altanera actitud de engreimiento, ya que nadie más que nosotros para comprender nuestras propias deficientes y la necesidad que tenemos de aprender aún muchas cosas. Ella obedece a una profunda concepción de que las relaciones con el resto de partidos revolucionarios las haremos únicamente en pie de igualdad, mutuo respeto y solidaridad recíproca, y la convicción de que el pueblo colombiano es para nosotros la principal cantera de recursos materiales y políticos para coronar las dos revoluciones que tenemos por delante: la revolución nacional y democrática y la revolución socialista. Sobre esta base estamos dispuestos a intercambiar opiniones y apoyo con los revolucionarios de dentro y fuera del país y con el resto de sinceros amigos de Colombia y del pueblo colombiano. Somos conscientes de que las victorias de los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y neocoloniales, del movimiento obrero y comunista internacional y de los países socialistas son una ayuda insustituible para la revolución colombiana. Y viceversa, los logros de nuestra revolución representan en la práctica el mejor apoyo que podamos brindarles a los movimientos de liberación nacional, al movimiento obrero y comunista internacional y a los países socialistas en la lucha contra el enemigo común.
Esta posición de principios no nos separa del Partido Comunista de China ni de su pueblo. Todo lo contrario, son precisamente el Partido Comunista de China y el pueblo chino quienes han defendido, en su lucha contra las fuerzas imperialistas y el revisionismo contemporáneo, tales principios de igualdad, mutuo respeto y solidaridad recíproca en las relaciones entre los partidos revolucionarios. La China socialista apoya incondicionalmente a los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y neocoloniales, al movimiento obrero internacional y a los revolucionarios del mundo entero en su lucha contra el imperialismo, el hegemonismo y la opresión y a favor de la autodeterminación de los pueblos, la revolución, el socialismo y la paz mundial. Por eso la República Popular China y su Partido Comunista son los más sinceros amigos del pueblo colombiano y de su emancipación.
Las diferencias en torno de la lucha que el movimiento comunista internacional libra contra el revisionismo contemporáneo no han sido aún explicadas a fondo en Colombia, debido a la debilidad inicial de las fuerzas marxistas-leninistas y al estado embrionario de nuestra revolución. Sin embargo, estas divergencias tienen que ver directamente con el desarrollo del proletariado colombiano y su partido, en particular, y con el curso de la revolución colombiana, en general. Hasta ahora, a nivel de masas, se vienen desbrozando dos líneas, dos estilos, dos rumbos: el del MOIR y el del Partido Comunista. La lucha ideológica y política entre el marxismo-leninismo y el revisionismo en Colombia ha tenido que ver no sólo con las cuestiones internacionales sino con la estrategia y la táctica de nuestra revolución. Desde luego esta lucha no se definirá de la noche a la mañana. Será prolongada y tendremos que esperar a que sea la práctica tanto de la revolución mundial como de la revolución colombiana la que cancele irrecusablemente el conflicto más apasionante de nuestra época, e inaugure una era completamente nueva: la era de la cabal consolidación del socialismo en todo el planeta.
Ustedes han venido aupando en Colombia la andanada antichina que los revisionistas soviéticos esparcen por doquier sin vergüenza ni principios. La característica principal de esta campaña es la calumnia y la falsificación descarada de los hechos. Y la han arreciado sin importarles el que con ella se atente contra el entendimiento en la UNO y contra la unidad de las fuerzas populares, no obstante predicar de palabra a cada rato que ustedes están por dichos entendimiento y unidad. Nosotros no hemos respondido aún, pero tomamos atenta nota del sartal de sandeces y dislates. Aguardamos en parte a clarificar primero los problemas de la Unión Nacional de Oposición, de la unidad del movimiento sindical, del frente único en Colombia y de la política revolucionaria consecuente a seguir ante el gobierno lopista de hambre, demagogia y represión. Y en parte, a desbaratar el infundio de que el MOIR se mueve dogmáticamente, accionado a control remoto. Hemos demostrado hasta la saciedad nuestro ánimo unitario, nuestro celoso respeto por los compromisos contraídos, y si entramos en contradicción con nuestros aliados es porque nos asisten razones de principio que no podemos menos de plantear públicamente, en bien exclusivo de la unidad del pueblo colombiano y de su revolución. La polémica la estamos adelantando con firmeza pero con altura y así continuará siendo en el futuro, contra el estilo de “a piedra y lodo”, como parece ser la consigna de ustedes. Esta carta es una prenda de ello. Hemos procurado que todas nuestras críticas estén respaldadas por documentos cuya existencia es incontrovertible.
Reconocemos los aportes que el Partido Comunista y su militancia han dado al proceso unitario de los últimos tres años. ¿Cómo fue posible que el MOIR haya concertado una alianza tan larga con una fuerza política que se ubica en la corriente revisionista contemporánea? Ha obedecido a circunstancias muy particulares de la revolución colombiana. Pero, por sobre todo, a que logramos acordar un programa conjunto que interpretó cabalmente los rasgos esenciales de la revolución nacional y democrática de la presente etapa histórica de nuestro país. Un programa que proclama como principal objetivo la lucha por la liberación nacional y por la construcción de una patria soberana, popular y democrática, en marcha hacia el socialismo. Y la lucha por la plena soberanía independencia y autonomía de las naciones es una declaratoria de guerra no sólo contra las fuerzas imperialistas sino contra el revisionismo contemporáneo. La consecuencia con que se participe en esta lucha en Colombia por la plena soberanía, la independencia y autonomía de las naciones será la frontera divisoria por excelencia entre el marxismo-leninismo y el revisionismo. Desde luego que existen otras divergencias que iremos dilucidando con el tiempo. Han quedado tocadas algunas de ellas como la concepción acerca del Estado del ejército, de la construcción del partido y del papel de primerísima magnitud que le ha correspondido desempeñar en la actualidad al Partido Comunista de China y a su máximo dirigente, el camarada Mao Tsetung.
La lucha ideológica que se vislumbra está llamada a imprimirle un impulso cualitativamente nuevo a la resolución colombiana. Y el terreno se halla abonado para que se desarrolle con altura y objetividad. Esta es otra de las conquistas de la Unión Nacional de Oposición, porque ya no será posible impedir la discusión de los grandes problemas de la evolución colombiana con la inveterada costumbre de descalificar a los contradictores con acusaciones macartistas de derecha o de “izquierda”. El MOIR ha ganado en campo abierto el derecho a que sus concepciones sean escuchadas y tenidas en cuanta por las fuerzas revolucionarias. De nuestra parte estaremos siempre prestos a atender las críticas que nos hagan los revolucionarios.
CONCLUSIONES
La supervivencia de la Unión de Oposición es una necesidad para las fuerzas revolucionarias de Colombia. Sin embargo, atraviesa por un momento de profunda crisis y enormes dificultades, las cuales no podrán ser solventadas más que como producto de un gran replanteamiento. Replanteamiento que resuelva sus actuales contradicciones internas y le permita avanzar tanto cuantitativa como cualitativamente, es decir, que logre vincular a sus filas nuevos contingentes de lucha y vaya colocando bajo su dirección poco a poco todos y cada uno de los problemas importantes de la lucha revolucionaria colombiana. El MOIR está dispuesto a propiciar este replanteamiento mediante la discusión fraternal con el Partido Comunista, el Movimiento Amplio Colombiano y demás organizaciones de la UNO.
Proponemos que se ventilen estos cinco puntos:
1) Los problemas
de la “dirección compartida” en la Unión Nacional
de Oposición;
2) La política frente al régimen de Alfonso López Michelsen;
3) La acción parlamentaria unificada, con base en el principio de
la vigilancia de los electores sobre los elegidos;
4) La solución a las contradicciones del proceso de unidad sindical,
y
5) La ampliación de la UNO con nuevas fuerzas pertenecientes o provenientes
de cualquier corriente política, con base en el acatamiento del programa
y demás resoluciones compartidas.
Igualmente discutiremos los asuntos que consideren convenientes los aliados. Estos cinco puntos son las mínimas cuestiones que a nuestro entender requieren urgente atención. Sobre cada uno de ellos hemos fijado en esta carta el criterio de la dirección del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, la cual engloba para las circunstancias actuales nuestra posición consecuentemente unitaria. Ustedes tienen la palabra.
Fraternalmente,
MOVIMIENTO OBRERO INDEPENDIENTE
Y REVOLUCIONARIO
Comité Ejecutivo Central
Septiembre de 1975.
NOTAS
[1]
“Las posiciones oportunistas del MOIR (I)”. “Voz Proletaria”,
3 de abril de 1975, pág. 5.
[2] “Las posiciones...(II). “Voz Proletaria”, 10 de abril
de 1975, pág. 5.
[3] “Informe político al Pleno del Comité Central del
Partido Comunista de Colombia,” 11 y 12 de abril de 1975. “Voz
Proletaria”, suplemento, 17 de abril de 1975, pág.
[4] “Las posiciones...(I), Citado.
[5] “La hora es de unidad y de combate”. TRIBUNA ROJA, diciembre
de 1972, págs. 2 y 4.
[6] “Declaración del Comité Ejecutivo Central Comunista”.
“Documentos Políticos, enero – febrero de 1970, pág.
94.
[7] “Informe Político al Pleno Comunista”. “Documentos
Políticos”, mayo-junio de 1970, págs.. 40 y 57.
[8] Resolución política del XI Congreso del Partido Comunista
de Colombia”, 6 al 10 de diciembre de 1971. “Documentos del
XI Congreso”, Editorial Colombia Nueva, 1972 pág. 55.
[9] “Informe al Pleno del Comité Central “. “Documentos
Políticos”, noviembre-diciembre de 1972, pág. 52.
[10] Editorial de “Documentos Políticos”, septiembre-octubre
de 1973, pág. 5.
[11] Informe al pleno del Comité Central del Partido Comunista”.
“Documentos políticos”, mayo-junio de 1972, pág.
31.
[12] “Resolución política del XI Congreso”. Citado,
pág. 56.
[13] “Luchemos por una política proletaria”. “TRIBUNA
ROJA”, julio de 1971, pág. 2.
[14] “La hora es...”. Citado pág. 3.
[15] “Algo más sobre la política de “Unidad y
Combate”. TRIBUNA ROJA, julio de 1971, pág. 2.
[16] Gilberto Vieira dijo en la convención de la UNO de septiembre
de 1973 que “los comunistas no veremos a la UNO como un mero aparato
electoral, sino como la semilla del Frente Patriótico de Liberación
Nacional”. “Voz Proletaria”, 27 de septiembre de 1973,
pág. 5.
[17] “Programa de la UNO”. TRIBUNA ROJA, octubre de 1973, pág.
1. [18] “Informe político” al XI Congreso. Ob. Cit.,
pág. 42.
[19] La primera cita es del reportaje a Gilberto Vieira, “Experiencias,
de los diputados y concejales comunistas”. “Documentos políticos”,
marzo-abril de 1972 pág. 88. La segunda cita corresponde al reportaje
que le hicieron H. Valverde y O. Collazos a principios de 1972 y publicado
en 1973 en el libro “Colombia tres vías a la revolución”.
Círculo Rojo Editores, pág. 69.
[20] Documentos políticos cit. Pág. 4 [21] “La hora
es. Citado pág. 3. [22] “Vamos a la lucha electoral”
TRIBUNA ROJA, enero de 1972, Pág. 2.
[23] Gilberto Vieira. Reportaje “Colombia tres vías...”
Citado, págs.. 76 y 77.
[24] “Algo más” citado de págs.. 9 y 10.
[25] Editorial de “Documentos Políticos”. Citado pág.
5.
[26] “Las oposiciones...citado pág. 4.
[27] “Las oposiciones...citado pág. 5.
[28] “La Hora es...” citado pág. 4.
[29] “Algo más...” citado pág. 5.
[30] Francisco Mosquera. Discurso en la convención de la UNO, del
23 de septiembre de 1973, TRIBUNA ROJA, octubre de 1973 pág. 10 [31]
Ídem, pág. 10.
[32] Informe aprobado por el pleno del Comité Central del Partido
Comunista de Colombia, mayo17-19 de 1974. “Documentos Políticos”,
No. 110, pág. 84.
[33] “Informe al pleno de Comité Central del Partido Comunista
de Colombia,” 8 y 9 de diciembre de 1973, “Documentos Políticos”,
noviembre-diciembre de 1973, págs. 10 y 11. [34] Discurso Mosquera.
Citado, pág. 10. El párrafo del discurso del camarada Mosquera
al que pertenecen las palabras transcritas, es el siguiente:
“La amplitud del frente electoral que hemos conformado está
condicionada por el real desarrollo de las fuerzas revolucionarias de Colombia.
Se estudiaron todas las perspectivas. Se discutieron varias soluciones.
La posición oportunista y vacilante de la dirección de la
Alianza Nacional Popular, su altanería, su desprecio hacia las fuerzas
de la izquierda impidieron llegar desde su comienzo a acuerdo con ella para
la campaña electoral. En definitiva, nos hemos guiado por el criterio
de que es preferible constituir un frente que, aunque pequeño, le
pueda presentar al pueblo una verdadera alternativa revolucionaria”.
[35] “Algo más...”Citado pág. 2.
[36] Ídem, pág. 2.
[37]“ La UNO ha cumplido y seguirá cumpliendo”, TRIBUNA
ROJA, 11 de abril de 1974, pág. 2.
[38] “¡Que en esta campaña avance la lucha popular1”.
TRIBUNA ROJA, 28 de febrero de 1974, pág. 2.
[39] El 13 de febrero de 1975, el Consejo ejecutivo del Movimiento Amplio
Colombiano anunció la expulsión de Hernando Echeverri Mejía,
Iván López Botero y Ciro Ríos Nieto.
Los dos primeros senadores y e último representante a la Cámara.
El compañero Gilberto Zapata Isaza, también representante
a la Cámara por el MAC, es el único parlamentario de ese partido
que han tenido una posición revolucionaria acorde con los principios
pregonados en la campaña electoral y con las directrices de los organismos
superiores de la UNO.
[40] Mediante la declaración pública de enero de 1975, el
Comité Regional del MOIR de Risaralda hizo conocer su posición
autocrítica por las orientaciones y actuaciones de su acción
en el Consejo de Pereira. Los errores consistían en no diferenciar
radicalmente la línea revolucionaria de la politiquería tradicional
de todas las fracciones en que, por apetitos burocráticos, se hallan
divididos los partidos tradicionales en dicho departamento, con lo que se
desfiguró la lucha del MOIR y la Uno y se perjudicó al pueblo.
Tales desviaciones fueron ejemplarmente corregidas.
[41] “La UNO ha cumplido...”. Citado, pág. 2.
[42] Las posiciones...(IV)”. “Voz Proletaria”, 24 de abril
de 1975, pág. 4.
[43] “Las posiciones...(I). Citado
[44] Gilberto Vieira. Discurso de la UNO, julio 14 de 1974. “Voz Proletaria”,
suplemento, 18 de julio de 1974. pág. 2.
[45] Discurso Mosquera. Citado, pág. 9.
[46] “Las posiciones...(I)”. Citado.
[47] “Que en esta campaña....”.Citado, pág. 2.
[48] “Informe al pleno del Comité Central del PC, mayo 17-19
de 1974. Citado. “Documento Políticos” No. 110, págs.
76, 77, 78 y 79. [49] “Declaración del Partido Comunista de
Colombia sobre la política del gobierno” del Comité
Ejecutivo Central, noviembre de 1974. “Cuadernos Políticos”
No. 3. Editorial Colombia Nueva, págs. 15-16 [50] “Informe
político al Pleno del Comité Central del Partido Comunista
de Colombia”, 11 y 12 de abril de 1975, págs. 2 y 4.
[51] Alfonso López Michelsen. Discurso en la convención liberal,
“El Tiempo”, 1° de julio de 1973.
[52] “Alfonso López Michelsen. Discurso de San Antero, “El
Tiempo”, 6 de diciembre de 1973.
[53] Anales del Congreso, No. 120 del 7 de septiembre de 1967. Tomado de
la obra de Jaime Vidal Perdomo: “Historia de la reforma constitucional
de 1968 y sus alcances jurídicos”. Publicaciones de la Universidad
Externado de Colombia. Bogotá, 1970, págs. 72 y 73. [54] Alfonso
López Michelsen. “Posdata a la alternación”. Populibro.
Editorial Revista Colombiana. Bogotá, 1970, pág. 339.
[55] El discurso del camarada Francisco Mosquera no ha sido publicado en
TRIBUNA ROJA, pero una copia de él fue entregada a la dirección
de “Voz Proletaria”, que produjo apartes. En una próxima
edición de nuestro periódico imprimiremos su texto completo,
junto a otros documentos relacionados con la Unión Nacional de Oposición.
[56] Editorial de “Voz Proletaria”, 5 de junio de 1975, pág.
3.
[57] Alfonso López Michelsen. Reportaje a Revista Arco, septiembre
de 1972. Tomado del folleto “Un mandato claro”. Canal Ramírez
Antares, julio de 1973, pág. 35.
[58] Alfonso López Michelsen. Discurso en Armenia, “El Tiempo”,
4 de marzo de 1974.
[59] Gilberto Vieira. Reportaje citado, “Colombia tres vías...”,
pág. 69.
[60] Editorial de “Voz Proletaria”, 5 de junio de 1975, pág.
3.
[61] Editorial, “Voz Proletaria”, 12 de junio de 1975, pág.
3.
[62] “PC y MAC analizan situación. “Voz Proletaria”,
12 de junio de 1975, pág. 5. Esta declaración fue posteriormente
rectificada por el Movimiento Amplio Colombiano en un comunicado de su Consejo
Ejecutivo Nacional.
[63]
La primera cita, del MOIR, hace del discurso de F. Mosquera y la del PC;
corresponde al discurso de G. Vieira, pronunciados el 14 de julio de 1974,
en la convención del a UNO. Ambos discursos ya han sido citados.
[64] “Resolución de la Convención Nacional de la UNO”,
julio 13 y 14 de 1974.
[65] “Incompatible ser de la UNO y sabotear a la CSTC”. “Declaración
del PCC”: “Voz Proletaria”, 19 de julio de 1975, pág.
5.
[66] Apartes de informe leído en la “Conferencia de Dirigentes
Sindicales Comunistas de Bogotá”, 11 de noviembre de 1972.
“Voz Proletaria”, suplemento “Ideología”,
23 de noviembre de 1972, pág., 5.
[67] “La hora es...”. Citado, pág. 5.
[68] “Mensaje de Año Nuevo del a CSTC”. “Voz Proletaria”,
9 de enero de 1975, pág. 5.
[69] “declaración de la CSTC” del 24 de enero de 1975.
“Voz Proletaria”, 30 de enero de 1975, pág. 5.
[70] “Posiciones ideológicas en torno al congreso sindical”
(Luis Hernán Sabogal). “Documentos Políticos”,
marzo-abril de 1975, pág. 10.
[71] “Algo más...”. Citado, pág. 5.
[72] “Las posiciones....( I )” Citado, pág. 5.
[73] “informe al plano del Comité Central del Partido Comunista”,
29 y 30 de junio y 1 de julio de 1973. “Documentos Políticos”,
mayo-junio de 1973, pág. 23.
[74] “Informe al pleno del Comité Central del Partido Comunista
8 y 9 de diciembre de 1973. “Documentos Políticos”, noviembre-diciembre
de 1973, págs. 18 y 19.